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Universidad Alberto Hurtado
Facultad de Filosofía y humanidades
Departamento de Historia
Educación Ciudadana
Prof. María Soledad Jiménez
Profesor Ayudante: Luis Guash




                  Posicionamiento referenciado en torno a la ciudadanía




                           Movilizando ciudadanía.
         De la imposición a la construcción colectiva

                                                  .




                                    Estudiante: Carolina Vargas

                              Pedagogía en Historia y Ciencias Sociales

                                          II Semestre 2012
Pensar hoy la ciudadanía no es igual a pensarla a mitad del siglo XX. La historia vivida ha
dejado una huella ineludible en la sociedad y en las personas que habitan en ella. La experiencia
social e individual de ser ciudadano contempla directrices propias de cada contexto, por ende no
nos es de extrañar que nuestra comprensión del concepto obedezca a la realidad de nuestro país y
a las circunstancias actuales que nos invitan a pensar el tema. Pero, ¿desde dónde podemos
pensar la ciudadanía? ¿Desde lo social y económico? ¿Desde mi condición de sujeto político,
poseedor de derechos y deberes en un territorio jurídico determinado? O ¿desde mi simple y
esencial condición de ser humano? Deliberar sobre estas preguntas será crucial para posicionarnos
en torno a la ciudadanía y así responder al propósito de este trabajo.

        Para gran parte de las personas en nuestro país, ser ciudadano es tener derecho a voto. Y
es que tal cómo se señala en el artículo 13 de la constitución; “son ciudadanos los chilenos que
hayan cumplido dieciocho año de edad y que no hayan sido condenados a penas aflictivas. La
calidad de ciudadano otorga los derechos de sufragio, de optar a cargos de elección popular y los
demás que la constitución y la ley confieren” (Constitución Política de la República de Chile, 2011,
pág.10). Por tanto, históricamente el concepto se ha comprendido desde un ámbito político-
jurídico, supeditando otros tipos de participación individual o colectiva. Y si a esto le sumamos que
en los años de mayor efervescencia política -a partir de la coyuntura polarizada de los años 60 en
adelante- parte importante de las personas militaba en partidos políticos o colectivos de aquella
índole, en donde la ideología era el motor de acción, se entiende que el ser ciudadano se construía
desde esos patrones. Sin embargo, con el Golpe Militar de 1973, todo cambió. El trauma propio de
la dictadura, generó miedo en la población y con ello un rechazo por la política que hasta el día de
hoy tiene secuelas. Tal como lo indica Kathya Araujo y Danilo Martuccelli, se instaura un modelo
de orden Neoliberal que lleva consigo la “privatización de los sujetos”. Privatización que da cuenta
de una transformación a nivel de conciencia que viene a romper con la ciudadanía que hasta ese
entonces se comprendía y practicaba.

        Las consecuencias generadas a nivel de experiencias individuales, implicó que tanto las
víctimas de tortura como la población que vivió aquel período, se alejara de la esfera pública para
abocarse a una nueva ciudadanía, caracterizada por la despolitización y “deshistorización del
pasado”. Esto se logró “a través de un tenaz combate ideológico, un combate que debía, por un
lado, imponer un relato histórico hegemónico sobre el pasado, sus excesos y sus males y, por el

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otro, producir la adhesión de los individuos a los grandes pilares valórico del modelo (…)
suponiendo la desmovilización de la política de la sociedad, luego, la privatización de los
individuos” (Araujo, Martuchelli, 2012: 35). Por lo tanto, se construyó un nuevo sujeto
denominado por lo autores; “Homo Neoliberal” y que nos permite comprender que la ciudadanía
y el ser ciudadano tuvieron una transformación histórica. En efecto, hay un antes y un después
que marca diferencias importantes en la construcción y formación ciudadana.

        A partir de entonces, la participación en sociedad –característica esencial del ser
ciudadano- adquiere una nueva narrativa colectiva, pues las experiencias son compartidas pese a
al lado político en que se estaba. En este sentido, el cambio que implicó la lógica de mercado se
generaliza y se impone de manera imparcial, afectando la práctica ciudadana en su conjunto. El
foco ya no estará en lo político sino en lo económico. Del compromiso político se muta a al
consumismo, es decir; a “la adhesión masiva de los individuos a la cultura de mercado y, sobre
todo, al consumo” (Araujo, Martuchelli, 2012: 54). Y este proceso de individualización nutre
nuevas formas de implicación ciudadana, visibles en la actualidad.

        Los antecedentes históricos recién mencionados permiten observar que efectivamente
existe una ciudadanía, que no está dada de por sí, sino que se construye. Y en nuestro caso, ha
sido producto de nudos problemáticos a nivel social, político y económico que impactan en el
comportamiento y mentalidad de las personas. Por tanto, cuando hablamos de ciudadanía
debemos hablar en primer lugar de una construcción, manifestada o empoderada a través del
espacio público y que por ende se transforma en el tiempo. Por ello, es que “conviene tener
presente que no hay una sola ciudadanía; ésta cambia según las épocas, los países y las
tradiciones, y sobre todo, no es homogénea y abarca varias dimensiones más o menos
contradictorias entre sí” (Dubet, 2003: 220). Sobre la base de esto, se comprende que la
Ciudadanía no es estática y que su alcance va más allá de los derechos políticos decretados por la
Constitución.

