El siervo despiadado en clave hospitalaria (perdonar)
Buen Samaritano - XXI Jornada Mundial del Enfermo
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Presentación
La preocupación de la Iglesia por el mundo de los que sufren y sus familiares, por
los agentes sanitarios, por los agentes pastorales así como por los voluntarios
encuentra su expresión este año en el tema que ha elegido el Santo Padre Benedicto
XVI: “Anda y haz tú lo mismo” (Lc. 10,37).
Palabras antiguas, pero siempre actuales, las que Jesús dirige a su interlocutor, el
cual, insistiendo aún más, le apremia con dos preguntas incisivas: “Maestro, ¿qué debo
hacer para obtener la vida eterna?” y acto seguido “¿Y quién es mi prójimo?”. (Lc. 10,
25,29).
La parábola evangélica no pierde nunca su comprometedora actualidad, sobre todo
para quienes viven en su carne el misterio del dolor y de la soledad, y que
encuentran en su camino personas que han respondido positivamente a la invitación
de Jesús: “Anda y haz tú lo mismo”, haciéndose así continuadores y testigos de Aquel
que en primer lugar y para todos es el Buen Samaritano, que venda las heridas del
cuerpo y del espíritu con el consuelo que brota de la cercanía, de una con-‐‑
participación atenta y presurosa, que infunden paz, serenidad y esperanza.
Aprovechando toda la riqueza de esta imagen evangélica, que siempre acucia a la
Iglesia y a todos los creyentes, y que el Santo Padre ha elegido como tema para la
Jornada Mundial del Enfermo del 2013, el Consejo Pontificio para los Agentes
Sanitarios (para la Pastoral de la Salud) ha tenido a bien redactar el presente Soporte,
traducido a diversas lenguas y válido para todo el Año Litúrgico, dividido en tres
momentos fundamentales (Adviento-‐‑Navidad, Jornada Mundial del Enfermo en la
Conmemoración Litúrgica de la Bienaventurada Virgen de Lourdes, Cuaresma-‐‑
Pascua), para ofrecer a los enfermos, a los agentes sanitarios, a los agentes pastorales,
a las familias y a los voluntarios unos puntos de reflexión teológica,
profundizaciones pastorales y formularios de oración, con el fin de que siga
resonando el acuciante llamamiento que Jesús sigue dirigiendo, de manera
específica, al mundo del sufrimiento y de la asistencia sanitaria en sus diversos
componentes: “Anda y haz tú lo mismo”.
El propio Via Crucis que se incluye al final, retoma el mismo tema propuesto por el
Santo Padre, haciéndolo motivo de contemplación y de oración en el itinerario que
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4. llevó a Jesús a ser en su Cruz Gloriosa el Buen Samaritano que se inclinó sobre los
sufrimientos humanos hasta el tormento del máximo abandono y desgarro, para
pasar de allí a la gloria de la Resurrección.
Al confiar a toda la Iglesia este Soporte, se pretende, en fin, crear esa comunión de
gracia, de oración y de caridad recíproca que ve en el misterio del sufrimiento y en el
mundo sanitario ese testimonio mutuamente reflejado, concreto y cotidiano, de los
que hacen el bien al que sufre y de los que hacen el bien con su propio sufrimiento.
Al entrar, con este instrumento de reflexión y de oración, en vuestras casas, en los
lugares y estructuras de los cuidados asistenciales, y haciéndome con vosotros y para
vosotros testigo de la continuada atención amorosa de Jesucristo, os imparto mi
Bendición.
†Zygmunt Zimowski
Presidente
del Consejo Pontificio
para los Agentes Sanitarios
(para la Pastoral de la Salud)
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5.
1 En el tiempo de Adviento
contemplamos el Misterio de la Virgen Inmaculada
Apuntes de reflexión teológica
“Anda y haz tú lo mismo” (Lc. 10,37)
“Anda”. Inmediatamente después del anuncio del Ángel y de la concepción del Hijo,
María se encamina con presteza hacia la montaña para visitar a su prima, que de allí
a tres meses iba a dar a luz un hijo.
María va, va hacia su prima Isabel. Este ir tiene su motivo en el Misterio que se ha
hecho presente en su vida y en la de Isabel, y que las ha unido de forma
insospechada “desde arriba”. Pero en este ir, correlativo a este primer móvil, e
inscrito en él, se da también el motivo de visitarla y de ayudar en sus últimas
semanas de embarazo a su prima, que “era de edad avanzada”(Lc 1,18).
La de María es una “visitación”, y la visitación es un modelo de relación con el otro
en cuanto tal. Visitar significa ante todo hacerse presente, hacer posible al otro el
gozo por la presencia propia. El hombre, en efecto, en su condición de criatura
espiritual, es un ser presente que vive y goza de la presencia de otro.
El meollo de la visitación de María, sin embargo, no se limita a este simple dato, por
más que sea esencial. María, al dirigirse a casa de Isabel, al llevar su propia presencia,
lleva la del Niño que porta en su seno. Y verdaderamente es el Niño quien está en el
origen de toda la dinámica de la visitación y en definitiva del encuentro. Radica en la
comunión que une a los dos niños donde se encuentran las dos madres.
Además de visitar, María se queda. Durante tres meses, María permanece con Isabel.
La visitación, por un lado, se realiza al instante y todo está ya presente en un único
momento; por otro lado, la verdad del encuentro pide un tiempo, que es el tiempo
del otro. Los tres meses son el tiempo de Isabel, y María se queda tres meses.
El detenerse siguiendo la medida de la necesidad ajena es lo que hace verdadera a la
visitación.
“Anda y haz tú lo mismo” (Lc. 10,37), Anda y “haz tú también misericordia”. ¿Pero de
qué misericordia se trata? ¿Cuál es la misericordia que realiza María, haciéndola
presente?
Ella misma la proclama en el cántico que entona en el encuentro: Dios, el Poderoso,
“se acordó de su Misericordia” (Lc 1,54). La misericordia que está aquí en juego es la
“Suya”, la misericordia del “Santo”, de Dios.
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6. Y es a esta misericordia a la que debemos dirigir la mirada si queremos empezar a
comprender algo del misterio de ese ir de María.
El hacerse presente de “Su misericordia” en María se cumple en la concepción de Ella
misma: la Inmaculada Concepción. María es la Inmaculada, la Toda Hermosa (tota
pulchra), la Toda Santa (panagia). La misericordia de Dios, obrando en Ella, ha
definido enteramente su ser reconstituyéndolo desde su origen.
La misericordia del Señor ha establecido en Ella un principio nuevo. Cuando Dios
obra, lleva a cabo siempre algo nuevo: “Hé aquí que yo hago nuevas todas las cosas” (Ap
21,5), “hé aquí que yo hago ahora una cosa nueva” (Is 43, 19). Y el “inicio” es decisivo,
porque todo lo que María hace, lo hace a partir de aquel inicio. Esto significa que la
novedad de su obrar tiene su secreto en la novedad del inicio que está puesto en Ella
y que, por lo tanto, ahora Ella misma es.
María con su misma presencia es misericordia, porque está la misericordia del
“Santo” en su inicio.
“Anda y haz tú lo mismo” (Lc. 10,37), Ve y lleva tú también la misericordia que ha sido
puesta en el inicio de quien eres y de tu propio existir.
El Apóstol Pablo explica esta admirable dinámica. La salvación, en ausencia de la
cual todo se precipita en la nada y en el sinsentido, “no proviene de vosotros”, “ni
proviene de las obras” (“haz tú también”), “sino que es don de Dios”: “Somos en efecto obra
suya” (Ef 2,8-‐‑10). María lo es de manera típica, perfecta.
“Somos, pues, obra suya. Dios nos ha creado en Cristo Jesús, para que nos dediquemos a las
buenas obras, que de antemano dispuso él que practicásemos” (Ef 2,10).
