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Teodicealatina teodicea latinoamericana_20161121
1. teodicealatina
Teodicea Latinoamericana
El término teodicea (del griego θεός, Dios y δίκη, justicia) fue empleado en primer lugar por el filósofo
Gottfried Leibniz, en el s. XVIII en su obra “Ensayo de Teodicea. Acerca de la bondad de Dios, la
libertad del hombre y el origen del mal”. Aunque con este ensayo, el autor no pretende la justificación de
la existencia de un dios filosófico aconfesional, sino que se refiere al Dios cristiano, con su visión del
hombre, del mal y del mundo.
La teodicea como disciplina filosófica:
Origen histórico.
Aunque la reflexión filosófica orientada a exculpar a la bondad divina de la existencia del mal ya había
sido objeto de amplios y profundos tratamientos desde Platón a santo Tomás de Aquino, pasando por
Plotino, san Agustín, Boecio y el Pseudo-Dionisio, Leibniz es el primer autor en el que es posible
encontrar la pretensión de fundar una nueva disciplina filosófica con ese propósito. La mencionada obra
publicada por Leibniz fue concebida con ocasión de dar respuesta a las objeciones planteadas por Pierre
Bayle en su Diccionario histórico y crítico (Ámsterdam, 1702), pero, de hecho, iba más allá de una simple
respuesta a esas objeciones, haciendo una propuesta sistemática propia. Dado que Bayle consideraba que
las aporías a las que conducía el intento de encontrar una racionalidad a la presencia del mal en el mundo
eran insolubles, y que sólo era posible una salida fideísta al problema, Leibniz comenzaba su obra con un
Discurso de la conformidad de la fe con la razón, al cual seguía una primera parte de exposición doctrinal,
y una segunda y tercera partes dedicadas a responder a las objeciones de Bayle fundadas en el mal moral
y el mal físico, respectivamente.
Especificidad.
Dejando a un lado las particularidades de la propuesta leibniziana, si por teodicea entendemos aquel
discurso filosófico que establece los fundamentos demostrativos de los atributos divinos de omnipotencia,
sabiduría y bondad, este discurso no constituye de suyo una disciplina filosófica independiente, sino que
pertenece por derecho a la teología natural, que a su vez es una parte de la metafísica. La intelección
filosófica del ente en cuanto tal –objeto de la metafísica– reclama la existencia de un primer principio que
reúna las condiciones suficientes para ser la causa universal, radical y omniabarcante del ser, acto último
del cual emana toda otra perfección del ente finito, primer principio al que vulgarmente llamamos Dios.
De ahí que corresponda a la metafísica establecer racionalmente tanto la existencia de Dios, como
explicitar los atributos divinos que necesariamente se desprenden de su suficiencia en tanto que causa
primera del ser, atributos que se clasifican en entitativos (relativos al ser de Dios) y operativos (relativos
al obrar divino).
Lo principal de esta disciplina se encuentra en su empeño por demostrar racionalmente la existencia de
Dios, así como la descripción de su naturaleza y atributos. De ahí que seguir, una ruta de pensamiento en
la cual, se demuestre la existencia de dios en los pueblos originarios, sea un tema quizá complejo, debido
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a que la teodicea como tal ha centrado su reflexión en la demostración de la existencia de Dios, pero del
Dios Cristiano, de ahí que lo que se puede seguir, desde la teodicea, es describir, no solo de forma
nominal, sino la naturaleza que poseía cada una de las deidades a las cuales rendían culto, las distintas
culturas prehispánicas, sobre todo las de mayor representatividad. Según Ana María Bidegaín, dice que la
historia de la realidad religiosa y cultural latinoamericana en su conjunto era prácticamente inexplorada
por los académicos latinoamericanos o extranjeros.[1]
Ahora bien, algo que no se puede negar, es que aunque, los pueblos originarios no conocieran la fe
cristiana, ya existía en su forma de pensamiento, pero sobre todo en su cosmovisión, la noción de que
existe un o unos seres superiores que, aunque de maneras distintas, convivían con ellos. De ahí que pueda
decirse que el hombre como homo religiosus, ha desarrollado en todas las culturas, la particularidad de
creer, de forma que, haciendo de lado las múltiples razones a favor o en contra de ello, lo cierto es que el
hombre tiene una necesidad de creer.