        Desde este punto de vista, me parece pertinente definir la Ciudadanía a partir de tres
conceptos; espacio- acción- construcción. En primer lugar, nos remitimos al concepto de espacio,
porque el ejercicio de ser ciudadano opera dentro de un lugar determinado en el cual el sujeto
interviene de alguna manera. Aspecto que nos conduce a una segunda característica; la acción. Y
es que dentro del espacio en que se habita siempre hay acción, ya sea individual o colectiva, pues
se está interviniendo mediante algún tipo de participación, no necesariamente política. A su vez, la

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misma participación, ya nos habla de una movilización del actuar, por tanto, la ciudadanía se
compone de la acción de los individuos. Por último, es también una construcción que obedece a
patrones y antecedentes temporales e históricos que van perfilando las condiciones en que se
ejerce ciudadanía. En este sentido, se entiende que la sociedad moldea la ciudadanía, según su
experiencia. De ahí, que como bien lo señala Chantal Mouffe (2003), el modo en que definimos la
ciudadanía está íntimamente ligado al tipo de sociedad y de comunidad que queremos.

        En función de lo anterior, ¿qué significa para mí la Ciudadanía? Desde mi posición
personal, la ciudadanía es más que un estatus o condición jurídica dentro de un sistema político,
por lo que debe ser entendida como la posibilidad de acción que me otorga el pertenecer a un
espacio público en el que me interrelaciono con otros.“Es decir, una forma de actuar que se
construye a través de las experiencias de participación en la sociedad, que se reproduce en los
espacios sociales y políticos y que se representa en el espacio social intersubjetivo” (González,
2007:337-338). Siguiendo esta idea, la Ciudadanía más que un concepto es también una práctica
que permite comprender la sociedad en que se está.

        Sobre la base de nuestra experiencia social e individual, construimos una ciudadanía- un
modo de desenvolvernos en sociedad- que resignifica nuestra historia a través del presente. Pero
esta construcción de por sí es conflictiva, porque lograr el acuerdo con el otro es un desafío que ha
enfrentado y enfrenta la ciudadanía. Entonces, ¿cómo integro al otro en una construcción
colectiva? Sin duda que hacerlo no es fácil, respetar las opiniones divergentes tampoco, pero el
hecho de ser seres sociales nos obliga a estar en contacto con el resto. Hablar con el otro,
escucharlo y configurar una ciudadanía dialogante, que no invisibilise el conflicto, sino que lo
integre, aceptando la diferencia. Pero para ello se deben reconocer relaciones de poder y como
dice Chantal Mouffe; “la necesidad de transformarlas, renunciando al mismo tiempo a la ilusión de
que podríamos liberarnos por completo del poder” (Mouffe, 2003: 39) es parte del proyecto de
una democracia nueva, denominada democracia radical y plural. En efecto, el poder, es parte de la
ciudadanía en tanto que siempre se está inmerso en actos de poder y el reconocimiento de esto,
nos habla de una objetividad social que es a su vez política, y toda objetividad social, entendida
como aquella en la que los individuos forman parte del colectivo, está constituida por actos de
poder. Efectivamente, y siguiendo los lineamientos de Chantal Mouffe (2003), se está en una
interrelación de aspectos propios de las identidades colectivas que deben dirigirse hacia la
concreción de relaciones democráticas. “Esto significa que la relación entre los agentes sociales


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solo se vuele más democrática en la medida en que estos acepten la particularidad y la limitación
de sus pretensiones; es decir, únicamente en la medida en que reconozcan su relación mutua
como una relación de la que no es posible extirpar el poder” (Mouffe, 2003: 39). Pero el poder
comprendido como una imposición, nos aleja del consenso que nos brinda la aceptación del
conflicto y por tanto, nos dificulta la práctica ciudadana.

        En relación a lo anterior, cabe mencionar que el contexto chileno ha dejado en evidencia
que el ser ciudadano se ha visto tensionado por aspectos de orden sistémico, como lo es el
modelo neoliberal. La instauración de una dictadura, desplazó la participación ciudadana desde la
esfera pública a la esfera privada, individualizando al sujeto y desmovilizándolo políticamente. Este
alejamiento de la política supuso un acercamiento al consumo y un nuevo sentido de pertenencia,
que implicó la transformación de un ciudadano-político a un consumidor-ciudadano. Y es que
como lo señalan (Araujo, Martuccelli, 2012), “el acceso a bienes de consumo ha sido vivido por
muchos como una vía de expansión, bajo nuevas bases, del sentimiento de ser miembros de la
sociedad”.

        Incluso a partir de los 90 y producto de esta situación, podemos ver claramente un
desinterés por la política que se manifiesta en la crisis de representatividad. Los jóvenes no se
interesan por discutir temas de esta índole y eso es causa de la instauración del modelo neoliberal.
El desconocimiento y falta de credibilidad de los representantes políticos, acentúan la
despolitización y la incomprensión de nuestra historia, que a su vez se traduce en un malestar
social generalizado.

