El documento presenta varias historias y reflexiones sobre el verdadero significado y espíritu de la Navidad. Resalta que lo más importante de la temporada navideña no son los regalos materiales o las compras, sino pasar tiempo de calidad en familia y enfocarse en Jesús, cuya llegada es la razón de la celebración. Insta a las personas a reducir sus agendas ajetreadas para detenerse a disfrutar de la presencia y bendiciones de Jesús durante la Navidad.
1. QUÉ NOS PIDE JESÚS
PARA NAVIDAD
6 regalos ideales para el hombre
más rico del universo
¿TEMPORADA
DE TRAJÍN O DE
REFLEXIÓN?
«¡Quiero mirar a Jesús!»
¿BUSCAS PAZ?
Acude directamente a la fuente
Con ctate
CAMBIA TU MUNDO CAMBIANDO TU VIDA
3. El día del cumplea-
ños de mi madre me
puse a pensar en ella y
me di cuenta de que mi infan-
cia estuvo marcada por algo
muy particular: los momentos
que pasábamos todos juntos.
Más concretamente evoqué
las Navidades de mi niñez.
Lo principal de cada recuerdo
no era la cantidad o el valor
de los regalos que recibimos
en aquella ocasión, ni las
celebraciones mismas, sino
más bien las cosas sencillas.
Hubo una Navidad en que
pusimos empeño por hacer
cosas juntos en familia. Pre-
paramos un nacimiento con
una vieja tabla que cubrimos
de pinos en miniatura y
figuritas hechas y vestidas por
nosotros mismos.
Otro año, la fría casita
en que vivíamos se llenó de
calor gracias a un cassette
de villancicos —el primero
que tuvimos los niños— y
la alegría de encontrarnos
naranjas en las botas que
habíamos dejado en la
sala, además de nueces y
pasas envueltas en papel de
aluminio. Ese año decoramos
un árbol con adornos caseros
que hacían alusión a los dones
del Espíritu: amor, gozo,
paz, paciencia, benignidad,
bondad, fe, mansedumbre y
templanza (Gálatas 5:22,23).
Otra Navidad, cuando yo
era aún más pequeña, ensar-
tamos palomitas de maíz en
un hilo que colgamos del
árbol. Para fines de diciem-
bre ya casi no quedaban
palomitas, pues un ratoncito,
ingeniosamente disfrazado de
niñita de tres años con cole-
tas, se dedicaba a comérselas
cuando nadie miraba.
También hubo una
Navidad, cuando tenía 9 años,
en que, al levantarnos por la
mañana, mis cinco hermanas
y yo nos encontramos con
una sorpresa: una fila de
cajas blancas de zapatos, cada
una con el nombre de una
de nosotras y con algunos
artículos que necesitábamos
o con los que podíamos
jugar. Había cuerdas para
saltar, chirimbolos de todo
tipo, un cepillo para el pelo,
horquillas, pequeñas prendas
de vestir… de todo un poco.
Para nosotras, que éramos
hijas de misioneros, ¡esos
regalitos nos cayeron de
perlas!
El recuerdo de tantas
bellas ocasiones me motivó a
esforzarme para que mis dos
hijos también conozcan ese
mismo cariño y emoción esta
Navidad. Quiero que tengan
recuerdos entrañables de estas
fechas. Y entonces caí en la
cuenta de que lo que confirió
a aquellos momentos un valor
particular fue, por una parte,
el amor de mis padres y el
tiempo que nos dedicaban; y
por otra, su fe en Jesús y en la
Palabra de Dios, que nos lle-
varon a descubrir la salvación
y a adoptar como propósito
en la vida la misión de llegar
al corazón de los demás y
conquistarlos con el amor del
Señor.
Es cierto que no poseía-
mos mucho, pero teníamos al
Señor y nos apoyábamos unos
a otros. Ese era el secreto
de que nuestras Navidades
fueran las más felices que yo
pudiera imaginar. /
Cari Harrop es
misionera de La Familia
Internacional en la India.
Sencillo,
pero
memorable
C
a
r
i Harrop
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4. Hace varias Navidades estaba
yo en la puerta de un moderno centro
comercial admirando un precioso
pesebre que exhibían en una vitrina cuando
pasaron presurosas una madre y su hijita. Al
ver el atractivo nacimiento, la niñita tomó de
la mano a su madre y exclamó:
—¡Mamá, mamá! ¡Quiero mirar a Jesús!
Pero la madre, agobiada, le respondió que
aún no habían hecho ni la mitad de las com-
pras y que no tenían tiempo para detenerse.
Se alejó, pues, llevando a rastras a su hijita,
que quedó visiblemente decepcionada.
Las palabras de aquella niña me resonaron
en los oídos durante mucho tiempo. «¡Quiero
mirar a Jesús!» Pensé en todo el ajetreo que
había vivido en aquella Navidad, época en
que nuestro ya vertiginoso ritmo de vida se
acelera aún más en medio de la vorágine de
las compras. ¿Cuántos minutos había pasado
comprando, preparando adornos y cocinando
en los días previos a la Nochebuena? Y por
otra parte, ¿cuántos había dedicado a Aquel
cuyo nacimiento y vida constituyen el autén-
tico significado de esta fecha?