Cuando el cristianismo entra, lo llaman algunos pensadores como la “descolonización religiosa”. La
descolonización, inicia con reconocimiento de la diversidad cultural, étnica, lingüística y religiosa
autóctona.[2] (Falta referencia.) Pero, ¿Qué había antes de la llegada del cristianismo? ¿Había religiones o
solo un mito? Para esto, se hará un recorrido sobre las más influyentes civilizaciones de la historia
latinoamericana.
Por mencionar un ejemplo, el panteón maya consiste en un conjunto de dioses adorados al mismo tiempo.
Estas creencias, estaban basadas en la naturaleza y sus fenómenos. Al ser lo natural el centro de su credo,
toda su existencia gira en torno a ello, un conocimiento y una ciencia naturalista, una organización
política, y las distintas actividades humanas giran en torno a su centro. Por otro lado, la teodicea azteca es
muy compleja en su cosmología. Esta cultura ha intentado responder a las cuestionantes sobre la
existencia, la creación y la conformación del mundo y del hombre y la idea de la divinidad. No se pueden
obviar la influencia de los Incas, para quienes su religión se centraba en adorar.
De ello dan prueba, la variedad de dioses que existían, sea en la misma época o en distintas, en las
culturas de los pueblos originarios, pasando por Quetzalcóatl, dios presente en Mesoamérica y
específicamente en Anáhuac; por otro lado los Mayas conocieron a Quetzalcóatl con el nombre de
Kukulkán, quien a su vez es conocido también como Xolotl, “Divinidad del Inframundo” o Ehécatl,
“Dios del viento”.
Faltará aun mencionar los dioses que, de alguna manera hoy están presentes en los pueblos, se
encontraban en las culturas de América del Sur, siendo la principal, la Inca. Además de ello describir, al
menos de una forma somera, el hecho de que culturas completas como la Maya y la Azteca, lo Moches y
Chimúes, compartieran un mismo dios.
Sobre la naturaleza de los dioses de Mesoamérica
Las deidades presentes en las distintas culturas prehispánicas representaron para los colonizadores, la
ocasión de preguntarse, según Florescano; acerca de ¿Quiénes eran los dioses de esos pueblos? ¿Por qué
los representaban bajo formas tan extrañas? Pero la interrogante que más inquietó a esos hombres era
¿Cuáles eran las características de esos dioses, y si estos se distinguían de los dioses de la antigüedad, o
más aun del dios cristiano? (p. 41)
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Sin embargo para relatar las posibles características o la naturaleza de los dioses de Mesoamérica, habría
que mencionar al menos muy someramente las características de las culturas más importantes de la época
precolombina: entre ellas se puede mencionar:
Los aztecas: establecidos en el valle de México a principios del siglo XIV d. C. allí fundaron su
capital Tenochtitlán, ubicada sobre el lago Texcoco. Poseían grandes conocimientos en la
astronomía, la medicina y la escritura; aunque la mayor parte de la población no tenía acceso a la
educación y era reservada únicamente a la casta sacerdotal, su principal dios en Quetzalcóatl, la
serpiente emplumada.
Los mayas: esta civilización se extendió por los países de Guatemala, Belice, El Salvador, la
parte occidental de Honduras; además de los cinco estados mexicanos de Yucatán, Quintana Roo,
Tabasco, Campeche y Chiapas. Su organización era por ciudades-estado independientes entre sí,
compartían las mismas creencias; y es en este punto donde aparece nuevamente el dios
Quetzalcóatl, concebido como dios también por los aztecas.
Aunque los dioses mayas son principales y son intangibles e invisibles, dependen de los hombres en tanto
que estos, por medio de los sacrificios, posibilitan la existencia de los dioses. También comparten
características propias de los humanos pues son materiales, crecen, se alimentan, reproducen y mueren. Y
sobre todo se manifiestan en seres visibles.
