No todo lo cotidiano y en ocasiones repugnante, es desechable. Puede lo cotidiano y desechable tener de manera intrínseca una justificación de alta tecnología, en pro de la salud, no entendida por todos.
Tema 4 Rocas sedimentarias, características y clasificación
Cuento con título al final por RHE
1. En un mundo feliz, donde casi todos los niños jugaban, o creían jugar, con unas tablitas de plástico que
brillaban intensamente día y noche, existió ¿o seguirá existiendo? un niño, quienes lo conocen le
llaman Harápago.
Harápago, no tuvo de navidad, ni de regalo de cumpleaños, aquellas famosas tablitas mágicas
que todos deseaban; él en cambio, se conformaba con jugar con todo lo que caía en sus manos.
Sus compañeros, que no sus amigos, se burlaban porque no tenía las famosas tablitas mágicas;
al tiempo, poco le importó, y se dedicó a seguir coleccionando guijarros por aquí y por allá, en
ocasiones se encontraba jugando en la playa, encontraba de tarde en tarde un guijarro más fino o una
concha más bonita de lo normal.
Vivía en cada día, una nueva aventura para disfrutar. Y hoy… no fue a la escuela,
-“¡Magnífico!” gritó con todas sus fuerzas; la progenitora de sus días, más no de sus ideas, le reclamó:
-“No grites, estás enfermo, además nadie irá, ni la maestra… hace tanto frío, que los agujeros de la
madera se taparon con el hielo”.
Fue así, que notó que de su nariz fluía aquel líquido viscoso, transparente como el agua, rápido
lo limpió con la manga de su larga camiseta que empalmaba sus flácidos brazos.
A la semana, Harápago, aún tenía emisiones nasales, pero menos frecuentes, aunque con un
notable cambio en la coloración, ahora, sí, ahora eran verdes. Eso cautivó a Harápago que jugueteaba
día y noche con sus propios juguetes nasales, -“los demás tienen tablitas de colores, pero yo tengo
tesoros verdes” se repetía a sí mismo. Tesoros que cambian de color y con el tiempo se hacen duros.
Llegó el momento de ir a la escuela nuevamente, ya no hacía frío, por lo cual Harápago, colocó
en la bolsa de su pantalón que no tenía orificios cuidadosamente, una bolsita de plástico, bien cerrada,
que contenía su “juguete” que a nadie dejaba ver. Pero, que todos por la curiosidad deseaban
conocer, -“saca tu juguete, sácalo” le decían los envidiosos, hasta afirmaban: -“dicen que Harápago
robo de una tienda una nueva versión de tablitas, que ahora vienen en forma de pelotita”.
Creció tanto el rumor de que Harápago era un ladrón de nuevos juguetes, que la directora de
la escuela, la Señorita Habloquedito preocupada por el buen nombre de la institución mandó una
circular a los papás de Harápago, para citarlos y poder resolver aquel misterio. La Señorita
Habloquedito no se había dado cuenta que Harápago solo tenía mamá; aun así, Harápago no dijo nada
y se la entregó a su mamá. La mamá consternada le pidió al pequeño que devolviera aquel costoso
juguete cuanto antes.
Los compañeros envidiosos de Harápago, haciendo uso de las tablitas mágicas, hicieron notar
el incidente a todos cuanto pudieron, a tal grado que los noticieros en la ciudad hablaban del
espectacular robo de la nueva versión de “tablita hecha bolita”, así bautizaron aquel sortilegio de la
creación humana.
Cámaras, micrófonos, tablitas enfocadas, Señorita Habloquedito dispuesta, la mamá de
Harápago hecha nervios, todo dispuesto, para la declaración del pequeño y sobre todo la develación de
aquel envoltorio. Todos, con la respiración suspendida, hasta el volar de los moscas enmudeció, solo
se oía el plástico de la bolsa que encubría aquel misterio, aquel juguete-tesoro que entrañaba tantos
misterios y que solo será entendido por quienes le asignen:
El Verdadero e Inconmensurable Valor de un… Moquito.