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OTRO PARAÍSO PERDIDO
Ramón Acevo
4
ISBN-13: 978-1492823698
ISBN-10: 1492823694
Ramón Acevo Zamudio y/o
Fundación Caftánrojo AC
3ª calle de Xicoténcatl nº 44
Coatepec, Veracruz, México 91500
52 (228) 816 3151
fundación@caftanrojo.org
www.caftanrojo.org
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NonCommercial-NoDerivs 3.0 Unported License. To view a copy of this
license, visit http://creativecommons.org/licenses/by-nc-nd/3.0/.
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A Verónica
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Agradezco a Leonardo Fierro
su colaboración en la revisión del texto.
Nota aclaratoria: lo contenido en esta novela es ficticio, eso creo.
7
“Volvieron entonces nuestros desgraciados progenitores la vista atrás, y
vieron cómo la espada de fuego vibraba ante la parte oriental del Paraíso
que hasta entonces había sido su morada. La puerta quedaba guardada por
figuras poderosas y centelleantes armas.
Asidos de la mano y con pasos lentos, se alejaron del Edén por una
solitaria senda.”
John Milton/El paraíso Perdido
8
9
I. ¿Cómo pudo ocurrirnos esto?
En ese preciso instante, en esa milésima de segundo,
descubrió que su mundo se había quebrado por completo, su
palacio de cristal caía de súbito a pedazos sin que pudiera
entender la razón por la que ocurría, tampoco podía hacer
nada para impedirlo. El grito agudo de Nancy lo obligó a
encarar la realidad. Sin violencia, desprendió la mano de Tom
de su brazo derecho y entró a la funeraria.
Al verla no pudo sostenerse en pie, el dolor dobló sus
piernas, un dolor que rebasaba lo físico, que emanaba de la
sensación de impotencia. Por primera vez en su vida se
enfrentaba al hecho de no poder solucionar una situación en la
que estaba involucrado, por más que su participación fuera
involuntaria; lo que había ocurrido, cualquier cosa que
hubiera sido, no tenía remedio. El intenso sufrimiento
provenía de la irracional certeza que le oprimía el cerebro, lo
que había vivido durante toda su vida y hasta esa mañana,
estaba perdido para siempre. Al despertar ella no estaba a su
lado, ahora sabía que no volvería a estarlo nunca, ella se había
ido sin él, a ella la habían obligado a irse sin él. Qué había
10
ocurrido, cómo había ocurrido, por qué había ocurrido, nada
de eso importaba, nada importaba ya, en realidad. Se
desplomó sobre las rodillas con la cara llena de lágrimas, de
mocos, de espuma de la saliva que salía de su boca sin control,
estaba como un autómata al que se había agotado la energía,
derrengado, no lograba levantar los brazos, no alcanzaba a
emitir la orden para que sus propias manos acudieran en su
auxilio, tenía la vista fija en algún punto de la plancha de
metal donde se encontraba inerte el ultrajado cuerpo de Linda.
Ver el cuerpo sin vida de su esposa lo sumió en la
desesperación, no podía gritar, no se podía erguir, no podía
siquiera desviar la mirada, era incapaz de comprender lo que
ocurría a su alrededor.
Durante largo rato la situación se mantuvo. En el centro
de la habitación, sobre una mesa de acero inoxidable, de patas
torcidas, el cadáver de Linda mostraba el sufrimiento que
había precedido a su muerte. La sábana ensangrentada estaba
echada de cualquier forma por debajo de sus rodillas, cubría
apenas parte de sus piernas y sus pies, de forma irresponsable
habían descubierto la mayor parte del cuerpo para realizar la
identificación, la manera infame de retirar la tela fue una más
de la larga lista de afrentas a la dignidad humana ocurridas
ese día. Del lado de los pies estaban el dueño de la funeraria y
el Agente del Ministerio Público, del lado de la cabeza Cindy
y Nancy; frente a la escena, equidistante en el piso, Alan
gemía como un animal herido, desde la puerta Tom observaba
consternado de un extremo a otro, de un rostro a otro.
El propietario de la funeraria, pese a sus años de oficio,
no encontraba cómo decirles que había decisiones urgentes
que tomar, elegir el ataúd, trasladar el cadáver a Salina Cruz o
11
a Oaxaca o a cualquier otro sitio dónde hubiera cámara de
refrigeración, para preservar el cuerpo en lo que se realizaban
la investigación forense y los trámites de expatriación.
Incómodo, se alisaba una y otra vez la almidonada guayabera
blanca, recorría con la vista la perfecta línea de su pantalón de
gabardina negra y los zapatos de charol sin una mota de polvo
encima. Cada tanto buscaba la mirada del funcionario. De la
bolsa trasera sacó un paliacate rojo para secar las gotas de
sudor que le brotaban en la frente y en la calva, esperaba
ansioso a que el Agente hiciera algo, que le diera alguna
indicación o, por lo menos, que encontrara la forma
diplomática de salirse de la improvisada morgue. Pero el
licenciado Martínez había perdido por completo el aplomo, el
pavor lo inundó en cuanto escuchó el nombre de la mujer que
estaba ahí tendida, el nombre que llevaba en vida la hoy
occisa, como dictaría a su secretaria esa misma tarde. Nada
más escuchar el apellido de la mujer asesinada, sintió que el
piso se abría bajo sus pies, estaba seguro de haber cometido
un error imperdonable o de que lo estaba cometiendo justo en
ese instante, lo peor era no saber en qué consistía la falla, en
dónde la estaba cagando.
Nancy hurgaba nerviosa en su gran bolso de lona
estampada, sacó por fin la mano izquierda empuñando dos
ampolletas y una jeringa desechable, el silencio era tal que
alcanzaba a escucharse el leve tintinear que producía el roce
de sus pulseras de oro, se dirigió a Cindy con una mueca que
pretendió ser una sonrisa. ¿Complejo B o calmante? Preguntó
en inglés, la voz apenas un susurro.
Cindy respondió con otra pregunta.
– ¿Es muy fuerte el calmante?
12
– Para elefantes, es lo único que me ayuda a dormir.
– Mmmh, a este hombre puede darle un infarto con la cuarta
parte de lo que tú te auto recetas, por hoy tenemos suficiente
con un deceso. Inyéctale la Bedoyecta para que reaccione, va a
estar aletargado una hora o un poco más, después podrá
empezar a tomar el asunto en sus manos, porque de este par
de idiotas no hacemos uno. Vamos a recostarlo en el sillón de
afuera y por amor de Dios diles que tapen ese cuerpo, mi
libido va a sufrir bloqueo permanente si sigo viendo eso, ¡qué
clase de animales la atacaron!
– Animales humanos, querida, somos la peor de todas las
especies que habitamos el planeta…
13
II. La extraña luz del atardecer
“En la punta de Zicatela asomó un triángulo blanco que
se introdujo como cuña entre el verde de la vegetación y el
limpio azul del cielo, creció hasta mostrarse sujeto al mástil de
la embarcación, un esbelto velero de casco azul oscuro avanzó
gallardo por el centro de la bahía con rumbo a la playa
principal, donde a falta de muelle quedan anclados los
pequeños botes de los pescadores. En la popa ondeaba
discreta la bandera de Argentina. Todas las miradas tornaron
en espumosa estela tras su derrotero, no hubo voz que se
atreviera a irrumpir en el ritual, nadie, ni el más borracho,
hizo nada que pudiera ser considerado un desacato al
protocolo del arribo, hasta el rumor de las olas pareció
acallarse. Uno a uno los surfistas acostados en sus tablas
bracearon para acercarse a la orilla, se consideraban indignos
de utilizar el mismo mar. Uno a uno los libros fueron dejados
de lado sobre las toallas extendidas en la arena, uno tras otro
los diletantes del agua se pusieron de pie, los ojos, los senos y
los ombligos de los cientos que esa tarde se encontraban en la
media luna de las tres playas apuntaban en la misma
14
dirección. La pausada maniobra de anclaje marcó la cúspide
del ritual, en su cíclica rutina, que esta vez se antojó
inoportuna, el crepúsculo marcó el término de la ceremonia,
solemne pese a lo inesperada. El ambiente se mantuvo
inundado de belleza. En el letargo de la comunión nocturna
los cuerpos casi desnudos se negaron a ser profanados por la
ropa.”