Por tanto cuando “hacemos misericordia” llevamos a efecto y hacemos manifiesta, y
por tanto visible y experimentable, la misericordia de la obra de Dios en nosotros
mismos. Como dice el poeta: “Es un milagro. Un milagro perpetuo, un milagro
anticipado, Dios se nos adelantó, misterio de todos los misterios, Dios comenzó”.
“Todos los sentimientos, todos los impulsos que nosotros debemos tener para con
Dios, Dios los tuvo para con nosotros, empezó teniéndolos por nosotros”. Aquí, en
especial deberíamos decir que lo que el Hijo nos pide en relación a los otros, Él ya lo
ha hecho por nosotros.
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7. Apuntes de reflexión para los enfermos,
sus familias y para los agentes sanitarios
Cuando Jesús quiere explicar el mandamiento fundamental de su mensaje, que es el
precepto de la caridad, presenta la parábola del Buen Samaritano (cf. Lc 10,25-‐‑41), y
cuando quiere presentar los criterios del juicio final, pondrá como motivo de
bienaventuranza las obras de misericordia llevadas a cabo, y entre éstas el cuidado
de los enfermos (cf. Mt 25,31-‐‑36), afirmando que cuanto se hizo en este ámbito se le
hizo a él mismo.
Todavía más, particular importancia tiene la conclusión del Evangelio de Marcos,
porque aquí se trata del encargo de cuidar y de curar que se exige a todos los
creyentes (cf. Mc 16,17-‐‑18).
La pastoral de la salud por tanto representa la actividad desarrollada por la Iglesia en
el sector de la sanidad, es expresión específica de su misión y manifestación de esta
ternura de Dios para con la humanidad doliente. Un testimonio de un servicio que
debe animar a la Iglesia en la perspectiva de una visión de la salud, que no es la
simple ausencia de enfermedad, sino un modelo de salud que se inspira en la
“salvación saludable” ofrecida por Cristo: una oferta de salud “global” e “integral”,
que sana al enfermo en su totalidad.
En esta perspectiva, la Iglesia se acerca a quien está en el dolor con compasión y
solidaridad, haciendo suyos los sentimientos de la misericordia divina. Este servicio
al hombre probado por la enfermedad reclama la estrecha colaboración entre
profesionales sanitarios y agentes pastorales, asistentes espirituales y voluntariado
sanitario.
De aquí el deber de todo cristiano de ser un Buen Samaritano que –como afirma la
Carta Apostólica Salvifici doloris– es todo hombre que se detiene junto al sufrimiento
de otro hombre, es todo hombre sensible al sufrimiento ajeno, que se conmueve ante
la desgracia del prójimo” (cf. Nº 28); es todo hombre que trata de ser y que quiere ser
“las manos de Dios”.
Se trata de un encuentro asistencial socio-‐‑sanitario y pastoral que podemos
representar a modo de ejemplo así: dos caminantes se encuentran por el camino de la
vida. Uno lleva sus necesidades, sus carencias, sus dolores a otro que ha estudiado
para ayudar, que declara estar capacitado para ayudar, y está autorizado a dar esta
ayuda.
En la realidad este encuentro está motivado por una petición de ayuda con vistas a la
recuperación de la salud, pero constituye también el lugar de expresión de una
exigencia de relación humana; primero la del agente sanitario, como exigencia de
darse; segundo, la de la persona enferma, de confiarse. Una relación asistencial a la
luz de la Palabra de Dios, que significa ponerse junto al que sufre, en el camino de
compartir, en el que el testimonio de solidaridad del agente sanitario puede
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8. contribuir a que el que sufre encuentre en sí mismo el valor necesario para elaborar
soluciones adecuadas, nuevas adaptaciones psicológicas, así como para dar un
“sentido” a su mismo sufrimiento, para que se convierta en crecimiento personal y
espiritual.
En este encuentro podemos ser solo portadores de una solidaridad humana, pero
como cristianos, estamos llamado a ser agentes de cuidado y de curación en el
sentido más amplio (cf. Mc 16,17-‐‑18), puesto que el primer acto terapéutico es llevar
el testimonio del amor de Dios a los que sufren.
En el ámbito de esta relación humana es donde el profesional y el agente pastoral,
naturalmente dentro de los límites de sus respectivas competencias, facilitan y
promueven los diversos itinerarios que llevan a los que sufren y a sus familiares, a
entrar en contacto con sus propios recursos interiores y, si es el caso, con el Dios en
quien creen, ayudándoles a dar un sentido a la propia situación de vida.
Una búsqueda de sentido que comienza con la aceptación de la propia situación. Es
necesario un camino interior para aceptar que se está enfermo, que se es
dependiente, que no se es ya autosuficiente. En este encuentro se experimentan los
límites humanos, como la relatividad de toda ayuda humana, porque no siempre se
puede curar; o la distancia insalvable entre un agente “sano” y una persona “que
sufre”, aun cuando esta presunta salud hay que considerarla en sentido relativo.
En efecto, la pertenencia a una común naturaleza humana del profesional y del
agente de pastoral, con sus consiguientes limitaciones, hace que esta relación
asistencial deba ser comprendida correctamente como un encuentro entre “personas
que sufren” que tratan de ayudarse recíprocamente. Como cualquier persona
humana, el agente no puede sustraerse al sufrimiento que va unido a la soledad, al
crecimiento, a las separaciones, a las pérdidas físicas y afectivas, a los vacíos
existenciales, a la inmadurez, a los incumplimientos, al pecado. Junto a estas heridas
pueden darse otras ligadas al tipo de trabajo, que conlleva el vivir en continuo
contacto con situaciones de sufrimiento y de luto.
Si la persona que sufre tiene que tratar de dar un sentido a su propia situación vital,
también el profesional tendrá que dar un sentido al sufrimiento con el que se
encuentra: de la respuesta personal se seguirá la actitud hacia el otro.
De hecho existe el peligro de permanecer atrapados en la seguridad de la
competencia adquirida y utilizar la profesionalidad para evitar el deber, mucho más
difícil, de ser “compasivo”. Pero es precisamente esto lo que distingue al Buen
Samaritano de los otros que pasaban en la Parábola, en los que este sentimiento era
tan débil, que no era suficiente para sacarles de sus ocupaciones, aun siendo
plenamente legítimas.
La asistencia, por tanto, incluida la pastoral, debe ser interpretada de un modo más
realista como un encuentro entre dos personas que recorren juntos un trecho de vida
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9. ayudándose recíprocamente, e interpretando las situaciones a la luz de la Palabra de
Dios.
En conclusión, estas consideraciones ponen en evidencia, por un lado, la pobreza y
los límites de la ayuda humana y, por otro, la pobreza del sufrimiento; pero es
precisamente esta “humanidad herida” el lugar de encuentro.
En su historia terrena, Jesús pone de relieve también el estado de ánimo de la
situación de una persona que sufre, cuando en la noche de la pasión suplica ser
liberado del cáliz del sufrimiento (cf. Mc 24,36) y confiesa tener “el alma triste hasta la
muerte” (Mc 14,36), descubriendo luego con amargura que no puede contar con la
solidaridad de sus discípulos, hasta el punto de decir: “no habéis sido capaces de velar ni
una sola hora conmigo” (Mt 26,40).
La enfermedad es una experiencia traumática que atenta contra la integridad física y
psíquica del hombre, comporta una brusca ruptura de la cotidianeidad y hace
percibir inmediatamente la fragilidad de la naturaleza humana; además determina
una imagen diferente de sí mismos y del mundo que le rodea. Más aún, la persona
enferma está sujeta fácilmente a sentimientos de temor, de dependencia y de
desánimo. Debido a la enfermedad y al sufrimiento pueden verse sometidas a una
dura prueba incluso su misma fe en Dios y en su amor de Padre.
