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Pregón de Navidad 2014
Saluda. Introducción.
Autoridades civiles y eclesiásticas, cofrades, amigos,… hermanos todos en Cristo:
Necesariamente tengo que empezar agradeciendo sinceramente a la Cofradía de la
Santa Verónica, y en particular a la persona de su presidente, Juan Melgarejo, el hecho
de haber pensado en mí para un acto tan importante como es este. Os puedo asegurar
que mi principal pretensión es, básicamente, no defraudarlos (a ellos) y no cansaros
demasiado (al resto).
No es tarea sencilla hacer un Pregón de Navidad. ¿Cómo anunciar algo que
celebramos todos los años? ¿Cómo anunciar aquello que venimos celebrando toda
nuestra vida?
Tengo que reconocer que no sabía bien cómo afrontar esta faena hasta que, me llegó
la iluminación, sin buscarla, en una clase de Filosofía y Ciudadanía de 1º de
Bachillerato. Les estaba explicando una tarea que tenían que hacer en estas
vacaciones. Un alumno, medio en broma medio en serio, se queja. Me dice: “la
Navidad está para celebrarla, no para hacer trabajos de Filosofía”. Todo normal, la
obligación del alumno es quejarse igual que la del profesor es intentar que ellos
trabajen. Todo normal si no fuera porque el alumno en cuestión es musulmán. Yo, en
confianza, le pregunto: “¿es que tú celebras la Navidad?” y él responde: “pues claro,
igual que vosotros” (en el “vosotros” entiendo que entramos todos los que nos
decimos cristianos). Yo insisto: “No me digas que tú montas el Belén”. Responde: “No,
eso no. Pero lo demás igual: los regalos, la cena, la fiesta…”
Qué celebramos en Navidad
Me resultó curioso y me pareció interesante reflexionar un poco sobre qué es lo que
celebramos realmente cuando llega la Navidad. Preparé una actividad para hacerla en
cinco minutos con los tres grupos de Bachillerato a los que le doy clase. Unas cien
encuestas, más o menos. Les repartí un folio con una lista de palabras para que ellos
escribieran al lado, lo más rápido posible, sin que les diera tiempo a pensar, la palabra
que primero les viniera a la mente. Y en medio de esa lista, camuflada, estaba la
palabra “NAVIDAD”.
Tras leer los resultados no creo que os sorprenda si os digo que de las cien encuestas,
al lado de la palabra “Navidad” no aparecían ni una sola vez conceptos como “Jesús” o
“Niño Jesús”, “María”, “Adviento”, “Encarnación”… Ni siquiera otras más presumibles
como “Belén” o “Nacimiento”. Ni una sola vez.
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Insisto en que reconozco que mi “experimento” no tiene ningún valor científico pero
creo que estaréis conmigo en que si lo hiciéramos bien, los resultados no serían muy
distintos.
Los conceptos con los que mis alumnos identifican la Navidad son, por este orden:
“Árbol”, “Regalos”, “Nieve” (sería interesante saber cuántas veces han visto ellos
nevar en Navidad en Jumilla), “Luces” y “Fiesta”.
Creo que es un hecho constatable que la Navidad se ha “universalizado”. Es un
acontecimiento trasversal que abarca, en mayor o menor medida, a los distintos
grupos sociales que puedan constituir nuestro mundo más cercano. Somos muchos,
con distintas orígenes, creencias, culturas,… sin embargo la celebración de la Navidad
no se discute. Es asumida por todos. Y no pasa igual con todas nuestra fiestas,
recordaréis que en alguna ocasión se han oído voces quejándose de las procesiones de
Semana Santa, (con el argumento de que en una sociedad laica y moderna no parece
lo más apropiado). Sin embargo nadie pone en discusión la celebración de la Navidad.
Lo que parece es que, a cambio, el precio que ha tenido que pagar para ser aceptada
por todos, creyentes y no creyentes, es que su sentido religioso se ha ido diluyendo,
poco a poco, hasta casi desaparecer por completo.
No sé si estaréis de acuerdo conmigo. Yo os pongo algunos ejemplos, que sin dejar de
ser anecdóticos, creo que reflejan bien esto que quiero decir: en otro tiempo la música
que se oía a todas horas y en todos sitios en Navidad eran los Villancicos, que
evidentemente, tenían un contenido marcadamente religioso (la Virgen, los pastores,
el ángel…). Hoy también se le canta a la Navidad; pero las canciones navideñas hablan
de paz, amor, ilusión,… mensajes suficientemente asépticos que puedan ser aceptados
por cualquiera.