La figura del dios Quetzalcóatl, combina a dos dioses; ITZAM-NA y CAM-HEL. Es la serpiente
emplumada, es decir Quetzalcóatl, quien abre y cierra los ciclos; de ahí que una vez terminado un ciclo,
todo debía ser comenzar de nuevo. También el sol es considerado una deidad bajo el nombre de KINICH
AHAU, quien era representado por la guacamaya y el jaguar, es decir, el día y la noche. El tan afamado
juego de pelota de los mayas representaba una lucha de contrarios cósmicos, propio de la cosmovisión
maya.
Los Incas: ocupó desde las sierras de la actual Colombia hasta el norte de Chile y Argentina, y
desde la costa del Perú y Ecuador hasta el este de los bosques del río Amazonas y las alturas
bolivianas.
Su principal deidad es WIRACOCHA, por sus características de ser una entidad siempre presente, que se
devuelve en el tiempo, es un dios misterioso, todo poderoso, nunca acabado y siempre adquiere mayor
riqueza y significación a través de su propio quehacer a través del tiempo; es que fue identificado con el
dios cristiano, de ahí que si figura fuese muy útil para la evangelización de los pueblos originarios. (Curso
de Filosofía Latinoamericana, apuntes de clase)
En la visión que poseían acerca de la creación por parte de WIRACOCHA, se cree que lo ha hecho en dos
momentos creativos en la Laguna de Callao, siendo el agua el elemento principal del cual va a surgir
todo; la primera creación se da en la oscuridad, en la cual los hombres vivían sometidos a un señor que
los dominaba, por otro lado, la segunda creación se da en la luz, crea el sol y los demás astros.
Sin embargo existe el problema de que todo lo conocido acerca de esta deidad de los Incas es una visión
cristiana en la cual, todo es sostenido por dios, y sobre todo, que todo lo que se conoce de WIRACOCHA
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ha llegado a los investigadores ya retocado por los misioneros.
De las interpretaciones que se tenían de los dioses y el sesgo que se produjo, producto de la visión de los
misioneros que no veían más que una expresión idolátrica de los pobladores nativos, surgió entre algunos
estudiosos que quisieron interesarse por la naturaleza de estos dioses, siendo Eduard Seler el que aportó la
interpretación de la religión de los pueblos originarios como un panteón de deidades estelares, dada la
relación del sistema religioso con los astros celestes. (Florescano, s/f: 45)
Igualmente, Preuss, citado en Florescano, menciona, junto a Walter Krickeberg, que los dioses tribales de
los mexicas eran “deidades estelares”, como Huitzilopochtli (deidad solar), o Mixcóatl (Serpiente de
nubes); al igual que Seler, Preuss puso énfasis en el simbolismo astral de las deidades nativas, y destacó
el carácter animista de la religión, su tendencia a sacralizar las fuerzas de la naturaleza. (p. 45)
Asi mismo es Krickeberg quien los dioses de los nahuas no velaban solo sobre las fuerzas de la
naturaleza, sino que también ejercían su fuerza sobre las actividades humanas; así tenían una especie de
patronazgo sobre una actividad en específico, pues los había para cazadores, pescadores, salineros,
talladores de piedra, tejedores, etc. Y como se mencionó antes los animales eran, además de disfraz de los
dioses, seres de naturaleza divina o demoniaca. Sin embargo, aunque muchos veían en los dioses solo su
faceta de ser seres celestes, lo cierto del caso es que no se les podía dejar de concebir de forma
antropomórfica, incluso aquellos que de forma ostensible se representaban de forma animal.