        Para Chantal Mouffe (2003), esto obedece a la naturaleza contradictoria de la democracia
moderna, que privilegia las libertades individuales por sobre el derecho a la igualdad. Una
paradoja que se traduce por ejemplo en el excesivo resguardo al derecho a propiedad privada. El
hecho que la ley esté sobre la soberanía, incide en este desencanto ciudadano y si a esto le
sumamos lo planteado por Garcés (2011), sobre la responsabilidad de la Concertación en la
consolidación del modelo heredado de la dictadura, tenemos como resultado una gran crisis de
legitimidad que delega responsabilidad en los partidos políticos que nada han cambiado, sino que
por el contrario han contribuido a mantener el status quo.

        El tema y la problemática actual, es que hasta el día de hoy, no ha habido una inclusión
ciudadana en temas políticos. Las constituciones por ejemplo, son resultado de una imposición de


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la clase política, pues “todos los textos constitucionales han sido elaborados y aprobados por
pequeñas minorías, en contextos de ciudadanía restringida.” (Grez, 2009: 17). No nos es de
extrañar entonces, que en los últimos años se hayan “manifestado síntomas de un progresivo
malestar popular que se relaciona, en una de sus expresiones más propositivas, con la idea de
generar democráticamente una nueva carta constitucional” (Grez, 2009: 18). Sin duda que la
generación de hoy es diferente, y pese a estar dentro de la continuidad de un sistema desigualdad,
excluyente e individualista -que los induce a nuevas formas de participación ciudadana, vinculadas
mayormente acceso al consumo- han podido reaccionar frente a las injusticias y hoy se
manifiestan en las calles. Algo que sus padres no hacían. Esta generación no vivió el trauma de la
dictadura, por tanto no teme en demandar mayor participación, apropiándose de los espacios que
siempre han sido públicos y ciudadanos.

         No obstante, el problema que emerge y que tensiona al ciudadano es el conflicto. Este no
es visto como una posibilidad, sino como un problema que interfiera en el acuerdo social. De ahí
que se evada y no se acepte desde un punto de vista constructivo. Por ello es que construir
ciudadanía es complejo. Demanda la participación de todos y todos estamos invitamos a tomar
parte activa de ella. Hay que estabilizar el conflicto, concibiendo una nueva forma de consenso,
mucho más dialogante con la diferencia. Solo así, disminuirá la sensación de no poder cambiar las
cosas.

         En términos concretos, el desafío parte por empoderarnos de lo público, hasta conseguir
una nueva Constitución que ponga fin a la de 1980, y al igual que Grez (2009), creo que “si se
lograra concretar la aspiración a la convocatoria de una Asamblea Constituyente como resultado
de un amplio e informado debate democrático ciudadano, significaría que por primera vez en Chile
se empezaría a hacer escribir otra historia, una historia de ciudadanía activa y efectiva” (Grez,
2009: 18).

         Ahora bien, ¿Deberíamos promover esto en la escuela? Absolutamente, porque el ser
ciudadano debe educarse en función del bien colectivo. Las aulas y las escuelas deben movilizarse
a través de una formación ciudadana acorde a un proyecto inclusivo y democrático que invite al
encuentro social. Pero para ello, la escuela debe repensarse a sí misma como un escenario de lo
público y resignificar las relaciones entre los actores y la comunidad educativa en general. Una
escuela para la inclusión y no para la exclusión es plataforma fundamental para construir una
ciudadanía capaz de transformar la sociedad. En suma, y concordando con la idea de Osandón,

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Bravo y Jimenez (2012), la formación ciudadana actual debe procurar “formar para una sociedad
mucho más compleja y diversificada (Osandón, Bravo, Jiménez, 2012: 148). Y “para ello se
requiere de procesos pedagógicos que permitan la comprensión de aquellos procesos legítimos de
diferenciación y subjetivización actual con renovados marcos de pertenencias comunes, que
concreten igualdad de oportunidades independiente de sus matrices identitarios”. (Osandón,
Bravo, Jiménez, 2012: 148). En este sentido, es menester que los profesores introduzcan el
conflicto en el aula, aceptando la diferencia, no solo a nivel valórico, sino que también en las
temáticas de los contenidos curriculares y por supuesto, en las relaciones de poder que coexisten
en la escuela como institución. La escuela debe abrirse al cambio, mejorando y adaptando su
organización en función de resignificar las relaciones entre sus actores educativos. Se debe
trabajar en conjunto con la cultura juvenil y no acallarla, pues son los mismos jóvenes los que
llevan a la escuela una carga simbólica e identitaria que da cuenta de lo que sucede fuera de la
misma escuela. Por lo mismo, es que “el nuevo y complejo alcance de la enseñanza de la
ciudadanía implica que las escuelas (…) den cabida a la diversidad de expresiones culturales de
niños y jóvenes, y vivencien nuevas formas de participación” (Osandón, Bravo, Jiménez, 2012:
146). Y es que efectivamente, la escuela debe abocarse a mejorar la sociedad y no a reproducir los
patrones existentes. De ahí que sea tan importante formar para la ciudadanía.

