1. Juanita la Larga (Juan Valera)
Como de costumbre, jugaba al tute con la madre; como de costumbre, hablaba con Juanita en
conversación general, y Juanita hablaba igualmente y le oía muy atenta manifestándose finísima
amiga suya y hasta su admiradora; pero, como de costumbre también, las miradas ardientes y los
mal reprimidos suspiros de don Paco pasaban sin ser notados y eran machacar en hierro frío, o
hacían un efecto muy contrario al que don Paco deseaba poniendo a Juanita seria y de mal
humor, turbando su franca alegría y refrenando sus expansiones amistosas.
De esta suerte, poco venturosa y triunfante para don Paco, se pasaron algunos días y llegaron los
últimos del mes de julio.
Hacía un calor insufrible. Durante el día los pajaritos se asaban en el aire cuando no hallaban
sombra en que guarecerse. Durante la noche refrescaba bastante. En el claro y sereno cielo
resplandecían la luna y multitud de estrellas, que, en vez de envolverlo en un manto negro, lo
teñían de azul con luminosos rasgos de plata y refulgentes bordados de oro.
Ambas Juanas no recibían a don Paco en la sala, sino en el patio, donde se gozaba de mucha
frescura y olía a los dompedros, que daban su más rico olor por la noche, a la albahaca y a la
hierba Luisa, que había en no pocos arriates y macetas, y a los jazmines y a las rosas de
enredadera, que en Andalucía llaman de pitiminí, y que trepaban por las rejas de las ventanas, en
los cuartos del primer piso, donde dormían Juanita y su madre.
En aquel sitio, tan encantador como modesto, era recibido don Paco. Todavía allí, a la luz de un
bruñido velón de Lucena, de refulgente azófar, se jugaba al tute en una mesilla portátil, pero no
con la persistencia que bajo techado. Otras distracciones, casi siempre gastronómicas, suplían la
falta de juego. Juana, que era tan industriosa, solía hacer helado en una pequeña cantimplora que
tenía; pero con más frecuencia se entretenían comiendo ora piñones, ora almendras y garbanzos
tostados, ora flores de maíz, que Juanita tenía la habilidad de hacer saltar muy bien en la sartén, y
ora altramuces y, a veces, hasta palmitos cuando los arrieros los traían de la provincia de Málaga,
porque en la de Córdoba no se crían.
1. Realiza un resumen del fragmento.
2. Señala las características del Realismo presentes en este texto.
Trafalgar (Benito Pérez Galdós)
Entre los soldados vi algunos que sentían el malestar del mareo, y se agarraban a los obenques
para no caer. Verdad es que había gente muy decidida, especialmente en la clase de voluntarios;
pero por lo común todos eran de leva, obedecían las órdenes como de mala gana, y estoy seguro
de que no tenían el más leve sentimiento de patriotismo. No les hizo dignos del combate más que
el combate mismo, como advertí después. A pesar del distinto temple moral de aquellos hombres,
creo que en los solemnes momentos que precedieron al primer cañonazo la idea de Dios estaba
en todas las cabezas.
Por lo que a mí toca, en toda la vida ha experimentado mi alma sensaciones iguales a las de
aquel momento. A pesar de mis pocos años, me hallaba en disposición de comprender la
gravedad del suceso, y por primera vez, después que existía, altas concepciones, elevadas
imágenes y generosos pensamientos ocuparon mi mente. La persuasión de la victoria estaba tan
arraigada en mi ánimo, que me inspiraban cierta lástima los ingleses, y los admiraba al verlos
buscar con tanto afán una muerte segura.
Por primera vez entonces percibí con completa claridad la idea de la patria, y mi corazón
respondió a ella con espontáneos sentimientos, nuevos hasta aquel momento en mi alma. Hasta
entonces la patria se me representaba en las personas que gobernaban la nación, tales como el
rey y su célebre ministro, a quienes no consideraba con igual respeto. Como yo no sabía más
historia que la que aprendía en la Caleta, para mí era de ley que debía uno entusiasmarse al oír
2. que los españoles habían matado muchos moros primero, y gran pacotilla de ingleses y franceses
después. Me representaba, pues, a mi país como muy valiente; pero el valor que yo concebía era
tan parecido a la barbarie como un huevo a otro huevo. Con tales pensamientos, el patriotismo no
era para mí más que el orgullo de pertenecer a aquella casta de matadores de moros.
1. Realiza un resumen del fragmento.
2. Señala las características del Realismo presentes en este texto.
Lee el siguiente texto y contesta a las preguntas que se plantean a continuación:
La Regenta (Leopoldo Alas Clarín)
Echó a correr monte arriba.
