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¿QUÉ PASA CON LAS BOLSAS?
Manfred Nolte
El ministro de Economía y Competitividad en funciones, Luis de Guindos, ha
afirmado días atrás que "la economía española ha entrado en 2016 con un ritmo
de crecimiento próximo al 3,5%", y que los indicadores de seguimiento siguen
mostrando una cara halagüeña. La balanza por cuenta corriente continua con
saldo positivo y la capacidad de financiación respecto del resto del mundo se
sitúa en un 2,2% del PIB en acumulado anual. La evolución de la producción
industrial, las ventas de las grandes empresas y los índices de confianza,
incluido el índice de sentimiento empresarial (PMI), son excelentes. Y en
especial la tasa de creación de empleo, traducida en afiliaciones a la Seguridad
Social, prácticamente se ha triplicado en el último trimestre de 2015. El cuarto
trimestre de 2015 ha supuesto el noveno consecutivo de aumento no estacional
en el número de afiliados.
No es solo la voz del gobierno en funciones. De forma unánime las casas de
estudios y las fabricas de ideas coinciden en el diagnóstico:La economía
productiva española no pierde ritmo en enero de 2016. BBVA Research señala
que “los datos de actividad económica muestran que la recuperación continúa” y
que por el momento no se observan efectos significativos de la gran
incertidumbre que nos acompaña tanto desde el exterior como desde nuestro
propio contexto político interno. La poderosa agencia de calificación crediticia
Standard and Poor’s (S&P) mantiene intactas sus previsiones macroeconómicas
para la economía española. Tras un ascenso del PIB del 3,2% en 2015, desde
S&P prevén que el crecimiento sea del 2,7 % en 2016 y del 2,4 % en 2017. Y así
muchos observadores más.
Si esto es así, y no hay ninguna razón para ponerlo en tela de juicio, ¿cómo es
posible que el índice bursátil español, el selectivo Ibex 35, venga comportándose
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tan rematadamente mal ya desde mediados del pasado mes de diciembre y en
particular en los días transcurridos del nuevo año?
La pregunta reviste una importancia capital no solo para millones de
ahorradores que sufren la incidencia bursátil directa o indirectamente, sino por
la relación que las caídas de los parques acaban finalmente teniendo sobre el
consumo de un país y en consecuencia sobre sus tasas de crecimiento y empleo.
Desde el inicio de 2015 con una panorama de tipos de interés cercanos a cero,
los Bancos apenas reclutaban depósitos de la clientela aconsejando su inversión
en Instrumentos de Inversión colectiva, fondos de inversión o, en su caso,
planes y fondos de pensiones. Descartada la renta fija con tipos igualmente en
mínimos históricos, el discurso de Bancos y otros consejeros de finanzas era de
forma unánime que ‘solo en la Bolsa cabía hallar algo de valor’. Con mayor o
menor concentración en la renta variable, la gran mayoría de estos vehículos
financieros tienen exposición a la renta variable y registran al día de hoy
pérdidas significativas.
No se trata aquí de culpabilizar a nadie. Desde los tristes episodios
desencadenados con las participaciones preferentes, las acciones subordinadas
y otros productos de difícil interpretación, la cultura financiera de la clientela se
ha acrecentado y cada cual es responsable de sus actos. Pero la herida escuece,
sobre todo en aquellos pequeños ahorradores que pusieron su esperanza en
alcanzar alguna remuneración positiva en un plazo no muy dilatado y se ven
ahora obligados, al disponer de la inversión, a materializar sus pérdidas de
manera definitiva.
Pero siendo esto de especial relevancia, todavía lo es más el efecto que la
pérdida latente en las inversiones citadas, aunque no se materialicen, pueden
tener sobre el consumo doméstico y después sobre crecimiento y empleo.
Fueron los economistas Richard Brumberg y Franco Modigliani quienes
recordaron ya en 1954 que el consumo a largo plazo de las familias no solo
depende de la renta disponible presente sino también de su riqueza –en
particular la riqueza financiera- que en las actuales circunstancias de depresión
bursátil se halla seriamente afectada. Aun no llega la sangre al rio, aunque no
puede perderse de vista.
Vamos de nuevo a la pregunta: ¿Qué pasa con las bolsas, en plural, ya que el
desplome está afectando a todas de forma generalizada?¿Qué pasa con el índice
español que sufre un enorme batacazo volviendo a mínimos de 2013 y que a la
perdida del 7,1% de 2015 agrega en lo que va de 2016 otra del 10,5%?
Pasa lo que ya sabemos desde hace meses. Que en un mundo altamente
interrelacionado nadie es ajeno a nada aunque el juego vaya por regiones y
países. Va cobrando mas evidencia que la globalización es un arma de dos filos,
capaz como es de promover y socializar tanto lo bueno y positivo como lo malo y
negativo. Hoy cobra renovada evidencia el hecho de que los problemas China y
otros gigantes emergentes no pueden ser ignorados por nadie. A un mercado
bursátil solo apto para suicidas, China agrega la amenaza de una profunda
depreciación de su divisa. La caída de su tasa de crecimiento superior al 10% en
2010 hasta el 6,3% esperada este año rebana el crecimiento mundial en 0,75
puntos porcentuales. Y eso afecta a las expectativas de todos, también las de
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España.
Luego se ha juntado el precio del petróleo que ha convertido lo que era
inicialmente un mero trasvase de rentas de países productores a países
consumidores -un juego de suma cero o ligeramente positivo- en un quebradero
de cabeza con repercusiones técnicas y geopolíticas.
Hay otros ‘cisnes negros’ en ciernes o sea, eventos temidos, poco cuantificados y
que se almacenan junto a aquellos conocidos en el depósito de las
incertidumbres: atentados islámicos, Brexit, ciberataques contra el sistema
financiero, cambios en la política internacional (Trump, Merkel), desastres
climáticos o epidemias, y otros más.
No obstante, sobre el valor predictivo de la actual crisis bursátil en la economía
real española procede recordar la irónica sentencia del nobel Paul Samuelson:
“las bolsas de valores han vaticinado al menos nueve de las últimas cinco
recesiones”. Aunque nunca debemos olvidar que venimos de un máximo
histórico de 16.000 en la antesala de la gran crisis de 2008. Lo cual nos advierte
que estamos aun muy lejos de la recuperación y de la normalidad.
Terminaré anunciando una par de noticias: una buena y otra mala. La buena es
que no creo en los negros augurios como los lanzadas por determinados Bancos
o Casas de Inversión, como por ejemplo Royal Bank of Scotland o JP Morgan.
Según ellos un “cataclismo” del tamaño y virulencia del de 2008 está encima y
los inversores deben vender ya toda su cartera excepto los bonos de la máxima
calidad. En España, el Ibex sólo recoge dudas y miedos, también los que se
refieren a la formación de nuevo gobierno y a la continuidad de la senda
reformista, pero no es creíble que optemos por pegarnos un tiro en el pie, con lo
que dudas y miedos no se traducirán finalmente en hechos.
La segunda noticia, la mala, es que yo pudiera estar equivocado.