        La formación ciudadana a mi parecer, tiene que ser comprendida como una oportunidad
para intervenir constructivamente en los espacios de socialización, tanto en la escuela como fuera
de ella. Hay que educarnos para trabajar desde lo individual a lo colectivo y desde lo colectivo a lo
individual, generando una reprocidad entre nosotros mismos. Desde la escuela, se deben generar
espacios democráticos de participación, en donde los estudiantes puedan manifestar sus
inquietudes sobre los problemas que los aquejan. Partiendo desde allí, no es necesario esperar
que la idea venga desde arriba, pues quizás eso nunca suceda, por tanto, hay que apoderarse de
los espacios, hay que construir ciudadanía desde abajo. Y de esta manera, crear un plan de
formación ciudadana que requiera de la participación de todos los actores educativos para que el
proyecto no sea una imposición. El fin es poder movilizar la ciudadanía y la escuela como
institución social por antonomasia debe hacerse cargo de eso. La responsabilidad que recae en ella
es incuestionable. Sin embargo, el problema es que más que integrar tiende a segregar,
agudizando los males de la sociedad. Pero el desafío ya está dicho y me parece hoy más que
nunca, que la escuela debe revolucionarse.



                                                                                                   7
En cuando a la asignatura de Historia, conviene esclarecer que esta lleva consigo una
responsabilidad ciudadana más que ninguna otra. Pues si su tarea es que se resignifique la
memoria histórica y se piense el presente, el formar ciudadano debiese ser un objetivo
transversal. Aún más cuando contempla “habilidades relacionadas con la manifestación del juicio
crítico, la formulación, comunicación y defensa de opiniones personales más la capacidad para
argumentar y reflexionar sobre problemáticas que nos afectan como sujetos y como colectividad”
(Osandón, Bravo, Jiménez 2012: 153). Aspectos esenciales para el fortalecimiento de la
convivencia democrática.

        Ahora bien, y considerando lo anterior, ¿qué significan entonces, aprender historia,
geografía y ciencias sociales con una perspectiva ciudadana? Sin duda que la respuesta es una;
intervenir. Desde el momento que yo como estudiante, aprendo historia a través de una posición
de actor-participante, soy capaz de intervenir dentro del espacio en que me desenvuelvo. Por
tanto, contribuyo a cambiar las cosas, aunque el sistema muchas veces me diga lo contrario. Si
todos aceptamos que el sistema nos condiciona y no hacemos nada, difícilmente mejoraremos la
sociedad y las formas de participación. Solo acentuaríamos el sentimiento de impotencia, pero si
tomamos conciencia de nuestra realidad y nos posicionamos desde un actor creativo, lograremos
transformar los espacios. He ahí la razón por la cual es fundamental, demandar mayor
participación.

        En conclusión, aprender historia, geografía y ciencias sociales con una perspectiva
ciudadana es aprender para intervenir en el espacio que comparto junto con los otros. Es aprender
a repensar los hechos y situaciones que nos afectan como sociedad y con ello crear mecanismos
de acción que nos permitan intervenir en el espacio público. Por otra parte, enseñar historia desde
esta perspectiva ciudadana es enseñar para la transformación de la realidad social en la que
estamos inversos, es poder romper con la desigualdad y problemáticas que nos aquejan en
función de construir una sociedad mejor, más inclusiva y con una aceptación a la diferencia y al
conflicto. Nuestra responsabilidad entonces, es movilizar la ciudadanía.




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Bibliografía


        Araujo, kathya y Martuccelli (2012). Desafíos comunes. Retrato de la sociedad chilena y sus
        individuos. Santiago de Chile. LOM Ediciones. Tomo 1.Pp: 27-121.
        Bengoa, José (2003). La comunidad reclamada: identidades, utopías y memorias en la
        sociedad chilena. Catalonia.
        Dubet, Francois (2003). Universitaria.
        Garcés, Mario (2011) El movimiento estudiantil y la crisis de legitimidad de la política
        chilena. Documento digital de ECO. Educación y Comunicaciones. (Versión digital).
        González, S. (2007): «La noción de ciudadanía en jóvenes estudiantes secundarios y
        universitarios: un análisis de estudios comparados de la nueva ciudadanía». En A.
        Zambrano, G. Rozas, I. Magaña, D. Asún y R. Pérez-Luco (editores): Psicología comunitaria
        en Chile: evolución, perspectivas y proyecciones. Santiago
        Grez, Sergio. (2009)La ausencia de un poder constituyente democrático en la Historia de
        Chile. Revista Tiempo histórico. N°1, Santiago, Universidad de la Academia de Humanismo
        Cristiano, junio de 2009 (versión digital)
        Marshall, Alfred y Bottomore, Tom. (2005) Ciudadanía y clase social. Buenos Aires. Losada.
        Página 7- 85.
        Mouffe Chantal (2003) La paradoja democrática. Barcelona. Gedisa. Introducción y
        Capitulo 1: pp15- 50, 139- 151.
        Osandón, Luis. Bravo, Liliana. Jiménez, María Soledad. La construcción de la ciudadanía
        contemporánea: nuevas posibilidades para la enseñanza de la historia (2012). Capitulo 7.
        Pp. 139- 155 (Versión Digital).