He escrito este párrafo cincuenta veces, a pesar de lo
intrascendente que pueda parecer el que un velero llegue a
puerto, recuerdo cada detalle como si hubiera ocurrido ayer,
el brillo de los plateados herrajes, el fino veteado de la pulida
madera de la cubierta, los cables amarillos, el naranja intenso
de la pequeña lancha inflable con motor fuera de borda en la
que el solitario tripulante desembarcó. A partir de ahí no
puedo continuar, en qué historia encaja esa escena, qué hice
después esa noche, con quién estaba, qué importancia tiene el
velero para mí si no tengo afanes marineros, cómo podría, no
sé nadar. Cada vez que me propongo, ahora sí, abandonar el
periodismo para convertirme en escritor, dejar de escribir
noticias pseudotrascendentes de caducidad manifiesta para
dedicarme a escribir intrascendencias un tanto más longevas,
escribo el mismo párrafo que no logro remontar, cada mañana
lo repaso mentalmente, me repito las mismas doscientas
sesenta palabras y no consigo agregar una sola. Recordarlo me
sirve para conjurar el paisaje grisáceo que estoy condenado a
ver desde el balcón, castigo que me impone la mediocridad de
mis finanzas, pena que asumo por no atreverme a vivir en otra
ciudad o en otro país. En qué otro país, de los veinte millones
que se han ido la mayoría apostó al norte, pero otros andan
por Europa, por Australia, unos cuantos prueban fortuna en
15
Costa Rica, pocos le apuestan al sur del Continente, yo todavía
estoy aquí, con los ciento diez millones de ilusos que
pretendemos cambiar las cosas en lugar de partir, o que
pretendemos que pretendemos cambiar las cosas para no
confesar nuestro temor a irnos, cada vez hay menos lugares a
dónde llegar, todo se llena. Cuando terminé la preparatoria,
hace algunos lustros, quise irme a Israel, pero si hoy hay algo
lleno es Israel, los indecisos tendremos que ir al Sahara o a
Mongolia o a Burma o a Siberia o tendremos que quedarnos
aun cuando aquí no quede la mínima esperanza de cambiar
nada.
Siempre acabo frente a este barandal oxidado que hace
años reclama pintura, al lado de la maceta de cerámica,
despostillada en las orillas, donde un raquítico cactus resiste a
la contaminación, a la lluvia ácida y a los restos de cigarrillos,
desde cuándo estarán ahí esas colillas, quién carajos utilizó a
esta pobre planta como cenicero. Me enervan los fumadores,
no los comprendo cuando hablan de los problemas para dejar
el tabaco, para mí lo complicado es fumar, comprar las
cajetillas, cargar con el encendedor, cuidar que no caiga ceniza
en los papeles o en la ropa o en el piso, aguantar las miradas
de reproche de quienes no soportamos el humo ni el olor, ver
cómo los dedos de las manos y los dientes adquieren sin
remedio ese tono amarillento a medida que pasa el tiempo, y
vivir con ese aliento, ese maldito aliento pastoso que no se te
despega ni lavándote veinte veces la boca. Nunca me atreví a
decirle a Gretel que me causaba náuseas entrar en su
departamento lleno de humo, cómo decirle a una mujer que su
gran inteligencia, su cuerpo voluptuoso y su cara hermosa se
desvanecían cuando percibía su aliento, nunca pude, dejé de ir
a verla, opté por no contestar el teléfono, escuchaba las voces
16
cuando dejaban el mensaje, después respondía las llamadas,
todas menos las de ella, sus recados los escuchaba unas diez
veces antes de borrarlos. Fue una suerte estar ese día aquí, en
este mismo lugar, ver su auto en el momento en que daba
vuelta rumbo al estacionamiento, pasé más de una hora con la
cabeza bajo el chorro del agua, tomé la ducha más prolongada
de mi vida, seguía angustiado cuando salí del baño a pesar de
que hacía un buen rato que ya no llamaban a la puerta.
Tiene razón la niña del piso de abajo, lo que tiene en la
mano el fraile de la columna adosada a la fachada de
inspiración lecorbusiana de la iglesia de enfrente, más que
antorcha parece sorbete de los que salen como churro de una
maquinita de helados. Qué santo es este, ¿será algún estilita?,
tiene el rigor de las esculturas del realismo socialista, me
recuerda a aquella de los obreros que marchan hacía el
progreso con el rostro en alto, colocada a un lado de la cortina
de la hidroeléctrica de Valsequillo, en Puebla. Pobres ilusos,
los únicos asalariados que avanzan son los que se meten a la
grilla sindical y se alinean con el secretario general o con los
patrones o con ambos; me sorprendió descubrir que la obra es
de Zúñiga, la del lago de Valsequillo, esta del obrero con
sotana no tengo idea de quién la habrá realizado. Francisco
Zúñiga empezó con esculturas religiosas cuando trabajaba con
su padre, en Costa Rica, pero no hay indicios de que haya
hecho alguna de esa índole en México, no, no lo creo. De
entrada le hubieran retirado el saludo David Alfaro Siqueiros
y Diego Rivera, por mucho menos que eso te expulsaban
entonces del Partido Comunista, logró ser el único partido que
tenía más miembros proscritos que en activo, la pureza de los
ideales sobre los ideales mismos, “pocos pero sectarios”
afirmó convencido uno de los orgullosos militantes que
17
sobrevivió a las purgas. Sin embargo es poco probable que
Zúñiga fuera militante de algún partido, era muy peligroso
para él en su condición de extranjero. Obtuvo la nacionalidad
mexicana a los setenta y tres años, en la década de los ochenta,
fue hasta entonces que asumió que no regresaría a vivir a su
país natal. Si la obra fuera suya podría exhibirse en una
retrospectiva la escultura del fraile al lado del bronce de las
rotundas juchitecas desnudas, una sobre otra en dirección
opuesta, un derroche de placer en sus carnes y sus gestos. Un
santo junto a dos mujeres que se aman, un fraile en el acto de
bendecir el encuentro de dos mujeres que se sumergen en las
profundidades amatorias, el acto sexual como ofrenda a los
dioses, la bendición del éxtasis. Los fanáticos religiosos serían
capaces de tomar por asalto el Palacio de las Bellas Artes para
hacer ahí una misa de desagravio, ya lo hicieron aquella vez
que bloquearon la entrada al Museo de Arte Moderno en
protesta por la exhibición de los cuadros de la Virgen de
Guadalupe con el rostro de Marilyn Monroe, me enfurece
recordarlo. Un puñado de enajenados que en su vida habían
puesto pie en una galería de arte, un hato de borregos que de
pintura conocen lo que yo de física cuántica, decidieron que
nadie podía ver lo que ellos consideraban pecaminoso, en su
obsesión por la supuesta decencia cometieron la indecencia de
impregnar el edificio con el humo y los olores que emanaban
de sus anafres de fritangas. Las aves que viven en el bosque de
Chapultepec, supongo que algunas todavía deben anidar ahí,
sufrieron días de terror debidas al ulular de las interminables
letanías, sonido semejante al zumbido de una inmensa nube
de insectos. Rezaban día y noche para resarcir el pretendido
insulto a la virgencita, la lucha por la limpieza del alma
mostró su desavenencia con la limpieza del cuerpo, estuvieron
18
semanas con su mugre, defecaban y orinaban en los jardines
del Museo, convirtieron la obra de Pedro Ramírez Vázquez en
letrina, estaban empecinados en salvarnos del horror que
significaba el ver a la Santísima Madre de Dios con los labios
pintados y sombra celeste en los párpados. ¿No lograron darse
cuenta de la afinidad entre las dos mujeres? La madre de
quien consideran que murió por los hombres y la que sin
intermediación de ningún hijo también murió por los
hombres, a consecuencia directa de ellos, reunidas las dos al
fin en una divina dualidad que emana del martirio. Se sufre
igual al caminar bajo el sol inclemente de Judea que bajo el
calor intenso de los reflectores de Hollywood, la tierra sagrada
y el bosque de acebos sagrados, la que alumbró el cuerpo
divino y la que nos deslumbró con su divino cuerpo, pero
nada, hazlos entender. Esa pobre gente estuvo rece y rece,
trague y trague, cague y cague, escatológicos vehementes
acumularon toneladas de basura frente al templo del arte,
hasta que los políticos cedieron a la presión de los golpes de
pecho, de los lamentos de catoliquísimos e intachables, casi
incorruptibles conductores radiofónicos y televisivos. Aquella
muestra se canceló por el maldito poder del oscurantismo o el
poder maldito del oscurantismo o el oscurantismo maldito en
el poder, creo que da lo mismo. En nombre de la tolerancia
cada día cedemos más terreno a los intolerantes, transitamos
por la agonía del liberalismo, fundamentalistas de todos los
credos y de todas las ideologías nos empujan hacia una nueva
edad media, desde tenebrosas oficinas para la propagación de
la fe nuevos inquisidores condenan en público sus pasiones
privadas, en los tribunales islámicos ordenan la lapidación de
mujeres infieles mientras los ayatolás retozan con niños, en el
nombre de Dios asesinan con fervor, en el nombre del pueblo
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matan las ideas. Lo único que queda claro es que el religioso
de la escultura no es san Francisco de Asís, si lo fuera las
palomas le tendrían piedad, no lo atormentarían de esa
manera con sus excrecencias, lo acribillan sin la menor
consideración.