Jesús está siempre cercano a nosotros. Él
«está a mi diestra», y es «más unido que un
hermano» (Salmo 16:8; Proverbios 18:24). En
cualquier momento podemos hablar con Él.
Su nacimiento es la esencia
de la Pascua. Los obsequios
que nos hace —paz, amor y
alegría de corazón— consti-
tuyen la magia sustancial de
la Navidad. Con los brazos
extendidos nos ofrece esos
presentes diciéndonos: «Venid
a Mí. Yo os haré descansar.
Aprended de Mí, y halla-
réis descanso para vuestras
almas» (Mateo 11:28-30).
Sin embargo, nunca accede-
remos a esos regalos si sólo
pensamos en abrirnos paso a
empellones, listas de compras
y quehaceres en mano, dema-
siado ocupados para detener-
nos y advertir siquiera que Él
se encuentra ahí mismo.
Reza un viejo refrán: «En
noche tormentosa no cae
rocío». Asimismo, difícil-
mente experimentaremos el
solaz y el gozo de la proximi-
dad a Jesús si estamos embar-
cados en una frenética carrera
para lograr esto y lo otro. El
rocío del Cielo y las bendi-
Virginia Brandt Berg
¿TEMPORADA DE TRAJÍN
O DE REFLEXIÓN?
ciones de la Navidad recalan
pacíficamente en nuestro
corazón cuando nos detene-
mos un momento y, guar-
dando silencio, pensamos en
Él. En efecto, prescindir de
Él es desaprovechar la única
alegría auténtica y duradera
y el único amor perfecto que
podemos hacer nuestro en
esta vida y compartir para
siempre.
¿Por qué no hacer un alto
y disfrutar —realmente
disfrutar— de la esencia de
la Navidad? Reduzcamos
nuestras listas de quehaceres.
Disfrutemos de la belleza.
La Navidad entraña muchas
cosas maravillosas y muchos
aspectos encantadores. Sería
lamentable perdérnoslo todo
por andar envolviendo esto y
aquello, corriendo a conseguir
un último detalle, cocinando
tal y cual plato y enfrascán-
donos en cantidad de prepa-
rativos para el festín. Es decir,
por abarrotar la Navidad
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5. ¡Se vive la Navidad
en las tiendas,
en las calles y
en la aglomeración;
¡pero la Navidad
auténtica
es la que llevamos
en el corazón!
Anónimo
de tantas cosas innecesarias.
Mejor es detenernos a saborear
las cosas que importan en la
vida en lugar de precipitarnos
hacia la Navidad con tal furia
que al llegar por fin el Año
Nuevo suspiremos con alivio:
«¡Sobreviví a las fiestas!»
Jesús vino para bendecir
nuestra vida. Por eso
celebramos la Navidad. Él
dijo que había venido para
que tuviéramos vida y
para que la tuviéramos en
abundancia (Juan 10:10).
El apóstol Pablo añade:
«Tenemos paz para con Dios
por medio de nuestro Señor
Jesucristo» (Romanos 5:1).
La paz y la vida en toda su
ron a la cama. El frenético
trajín de las actividades
navideñas la había puesto
nerviosa. Cuando se arro-
dilló junto a su lecho para
rezar el Padrenuestro, se
confundió y dijo: «Perdóna-
nos nuestras Navidades».
Al observar en estas
fechas a los tensos e
inquietos compradores, a
uno casi le entran ganas de
decir como aquella chiqui-
lla: «Perdónanos nuestras
Navidades».
Anónimo
Jesús, cada jornada me propongo
pasar tranquilos ratos a Tu lado,
saborear esa paz que me has dado,
oír Tu dulce voz con desahogo.
En un lugar ameno y apartado
desechar los afanes de esta vida,
dar fuerzas a mi alma alicaída,
desterrar la borrasca y el enfado...
Un lugar de serenidad y confianza
en el que sólo Tú puedes surtirme
de aquello que preciso sin tardanza,
de esa bendición básica y sublime...
un lugar de reposo y alabanza
donde mi ser descanse y se ilumine. /
SEÑOR, PERDÓNANOS
La víspera de Navidad estuvo llena de
incidentes, algunos de ellos desagradables.
Papá parecía sobrecargado de preocupacio-
nes, no sólo de paquetes. La ansiedad de
mamá llegó al límite varias veces a lo largo
del día. En cualquier lugar donde se pusiese
la niñita, estorbaba. Finalmente la manda-
plenitud no tienen por qué
sernos esquivas. Están a
nuestra entera disposición
estas Navidades: basta con
que demos un espacio a Jesús
en nuestra alma y en nuestra
realidad cotidiana.
Permíteme pasar unos
minutos con Jesús. Él es el
alma misma de la Navidad.
Quiero que la celebración de
Su nacimiento me conmueva
de formas nuevas este año.
Quiero descubrir los regalos
que Él me concedió hace
tanto tiempo. Quiero parti-
cipar más íntimamente de la
Navidad, asemejándome más
a Él. Quiero parar un ratito
para mirar a Jesús.
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6. luz
Nunca olvidaré aquel poema y la feli-
cidad que sentimos al recitarlo delante
de nuestros papás y amigos. Como era
pequeña, me figuraba que los tres chiqui-
llos tendrían más o menos la misma edad
que yo, y me parecía fantástico que se
hubieran curado aquella magnífica noche.