Uno de los que más avanzo en el esclarecimiento de la naturaleza de los dioses mesoamericanos fue
Pedro Carrasco, quien en un ensayo sobre la sociedad azteca, escribió sendas páginas sobre los dioses, las
cuales se citan a continuación:
"El panteón mexicano es una imagen de la sociedad mexicana en el cual la división del trabajo, los
estratos sociales y las unidades políticas y étnicas tienen sus contrapartes divinas. Se encuentran dioses
patrones de todas las unidades nacionales o políticas: de los mexicas, de los xochimilcas, de los
tepanecas, tlaxcaltecas, otomíes, etc. Hay además dioses patrones de ciudades, de barrios, de sacerdotes,
de guerreros, de la gente de palacio, de las casas de solteros. Y hay asimismo dioses patrones de las
distintas actividades humanas, bien sean naturales como el parto, las enfermedades y la lujuria, o
culturales como la caza, la guerra, el comercio, el tejido, la orfebrería y demás artes ( ... ) A menudo se
combinan las distintas maneras en que existe esta división divina del trabajo. Por ejemplo, un dios que es
patrón de una artesanía, lo es también del gremio, barrio o ciudad que la cultiva ( ... ) También se cree
que el dios de una actividad dada fue el primero que la practicó, o su inventor. Por ejemplo, la diosa del
parto fue la primera mujer que dio a luz; la diosa de los mantenimientos fue la primera mujer que hizo
tortillas; el dios de los pescadores inventó las redes y la fisga, etc. Los dioses nacionales aparecen a
veces como caudillos ancestrales, como el de los dioses guerreros patrones de los mexicas, tlaxcaltecas y
tepanecas. La mayor parte de los dioses tienen forma y personalidad humana. Algunos tienen forma
animal, como el dios de la tierra, que es una especie de dragón mítico, o la serpiente emplumada, una
deidad compleja de muchos atributos y formas. Pero en general son de forma humana y las fonnas
animales son manifestaciones especiales o el disfraz (nahualli) del dios.
De la misma manera que en la sociedad mexicana cada rango social u ocupación tenía ropas y adornos
distintivos, entre los dioses cada uno de ellos tiene también una indumentaria característica: mantas o
bragueros con decoraciones especiales, pintura facial, peinados, bezotes, etc. Todo esto da lugar a un
sistema complicado de representar e identificar las deidades en forma de ídolos y pinturas, o en los
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atavíos de víctimas o sacerdotes que las personifican. Varios dioses se suelen representar con
instrumentos o armas distintivas de las ocupaciones o grupos de que son patrones. Por ejemplo, el dios
de los mercaderes se representa con el báculo que éstos llevaban en sus marchas, y la diosa de las
tejedoras con un copo de algodón en su tocado.
Los dioses aparecen a menudo como parejas de hombre y mujer, o se piensa que unos son hijos de otros,
o son grupos de hermanos. Sin embargo, hasta donde alcanzan nuestros datos, no parece que haya
existido un esquema genealógico bien definido que relacione a todos los dioses entre sí, como en los
sistemas politeístas de la antigua Grecia o de Polinesia. ( ... ) De la misma manera que entre los hombres
hay señores que gobiernan un lugar y tienen grupos de súbditos y criados, entre los dioses hay también
señores de diferentes regiones divinas y de diferentes actividades llamados igualmente teuctli, que tienen
a sus órdenes grupos de dioses menores que los ayudan en sus actividades.
Los casos mejor conocidos son el del señor del infierno que reina sobre los muertos; el de la lluvia, señor
de Tlalocan, a cuyas órdenes hay una multitud de diosecillos de la lluvia; y el del sol, a quien ayudan en
su ascenso diurno las almas de los guerreros muertos ( ... ) Entre las diosas, como entre las mujeres, la
principal división del trabajo se relaciona con la edad. Xochiquetzal es la diosa joven y hermosa;
Tlazolteotl, diosa de la carnalidad, se asocia a las actividades de la mujer madura, y la diosa vieja Toci
es la patrona de las médicas y comadronas". (1961: 236-340)
Esta visión de la naturaleza de los dioses de Mesoamerica es uno de los avances más considerable, sin
embargo existen otras definiciones o acercamientos interesantes que otros autores como Yólotl González
Torres y Rafael Tena han hecho acerca de la naturaleza de los dioses de Mesoamérica.
Ahora bien al abordar el mito del dios Quetzalcóatl, se puede advertir en la estructura narrativa del mito,
su relación directa con los procesos del cultivo de la planta del maíz, y que el meollo del mito se refiere a
la creación de la era del mundo actual, es decir, el mito era una síntesis de los valores más altos de la
predicados por las antiguas sociedades de Mesoamérica. De ahí que se pueda inferir que todos los dioses
tienen en común lo que generalmente es común a los dioses.