Parece mentira, en cinco años que tengo de vivir en el
edificio no he atravesado la calle una sola vez, ni siquiera por
la curiosidad de saber a qué santo patrono está dedicado el
templo, pretextos sobran, el tráfico bestial de la avenida
Cuauhtémoc es una de mis razones de peso, aunque debo de
haber cruzado en alguna ocasión en todo este tiempo.
Veamos, el puesto de periódicos está en la misma acera que la
entrada a los departamentos, el acceso al metro está en ambos
lados así que no necesito cambiar de banqueta para entrar a la
estación, el Volkswagen lo guardo en la pensión que está a la
vuelta, en la calle, en la calle, joder, cómo se llama esa calle, ah
sí, Yácatas, y tampoco hay que cruzar ninguna esquina, la
tienda, cuál tienda, hace siglos que no voy a ninguno de los
pequeños estanquillos del rumbo, todo lo traigo del
supermercado, qué organizado me he vuelto, hasta hago la
lista de compras antes de ir. De manera imperceptible
adquiero manías propias de los solterones empedernidos,
quizá deba volverme a casar antes de que la senectud me
alcance y me convierta en el típico misántropo que riñe con
cualquiera que se le coloque enfrente. Pero contra quién, no,
además tampoco hay ninguna tienda enfrente. Me gusta
despertar con alguien a mi lado, ocurre con mucha frecuencia,
Sara se quedó a dormir hace unos días, cinco, seis, bueno
aceptemos que ocurrió hace un par de semanas, o un poco
más, su trabajo queda muy lejos de aquí, la otra posibilidad se
ha complicado. Martín, el marido de Elizabeth, hace meses
20
que no sale de viaje, se imagina que puede sin ayuda, se niega
a darse cuenta que ella es demasiada mujer para un sólo
hombre. No es eso en lo que pensaba, sí, en la iglesia de
enfrente, en mi ignorancia supina, alevosa y persistente
respecto al entorno cercano. No conozco siquiera la manzana
en la que vivo, vaya descubrimiento, debería sentirme
avergonzado, ni en plan de turista me he asomado a ver qué
clase de templo es ese que está plantado justo frente a mi
ventana, es el colmo… hace cuánto ocurrió esa conversación
con el anciano guardián del monasterio franciscano de
Cuauhtinchán, cuando fui con Raquel.
– ¿No se quedan a la misa? Ya merito empieza, las misas que
dice el padre Juan son bien bonitas.
– No, gracias, nosotros no vamos a misa.
– ¿Cómo que no van a misa, qué clase de católicos son
ustedes?
– Somos judíos.
– ¿Y nada más por eso no van a misa? Pues se confiesan y ya…
Qué me pasa. Estoy perdiendo el tiempo en estupideces
cuando tengo que ver si es posible colocar una cortina de
humo sobre el asesinato en Puerto Escondido. Timoteo
desgraciado, como si me faltaran preocupaciones me pide
ayuda para que no trascienda lo de un asesinato, qué me
importa un asesinato cuando lo que quisiera en este instante
es poderme olvidar de todo y de todos, quedar en blanco,
llegar a la abstracción pura y ahí plantarme, permanecer en
cero, desprenderme de mi yo corporal, como hacen tantos con
el sencillo acto de oprimir el botón de encendido del control
remoto del televisor, eso es bastante más barato que tomar
clases de yoga. Me revienta, otra vez me salgo por la tangente.
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Timoteo, sí, la llamada del Timo que me despertó, casi de
madrugada, en la recta final, en lo mejor del sueño, oportuno
el Timito, no les pido a mis amigos que se pongan a leer el
Manual de Urbanidad de Carreño, sé bien que eso es
demasiado, en este pedazo del mundo pedirle a alguien que
lea siempre es demasiado, pero parece que no pueden tener el
menor tacto. Todo el mundo está obligado a saber que no se
debe irrumpir en las casas de la gente decente ni antes de las
diez de la mañana ni después de las diez de la noche, ni en
persona ni por teléfono, y el buenazo de Tim me llama a las
ocho de la madrugada y todavía me pregunta si estaba
dormido. Perdón Ramiro es que es algo de vida o muerte, ¡su
madre!, cuál vida o muerte, si habla para contarme de un
asesinato es una cuestión de muerte, ahí ya no hay vida.
Resulta que ahora vive en Puerto Escondido, en Oaxaca. Qué
hace este citadino irredimible en ese lugar, un tipo que no
salía de su casa sin lustrarse los zapatos, que revisaba diez
veces ante el espejo si estaba bien hecho el nudo de su corbata,
ahora vive en un sitio vacacional donde en los lugares más
estrictos en la etiqueta se conforman con que no vayas
descalzo y el bañador esté seco. Me dijo que quiere evitar el
escándalo por el asesinato, escándalo por “un” asesinato, no
sabe el infeliz a cuántos matan en esta ciudad cada día.
Esto de las desmañanadas me afecta bastante más que
las desveladas, vine al balcón para pensar en lo que Timotzin
me pidió y aquí estoy, divago en torno al fraile de piedra
mientras el café se enfría, total la cafeína fría multiplica por
diez su capacidad estimulante, ¡basta! Tengo que empezar por
algún lado. Por qué allá abajo todos andan corriendo,
aceleran, frenan de golpe, se pegan a la bocina como si con eso
los automóviles de adelante pudieran moverse, todos los días
22
es lo mismo, insultos, acelerones, gritos, a dónde van con tanta
prisa, qué es eso tan urgente que tienen que resolver tantos a
la misma hora. Está bien, intentémoslo de nuevo, según el
viejo reloj de la cocina son las once y media de la mañana, es
lunes, este café esta intomable de aguado, la semana inicia y
los patitos con gorro de cocinero estampados en la carátula
son ahora amarillo pálido a pesar de que el reloj está en la
pared a la que no le pega la luz del sol directamente. En
concreto, además del asunto de Puerto Escondido, qué tengo
para trabajar esta semana, un par de pistas vagas, la primera
sobre un puente de la autopista a Pachuca que en apariencia
ha sido edificado tres veces, según parece lo construyeron la
primera vez y en las dos ocasiones posteriores lo han vuelto a
cobrar, cada vez a un precio más alto por supuesto, tengo
evidencia de que aparece en el presupuesto de obras públicas
en tres años diferentes pero no he logrado encontrar todavía
pruebas de la entrega de los pagos, podría resultar que la obra
ha sido programada tres veces y al final la hicieron, aunque en
la fotografía del puente aparece la fecha del primer año, no la
del último. Si lo realizaron desde la primera vez no tiene
sentido que aparezca en calidad de proyecto otras dos veces
en años posteriores, tendré que rastrear con paciencia en los
informes anuales para localizar si esas partidas se reportan
ejercidas. El otro caso es sobre la relación entre la explosión de
hace cuatro años en Guadalajara y el robo de gasolina a
Petróleos Mexicanos, la hipótesis es que los depósitos de
almacenamiento que aparecían vacíos en los reportes, en
realidad estaban repletos de combustible que había sido
ordeñado de los oleoductos, una situación tan difícil de
explicar que cuando llegó un grupo de auditores con fama de
insobornables, resultó imperativo desaparecer varios millones
23
de litros, no hubo tiempo para desplazar esa cantidad de
líquido hasta las estaciones de servicio involucradas en el
negocio, así que durante veintiséis horas se dedicaron a arrojar
al drenaje la gasolina robada, con las consecuencias que
conocemos: una explosión que se escuchó hasta Chapala,
decenas de muertos, cientos de heridos, destrucción de casi un
kilómetro de casas y negocios, más de cien vehículos
transformados en chatarra, miles de metros de redes de agua
potable, de drenaje y de suministro eléctrico que quedaron
inservibles. El problema radica en que únicamente existe el
testimonio de dos testigos que esperaron hasta tener amarrada
su jubilación para hablar, el contacto con ellos es su líder
sindical, lo cual duplica la sospecha sobre la fuente. La
presunción de que existan en la paraestatal petrolera auditores