A veces me pongo a pensar en cuántas
vidas han sido transformadas por el naci-
miento de Cristo… seguramente muchas
más de las que nos imaginamos.
Siglos atrás, un hombre recorrió el
camino que conducía a Belén tirando
de un burro que cargaba a su esposa
embarazada. Nueve meses antes, su vida
había dado un vuelco, para peor, o al
menos así le pareció en aquel momento.
Sin embargo, vio un rayito de esperanza:
se le había prometido, en un sueño, que
todo saldría bien. Se aferró a aquella
promesa, no perdió la fe, rezó y esperó
pacientemente. Aquella noche, todos sus
temores se desvanecieron. Al ver al Niño
recostado en el pesebre, José sintió que
su alma atribulada se inundaba de paz.
En los montes que circundaban la aldea
de Belén, un humilde pastor cuidaba
sus ovejas por la noche. Para él la vida
era dura. Tenía que pagar sus tributos y
mantener a su numerosa familia. Su país
se hallaba ocupado por un ejército extran-
jero, y él ansiaba el día en que sería libre.
Aquella noche, sentado bajo un esplén-
dido cielo estrellado, le pidió a Dios una
solución para sus dificultades, tal como
lo había hecho a diario desde que tenía
memoria. Pero aquella vez sus oraciones
hallaron respuesta. Al contemplar al Niño
dormido en el pesebre, supo que por dis-
posición del Cielo a la larga todo saldría
bien. Aquella noche su vida se llenó de luz.
Hubo también un sabio en Oriente cuya
ansia de la verdad y del significado de
la vida lo había llevado a escudriñar los
cielos nocturnos en busca de una señal.
Pese a todos los conocimientos que poseía
y a la vasta fortuna que había acumulado,
C
uando tenía seis años, para
Navidad la maestra enseñó a nues-
tra clase un poema que se titulaba
Una leyenda olvidada. Narra la historia de
tres niñitos que fueron a ver a Jesús. Uno
era ciego, otro mudo, y el tercero cojo.
Pese a sus limitaciones físicas, los tres se
ayudaron mutuamente para llegar hasta
el pesebre donde estaba Jesús. Viendo el
amor que había entre ellos y su ferviente
deseo de adorar al recién nacido Rey,
Dios les concedió un inusitado regalo: los
sanó.
LA
ETERNA
Ariana Keating
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7. deseaba algo más. Así, recurriendo a toda
su habilidad y destreza, los escudriñó
una vez más, para ver si descubría la paz
interior y el cumplimiento de su anhelo.
El misterio comenzó a desentrañarse
cuando divisó una espléndida estrella
nueva que anunciaba el nacimiento de
nuestro Salvador, la misma que a la postre
lo conduciría hasta el lugar donde se
hallaba el Niño prometido.
El corazón de los seres humanos es
igual en todas partes del mundo. Para
que la vida sea realmente plena, siempre
habrá necesidad de amar y ser amado.
Después de dos mil años sigue habiendo
muchas personas que esperan el cumpli-
miento de su mayor deseo: la ajetreada
madre pide siquiera unos instantes de
serenidad tras un largo día de malabares
para dar abasto con el trabajo y la fami-
lia; el ejecutivo tiene plazos que cumplir,
cuentas que pagar y encima ha de compla-
cer al jefe, pero sabe que en el fondo debe
de haber una salida, algún medio de ali-
viar la tensión y el estrés que lo asedian;
el estudiante, inseguro de su porvenir,
busca su lugar en la vida y anhela encon-
trar a alguien que lo ayude a abrirse paso
en este mundo plagado de incertidumbres.
Para cada uno de ellos, la respuesta es
la misma que descubrieron los personajes
de aquella noche, siglos atrás, en Belén.
El amor que llenó el corazón de quienes
necesitaban esperanza, fe y consuelo hace
dos mil años aún puede satisfacer a los
buscadores de hoy. Permite que el amor
de la Navidad brille en tu vida. En aque-
lla noche, el amor descendió del Cielo
para habitar entre nosotros. Ese amor
comunica felicidad a todos los que buscan
algo más en la vida, e irradia luz sobre el
mundo. Se trata de un amor que nunca se
desvanecerá y una luz que jamás perderá
su resplandor. /
Ariana Keating es misionera de la
Familia Internacional en Tailandia.
UNA LEYENDA olvidADA
Charles Bancroft
Llegó a mis oídos la leyenda olvidada
que quizá conocían los sabios de Oriente
sobre tres chiquillos que fueron al alba
a ver a Jesús con rostros dolientes.
El uno era ciego; el otro, tullido;
y el tercero, mudo; no obstante, una estrella
los condujo al lugar donde había nacido
pocas horas antes la Criatura aquella.
¿Cómo iba el Niño a mostrarse desatento
y no responder con sonrisa sincera
al oír la plegaria de fe en su nacimiento
y de alabanza por traer paz a la Tierra?
Suavemente una luz iluminó el establo.
El chiquillo impedido se puso de pie;
el mudo cantó, despegando los labios;
¡y el ciego contempló dichoso a su Rey!