Concluye Florescano, afirmando que los dioses mesoamericanos no solo tienen apariencia
antropomórfica, sino que sus cualidades y características son predominantemente humanas, producto del
medio social donde surgieron esas concepciones religiosas. (p. 50-51)
Wiracocha, el dios incaico
Los cronistas españoles identificaron a Wiracocha con el Dios cristiano, otorgándole sus
características fundamentales. Pero esto, como puede comprenderse, es problemático para dar
con el auténtico rostro del dios incaico. «Wiracocha, entidad siempre presente, sea en la
mitología, en el poema o en su versión cristianizada, ofrece una característica peculiar: se da
temporalmente, es decir, desenvolviéndose en el tiempo, nunca como algo acabado, fijo o
conocido, sino más bien adquiriendo mayor riqueza y contenido de significación a través de su
propio quehacer en el tiempo». Vamos a ver en qué medida aparece con estas características
en los relatos míticos y en los poemas religiosos.
En los relatos míticos, Wiracocha aparece como una entidad que posee en sí mismo el poder
sobre todas las cosas. Él es el que ha creado las cosas a través de dos momentos creativos. El
mito originario de la creación se suele situar en la laguna del Callao, considerando el agua
como el elemento primordial del que va a surgir todo, el mundo del sol y de la luz. Así, pues, el
relato creador posee dos etapas o momentos, uno de oscuridad (con el agua como elemento
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clave) y otro de claridad (el sol y la luz).
En la primera creación, los hombres vivían en una región oscura y acuática, sometidos a un
Señor que los dominaba. Debido a que no cumplen las orientaciones del dios creador, los
castiga convirtiéndolos en piedra. Es el momento en que se produce la segunda creación, que
supone una rectificación respecto a los errores de la primera y una mejora respecto a la
anterior. En esta segunda, como hemos dicho centrada en la luz, Wiracocha crea el Sol y los
demás astros, para iluminar el día. De esta forma, el dios creador manifiesta su poder sobre
toda la realidad, dominando sobre el mundo (Pacha) y el hombre (Runa). Las referencias a
Wiracocha se completan en los poemas religiosos, entre los que Rivara de Tuesta considera el
más importante el Poema a Ticci Wiracocha, escrito en lengua quechua por el cronista indio
Joan.
Santa Cruz Pachacuti Yamqui. En este poema religioso se atribuye a Wiracocha «un poder
ordenador que permite que el Sol, la Luna, el día, la noche, el verano, el invierno no estén
libres, sino que a través de su ordenamiento lleguen a lo que se considera que está ya
señalado y medido por él». Pero, al mismo tiempo que se indican todas estas características y
potencialidades de Wiracocha, el poema contiene un aspecto novedoso respecto a los mitos,
en la medida en que experimentan al dios creador como una realidad indefinible, imposible de
encerrar en fórmulas acabadas.
Por eso, al dirigirse a él, el poeta no puede más que limitarse a formular una serie de
interrogantes: «¿Quién eres? ¿Dónde estás? ¿Qué arguyes? ¡Habla ya!». Se da, por tanto, en
el poema una especie de ambigüedad o dialéctica respecto al conocimiento de Wiracocha,
puesto que, por un lado, se afirma claramente su poder creador, y, por otro, se entiende que
nos enfrentamos ante una realidad que escapa a nuestras capacidades de definición y control.
De ahí que las referencias a Wiracocha constituyen un amplio abanico de atributos o
conceptualizaciones, que tienen por objeto intentar definir y precisar de alguna manera esa
entidad divina que se nos presenta fundamentalmente como algo impreciso e inasible. Así, se
lo denomina como «hacedor o creador, incomprensible dios, movedor y causa de las demás
causas, el principio entendido como luz eterna, el poder y mando de todo lo existente...». Por
encima de todos estos atributos, o como resumen de todos, se considera a Wiracocha como el
que tiene el máximo poder y mando sobre todo lo existente, siendo él la explicación ontológica
de todo lo que hay, mundo y hombres.
