De una historia mía
Me involucré en eso de las fisuras de vida. Ta vez estrenando mi locura. Venía de tiempo atrás como
vejamen heredado. Siempre por ahí yendo, como embrujado. Tratando de entender todo lo que
relaciona al sujeto con el entorno. En una venidera de recuerdos. Siempre variados. Retrotrayendo,
esos años en familia. Viéndome saliendo del vientre. Veía pasar las cosas. O las acciones. O esos
sueños que siempre me colocaban en malas condiciones de vivencia. Volviendo a ese, mi pasado, es
como cuando los surtidores de vida, se minimizaran al contacto de mi piso, Ese, mi primer lunes;
bajé a al centro de la Tierra. Buscando la huella de Newton. Tratando de justificar los insumos tenido
en consideración. Y vi, en esa huella primaria la incandescencia. Un color rojo como el que más.
Toqué lo absoluto en fuego constante. Traté de explicarme lo sucedido en el antes de ahora milenario.
Pregunté al custodio de lo fugaz. En el entendido que cada brizna del fuego estaba asociada a eses
expansiones de ese líquido amarilloso. O, en otras veces, preguntándole por la continua fusión que
conduce a esos movimientos telúricos.
Casi al tercer domingo, me fui por el camino áspero. Insolente. E hice de Leviatán. Un molde creado
por Hobbes. Para hacer de lo societario un cerrado vuelo. Cortando, de ahí, la imaginación y el libre
albedrio. Fuimos sonsacados y sonsacadas por una teoría de infinitas repecusiones.Y me fui por la
bifurcación. En búsqueda de Copérnico. Y lo encontré con la mirada puesta hacia el Sol. En un
itinerario regulado. Y, tal vez, con una potenciación de la liberalidad del escenario infinito. Lo que
siguió, en mí, fue aquello que se fue al vuelo. En búsqueda de la exterioridad absoluta. Una
materialidad inconclusa, sentía yo.
Pues sí que, mi universalidad, surgió y se desarrolló en los primeros pasos míos. Crecí con esa duda
prepotente. Yendo como si fuera referente aislado de los otros y de las otras. Es más, no los
reconocía ni a ellas tampoco. Ahí con mis hermanas fungiendo de Ser explayado hacia otras
vivencias, sin que fueran las mías. Como en otorgamiento de solidaridad metida en cuerpo ajeno, el
mío. Desplacé toda mi fuerza hacia verme, a mí mismo, cono encumbrado mago que había superado
a la gravedad. Convidando al viaje eterno. Una voracidad casi insulsa. Buscando erosiones en aquellos
y aquellas que me hablaron antes de mi nacimiento.
La tríada, hijo, padre, madre que viví como equívoco vulnerador. Una pasión, no más que eso. Lo
asumí como fundamento de opiniones vertidas a esos ríos viajantes. Los mismos que llegarían al mar
cualquier tarde; de cualquier día, O noche. Ya no lo recuerdo. Lo cierto es que me hice letrado y
contador de todo aquello que podía recordar. Esa madre, cenicienta. Que tuvo el yugo cernido. Nadie,
de nosotros y nosotras, Ahí en la casita que fue su cárcel convenida. A partir de su nexo con el padre.
Llegó un momento en que me sentí el hijo del padre azotador. Una vergüenza que acompañó hasta
el día de hoy.
Empecé la adultez con esas secuelas. Bordeando todo lo habido. Como quien se ufana de saber
hablar, sin saber que lo que habó. Una vinculación con lo inmediato, casi miserable. Por lo mismo
que no logro descifrar la palabra clave; para interactuar. Yo soy lo que soy. Con esos tormentosos
días. Todos juntos. Un cerrado metal que amenaza mis pasos. Mi vida misma. Comoquiera que,
estoy aquí sin que se me hubiera consultado. Esas expresiones apelmazadas, asfixiantes. Defino, en
consecuencia, mi historia, como metido en vientre. Sin saber lo que me esperaba. Sintiendo la
melancolía propia de ese tipo de seres que enfatizamos en lo que somos como sujetos y sujetas
desmirriados. Esa, mi locura, se fue adentrando en mí. Esa locura, la mía, que desdice de lo que he
creído ser. Ahí, al margen de la aventura lúcida.