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INTROITO
Todas las distopías se parecen, acaban remitiendo a las mismas fuentes, Bradbury (“Fahrenheit
451”), Orwell (“1984”), Huxley (“Un mundo feliz”), Godard (“Alphaville”). Así que por ese lado
nada que objetar, pretender ser original con una distopía, un género en toda regla, con sus reglas, es
una utopía, valga la paradoja. Una distopía sin cierto grado de crítica social, de pesimismo, de
catastrofismo, de exageración, se queda en una vulgar tragedia costumbrista, en un culebrón
fantástico. Una distopía sin su contrapunto amoroso, idealista, optimista, se hace difícil de digerir,
de asimilar. “Ciudad Maravilla” es una distopía canónica, por el lado del contenido no hay mayor
sorpresa, novedad, la eugenesia, el control absoluto de la natalidad, la aspiración, el sueño húmedo,
de todos los regímenes totalitarios, desde los nazis a los comunistas. Por el lado de la forma sí, de
primeras el lenguaje, la imagen da mayor margen para la experimentación, para la personalidad. Y
pocas dibujantes hay más personales, reconocibles, que Chantal Montellier, la planitud, el
minimalismo espacial, los personajes inexpresivos, la hipertextualidad, son sus marcas de agua.
Aunque se la pueda emparentar perfectamente con Muñoz&Sampayo, Angela Parker haría buenas
migas con la anarquista “Sophie” (1978), ya no digamos con la Adèle Blanc-Sec (1976) de Tardi.
Lo que la diferencia de Tardi, de Crepax, de Muñoz, es su genial tratamiento del color, sus
pinceladas de color, sus sutiles combinaciones de superficies de colores puros, como si cada viñeta
se tratase de un cuadro constructivista, se nota que Montellier es de formación, y espíritu, pintora.
Julio Tamayo