insobornables también está tirada de los pelos y no aparenta
ser un montaje con destinatario definido porque el principal
presunto implicado está políticamente muerto y enterrado, no
tanto por el monto de los daños sino porque su sobrina tuvo la
ocurrencia de hacerse novia de uno de los narcotraficantes
más buscados y, ¡qué barbaridad!, ese señor está casado y
tiene hijos, eso es imperdonable. Total que destapar esa cloaca
no tiene sentido, no hasta el momento. Me parece que de
tener, no tengo nada, vaya, esta frase no nada más define mi
situación actual sino mi vida en conjunto, ahí voy de nuevo,
no, si esto de las depresiones termina por afectarlo todo. En
cuanto a la petición de Timaracas para tratar de que la noticia
no se maneje con morbo y evitar que su pintoresco pueblo
turístico resulte afectado, lo veo difícil, necesitaría ser el
procurador general de justicia o el director de comunicación
social de la presidencia. Dónde empezar, de momento la
opción menos complicada es aguardar a que me llame de
24
nuevo y decirle que no se pudo, que hice todo lo que estuvo a
mi alcance y nada, no conseguí absolutamente nada, ni modo
mi Timas se jodió tu rancho y te jodiste tú, de cualquier
manera hace años que nos jodimos todos en este cacho del
planeta… mientras tanto puedo recetarme un poco del destino
placentero que los patriarcas de la aldea global han diseñado
para los conformistas integrados que no aspiramos a ser
macro empresarios, los eternos perdedores: encender el
televisor y aplastarme en el sillón de enfrente hasta que los
ojos se me cierren, es muy fácil, cada vez tienen mayor
número de señales para transmitir las mismas porquerías,
ciento cincuenta canales en cable para que sigas eligiendo
entre una película pésima y otra insoportable, entre Stallone y
Schwarzenegger, entre un reality show degradante y otro
rebuscadamente asqueroso, entre una conductora de noticiero
que le lame los pies al presidente y otro que hasta le amarra
las agujetas de los zapatos, entre un partido de fútbol de la
liga de Nepal y otro de la del Antártico. En las eliminatorias
juveniles los pingüinos turquesa se enfrentan al selectivo de
elefantes marinos, ganan los pingüinos por tres a dos pero las
morsas impugnan el resultado, acusan al delantero que anotó
dos de los tantos de ser mayor de edad, imagínense, señalan
indignados, él es el que deambula por París en El libro de
Manuel de Julio Cortázar, tamaño descaro. Si la décima parte
de tiempo aire que derrochan en analizar hasta el mínimo
detalle de cada partido de futbol, lo dedicaran a la literatura,
podríamos concederle otra oportunidad a la humanidad, ¿cuál
será la proporción entre cronistas deportivos y críticos
literarios? ¿mil a uno?
Esto de ser periodista independiente es complicado, no
tengo la disciplina requerida, puedo eliminar la palabra
25
“requerida”, sencillamente no tengo disciplina, padezco
dispersión congénita, quizá heredada de mi padre, bueno
hasta que estoy de acuerdo en algo con mi madre, lástima que
está muy lejos para escucharlo, ¿lástima? Y es que en esto no
puede mantenerse ritmo constante, excelente observación,
estoy aprendiendo a defenderme de mí mismo. Ocurre que
cuando trabajo en un reportaje quedo atrapado en la
actividad, inmerso en una dinámica febril a prueba de hambre
y de sueño, pero cuando no, atravieso por prolongados
periodos de letargo en los que lo más preocupante es el tener
que discernir, peor que eso, el tener que adivinar que va a ser
importante, actuar con sigilo para que nadie lo descubra antes,
coordinarme con cualquiera de mis amigos fotógrafos que
tenga tiempo libre, que tenga ganas y que se encuentre sobrio
cuando le llamo, situaciones casi imposibles, apenas la semana
pasada Javier estaba perdido.
– Ónde mi Rami, tu nomás dime ónde y ahí llego, por ti me la
bajo, ya sabes, para eso estamos los cuates, mira una línea y
prestas, ya estoy.
Dos horas después…
– No mi Rami, te juro por San Lázaro Cárdenas que estaba
tratando de acordarme ónde guardé la pinche grapa cuando,
¡sopas perico! del perico nada, pero ahí en el closet tenía
guardadas dos botellototas de puritito Siete Leguas, ya ni me
acordaba, mejor vente y nos las terminamos de chingar, total,
el mundo no se va a acabar por una triste noticia menos y este
tequila es del que ya casi no se encuentra.
La eterna historia, remar contra la corriente como
desesperado y después, cuando todo está listo, empezar a
tocar puertas preguntando quién lo quiere, encontrar un
medio que considere el asunto trascendente y adquiera el
26
artículo, sobre todo eso, ver cuánto les parece justo pagar por
esa nota, o pasárselo a alguna agencia de noticias y aguantar
con paciencia que jineteen el dinero medio año. La entrevista
al Subcomandante Marcos fue lo último por lo que me dieron
una cantidad decente, pero ahora eso está más que refriteado,
su pasamontañas se transformó en un símbolo equívoco, lo
mismo lo utilizan los policías de brigadas especiales que los
asaltabancos, los estudiantes que aprovechan las marchas para
romper cristales y graffitear fachadas y los valientes militantes
de grupos islámicos que se toman la foto con el mártir
desencapuchado que aceptó inmolarse para que unos
agobiados obreros, que en su día de descanso se procuran en
un fastfood, paguen con su sangre las culpas del imperialismo
infiel.
Qué embrollo el del noventa y cuatro, estuve entre los
qué, coincidencia o no, andábamos de congreso en Chiapas
cuando estalló la pelotera, desafiamos el bloqueo militar para
internarnos en Las Cañadas a investigar lo que ocultaban las
declaraciones oficiales, tras de nosotros llegaron todas las
estrellas rutilantes de la radio y la televisión, reporteros en
ropa de safari con botas a juego, conductoras de programas de
“opinión”, ultra maquilladas, que fueron en helicóptero. Se
escandalizaron de que hubiera extranjeros enrolados en el
movimiento, en nuestra tierra, qué horror, más si osare un
extraño enemigo profanar con su planta tu suelo, piensa oh
patria querida que el cielo, un burócrata en cada hijo te dio. Es
insoportable que los extranjeros se atrevas a hablar de los
derechos de nuestros indios, cómo si no supieran ellos a qué
tienen derecho, vociferaban indignados los defensores de la
pureza inmaculada de la república. Hasta cuándo permitiría el
gobierno que los europeos “infiltrados” en la guerrilla
27
mancillaran con su presencia el sacrosanto suelo nacional.
Porque si se trata de fastidiar a la patria, para eso estamos
nosotros, no necesitamos ayuda externa, bienvenidos nuestros
propios atropellos pero que se cuide de aquel foráneo que
quiera interferir. Como siempre, había un exceso de
información producto de la desinformación, todos afirmaban
saber de qué iba la cosa cuando en realidad nadie tenía la
menor idea de la situación, era impresionante ver la
experiencia que adquirían en un recorrido de veinte minutos
por la selva… en avioneta. La de honores que creían merecer
por sus sesudas sesiones de recopilación de información en los
cafés de San Cristóbal de las Casas, hubo algún Comisionado
para la Paz que no conocía nada que estuviera más al sur del
Pedregal de San Ángel, en la Ciudad de México, a unos mil
quinientos kilómetros del campamento insurgente más
cercano, lo que, por supuesto, no impidió que también
expresara su docta opinión sobre la problemática indígena, a
fin de cuentas su mucama era indígena. De vez en vez, entre
tanta basura, emergían voces libres que apuntalaban la
esperanza… aún falta bastante para que esa historia pueda ser
contada y no voy a ser yo el que lo haga, eso le toca a los
cronistas oficiales de la insurgencia, si algo le sobra a la
izquierda son iluminados, ¡Patria o muerte! ¿Venceremos?