Otro ejemplo: el cine. Igual que la Semana Santa, la Navidad es una fecha
especialmente propicia para estrenos cinematográficos de temática bíblica. En los
últimos años hemos tenido dos grandes superproducciones: Noé y, este año, Exodus.
Cuál es la diferencia de estas películas con las clásicas que siguen poniendo en TV: La
túnica Sagrada, Los 10 mandamientos, Ben Hur, Quo Vadis?...Aquellas, las antiguas,
ofrecían un mensaje religioso evidente (esa sombra de Jesús que pasa y cura de la
lepra a la hermana y la madre de Ben Hur…). Las películas actuales son de un
contenido mucho más “ligth”, mucho más digeribles para cualquier tipo de público,
sea cual sea su “paladar espiritual”. Se busca más el espectáculo, el entretenimiento,
sin necesidad de tener que implicar mucho al espectador con cuestiones más o menos
trascendentes.
Parecería que la lógica de esta evolución del significado de la Navidad fuera:
aceptemos lo que de oportunidad comercial tiene esta fiesta y apartemos lo que
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tenga de religioso porque nos quita mercado. Una Navidad “cristiana” interesará sólo
a los cristianos. Una Navidad “de paz, amor e ilusión” nos la puede comprar cualquiera.
Siguiendo este argumento es comprensible que sean los grandes almacenes los que
más interés tengan en anunciarnos la llegada de la Navidad. Y tras los grandes
almacenes el resto de los comercios y los publicistas, y… Y cada año la Navidad
comienza antes; ya nos saltamos completamente el Adviento.
Otro detalle, el último: Papá Noël, poco a poco, le va ganando terreno a Sus
Majestades de Oriente. Y es comprensible. La tradición de los Magos está muy
localizada; Papá Noël, Santa Claus, San Nicolás o como queramos llamarlo tiene mucho
más mercado. La celebración de los Magos tiene una significación religiosa muy
evidente. Durante mucho tiempo el 6 de enero, la Epifanía, fue la gran fiesta de la
Navidad. En muchas Iglesias de Oriente lo sigue siendo. En esta fiesta se celebraba no
solamente la llegada de los Magos de Oriente al portal de Belén sino el mismo
nacimiento de Cristo, la Epifanía-Manifestación de Dios hecho hombre. Lógicamente
hay que dar muchas menos explicaciones teológicas si los regalos se los encargamos a
un señor de Laponia, que tiene una fábrica de juguetes y no nos consta que tenga una
relación muy estrecha con el Niño Jesús o con la Virgen María. Además tiene mejores
fechas para colocar su producto, los niños tienen toda la Navidad para jugar con los
regalos; cuando vienen los Reyes ya no nos quedan vacaciones.
Es otra tradición que hemos ido asumiendo porque no nos supone grandes
implicaciones existenciales aunque no tengan ningún arraigo en nuestra cultural. De
hecho eso mismo ha pasado con otras celebraciones: nuestros pequeños ya celebran
en el cole Halloween, y poco a poco, se nos va colando la Fiesta de Acción de Gracias,
este año ya ha sonado fuerte el Black Friday.
Y me he propuesto no hacer mención de otra tradición, esa sí typical spanish, que
tiene tan difícil encaje con el mensaje cristiano como es la Lotería de Navidad. Me he
propuesto no decir ni aquí que el horizonte de esperanza que ofrece la Lotería es, a
todas luces, profundamente antievangélico; no diré nada de que para muchos la
verdadera “esperanza” de la Navidad es hacerse rico el día 22; y no recordaré que
Jesús nos enseñó que es más difícil que entre un rico en el reino de los cielos que un
camello pase por el ojo de una aguja (Mc 10, 25).
Volvamos un momento a los conceptos que proponían mis alumnos: “Árbol”,
“Regalos”, “Nieve”, “Luces”, “Fiesta”. Lo de la “Nieve” ya os he dicho que, en estas
latitudes, no termino de entenderlo; el “Árbol”, curiosamente, tampoco es un símbolo
propiamente cristiano, sabéis que es una adaptación del Árbol perenne o Árbol del
Universo de los pueblos nórdicos, que fue asumido por los cristianismo cuando llegó el
Evangelio a estas tierras. El resto cuadra perfectamente: el ajetreo de la gente
cargando paquetes que entra y sale de unas tiendas adornadas primorosamente, las
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calles iluminadas… el bullicio, el jolgorio… esa es la estampa típica de nuestra
Navidad.
