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F4MILLY
KILLER
   4


    Editado por Ventayovski & Sons
Ideado por Miguel Ventayol
  Dibujos originales de Side Show Bob Junior.
CON MOTIVO DE LA CELEBRACIÓN DEL
                       RETO FANCINE 2012
                  Albacete, diciembre de 2012
                  Precio del ejemplar: 1 euro.
                    O te lo cambio por el tuyo
INVESTIGACIONES


                        Introducción
                   El polvo del siglo
           Vuelta a los 80 (otra vez)
               Una tarea importante
      Paseando a Miss Deep Throat
               Riesgos Innecesarios
                 Te podría pasar a ti
Sábado Negro de Albacete, edición II
     Por qué Albacete no es España
Introducción

   Desde el mismo momento en que empiezo a hacer la digestión
después de comer con los amigotes y señoras en el chino a
finales de diciembre de cualquier año me vienen a la mente
varias cuestiones.
   La primera, no volver a cenar tanto arroz.
   La segunda, hacer o no hacer otro maldito fancine para el
año siguiente.
   La tercera, ¿no soy demasiado mayor para estas cosas?
   A mi cabeza vienen imágenes contradictorias pero una
fundamental:
   el placer de escribir y las risas gratuitas.
   Es probable que el hecho de escribir no suponga nada para
mucha gente pero para algunos de nosotros es algo así como dos
chupitos de tequila de los que ponían en el Quijote en los
años 80, costaban diez duros.
   Es decir, felicidad a un precio reducido.
   Los fancines también sirven para recordar a las nuevas
generaciones determinados antros y determinadas mezclas
impensables hoy (por precio y por decencia) a las que se
aluden en este nuevo fancine.
   Desde que inicié mi andadura en el mundillo, mal asesorado
por malos amigos, me dediqué a la creación literaria pura y
dura: cuentos más o menos originales y con menor o mayor
calidad.
   Pero este año, motivado más por la envidia que otra cosa,
me he dedicado a hacer algo similar a lo que hago en el blog a
lo largo del año: hablar de cosas varias sin más tapujos que
la autocensura.
   Así que, amigos y amigas, seguidores y seguidoras, papás y
mamás, este es mi Familly Killer 4, donde además de cuentos
hay historias.
El polvo del siglo*
                                                (relato breve)

  —Quítatelas.
  —Quítatelos.
  —Bájatelas.
  —Bájatelos.
  —Bésame.
  —Bésame.

   —Acércate.
   —¿Me sientes?
   —Sí.
   —Sí.
   Los   dos   al
mismo     tiempo:
“Síiii”.
   —Mamaaá,    he
tenido        una
pesadilla       —
lloriquea      el
niño.
   —No ha estado mal —dice él.
   —Éste ha sido de los buenos —suspira ella, mientras se
arregla la ropa, se coloca el pelo y se quita unas gotas de
sudor de la nariz.




   *Frase mítica que le dijo Sharon Stone a Michael Douglas en
una película que pasó a la Historia del Cine porque una actriz
cruzó las piernas.
Vuelta a los 80 (otra vez)

   La diferencia entre un buen Buanapito y uno malo residía en
la cantidad de Ron Negrita y en que el zumo fuera del
Mercadona o no. Hay que empezar diciendo que en aquella época
no existían Mercadonas en Albacete, lo cual ya es
significativo. Teníamos Symago, Seyca y muchas tiendas de
barrio.
   El Buanapito lo servían en uno de los bares más divertidos
de la zona de la calle Tejares cuando esta calle terminaba
justo en este local. Atravesar unos metros más suponía
adentrarse en una zona no ya peligrosa sino oscura.
   Casi todos nos quedábamos en el JP, ¿para qué ir más allá?
   Nadie sabía que podía existir más allá, sólo los valientes
o la gente del barrio atravesaban los límites a lo
desconocido.
   Después de beber algo de cerveza en el Dos de la Parra,
llamado así por razones obvias, nos encaminábamos al JP porque
habíamos descubierto que con estas cosas llamadas Buanapitos
nos podíamos divertir con efectos inmediatos y, además,
alimentaba.
   Beber chupitos es un arte y las primeras veces son
memorables. ¿Cuántas veces se nos ha salido el chupito por la
nariz?
   La mezcla era sencilla: un chupito de Ron Negrita con zumo
de piña. En la sencillez radicaba su éxito, y en que estaba
dulce, era barato y te daba un zapatazo suficiente para pasar
de babear un adolescente:
   —Eh, ¡qué buenastás!
   A un educado y pretencioso:
   —Hola, preciosa, ¿tendrías la amabilidad de concederme el
siguiente baile?
   El inconveniente es que a partir del Buanapito comenzaron a
surgir decenas de nuevas mezclas, desde los asquerosos
Cerebros a muchos otros de cuyo nombre y colores no quiero
acordarme sin que el hígado y el paladar me lancen un directo
a la mandíbula.
   Tiempo más tarde reformaron el JP, dejaron de servir
Buanapitos e incluso el Ayuntamiento se atrevió a arreglar la
calle Tejares, convirtiéndola en un lugar mucho más, perdón
por la expresión, habitable. Ahora, gracias a los plames de
Ordenación Urbana, incluso se puede pasear con los nenes, es
peatonal y han puesto una panadería.
Una tarea importante