Tengo que reconocer que trabajar por mi cuenta resulta
más edificante que martillear en el periódico doce o catorce
horas diarias, apegado a las recomendaciones amañadas del
jefe de información, que en general valían un cacahuate,
cuando no de plano me conducían a una trampa. Estaba
obligado a ver los mismos rostros en las mismas fuentes con
los mismos colegas borrachos durante días, meses, años, a la
28
espera de algo sobre lo que valiera la pena escribir, que
apareciera por arte de magia. No recuerdo cuantas veces
ocurrió, lo olí, lo seguí, escribía el reportaje de mi vida, creía
que empezaba a subir por la escalera que me llevaría al
Pullitzer y al día siguiente pasaba las hojas sorprendido
porque no me habían dado las ocho columnas de la primera
página y por no darme, ni siquiera estaba colocada mi nota en
la página treinta y seis de la sección H, porque el jefe de
redacción, el de información, el director o todos juntos, habían
vendido la noticia, los folios mecanografiados quedaban a
resguardo en uno de tantos archiveros donde guardaban
celosamente bajo llave kilos de información incómoda.
Explicaban, con su hierática máscara para asuntos
importantes, que tuvieron que tomar la decisión de no
incluirlo por lo delicado del tema, que habían recibido un
telefonema de la Secretaría de Gobernación, les hicieron
especial énfasis en lo peligroso que resultaba para la
seguridad nacional ventilar ese asunto, el país no estaba
preparado, la ropa sucia se lava en casa, no se había alcanzado
aún la madurez necesaria a la que llegaríamos en la medida
que avanzara el proceso democrático en el que se avanzaba de
manera irreversible, bajo ninguna circunstancia se atreverían a
atentar contra la libertad de expresión, uno de los máximos
logros de la revolución, no obstante el Señor Presidente
agradecería… hipócritas. Cómo si no supiera hasta doña
Gertrudis, la señora de la limpieza de la sala de redacción, que
eran ellos los que se desvivían por mostrarle al secretario en
turno la fidelidad que mantenían al sistema y al cheque
mensual de gratificación.
¿Por qué regreso a eso una y otra vez si mal o bien he
sobrevivido? Anhelé durante años la libertad y desde el
29
primer día que la obtuve comencé a padecer los síntomas del
síndrome de añoranza del bozal, frecuente entre trabajadores
en paro, habitantes de países exsocialistas, perros extraviados
y burros abandonados; dormir sin la certeza de que al otro día
habrá lentejas o croquetas, produce severas alteraciones en la
conducta.
Eso es lo que me recordó la llamada del Timatlán, la
decena de veces que, justo cuando el regreso a la rutina era
inminente, cuando las vacaciones llegaban a su fin, me
quedaba sentado en la arena de Zicatela viendo el mar,
envuelto en la extraña luz del atardecer, pensaba, mientras el
océano se tragaba al sol en el horizonte, qué ocurriría si no
volvía a Ciudad de México, al Distrito, al Defe, al Defectuoso,
al Detritus Federal. Si mejor me quedaba a vivir en Puerto
Escondido, lejos del ruido y de los atascos de tráfico, libre de
la cadena de complicidades que me ataba hasta hacerme
enmudecer o mentir como hacían ellos, que no es lo mismo
pero es igual, diría Silvio Rodríguez. Soñaba con escuchar
todos los días el rumor de las olas desde una cabaña de
costera y techo de palma, a la sombra de un macuil, rodeado
de verde, de vida, en un mundo sin horarios ni rutinas,
dedicado a escribir de un tirón la novela que siempre inicio.
Nunca sabré si me faltó carácter o dinero o las dos cosas, quizá
simplemente acabé decepcionado. Tras años de ir en cuantas
vacaciones se me atravesaban, cierto día, sin pretenderlo, me
di cuenta que también ese paraíso se había perdido, la
modernidad lo alcanzó con más perjuicios que beneficios,
como en todas partes. Las frescas palapas cedieron indefensas
su lugar a cajones grises de tabiques de hormigón, inhumanos
espacios antiarquitectura donde el clima artificial adquiere un
carácter primordial porque en el interior hace más calor que
30
afuera, las calles de tierra quedaron sepultadas bajo planchas
de concreto armado en las que el sol reverbera hasta hacer
imposible caminar descalzo por ellas durante gran parte del
día, a no ser que quieras emular al último emperador Azteca
en su suplicio. El suelo perdió la permeabilidad que lo
enriquecía y que aminoraba la fuerza de los torrentes en la
temporada de lluvias, gracias al “progreso” las calles se
transforman en canales por los que la corriente arrastra
impetuosa lo que encuentra a su paso, basura por lo general,
todo va a dar al mar. Con las carreteras arribaron miles de
personas que buscaban mejorar su calidad de vida, les creo,
todavía no desempacaban y ya estaban derribando árboles
para que no les estorbaran la vista del océano, arrasaron con
fuego la vegetación que era hábitat de especies silvestres,
alteraron el frágil equilibrio del ecosistema marino con los
drenajes de sus casas y los deshechos de los motores de sus
lanchas. Decoraron sus refugios de pretensiones bucólicas con
los troncos cercenados de los árboles de mangle, donde
anidaban las aves migratorias, invadieron la atmósfera con el
estruendo de su música, con la emisión de sus evangelios por
los altavoces, aquel pequeño poblado de pescadores se
convirtió en un adefesio, los lugareños incorporaron a su
lenguaje palabras cuya existencia ignoraban: erosión,
deforestación, devastación, contaminación, peligro de
extinción, miseria.
Terminé por aburrirme en las tertulias con los hippies,
se convirtieron en soporíferas vueltas en círculo alrededor de
un poste cuyo simbolismo se perdió en el tiempo, ni siquiera
son utópicos, de tanto luchar por no integrarse, integraron un
gremio decadente de artesanos, artezánganos se dicen ellos
mismos en un asomo de autocrítica que peca de benévola. No
31
queda bandera que arrope a esa banda de alcohólicos y
drogadictos, quienes, quizá sin saber bien qué ocurría, su
inconformidad con el sistema la transformaron en la búsqueda
atribulada y obsesiva de patrocinador para la siguiente ronda
de cervezas.
Mi sueño de ser la versión escritor de Gauguin en el
trópico resultó anacrónico, las que deambulan ahora al natural
por la playa son noruegas, suecas, danesas, italianas,
españolas, argentinas, canadienses, ellas tomaron el lugar de
las mixtecas de la costa, de las negras, de las chatinas, de las
loxichas, quienes fueron incorporadas a la economía de
mercado en el destacado rol de meseras y personal de
limpieza. Las mujeres que vivían su desnudez de cuerpos y
atavismos se convirtieron, pudorosamente cubiertas con ropa
de saldos, en fieles seguidoras de misioneros que predican a
ritmo de guaracha, de elderes mormones que las previenen de
las malsanas perversiones a las que incitan el café y los
refrescos de cola, de pastores cristianos que les muestran el
horror de la concupiscencia, de testigos de Jehová que ya
saben cuántos caben en el cielo. Los que llegaron primero a
esa tierra protegida por las montañas y la exuberancia de la
selva, los que la habitaron durante siglos, aislados y libres sin
religión, patria ni prejuicios, aceptaron ser salvados por los
promotores del temor a la divinidad, los propagandistas del
fuego eterno que muestran el camino hacia la gloria a quienes
paguen por anticipado, a plazos cómodos, bienaventurados
los pobres pues aunque cada uno aporta poco son millones,
miles de millones, el beneficio se nota al sumar. Para quienes
arriben en busca de exotismo queda tan sólo el que corre por
cuenta de las drogas, los bares con happyhour y los torneos de
surf, los que busquen el contacto con la naturaleza tendrán
32
que esperar a que construyan los zoológicos, a que delimiten
con alambradas las reservas ecológicas y coloquen rotulitos
con el nombre común y científico de cada planta, de cada
arbolito, a que instalen radiolocalizadores a las hormigas para
estudiar su rango de movilidad; dejé que mi sueño fuera
tragado por la inmensidad en el último ocaso.