No me entendáis mal. No pretendo en absoluto quitaros las ganas de celebrar nada. En
absoluto. Nada más lejos de mi intención. La fiesta es buena y necesaria. Juntarse para
comer, para reír, pasar un buen rato y hacerse regalos siempre está bien. Ya hablaron
los antropólogos del homo ludens; que no todo va a ser homo sapiens. Que cada uno
haga lo que quiera y como quiera que no soy yo quien para juzgar. Mi intención es
solamente que fijemos por un momento nuestra atención en qué es lo que estamos
celebrando y qué es lo que hay debajo.
Que en una sociedad libre y democrática como la nuestra se proponga que en un
determinado periodo del año la gente se junte para cenar, irse de fiesta y hacerse
regalos, me parece perfecto. Lo que no creo que sea bueno del todo es que, los que
nos llamamos cristianos, casi sin darnos cuenta, acabemos celebrando aquello que no
queremos celebrar, o de la manera que no lo queremos celebrar.
Se supone que los cristianos pretendemos preparar la llegada de Jesús; y para ello nos
preparamos con esmero: engalanamos nuestras casas y nuestras calles, compramos
regalos, organizamos comidas…; pero no sé hasta qué punto, cuando Jesús llegue,
encontrará la casa a su gusto, o más bien, al nuestro.
Lo intento explicar de otra manera, supongo que os suena el proverbio del dedo y la
luna: Cuando el dedo señala a la luna, el idiota mira el dedo. Creo que es
suficientemente explícito.
Cualquier celebración religiosa tiene la función del dedo: señalar ese acontecimiento
que entendemos crucial para la historia personal de cada uno y de toda la humanidad
en su conjunto. Y, con el paso de los años, como en tantos otros aspectos de la vida,
casi sin darnos cuenta, nos hemos ido preocupando cada vez más del “dedo”, de su
cuidado, decoración, de su arreglo… y nos hemos acabado olvidando de “la Luna”.
Mantenemos la fiesta, pero hemos olvidado su significado, o al menos nos lo han
cambiado mientras comprábamos el mazapán y los polvorones.
Lo curioso es que no es la primera vez que esto sucede en la historia. De hecho, es lo
mismo que hicieron los cristianos en su día. Durante los tres primeros siglos los
cristianos no tenían un día en concreto para celebrar el nacimiento de Cristo. Los
Evangelios no dicen nada sobre la fecha del nacimiento de Jesús y, por tanto, no tenía
ubicación en el listado de festividades que recopilan San Ireneo o Tertuliano, que
vivieron en el siglo II. Sin embargo en Roma, al igual que muchos otros pueblos, ya
tenían una celebración el 25 de diciembre, el “Natalis Solis Invicti” (el nacimiento del
Sol Invicto) y las “Saturnales”, por el solsticio de invierno. Cuando el emperador
Constantino se convierte al cristianismo, y con él gran parte de los habitantes del
imperio, se creyó conveniente mantener la festividad, pero cambiando el significado:
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en lugar de celebrar el Nacimiento del Sol Invicto se empezó a conmemorar el
Nacimiento de Jesucristo, la Luz de los cristianos.
Hoy pareciera que se vuelven las tornas. La Navidad corre el riesgo de volver a ser una
fiesta “pagana”, puede acabar convirtiéndose en la gran fiesta del consumismo. Y
esto supone un gran peligro para los cristianos. No lo digo yo, el papa Francisco lo
advertía hace poco más de un año en su Exhortación Apostólica Evangelii Gaudim: “El
gran riesgo del mundo actual, con su múltiple y abrumadora oferta de consumo, es una
tristeza individualista que brota del corazón cómodo y avaro, de la búsqueda enfermiza
de placeres superficiales, de la conciencia aislada (…), ese no es el deseo de Dios para
nosotros, ésa no es la vida en el Espíritu que brota del corazón de Cristo resucitado”.
(n.2)
Y no es sencillo resistirse a la tentación de seguir la corriente dominante. Vivimos en
una sociedad que, aunque pueda aparentar diversidad y pluralidad, en realidad tiende
poderosamente a uniformarnos, a eliminar las diferencias. Hace que nos sintamos
incómodos si no hacemos lo que todo el mundo hace. Hay que entrar por el aro para
no ser señalado.
Todos, cristianos y no cristianos, nos vemos en estas fechas “obligados” a cumplir con
una serie de rituales sin pararnos a pensar un momento si es lo más acorde con la
celebración religiosa que pretendemos conmemorar.