   —Shhh, ¡eh! —susurró él recién levantado—¡shhhh! Miguel,
¿estás despierto?
   —Umm —se desperezó el otro con los ojos enrojecidos del
alcohol y sueño — ¿Qué pasa, es la hora?
   —Sí —contestó el primero.
   —¿Tan pronto? —Insistió Miguel.
   —Ya son las ocho —contestó Marcelo.
   Se habían acostado a las cinco, cualquier hora resultaría
demasiado pronto. Pero para el proyecto que estaban
desarrollando la exactitud en los horarios y aprovechar el
tiempo resultaría fundamental.
   —¿Hago café? —dijo uno de ellos.
   —Eso estaría bien —respondió el otro apenas sin pensarlo.
   Miraban el techo, se habían acostado en el suelo con unas
mantas y unos almohadones del sofá. Es posible que ninguno de
ellos disfrutase de un buen sueño, pero cuando la situación lo
requiere, lo menos importante es la comodidad, y el año 2015
no se había caracterizado por las comodidades, sino por los
sacrificios.
   Ellos estaban adaptando sus cuerpos y sus mentes a la nueva
situación.
   Ellos, al menos, tenían un lugar donde cobijarse del frío y
de la lluvia.
   Ellos, al menos, podían tomar café.
   Pero es difícil salvar la dignidad cuando se carece de
muchas otras cosas básicas.
   Se lavaron por turnos en la pila de la cocina para no
despertar al resto de compañeros que dormían a lo largo y
ancho de pasillos y habitaciones de la casa. En total habían
calculado unos quince pero Marcelo creyó escuchar a alguien a
las seis o las siete de la mañana. La cantidad de personas que
dormían o descansaban podría ascender a veinte con facilidad.
Tampoco importaba, la casa no era propiedad de ninguno de
ellos.
   Así estaban las cosas, no se planteaban nada más.
   De nuevo la frase flotando en sus mentes: acoplarse a la
nueva situación.
   Marcelo era un tremendo defensor de la dignidad.
   Miguel tenía miedo de la posible pérdida de su estatus,
aunque nadie tenía claro qué quería decir con estatus. Al
parecer en otra época había asistido a la Universidad y tener
estudios era algo importante en la España de la cual
procedían.
   El café comenzó a salir, la pobre cafetera no daba a basto,
demasiada gente con necesidad de cafeína. Terminaría por
romperse y entonces se verían abocados a recurrir a aquel
viejo invento de sus abuelas: el puchero. Miguel se estremecía
con sólo pensarlo. Quizás era este tipo de cosas lo que él
consideraba estatus, pero nadie lo sabía. Si lo hubiera
explicado se hubieran reído de él o él mismo se habría dado
cuenta de que sus cosas importantes no lo eran tanto.
   Marcelo sacó un par de botes de tomate frito de cristal que
utilizaban a modo de vasos, tazas y copas. No tenían
cristalería, a las horas de las comidas bromeaban con sus
hijos asegurando que en los restaurantes y bares más modernos
de Estados Unidos se utilizaban botes reciclados para beber
cerveza.
   —No queda azúcar, acuérdate de que cuando volvamos
compremos en algún sitio —dijo.
   —Entendido.
   Lo dijeron sin pensar, como si su café fuera rutinario.
   Se miraron el uno al otro, se conocían desde hacía mucho
tiempo, sabían exactamente desde cuándo, pero eran relatos que
no contaban, ni siquiera al calor de la décima cerveza.
   Miguel, por romper el hielo, empezó a hablar mientras
colocaba las cosas del improvisado desayuno en la repisa de la
cocina.
   —Hemos visto tiempos mejores, ¿eh? ¡Menuda pinta llevamos!
—sonrió señalando con ambas manos el aspecto que presentaban
el uno y el otro.
   —Anda, anda —atajó Marcelo que lo conocía bien y sabía
dónde podía terminar una conversación de este tipo.
   —¿Sabes lo que echo de menos? La comida china, salir todos
a cenar al chino.
   —No me jodas, con la que tenemos encima y tú echas de menos
el arroz chino porque, no nos engañemos, no probabas las ancas
de rana, no probabas el cerdo agridulce, ¡ni siquiera probabas
el Familia Feliz! —Le echó en cara Marcelo que se había
animado sin apenas darse cuenta.
   —¿Cuándo fue la última vez? ¿Cuánto tiempo hace que no
comemos chino?
   —Muy fácil, deberías acordarte —empezó Marcelo con el tono
didáctico que utilizaba para esas ocasiones—. El año de la
expulsión. En el restaurante de los Yuan.
   —Es verdad.
Se produjo un extraño silencio apenas quebrado por los
ronquidos de los chicos en el resto de habitaciones y el
tintineo de las cucharillas en los botes de cristal. Le daban
vueltas al café con leche a pesar de que no llevaba azúcar.
   Con la expulsión Marcelo se refería al año en que el
Gobierno decidió echar a todos los ciudadanos chinos,
incluidos los hijos y nietos de chinos. El escándalo provocado
tanto a nivel interno como a nivel internacional se solapaba
con la aceptación que tuvo la medida entre las clases
populares que veían al colectivo como una amenaza directa para
sus intereses económicos.
   Habían pasado varios años desde la expulsión de los chinos
y las cosas sólo habían empeorado. En sus ojos se dibujaron la
cantidad de artículos que escribieron detallando el error que
significaba tanto a nivel político como a nivel económico.
Pero, sobre todo, a nivel humano.
   Nadie les hizo caso, ni a ellos ni a ninguno de los
colectivos como ellos que pelearon por los derechos de los
expulsados. ¿Quién podía hacer caso a las letras y no a los
actos en el siglo XXI?
   Aquello parecía la Edad de Piedra visto con los ojos de las
desgracias que habían sucedido desde el 2012.
   Apuraron el café y no dijeron más palabras.
   En sus cuerpos el tiempo había causado estragos pero, al
menos, estaban más delgados y fibrosos, con las piernas
fuertes de correr por las calles, el rostro moreno de las
horas perdidas en polígonos industriales semidesiertos, y las
manos encallecidas de transformar en algo la nada.
   A pesar de todo, los amigos se reconocían. Sabían que la
jornada de hoy sería decisiva, la visita del Dirigente Mayor
era la ocasión perfecta, de hecho era la única oportunidad que
tenían para mostrar al país su manera de ver las cosas, su
protesta más sonora.
   El resto del grupo, tanto los que vivían en esta casa como
los que se encontraban repartidos por la ciudad, se limitarían
a una protesta formal, silenciosa y previamente convocada y
anunciada a las autoridades, a las puertas del recinto
empresarial donde tendría lugar el acto.
   Marcelo y él no.
   Ellos tenían una tarea importante.
   Cuando lo llamaban misión les daba la risa, empezaban a
surgir anécdotas de los Simpson que ambos conocían de memoria,
y se veían obligados a parar el trabajo durante más de media
hora.
—¿Está todo preparado? —Dijo Marcelo a modo de repaso
final.
   —Sí, lo he comprobado dos veces —contestó Miguel con la
seriedad que el momento requería.
   —Espero que no haya fallos, nos jugamos mucho.
   —No los habrá, esta noche brindaremos a la salud de los
supervivientes y empezaremos a olvidar a los tiranos —
sentenció Miguel, que no pudo evitar dejar la mirada perdida
en el techo, como si mirara al cielo o como si estuviera
iluminado.   Las   películas   estadounidenses   habían  hecho
demasiado daño a aquel pobre cerebro.
   —Por otro lado, hemos seguido las instrucciones a
rajatabla. Podemos fiarnos de Juan, es el que más sabe de
bombas —dijo Marcelo como para infundirse ánimos—, las lleva
fabricando y utilizando desde antes de la crisis.
   —Supongo que tienes razón —suspiró Miguel. Cierto tono de
duda alertó a Marcelo que lo miró de nuevo como tantas veces
lo había mirado en el pasado. Era el momento de actuar, no de
pensar. Era su momento. Aunque, si las cosas salían como era
de prever, supondría un antes y un después en la historia del
país. Cabía la posibilidad, incluso, de que ellos no
volvieran.
   —¿Estás bien? —le dijo a su amigo apoyando una mano callosa
y firme sobre su hombro.
   —Supongo que sí, pero no dejo de pensar en esa gente.
Recuérdame la estimación prevista, por favor. —No quería
pensar en su propio destino, de manera que la muerte de
cualquier otro era mejor que la suya propia.
   —El gobierno al completo, sus agentes locales, los agentes
empresariales y un elevado porcentaje de adeptos, familiares,
allegados —detalló acortando la lista. Sabía que su amigo
tenía dudas. Lo cogió por los hombros de nuevo: —Yo no tengo
dudas, tú no deberías tener dudas.
   Tras un leve silencio, Miguel apretó las mandíbulas, se
agachó a por las bolsas de deporte donde escondían los
artefactos y sonrió a su amigo.
   —Sigo echando de menos el chino.
   —No puedes ser más tonto —le contestó su amigo.
   Cerraron la puerta con tal sigilo que ni sus mujeres ni sus
hijos, ni el resto de compañeros de piso les escucharon salir.
Cuando quisieran prepararse para la protesta protocolaria, las
cosas ya no serían como hasta el momento.
Paseando a Miss Deep Throat