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8. QUÉ NOS
PIDE JESÚS
PARA NAVIDAD
S
iendo el cumplea-
ños de Jesús, es
lógico que pensemos
en algo lindo que rega-
larle, de la misma manera
que hacemos obsequios a
nuestros seres queridos
o preparamos algo espe-
cial para ellos el día de su
cumpleaños. Lo que pasa
es que a veces resulta
difícil saber qué darle al
Rey del universo, que ya lo
tiene todo. Justamente me
encontraba dándole vueltas
a ese pensamiento cuando
se me ocurrió que la forma
más fácil de dar con la
solución era preguntarle
directamente a Él qué sería
lo que más le gustaría que
le regalásemos. A continua-
ción reproduzco seis de Sus
respuestas:
María Fontaine
Esta Navidad, mientras
disfrutas de todas sus
alegrías, detente a pensar
en las circunstancias tan
precarias en que nació
Jesús. Tenía tanto, y sin
embargo se hizo tan
humilde, tan poca cosa,
para que pudiéramos
poseerlo todo. Todo lo que
tenemos se lo debemos a Él.
Regálame amor
Ya sabes cómo es eso
de los cumpleaños: a todo
el mundo le gusta sentirse
querido en su día. Yo soy
igual: la Navidad es Mi
cumpleaños.
Lo que más me inte-
resa eres tú. Tenerte a ti
y disfrutar de tu amor repre-
senta más para Mí que
ninguna otra cosa. Y claro,
en estas fechas tan entra-
ñables, cuando a todos
les gusta reunirse con sus
seres queridos, familiares y
amigos, Yo quiero reunirme
contigo. Pasar un rato
juntos hará que Mi cum-
pleaños sea una ocasión
verdaderamente significa-
tiva.
No tiene que ser nada
complicado. Es fácil
complacerme. Lo único
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9. que pido es estar contigo.
Podemos hacer lo que
te apetezca, siempre y
cuando estemos los dos
juntos. Podemos sentarnos
a conversar. O leer algo
juntos y hacer una pausa
cada tanto para reflexio-
nar sobre ello. Podemos
decirnos las cosas que nos
gustan y que valoramos el
uno del otro. Con detalles
así puedes manifestarme
que me amas y que no te
has olvidado de quién es el
homenajeado.
Regálame tu
generosidad
La Navidad es época de
dar. Fue cuando Mi Padre
me entregó a Mí, Su Hijo
unigénito, por amor al
mundo. Fue cuando vine
a la Tierra y ofrendé Mi
vida para dar vida eterna a
todos los que la aceptaran.
Es asimismo la época en
que las personas intercam-
bian regalos para conme-
morar las dádivas que Mi
Padre y Yo les brindamos.
En esta Navidad te pido
que me ofrezcas gene-
rosidad, haciendo por tu
prójimo tanto como harías
por Mí.
Si bien en Navidad se
celebra la buena voluntad
de Dios para con los
hombres, también deseo
que sea una temporada de
buena voluntad entre los
hombres. Haz una pausa
para preguntarme qué
puedes hacer por algún
ser humano. Corresponde
a la buena voluntad de
Mi Padre demostrando tú
también tu buena voluntad.
Regálame tu corazón
agradecido
Agradéceme todo lo que
te sucedió este año que
termina. Dame gracias
por las bendiciones que
te envié y también por las
pruebas y exigencias que
fortalecieron tu carácter.
Agradéceme el amor que
recibiste y alábame por las
oportunidades que tuviste
de brindar amor a quienes
te rodean. Es decir, dame
las gracias por todo.
Me hace feliz
escuchar tus alabanzas
y expresiones de gratitud.
Unen tu corazón al Mío, nos
acercan y pueden hacer
que esta Navidad sea la
mejor que hayas celebrado
hasta ahora. Ahora bien,
todo eso no tiene por qué
terminar después de la
Navidad. Cuando pase
algo que te haga feliz o
te demuestre que otras
personas te aprecian
y te aman, alábame
por ese regalo. Así los
dos intercambiaremos
regalos. Soy Yo quien te
concede esos favores
que te brindan felicidad;
y al agradecérmelos, tú
también me brindas a Mí
felicidad. Sigue dándome
las gracias por todo lo que
te obsequie, y Yo seré cada
vez más generoso contigo,
tanto que cada día será
como Navidad.
Regálame tus oraciones
Orar por otros es un acto de abnega-
ción: requiere tiempo y esfuerzo. Es, sin
embargo, un sacrificio que me agrada.
Si no tienes la costumbre de rezar
por otros a diario, no te preocupes: Yo
miro tu corazón. Si no te consideras
elocuente, no te preocupes: Yo miro
tu corazón. Si sientes que no tienes
mucha fe, no te preocupes: Yo miro tu
corazón. Lo que me impulsa a satisfacer
las necesidades de las personas por
las que oras son tu amor y tu interés
genuino.
Traduce, pues, tu amor en hechos.
Lleva a la práctica tu fe y pon a prueba
Mis promesas, orando por otras perso-
nas. Te lo retribuiré con creces.
