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CULTURA
Robespierre no era tan Robespierre
Una biografía y una monumental novela reinterpretan al líder revolucionario
Desmienten las versiones tradicionales sobre un personaje cruel y despiadado
JESÚS RUIZ MANTILLA Madrid 21 NOV 2012 - 20:51 CET 123
Archivado en: Revolución Francesa Biografías Francia Novela Narrativa Historia contemporánea Literatura Historia Europa Cultura
El asesino. El sanguinario. El
delirante. El coco… Antepongan esos
calificativos a estos: el virtuoso. El
incorruptible. El demócrata. El
soñador. ¿Cómo cuadrarlos? Difícil.
Pero habría que equilibrar la balanza,
demasiado torcida ante los primeros,
en el caso de Maximilien Robespierre.
El personaje más controvertido de
aquel hito que marcó la Historia
Universal y que se dio en llamar
Revolución Francesa merece un juicio
justo que le devuelva la cabeza de la
guillotina eterna.
Eso y no más es lo que han
pretendido, cada uno a su manera, el
Maximilien Robespierre, uno de los personajes más controvertidos de la Historia.
historiador australiano de la
Universidad de Melbourne Peter
McPhee, y el escritor español Javier
García Sánchez. Uno con una pulcra y rigurosa biografía publicada por Península y el otro con
una ambiciosa novela de 1.200 páginas sobre el líder jacobino que ha sacado al mercado
Galaxia Gutenberg y que empezó a escribir por pasión, por identificación, por espíritu de
cruzada, hace 30 años.
Hay demasiadas injurias en torno a Robespierre. Injurias vertidas a lo largo de más 200 años
no solo en la Historia, también en la filosofía, en el cine, en la literatura… Incluso en el
urbanismo: es el único personaje crucial en el devenir de Francia que no cuenta con una calle
a la altura de su leyenda y sus hitos en el centro de París.
Allá llegó para participar en la reunión de los Estados Generales el abogado a quien siempre
se achacó cierto complejo de provinciano. Desde la norteña Arrás se presentaba en la
resabiada capital —“puta y santa”, escribe García Sánchez— este líder en ciernes, con su
inseguridad a la hora de armar discursos, su conocimiento de memoria de la obra de
Rousseau, su miopía y una paradójica timidez un tanto altiva que no guardó en el baúl donde
sí se llevó a París una chaqueta de paño negro, un chaleco de satén, tres pares de
pantalones, seis camisas, seis pañuelos y tres pares de calcetines…
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