Por tanto, se puede entender la pastoral de la salud, como una ayuda a la
“reconstrucción” o a la “reparación” de la capacidad de escuchar a Dios, capacidad
debilitada o anulada por la enfermedad, señalando como modelo a María que
experimentó personalmente el sufrimiento: la huída a Egipto, la preofecía de Simeón,
el drama de la pasión y muerte de su Hijo, su presencia al pie de la cruz. Es a María,
la Salus Infirmorum, a la que durante siglos se han dirigido y todavía hoy se dirigen,
como intercesora del Hijo, las oraciones y las peticiones de curación, en el sentido
más amplio de la palabra.
Pero la persona enferma tiene aún un deber eclesial. En la Exhortación Apostólica
Christifideles laici el Beato Juan Pablo II, cuando habla de la misión de los enfermos,
afirma que “a todos y cada uno se dirige la llamada del Señor: también los enfermos
son enviados como obreros a su viña. El peso que oprime los miembros del cuerpo y
menoscaba la serenidad del alma, lejos de retraerles del trabajar en la viña, los llama
a vivir su vocación humana y cristiana y a participar en el crecimiento del Reino de
Dios con nuevas modalidades, incluso más valiosas” (nº 53).
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10. Apuntes para la oración
El proyecto de Dios comienza a revelarse: el fiat de la Virgen María es el comienzo y
ella rápidamente va a visitar a su prima Isabel y le lleva el gozo de la presencia de
Jesús en su seno. De este modo Isabel fue colmada de Espíritu Santo.
“María contestó: «He aquí la esclava del Señor; hágase en mí según tu palabra». Y el ángel
se retiró. En aquellos mismos días, María se levantó y se puso en camino de prisa hacia la
montaña, a una ciudad de Judá; entró en casa de Zacarías y saludó a Isabel. Aconteció que,
en cuanto Isabel oyó el saludo de María, saltó la criatura en su vientre. Se llenó Isabel de
Espíritu Santo ” (Lc 1, 38-42)
Reflexión
En ningún lugar del Evangelio encontramos que nos enseñe a quedarnos indiferentes
frente a los hermanos. La indiferencia evangélica (no preocuparse del alimento, del
vestido, del mañana) manifiesta ante todo lo que cada alma debe sentir frente al
mundo, a sus bienes y a sus lisonjas. En cambio, cuando se trata del prójimo, el
Evangelio no quiere ni siquiera oír hablar de indiferencia, sino que impone amor y
piedad. Además, el Evangelio considera como absolutamente inseparables las
necesidades espirituales y temporales de los hermanos.
La de María es una “visitación”, y la visitación en cuanto tal es un modelo de relación
con el otro. Además de visitar, María se queda. Durante tres meses permanece con
Isabel. Por un lado, la visitación se realiza en el instante y ya está todo presente en un
solo momento; por otro, la verdad del encuentro requiere un tiempo, que es tiempo
del otro. El quedarse según la medida del otro hace verdadera la visitación.
Meditemos y recemos el Salmo 34
Bendigo al Señor en todo momento,
su alabanza está siempre en mi boca;
mi alma se gloría en el Señor:
que los humildes lo escuchen y se alegren.
Proclamad conmigo la grandeza del Señor,
ensalcemos juntos su nombre.
Yo consulté al Señor, y me respondió,
me libró de todas mis ansias.
Contempladlo, y quedaréis radiantes,
vuestro rostro no se avergonzará.
El afligido invocó al Señor,
él lo escuchó y lo salvó de sus angustias.
El ángel del Señor acampa
en torno a quienes lo temen y los protege.
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11. Gustad y ved qué bueno es el Señor,
dichoso el que se acoge a él.
Todos sus santos, temed al Señor,
porque nada les falta a los que lo temen;
Pidamos al Señor la fuerza para vivir la dimensión de la “visitación” y el gozo de
acoger y regalar misericordia.
Oremos y digamos: Escúchanos, Señor.
Cuando nos “visita” la prueba del dolor, ayúdanos a acogerlo como un signo de
particular intimidad con tu amor y haz que digamos “aquí estoy” como la Virgen
María; oremos.
R/ Escúchanos, Señor.
Cuando encontramos hermanos que escatiman el tiempo para visitar nuestro
sufrimiento, haz que les dirijamos una sonrisa de misericordia; oremos.
R/ Escúchanos, Señor.
Cuando nos parece tener prisa por las muchas cosas que nos oprimen, modera
nuestro paso, Señor, y ayúdanos a valorar el tiempo como un don de amor; oremos.
R/ Escúchanos, Señor.
Cuando deseamos encontrar la fuente de tu misericordia, recuérdanos el anuncio del
Ángel a María, allí está el principio de la vida nueva que todo hombre lleva en sí
mismo; oremos.
R/ Escúchanos, Señor.
El rostro de la misericordia
Señor Jesús, a través del humilde “sí” de la Virgen de Nazareth has dejado los cielos
y has descendido a la tierra para revelarnos el amor.
De la cuna de Belén hasta el Monte de las Bienaventuranzas has dado al que cree en
ti el secreto del gozo. ¡Bienaventurados vosotros! ¡Bienaventurados vosotros!
Bienaventurados vosotros, los pobres, porque vuestra riqueza es el Reino de los
Cielos.
Bienaventurados vosotros, los misericordiosos, porque encontraréis misericordia.
La misericordia, Señor, deja en nosotros la impronta del rostro del Padre. Sed
misericordiosos, como lo es vuestro Padre que está en los cielos.
En la misericordia cielos y tierra se encuentran, y Tú, Señor, te alegras al
reencontrarnos en Ti en el maravilloso arco iris del amor.
Colores que funden dolor y consuelo, piedad y voluntad de compartir, paz y
esperanza. Amén.
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12. 2 XXI Jornada mundial del Enfermo
Conmemoración Litúrgica de la Bienaventurada Virgen de Lourdes
Apuntes de reflexión teológica
“Anda y haz tú lo mismo” (Lc. 10,37)
Algunas veces Jesús dice: “Permaneced” (cf. Jn 15,4.7.9), otras dice: “Id” (cf. Mt 28,19).
Son dos movimientos que se reclaman mutuamente, pero no de la misma manera: el
primero es fundamento y premisa necesaria del segundo.
Aquí Jesús dice: “Anda”. En efecto, para encontrarse con el otro en la “visitación” o
en la oferta del propio sufrimiento «en favor de la Iglesia» y de la humanidad entera,
hay que “salir de la propia tierra”, es necesario andar, hay que desplazarse.
Andar es ir hacia el otro, en la dirección del otro. Y para ir ante todo hay que dirigir
la mirada. Si no se acepta mirar al otro tal como es, en la condición en que se
encuentra, la relación no se inicia y no se convierte nunca en comunicación e
intercambio. Por eso dice el Señor: “No apartes del indigente tu mirada…” (Tb 4,7; Sir
4,4).
Una vez que se acepta dirigir la mirada, el otro se hace presente y adquiere
consistencia en nosotros. Es un primer paso hacia una comunión más plena.
Con la aceptación del mirar al otro comienza la superación del “extraño” y el otro
pasa a ocupar un sitio en nosotros y, entonces empezamos a entender “dónde está” el
otro y, por tanto podemos llevar a cabo el siguiente acto de libertad, de ir en
dirección hacia él.
En el caso de que se reprima la primera mirada, no habrá ya nada a continuación, no
habrá seguimiento.
“Y haz tú lo mismo” .
Jesús emplea el “tú” con el doctor de la Ley porque es precisamente su “yo” el que
está en entredicho, no es meramente un principio teórico general. Está en entredicho
su persona, su subjetividad personal, y está comprometida esa manera particular que
es el obrar: “haz tú también”.
En cada “hacer”, pero de manera particular en este, está en cuestión la identidad
personal, la verdad del ser persona. La de quien cree que se puede ser uno mismo
independientemente de la comunión con el otro y con los demás, es mera ilusión: es
jugar consigo mismo antes incluso que con el otro.