Regálame perdón
La Navidad es una buena fecha
para reconciliarse. Y a menudo hay
que empezar haciendo el esfuerzo de
perdonar a alguien, aunque te parezca
que esa persona debería pedirte perdón
a ti. ¿Alguien dijo o hizo algo que te
hirió? Perdona. ¿Albergas resentimiento
hacia alguien? Perdona.
Comparte Mi amor con los
demás
No habría dudado en venir a vivir a la
Tierra y morir exclusivamente por ti; pero
amo en la misma medida a los demás
pobladores del mundo. Mi mayor anhelo
es que todos tengan la oportunidad de
conocer ese amor, que mucha gente ni
siquiera sabe que existe. Necesita que
alguien se lo diga y se lo enseñe.
Se ha dicho con razón que no tengo
otras manos, ni otros pies, ni otros ojos
que los de Mis seguidores. Si quieres
hacerme un regalo verdaderamente estu-
pendo esta Navidad, déjame servirme
de ti. Permite que te llene de Mi amor y
deja que ese amor fluya a través de ti
hacia los demás. /
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10. Navi
DESCUBRIR
LA NAVIDAD
Priscila Lipciuc
M
e crié en
la Rumania
comunista,
donde la religión estaba
prohibida. Por eso,
descubrir la Navidad no
fue fácil para mí.
Cuando llegué a la edad
escolar, mis familiares
me advirtieron que nunca
empleara la palabra Navi-
dad en el colegio ni ante
desconocidos. Solo la
pronunciábamos en casa,
porque algunos de mis
parientes eran personas de
edad que se habían criado
antes que entrara en vigor
la prohibición y todavía
celebraban la festividad
en secreto. Con todos los
demás, el pino era sim-
plemente el árbol de Año
Nuevo, y se aludía a las
fechas como las fiestas de
invierno. Por lo general, a
los niños no nos hacían rega-
los en la época navideña, y
cuando nos los hacían, no se
mencionaba la Navidad.
Tenía pocos años cuando
conseguimos nuestro
primer árbol de Pascua.
Traía velitas de verdad
sujetas a las ramas, y si me
portaba bien mi premio era
ver las velas encendidas por
unos minutos.
Recuerdo mirar pocos
años después el solitario
icono ortodoxo de nues-
tra casa a través de las
ramas del árbol navideño y
preguntarme qué relación
había entre lo uno y lo otro.
«¿A quién representa esa
imagen? ¿Por qué tenemos
un cuadro de una persona
que no conocemos?»
También recuerdo la pri-
mera Navidad que celebré
fuera de la ciudad en com-
pañía de otros familiares.
Allí la gente era un poco
más libre, y escuchábamos
las rondallas que entonaban
villancicos. Era hermoso
y fascinante, pero no tenía
mucho sentido para mí.
Siendo ya casi adulta,
se vino abajo el régimen
comunista. Fue entonces
cuando acepté a Jesús
como mi Salvador y tuve
ocasión de aprender más
sobre la Navidad y otras
verdades de la Biblia.
Varios años después
decidí consagrarme a
labores voluntarias de
evangelización y celebré
por primera vez la Navidad
con un profundo sentido
cristiano: dando gracias a
Dios por enviarnos a Jesús
y transmitiendo el men-
saje de Su amor. ¡Fue una
dicha!
Luego me casé y fui madre. En cuanto
llegaba el invierno, el apartamento reso-
naba con música navideña, y no quedaba
rincón sin adornar; así y todo, en mi rostro
siempre llevaba rastros de lágrimas. Era
feliz —no lo niego—, pero también se me
partía el alma pensando que Dios tuvo
que sacrificar a Su único hijo, Jesús. Lo
que pasaba era que, desde que era madre,
se me hacía impensable que alguna vez
me viera obligada a entregar a mi que-
rido Emanuel a otra persona. Me decía:
«No me importaría dar la vida un día por
alguien; pero ¡jamás sacrificaría la vida de
mi hijo!»
Me angustiaba al pensar que Dios
Padre tuvo que despedirse de Su único
Hijo con pleno conocimiento de la suerte
que iba a correr. Me alegraba que Él
hubiera tomado esa decisión, y se la agra-
decía; pero al mismo tiempo me entris-
tecía. Aunque nunca faltaba la alegría
perenne de la Navidad, no ignoraba la
magnitud del sacrificio que había hecho
Dios por nosotros.
Cada Navidad sigo derramando algunas
lágrimas al evocar el dolor con que se
pagó nuestra felicidad. En todo caso, la
dicha supera con mucho la tristeza. Y así
es como debe ser. ¡Fue un pago que Dios
hizo gustoso por amor a nosotros! /
Priscila Lipciuc es voluntaria de La
Familia Internacional en Rumania.
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11. idad
UN GESTO DE AMOR
EN NOCHEBUENA
LECTURAS
ENRIQUECEDORAS
Jesús vino al mundo
para…
Retratar el espíritu
de Dios:
2 Corintios 4:4
Colosenses 1:13b,15
Hebreos 1:3
Entregar la vida por
nosotros:
Mateo 20:28
Juan 6:51
Juan 10:11
Juan 15:13
Romanos 5:6
Reconciliarnos con
Dios y brindarnos
vida eterna:
Lucas 19:10
Juan 1:29
Juan 3:16
1 Timoteo 1:15
1 Juan 3:5
1 Juan 4:14
Destruir las obras
del Diablo:
Hechos 10:38
Hebreos 2:14
1 Juan 3:8
Mejorar nuestra
calidad de vida:
Lucas 4:18,19
Juan 10:10b
En Belén de Judá
nace el Mesías,
en nueva humanidad
siembra alegrías.