No perdamos la perspectiva. ¿Será interesante que, para celebrar el Nacimiento de
Cristo, hagamos una gran cena en su honor, con todos reunidos en torno a una mesa,
disfrutando de la comida y la compañía? Parece que sí, de hecho, según los Evangelios,
las comidas tienen gran protagonismo en la vida de Jesús. La clave está en tener muy
presente cómo y con quién compartía la mesa Jesús de Nazaret.
¿Será bueno que recordemos la visita de los Magos de Oriente al Niño Jesús con
regalos, sobre todo para los pequeños? Parece que sí. Pero no creo que la imagen de
cualquiera de nuestros niños abriendo un millón de paquetes el día de Reyes refleje
con fidelidad lo que significó aquel acontecimiento. Se oye cada vez menos aquello de
“en la carta se pide una cosa solo, que los Reyes tienen que repartir los juguetes entre
todos los niños del mundo”. Ahora las listas de peticiones son interminables, porque
los Reyes también pasan por la casa de los abuelos, los tíos, los padrinos… Se puede
pedir lo que se quiera porque, aunque no nos portemos del todo bien, aunque
hayamos suspendido hasta la Religión, nos lo traerán.
Olvidamos explicarles a los niños que los Magos llevaron a Jesús Oro, Incienso y Mirra.
Oro, porque era Rey, incienso, porque era Dios; pero también le llevaron Mirra, porque
era hombre. La mirra que se utilizaba para curar las heridas, aliviar el dolor y para
embalsamar a los muertos. Los Magos de Oriente ya profetizaron que en la vida de
Jesús también habría dolor y sufrimiento. Nosotros, sin quererlo, imitamos la escena
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de la famosa película de los Monty Python y rechazamos la mirra. Para nuestros hijos
sólo queremos el Oro y el Incienso.
Y he dicho cualquiera de nuestros niños y no es del todo cierto. Hace unos días, Cáritas
nos advertía de que el 27% de los niños de la Región de Murcia están en riesgo de
pobreza. Eso por no referirnos a la pobreza de fuera de nuestras fronteras.
Pero para eso también tiene bálsamo la cultura consumista que nos envuelve. La
Navidad es tiempo propicio para todo tipo de “Tele-maratones solidarios” que, a
cambio de unos pocos euros, permiten que acallemos nuestras conciencias sin
plantearnos siquiera la necesidad de cambiar unas estructuras económicas que abocan
a nuestra sociedad a unos niveles de desigualdad rotundamente indecentes. El
mercado de los productos de lujo no ha parado de crecer desde que empezó la crisis
económica. “Estructuras de pecado” lo llamaba el papa Juan Pablo II1
, haciendo
referencia a ese tipo de situaciones de las que no somos culpables ninguno
individualmente, pero que con el consentimiento más o menos tácito de todos
provoca un terrible mal en el mundo.
Qué es la Navidad cristiana
Pero aún nos queda una palabra de la lista de mis alumnos que todavía no hemos
comentado: “Fiesta”. Pero fiesta, ¿para celebrar qué? Desde la perspectiva “pagana” o
“no-religiosa” no me pronuncio, no sé muy bien qué es lo que se tiene que celebrar;
(¡¿el solsticio de invierno?!) pero desde una perspectiva cristiana el acontecimiento
merece todo el festejo posible.
Veamos: los cristianos creemos que hay un Dios trascendente, inabarcable e
inalcanzable para el hombre que es el creador de todo lo que existe. Que
precisamente por su omnipotencia no tenía ninguna necesidad de nosotros y sin
embargo, por puro amor, nos creó a su imagen y semejanza para que pudiéramos
disfrutar de la Vida plena que Él es. Y eso implica dotarnos de una libertad que nos
permite poder elegir un camino u otro. Nos dio libertad, pero no nos ha dejado solos.
No ha querido quedarse callado y aislado de sus criaturas sino que ha querido
hablarnos2
. Y nos habla, no por medio de revelaciones o apariciones, sino
encarnándose en la humanidad de Jesús. ¡Ojo! No decimos los cristianos que Dios
haya tomado “apariencia” humana; Dios no “juega” a ser hombre sino que asume por
completo la condición humana3
. Dios se ha hecho realmente carne débil, frágil y
1
Carta Encíclica Sollicitudo Rei Socialis, 36.
2
“Muchas veces y de muchos modos habló Dios en el pasado a nuestros Padres por
medio de los Profetas: en estos últimos tiempos nos ha hablado por medio de su Hijo”,
dice la carta a los Hebreos (1, 1-2)
3
“La Palabra se hizo carne y habitó entre nosotros” (Jn 1, 14)
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vulnerable como la nuestra para mostrarnos, desde una situación de igualdad, cuál es
el Camino, cuál es la Verdad que nos lleva a la Vida (Jn 14,6)4
.
