1. ¡Ay Ángel! hasta le leíste en la celebración de la Palabra… Roque te apreciaba mucho.
Sí Pinito, lo sé y ¡hasta le leí!
Cuántas veces me has alabado en varias celebraciones donde he participado con las
lecturas que me han encomendado, pero hoy no era un día normal de celebraciones, hoy se
trataba de la celebración de la palabra en honor a tu marido, tu compañero del alma. Estoy
totalmente seguro que te habrá costado muchísimo oírme.
Tú sabes Roque que, en muchas ocasiones he participado en las lecturas de la celebración
de la palabra, donde con una de tus hijas, Raquel, hemos coincidido en más de una ocasión.
Hoy, día 13 de mayo, día de Nuestra Señora de Fátima, en el Tanatorio Municipal de San
Isidro de Gáldar, me costó enormemente creer que estaba acompañándote en tus propias
honras fúnebres. Quién me lo iría a decir que te leyera del libro de la Sabiduría el 3, 1-9: Las
almas de los justos están en las manos de Dios y no los alcanzará ningún tormento. Los
insensatos pensaban que los justos habían muerto, que su salida de este mundo era una
desgracia y su salida de entre nosotros, una completa destrucción. Pero los justos están en
paz.
No coincidí con tu hija, ella no fue capaz de aceptar mediante una lectura tu marcha, quizá
porque ella le habrá leído como lo he hecho yo a muchos otros que también corporalmente
se han ido como su padre y sabe las tristeza que nos embarga el alma. Estoy seguro, y no es
que mida la fe de tu hija Raquel, ni la fe de tu otra hija María Dolores, o la de tu hijo
Roque, tu mujer, Pinito, pero en estos tristes momentos todos coincidiremos en la
insensatez que nos predicaba San Mateo. Nos cuesta enormemente aceptar que yéndose
Roque hemos de tranquilizarnos y esperar confiadamente en la inmortalidad espiritual. Y
que, en el día del Juicio Final brillará como chispas que se propagan en un cañaveral y que
2. los que confiamos en el Señor comprenderemos la verdad y los que somos fieles a su amor
permaneceremos a su lado porque Dios ama a sus elegidos.
Qué fácil es leer estas preciosas palabras de nuestros apóstoles, pero qué difícil es aceptar
tu marcha.
Como bien decía don Agustín Monroy Rodríguez, nuestro párroco, hoy, en la misa de las
nueve, no estabas, como cada domingo, junto a una de las columnas de nuestro Templo de
Santiago Apóstol, notó que no le saludabas porque no estabas corporalmente, pero tú le
saludaste y él te saludó espiritualmente.
Eso le pasará a mi mujer, Juani Molina Vega, le pasará cuando mañana lunes se dirija a
recoger el pan en el piscolabis junto al Casino, para dirigirse al Comedor Parroquial como
así lo hace semanalmente, coincidiendo contigo cuando vas a por la prensa, no tendrá a
quien gastarles las bromas como hacía contigo con tanto cariño, siempre te despedías con
una carcajada.
Cuánto hemos conversado Roque, sobre la problemática social de nuestro municipio,
porque tú te sentías parte del pueblo y, te comprometías con el mismo. Cuánto te gustaba
conversar conmigo, cuánto me gustaba oírte Roque. Qué pena Roque, siempre, he dicho, y
no ahora porque te hayas ido corporalmente, siempre he dicho digo, que una persona
como tú no ha sido aprovechada como tú te mereces, ¡cuántos se lo han perdido!
Cuánto me emocionaba cuando conversábamos y algún niño-joven pasaba y te saludaba
con aquella preciosa frase: -¡Adiós don Roque!- Y digo preciosa porque sabía que era el
alumno que saludaba a su profesor de siempre, aunque hubiesen pasado años que te
habías jubilado.
Te has ido con las manos llenas Roque, porque siempre estabas dispuesto a ayudar, a
ayudar a todo aquel que reclamara tu ayuda. Y qué decir de la adoración que has sentido
por tu madre, siempre, un día sí y otro también la ibas a visitar, aunque ya no te conociera,
tú ponías en práctica la preciosa narrativa existente de aquel señor de cierta edad que fue
muy presuroso al ambulatorio porque debía curarse una herida en la mano,
insistentemente le decía al profesional que por favor le curase a la mayor urgencia posible.
El profesional, mientras le curaba le preguntó que porqué era la urgencia, y el señor le
3. contestó que tenía que ir a la residencia de ancianos para desayunar con su mujer que vivía
allí, le dijo que tenía un Alzheimer muy avanzado. Mientras le acababa de vendar la herida,
le preguntó si ella se alarmaría en caso de que él llegara tarde esa mañana. – no, le dijo.
Ella ya no sabe quién soy. Hace ya casi cinco años que no me reconoce. Entonces le
preguntó extrañado… -Y si no sabe quién es usted, ¿Por qué esa necesidad de estar con ella
todas las mañanas?- , el anciano se sonrió y dándole una palmadita en la mano le dijo: -
“Ella no sabe quién soy yo, pero yo todavía si sé muy bien quien es ella”-.
Tú Roque, sabías muy bien quién era tu madre. Muy fuerte para tu hermano Pepe, pues en
los pocos momentos de lucidez que le vengan y note que tú, llevas tiempo sin ir a verla, tu
hermano le tendrá que engañar cariñosamente diciéndole como que tú no has dejado de ir,
lastimosamente se tendrá que “aprovechar” de su falta de memoria, pero no te preocupes,
ella lo entenderá cuando por ley de vida te acompañe en esa Alta Dimensión que ya tú
estás disfrutando.
Mucho más difícil se nos irá a hacer, cuando tu nieto y tu nietita, comiencen a buscarte
detrás de los árboles para alcanzarte los “rebenques” de los Pinos de nuestra Plaza y tú se
los tires otra vez al suelo para alcanzártelos de nuevo… Afortunadamente, por esa misma
“ley de la vida” serán los que nos demostrarán que hay que aceptar la voluntad de Dios,
por muy fuerte que sea…
Ojalá, que con tu ida, nos demos cuenta de una vez, que nuestra hora nadie la predecimos
y por ello, hemos de estar preparados, preparados, sin envidias, sin rencores, haciendo el
bien como tú lo hacías, sin molestar a nadie y luchando todos juntos por esta sociedad en la
que estamos obligados a convivir, hasta que nuestra hora nos llegue.
Quédate con Dios Roque y, ¡Ruega por todos nosotros!
Un fuerte abrazo.