Pensé aquella vez tendría que buscar otro sitio para las
próximas vacaciones pero lo cierto es que no lo hice, no lo
busqué, no volví a salir de vacaciones, no volví a acordarme
de la costa del Pacífico hasta hoy que Timoteo Mendieta, a
quien imaginaba atendiendo su librería en Puebla, telefoneó
desde Puerto Escondido. El “error de diciembre”, ese
desbarajuste económico cuyas repercusiones en el resto del
mundo se conocieron como “efecto tequila”, lo barrió como a
tantos, decidió emigrar hace poco más de un año para librarse
de algunos acreedores necios que a pesar de la quiebra de su
negocio insistían en cobrarle los libros, o, para ser precisos, los
pagarés que firmó por los mismos. Convenció a su mujer,
tomaron a su hijo, hicieron las maletas y se fueron a esa parte
de Oaxaca a poner un pequeño café-galería, les ha pasado de
todo.
– … de la chingada ya te contaré cuando vengas.
– ¿Vengas?
Me pidió que tratara de impedir que la noticia del
crimen se publicará en los medios nacionales, preguntó si
todavía tenía contactos en la Policía Federal porque si el
asunto no se aclaraba pronto iba a significar el acabose para la
zona, no entendí del todo el motivo. Puntualicé que bloquear
información implicaba el reparto generoso de dinero, tanto
como importante fuera el caso y que, por la otra parte, un par
de veces coincidí con un comandante y dos o tres agentes en
33
las bambalinas de actos públicos, lo que no era para
considerarlos mis amigos. No suelo ser muy selectivo con mis
amistades, mi repertorio abarca desde teporochos hasta
bailarinas de cabaret que lo hacen por gusto, pero me
abstengo de ir más allá del saludo con políticos preocupados
por el bienestar del pueblo u honrados uniformados que velan
por la seguridad de la comunidad, siempre que la comunidad
se haga de la vista gorda ante una que otra nada modesta
sustracción a modo de bonificación. Quedé de investigar y
llamarle en cuanto supiera algo.
– … lo más rápido que puedas mi hermano, te juro que tu
ayuda es sumamente importante.
No me atreví a preguntar si de alguna manera estaba
implicado, pese a la frialdad de los tonos en el auricular pude
percibir su preocupación.
Quizá esto era la noticia que buscaba, el asunto
vendible sobre el cual escribir, por lo menos sonaba más
interesante que meterme a revisar miles de papeles para
comprobar el fraude con el puente, noticia que por otro lado
no despertaría mucho interés a no ser que implicara a alguien
de las altas esferas; por el otro lado el asunto petrolero era una
madeja muy difícil de desenredar, en apariencia me la
colocaban en bandeja de plata pero no estaba claro ni el
destinatario ni el beneficiario, esto de los hidrocarburos es
oscuro y espeso, Timotín estaba de suerte. Decidí posponer el
regodeo en la frustración para un día que tuviera mezcal a la
mano, abandoné a su suerte al fraile que alza victorioso el
heladoantorcha con el que ilumina pecadores para que sigan
el camino de su verdad, de cualquier manera es inevitable que
las palomas practiquen puntería anal en su efigie. Tomé del
estante de la cocina la bolsa de minipretzels y del refrigerador
34
una lata de Cocacola, estuve a punto de olvidar anotar Gusano
Rojo en la lista de compras, enfilé entonces a la oficina, es decir
a la recámara que tengo habilitada como tal, busqué la agenda
de hace tres años bajo el tiradero donde estaban los periódicos
de la última semana, cuatro libros que no he terminado de
leer, dos suéteres, el zapato tenis izquierdo que no encontraba
desde enero y medio sándwich de algo indescifrable que se
veía tan verde como el pan, porque el pan también estaba
verde. Tengo que analizar la conveniencia de levantarle a
doña Mode la prohibición de entrar a limpiar mi sancta
sanctorum, el riesgo de que cambie las cosas de lugar no es tan
grave, yo tampoco recuerdo nunca donde las dejo. Recorrí las
hojas onduladas de la agenda, nunca transcribí los datos a la
del año pasado y la que compré para este año está intacta,
bueno no, anoté un par de citas con la dentista y después
olvidé revisarla y fallé ambas veces. Mientras recorría con el
índice el listado, recordaba los senos redonditos de la sádica
que me tiene hasta dos horas con la boca abierta y llena de
fierros, aunque la nuestra es una estricta relación médico-
paciente, no puedo evitar admirar sus glándulas mamarias
cada que se acercan a mi cara, sería como estar frente a Los
girasoles de Van Gogh y negarse a ver el cuadro. Al lado de
cada nombre había números tachados, encimados, corregidos,
prueba de la movilidad de la gente con la que trato. Tras cinco
llamadas supe que la prensa nacional no le había concedido la
menor importancia al asunto, como lo imaginé, una mujer
violada y asesinada sólo engrosaba las estadísticas pero no
vendía ejemplares, consideraban que tampoco había que
preocuparse por la posible reacción de la embajada de los
Estados Unidos, el número de sus ciudadanos asesinados en el
país es más alto de lo que imaginé, pero un buen porcentaje
35
están vinculados al narcotráfico o son prófugos que ya no les
significarán erogaciones en juicios y estancias en prisión.
Cuando, por simple curiosidad, cotejé el caso con una agencia
norteamericana, me enteré de que esto era una bola de nieve,
en unas cuantas horas hasta los periódicos de los poblados
más recónditos de las Montañas Rocallosas y sus noticieros,
aún los de los canales de cable más insignificantes, estarían
recomendando a sus citizens no viajar a Puerto Escondido, lo
que los medios nacionales no habían descubierto, en Estados
Unidos y en Canadá lo supieron desde el primer instante, en
el apellido de la víctima estaba la clave. Para cumplir con la
otra parte de la misión fueron necesarias otras nueve llamadas
telefónicas, me vi obligado a descartar el contacto que
consideraba seguro, al comandante de la federal lo habían
asesinado en la emboscada que le pusieron unos narcos,
hubiera jurado que se llevaba muy bien con ellos, pospuse el
riguroso minuto de silencio para una ocasión más apropiada,
sí, cuando tenga mezcal. Vespasiano, viejo colega, buzo
experto en las aguas turbulentas en el inframundo de la nota
roja, me colocó en la ruta correcta, Osmani, agente policiaco,
un tipo alto, fornido, moreno, de bigote.
– … acuérdate, aquel que dijiste que si no era asesino que
desperdiciada de cara andaba dando.
Lo recordé, la Beretta Taurus nueve milímetros parecía
una prolongación natural de su brazo, una extensión, si nos
ponemos a hacerle caso a MacLuhan. Resultó que tuvo el buen
tino de casarse con la hermana de un alto funcionario o sacó
de un apuro en un burdel a un importante político regional, la
fuente no era muy exacta (días más tarde confirmé que la
segunda versión era la correcta), el caso es que lo nombraron
subdirector de la Policía Judicial Estatal de Oaxaca. Nuevos
36
telefonemas hasta obtener su número, y sí, se acordó de mí el
subdirector.
– Quihúboles mi reportero estrella, qué milagro que te
acuerdas de los pobres, dónde chingados te habías metido…
tras de cuál funcionario trinquetero andas ahora.
No pude evitar una mueca ante lo chabacano del
comentario, pero como eso de los videoteléfonos aún no es
usual el otro no pudo darse por enterado, por mí que roben lo
que quieran, yo busco noticias, no poner al mundo a
salvaguarda de los corruptos, nunca he tenido pretensiones
heróicas. Empecé en el periodismo porque creía que la gente
necesitaba saber la verdad, sigo en el periodismo por la
verdad, en verdad necesito vivir de algo. Fue una suerte que
lo encontrara porque estaba a unos minutos de salir hacia la
costa, en cuanto su asistente terminara de fotocopiar unos
documentos relacionados con el caso, iba, precisamente, para
coordinar las averiguaciones previas de los hechos
lamentables que causaron el deceso de una ciudadana
norteamericana. Nunca dejará de sorprenderme lo rebuscado
del lenguaje de los juzgados, además se enojan si les dices
algo, son tecnicismos, equivalen a la terminología científica
que utilizan los médicos o los matemáticos, dicen los
leguleyos defendiéndose.
– Como bien sabes el asunto es complicado.
– Pues no, no sé nada.
Mentí.
– Es mejor que te cuente todo allá, personalmente..
Se despidió esperando verme en Puerto, segunda
sugerencia en el día para que fuera.
Hice otra llamada de larga distancia, a Timo para
informarle de los resultados, después me pregunto por qué
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me llegan esas cuentas de teléfono.