Entre pañales
late la libertad
de los mortales.
Emma-Margarita R. A.-Valdés
S
olange fue una de
tantas docenas de
pacientes que conocí la
Nochebuena en que fuimos a
cantar villancicos a un hospital.
Todos sufrían y tenían necesidad
de amor y consuelo; pero el caso
de la joven Solange —cubierta
de yeso y vendas de pies a
cabeza— era excepcional. Cuando
le dedicamos una canción, se
puso a llorar. Al poco rato
sollozaba de modo incontrolable.
—Jesús te ama y vela por ti —le
aseguré.
Me explicó que había sufrido
un accidente de tránsito en el
que murieron sus padres y su
hermana. Había perdido a toda su
familia. A pesar de haber estado
tres días en coma, sobrevivió
contra todo pronóstico.
Rezó conmigo para recibir
a Jesús como su Salvador, y le
entregué dos afiches que había
llevado. Uno de ellos tenía impreso
al dorso un mensaje sobre el Cielo;
el otro hablaba del gran amor
que abriga Jesús por cada uno de
nosotros. También rogué por su
curación y prometí volver a verla.
—Joanna —me dijo—, me llega
al alma que te preocupes por mí
y que hayas venido a hacerme
compañía en Nochebuena sin
conocerme siquiera.
Solange permaneció hospita-
lizada tres meses más. La visité
tanto como pude. Siempre le
llevaba algún cassette inspirativo
de La Familia, como No temas
o Para salir vencedor, o le leía la
Biblia para animarla e infundirle
fe. Cuando la dieron de alta, el
milagro que había empezado
a producirse en ella durante la
Nochebuena se consumó: estaba
contenta, sana y restableciéndose
de su trauma emocional. /
Joanna Adino es miembro de la
Familia Internacional en Brasil.
Joanna adino
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12. La película Joyeux Noël
(Feliz Navidad, 2005), del direc-
tor y guionista francés Christian
Carion, cuenta una historia real
ocurrida en un campo de batalla
francés la Nochebuena de 1914.
El episodio tuvo
lugar durante la Gran
Guerra (la Primera
Guerra Mundial), en
un punto del frente
en que había unos
tres mil soldados
escoceses, franceses y
alemanes. Al llegar la
Nochebuena, se oyen
del lado alemán ecos
del famoso villancico
Noche de paz. Los escoceses
responden enseguida con un
acompañamiento de gaitas. Al
rato, los tres ejércitos entonan al
unísono la misma canción desde
sus respectivas trincheras, a cien
metros de distancia. Imagínate a
los combatientes cantando en tres
idiomas desde las mismísimas
trincheras que apenas unas horas
Joyeux
Noël
Curtis Peter Van Gorder
«Sin
enemigo,
nohay
guerra».
antes habían sido escenario de una
brutal matanza. ¡Qué contraste!
Persuadidos a darse tregua por la
letra de aquel añorado villancico, los
bandos enemigos se atreven a salir
de sus trincheras y acuerdan un cese
del fuego extraoficial. En ciertos tre-
chos de la línea del frente, la tregua
navideña llega a durar diez días. Los
enemigos intercambian fotografías,
direcciones, chocolates, champaña
y otros pequeños obsequios. Descu-
bren que tienen más en común de lo
que imaginaban, incluido un gato
que merodea de una trinchera a otra
y entabla amistad con cualquiera, si
bien ambos bandos insisten en que la
mascota les pertenece.
Los otrora enemigos se esfuerzan
por comunicarse como mejor pueden
en el idioma del otro. El teniente
alemán, Horstmayer, dice al francés,
Audebert:
—Cuando tomemos París, todo
habrá terminado. ¡Luego
espero que me invites a
un trago en tu casa de la
Rue Vavin!
—No te sientas obli-
gado a invadir París para
que te invite a un trago
en mi casa —replica
Audebert.
La amistad que se
forja aquella noche entre
los bandos opuestos no
tiene nada de superficial. La mañana
en que acaba la tregua de Navidad,
ambos bandos se advierten mutua-
mente cuando se enteran de que la
artillería está a punto de lanzar un
ataque. La camaradería que surge
entre ellos cala tan hondo que se sabe
que ambos lados incluso llegaron a
cobijar soldados enemigos en sus trin-
cheras a fin de protegerlos del peligro.
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13. ¿Qué produjo tan inverosímil
transformación? Todo comenzó con
la atracción ejercida en unos y otros
por la música navideña.
Ese incidente nos recuerda que la
guerra es un mal que tiene remedio.
Se trata de dejar de satanizar a nues-
tros enemigos y aprender a amarlos,
tal como Jesús nos conminó a hacer
(Mateo 5:44). Claro que del dicho
al hecho hay largo trecho, pensarán
algunos; pero eso no quiere decir que
sea imposible. Dejemos de lado las
distinciones de raza, color y credo y
tomemos conciencia de que todos los
seres humanos tenemos necesidad
de amar y ser amados. Si nos esme-
ráramos para conocer más a fondo a
personas con las que aparentemente
no tenemos ninguna afinidad, quizá
nos daríamos con la sorpresa de que
en realidad tenemos bastante más en
común de lo que pensamos.