.




                                                                                                 9

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Movilizando ciudadanía desde la construcción colectiva

  • 1. Universidad Alberto Hurtado Facultad de Filosofía y humanidades Departamento de Historia Educación Ciudadana Prof. María Soledad Jiménez Profesor Ayudante: Luis Guash Posicionamiento referenciado en torno a la ciudadanía Movilizando ciudadanía. De la imposición a la construcción colectiva . Estudiante: Carolina Vargas Pedagogía en Historia y Ciencias Sociales II Semestre 2012
  • 2. Pensar hoy la ciudadanía no es igual a pensarla a mitad del siglo XX. La historia vivida ha dejado una huella ineludible en la sociedad y en las personas que habitan en ella. La experiencia social e individual de ser ciudadano contempla directrices propias de cada contexto, por ende no nos es de extrañar que nuestra comprensión del concepto obedezca a la realidad de nuestro país y a las circunstancias actuales que nos invitan a pensar el tema. Pero, ¿desde dónde podemos pensar la ciudadanía? ¿Desde lo social y económico? ¿Desde mi condición de sujeto político, poseedor de derechos y deberes en un territorio jurídico determinado? O ¿desde mi simple y esencial condición de ser humano? Deliberar sobre estas preguntas será crucial para posicionarnos en torno a la ciudadanía y así responder al propósito de este trabajo. Para gran parte de las personas en nuestro país, ser ciudadano es tener derecho a voto. Y es que tal cómo se señala en el artículo 13 de la constitución; “son ciudadanos los chilenos que hayan cumplido dieciocho año de edad y que no hayan sido condenados a penas aflictivas. La calidad de ciudadano otorga los derechos de sufragio, de optar a cargos de elección popular y los demás que la constitución y la ley confieren” (Constitución Política de la República de Chile, 2011, pág.10). Por tanto, históricamente el concepto se ha comprendido desde un ámbito político- jurídico, supeditando otros tipos de participación individual o colectiva. Y si a esto le sumamos que en los años de mayor efervescencia política -a partir de la coyuntura polarizada de los años 60 en adelante- parte importante de las personas militaba en partidos políticos o colectivos de aquella índole, en donde la ideología era el motor de acción, se entiende que el ser ciudadano se construía desde esos patrones. Sin embargo, con el Golpe Militar de 1973, todo cambió. El trauma propio de la dictadura, generó miedo en la población y con ello un rechazo por la política que hasta el día de hoy tiene secuelas. Tal como lo indica Kathya Araujo y Danilo Martuccelli, se instaura un modelo de orden Neoliberal que lleva consigo la “privatización de los sujetos”. Privatización que da cuenta de una transformación a nivel de conciencia que viene a romper con la ciudadanía que hasta ese entonces se comprendía y practicaba. Las consecuencias generadas a nivel de experiencias individuales, implicó que tanto las víctimas de tortura como la población que vivió aquel período, se alejara de la esfera pública para abocarse a una nueva ciudadanía, caracterizada por la despolitización y “deshistorización del pasado”. Esto se logró “a través de un tenaz combate ideológico, un combate que debía, por un lado, imponer un relato histórico hegemónico sobre el pasado, sus excesos y sus males y, por el 2
  • 3. otro, producir la adhesión de los individuos a los grandes pilares valórico del modelo (…) suponiendo la desmovilización de la política de la sociedad, luego, la privatización de los individuos” (Araujo, Martuchelli, 2012: 35). Por lo tanto, se construyó un nuevo sujeto denominado por lo autores; “Homo Neoliberal” y que nos permite comprender que la ciudadanía y el ser ciudadano tuvieron una transformación histórica. En efecto, hay un antes y un después que marca diferencias importantes en la construcción y formación ciudadana. A partir de entonces, la participación en sociedad –característica esencial del ser ciudadano- adquiere una nueva narrativa colectiva, pues las experiencias son compartidas pese a al lado político en que se estaba. En este sentido, el cambio que implicó la lógica de mercado se generaliza y se impone de manera imparcial, afectando la práctica ciudadana en su conjunto. El foco ya no estará en lo político sino en lo económico. Del compromiso político se muta a al consumismo, es decir; a “la adhesión masiva de los individuos a la cultura de mercado y, sobre todo, al consumo” (Araujo, Martuchelli, 2012: 54). Y este proceso de individualización nutre nuevas formas de implicación ciudadana, visibles en la actualidad. Los antecedentes históricos recién mencionados permiten observar que efectivamente existe una ciudadanía, que no está dada de por sí, sino que se construye. Y en nuestro caso, ha sido producto de nudos problemáticos a nivel social, político y económico que impactan en el comportamiento y mentalidad de las personas. Por tanto, cuando hablamos de ciudadanía debemos hablar en primer lugar de una construcción, manifestada o empoderada a través del espacio público y que por ende se transforma en el tiempo. Por ello, es que “conviene tener presente que