La religión en la conquista
Para dar un mejor panorama de la situación en cuanto a la conquista, obteniendo una versión externa de
los hechos y de puño y letra de un autor de renombre, presentamos una introducción de los hechos
acontecidos en cuanto a la situación real de la conquista desde una perspectiva cultural con visión
religiosa que nos permita dibujar un panorama general de cómo se introdujo la religión en latinoamérica y
cómo fue la respuesta de los nativos, seguidamente se muestra un extracto del texto de Carlos Beorlegui
en su libro "Historia del pensamiento Filosófico Latinoamericano":
"Cuando Colón llegó a América (las «Indias Occidentales»), en el continente americano existían una
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serie de culturas con un nivel de «civilización» notable. Se suele hacer referencia sobre todo a las
culturas maya, náhuatl, azteca e inca, por no aludir más que a las más importantes. La colonización
española y portuguesa, al mismo tiempo que minusvaloró y trató con menosprecio a tales culturas,
también dio origen, a través de diversos intelectuales, fundamentalmente misioneros, a un movimiento
amplio de estudio y cuidado de sus lenguajes y de sus elementos cosmovisionales, sobre todo religiosos.
Bien es verdad que su intención primera fue apologética; es decir, conocer sus contenidos religiosos y
culturales, para mejor dominarlos y conseguir la conversión de sus integrantes al cristianismo. Pero
sería injusto ver en los estudiosos de estas culturas indígenas un exclusivo afán conquistador y no
también un afán respetuoso y conservador de culturas que podían correr el riesgo de desaparición".
Con el texto de Beorlegui podemos clarificar que uno de los primeros afanes de los conquistadores fue
con índole conquistador y dominador, minusvalorando todo lo que encontraban, incluyendo su religión,
su forma de entender la realidad metafísica. Luego el autor menciona que sería injusto decir que
solamente con el afán anterior es que los colonizadores se acercaron a las culturas nativas, menciona que
también se sintieron interpelados por las diferentes culturas y manifestaciones que no eran en nada
parecidas con las que ellos conocían. Sin embargo, nosotros como lectores críticos podríamos deducir que
la intención que peso en el período de conquista fue el dominador. Los españoles se vieron sorprendidos
por lo que encontraron pero de igual forma se atrevieron a expresar con sus actos y con palabras que lo
correcto era la religión católica y su concepción de las realidades divinas. Se puede corroborar esto en las
actitudes de los personajes que estaban al mando de la expedición en ese momento concreto de la historia.
Ante este panorama, los colonizadores necesitaron de la ayuda de misioneros que se encargaron de entre
otras cosas estudiar las culturas de los nativos, pero dejemos que el texto de Beorlegui (pág.84) nos ilustre
cómo fue este particular trabajo:
"La labor de estos estudiosos españoles fue de tal nivel intelectual que, según Abellán y otros
investigadores, representa un anticipo brillante de lo que en el s. XIX será la Antropología
socio-cultural. Gracias a ellos se pudo salvar parte de los escritos y de las ideas que configuraban las
culturas más importantes y desarrolladas de la América contemporánea a la llegada de españoles y
portugueses. J.L. Abellán, en el texto señalado, nos indica de forma ordenada los autores que trabajaron
en la confección de gramáticas y libros similares de las culturas más importantes. Todos ellos siguieron
en sus trabajos gramaticales la estructura que Antonio de Nebrija había utilizado en su famosa
gramática de la lengua castellana".
Esta labor realizada por estas personas ayudó en gran manera a establecer una relación más asequible con
las culturas nativas americanas y facilitó mucho la labor realizada por cada uno de los misioneros que
evangelizaron la zona.