   Me acerqué a la casa de campo porque me había citado con
Nacho, sabía que llevaba más de un año en paro y quería
echarme una mano. No era un trabajo propiamente pero a fin de
cuentas, era algo, unos euros extra nunca vienen mal. No me
había contado nada, sólo un mensaje: “Si te quieres ganar unos
eurillos, tengo una cosa que te puede interesar”.
   Viniendo de él, la imaginación no pudo sino empezar a
tocarme las narices, ¿en qué quieres que piense, si no? ¿Acaso
no era una estrella del porno que había reciclado su casa en
una especie de Gran Hermano porno para Internet? Todas las
escenas posibles se amontonaron en mi cabeza.
   La cabeza de los hombres es así, siempre juega a imaginarse
escenas de cine porno de las miles que se han visualizado
desde la adolescencia, y no sólo las más obvias del fontanero,
el limpiador de piscinas o el repartidor de pizzas a
domicilio.
   Cuando se lo expliqué a mi mujer dijo cosas tan sensatas y
atinadas como “a buenas horas”, “mejor estás en paro que
rodeado de tías”. Y, “si vas a trabajar allí, yo me voy
contigo”. Pero yo no tenía ni idea del trabajo que me podía
ofrecer Nacho Vidal, ni la más remota idea, aunque, siendo
sinceros, resultaba imposible que me ofreciera un papel en una
película protagonizada por él, imposible. No daré más datos al
respecto por pudor y porque soy un padre de familia felizmente
casado.
   No me puse traje, no me puse corbata y ni siquiera me
molesté en afeitarme, no iba a una entrevista de trabajo, sólo
iba a tomar una cerveza con el primo de mis primos, quien, con
suerte para mí, me ofrecería algo de trabajo remunerado. Una
suerte y una carambola en el siglo XXI.
   Llegué a la casa familiar reconvertida en residencia de
ensueño y escenario múltiple de secuencias y más secuencias
orientadas al mercado de consumo de adultos en Internet.
   Primero cayeron los cines X de barrio, después cayeron las
cintas de VHS y apenas sin tiempo para disfrutarlos, los DVD.
Con la llegada de Internet se abrió un mundo de posibilidades
tanto para los usuarios habituales del porno como para los
empresarios del sector.
   Cualquiera sabe, de hecho, que las mejoras realizadas en
las líneas de Internet de todo el mundo, bandas anchas,
cables, wi fis, ordenadores portátiles, móviles de última
generación, etcétera, se han debido a la      necesidad real e
imperiosa de que los usuarios del porno pudieran hacerlo en
condiciones. ¿Para qué, si no, sirve Internet?
   —Hola primo, ¿cómo lo llevas? —Le gustaba llamarme primo a
pesar de que ambos sabíamos que nuestro parentesco se reducía
a los pitillos que se fumaron mi abuelo y su padre en la
zapatería del padre de mi madre.
   —Mira, tirando, ya sabes.— Tenía la inquietud reflejada en
mi rostro y la interrogación grabada en el pecho.
   —Ya sabes que he montado mi propia web y que ruedo gran
parte de las escenas aquí en la casa familiar. Pero me ha
surgido un pequeño problemilla.
   —Dime, ¿en qué puedo ayudarte?— Estaba inquieto y él se
andaba por las ramas para ponerme más nervioso aun.
   —Aquí vienen chicas a rodar, algún que otro chico, pocos,
la verdad. Pero sobre todo chicas —hizo una breve pausa de
efecto—. Por eso necesito a alguien de confianza que me eche
una mano. No te pagaré mucho, pero tampoco te quitará mucho
tiempo, la verdad. Y, desde luego, no tendrás que esforzarte
demasiado.
   —Dime qué necesitas, sabes que necesito la pasta.
   —Verás, cada semana vienen entre cinco y diez chicas, con
las que grabo las escenas para la web. Pero sabes que llegar a
Enguera no es sencillo, con lo que si cada vez que viene una,
le tengo que pagar el taxi desde Valencia o desde Alicante y
vuelta. Y si encima, tienen que hacer noche en un hotel, me
cuesta un ojo de la cara. Me saldría más barato si alguien
fuera a recogerlas en su coche. Y como sé que tú tienes
coche...
   —Entendido, quieres que haga de chófer.
   —Sí, además, como estás casado, no me darás problemas. No
puedo mandar a cualquiera, no sé si me explico, porque se me
ocurrió hablar con mi primo Revert y sólo de decírselo se le
puso dura —. Me hizo un guiño pero sin sonreír. Con el trabajo
no bromeaba, por mucho que en los programas de la tele
fanfarronease.
   —Bueno, te explicas bien, hago de chófer unas cuantas veces
por semana. No me parece mal trato. A mí se me puede poner
dura, también, ¿no?
   —Sí, claro, de hecho hasta que no te acostumbres… —dijo
sonriendo y acortó su frase enseguida—. Pues entonces hecho.
Tienes que estar en Manises dentro de tres horas.
   —Lo tenías todo previsto, ¿eh? Joder, tres horas. Tengo el
tiempo justo. Mierda.
Se puso a reír de esa manera descarada con la que se suele
reír él.
   Nos estrechamos las manos, salí a la calle y me monté en mi
coche camino del Aeropuerto de Valencia. Pero antes tenía que
pasar por casa a explicarle a mi mujer cómo me iba a ganar un
dinero extra los próximos meses.
   Me había convertido en el chófer de las estrellas.
   Cuando de repente, pensando en las palabras más acertadas o
menos inadecuadas que le iba a contar a mi mujer, caí en la
cuenta: “Oh, por dios, el chófer porno, ¡no!”.
Riesgos necesarios

   La zona de copas de Albacete siempre se ha compuesto de
varias calles peatonales entrelazadas y muy cercanas entre sí,
lo suficiente para que no te llevase por delante un coche, una
moto o un camión de basura.
   Algunas de estas esquinas son puntos estratégicos donde los
relaciones públicas de las discotecas, bares y pubs se
instalan para ofrecer mejores precios, ofertas o copas gratis
si tu cuerpo está a la altura de las miradas.
   También es una zona estratégica para quedar, encontrarse o
algunas otras cosas sin más interés.
   —¿Quieres enrollarte conmigo? —pregunta.
   —Tú debes ser tonto —contesta incrédula.
   —¿Quieres enrollarte conmigo? —pregunta.
   —No eres más tonto porque no entrenas —responde enfadada.
   —¿Quieres enrollarte conmigo? —pregunta.
   —Si te meto una patada en los güevos, idiota…— grita.
   —¿Quieres enrollarte conmigo? —pregunta.
   —¿Ves aquel tipo de allí, el alto? Es mi novio. Ahora
cuando se acerque, me lo preguntas de nuevo —le sonríe otra.
   —¿Quieres enrollarte conmigo? —pregunta.
   Una bofetada por respuesta.
   —¿Quieres enrollarte conmigo? —pregunta.
   —Néne, que soy yo, tu prima Manoli.
   —Uh, perdona, tía —le dice acercándose más de la cuenta—,
es que llevo un pedo que no me aclaro.
   Después de la metedura de pata con su familiar, a quien por
otro lado, no le importaría pasarse por la piedra, se acerca
al bar donde, con bastante probabilidad, le esperan sus
amigos. Es posible que tan borrachos como él, o más.
   —¿Cómo ha ido, cazador? —bromea uno de ellos.
   —¿Cuántas han caído, chulo? —le dice otro.
   Todos ríen y bromean mientras siguen bebiendo cervezas y
amontonándolas en la mesa, una sena costumbre para no perder
la cuenta y saber cuándo retirarse.
   —Vosotros decid lo que queráis pero es simple estadística.
Si os quedáis aquí en el bar medio borrachos, no os enrolláis
con una tía en la vida. En cambio yo salgo a la calle, busco,
hablo con ellas, les cuento cosas, me dejo ver. Es cuestión de
estadística, no todas me van a decir que no, alguna caerá. A
cuantas más se lo pida, mejor, más subirán las posibilidades
de éxito.
Sus amigos conocían el argumento, Francisco, alias Pacorro,
lo repetía todos los fines de semana desde que cumplió los 16
años, y ahora debía tener, bueno, edad suficiente para tener
más cabeza.
   Empezaron a reírse y el rió también. Terminó su cerveza y
salió a la calle de nuevo, era una estupenda noche de
primavera y las chicas llevaban minifalda en un 75 %, lo cual
hacía todavía más complicada la selección.
   Pacorro no podía dejar de mirar a un lado y a otro, su
corazón componía poemas, sus ojos canciones de amor, pero su
boca sólo repetía una y otra vez:
   —¿Quieres enrollarte conmigo?