no hay una sola ciudadanía; ésta cambia según las épocas, los países y las tradiciones, y sobre todo, no es homogénea y abarca varias dimensiones más o menos contradictorias entre sí” (Dubet, 2003: 220). Sobre la base de esto, se comprende que la Ciudadanía no es estática y que su alcance va más allá de los derechos políticos decretados por la Constitución. Desde este punto de vista, me parece pertinente definir la Ciudadanía a partir de tres conceptos; espacio- acción- construcción. En primer lugar, nos remitimos al concepto de espacio, porque el ejercicio de ser ciudadano opera dentro de un lugar determinado en el cual el sujeto interviene de alguna manera. Aspecto que nos conduce a una segunda característica; la acción. Y es que dentro del espacio en que se habita siempre hay acción, ya sea individual o colectiva, pues se está interviniendo mediante algún tipo de participación, no necesariamente política. A su vez, la 3
  • 4. misma participación, ya nos habla de una movilización del actuar, por tanto, la ciudadanía se compone de la acción de los individuos. Por último, es también una construcción que obedece a patrones y antecedentes temporales e históricos que van perfilando las condiciones en que se ejerce ciudadanía. En este sentido, se entiende que la sociedad moldea la ciudadanía, según su experiencia. De ahí, que como bien lo señala Chantal Mouffe (2003), el modo en que definimos la ciudadanía está íntimamente ligado al tipo de sociedad y de comunidad que queremos. En función de lo anterior, ¿qué significa para mí la Ciudadanía? Desde mi posición personal, la ciudadanía es más que un estatus o condición jurídica dentro de un sistema político, por lo que debe ser entendida como la posibilidad de acción que me otorga el pertenecer a un espacio público en el que me interrelaciono con otros.“Es decir, una forma de actuar que se construye a través de las experiencias de participación en la sociedad, que se reproduce en los espacios sociales y políticos y que se representa en el espacio social intersubjetivo” (González, 2007:337-338). Siguiendo esta idea, la Ciudadanía más que un concepto es también una práctica que permite comprender la sociedad en que se está. Sobre la base de nuestra experiencia social e individual, construimos una ciudadanía- un modo de desenvolvernos en sociedad- que resignifica nuestra historia a través del presente. Pero esta construcción de por sí es conflictiva, porque lograr el acuerdo con el otro es un desafío que ha enfrentado y enfrenta la ciudadanía. Entonces, ¿cómo integro al otro en una construcción colectiva? Sin duda que hacerlo no es fácil, respetar las opiniones divergentes tampoco, pero el hecho de ser seres sociales nos obliga a estar en contacto con el resto. Hablar con el otro, escucharlo y configurar una ciudadanía dialogante, que no invisibilise el conflicto, sino que lo integre, aceptando la diferencia. Pero para ello se deben reconocer relaciones de poder y como dice Chantal Mouffe; “la necesidad de transformarlas, renunciando al mismo tiempo a la ilusión de que podríamos liberarnos por completo del poder” (Mouffe, 2003: 39) es parte del proyecto de una democracia nueva, denominada democracia radical y plural. En efecto, el poder, es parte de la ciudadanía en tanto que siempre se está inmerso en actos de poder y el reconocimiento de esto, nos habla de una objetividad social que es a su vez política, y toda objetividad social, entendida como aquella en la que los individuos forman parte del colectivo, está constituida por actos de poder. Efectivamente, y siguiendo los lineamientos de Chantal Mouffe (2003), se está en una interrelación de aspectos propios de las identidades colectivas que deben dirigirse hacia la concreción de relaciones democráticas. “Esto significa que la relación entre los agentes sociales 4
  • 5. solo se vuele más democrática en la medida en que estos acepten la particularidad y la limitación de sus pretensiones; es decir, únicamente en la medida en que reconozcan su relación mutua como una relación de la que no es posible extirpar el poder” (Mouffe, 2003: 39). Pero el poder comprendido como una imposición, nos aleja del consenso que nos brinda la aceptación del conflicto y por tanto, nos dificulta la práctica ciudadana. En relación a lo anterior, cabe mencionar que el contexto chileno ha dejado en evidencia que el ser ciudadano se ha visto tensionado por aspectos de orden sistémico, como lo es el modelo neoliberal. La instauración de una dictadura, desplazó la participación ciudadana desde la esfera pública a la esfera privada, individualizando al sujeto y desmovilizándolo políticamente. Este alejamiento de la política supuso un acercamiento al consumo y un nuevo sentido de pertenencia, que implicó la transformación de un ciudadano-político a un consumidor-ciudadano. Y es que como lo señalan (Araujo, Martuccelli, 2012), “el acceso a bienes de consumo ha sido vivido por muchos como una vía de expansión, bajo nuevas bases, del sentimiento de ser miembros de la sociedad”. Incluso a partir de los 90 y producto de esta situación, podemos ver claramente un desinterés por la política que se manifiesta en la crisis de representatividad. Los jóvenes no se interesan