Una traducción del mandamiento del Antiguo Testamento dice así: “Amarás a tu
prójimo como a ti mismo” (cf. Lv 19,18).
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13. Por tanto, en virtud de la común pertenencia original de los hombres, de todos los
hombres, el actuar según el verdadero bien (eleos) para con el otro, contribuye a
reconstituir la propia identidad.
Al aproximarse al otro mi “yo” se vuelve un “tú” para el otro, y de este modo viene a
ser con más verdad “yo”. Porque se trata de la verdad de mi ser y del otro.
“Anda y haz tú también”. ¿Pero cuál es el contenido de este actuar? El relato que
precede nos lo ilustra.
Ante todo “se le acercó” porque es a partir del acto de aproximarse por lo que el otro
se convierte en prójimo. Después echa aceite para aliviar sus heridas, el vino para
purificarlas, y las venda. El aliviar, el curar y el vendar indican que la medida del
actuar sew define por la necesidad del otro, y resulta adecuada en la medida en que
se ajusta a lo que el otro necesita.
Pero el actuar está entremezclado, como entremezclada está la indigencia del otro,
por lo que se hace necesario levantarlo, luego llevar no solamente sus bultos, sino
también cargar con su peso, conducirlo a una posada y gastar, lo primero tiempo y
luego dinero, estando dispuestos a gastar aún más. “Haz tú lo mismo”.
El término que resume todo esto y que está vinculado al “hacer” es el término
“misericordia” (eleos): “haz también tú misericordia”, en la doble adecuación a la
misericordia que ya ha sido puesta en práctica, y a la misericordia que el otro, en su
situación concreta, requiere ahora.
Este poner en práctica la proximidad, que quiere decir hacer presente y operativa la
misericordia, no es el origen, no está aquí el origen de la misericordia, no se trata de
una gratuidad absoluta. Encontramos expresada esta verdad en el Diálogo de la Divina
Providencia de Santa Catalina de Siena, cuando el Señor dice: el hombre no puede
amarme con un amor gratuito, porque todo lo que él es lo ha recibido de Mí. Podría
decirse: ya se ha empleado en él misericordia, esto es amor. Entonces yo, dice el
Señor, considero como un amor gratuito empleado en Mí, el que lleváis a vuestro
prójimo.
La pregunta de la que todo había partido, termina en la invitación de Jesús: “Anda y
haz tú lo mismo”, era una pregunta sobre la vida (Lc 10,25): «Maestro, ¿qué tengo que
hacer para heredar la vida eterna?», esto es, la vida verdadera. Y Jesús le dice: “Haz esto
y vivirás”.
En el “hacer” al que Jesús invita al doctor de la Ley está implicada la vida de varias
maneras. El dar espacio al otro en sí mismo es introducirlo en un espacio de
comunión, y el espacio de comunión es un espacio de vida. El dedicar tiempo,
cuidado, fuerza y dinero, es dar vida, hacer de manera que la propia fuerza de vida
del otro sea motivo de vida para aquel que en esa circunstancia carece de ella. Por
13
14. tanto la invitación de Jesús a que nos acerquemos y a la misericordia es una
invitación a dar, a donar vida.
La misericordia y la vida se reclaman la una a la otra. La misericordia es una cuestión
de vida. De hecho, no hay amor más grande que “dar la vida” (Jn 15,13). También
desde el punto de vista de quien yace en la necesidad y en el sufrimiento, el convertir
en ofrenda el dolor es una ofrenda de vida.
Desde este punto de vista, se debe revisar también el significado de acompañar al
sufrimiento del otro como un hacerse prójimos en la ocasión más grande que hay de
cercanía, de tal manera que la ofrenda de la vida del otro sea posible en virtud de
nuestra ofrenda a él. De este modo la vida incrementa la vida.
El amor, de por sí, requiere la vida: “Amarás al Señor tu Dios con toda tu alma”, es
decir, con toda tu vida.
Apuntes de reflexión para los enfermos,
sus familias y para los agentes sanitarios
Con la Carta Apostólica Salvifici doloris, publicada el 11 de febrero de 1984,
Conmemoración Litúrgica de la Bienaventurada Virgen de Lourdes, el Beato Juan
Pablo II se propuso iluminar la dura realidad del sufrimiento con la luz del
Evangelio, para ayudar a descubrir su sentido salvífico. Pero, como afirma
decididamente el Papa, “para poder percibir la verdadera respuesta al «por qué» del
sufrimiento, tenemos que dirigir nuestra mirada a la Revelación del amor divino,
fuente última del sentido de todo lo que existe” (nº 13).
¿Cuál es, entonces, el camino espiritual de la persona cristiana enferma en el que
puede ser ayudado por una cercanía humana? La actitud frente a la enfermedad y el
sufrimiento se caracteriza por dos momentos: la lucha contra sus causas y
consecuencias físicas y, al mismo tiempo, un camino de aceptación de la situación.
El primer momento puede caracterizarse por el dolor físico de la enfermedad, al que
se pueden añadir el dolor físico del tratamiento y los sufrimientos que pueden
derivarse del proceso asistencial (espera de los resultados de las pruebas y de
eventuales terapias, retrasos, etc.) Pero también el segundo momento puede ser
igualmente doloroso, marcado por la sensación de no haber merecido tal situación y
por la dificultad de ver, al menos en un primer momento, la bondad del Señor. Es un
camino que se basa no sólo en las fuerzas humanas, porque Cristo viene al encuentro
del hombre enfermo: «A medida que el hombre toma su cruz, uniéndose
espiritualmente a la Cruz de Cristo, se revela ante él el sentido salvífico del
sufrimiento» (Juan Pablo II, Carta Ap. Salvifici doloris, nº 26).
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15. La asistencia cobra entonces una dimensión mucho más amplia: se trata, a nivel
psicológico, de instaurar una relación interpersonal con una persona que atraviesa un
momento difícil en su vida; a nivel espiritual, de realizar un encuentro profundo con
una persona, y es preciso crecer en la propia “humanidad” para encontrarse con la
“humanidad” del otro; a nivel asistencial, de ofrecer al enfermo un servicio, como
testimonio de ese amor de Dios del cual el agente sanitario, si es creyente, quiere ser
un instrumento; a nivel religioso, de una relación de comunión de fe con la cercanía
del agente pastoral.
La ayuda más valiosa que se puede dar a los otros es “estar”. Sin la capacidad de
estar presente ante quien sufre, ninguna de las otras formas de apoyo puede
realizarse. Cuando realmente uno está presente ante alguien que sufre, se participa
de su dolor. La persona amiga, que es capaz de permanecer en silencio, juntos en un
momento de confusión o de desesperación, en una hora de luto o de pesar, sin
pretender saber, cuidar, curar, sino viviendo la cercanía como testimonio del amor de
Dios, es quien de verdad está cuidando.
Esta capacidad de cuidar, propia también del agente pastoral, del familiar y del
voluntario, fue expresada ya por San Agustín: “Yo no sé cómo sucede que cuando un
miembro sufre, su dolor se vulve más ligero si los demás miembros sufren con él. Y
el alivio de este dolor no se deriva de una distribución común de los mismos males,
sino del consuelo que se experimenta en la caridad de los otros” (Cartas 99,2).
Ésta es la actitud fundamental. No se trata, por tanto, de la abundancia de palabras y
consejos, sino de la disponibilidad para la escucha. Si el hecho de oír se desarrolla y
se acaba a nivel fisiológico de la función auditiva, el escuchar es el acto espiritual que
hace percibir no sólo las palabras sino también los pensamientos, el estado de ánimo,
el significado personal y más escondido del mensaje que se transmite. Al silencio
interior, necesario para escuchar, debe unirse también un lenguaje verbal que debe
limitarse a acompañar al relato. Una relación de comunicación que está hecha
también de silencio; es más, las pausas de silencio caracterizan los encuentros entre
personas que se comunican a nivel profundo. Y Dios habla precisamente en el
silencio, es su pastoral divina.