Jesús enseñó a Sus seguidores:
«Bienaventurados los pacificadores,
porque serán llamados hijos de Dios»
(Mateo 5:9). Contextualizando esta
frase, en aquel entonces la tierra de
Judea se encontraba sumida en el
caos político. Las fuerzas de ocupa-
ción romanas aplastaban despiadada-
mente toda resistencia. Empeñado en
deshacerse del recién nacido Príncipe
de Paz por considerarlo una ame-
naza personal, el rey Herodes, que
gobernaba la región con la anuencia
del régimen romano, había decretado
la matanza de todos los pequeñitos
nacidos en el pueblo de Belén. Jesús,
durante Su ministerio público, corrió
peligro en numerosas ocasiones. Los
dirigentes religiosos de Su propio
pueblo, movidos por la envidia, pro-
curaban librarse de Él.
No obstante, pese a todo el odio
que el Diablo descargó contra Jesús,
el amor triunfó. Al término de Su
vida terrenal, cuando Sus enemigos
por fin consiguieron echarle mano
y crucificarlo, dio la sensación de
que lo habían vencido. Sin embargo,
tres días después se llenaron de
consternacion: Jesús salió victorioso
del sepulcro y nos hizo la promesa
de que por medio de Él nosotros
también seríamos resucitados para
vida eterna.
Si se tiene en cuenta que la
Primera Guerra Mundial duró más
de tres años luego de aquel episodio
y se cobró casi veinte millones de
vidas, y que desde entonces se han
librado otras 150 guerras, que sega-
ron la vida de incontables millones
más, uno podría concluir que aquel
gesto de amistad y buena voluntad
en la Pascua de 1914 fue en vano. A
los soldados que participaron en la
tregua se los castigó con severidad. A
fin de garantizar que el incidente no
se repitiera, en la siguiente Navidad
sus superiores ordenaron bombardeos
mucho más intensos. Aun así, hubo
informes sobre incidentes simila-
res. En todo caso, más allá del éxito
o fracaso de esos casos aislados de
confraternización, esta historia de
paz en medio de la guerra sigue viva y
continúa derribando las barreras que
enconan a quienes podrían ser buenos
amigos. En definitiva, es un testimo-
nio del poder del amor de Dios, que
es la esencia de la Navidad. /
Curtis Peter Van Gorder
es voluntario de la Familia
Internacional en el Medio
Oriente.
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14. ¿BUSCAS
PAZ?
EN BRAZOS DE JESÚS
En brazos de Jesús,
bajo Su tierna faz,
encontrarás la dicha
y tu alma tendrá paz.
Frances Crosby (1820-1915)
«¡
G
loria a Dios
en las alturas
—proclamaron
los ángeles la noche en
que nació Jesús— y en la
Tierra paz, buena voluntad
para con los hombres!»
(Lucas 2:14).
Aunque la humanidad
lleva miles de años aspi-
rando a la paz, y esta nunca
se anhela tanto como en
Navidad, todavía se nos
escapa de las manos.
Actualmente en casi
todos los continentes
siguen produciéndose
cruentas contiendas. Como
decía una conocida canción
de Pete Seeger de los años
sesenta: «¿Qué pasó con
las flores? [...] ¿Cuándo
aprenderán? ¿Cuándo
aprenderán?»
La paz auténtica en todas
las esferas —tanto en el
terreno internacional como
en el personal— es hoy
más difícil de alcanzar que
nunca.
En la Biblia la palabra
paz es mucho más que un
antónimo de hostilidad.
Lleva aparejado el sentido
de salud y bienestar. Dos
términos hebreos expre-
san el concepto de paz en
el Antiguo Testamento:
shalom (paz) y shalem
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15. ¡PARA ESO FUE!
David Brandt Berg
Ninguno de nosotros puede
llegar a comprender lo maravilloso que
es Dios Padre. Hasta tal punto escapa
de nuestra comprensión que tuvo que
crear un Ser capaz de enseñarnos Su
amor, alguien que estuviera en nuestro
mismo terreno, a quien pudiéramos ver,
a quien alcanzáramos a percibir con los
sentidos, que bajara a Dios y lo pusiera
a la altura de nuestro entendimiento,
un Hombre que fuera como Él, a quien
llamó Su Hijo.
Dios entregó Su amor al mundo
entero. No obstante, te ama tanto que
te concedió Su más valiosa posesión, lo
que más amaba, a «Su Hijo unigénito»,
para que tú llegaras a tener vida
eterna (Juan 3:16). Te ama con mayor
intensidad y profundidad de lo que
se puede expresar con palabras. No
hay forma de comprender el amor de
Dios; es demasiado grande, sobrepasa
todo entendimiento (Efesios 3:19). No
puedes hacer otra cosa que acogerlo y
sentirlo en tu corazón.
