Este documento discute el racismo en el Perú y el rol de la educación en abordar este problema. Argumenta que a pesar de las leyes y la valoración oficial de las culturas originarias, el prejuicio racial basado en la superioridad de la raza blanca sigue siendo parte integral de la cultura peruana. Propone que la educación debe reconocer y analizar los prejuicios raciales para inspirar medidas que ayuden a desterrarlos en las nuevas generaciones.
1. Estimados estudiantes :
pegar en el cuaderno lo leeremos en clase
llevaré unas preguntas que desarrollarán en el cuaderno y serán evaludas según sus
respuestas .
pasen la voz todos los estudiantes de tercer año
nota esta semana revis cuaderno y tomamos practica calificada
2. ¿Racismo en el Perú? El rol de la educación
convivencia, diversidad, Perú, racismo
Por Ricardo Morales
Es lugar común afirmar que el Perú no es un país racista, que aquí vivimos armoniosamente
indígenas, blancos y mestizos, negros y chinos y otros grupos minoritarios, y que las oportunidades
sociales están abiertas a todos sin reparar en sus peculiaridades raciales.
Como argumento de nuestra “democracia racial” se aducen las leyes y la valoración oficial positiva
de nuestras culturas originarias.
La realidad es muy distinta. El prejuicio racial, consistente en la convicción de la superioridad de la
raza blanca sobre los indígenas y mestizos, ha sido constitutivo de la cultura peruana a lo largo de
500 años y lo sigue siendo; atraviesa, de múltiples maneras, la vida social cotidiana; se advierte en
los juicios, aspiraciones y valores, en el lenguaje y los insultos, en los ideales de belleza que
presentan los medios masivos y en los imaginarios colectivos.
La población blanca, culturalmente dominante, ha impuesto valoraciones y normas de conducta
que discriman a los mestizos y sobre todo a los indígenas, y los mestizos replican este patrón de
comportamiento respecto a estos últimos.
Por procesos psicosociales idénticos a aquellos por los que los niños aprenden a ser leales a su
familia, a su escuela o a su iglesia, los grupos sociales aprendemos a discriminar a los diferentes.
En el seno de la familia, los niños blancos aprenden a tratar de modo diferente a los mestizos (los
cholos, a los negros y a los indígenas); se familiarizan con las barreras invisibles pero reales de la
sociedad peruana, sus circuitos culturales discriminatorios y los matices del lenguaje que consagran
la pertenencia al grupo dominante; de esta manera asimilan los estereotipos que están en la base del
prejuicio (“El indio es flojo, primitivo, ignorante, infantil..”) y aprenden las normas no escritas de
las discriminaciones raciales cotidianas. Los mestizos siguen procesos semejantes, más complejos,
por su secreta aspiración a ser blancos.
Y los indígenas, por el efecto retroalimentador del prejuicio, tienden a internalizar la imagen
devaluada que de ellos les ha impuesto el blanco; muchos aspiran a igualarse con los mestizos
urbanos.
El persistente paralelismo entre la estratificación racial y la socioeconómica; la admiración (plena
de contradicciones) por los Estados Unidos y, sobre todo, la autoimagen del peruano como un ser
inferior, internalizada por muchos, completan este cuadro del racismo nacional. Aunque en esta
autoimagen -se nos pinta como desidiosos, indisciplinados y desgarrados- no figure explícitamente
3. la “raza”, en ella está presente la convicción, no confesada, de que la causa principal de nuestros
defectos se encuentra en nuestro componente racial.
El fondo de nuestro racismo es el rechazo de las culturas originarias, pese a la glorificación oficial
de esas culturas; la idea que tenemos del país y de su desarrollo excluye al indígena del “nosotros”
nacional. Es un pecado original todavía no redimido.
No hemos sido capaces de ver nuestra diversidad cultural como una riqueza y de resolver el
antagonismo de nuestras culturas constitutivas en un pluralismo aceptado y generoso.
Las políticas educativas en nuestro país debieran atender a la superación gradual de nuestras
prácticas discriminatorias y prejuicios raciales.
Habría que empezar por reconocerlos y llamarlos por su nombre; podría sugerirse al Ministerio de
Educación y a las universidades realizar estudios que analicen qué tipos raciales son despreciados o
sobrevaluados, qué características tiene el prejuicio racial en cada clase social y región geográfica,
qué formas de discriminación efectiva prevalecen en la vida cotidiana y cómo se fortalecen y
propagan los prejuicios raciales entre nosotros.
El conocimiento sobre estas cuestiones debería inspirar medidas pedagógicas que contribuyan a
desterrar estos prejuicios en las generaciones de niños y jóvenes.
La formación del maestro debiera ayudarlo a sensibilizarse respecto a este problema, a tomar
conciencia de sus propios prejuicios y a aprender a detectarlos en la vida diaria de la escuela.
Educar para el respeto a la diversidad y a la tolerancia debiera tener entre nosotros, como primer
cometido (tanto en las escuelas públicas como en las privadas), fomentar en los alumnos una
especial sensibilidad hacia los prejuicios raciales.
No creo, por cierto, que en las numerosas propuestas de formación de valores que se aplican en
realidad en la educación se esté dando a este problema el lugar central que merece.
Ser consecuentes con esta reflexión nos llevará necesariamente a revisar a fondo el proyecto de país
y a descartar para siempre fantasías modernizadoras, que llevan dentro de ellas actitudes racistas.
Fuente: Perú21/ Lista Interculturalidad