En fin, el objetivo de la curación física del paciente no puede ser la única finalidad de
la actividad asistencial, porque ésta con frecuencia es inalcanzable: baste pensar en
las personas discapacitadas, en las personas ancianas con patologías crónicas, en las
personas en la fase terminal de la enfermedad.
Si además no queda ninguna posibilidad de que el cuerpo vuelva a estar mejor, o
incluso si se está frente a la muerte, se puede tener confianza en una curación. Es
necesario, claro está, postular un concepto más realista de curación que, además,
ofrece siempre la posibilidad de tener un objetivo terapéutico. Objetivo siempre
posible, si se entiende la curación como la capacidad de una persona para no dejarse
aplastar por la situación vital, de modo que tenga el valor, la fe, la fuerza de
15
16. permanecer “dueña” de la situación y de saberla gestionar, en lo humanamente
posible.
Si el cuerpo puede ir en declive, el espíritu puede crecer. En efecto, por curación se
debe entender más correctamente la posibilidad de ayudar a un enfermo crónico, a
una persona afectada por una discapacidad, a un moribundo, a tratar de aceptar su
situación vital, y a trascender la enfermedad y la salud, y afirmar en actitud de
ofrecimiento: “Por esto estoy contento de los sufrimientos que soporto por vosotros y
completo en mi carne lo que falta a los padecimientos de Cristo, a favor de su cuerpo, que es la
Iglesia” (Col 1,24). Una persona que ya no es sólo objeto de una preocupación
pastoral, sino sujeto de ella. Por otra parte, “en el programa mesiánico de Cristo, que
es a la vez el programa del Reino de Dios, el sufrimiento está presente en el mundo
para provocar amor, para hacer nacer obras de amor hacia el prójimo, para
transformar toda la civilización en la “civilización del amor”. En este amor el
significado salvífico del sufrimiento se realiza totalmente y alcanza su dimensión
definitiva” (Carta Ap. Salvifici doloris, nº 30), de modo que el Beato Juan Pablo II
podía concluír afirmando que «Cristo al mismo tiempo ha enseñado al hombre a
hacer bien con el sufrimiento y a hacer el bien a quien sufre».
Apuntes para la oración
Jesús nos invita en su Evangelio a dos movimientos que parecen contradecirse, pero
que en realidad responden al núcleo más profundo del ser creyentes: “Permaneced en
mí” y “Anda y haz tú lo mismo”.
“Permanecer” en su amor responde a la exigencia de detenerse, de contemplar, de
absorber el amor; “Anda” pon en juego todas las energías reforzadas en la fuente. Sin
el permanecer, el “Anda” puede derivar en eficientismo, en activismo no alumbrado
por el fuego de la caridad. “La fe que actúa por el amor se convierte en un nuevo
criterio de pensamiento y de acción, que cambia toda la vida del hombre” (Benedicto
XVI, Carta Ap. Porta fidei, nº 5)
“Permaneced en mí y yo en vosotros. Si permanecéis en mí y mis palabras permanecen en
vosotros, pedid lo que deseáis, y se realizará.” (Jn 15,4.7.9.).
Reflexión
«Es hermoso permanecer unos momentos con Él y, recostados sobre su pecho como
el discípulo amado, ser tocados por el amor infinito de su corazón.
Permaneced en mí como yo en vosotros. Esta reciprocidad es el fundamento mismo,
el alma de la vida cristiana. Realizada en nosotros por el Espíritu Santo, nos abre, a
través de Cristo y en Cristo, a la contemplación del rostro del Padre». (Beato Juan
Pablo II).
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17. Meditemos y recemos el Salmo 136
Dad gracias al Señor porque es bueno:
porque es eterna su misericordia.
Dad gracias al Dios de los dioses:
porque es eterna su misericordia.
Dad gracias al Señor de los señores:
porque es eterna su misericordia.
Sólo él hizo grandes maravillas:
porque es eterna su misericordia.
Él hizo sabiamente los pueblos:
porque es eterna su misericordia.
Él hizo sabiamente los cielos:
porque es eterna su misericordia.
Haz tú lo mismo. En todo “hacer”, pero particularmente en éste, está en juego la
identidad personal y la verdad del ser persona. Cuando me aproximo al otro, mi
propio “yo” resulta un “tú” para el otro; y de este modo es con más verdad “yo”. Así
es como surge la verdad de mi ser y la del otro.
¿Qué hace? Se le acerca. ¿Qué hace? Empieza una nueva manera de obtener la vida
eterna. ¿Qué debo hacer para obtener la vida eterna, es decir, la vida verdadera?, y
Jesús responde: “Haz esto y vivirás”.
Oremos y digamos: Haznos fuertes, Señor.
Señor, en la escuela del Buen Samaritano, enséñanos a aliviar, a vendar y a cuidar las
heridas del cuerpo y del espíritu, y que nuestra cercanía respete siempre a quien
sufre, respete siempre la dignidad del otro; oremos.
R/. Haznos fuertes, Señor.
Señor, me siento abandonado y solo en el camino, envíame buenos samaritanos que
sean un apoyo en mi dolor, para que descubramos juntos el valor de la vida, oremos.
R/. Haznos fuertes, Señor.
Señor, danos unos ojos atentos y un corazón sensible, para que nos demos cuenta de
las verdaderas necesidades de los hermanos, y que en ese mutuo mirarnos
percibamos que el yo y el tú se funden en un “nosotros”, rico en promesas de vida,
oremos.
17
18. R/. Haznos fuertes, Señor.
Señor Jesús, que nos has dicho que no hay amor más grande que el de dar la propia
vida, nosotros sufrimos y hacemos ofrendas por nuestros hermanos, ayúdanos a
intercambiarnos la vida, en una donación recíproca que tiene en ti la fuente, oremos.
R/. Haznos fuertes, Señor.
Hacerse prójimo
Señor, aumenta en nosotros la fe como raíz de todo amor verdadero al hombre.
¿Cómo podemos dar testimonio de tu amor?
Tú nos has hablado de un hombre que bajaba de Jerusalén a Jericó y que fue asaltado
por unos malhechores.
Señor, ese hombre nos está llamando.
Ayúdanos a no quedarnos entre las paredes del Cenáculo.
Jerusalén es la ciudad de la Cena, de la Pascua, de Pentecostés.
Por eso nos empuja hacia fuera para ser el prójimo de cada hombre en el camino de
Jericó.
(Carlo Maria Martini)
18
19. 3 En el Misterio Pascual Dios en su Hijo
se hizo nuestro prójimo
Apuntes de reflexión teológica
“Anda, y haz tú lo mismo” (Lc. 10,37)
Lo que Jesús pide que hagamos a los hombres es únicamente lo que Él ya ha hecho
con ellos. Por eso el “hacer” del cristiano es, un restituir, un “volver a dar”.
“Anda, y haz tú lo mismo” al fin y al cabo significa: vete y haz tú también lo que yo
he hecho contigo. La expresión exacta la encontramos en el Evangelio de Juan
después del lavatorio de los pies: “para que también vosotros hagáis lo mismo que yo he
hecho con vosotros” (Jn 13,15).
Para entender un poco más de cerca nuestro obrar «en Cristo», es bueno detenerse un
momento en el misterio del obrar del propio Cristo.
Jesús es el Hijo. Él recibe todo lo que Él es del Padre, y cuando el Padre le dice:
“Vete”, le envía a cumplir su misión de salvación y redención de toda la humanidad
herida y casi moribunda. El Hijo obra siempre en el perímetro marcado por la
voluntad del Padre (Jn 4,34), lleva las palabras que el Padre le ha dado (Jn 17,8) y
realiza las “obras del Padre” (Jn 10,25.32.37).
