Las mujeres y el papa Francisco
“¿Saben lo que es la monja chismosa? es terrorista”. Esa frase del papa Francisco, dicha en su
encuentro con las religiosas de vida contemplativa en Lima, se viralizó mereciendo contundentes
críticas por parte de quienes la percibían como una ofensa machista. Una frase desafortunada, sin
duda, porque se presta a reproducir estereotipos de género. Pero, valgan verdades, no creo que sea
la intención de Francisco el denigrar a las monjas y, menos aún, al género femenino. Si vemos sus
mensajes y sus acciones, es posible aseverar que tenemos delante a un Papa que se ha tomado en
serio el valor de las mujeres en la Iglesia y en la sociedad.
Si se lee completo el discurso a las monjas de clausura, podrá observarse que es un mensaje de
gratitud por el importante papel que desempeñan para la evangelización. Al contrario de varios que
las miran como “estorbo”, el Papa les ha dicho que la Iglesia necesita de ellas. Esta valoración del rol
de las mujeres en la Iglesia no es novedad en Francisco. En su exhortación apostólica Evangelii
Gaudium (2013), afirmó que uno de los desafíos de la Iglesia en el siglo XXI es “ampliar los espacios
para una presencia femenina más incisiva en la Iglesia” (nº 104). Reiteradas veces ha insistido en
reconocer el aporte de tantísimas religiosas y laicas que son el rostro misericordioso de la Iglesia en
zonas convulsionadas y olvidadas. Y, como les dijo a los obispos latinoamericanos en Bogotá en
setiembre de 2017, ha criticado a quienes las reducen a “siervas de nuestro recalcitrante
clericalismo”, porque olvidan que son protagonistas de la misión de la Iglesia.
Es decir, el papa Francisco admite que existe una deuda histórica con las mujeres. Por ello, ha
invitado a los teólogos y, en especial, a las teólogas a pensar el lugar específico de ellas en la Iglesia.
Él mismo ha promovido el debate al constituir una comisión para estudiar la posibilidad de ordenar
diaconisas, es decir que las mujeres accedan al grado inicial del sacerdocio. De este grupo 6 de los
12 integrantes son teólogas. Si bien el asunto es mucho más complejo que darles funciones
equiparables a los varones o admitirlas al sacerdocio, el Papa defiende que ellas deben participar
más activamente en los espacios de toma de decisiones. Por ello, ha sido el primer pontífice en
nombrar mujeres en puestos claves de la gestión de la Santa Sede: la periodista española Paloma
García Ovejero es subdirectora de la Oficina de Prensa y la historiadora del arte Barbara Jatta es la
directora de la red de Museos Vaticanos.
Por otro lado, es interesante anotar que, durante su visita al Perú, el papa Francisco ha mencionado
4 veces el tema de la violencia contra las mujeres. En Puerto Maldonado, calificó la trata de personas
como una forma de esclavitud sexual y laboral, y alzó su voz contra las políticas de esterilización de
mujeres indígenas. Condenó firmemente la “naturalización” de la violencia que se sostiene sobre
“una cultura machista que no asume el rol protagónico de la mujer dentro de nuestras comunidades”.
“No nos es lícito mirar para otro lado y dejar que tantas mujeres, especialmente adolescentes, sean
pisoteadas en su dignidad”, dijo en alusión a la cultura de la complicidad y del silencio que prima en
nuestro país. Y, en la plaza de armas de Trujillo, luego de homenajear a las madres y las abuelas,
que son “verdadera fuerza motora de la vida del Perú”, exhortó a luchar contra la “plaga” del
feminicidio. “Los invito a luchar contra esta fuente de sufrimiento pidiendo que se promueva una
legislación y una cultura de repudio a toda forma de violencia”.
No recuerdo otro viaje en el que Francisco haya insistido tanto sobre la cuestión. Probablemente, se
deba a que es consciente de lo endémico de la violencia familiar y sexual en nuestro país. Según
cifras de los Centro de Emergencia Mujer, en 2017, hubo 121 feminicidios y 247 intentos fallidos, que
se suman a los 795 casos reportados al Ministerio Público entre 2009 y 2015. El año cerró con 2341
adultos fueron víctimas de violencia sexual, de los cuales 96% eran mujeres; y la misma suerte
tuvieron 509 niños y niñas entre 0-5 años, 2078 entre 6-11 años, y 4006 adolescentes. Hace unos
días, trascendió el caso de una niña de 9 años que había dado a luz como consecuencia de un
embarazo producto de la violación de su padrastro. Drama vergonzoso que es más extendido de lo
que presuponemos, como bien ha retratado la periodista Patricia del Río en una columna en el diario
El Comercio del 1 de febrero.
Que el papa Francisco se haya pronunciado sobre el sufrimiento de las mujeres no resuelve el
problema, por supuesto. Pero sí constituye un gesto sincero y un impulso para remecer las
conciencias de quienes prefieren mirar a otro lado. En especial, sus palabras van dirigidas a los
cristianos que no pueden ser cómplices de esta cultura de la muerte. La indiferencia mata. En
términos prácticos, las expresiones del Papa dejan sin piso a posiciones fundamentalistas de
colectivos religiosos como “Con mis hijos no te metas”. En su defensa de la familia y su oposición
cerrada a las reivindicaciones de las organizaciones feministas no son capaces de captar la
complejidad del problema. Francisco los llama a abrir los ojos y abandonar los debates ideológicos
para salir a curar el sufrimiento cotidiano de miles de peruanas.
Evidentemente, puede discutirse si las palabras, gestos y acciones del papa Francisco son
suficientes para revertir la imagen de una Iglesia católica que no ha tratado con justicia a las mujeres.
Pero lo que no puede decirse es que su realidad le es indiferente. Todo lo contrario.