«¡Pero ese hombre está loco!», pensaba Quintanar, que le seguía jadeante, con un palmo de
lengua colgando y a veinte pasos otra vez.
El Magistral procuraba orientarse, recordar por dónde había bajado pocas horas antes de la casa
del leñador (1). Se perdía, confundía las señales, iba y venía... y don Víctor detrás, librándose de
las arañas como de leones, de sus hilos como de cadenas.
«Lo mejor es subir por la máxima pendiente, ello está hacia lo más alto... pero arriba hay meseta,
vaya usted a buscar...».
Se detuvo. Como si nada hubiera dicho don Víctor, con cara amable y voz dulce y suplicante
advirtió:
-Señor Quintanar, si queremos dar con ellos tenemos que separarnos; hágame usted el favor de
subir por ahí, por la derecha...
Don Víctor se negó, pero el Magistral insistiendo, y con alusiones embozadas al miedo positivo de
su compañero, logró picar otra vez su amor propio y le obligó a torcer por la derecha.
Entonces, en cuanto se vio solo, De Pas subió corriendo cuanto podía, tropezando con troncos y
zarzas, ramas caídas y ramas pendientes... Iba ciego; le daba el corazón, que reventaba de celos,
de cólera, que iba a sorprender a don Álvaro y a la Regenta en coloquio amoroso cuando menos.
« ¿Por qué? ¿No era lo probable que estuvieran con ellos Paco, Joaquín, Visita, Obdulia y los
demás que habían subido al bosque?». No, no, gritaba el presentimiento. Y razonaba diciendo:
don Álvaro sabe mucho de estas aventuras, ya habrá él aprovechado la ocasión, ya se habrá
dado trazas para quedarse a solas con ella. Paco y Joaquín no habrán puesto obstáculos, habrán
procurado lo mismo para quedarse con Obdulia y Edelmira respectivamente. Visitación los habrá
ayudado. Bermúdez es un idiota... de fijo están solos. Y vuelta a correr cuanto podía, tropezando
sin cesar, arrastrando con dificultad el balandrán (2) empapado que pesaba arrobas, la sotana
desgarrada a trechos y cubierta de lodo y telarañas mojadas. También él llevaba la boca y los
ojos envueltos en hilos pegajosos, tenues, entremetidos.
Llegó a lo más alto, a lo más espeso. Los truenos, todavía formidables, retumbaban ya más lejos.
Se había equivocado, no estaba hacia aquel lado la cabaña. Siguió hacia la derecha, separando
con dificultad las espinas de cien plantas ariscas, que le cerraban el paso. Al fin vio entre las
ramas la caseta rústica... Alguien se movía dentro... Corrió como un loco, sin saber lo que iba a
hacer si encontraba allí lo que esperaba..., dispuesto a matar si era preciso... ciego...
-¡Jinojo! que me ha dado usted un susto... -gritó don Víctor, que descansaba allí dentro, sobre un
3. banco rústico, mientras retorcía con fuerza el sombrero flexible que chorreaba una catarata de
agua clara.
-¡No están! -dijo el Magistral sin pensar en la sospecha que podían despertar su aspecto, su
conducta, su voz trémula, todo lo que delataba a voces su pasión, sus celos, su indignación de
marido ultrajado, absurda en él.
(1) Lugar donde pocas horas antes el Magistral había tenido un encuentro erótico con una criada
de la Regenta
(2) Vestidura ancha hasta los pies, que solían usar los eclesiásticos.
1. Realiza un resumen del fragmento.
2. Haz un resumen de la Regenta.
3. Comenta el retrato de don Fermín de Pas que se ofrece en el texto
4. Señala cómo el medio, la naturaleza, se relaciona con la situación y el comportamiento
de los personajes.
5. Señala las características del naturalismo presentes en este texto.
6. Señala, al menos, dos figuras literarias presentes en el siguiente texto.
7. ¿Qué autores realistas destacan en España además de Clarín? Cita al menos una obra de
cada uno.