La comunión tan estrecha del Hijo con el Padre hace que en cualquiera de sus
expresiones, en cualquier comunicación y acción Jesús haga presente el amor (eleos,
agape) del Padre. Es como si el amor más grande consistiese en llevar el amor de
Otro, aun cuando se está llevando el amor de uno mismo. Y no sólo esto, sino que de
esta manera, los que entran en el radio de acción de Cristo quedan con ello
introducidos en la irradiación de la paternidad del Padre. Todo lo que Jesucristo es y
todo lo que él testifica, viene a ser “Camino” hacia el Padre, “rico en misericordia”. (Ef
2,4; Sant 5,11). El amor del que Él hace partícipes a los hombres es el amor del cual Él
mismo vive.
“Anda, y haz tú lo mismo”
Los que pertenecen a Cristo y viven “en Cristo” con su actuar derriban las barreras de
lo extraño, crean proximidad, no tanto por el hecho de que se acercan al otro, sino
por cuanto aportan una misericordia que no es principalmente la suya propia, sino
aquella en la que ellos mismos vieron que alguien se les acercaba y venía a su
encuentro, y por la que ahora se ven completamente abrazados.
19
20. De esta manera, actuar en favor del otro “en Cristo” le permite al otro abrirse tanto al
amor fraterno como al paterno, que es aquel del que el fraterno procede. El obrar “en
Cristo”, poniendo en práctica la misericordia, abre el camino de la comunión del
Padre y del Hijo.
Se podría afirmar que es en la comunión, de la que llegamos a ser portadores, donde
se manifiesta la verdad del amor. En efecto, el dolor y el sufrimiento tienden a aislar,
en un amago de hacer saltar los vínculos, las relaciones e incluso, si fuera posible, la
fuente de todo verdadero vínculo, que es la comunión que radica en Dios mismo y de
la que nosotros estamos llamados a participar (cf. 1Jn 1,3).
La invitación para hacer actual y activa la misericordia (“Anda” y pon en práctica tú
también la misma misericordia”) es a la vez una invitación a reforzar el vínculo
volviendo a crear comunión, reconociendo la necesidad en la que el otro está metido
y haciéndose cargo de ella.
Aquí se manifiesta también el carácter providencial del estado de sufrimiento, que
nos hace a todos necesitados de los demás. Desde este punto de vista, el sufrimiento
es el punto en el que se puede reconocer con más facilidad la comunión en la que
estamos amasados desde nuestro origen.
Quien vive “en Cristo” su propio sufrimiento, puede cambiar el signo, por lo que una
fuerza de separación (nadie sabe lo que yo estoy sufriendo; nadie puede sufrir en mi
lugar), llega a transformarse en la más poderosa fuerza de comunión (lo que estoy
sufriendo, lo sufro “en Cristo”; lo que estoy sufriendo, lo ofrezco por todos).
“En Cristo” el sufrimiento, mediante la misericordia que comporta, se transforma en
una expansión de la comunión.
Y de la misma manera que no se puede disociar el misterio del Hijo del de su
comunión con el Padre, tampoco se puede separar ya el misterio de Jesucristo de su
ser el “varón de dolores que conoce muy bien el sufrimiento” (Is 53,3) y que ha “sido hecho
perfecto por sus padecimientos” (Heb 2,10). Cargando sobre sus hombros toda la
capacidad de ser compartido que tiene el sufrimiento, el Hijo hace posible, y para
nosotros real, su transfiguración.
Apuntes de reflexión para los enfermos,
sus familias y para los agentes sanitarios
En el itinerario espiritual del papa Benedicto XVI, el misterio de la Cruz de Cristo le
da sentido y dignidad a la experiencia del dolor. El que sufre, sufre con Cristo y,
unido a su pasión. En el otro lado de la Cruz, en la que está crucificado, todo enfermo
descubre que Jesús le acompaña, que está con él, para hacerle compañía, para
tomarle de la mano en un itinerario que va más allá de la eventualidad de la
20
21. enfermedad y que se funde con el amor redentor, y se convierte en fuerza contra el
mal que hay en el mundo. Es el valor salvífico del sufrimiento lo que el Papa reitera
en sus discursos y recuerda, a un mundo que no conoce ya el significado del
sufrimiento redentor y que ha perdido el sentido de la enfermedad como fuerza para
la purificación del mundo.
Por eso, afirma una vez más Benedicto XVI, “en nuestra generación, en nuestra
cultura, debemos redescubrir el valor del sufrimiento, aprender que el sufrimiento
puede ser una realidad muy positiva, que nos ayuda a madurar, a ser más nosotros
mismos, más cercanos al Señor, que sufrió por y con nosotros” (Discurso, 24 de julio de
2007).
La experiencia de la enfermedad es ciertamente “una tierra extranjera”, como la del
pueblo hebreo en el exilio, y puede plantear a quien sufre un interrogante similar:
“¡Cómo cantar un cántico del Señor | en tierra extranjera!” (Sal 136,4).
El sufrimiento no niega el amor de Dios, sino que revela sus misteriosos arcanos: se
trata de una situación que hay que descifrar, que puede permitirnos purificar el
propio conocimiento que tenemos de Dios, al igual que Job pudo decir: “Te conocía
solo de oídas, pero ahora te han visto mis ojos” (Job 42,5). Si se acepta el camino salvífico
de Dios, la enfermedad y la muerte se convierten en tiempo de gracia.
Elaborar una situación de vida marcada por la enfermedad o por el pensamiento de
una muerte cercana, para convertirla en un momento importante, significativo y
decisivo de la propia vida, va más allá de la lucha contra ella, y es quizá la labor de
creatividad más personal que un hombre y una mujer pueden hacer en el retazo de
historia que están llamados a vivir.
Ciertamente es un camino que incluso para la fe puede no ser fácil, puede ser largo,
no se puede dar por descontado, y quizá se alcance sólo parcialmente, pero será aún
más difícil si el enfermo no recibe el amor y el servicio de la Iglesia.
Solamente partiendo de actitudes positivas y altruistas la persona enferma puede
abrirse a una actitud positiva hacia el sufrimiento, al igual que Jesús en la Cruz
asume un sufrimiento que no se ha merecido, pero que hace de él un instrumento de
redención y de amor al hombre.
Este amor encuentra uno de sus puntos de apoyo fundamentales en el encuentro de
los enfermos con Cristo a través del encuentro con el asistente religioso, de la
celebración de los sacramentos y de la oración y que, en la medida que lo permita la
persona enferma, también los profesionales y los familiares deben facilitar. Su papel
puede ser descrito simbólicamente como aquellos que “como no podían presentárselo
por el gentío, levantaron la techumbre encima de donde él estaba, abrieron un boquete y
descolgaron la camilla donde yacía el paralítico” (Mc 2,4).
La oración pone remedio a la soledad del enfermo ofreciéndole una intimidad con
Dios incluso antes del sacramento de la reconciliación. La oración, además, puede
ayudar a superar esa sensación de impotencia humana que se experimenta frente a la
21
22. enfermedad y a la muerte, si la persona logra poner ante Dios su resentimiento, su
rebeldía, su desesperación, los motivos de su opresión.
La oración transmite esperanza: la esperanza y la convicción de que Dios está
disponible y es accesible, la esperanza en un mundo nuevo en el que Dios «enjugará
toda lágrima de sus ojos, y ya no habrá muerte, ni duelo, ni llanto, ni dolor». (Ap 21,4).
La oración de los Salmos, además, puede aportar la conciencia del sentido de
comunión con otras personas que sufren, que han experimentado los mismos
sentimientos de angustia y de abandono. Una comunión que le hace consciente de la
certeza de formar parte de un único “pueblo” que ante las numerosas dificultades de
la vida, no solamente ante la enfermedad y la muerte, ha encontrado siempre en Dios
su último consuelo. Tal certeza es, de manera especial, confirmada por la gracia del
sacramento de la Reconciliación, de la Unción de los enfermos y de la Eucaristía,
donde del encuentro con Cristo brota el apoyo que proporciona alivio y salvación.