   A la hora del cierre, sus amigos salieron a la calle,
dispuestos a llevarse a su amigo a cuestas, seguro que estaba
tirado en un escalón, en la acera o, con mala suerte, con la
nariz rota como aquella vez en que el pijo vino a por él.
   En cualquier otra circunstancia, Pacorro le hubiera partido
la   cara,   pero  iba   demasiado
borracho como para defenderse, y
eso lo aprovechan los pijos:
siempre atacan a los débiles y
borrachos. Cuando se volvieron a
cruzar por la calle Ancha, un día
festivo, el pijo no pudo evitar
mirar al suelo y confiar en que
Pacorro no le diera un par de
castañas. Pero esta historia es
otra historia.
   Sus amigos miraron a ambos
lados de la calle Tejares y no lo
vieron. Se acercaron a la calle La
Parra y tampoco estaba por allí.
Así que hicieron lo que un buen
amigo debe hacer en estos casos,
olvidarse.
   Era una estupenda noche de primavera, no había luna y los
bares habían bajado las persianas. Por la calle sólo quedaban
borrachos, despistados y policías.
Sábado Negro de Albacete, edición II

   —Va, ché, ¿qué te cuesta?
   —No sé, primo, no me termina de convencer esto que me
cuentas.
   —Sólo es un día, de hecho si quieres sólo una noche,
cervezas, cena y para casa.
   —No sé, suena raro, me suena rarito.
   —Mira, te lo explico de nuevo. Tú sólo tienes que venir a
presentar el libro, yo me encargo de la publicidad, de los
medios de comunicación, de darle vidilla a los medios tanto
regionales como estatales. Tú vienes, te dejas ver, presentas
el libro, te echas unas cervezas, y si te apetece, te vienes a
cenar. Mira, hasta eso lo dejo a tu elección. Si no quieres,
después de la presentación te vienes de nuevo al pueblo.
¡Coño! En poco más de una hora estás en casa de nuevo.
   Nacho se lo pensó, no era lo suyo. Apretó el botellín y
miró a una de las chicas que se le acercaban. Su casa parecía
una casa normal pero todos en Enguera sabían que no lo era.
Media España lo sabía. La otra media estaba perdiendo el
tiempo.
   Yo la conocía un poco más, si cabe. Llevaba tres semanas
trabajando con él y me encontraba demasiado incómodo como para
moverme. Él lo sabía y se aprovechaba, no quiso quedar en la
plaza del Doctor Marín, eso era como quedar en un estado
neutral. Mejor quedar en su casa, rodeado de sus chicas,
rodeado de cuatro nuevas actrices procedentes de Estonia y
Bulgaria.
   Quería ponerme nervioso, se le daba bien. Lo estaba
consiguiendo.
   Mi intención era sencilla, aprovechando que había sacado un
libro dos años antes, y aprovechando el tirón mediático que
siempre tiene, llevarlo a Albacete a la celebración del Sábado
Negro de Albacete. Sería algo así como un favor mutuo.
   La chica estonia, no preguntéis cómo sé que era estonia, le
susurró algo al oído. Yo no podía dejar de mirarla, Nacho le
tocó el culo con descaro. Iba muy maquillada, llevaba unos
pantalones cortos de vaquero, botas blancas con flecos,
chaleco vaquero, blanco también, y sombrero.
   “¿Sombrero?”, pensé. No podía ser más obvio, pero supongo
que en el siglo XXI la industria del porno deja pocas opciones
a la innovación. Una chica estonia vestida de vaquero tiene su
punto, como un tipo de la sierra de Enguera con tatuajes y
hablando en inglés con chicas despampanantes. No le apartaba
la mano del culo.
   —Me tengo que ir a grabar, primo —dijo sonriente. No había
provocación en el tono de su voz aunque sí en su mirada—. Deja
que me lo piense y te digo algo, aunque estaría bien que me
pasaras un programa, ya sabes, para tener una referencia. Pero
quiero dejar cerrado lo de los medios de comunicación,
necesito cobertura estatal, ¿vale?
   —Lo que necesites, te puedo pasar el programa del año
pasado y lo que tenemos confirmado de momento. Además, tú y yo
hacemos un planning específico para los medios que no sean de
Albacete —expliqué. Lo tenía en el bote.
   —Vale, vale —dijo incorporándose. No era demasiado alto
pero siempre me imponía ver aquella masa muscular exagerada y
adornada con decenas de tatuajes. Además, como iba a rodar, su
cuerpo brillaba por culpa de los aceites y las flexiones—.
Pero escucha, me tienes que jurar que no es un rollo de
frikis, ¿eh?
   —¿Perdona, a qué te refieres?
   —Sí, sí, puedo aguantar a los gays, a las locas, todo el
rollo de los modernos escritores y demás. He vivido en
Barcelona muchos años y estoy acostumbrado. Pero lo que no
puedo aguantar es a los frikis, todos esos tipos que hablan de
tebeos y La Guerra de las Galaxias. De verdad, no puedo con
ellos, son unos perdedores.
   —No, no, de eso no habrá nada —le dije pensando que mejor
eliminar del programa la cena en el Restaurante Chino.
   —Ok, primo. Luego te llamo.
   Y se fue caminando con un paso ensayado, demasiado lento. Y
digo demasiado lento porque cuando uno se va a follar a una
tía, estonia o no, con ese cuerpo, botas vaqueras y sombrero
vaquero blanco, supongo que lo último que piensas es en
mantener un paso estilizado a lo Cary Grant.
   Pero él no.
   Salí a la calle, miré a un lado, miré al otro y me alegré
de que no hubiera nadie en el vecindario, nunca es agradable
que te vean por la calle con una erección a destiempo.
Por qué Albacete no es España

  Primero, porque sí.

   Segundo, porque somos un sitio de
paso, y los sitios de paso no pertenecen
a nadie.

   Tercero, porque no conocemos nuestra
historia, y la historia que tenemos está
camuflada, escondida o no se permite
estudiar.

   Cuarto, porque tenemos sistema de medidas propio,
redondeles en vez de círculos.

   Quinto, porque hasta el más tonto se cree el más listo.
Pero para ser algo te tienes que ir al extranjero. Y cuando
vuelves, eres más tonto aún, si cabe.

   Sexto, y pasas a llamarte albaceteño en la diáspora. El
remate.

   Séptimo, no hay más que mirar nuestro escudo. Tenemos uno
y resulta que el Ayuntamiento usa otro. Así de chulos somos,
para despistar y ocultar nuestra verdadera esencia que se
explica a continuación.

   Octavo, en el escudo hay un vampiro, no es un
morceguillo, no os confundáis.

  Noveno, lenguaje propio. Loslodigoyloslorepito.

   Décimo, humor propio. Basado en la finura del lenguaje y
la consolidada tradición cultural.

   El que viene después, si alguien se mete con nuestro
pueblo, nos ponemos chulos, nos sale la vena y
sitepillotengavillo.

   El que va después del de antes, arte propio, bichas,
piedras rotas, cantos rodaos, piedrecillas en el museo ese
del parque.
El décimotercero,
                                políticos de raza, de dos
                                cojones, capaces de ponerse
                                la región por montera sin
                                importarles nada una mierda.
                                No doy nombres porque son de
                                raza, ya lo he dicho, y
                                podrían mandarme a sus
                                sicarios y estropear la
                                fotocopiadora, dejarme sin
                                grapas o, dios no lo quiera,
                                descuadrarme el fancine.