por discutir temas de esta índole y eso es causa de la instauración del modelo neoliberal. El desconocimiento y falta de credibilidad de los representantes políticos, acentúan la despolitización y la incomprensión de nuestra historia, que a su vez se traduce en un malestar social generalizado. Para Chantal Mouffe (2003), esto obedece a la naturaleza contradictoria de la democracia moderna, que privilegia las libertades individuales por sobre el derecho a la igualdad. Una paradoja que se traduce por ejemplo en el excesivo resguardo al derecho a propiedad privada. El hecho que la ley esté sobre la soberanía, incide en este desencanto ciudadano y si a esto le sumamos lo planteado por Garcés (2011), sobre la responsabilidad de la Concertación en la consolidación del modelo heredado de la dictadura, tenemos como resultado una gran crisis de legitimidad que delega responsabilidad en los partidos políticos que nada han cambiado, sino que por el contrario han contribuido a mantener el status quo. El tema y la problemática actual, es que hasta el día de hoy, no ha habido una inclusión ciudadana en temas políticos. Las constituciones por ejemplo, son resultado de una imposición de 5
  • 6. la clase política, pues “todos los textos constitucionales han sido elaborados y aprobados por pequeñas minorías, en contextos de ciudadanía restringida.” (Grez, 2009: 17). No nos es de extrañar entonces, que en los últimos años se hayan “manifestado síntomas de un progresivo malestar popular que se relaciona, en una de sus expresiones más propositivas, con la idea de generar democráticamente una nueva carta constitucional” (Grez, 2009: 18). Sin duda que la generación de hoy es diferente, y pese a estar dentro de la continuidad de un sistema desigualdad, excluyente e individualista -que los induce a nuevas formas de participación ciudadana, vinculadas mayormente acceso al consumo- han podido reaccionar frente a las injusticias y hoy se manifiestan en las calles. Algo que sus padres no hacían. Esta generación no vivió el trauma de la dictadura, por tanto no teme en demandar mayor participación, apropiándose de los espacios que siempre han sido públicos y ciudadanos. No obstante, el problema que emerge y que tensiona al ciudadano es el conflicto. Este no es visto como una posibilidad, sino como un problema que interfiera en el acuerdo social. De ahí que se evada y no se acepte desde un punto de vista constructivo. Por ello es que construir ciudadanía es complejo. Demanda la participación de todos y todos estamos invitamos a tomar parte activa de ella. Hay que estabilizar el conflicto, concibiendo una nueva forma de consenso, mucho más dialogante con la diferencia. Solo así, disminuirá la sensación de no poder cambiar las cosas. En términos concretos, el desafío parte por empoderarnos de lo público, hasta conseguir una nueva Constitución que ponga fin a la de 1980, y al igual que Grez (2009), creo que “si se lograra concretar la aspiración a la convocatoria de una Asamblea Constituyente como resultado de un amplio e informado debate democrático ciudadano, significaría que por primera vez en Chile se empezaría a hacer escribir otra historia, una historia de ciudadanía activa y efectiva” (Grez, 2009: 18). Ahora bien, ¿Deberíamos promover esto en la escuela? Absolutamente, porque el ser ciudadano debe educarse en función del bien colectivo. Las aulas y las escuelas deben movilizarse a través de una formación ciudadana acorde a un proyecto inclusivo y democrático que invite al encuentro social. Pero para ello, la escuela debe repensarse a sí misma como un escenario de lo público y resignificar las relaciones entre los actores y la comunidad educativa en general. Una escuela para la inclusión y no para la exclusión es plataforma fundamental para construir una ciudadanía capaz de transformar la sociedad. En suma, y concordando con la idea de Osandón, 6
  • 7. Bravo y Jimenez (2012), la formación ciudadana actual debe procurar “formar para una sociedad mucho más compleja y diversificada (Osandón, Bravo, Jiménez, 2012: 148). Y “para ello se requiere de procesos pedagógicos que permitan la comprensión de aquellos procesos legítimos de diferenciación y subjetivización actual con renovados marcos de pertenencias comunes, que concreten igualdad de oportunidades independiente de sus matrices identitarios”. (Osandón, Bravo, Jiménez, 2012: 148). En este sentido, es menester que los profesores introduzcan el conflicto en el aula, aceptando la diferencia, no solo a nivel valórico, sino que también en las temáticas de los contenidos curriculares y por supuesto, en las relaciones de poder que coexisten en la escuela como institución. La escuela debe abrirse al cambio, mejorando y adaptando su organización en función de resignificar las relaciones entre sus actores educativos. Se debe trabajar en conjunto con la cultura juvenil y no acallarla, pues son los mismos jóvenes los que llevan a la escuela una carga simbólica e identitaria que da cuenta de lo que sucede fuera de la misma escuela. Por lo mismo, es que “el nuevo y complejo alcance de la enseñanza de la ciudadanía implica que las escuelas (…) den cabida a la diversidad de expresiones culturales de niños y