En dicho contexto, en un mundo secularizado y del que la institución asistencial
puede ser espejo fiel, los mismos profesionales pueden ser el testimonio de ese amor
de Dios que da respuesta a los interrogantes que nacen del trabajo en el mundo del
sufrimiento humano. Un actuar que pretende ser exclusivamente tecnológico y
científico pero que, al mismo tiempo, pone en evidencia los límites humanos de una
actuación, y que suscita preguntas a veces inconscientes, sobre el verdadero sentido
de la vida.
Apuntes para la oración
En este tiempo de muerte y de resurrección, alcancemos a comprender por la vida
misma de Jesús la profundidad del “Anda” que Él nos dirige. Jesús es el Hijo. Él
recibe todo lo que es del Padre, y cuando el Padre le dice “Anda”, lo envía para
cumplir su misión de redención y de salvación en relación con la humanidad herida.
Jesús actúa siempre según la voluntad del Padre y lleva a cabo sus obras. Al “Anda”
del Padre, Jesús se asocia y nos dice a cada uno de nosotros “Anda, y haz tú lo mismo”
“Jesús les respondió: «Os lo he dicho, y no creéis; las obras que yo hago en nombre de mi
Padre, esas dan testimonio de mí” (Jn 10,25).
“Jesús le dijo: «Yo soy la resurrección y la vida: el que cree en mí, aunque haya muerto,
vivirá; 26 y el que está vivo y cree en mí, no morirá para siempre” (Jn 11,25).
Reflexión
“Al unirse a Cristo, el Pueblo de la nueva Alianza, lejos de encerrarse en sí mismo, se
convierte en “sacramento” para la humanidad, signo e instrumento de la salvación
obrada por Cristo, que es luz del mundo y sal de la tierra (cf. Mt 5, 13-‐‑16) para la
redención de todos. La misión de la Iglesia está en continuidad con la de Cristo:
“Como el Padre me ha enviado, así también os envío yo” (Jn 20,21) (Beato Juan Pablo II).
22
23. Meditemos y recemos el Salmo 61
Escucha, oh Dios, mi clamor,
atiende a mi súplica.
Te invoco desde el confín de la tierra
con el corazón abatido:
llévame a una roca inaccesible.
Porque tú eres mi refugio
y mi bastión contra el enemigo.
Habitaré siempre en tu morada,
refugiado al amparo de tus alas.
Porque tú, oh Dios, escucharás mis votos
y me darás la heredad de los que temen tu nombre.
Añade días a los días del rey,
que sus años alcancen varias generaciones;
reine siempre en presencia de Dios:
tu gracia y tu lealtad le hagan guardia.
Yo cantaré salmos a tu nombre,
e iré cumpliendo mis votos día tras día.
Oremos: Jesús, enviado del Padre, escúchanos
Señor, ayúdanos a llevar al mundo la misericordia recibida de ti y que cada uno de
nosotros pueda reconocerse en ella como hermano, abrirse, abrazarse; oremos:
R/. Jesús, enviado del Padre, escúchanos.
Señor, el dolor y el sufrimiento tienden a aislar, a romper vínculos; ayúdanos a
encontrar en ti la vía de la comunión contigo y con el Padre, en el gozo del Espíritu
Santo; oremos.
R/. Jesús, enviado del Padre, escúchanos.
Señor, que cuantos participan de tu sufrimiento puedan transformarlo en expansión
de comunión de tu Iglesia santa; oremos.
R/. Jesús, enviado del Padre, escúchanos.
Señor, en tu santa resurrección, danos la fuerza de compartir contigo, como los
Apóstoles, el “pescado asado”, esdecir, el pan de la vida que nos abre a la eternidad;
oremos.
R/. Jesús, enviado del Padre, escúchanos.
Atraídos por la sonrisa de Cristo en la Cruz
Estaba oscuro alrededor y el cuerpo del Señor, todo claridad, casi a la muerte,
jadeaba dolorido.
23
24. Un débil suspiro salió de él: “Señor, Padre mío, ¿por qué me has abandonado?”
Un rayo invisible traspasó aquellas tinieblas hasta el corazón de Cristo: la respuesta
del amor del Padre.
En el rostro del Señor brilló una sonrisa mientras a su alrededor echaba raíces la vida:
los enfermos con la salud recibían el don de la sonrisa; la Madre le sonríe y Él sonríe
a la Madre. María estaba junto a él…
Después la mirada se le iluminó intensamente, dio un potente grito, innumerables
hombres aparecieron a su alrededor. Alentó sobre ellos el Espíritu de amor.
Sonrió una vez más… Reclinó la cabeza. Había muerto…
(Siervo de Dios Guillermo Giaquinta)
Amados por aquel que es la vida
“Viviréis, porque yo sigo viviendo”, dice Jesús en el Evangelio de Juan (14,19) a sus
discípulos, esto es a nosotros. Nosotros viviremos mediante la comunión existencial
con Él, mediante el estar insertos en Él, que es la vida misma. La vida eterna, la
inmortalidad bienaventurada, no la tenemos por nosotros mismos ni la tenemos en
nosotros mismos, antes al contrario mediante una relación –mediante la comunión
existencial con Aquel que es la Verdad y el Amor y que es eterno– que es Dios
mismo. La mera indestructibilidad del alma, por sí sola, no podría dar un sentido a
una vida eterna, no podría convertirla en una vida verdadera. La vida nos viene
dada por el hecho de ser amados por Aquel que es la Vida; nos viene dada por vivir-‐‑
con Él y por amar-‐‑con Él. Yo, pero ya no más yo: ésta es la vía de la cruz, la vía que
“cruza” una existencia encerrada solamente en el yo, abriendo de esta forma el
camino al gozo verdadero y duradero.
De este modo, llenos de gozo, podemos cantar junto con la Iglesia en el Exultet: “Que
salte de alegría el coro de los ángeles… Que goce la Tierra”. La resurrección es un
acontecimiento cósmico, que abarca cielo y tierra y los asocia el uno con la otra. Y
nuevamente con el Exultet podemos proclamar: “Cristo, tu hijo resucitado… brilla
sereno para el linaje humano, y vive y reina por los siglos de los siglos”. Amen.
(Benedicto XVI)
24
25. V I A C R U C I S
Recorramos el camino de la cruz de
Cristo: la cruz es el gran “sí” del amor
de Dios por el hombre. Que nuestra
oración sea contemplación, partici-‐‑
pación, expresión de amor, súplica y
agradecimiento. La contemplación de
Cristo en nuestra vida no nos aleja de
la realidad, más bien nos hace aún más
partícipes de los acontecimientos
humanos, porque el Señor, atrayén-‐‑
donos hacia sí en la oración, nos
permite hacernos presentes y cercanos
a todo hermano en su amor.
Cel. Hermanos, estamos aquí reunidos
para recordar, meditar y contemplar el
momento culminante de la vida
terrena de Jesús: los sufrimientos de su
pasión y de su muerte en la cruz. Es el
momento propicio para adentrarnos en
el infinito amor de Dios, que envió a su
Hijo Jesús para la salvación y la santi-‐‑
ficación de los hombres y de cada uno de nosotros. Confiados en el Padre, que
ofreció a su Hijo por nosotros, y sostenidos por el Espíritu Santo, damos comienzo a
nuestra oración.
A. Padre nuestro…
C. En el nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo.
A. Amén
C. Oh Cristo crucificado, danos el verdadero conocimiento de Ti, el gozo que
anhelamos, el amor que colme nuestro corazón sediento de infinito.
(Benedicto XVI)
25
26. I Estación: Jesús ora en el huerto de Getsemaní
C. Te adoramos, oh Cristo, y te
bendecimos.
A. Porque con Tu santa cruz
redimiste al mundo.