                                   El otro, literatura
                                propia: Reto Fancine.

                                  Y ya, porque sí.


                                   (Incluso tenemos nuestros
propios MONSTRUOS. Y, por supuesto, en Albacete se
encuentran los mejores cazadores de monstruos)
Batallón de Voluntarias a las puertas del Aqua,
dispuestas a velar por la integridad de los participantes en
la II edición del Sábado Negro de Albacete.
   Con órdenes claras y precisas de disparar a matar a
aquellos impíos que osen mencionar la posible relación entre
literatura y cerveza, o literatura de Albacete y
subvenciones.
   El Batallón de Voluntarias pertenece a un grupo privado
contratado al efecto y sólo para alejar a curiosos, mimos,
funcionarios y violinistas.
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  • 1.
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  • 3. F4MILLY KILLER 4 Editado por Ventayovski & Sons
  • 4. Ideado por Miguel Ventayol Dibujos originales de Side Show Bob Junior. CON MOTIVO DE LA CELEBRACIÓN DEL RETO FANCINE 2012 Albacete, diciembre de 2012 Precio del ejemplar: 1 euro. O te lo cambio por el tuyo
  • 5. INVESTIGACIONES Introducción El polvo del siglo Vuelta a los 80 (otra vez) Una tarea importante Paseando a Miss Deep Throat Riesgos Innecesarios Te podría pasar a ti Sábado Negro de Albacete, edición II Por qué Albacete no es España
  • 6. Introducción Desde el mismo momento en que empiezo a hacer la digestión después de comer con los amigotes y señoras en el chino a finales de diciembre de cualquier año me vienen a la mente varias cuestiones. La primera, no volver a cenar tanto arroz. La segunda, hacer o no hacer otro maldito fancine para el año siguiente. La tercera, ¿no soy demasiado mayor para estas cosas? A mi cabeza vienen imágenes contradictorias pero una fundamental: el placer de escribir y las risas gratuitas. Es probable que el hecho de escribir no suponga nada para mucha gente pero para algunos de nosotros es algo así como dos chupitos de tequila de los que ponían en el Quijote en los años 80, costaban diez duros. Es decir, felicidad a un precio reducido. Los fancines también sirven para recordar a las nuevas generaciones determinados antros y determinadas mezclas impensables hoy (por precio y por decencia) a las que se aluden en este nuevo fancine. Desde que inicié mi andadura en el mundillo, mal asesorado por malos amigos, me dediqué a la creación literaria pura y dura: cuentos más o menos originales y con menor o mayor calidad. Pero este año, motivado más por la envidia que otra cosa, me he dedicado a hacer algo similar a lo que hago en el blog a lo largo del año: hablar de cosas varias sin más tapujos que la autocensura. Así que, amigos y amigas, seguidores y seguidoras, papás y mamás, este es mi Familly Killer 4, donde además de cuentos hay historias.
  • 7. El polvo del siglo* (relato breve) —Quítatelas. —Quítatelos. —Bájatelas. —Bájatelos. —Bésame. —Bésame. —Acércate. —¿Me sientes? —Sí. —Sí. Los dos al mismo tiempo: “Síiii”. —Mamaaá, he tenido una pesadilla — lloriquea el niño. —No ha estado mal —dice él. —Éste ha sido de los buenos —suspira ella, mientras se arregla la ropa, se coloca el pelo y se quita unas gotas de sudor de la nariz. *Frase mítica que le dijo Sharon Stone a Michael Douglas en una película que pasó a la Historia del Cine porque una actriz cruzó las piernas.
  • 8. Vuelta a los 80 (otra vez) La diferencia entre un buen Buanapito y uno malo residía en la cantidad de Ron Negrita y en que el zumo fuera del Mercadona o no. Hay que empezar diciendo que en aquella época no existían Mercadonas en Albacete, lo cual ya es significativo. Teníamos Symago, Seyca y muchas tiendas de barrio. El Buanapito lo servían en uno de los bares más divertidos de la zona de la calle Tejares cuando esta calle terminaba justo en este local. Atravesar unos metros más suponía adentrarse en una zona no ya peligrosa sino oscura. Casi todos nos quedábamos en el JP, ¿para qué ir más allá? Nadie sabía que podía existir más allá, sólo los valientes o la gente del barrio atravesaban los límites a lo desconocido. Después de beber algo de cerveza en el Dos de la Parra, llamado así por razones obvias, nos encaminábamos al JP porque habíamos descubierto que con estas cosas llamadas Buanapitos nos podíamos divertir con efectos inmediatos y, además, alimentaba. Beber chupitos es un arte y las primeras veces son memorables. ¿Cuántas veces se nos ha salido el chupito por la nariz? La mezcla era sencilla: un chupito de Ron Negrita con zumo de piña. En la sencillez radicaba su éxito, y en que estaba dulce, era barato y te daba un zapatazo suficiente para pasar de babear un adolescente: —Eh, ¡qué buenastás! A un educado y pretencioso: —Hola, preciosa, ¿tendrías la amabilidad de concederme el siguiente baile? El inconveniente es que a partir del Buanapito comenzaron a surgir decenas de nuevas mezclas, desde los asquerosos Cerebros a muchos otros de cuyo nombre y colores no quiero acordarme sin que el hígado y el paladar me lancen un directo a la mandíbula. Tiempo más tarde reformaron el JP, dejaron de servir Buanapitos e incluso el Ayuntamiento se atrevió a arreglar la calle Tejares, convirtiéndola en un lugar mucho más, perdón por la expresión, habitable. Ahora, gracias a los plames de Ordenación Urbana, incluso se puede pasear con los nenes, es peatonal y han puesto una panadería.
  • 9. Una tarea importante —Shhh, ¡eh! —susurró él recién levantado—¡shhhh! Miguel, ¿estás despierto? —Umm —se desperezó el otro con los ojos enrojecidos del alcohol y sueño — ¿Qué pasa, es la hora? —Sí —contestó el primero. —¿Tan pronto? —Insistió Miguel. —Ya son las ocho —contestó Marcelo. Se habían acostado a las cinco, cualquier hora resultaría demasiado pronto. Pero para el proyecto que estaban desarrollando la exactitud en los horarios y aprovechar el tiempo resultaría fundamental. —¿Hago café? —dijo uno de ellos. —Eso estaría bien —respondió el otro apenas sin pensarlo. Miraban el techo, se habían acostado en el suelo con unas mantas y unos almohadones del sofá. Es posible que ninguno de ellos disfrutase de un buen sueño, pero cuando la situación lo requiere, lo menos importante es la comodidad, y el año 2015 no se había caracterizado por las comodidades, sino por los sacrificios. Ellos estaban adaptando sus cuerpos y sus mentes a la nueva situación. Ellos, al menos, tenían un lugar donde cobijarse del frío y de la lluvia. Ellos, al menos, podían tomar café. Pero es difícil salvar la dignidad cuando se carece de muchas otras cosas básicas. Se lavaron por turnos en la pila de la cocina para no despertar al resto de compañeros que dormían a lo largo y ancho de pasillos y habitaciones de la casa. En total habían calculado unos quince pero Marcelo creyó escuchar a alguien a las seis o las siete de la mañana. La cantidad de personas que dormían o descansaban podría ascender a veinte con facilidad. Tampoco importaba, la casa no era propiedad de ninguno de ellos. Así estaban las cosas, no se planteaban nada más. De nuevo la frase flotando en sus mentes: acoplarse a la nueva situación. Marcelo era un tremendo defensor de la dignidad. Miguel tenía miedo de la posible pérdida de su estatus, aunque nadie tenía claro qué quería decir con estatus. Al parecer en otra época había asistido a la Universidad y tener