– Me lleva la tía de las muchachas, de esta no nos salva ni Dios
Padre y lo peor es que no tengo para donde correr, híjole, a lo
mejor, si el caso se aclara rápido los gringos no nos boicotean.
Nos ayudaría mucho que te hicieras el aparecido, para que
vieran que hay interés de la prensa nacional, en serio, esto no
se va a resolver si no se le mete presión. Por qué no vienes
para que te le pegues al perjudicial hasta que apañe a esos
culeros, porque de seguro fueron varios. Que poca madre, es
lo único que nos faltaba, te contaría todo el rosario pero es
muy largo para decírtelo por teléfono, mejor ven, tienes que
ver esto con tus propios ojos, ándale, total nada más estás de
güevón en el Defe.
– Mira lo de Dios Padre es invento cristiano, además a Dios no
se le ha visto salvando a nadie desde hace unos tres mil años y
acostumbra cobrar bastante caro por los favores, los judíos lo
sabemos bien. Por lo que me toca, gracias, no me imaginaba
que tuvieras tan buena opinión de mí.
– No seas mamerto Ramiro, ahora no te hagas el ofendido, a ti
de judío no te queda ni la sombra, tu asiento en la sinagoga lo
pusieron en subasta hace como veinte años, acuérdate la vez
que te descubrí comiendo tacos de maciza de cerdo con
cueritos, para colmo de chingaderas en pleno Shabat, nomás te
faltó echarles crema, en la cara de satisfacción que tenías se
notaba el tamañote del pecado. Relájate mi hermano, la pinche
ciudad te tiene menso, digo, perdón, perdón, te tiene tenso, si
vienes me echas la mano y de paso tomas unas vacaciones,
mira ya pavimentaron la carretera de Sola de Vega, puedes
venir por ahí o por Miahuatlán.
La idea cada vez tenía más sentido, la carretera de
Miahuatlán me gusta porque cuando inicia el descenso hacia
38
el océano quedas rodeado por la selva baja, sumergido en ese
mar inmenso que parece reunir todos los tonos de verde,
aunque por desgracia es tan angosta e intrincada que no hay
un lugar para detenerse a disfrutar un rato de la vista y del
concierto que se arma con los sonidos de cientos de miles de
animales, el inigualable coro de la naturaleza.
– También está la ruta por Acapulco, pero no tomes la
desviación de Tierra Colorada, tampoco pases de noche por
Cuajinicuilapa, porque asaltan a cada rato, hay mucho
méndigo cuatrero por ahí. Ándale, nada más vas a gastar en la
gasolina y las casetas, me hago cargo del hospedaje, de las
comidas, no, no abuses, del alcohol no, ustedes los periodistas
chupan como cosacos. De tanto desmadre que les toca ver no
les queda más que agarrar a la botella en calidad de terapeuta.
Ándale, no te hagas si tú fuiste el primero que me habló de
venir a este lugar, es un favor que te pido. No, no me vengas
con jaladas existenciales, ¿cuál paraíso perdido? No mames, si
tú mismo dijiste que los paraísos son como la felicidad,
momentáneos, volátiles, escurridizos. Está bien, está bien, lo
que tu dijiste fue efímeros e inatrapables, corresponden a un
instante… de acuerdo, a un encuadre, ya ves, ni para que
niegues la autoría de la frase. Mira, imagínate que estás
botado en la arena con un gin and tonic en la mano, sin hacer
otra cosa que contemplar el romper de las olas, sobre ti las
gaviotas hacen acrobacias aéreas para agandallarle a los
pelícanos los peces cerca de la superficie y en ese instante,
como si no bastara, aparece una mujer morena que camina
descalza por la espuma del agua en la orilla, flota, levita,
ondula el cuerpo con la larga cabellera negra al viento, los
senos firmes al aire, la cintura tan breve que parece suspiro y
una tanga que realza la frondosidad rotunda de sus nalgas.
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Ahí mismo, a cuatro metros de ti una francesa mienta madres
en cuatro idiomas porque algún oportuno se robó su
pasaporte y sus traveler checks, ¿crees que ella va a compartir
tu percepción del paraíso? Ya no seas gacho, no te hagas del
rogar Ramiro.
Tuve que reconocer que la cercanía del mar había
obrado maravillas en el lenguaje de Timotowsky, quizá en
medio de la crisis le dio por leer los libros que vendía;
mientras buscaba nuevos pretextos para no ir recordé que la
llamada la pagaba yo y mejor acepté, además esa visión que
narró de la mujer morena prometía.
A las diez de la mañana del martes llevaba tres horas
escuchando el ronroneo del motor del sedancito Volkswagen
haciéndole segunda a Teresa Salgueiro, voz pura que vibra
fados al unísono de las cuerdas de las guitarras de Madredeus,
con humildad extrema me dejaba rebasar hasta por los
autobuses de velocidad controlada, estaba muy ocupado en
subir y bajar las escaleras de Lisboa con Win Wenders, creía
haber percibido como el dulce aroma del oporto flotaba en el
ambiente, algún día tendré que ir a buscar la tumba de
Ricardo Reis, para rendirle homenaje. ¿Estará junto a la de
Fernando Pessoa o la habrán colocado en la antípoda? Con
Serrat el escarabajo también participó gustoso, el ronroneo del
motor le hizo coro a los dos lados de la cinta, en la del Romance
de Curro el Palmo sí, de plano se emocionó, creí que lo había
forzado en la subida, pero no, así hace el autito cuando una
canción le gusta. En el momento en el que lamentaba haber
olvidado las cintas de los Fabulosos Cadillacs recordé unas que
estaban sin estrenar, en la guantera, hacía quince días que me
las habían regalado los de Pentagrama, el de Amparo Ochoa
40
soberbio, como su voz, sobre todo por esa versión de El Barzón
que me erizó la piel tanto como el día que la escuché en el
viejo radio que tenían los compas de la tienda Los alzados en La
Realidad, en Chiapas. Lamenté que no hubiera nadie en el
asiento de al lado para comentar el asunto, hay cosas que son
para platicarlas con alguien y el volchito luego no me hace
caso. Las canciones de Baltasar Velasco y Los Chileneros de la
Costa me ambientaron con ese ritmo que valsea y se acelera
alternativamente en las chilenas, la música que arraigaron en
las costas de Oaxaca y Guerrero los negros y mulatos que se
salvaban de los naufragios o que saltaban por la borda de los
barcos cuando los llevaban desde Chile y Perú hacia
California, mano de obra contratada para tender las vías del
ferrocarril del oeste durante la segunda mitad del siglo XIX y
principios del XX, esclavismo disfrazado que perdura, aunque
ahora no los llevan, se van por su propio pie. Que quede claro
que tampoco lo hacen por gusto.
Es extraña la manera como ocurren las cosas, pensaba
hilando fino mientras avanzaba sin prisa por la autopista, a
veces hacen algo para fastidiarte y el tiempo y las
circunstancias se ponen de acuerdo para ayudar a transformar
en triunfos esas derrotas, lo que no te obliga a darle las gracias
a quienes tuvieron tan perversas intenciones. En los setentas
llegaron varias oleadas de refugiados políticos sudamericanos
que enriquecieron la vida cultural de México tanto como
cuando arribaron los republicanos españoles en los treintas,
entre los que venían de Argentina llegaron Modesto y Martha,
quienes en lugar de engrosar las filas de la cátedra
universitaria, como muchos en aquellos tiempos, pusieron una
pequeña editora de música. Cuando la tormenta amainó
descubrieron que ya no querían irse, estaban enamorados de
41
la música mexicana, esa que se defiende de la invasión
comercial atrincherada en lo alto de los cerros, en las
rancherías alejadas a las que se llega por caminos sin
pavimentar, entre los manglares escondida con los cocodrilos,
en los jacales olvidados a orillas del desierto, en los bares
malolientes de los barrios bravos. Ahí van grabadora y cámara
en mano, solidarios con estos músicos, con sus comunidades
en resistencia, en esta forma intuitiva y un tanto primitiva de
resistencia. Con los pocos pesos que sacan de algún disquito
por aquí o un festival por allá, han recopilado un acervo de
ritmos regionales y cantos que ya quisiera la arqueoburocracia
gubernamental, cuya misión oficial, se supone, es
salvaguardar nuestra identidad, lamenté de nuevo no tener
público para tan excelsa disertación, ya colaría el asunto en
algún reportaje.