Del Evangelio según San Mateo
26, 37-‐‑39
“Y llevándose a Pedro y a los dos
hijos de Zebedeo, empezó a sentir
tristeza y angustia. Entonces les
dijo: «Mi alma está triste hasta la
muerte; quedaos aquí y velad
conmigo». Y adelantándose un poco
cayó rostro en tierra y oraba
diciendo: «Padre mío, si es posible,
que pase de mí este cáliz. Pero no se
haga como yo quiero, sino como
quieres tú».”
Meditación
Es hacia ese cáliz hacia el que Cristo siente un rechazo total: si es posible, Padre, pase
de mí este cáliz. Es la sensibilidad humana la que se rebela, pero su voluntad está
firme: no se haga mi voluntad, sino la tuya. También en el momento crucial del
rechazo, cuando humanamente implora para que el cáliz se aleje, repite: “no se haga
mi voluntad sino la tuya”, consciente de que el plan del Padre es un designio de
amor y de redención a través de la cruz.
M. Estamos ante ti, Jesús, frágiles y asombrados porque aceptaste la voluntad de
Dios y te ofreciste al dolor. Repitamos juntos: Señor, ten piedad de nosotros.
Cuando no acatamos tu voluntad,
R. Señor, ten piedad de nosotros.
Cuando no logramos compartir el sufrimiento ajeno,
R. Señor, ten piedad de nosotros.
Cuando pensamos demasiado en nuestras exigencias,
R. Señor, ten piedad de nosotros.
A. Padre nuestro…
Santa Madre, haced que las llagas del Señor queden impresas en mi corazón.
26
27. II Estación:
Jesús es flagelado y condenado a muerte, toma tu cruz
C. Te adoramos, oh Cristo, y te
bendecimos.
A. Porque con Tu santa cruz
redimiste al mundo.
Del Evangelio según San Mateo
27, 24-‐‑26
“Al ver Pilato que todo era inútil y
que, al contrario, se estaba formando
un tumulto, tomó agua y se lavó las
manos ante la gente, diciendo: «Soy
inocente de esta sangre. ¡Allá
vosotros!». 25 Todo el pueblo
contestó: «¡Caiga su sangre sobre
nosotros y sobre nuestros hijos!».
Entonces les soltó a Barrabás; y a
Jesús, después de azotarlo, lo entregó
para que lo crucificaran”.
.
Meditación
En el fondo de todo está el amor hacia el Padre y hacia los hermanos. Cristo sabe que
a los hermanos debe darles semejante precio de salvación y de ejemplo; si Él no
hubiese vivido su espiritualidad de la cruz, después de Él los hombres no habrían
tenido el valor ni la fuerza para hacerlo. Por los hermanos Él acepta este plan de
salvación.
M. Estamos ante ti, Señor, asustados y humillados. Respondamos a cada invocación:
Quédate junto a nosotros, Señor.
Por quien es perseguido a causa de su fe.
R. Quédate junto a nosotros, Señor.
Por el enfermo incurable.
R. Quédate junto a nosotros, Señor.
Por quien acepta compartir el dolor ajeno.
R. Quédate junto a nosotros, Señor.
A. Padre nuestro…
Santa Madre, haced que las llagas del Señor queden impresas en mi corazón.
27
28. III Estación: Jesús cae por primera vez
C. Te adoramos, oh Cristo, y te
bendecimos.
A. Porque con Tu santa cruz
redimiste al mundo.
Del Evangelio según San Lucas
9,23
“Si alguno quiere venir en pos de
mí, que se niegue a sí mismo, tome
su cruz cada día y me siga”.
Meditación
Has caído en el polvo por
nosotros, Señor, y nosotros al
caminar no nos damos cuenta de
los numerosos tropiezos que encontramos: superficialidad, egoísmos, resistencia a
confiar en Ti hasta el fondo. Pero Tú sigues hablando de amor, de verdadero amor,
perenne, amor que proviene de un Dios hecho hombre y que no abandonará nunca a
sus hijos.
M. Estamos ante Ti, Señor, y Te contemplamos, humillados, mientras desde el suelo
nos miras misericordioso. Respondamos a cada invocación: Ayúdanos, Señor.
R. Ayúdanos, Señor.
Para que podamos tener tus mismos sentimientos de bondad y misericordia.
R. Ayúdanos, Señor.
Para que podamos evitar todos nuestros tropiezos.
R. Ayúdanos, Señor.
Para que ayudemos a levantarse al hermano que ha caído.
R. Ayúdanos, Señor.
A. Padre nuestro…
Santa Madre, haced que las llagas del Señor queden impresas en mi corazón.
28
29. IV Estación: Jesús se encuentra con su madre
C. Te adoramos, oh Cristo, y te
bendecimos.
A. Porque con Tu santa cruz
redimiste al mundo.
Del Evangelio según San Lucas
2, 34-‐‑35
“Simeón los bendijo y dijo a María,
su madre: «Este ha sido puesto para
que muchos en Israel caigan y se
levanten; y será como un signo de
contradicción —y a ti misma una
espada te traspasará el alma—”.
Meditación
Miradas intensas, rápidas como
el latido del corazón, miradas
como relámpagos de un amor
que hiere y une. En el camino de la cruz, Madre e Hijo repiten su fiat… Es una oferta
única, lágrimas y sangre surcan el cuerpo de la Madre y del Hijo. En una única
mirada se condensa todo el dolor y el amor del mundo.
M. Estamos ante Ti, Jesús, conmovidos y humillados, por un amor que no conoce
límites y que pone en comunión todo dolor materno. Repitamos juntos: Escúchanos,
Señor.
Por todas las madres que han visto morir a sus hijos, y su corazón ha sido atravesado
por la espada del dolor, oremos.
R. Escúchanos, Señor.
Por todas las madres que han asistido al extravío moral de sus hijos por la droga, o
que han despedazado su vida en el asfalto de las carreteras, para que encuentren la
esperanza de un encuentro con ellos en la eternidad, oremos.
R. Escúchanos, Señor.
Por todas las mujeres a las que la enfermedad ha quitado belleza, para que
encuentren una nueva luz en el fiat de María, oremos.
R. Escúchanos, Señor.
A. Ave María…
Santa Madre, haced que las llagas del Señor queden impresas en mi corazón.
29
30. V Estación: Jesús es ayudado por el Cirineo
C. Te adoramos, oh Cristo, y te
bendecimos.
A. Porque con Tu santa cruz
redimiste al mundo.
Del Evangelio según San Lucas
23,26
“Mientras lo conducían, echaron
mano de un cierto Simón de Cirene,
que volvía del campo, y le cargaron
la cruz, para que la llevase detrás de
Jesús”.
Meditación
El verbo llevar es empleado con
sorprendente frecuencia en las
Escrituras, que saben expresar
con esta palabra toda la obra de Jesucristo. En realidad Él llevaba a cuestas nuestras
flaquezas, había cargado con nuestros dolores… El castigo que nos procuró la paz
cayó sobre Él (Is 53, 4-‐‑5). Por tanto la Biblia puede definir también toda la vida del
cristiano como un llevar la cruz. Aquí se realiza la comunidad del cuerpo de Cristo,
la comunidad de la cruz, en la que debemos experimentar las cargas los unos de los
otros. Si no lo hiciésemos, no seríamos una comunidad cristiana. Negándonos a
llevarlas, renegaríamos de la ley de Cristo.
M. Estamos delante de Ti, Señor, humillados pero también deseosos de llevar contigo
la cruz, instrumento de salvación. Repitamos juntos: Mantennos firmes, Señor.
En ayudar a los hermanos que sufren a descubrir que la cruz que llevan durante un
trecho del camino es la misma de la que Cristo es el primer portador.
R. Mantennos firmes, Señor.
En vivir cotidianamente nuestra porción de cruz.
R. Mantennos firmes, Señor.
En ofrecer nuestros pequeños sufrimientos para que enriquezcan la santidad de la
Iglesia.
R. Mantennos firmes, Señor.
A. Padre nuestro…
Santa Madre, haced que las llagas del Señor queden impresas en mi corazón.
30