  • 10. estudios era algo importante en la España de la cual procedían. El café comenzó a salir, la pobre cafetera no daba a basto, demasiada gente con necesidad de cafeína. Terminaría por romperse y entonces se verían abocados a recurrir a aquel viejo invento de sus abuelas: el puchero. Miguel se estremecía con sólo pensarlo. Quizás era este tipo de cosas lo que él consideraba estatus, pero nadie lo sabía. Si lo hubiera explicado se hubieran reído de él o él mismo se habría dado cuenta de que sus cosas importantes no lo eran tanto. Marcelo sacó un par de botes de tomate frito de cristal que utilizaban a modo de vasos, tazas y copas. No tenían cristalería, a las horas de las comidas bromeaban con sus hijos asegurando que en los restaurantes y bares más modernos de Estados Unidos se utilizaban botes reciclados para beber cerveza. —No queda azúcar, acuérdate de que cuando volvamos compremos en algún sitio —dijo. —Entendido. Lo dijeron sin pensar, como si su café fuera rutinario. Se miraron el uno al otro, se conocían desde hacía mucho tiempo, sabían exactamente desde cuándo, pero eran relatos que no contaban, ni siquiera al calor de la décima cerveza. Miguel, por romper el hielo, empezó a hablar mientras colocaba las cosas del improvisado desayuno en la repisa de la cocina. —Hemos visto tiempos mejores, ¿eh? ¡Menuda pinta llevamos! —sonrió señalando con ambas manos el aspecto que presentaban el uno y el otro. —Anda, anda —atajó Marcelo que lo conocía bien y sabía dónde podía terminar una conversación de este tipo. —¿Sabes lo que echo de menos? La comida china, salir todos a cenar al chino. —No me jodas, con la que tenemos encima y tú echas de menos el arroz chino porque, no nos engañemos, no probabas las ancas de rana, no probabas el cerdo agridulce, ¡ni siquiera probabas el Familia Feliz! —Le echó en cara Marcelo que se había animado sin apenas darse cuenta. —¿Cuándo fue la última vez? ¿Cuánto tiempo hace que no comemos chino? —Muy fácil, deberías acordarte —empezó Marcelo con el tono didáctico que utilizaba para esas ocasiones—. El año de la expulsión. En el restaurante de los Yuan. —Es verdad.
  • 11. Se produjo un extraño silencio apenas quebrado por los ronquidos de los chicos en el resto de habitaciones y el tintineo de las cucharillas en los botes de cristal. Le daban vueltas al café con leche a pesar de que no llevaba azúcar. Con la expulsión Marcelo se refería al año en que el Gobierno decidió echar a todos los ciudadanos chinos, incluidos los hijos y nietos de chinos. El escándalo provocado tanto a nivel interno como a nivel internacional se solapaba con la aceptación que tuvo la medida entre las clases populares que veían al colectivo como una amenaza directa para sus intereses económicos. Habían pasado varios años desde la expulsión de los chinos y las cosas sólo habían empeorado. En sus ojos se dibujaron la cantidad de artículos que escribieron detallando el error que significaba tanto a nivel político como a nivel económico. Pero, sobre todo, a nivel humano. Nadie les hizo caso, ni a ellos ni a ninguno de los colectivos como ellos que pelearon por los derechos de los expulsados. ¿Quién podía hacer caso a las letras y no a los actos en el siglo XXI? Aquello parecía la Edad de Piedra visto con los ojos de las desgracias que habían sucedido desde el 2012. Apuraron el café y no dijeron más palabras. En sus cuerpos el tiempo había causado estragos pero, al menos, estaban más delgados y fibrosos, con las piernas fuertes de correr por las calles, el rostro moreno de las horas perdidas en polígonos industriales semidesiertos, y las manos encallecidas de transformar en algo la nada. A pesar de todo, los amigos se reconocían. Sabían que la jornada de hoy sería decisiva, la visita del Dirigente Mayor era la ocasión perfecta, de hecho era la única oportunidad que tenían para mostrar al país su manera de ver las cosas, su protesta más sonora. El resto del grupo, tanto los que vivían en esta casa como los que se encontraban repartidos por la ciudad, se limitarían a una protesta formal, silenciosa y previamente convocada y anunciada a las autoridades, a las puertas del recinto empresarial donde tendría lugar el acto. Marcelo y él no. Ellos tenían una tarea importante. Cuando lo llamaban misión les daba la risa, empezaban a surgir anécdotas de los Simpson que ambos conocían de memoria, y se veían obligados a parar el trabajo durante más de media hora.
  • 12. —¿Está todo preparado? —Dijo Marcelo a modo de repaso final. —Sí, lo he comprobado dos veces —contestó Miguel con la seriedad que el momento requería. —Espero que no haya fallos, nos jugamos mucho. —No los habrá, esta noche brindaremos a la salud de los supervivientes y empezaremos a olvidar a los tiranos — sentenció Miguel, que no pudo evitar dejar la mirada perdida en el techo, como si mirara al cielo o como si estuviera iluminado. Las películas estadounidenses habían hecho demasiado daño a aquel pobre cerebro. —Por otro lado, hemos seguido las instrucciones a rajatabla. Podemos fiarnos de Juan, es el que más sabe de bombas —dijo Marcelo como para infundirse ánimos—, las lleva fabricando y utilizando desde antes de la crisis. —Supongo que tienes razón —suspiró Miguel. Cierto tono de duda alertó a Marcelo que lo miró de nuevo como tantas veces lo había mirado en el pasado. Era el momento de actuar, no de pensar. Era su momento. Aunque, si las cosas salían como era de prever, supondría un antes y un después en la historia del país. Cabía la posibilidad, incluso, de que ellos no volvieran. —¿Estás bien? —le dijo a su amigo apoyando una mano callosa y firme sobre su hombro. —Supongo que sí, pero no dejo de pensar en esa gente. Recuérdame la estimación prevista, por favor. —No quería pensar en su propio destino, de manera que la muerte de cualquier otro era mejor que la suya propia. —El gobierno al completo, sus agentes locales, los agentes empresariales y un elevado porcentaje de adeptos, familiares, allegados —detalló acortando la lista. Sabía que su amigo tenía dudas. Lo cogió por los hombros de nuevo: —Yo no tengo dudas, tú no deberías tener dudas. Tras un leve silencio, Miguel apretó las mandíbulas, se agachó a por las bolsas de deporte donde escondían los artefactos y sonrió a su amigo. —Sigo echando de menos el chino. —No puedes ser más tonto —le contestó su amigo. Cerraron la puerta con tal sigilo que ni sus mujeres ni sus hijos, ni el resto de compañeros de piso les escucharon salir. Cuando quisieran prepararse para la protesta protocolaria, las cosas ya no serían como hasta el momento.
  • 13.