jóvenes, y vivencien nuevas formas de participación” (Osandón, Bravo, Jiménez, 2012: 146). Y es que efectivamente, la escuela debe abocarse a mejorar la sociedad y no a reproducir los patrones existentes. De ahí que sea tan importante formar para la ciudadanía. La formación ciudadana a mi parecer, tiene que ser comprendida como una oportunidad para intervenir constructivamente en los espacios de socialización, tanto en la escuela como fuera de ella. Hay que educarnos para trabajar desde lo individual a lo colectivo y desde lo colectivo a lo individual, generando una reprocidad entre nosotros mismos. Desde la escuela, se deben generar espacios democráticos de participación, en donde los estudiantes puedan manifestar sus inquietudes sobre los problemas que los aquejan. Partiendo desde allí, no es necesario esperar que la idea venga desde arriba, pues quizás eso nunca suceda, por tanto, hay que apoderarse de los espacios, hay que construir ciudadanía desde abajo. Y de esta manera, crear un plan de formación ciudadana que requiera de la participación de todos los actores educativos para que el proyecto no sea una imposición. El fin es poder movilizar la ciudadanía y la escuela como institución social por antonomasia debe hacerse cargo de eso. La responsabilidad que recae en ella es incuestionable. Sin embargo, el problema es que más que integrar tiende a segregar, agudizando los males de la sociedad. Pero el desafío ya está dicho y me parece hoy más que nunca, que la escuela debe revolucionarse. 7
  • 8. En cuando a la asignatura de Historia, conviene esclarecer que esta lleva consigo una responsabilidad ciudadana más que ninguna otra. Pues si su tarea es que se resignifique la memoria histórica y se piense el presente, el formar ciudadano debiese ser un objetivo transversal. Aún más cuando contempla “habilidades relacionadas con la manifestación del juicio crítico, la formulación, comunicación y defensa de opiniones personales más la capacidad para argumentar y reflexionar sobre problemáticas que nos afectan como sujetos y como colectividad” (Osandón, Bravo, Jiménez 2012: 153). Aspectos esenciales para el fortalecimiento de la convivencia democrática. Ahora bien, y considerando lo anterior, ¿qué significan entonces, aprender historia, geografía y ciencias sociales con una perspectiva ciudadana? Sin duda que la respuesta es una; intervenir. Desde el momento que yo como estudiante, aprendo historia a través de una posición de actor-participante, soy capaz de intervenir dentro del espacio en que me desenvuelvo. Por tanto, contribuyo a cambiar las cosas, aunque el sistema muchas veces me diga lo contrario. Si todos aceptamos que el sistema nos condiciona y no hacemos nada, difícilmente mejoraremos la sociedad y las formas de participación. Solo acentuaríamos el sentimiento de impotencia, pero si tomamos conciencia de nuestra realidad y nos posicionamos desde un actor creativo, lograremos transformar los espacios. He ahí la razón por la cual es fundamental, demandar mayor participación. En conclusión, aprender historia, geografía y ciencias sociales con una perspectiva ciudadana es aprender para intervenir en el espacio que comparto junto con los otros. Es aprender a repensar los hechos y situaciones que nos afectan como sociedad y con ello crear mecanismos de acción que nos permitan intervenir en el espacio público. Por otra parte, enseñar historia desde esta perspectiva ciudadana es enseñar para la transformación de la realidad social en la que estamos inversos, es poder romper con la desigualdad y problemáticas que nos aquejan en función de construir una sociedad mejor, más inclusiva y con una aceptación a la diferencia y al conflicto. Nuestra responsabilidad entonces, es movilizar la ciudadanía. 8
  • 9. Bibliografía Araujo, kathya y Martuccelli (2012). Desafíos comunes. Retrato de la sociedad chilena y sus individuos. Santiago de Chile. LOM Ediciones. Tomo 1.Pp: 27-121. Bengoa, José (2003). La comunidad reclamada: identidades, utopías y memorias en la sociedad chilena. Catalonia. Dubet, Francois (2003). Universitaria. Garcés, Mario (2011) El movimiento estudiantil y la crisis de legitimidad de la política chilena. Documento digital de ECO. Educación y Comunicaciones. (Versión digital). González, S. (2007): «La noción de ciudadanía en jóvenes estudiantes secundarios y universitarios: un análisis de estudios comparados de la nueva ciudadanía». En A. Zambrano, G. Rozas, I. Magaña, D. Asún y R. Pérez-Luco (editores): Psicología comunitaria en Chile: evolución, perspectivas y proyecciones. Santiago Grez, Sergio. (2009)La ausencia de un poder constituyente democrático en la Historia de Chile. Revista Tiempo histórico. N°1, Santiago, Universidad de la Academia de Humanismo Cristiano, junio de 2009 (versión digital) Marshall, Alfred y Bottomore, Tom. (2005) Ciudadanía y clase social. Buenos Aires. Losada. Página 7- 85. Mouffe Chantal (2003) La paradoja democrática. Barcelona. Gedisa. Introducción y Capitulo 1: pp15- 50, 139- 151. Osandón, Luis. Bravo, Liliana. Jiménez, María Soledad. La construcción de la ciudadanía contemporánea: nuevas posibilidades para la enseñanza de la historia (2012). Capitulo 7. Pp. 139- 155 (Versión Digital). . 9