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Tras la derrota de Napoleón las potencias absolutistas quisieron restaurar en Europa la situación previa a la Revolución, pero las ideas liberales y nacionalistas ya se habían extendido por el continente provocando una serie de oleadas revolucionarias.
El Congreso de Viena (1814-5) y la Santa Alianza devolvieron el poder a los monarcas depuestos. Los firmantes se comprometieron a defender el absolutismo allí donde estallara cualquier revolución.
Los principios liberales (libertad, igualdad, soberanía nacional...) que había extendido la revolución no desaparecieron, como tampoco lo hizo el nacionalismo. Esta ideología pretendía hacer coincidir las fronteras de los Estados con las de las naciones. La nación se entendía como un grupo humano que compartía una serie de rasgos (culturales, históricos, lingüísticos...) y no como los dominios de un monarca.
La primera oleada comenzó en 1820 con el levantamiento de Riego en España y se extendió por Portugal, los estados italianos y Rusia. La Santa Alianza intervino para restaurar el absolutismo. Si triunfaron los movimientos nacionalistas en hispanoamérica y Grecia.
La revolución de 1830 aprovechó la debilidad de la Santa Alianza y supuso el triunfo del liberalismo doctrinario en Europa occidental. Bélgica logró su independencia pero el Zar de Rusia controló las revueltas en Polonia.
Las revoluciones de 1848 tuvieron su epicentro en Francia y expandieron modelos democráticos. La llamada Primavera de los Pueblos tuvo importantes consecuencias en el Imperio Austriaco.
El proceso de unificación italiano tuvo dos enfoques. El primero, más popular, encontró sus máximos representantes en Mazzini y Garibaldi; el segundo modelo, más conservador e ideado por Cavour, pretendía unificar el país en torno al reino de Piamonte (gobernado por Víctor Manuel II). Ambas posturas confluyeron y en 1870 se completó el proceso.
La unificación alemana estuvo marcada por las rivalidades entre Prusia y Austria. Fueron los segundos liderados por Bismarck y Guillermo I quienes se impusieron tanto por su poder militar como por sus éxitos económicos y diplomáticos. La victoria en la guerra franco-prusiana (1870) culminó el proceso.
Tras la derrota de Napoleón las potencias absolutistas quisieron restaurar en Europa la situación previa a la Revolución, pero las ideas liberales y nacionalistas ya se habían extendido por el continente provocando una serie de oleadas revolucionarias.
El Congreso de Viena (1814-5) y la Santa Alianza devolvieron el poder a los monarcas depuestos. Los firmantes se comprometieron a defender el absolutismo allí donde estallara cualquier revolución.
Los principios liberales (libertad, igualdad, soberanía nacional...) que había extendido la revolución no desaparecieron, como tampoco lo hizo el nacionalismo. Esta ideología pretendía hacer coincidir las fronteras de los Estados con las de las naciones. La nación se entendía como un grupo humano que compartía una serie de rasgos (culturales, históricos, lingüísticos...) y no como los dominios de un monarca.
La primera oleada comenzó en 1820 con el levantamiento de Riego en España y se extendió por Portugal, los estados italianos y Rusia. La Santa Alianza intervino para restaurar el absolutismo. Si triunfaron los movimientos nacionalistas en hispanoamérica y Grecia.
La revolución de 1830 aprovechó la debilidad de la Santa Alianza y supuso el triunfo del liberalismo doctrinario en Europa occidental. Bélgica logró su independencia pero el Zar de Rusia controló las revueltas en Polonia.
Las revoluciones de 1848 tuvieron su epicentro en Francia y expandieron modelos democráticos. La llamada Primavera de los Pueblos tuvo importantes consecuencias en el Imperio Austriaco.
El proceso de unificación italiano tuvo dos enfoques. El primero, más popular, encontró sus máximos representantes en Mazzini y Garibaldi; el segundo modelo, más conservador e ideado por Cavour, pretendía unificar el país en torno al reino de Piamonte (gobernado por Víctor Manuel II). Ambas posturas confluyeron y en 1870 se completó el proceso.
La unificación alemana estuvo marcada por las rivalidades entre Prusia y Austria. Fueron los segundos liderados por Bismarck y Guillermo I quienes se impusieron tanto por su poder militar como por sus éxitos económicos y diplomáticos. La victoria en la guerra franco-prusiana (1870) culminó el proceso.
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