  • 14. Paseando a Miss Deep Throat Me acerqué a la casa de campo porque me había citado con Nacho, sabía que llevaba más de un año en paro y quería echarme una mano. No era un trabajo propiamente pero a fin de cuentas, era algo, unos euros extra nunca vienen mal. No me había contado nada, sólo un mensaje: “Si te quieres ganar unos eurillos, tengo una cosa que te puede interesar”. Viniendo de él, la imaginación no pudo sino empezar a tocarme las narices, ¿en qué quieres que piense, si no? ¿Acaso no era una estrella del porno que había reciclado su casa en una especie de Gran Hermano porno para Internet? Todas las escenas posibles se amontonaron en mi cabeza. La cabeza de los hombres es así, siempre juega a imaginarse escenas de cine porno de las miles que se han visualizado desde la adolescencia, y no sólo las más obvias del fontanero, el limpiador de piscinas o el repartidor de pizzas a domicilio. Cuando se lo expliqué a mi mujer dijo cosas tan sensatas y atinadas como “a buenas horas”, “mejor estás en paro que rodeado de tías”. Y, “si vas a trabajar allí, yo me voy contigo”. Pero yo no tenía ni idea del trabajo que me podía ofrecer Nacho Vidal, ni la más remota idea, aunque, siendo sinceros, resultaba imposible que me ofreciera un papel en una película protagonizada por él, imposible. No daré más datos al respecto por pudor y porque soy un padre de familia felizmente casado. No me puse traje, no me puse corbata y ni siquiera me molesté en afeitarme, no iba a una entrevista de trabajo, sólo iba a tomar una cerveza con el primo de mis primos, quien, con suerte para mí, me ofrecería algo de trabajo remunerado. Una suerte y una carambola en el siglo XXI. Llegué a la casa familiar reconvertida en residencia de ensueño y escenario múltiple de secuencias y más secuencias orientadas al mercado de consumo de adultos en Internet. Primero cayeron los cines X de barrio, después cayeron las cintas de VHS y apenas sin tiempo para disfrutarlos, los DVD. Con la llegada de Internet se abrió un mundo de posibilidades tanto para los usuarios habituales del porno como para los empresarios del sector. Cualquiera sabe, de hecho, que las mejoras realizadas en las líneas de Internet de todo el mundo, bandas anchas, cables, wi fis, ordenadores portátiles, móviles de última
  • 15. generación, etcétera, se han debido a la necesidad real e imperiosa de que los usuarios del porno pudieran hacerlo en condiciones. ¿Para qué, si no, sirve Internet? —Hola primo, ¿cómo lo llevas? —Le gustaba llamarme primo a pesar de que ambos sabíamos que nuestro parentesco se reducía a los pitillos que se fumaron mi abuelo y su padre en la zapatería del padre de mi madre. —Mira, tirando, ya sabes.— Tenía la inquietud reflejada en mi rostro y la interrogación grabada en el pecho. —Ya sabes que he montado mi propia web y que ruedo gran parte de las escenas aquí en la casa familiar. Pero me ha surgido un pequeño problemilla. —Dime, ¿en qué puedo ayudarte?— Estaba inquieto y él se andaba por las ramas para ponerme más nervioso aun. —Aquí vienen chicas a rodar, algún que otro chico, pocos, la verdad. Pero sobre todo chicas —hizo una breve pausa de efecto—. Por eso necesito a alguien de confianza que me eche una mano. No te pagaré mucho, pero tampoco te quitará mucho tiempo, la verdad. Y, desde luego, no tendrás que esforzarte demasiado. —Dime qué necesitas, sabes que necesito la pasta. —Verás, cada semana vienen entre cinco y diez chicas, con las que grabo las escenas para la web. Pero sabes que llegar a Enguera no es sencillo, con lo que si cada vez que viene una, le tengo que pagar el taxi desde Valencia o desde Alicante y vuelta. Y si encima, tienen que hacer noche en un hotel, me cuesta un ojo de la cara. Me saldría más barato si alguien fuera a recogerlas en su coche. Y como sé que tú tienes coche... —Entendido, quieres que haga de chófer. —Sí, además, como estás casado, no me darás problemas. No puedo mandar a cualquiera, no sé si me explico, porque se me ocurrió hablar con mi primo Revert y sólo de decírselo se le puso dura —. Me hizo un guiño pero sin sonreír. Con el trabajo no bromeaba, por mucho que en los programas de la tele fanfarronease. —Bueno, te explicas bien, hago de chófer unas cuantas veces por semana. No me parece mal trato. A mí se me puede poner dura, también, ¿no? —Sí, claro, de hecho hasta que no te acostumbres… —dijo sonriendo y acortó su frase enseguida—. Pues entonces hecho. Tienes que estar en Manises dentro de tres horas. —Lo tenías todo previsto, ¿eh? Joder, tres horas. Tengo el tiempo justo. Mierda.
  • 16. Se puso a reír de esa manera descarada con la que se suele reír él. Nos estrechamos las manos, salí a la calle y me monté en mi coche camino del Aeropuerto de Valencia. Pero antes tenía que pasar por casa a explicarle a mi mujer cómo me iba a ganar un dinero extra los próximos meses. Me había convertido en el chófer de las estrellas. Cuando de repente, pensando en las palabras más acertadas o menos inadecuadas que le iba a contar a mi mujer, caí en la cuenta: “Oh, por dios, el chófer porno, ¡no!”.
  • 17. Riesgos necesarios La zona de copas de Albacete siempre se ha compuesto de varias calles peatonales entrelazadas y muy cercanas entre sí, lo suficiente para que no te llevase por delante un coche, una moto o un camión de basura. Algunas de estas esquinas son puntos estratégicos donde los relaciones públicas de las discotecas, bares y pubs se instalan para ofrecer mejores precios, ofertas o copas gratis si tu cuerpo está a la altura de las miradas. También es una zona estratégica para quedar, encontrarse o algunas otras cosas sin más interés. —¿Quieres enrollarte conmigo? —pregunta. —Tú debes ser tonto —contesta incrédula. —¿Quieres enrollarte conmigo? —pregunta. —No eres más tonto porque no entrenas —responde enfadada. —¿Quieres enrollarte conmigo? —pregunta. —Si te meto una patada en los güevos, idiota…— grita. —¿Quieres enrollarte conmigo? —pregunta. —¿Ves aquel tipo de allí, el alto? Es mi novio. Ahora cuando se acerque, me lo preguntas de nuevo —le sonríe otra. —¿Quieres enrollarte conmigo? —pregunta. Una bofetada por respuesta. —¿Quieres enrollarte conmigo? —pregunta. —Néne, que soy yo, tu prima Manoli. —Uh, perdona, tía —le dice acercándose más de la cuenta—, es que llevo un pedo que no me aclaro. Después de la metedura de pata con su familiar, a quien por otro lado, no le importaría pasarse por la piedra, se acerca al bar donde, con bastante probabilidad, le esperan sus amigos. Es posible que tan borrachos como él, o más. —¿Cómo ha ido, cazador? —bromea uno de ellos. —¿Cuántas han caído, chulo? —le dice otro. Todos ríen y bromean mientras siguen bebiendo cervezas y amontonándolas en la mesa, una sena costumbre para no perder la cuenta y saber cuándo retirarse. —Vosotros decid lo que queráis pero es simple estadística. Si os quedáis aquí en el bar medio borrachos, no os enrolláis con una tía en la vida. En cambio yo salgo a la calle, busco, hablo con ellas, les cuento cosas, me dejo ver. Es cuestión de estadística, no todas me van a decir que no, alguna caerá. A cuantas más se lo pida, mejor, más subirán las posibilidades de éxito.
