Declaracion Imp. a la Renta 2023 WQ N_872620737203.pdf
Spitzenkandidat Sanchez
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EL CONFIDENCIAL.
SPITZENKANDIDAT SANCHEZ: 110 COMPROMISOS.
Manfred Nolte
La lectura del documento ‘110 compromisos con la España que quieres’, que es a
la vez el lema de precampaña de Pedro Sánchez y la compilación de las promesas
electorales con las que el PSOE concurre a la gran cita del 28 de abril, suscita de
primeras la benevolencia del lector imparcial. El texto de 48 folios es compacto e
inteligible, enuncia los compromisos sin tapujos y narra todo lo que un lector
ávido de buenas noticias está deseando leer y escuchar. Hasta el logo blanco del
corazón y la barra oblicua que parecen jubilar al más agresivo del puño y la rosa,
transmite un mensaje de transición a la centralidad ordenada, que no puede sino
sorprender positivamente. El programa de Pedro Sánchez pretende incluir todo
lo bueno y aspiracional del mundo, al menos en el plano de lo teóricamente
posible. Hay que intuir y descubrir después -sobre todo en los enunciados
económicos que a nosotros nos atañen- en qué lugar las fantasías suplantan a las
realidades y en qué medida los daños operacionales o las disfuncionalidades
pecuniarias invalidan medidas electoralistas que pueden caer en el cesto de las
populistas o utópicas.
Una de las más graves que el folleto programático socialista incluye ‘en passant’,
como dicen los franceses, esto es, de forma cautelosa y sin excesivo énfasis
cuantitativo viene recogido en el compromiso número 45. Solo él hace superfluo
y convierte en secundario el debate de aspectos numéricos del resto de epígrafes
con incidencia económica. Expresa el citado compromiso lo siguiente: “45.
Convergeremos paulatinamente hacia el promedio de recaudación de la Unión
Europea. Reforzaremos la progresividad del sistema fiscal, incrementando la
aportación de las grandes empresas, y de los contribuyentes de ingresos más altos
y con mayores patrimonios. Mejoraremos la equidad entre la fiscalidad de las
rentas del capital y las rentas del trabajo.”
Lo que nos retorna una vez más al espinoso mundo de la fiscalidad y al de los
recursos impositivos.
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Pedro Sánchez retoma la línea de los estrellados presupuestos de la pasada
legislatura y presenta aquí su brillante versión corregida y aumentada. Como se
ha comentado, la exultante batería de medidas de gasto incluidas en el programa
socialista aspira a recoger todo lo bueno que socialmente existe en el idílico
mundo de los imposibles transportados a la plataforma terrenal: inversión en
Educación y becas que lleguen al 5% del PIB; gratuidad de las escuelas infantiles
desde los cero años y gratuidad en las primeras matrículas universitarias; revisión
del copago farmacéutico hasta su extinción; establecimiento de un ingreso
mínimo vital para paliar la pobreza infantil; recuperación de la senda europea de
inversión en I+D+i; abolición de la ‘regla de gasto’; ampliación del permiso de
paternidad; derogación de aspectos clave de las pasadas reformas de las
pensiones como el índice de revalorización y reforma del factor de sostenibilidad;
eliminación de las reformas laborales de Zapatero y Rajoy y elevación del salario
mínimo hasta los 1.200 euros; inversiones de transición hacia un modelo
energético renovable; promoción de la vivienda de alquiler social y
restablecimiento de la renta básica de emancipación. Y así hasta 110 hazañas más.
Como todo lo anterior constituye una elevación cuántica del gasto, sobre todo en
materia de las prácticamente desahuciadas pensiones, Pedro Sánchez propone
una auténtica guerra recaudatoria. Lo señala ‘sotto voce’ el ya referido
compromiso 45: “convergiendo hacia el promedio de recaudación de la Unión
europea”. ¿Qué significa en números y en euros la aparentemente inocua
convergencia hacia el promedio europeo? Dado que la presión fiscal en España es
siete puntos de PIB inferior a la de la zona euro (34,5%, frente a 41,4%,
respectivamente) estamos hablando de un aumento en los ingresos fiscales de
84.000 millones de euros (7% de 1.208.248 MM). Tal crecimiento es
sencillamente utópico, pero tampoco responde a un criterio de agravio
comparativo. No puede compararse la presión fiscal de un país como España con
una tasa de paro del 15% a otros países que gozan de pleno empleo con tasas de
paro inferiores al 5%. La presión fiscal española es equivalente a la de varias
potencias económicas mundiales y supera la de países como Estados Unidos,
Irlanda o Suiza, modelos no precisamente despreciables. No parece asumible por
lo demás decapitar el actual equilibrio público/privado como si el Estado fuera la
panacea de la productividad y de la eficiencia con relación a las de consumidores
e inversores privados.
Pero es que además el vasallaje al que remite la financiación de dicho aumento
“Reforzaremos la progresividad del sistema fiscal, incrementando la aportación
de las grandes empresas, y de los contribuyentes de ingresos más altos y con
mayores patrimonios. Mejoraremos la equidad entre la fiscalidad de las rentas
del capital y las rentas del trabajo”, omite una importantísima consideración
económica. Aquella referida a que los impuestos son distorsionantes, lo que
significa que los agentes económicos modifican sus conductas como consecuencia
de ellos, cambios que redundan en pérdidas de eficiencia y del nivel de bienestar
social. Rara vez, por no decir nunca, la política fiscal estudia minimizar dichas
distorsiones. Más aun, la progresividad fiscal puede perjudicar al crecimiento y
el empleo si el paso actual de la economía española se instala en el lado
equivocado de la curva de Laffer. Entonces, más impuestos serán menos ingresos
fiscales, menor crecimiento y más desempleo. La progresividad de un sistema
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fiscal tiene también mucho que ver con el gasto, de tal manera que también el
sistema de subvenciones sea estrictamente social, equitativo y eficiente.
Los compromisos económicos del Sr. Sánchez incluidos en su repertorio de 110,
son mera ficción y por lo tanto engañan a sus propios promotores y a aquellos a
quienes se dirigen. Vienen a cuento aquí las palabras recogidas días atrás en este
mismo medio en la pluma de Joseba Arregui: “Afirmar que vivimos en una
sociedad de ficción que lo engulle todo no implica que las ficciones no tengan
consecuencias. Estas son muchas veces muy graves precisamente porque la
ficción está gobernada por sus subjetividades irresponsables, no limitadas por
ninguna objetividad real”.