8. Opinión personal.
Dimoni (Vicente Blasco Ibáñez)
Desde Cullera a Sagunto, en toda la valenciana vega no había pueblo ni poblado donde no fuese
conocido. Apenas su dulzaina sonaba en la plaza, los muchachos corrían desalados, las
comadres llamábanse unas a otras con ademán gozoso y los hombres abandonaban la taberna. -
¡Dimoni!... ¡Ya está ahí Dimoni! Y él, con los carrillos hinchados, la mirada vaga perdida en lo alto
y resoplando sin cesar en la picuda dulzaina, acogía la rústica ovación con la indiferencia de un
ídolo. Era popular y compartía la general admiración con aquella dulzaina vieja, resquebrajada, la
eterna compañera de sus correrías, laque, cuando no rodaba en los pajares o bajo las mesas de
las tabernas, aparecía siempre cruzada bajo el sobaco, como si fuera un nuevo miembro creado
por la Naturaleza en un acceso de filarmonía. Las mujeres que se burlaban de aquel insigne
perdido habían hecho un descubrimiento. Dimoni era guapo. Alto,fornido, con la cabeza esférica,
la frente elevada, el cabello al rape y la nariz de curva audaz, tenía en su aspecto reposado y
majestuoso algo que recordaba al patricio romano, pero no de aquellos que en el período de
austeridad vivían a la espartana y se robustecían en el campo de Marte, sino de los otros, de
aquellos dela decadencia, que en las orgías imperiales afeaban la hermosura de la raza colorando
su nariz con el bermellón del vino y deformado su perfil con la colgante sotabarba de la glotonería.
Dimoni era un borracho. (…) La taberna sentíase halagada por la presencia de un huésped que
llevaba tras sí la concurrencia, e iban entrando los admiradores a bandadas; no habían bastantes
manos para llenar porrones,esparcíase por el ambiente un denso olor de lana burda y sudor de
pies, y a la luz del humoso quinqué veíase a la respetable asamblea, sentados unos en los
4. cuadrados taburetes de algarrobo con asiento de esparto y otros encuclillas en el suelo,
sosteniéndose con fuertes manos las abultadas mandíbulas, como si éstas fueran a desprenderse
de tanto reír. Todas las miradas estaban fijas en Dimoni y su dulzaina. -¡La abuela! ¡Fes l'agüela!
Y Dimoni sin pestañear, como si no hubiera oído la petición general, comenzaba a imitar con su
dulzaina el gangoso diálogo de dos viejas con tan grotescas inflexiones, con pausas tan
oportunas, que una carcajada brutal e interminable conmovía la taberna,despertando a las
caballerías del inmediato corral, que unían a la barahúnda sus agudos relinchos. Después le
pedían que imitase a laBorracha, una mala piel que iba de pueblo en pueblo vendiendo pañuelos
y gastándose las ganancias en aguardiente. Y lo mejor del caso es que casi siempre estaba
presente la aludida y era la primera en reírse de la gracia con que el dulzainero imitaba sus
chillidos al pregonar la venta y las riñas con las compradoras. Pero, cuando se agotaba el
repertorio burlesco, Dimoni, soñoliento por la digestión de alcohol, lanzábase en su mundo
imaginario, y ante su público, silencioso y embobado, imitaba la charla de los gorriones, el
murmullo de los campos de trigo en los días de viento, el lejano sonar de las campanas, todo lo
que le sorprendía cuando, por las tardes, despertaba en medio del campo sin comprender cómo le
había llevado allí la borrachera pillada en la noche anterior. Aquellas gentes rudas no se sentían
ya capaces de burlarse de Dimoni, de sus soberbias chispas ni de los repelones que hacía sufrir al
tamborilero. El arte, algo grosero, pero ingenuo y genial, de aquel bohemio rústico, causaba honda
huella en sus almas vírgenes, y miraban con asombro al borracho, que, al compás de los
arabescos impalpables que trazaba con su dulzaina, parecía crecerse, siempre con la mirada
abstraída, grave vieja, sin abandonar su instrumento más que para coger el porrón y acariciar su
seca lengua con el gluglú del hilillo de vino. Y así estaba siempre. Costaba gran trabajo sacarle
una palabra del cuerpo. De él sabíase únicamente, por el rumor de su popularidad, que era de
Benicófar, que allá vivía,en una casa vieja, que conservaba aún porque nadie le daba dos cuartos
por ella, y que se había bebido, en unos cuantos años dos machos, un carro y media docena de
campos que heredó de su madre. ¿Trabajar? No, y mil veces no. Él había nacido para borracho.
Mientras tuviese la dulzaina en las manos no le faltaría pan, y dormía como un príncipe cuando,
terminada una fiesta, y después de soplar y beber toda la noche, caía como un fardo en un rincón
de la taberna o en un pajar del campo, y el pillete tamborilero, tan ebrio como él, se acostaba a
sus pies cual un perrillo obediente.
1. El texto es de Vicente Blasco Ibáñez. Se trata de uno de los autores que mejor
reflejaron el realismo del XIX en el Estado Español. ¿Podrías decir a partir del texto en que
comunidad autónoma nació?
2. Según el autor, cómo puede escapar Dimoni de la marginalidad en la que vive. ¿Por
qué no cambia de vida entonces? Razona tu respuesta.
3. ¿Qué recurso utiliza el autor para reflejar el habla de los personajes?