  • 18. Sus amigos conocían el argumento, Francisco, alias Pacorro, lo repetía todos los fines de semana desde que cumplió los 16 años, y ahora debía tener, bueno, edad suficiente para tener más cabeza. Empezaron a reírse y el rió también. Terminó su cerveza y salió a la calle de nuevo, era una estupenda noche de primavera y las chicas llevaban minifalda en un 75 %, lo cual hacía todavía más complicada la selección. Pacorro no podía dejar de mirar a un lado y a otro, su corazón componía poemas, sus ojos canciones de amor, pero su boca sólo repetía una y otra vez: —¿Quieres enrollarte conmigo? A la hora del cierre, sus amigos salieron a la calle, dispuestos a llevarse a su amigo a cuestas, seguro que estaba tirado en un escalón, en la acera o, con mala suerte, con la nariz rota como aquella vez en que el pijo vino a por él. En cualquier otra circunstancia, Pacorro le hubiera partido la cara, pero iba demasiado borracho como para defenderse, y eso lo aprovechan los pijos: siempre atacan a los débiles y borrachos. Cuando se volvieron a cruzar por la calle Ancha, un día festivo, el pijo no pudo evitar mirar al suelo y confiar en que Pacorro no le diera un par de castañas. Pero esta historia es otra historia. Sus amigos miraron a ambos lados de la calle Tejares y no lo vieron. Se acercaron a la calle La Parra y tampoco estaba por allí. Así que hicieron lo que un buen amigo debe hacer en estos casos, olvidarse. Era una estupenda noche de primavera, no había luna y los bares habían bajado las persianas. Por la calle sólo quedaban borrachos, despistados y policías.
  • 19. Sábado Negro de Albacete, edición II —Va, ché, ¿qué te cuesta? —No sé, primo, no me termina de convencer esto que me cuentas. —Sólo es un día, de hecho si quieres sólo una noche, cervezas, cena y para casa. —No sé, suena raro, me suena rarito. —Mira, te lo explico de nuevo. Tú sólo tienes que venir a presentar el libro, yo me encargo de la publicidad, de los medios de comunicación, de darle vidilla a los medios tanto regionales como estatales. Tú vienes, te dejas ver, presentas el libro, te echas unas cervezas, y si te apetece, te vienes a cenar. Mira, hasta eso lo dejo a tu elección. Si no quieres, después de la presentación te vienes de nuevo al pueblo. ¡Coño! En poco más de una hora estás en casa de nuevo. Nacho se lo pensó, no era lo suyo. Apretó el botellín y miró a una de las chicas que se le acercaban. Su casa parecía una casa normal pero todos en Enguera sabían que no lo era. Media España lo sabía. La otra media estaba perdiendo el tiempo. Yo la conocía un poco más, si cabe. Llevaba tres semanas trabajando con él y me encontraba demasiado incómodo como para moverme. Él lo sabía y se aprovechaba, no quiso quedar en la plaza del Doctor Marín, eso era como quedar en un estado neutral. Mejor quedar en su casa, rodeado de sus chicas, rodeado de cuatro nuevas actrices procedentes de Estonia y Bulgaria. Quería ponerme nervioso, se le daba bien. Lo estaba consiguiendo. Mi intención era sencilla, aprovechando que había sacado un libro dos años antes, y aprovechando el tirón mediático que siempre tiene, llevarlo a Albacete a la celebración del Sábado Negro de Albacete. Sería algo así como un favor mutuo. La chica estonia, no preguntéis cómo sé que era estonia, le susurró algo al oído. Yo no podía dejar de mirarla, Nacho le tocó el culo con descaro. Iba muy maquillada, llevaba unos pantalones cortos de vaquero, botas blancas con flecos, chaleco vaquero, blanco también, y sombrero. “¿Sombrero?”, pensé. No podía ser más obvio, pero supongo que en el siglo XXI la industria del porno deja pocas opciones a la innovación. Una chica estonia vestida de vaquero tiene su punto, como un tipo de la sierra de Enguera con tatuajes y
  • 20. hablando en inglés con chicas despampanantes. No le apartaba la mano del culo. —Me tengo que ir a grabar, primo —dijo sonriente. No había provocación en el tono de su voz aunque sí en su mirada—. Deja que me lo piense y te digo algo, aunque estaría bien que me pasaras un programa, ya sabes, para tener una referencia. Pero quiero dejar cerrado lo de los medios de comunicación, necesito cobertura estatal, ¿vale? —Lo que necesites, te puedo pasar el programa del año pasado y lo que tenemos confirmado de momento. Además, tú y yo hacemos un planning específico para los medios que no sean de Albacete —expliqué. Lo tenía en el bote. —Vale, vale —dijo incorporándose. No era demasiado alto pero siempre me imponía ver aquella masa muscular exagerada y adornada con decenas de tatuajes. Además, como iba a rodar, su cuerpo brillaba por culpa de los aceites y las flexiones—. Pero escucha, me tienes que jurar que no es un rollo de frikis, ¿eh? —¿Perdona, a qué te refieres? —Sí, sí, puedo aguantar a los gays, a las locas, todo el rollo de los modernos escritores y demás. He vivido en Barcelona muchos años y estoy acostumbrado. Pero lo que no puedo aguantar es a los frikis, todos esos tipos que hablan de tebeos y La Guerra de las Galaxias. De verdad, no puedo con ellos, son unos perdedores. —No, no, de eso no habrá nada —le dije pensando que mejor eliminar del programa la cena en el Restaurante Chino. —Ok, primo. Luego te llamo. Y se fue caminando con un paso ensayado, demasiado lento. Y digo demasiado lento porque cuando uno se va a follar a una tía, estonia o no, con ese cuerpo, botas vaqueras y sombrero vaquero blanco, supongo que lo último que piensas es en mantener un paso estilizado a lo Cary Grant. Pero él no. Salí a la calle, miré a un lado, miré al otro y me alegré de que no hubiera nadie en el vecindario, nunca es agradable que te vean por la calle con una erección a destiempo.
  • 21. Por qué Albacete no es España Primero, porque sí. Segundo, porque somos un sitio de paso, y los sitios de paso no pertenecen a nadie. Tercero, porque no conocemos nuestra historia, y la historia que tenemos está camuflada, escondida o no se permite estudiar. Cuarto, porque tenemos sistema de medidas propio, redondeles en vez de círculos. Quinto, porque hasta el más tonto se cree el más listo. Pero para ser algo te tienes que ir al extranjero. Y cuando vuelves, eres más tonto aún, si cabe. Sexto, y pasas a llamarte albaceteño en la diáspora. El remate. Séptimo, no hay más que mirar nuestro escudo. Tenemos uno y resulta que el Ayuntamiento usa otro. Así de chulos somos, para despistar y ocultar nuestra verdadera esencia que se explica a continuación. Octavo, en el escudo hay un vampiro, no es un morceguillo, no os confundáis. Noveno, lenguaje propio. Loslodigoyloslorepito. Décimo, humor propio. Basado en la finura del lenguaje y la consolidada tradición cultural. El que viene después, si alguien se mete con nuestro pueblo, nos ponemos chulos, nos sale la vena y sitepillotengavillo. El que va después del de antes, arte propio, bichas, piedras rotas, cantos rodaos, piedrecillas en el museo ese del parque.
  • 22. El décimotercero, políticos de raza, de dos cojones, capaces de ponerse la región por montera sin importarles nada una mierda. No doy nombres porque son de raza, ya lo he dicho, y podrían mandarme a sus sicarios y estropear la fotocopiadora, dejarme sin grapas o, dios no lo quiera, descuadrarme el fancine. El otro, literatura propia: Reto Fancine. Y ya, porque sí. (Incluso tenemos nuestros propios MONSTRUOS. Y, por supuesto, en Albacete se encuentran los mejores cazadores de monstruos)
  • 23. Batallón de Voluntarias a las puertas del Aqua, dispuestas a velar por la integridad de los participantes en la II edición del Sábado Negro de Albacete. Con órdenes claras y precisas de disparar a matar a aquellos impíos que osen mencionar la posible relación entre literatura y cerveza, o literatura de Albacete y subvenciones. El Batallón de Voluntarias pertenece a un grupo privado contratado al efecto y sólo para alejar a curiosos, mimos, funcionarios y violinistas.