2. Basaba su forma de entender la arquitectura en una exquisita simplicidad que se puede
resumir, perfectamente, en una de sus frases favoritas: menos es más.
Su interés por los materiales como elemento expresivo definirá particularmente su
obra; piedra, mármol, acero, vidrio, serán utilizados por Mies en su más absoluta
desnudez y pureza adquiriendo con ello una trascendencia poco común. En su obra, a
veces, más que la propia envoltura que crea con los materiales, llama poderosamente la
atención la sabia utilización que sabe hacer de esos materiales.
Para él, el hierro y el hormigón en lo que tienen de sólido e instrumental, no sólo
físicamente sino simbólicamente, deben ir al interior, como un fuerte esqueleto,
mientras el vidrio era como un brillante velo que podía extenderse sobre el esqueleto
para formar la piel; “construcción de piel y huesos” llama Mies a esta fórmula.
Sus espacios no son nunca cerrados y esa es otra de sus principales características. Se
abren, se distienden hacia el exterior buscando la integración con el entorno. Rechaza
la forma en cuanto tal si esta no lleva una función. Decía: “no queremos problemas
de forma, sino solamente de construcción. La forma por sí no existe. La forma tomada
como fin desemboca en el formalismo que rechazamos”. Con esta postura, Mies define
la esencia del racionalismo.
En 1930 es nombrado director de la Bauhaus. El nazismo le obliga a emigrar a Estados
Unidos, donde fundó el Instituto de tecnología en Illinois, que, en cierto modo, sigue la
línea experimental de la Bauhaus. Allí, hará realidad muchas de sus ideas como el
Edificio Seagran o el Crwon Hall.
Mies perfecciona el rascacielos hasta convertirlo en símbolo del estilo Internacional. La
arquitectura de piel y huesos ofrece el máximo rendimiento con los mínimos medios y
hace realidad el célebre “menos es más” (less is more). El Seagram viene precedido de
una gran plaza que, además de servir de base al edificio, resalta su masa de 38 plantas
de bronce mate y vidrio ámbar gris. Las ventanas, continuas de suelo a techo, sin
parapetos, pura estructura muro cortina, acentúan la sensación de verticalidad.
3.
4. Pabellón alemán de la Expo de Barcelona. Mies van der Rohe.
Racionalismo funcionalista.
Construido en 1929, fue demolido tras la Exposición Universal. En 1986 se reconstruyó
en el mismo emplazamiento. Es una arquitectura abierta en la que los espacios fluyen
entre las habitaciones y no se siente nunca la sensación de encerramiento.
El Estado alemán encargó a Mies van der Rohe el proyecto de un pabellón para la
inauguración de la Exposición Universal de 1929 en Barcelona, tenía una función
protocolaria (acoger la recepción del rey Alfonso XIII durante la inauguración de la
Exposición), pero también simbólica: reflejar los nuevos valores de la República de
Weimar: transparencia, austeridad, perfección y racionalismo.
Así, la austeridad, la claridad formal (formas puras y simples) y el rigor plástico del
pabellón evocaban los nuevos valores racionalistas y democráticos. Mies aplicó su
teoría de la “construcción de piel y huesos”: acero y hormigón como estructura, y vidrio
a modo de piel brillante que recubre el esqueleto.
El edificio, que no tiene una fachada en sentido estricto, se erige sobre un podio
rectangular, al cual se accede a través de una escalera de ocho peldaños. Situado ante la
entrada principal, se halla un estanque rectangular, cuya superficie de aspecto
acristalado parece una continuación de los paneles de vidrio que delimitan el espacio
interior del edificio. El suelo, a veces firme, a veces quieto estanque.
5. Un muro corrido de travertino romano enlaza la construcción principal con la zona de
servicio –despachos y aseos-, localizada al otro extremo, junto al estanque. Recorre
parte del muro un banco del mismo material.
Destaca la cubierta, totalmente plana y horizontal, que se adelanta en voladizo respecto
a la estructura inferior por un extremo, mientras que por el otro deja descubierto un
pequeño patio con un estanque. El efecto resultante es el de una lámina totalmente plana
que se hubiera deslizado hacia delante.
En una esquina de este último patio, la estatua Mañana, de Georg Golbe, es la única
concesión al figurativismo en un entorno de paredes lisas de mármol verde.
Mies buscó el contraste entre la geometría estricta del Pabellón y el entorno natural que
le ofrecía el parque de Montjüic.
La cubierta se sostiene sobre ocho pilares metálicos cruciformes. Los pilares están
claramente separados de los muros para que sea evidente que estos últimos no son de
carga sino que definen el espacio. Así, grandes rectángulos de mármol verde o de cristal
transparente u opaco forman paredes ilusorias, que tanto cierran el espacio,
delimitándolo, como lo abren al exterior, desdibujándolo. La capacidad reflectante del
agua de los estanques potencia esta sensación.
La disposición de los planos rectangulares, abiertos en diferentes direcciones, genera la
peculiar relación entre interior y exterior, y contribuye, a la vez, a integrar el edificio en
el entorno.
El resultado es un recinto abierto y polivalente, donde la frontera entre “dentro” y
“fuera” se difumina.
En el corazón mismo del pabellón reside su gran joya: el muro central de ónice dorado
del Atlas, de excepcional colorido, cuyas bellas aguas crean un intenso efecto
escultórico.
6. Esta pared dorada, junto a la alfombra negra y la cortina roja, completan la
ornamentación, y sus colores aluden a los de la bandera alemana.
Arquitectura pura y refinada como ninguna otra, no fue concebida para la exposición de
objetos de ninguna clase. Sólo los Sillones Barcelona, diseñados por el propio Mies
para la ocasión, que popularizó los muebles fabricados con tubo metálico. La
arquitectura se justificaba en sí misma.