Las culturas de los americanos, como la de los españoles, era profundamente teocéntrica. Entre los
indígenas existían mitologías a menudo comunes entre distintos pueblos, como anteriormente se ha dicho,
para los aztecas este mito estaba relacionado con Quetzalcóatl, entre los incas con Viracocha y para los
muiscas se relacionaba con Bochica. La espada y la cruz guiaron la evangelización; hay que recordar que
esta conquista fue autorizada y apoyada por el Papa Alejandro VI mediante la “Bula de Concesión” para
los Reyes Católicos Don Fernando y Doña Isabel en Roma el 3 de Mayo de 1493 y en ella se
recomendaba a los reyes que la fe católica y la religión cristiana sean exaltadas. Los españoles libraron
entonces una guerra religiosa convenciendo a los nativos de que su dios era verdadero y que los dioses a
los que ellos adoraban no eran más que figuras de piedra. Además les explicaron que más les valía vivir
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como católicos que seguir manteniendo sus creencias tradicionales pero no fue tan extremista como lo
hizo Cortés que subía a los templos delante de los aztecas y destruía los altares con un martillo e iba
destruyendo todas las estatuas, del mismo modo Pizarro destruyó el santuario de Pachacámac. Parece ser
que fue violentada la religión de los habitantes de esas zonas.
Por otro lado los religiosos buscaron congraciarse con los nativos al ofrecerles algunas formas de
protección ante el salvajismo colonizador, para luego someterlos por la vía de la imposición cultural y el
sometimiento ideológico. La Biblia durante la época fue instrumento para la evangelización.
Algo interesante es que la fiesta del Corpus Cristi coincidía con el culto al sol y entonces los nativos no se
hacían mayores problemas pues al asistir obedecían a los misioneros y al mismo tiempo aprovechaban
para practicar su propia religión, he aquí el porqué del uso de la custodia en forma de sol.
A fines del S.XVI y comienzos del siglo siguiente la religión autóctona todavía estaba presente en el
espíritu de los nativos y poco a poco se fue dando un cambio de mentalidad colocando de manera firme la
religión católica. La Iglesia Católica, fue insertada por los conquistadores españoles, y fue la única
religión permitida. Los habitantes originales de América fueron obligados a abandonar sus culturas
prehispánicas.
Históricamente la Iglesia Católica ha sido una institución poderosa, conservadora y privilegiada, ligada
estrechamente al Estado desde la época colonial hasta el siglo XIX, era la institución más grande durante
el periodo colonial. Estuvo a cargo de la educación y fue dueña de todas las escuelas y universidades.
Después de independizarse de los españoles, la población nativa tuvo una forma de catolicismo, llamado
catolicismo prehispánico, que está fusionado sincréticamente con cultos de antepasados. Se halla
especialmente entre los indígenas mesoamericanos y andinos y los afroamericanos caribeños y brasileños,
un ejemplo de esto, es lo que nos presenta la obra del cubano Alejo Carpentier, El reino de este mundo:
"Convencida del fracaso de los médicos, Paulina escuchó entonces los consejos de Solimán, que
recomendaba sahumerios de incienso, índigo, cáscaras de limón, y oraciones que tenían poderes
extraordinarios como la del Gran Juez, la de San Jorge y la de San Trastorno. Dejó lavar las puertas de
la casa con plantas aromáticas y desechos de tabaco. Se arrodilló a los pies del crucifijo de madera
obscura, con una devoción aparatosa y un poco campesina gritando con el negro, al final de cada rezo:
Malo, Presto, Pasto, Efacio, Amén. Además aquellos ensalmos, lo de hincar clavos en cruz en el tronco
de un limonero, revolvían en ella un fondo de vieja sangre corsa, más cercano de la viviente cosmogonía
del negro que de las mentiras del Directorio, en cuyo descreimiento había cobrado conciencia de existir
Ahora se arrepentía de haberse burlado tan a menudo de las cosas santas por seguir las modas del día."
La religión es un factor cultural importante en la vida en muchos países latinoamericanos. La mayoría de
la población latinoamericana profesa el cristianismo, principalmente el catolicismo, pero recientemente el
cristianismo protestante se está expandiendo. Los países donde el catolicismo llega a más del 60 % son
Argentina, Bolivia, Brasil, Colombia, Ecuador, Costa Rica, México, Panamá, Paraguay, Perú, República
Dominicana y Venezuela.
También cada vez crece más el número de latinoamericanos que declaran no tener religión, y creen en
una fuerza sobrenatural, o los que dicen no creer en nada.
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Referencias Bibliográficas
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