Precisamente para eso vino Jesús al
mundo: para que llegases a conocer el
amor de Su Padre. ¡Para eso fue! /
Si todavía no has aceptado a Jesús como
tu Salvador, pídele ahora mismo que entre en
tu corazón y te dé amor, vida, libertad, verdad,
paz, abundancia y felicidad, en este momento
y para siempre. Simplemente haz la siguiente
oración:
Jesús, gracias por morir por mí. Te ruego
que me perdones los errores que he cometido.
Entra en mi corazón, concédeme la vida eterna
y llévame a entender mejor Tu amor. Amén.
(salud o plenitud). La
palabra paz incluía los
conceptos de paz interior
(espiritual y emocional),
salud, abundancia y armo-
nía con la vida en todo
aspecto, incluso en situa-
ciones borrascosas en que
los sobresaltos y contrarie-
dades atentan contra todo
género de paz.
En el Nuevo Testamento
se emplea más de cien
veces la palabra griega
eirene para describir la paz,
tanto en sentido figurado
como literal. Por ejemplo,
la expresión «ve en paz»
significa «abrígate y come
bien» (Santiago 2:16). La
noche antes de Su cruci-
fixión, Jesús dijo a Sus dis-
cípulos: «La paz os dejo, Mi
paz os doy. [...] No se turbe
vuestro corazón ni tenga
miedo» (Juan 14:27).
Al igual que en el Anti-
guo Testamento, la paz es
mucho más que una simple
ausencia de conflicto en la
sociedad. Es una sensación
muy viva de bienestar inte-
rior que procede de Dios y
que, como un bien pre-
ciado, se nos concede a los
que aceptamos a Jesús, el
Príncipe de Paz, sin el cual
no es posible la paz verda-
dera. Tú también puedes
disfrutar de esa paz, tanto
en lo personal como en tus
relaciones con los demás.
La paz de Dios, que sobre-
pasa todo entendimiento,
es algo sumamente con-
creto y práctico. ¡Puedes
acceder a ella hoy mismo!
No hace falta que esperes a
que se establezca la frágil y
efímera paz humana.
Por más que en el mundo
reinen el desorden y la
confusión, puedes gozar
de paz interior gracias al
Príncipe de Paz. Aunque a
tu alrededor haya guerra,
agitación y caos, puedes
permanecer inmune a todo
eso interiormente.
¡Jesús nunca duerme!
Está siempre en vela, junto
con Sus ángeles. Conoce
cada cabello tuyo. Todo
está en Sus manos. Dice
un himno clásico: «Me
esconde Jesús en el firme
peñón que sombra a la
tierra le da y me hace vivir
amparado en Su amor,
seguro y a salvo del mal».
Él es tu paz. Tu ayuda
proviene de Él. En Él está
tu confianza. Debes deposi-
tar tu confianza en Jesús, la
base más sólida que puede
haber.
Esta Navidad Jesús ofrece
a cada persona de la Tierra
auténtica paz y consuelo,
vida y amor eternos. Todo
ello viene incluido en el
regalo de salvación que
nos hace, cuyo valor es
incalculable. /
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16. ¿Qué puedes regalarme, a Mí, Rey de reyes
y Señor de señores, que establecí Mi trono
en el Cielo y tengo la Tierra por estrado?1
¿Qué regalo puedes hacerme a Mí que lo
tengo todo? ¿Qué podría hacerme falta? Pues
obsequios que broten de tu corazón. Cualquier
cosa que me obsequies de todo corazón es un
regalo que Yo aprecio enormemente.
He dotado a cada persona de una
combinación única de dones, talentos y
habilidades. Algunas son a simple vista
habilidades naturales; por ejemplo, una mente
aguda o inquisitiva, o la aptitud para realizar
determinado tipo de trabajo. Otros son dones
del espíritu que se manifiestan claramente
en lo físico, como el magnetismo personal,
unos ojos cautivadores o una hermosa sonrisa.
También están los dones del espíritu que
a menudo pasan inadvertidos, pero que en
muchos casos tienen mayor alcance, como el
don de la humildad, el del optimismo, el de la
compasión y el de la abnegación. Luego está
uno de los dones más importantes que hay: la
capacidad de dar y recibir amor. De ese don,
todos reciben al menos cierta medida. Está
DE JESÚS, CON CARIÑO
¿Qué me darás
de regalo?
1
1 Timoteo 6:15; Isaías 66:1
directamente ligado a la similitud que todo ser
humano tiene con Dios. Deriva del hecho de
que todos fueron creados a semejanza Suya.
Sean cuales sean los dones que has recibido,
todos se complementan a fin de hacer de ti
una persona de mucho valor a Mis ojos.
Te doté de todos esos magníficos dones
con el objeto de enriquecer tu vida y la de los
demás. Mas de ti depende lo que hagas con
ellos y hasta qué punto decidas aprovecharlos.
Nada me pone más contento que ver que los
usas en beneficio de los demás y en aras de su
felicidad. Cuando lo haces, me devuelves los
favores que te he concedido. Sucede entonces
algo maravilloso: tus dones y talentos
aumentan, se multiplican, y ese amor que te
estimuló se extiende de corazón en corazón
hasta retornar a ti.
¿Qué puedes darme, pues, esta Navidad y a
lo largo del próximo año? Emplea al máximo
lo que tengas, las cualidades de las que te he
dotado. Ese será el regalo perfecto para Mí.