“Os traigo una buena noticia” (Lc 2, 10), dice el ángel a los pastores. Y tanto que lo es.
Para relacionarnos con Dios ya no tenemos que salir de nuestro mundo. Su Palabra se
ha encarnado en la vida entrañable de Jesús de Nazaret que arranca con su
nacimiento de la Virgen María. Y así, hasta los más sencillos pueden entender el
mensaje de Jesús. Y su mensaje es que Dios es nuestro Padre; de todos; y que si
dejamos que su Espíritu habite en nosotros seremos capaces de tratarnos como
hermanos y así disfrutar de una Vida plena y eterna.
Y esto es lo que celebramos los cristianos en Navidad: que, a pesar de lo que nos
digan, aún hay ESPERANZA. Por muchos que sean los sufrimientos que nos rodean, las
injusticias que padezcamos, los sinsentidos con los que convivimos, aún hay esperanza.
Porque la esperanza cristiana es una persona, Jesucristo, el Hijo de Dios, que se hizo
hombre, pobre, en un pueblo perdido de Palestina para transmitirnos con sus palabras
y con sus obras, con su Muerte y Resurrección, que lo imposible es posible. Cristo
rompe los límites de la condición humana y se constituye en el fundamento que hace
posible vivir en un mundo mejor, el mundo que Dios quiere, el Reino de Dios.
El Concilio Vaticano II nos enseña: “El Señor es el fin de la historia humana, el punto en
el que convergen los deseos de la historia y la civilización, centro del género humano,
gozo de todos los corazones y plenitud de sus aspiraciones”5
. Jesús nos enseña el
camino a esa vida de felicidad plena que todos anhelamos: la humildad, el hacerse el
último, el perdón, el preocuparse por los más necesitados…
Y sin embargo vivimos en una sociedad consumista que nos ofrece el camino contrario:
pregona el poder, el tener, el individualismo, el hedonismo zafio y superficial,…
Elegir el camino del Evangelio no es ser masoquista. El problema de los cristianos es
que vendemos muy mal nuestro producto. Nuestras iglesias están llegas de
Crucificados. Y no puede ser de otra forma dada importancia que tiene para nosotros
la muerte redentora del Señor. Pero quizá deberíamos tener más imágenes del Niño
Jesús y del Resucitado. Parece que decimos: el que quiera apuntarse que sepa que va
a tener que sufrir mucho e incluso llegar a la muerte. Pero el Evangelio comienza en la
Encarnación (Dios se hace hombre por amor) y acaba en la Resurrección. La muerte no
4
Esto es muy grande: en otras religiones tenemos a dioses “disfrazados” de hombres,
o “semidioses”, mezcla de dios y humano. No es eso lo que ocurre con Jesús. Tenemos
a un Dios que se despoja de su divinidad para asumir plenamente la condición
humana. En palabras de san Pablo: “El cual, siendo de condición divina no hizo alarde
de su categoría de Dios, al contrario, se despojó de su rango y tomó la condición de
esclavo…” (Flp 2, 6-8)
5
Constitución pastoral Gaudium et Spes, 45.
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tiene la última palabra. Si vivimos como Jesús, posiblemente padeceremos, porque el
amor implica dolor, pero acabaremos en la Resurrección, teniendo una Vida plena
que no se acaba ni siquiera con la muerte. Esa es nuestra esperanza. Eso es lo que
celebramos los cristianos en Navidad.
Y sabemos que esto es así, no porque lo digan los curas o el papa, sino porque cuando
una persona lo lleva a la práctica, su vida se ilumina y acaba siendo un modelo para
nosotros. Me estoy acordando, por ejemplo del Obispo D. Javier Azagra Labiano que,
además, hizo el primer pregón de Navidad, allá por el año 2001, invitado por la
Cofradía de la Verónica. Es solo un ejemplo pero seguro que vosotros estáis pensando
en muchos más.
Concluyo: pensemos en nuestros niños y en nuestros jóvenes. Unos jóvenes a los que
muchos les auguran un futuro tremendamente oscuro y sin ningún tipo de salida. Si no
somos nosotros, los cristianos, los que les transmitimos la esperanza, ¿quién se la
ofrecerá?
Que Dios nos bendiga a todos y a nuestras familias y que su Espíritu nos ayude a vivir el
verdadero mensaje de la Natividad del Señor.
Muchas gracias.
Juan Miguel Ríos Moreno,
21 de diciembre de 2014