Decidí irme por Oaxaca para pasar a almorzar una sopa
de guías a La casa de la abuela aunque también podría ser un
chichilo en El vasco, con la carretera de Sola de Vega
pavimentada serían unas cuatro horas más, creía… a las once
de la noche furioso, sudado, cubierto de polvo y cansado,
transité entre las primeras casas del puerto, de hecho los
primeros burdeles, lo cual sería una buena manera de que te
dieran la bienvenida a cualquier lugar si no fuera porque estos
son verdaderas mazmorras de mala muerte donde hasta los
suboficiales de las brigadas élite del ejército se sienten
intimidados, a pesar de ser los más malditos de cuantos
desalmados se conozcan por el rumbo. El primer tramo de
carretera desde Oaxaca, entre Zimatlán y Santa María
Ayoquezco, es una larga recta que sube y baja suaves colinas,
donde podría haber llevado una buena velocidad si no
estuviera llena de baches, después de Sola de Vega las curvas,
42
los voladeros, los derrumbes, esperé en el primero a que
retiraran las rocas desprendidas de la ladera, pasé, llegué al
segundo derrumbe, otra vez a aguardar a que el Caterpillar
terminara de retirar las piedras y la tierra y así, seis veces, en
cada espera platiqué con diferentes grupos de peregrinos que
iban al santuario de la Virgen de Juquila, muy milagrosa
según cuentan. Aprovechaban las escalas forzadas para bajar a
estirar las piernas y vaciar la vejiga porque viajan apiñados en
las plataformas de camiones de carga, cada año uno o dos
vehículos se despeñan en alguno de los desfiladeros, la
ofrenda de vidas adquiere tintes prehispánicos. Un campesino
tlaxcalteca, bigotón, de panza tan abultada que casi reventaba
la camisa de cuadritos, se indignó ante mi observación de que
tanto problema para llegar podría significar que a la virgencita
no le gustan las visitas. Confían en que la magnitud de las
complicaciones implícitas en el trayecto que recorren para
presentar el cumplido, es directamente proporcional a las
posibilidades de que se realice el milagro encomendado,
podríamos llamarlo teorema de la resignación o teorema
peregrino. Me contó uno de los conductores que la carretera la
habían terminado seis meses atrás, pero antes que el
Gobernador tuviera espacio en su agenda, para inaugurarla,
arribó la tormenta tropical Olaf, diez días después, en octubre,
el huracán Paulina y en noviembre el huracán Rick, en enero,
para colmo, hubo un terremoto que derribó lo que se había
aflojado con tanta agüita. El resultado lo recorrí ese día, nueve
horas desde Oaxaca más las seis desde la ciudad de México.
A pesar del agotamiento, al llegar hice una escala en el
Barfly, para saludar rápido a Beto, un chilango que pasa las
temporadas bajas de turismo como camarógrafo de
43
comerciales de televisión y durante las altas regresa a
desvelarse todas las noches atendiendo gargantas ávidas de
diversión, les aplica una combinación ecléctica de música y
alcohol de la que por lo general no hay quejas, fui recibido con
el riguroso donají de bienvenida, engañosa mezcla de mezcal,
hielo frapé, jugo de mandarina y jarabe de granadina en un
vaso escarchado con sal de gusano y chile en polvo, tres copas
de este coctel y al otro día quieres que te arranquen la cabeza.
El verdadero peligro es reunir mezcal y hielo en el mismo
vaso, alguna química extraña ocurre, por eso el mezcalito es
mejor tomarlo a su aire, solo, a la temperatura ambiente. Más
tarde localicé a Timoteo en Un tigre azul.
– Vaya nombre para tu negocio.
– No fui yo, fue idea de mi mujer, bueno casi exmujer, no,
espérate, ya me hice bolas. Ella sigue siendo mujer, no hay
ningún indicio de que quiera cambiar de sexo, pero también
hay señas indudables de que su actual marido, o sea yo, la
tiene harta, después platicaremos de eso.
El lugar ocupaba parte de una construcción de tres
niveles, con dos entradas, en el de abajo, un semisótano,
estaba una peña de música latinoamericana y en los otros dos
el café-galería, la galería de arte en el piso medio y el café en la
terraza del último nivel, con techo de palma, vista a la bahía y
al adoquín, nombre que le dan a la calle principal de la zona
turística del Puerto. Pasado el saludo le menté la madre por
recomendarme una carretera destrozada, la retahíla abarcó la
mayor parte de los pormenores y padecimientos del viaje,
mientras Timón escuchaba entre perplejo y sonriente. Le
advertí que en ese momento no quería saber nada del asunto
del crimen, antes necesitaba bañarme y descansar, sacarme de
la cabeza el sonido del motor era una necesidad que pesaba
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más que el interés por conocer al detalle lo del asesinato, vana
esperanza, había faltado uno de los empleados y él estaba de
barman, tampoco me había reservado habitación en ningún
hotel, no tenía caso gastar, me quedaría en su casa, ahí había
espacio de sobra, aunque la ruta para llegar era complicada,
sobre todo de noche. Por fortuna colgaba una hamaca en la
terraza, cené un emparedado de trozos de quesillo, jitomate y
albahaca rociado con generosidad con aceite de oliva, vinagre
balsámico y perfumada pimienta, lo bajé con dos cervezas
bien frías, me recosté escuchando No woman no cry, de Bob
Marley, sobre el fondo de las olas lamiendo la arena de la
playa. Sólo un jamaiquino, un auténtico rastafari de la isla,
pudo lograr esa conjunción rítmica, el sonido del reggae y el
del mar se complementan, se integran en un todo armónico,
por eso al reggae le falta algo cuando se escucha en el
altiplano, pensaba en eso cuando me venció el cansancio. A las
tres de la mañana me despertaron.
– Ahora sí ya nos podemos ir.
– Muy bien, ¿aún tienes el Topaz gris?
– Lo vendí, te dije que los negocios no marchan, vámonos en
tu volcho, por hoy me ahorro lo del taxi.
A pesar de lo que se queja, Timoto mantiene el estilo,
impecable guayabera de algodón, de manga larga, pantalón
de lino, babuchas marroquíes de piel de cordero, donde sí se
notaba el cambio era en el reloj, no portaba más el Rolex de
oro, un Omega de acero se esforzaba por dar dignidad a su
muñeca. Recorrimos unas cuantas calles pavimentadas,
seguimos por un sendero de tierra compactada hasta la orilla
de un acantilado, el de la playa Carrizalillo, según supe
después; en medio de bambúes, mangos, limoneros, guajes y
una inmensidad de plantas se adivinaba un tejado en la
45
oscuridad, era una casa amplia, fresca, cómoda, con hamaca
en el porche, adonde llegaba amortiguado el sonido de las olas
que chocaban treinta metros abajo, pretendí dormir afuera, me
recordó la ferocidad de los mosquitos y estuve de acuerdo, no
hay como una cama con mosquitero.
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III La vida y la muerte pasadas por agua
A las seis quince de la mañana del nueve de octubre el
sol irrumpió por la ventana, ninguno de los dos se había
acordado de cerrar las cortinas, Timoteo percibió la intensidad
de la luz en la cara, abrió los ojos con la sensación de estar
viviendo algo irreal, le dolían los brazos y la espalda, el ajetreo
de la noche anterior no era lo mejor para un cuerpo de más de
cien kilos; en la misma cama dormían aún Sofía y Sebastián,
Sebas, en un momento de cordura decidieron no continuar en
su hijo la tradición familiar de fastidiar al primogénito con el
nombre del padre. Se levantó con pesadez a jalar el cordel
hasta que sintió el leve choque de ambas cortinas al
encontrarse, la gruesa tela metalizada cubrió por completo la
ventana para que la claridad no les molestara, caminó hacia la
cama y se sentó en la orilla del colchón, con los codos sobre las
rodillas, la cara encajada en las palmas de las manos. ¿Dónde
estaban? ¿Qué demonios hacían allí?
Hasta un mes atrás todo parecía ser la vida de
vacaciones permanentes que habían imaginado, por las
mañanas llevaban a su hijo al jardín de niños, regresaban a
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desayunar con calma, iban a la playa a asolearse y leer o en
casa Sofía se ponía a pintar mientras él arreglaba ese jardín
que le fascinaba, limoneros, árboles de mango, mandarinas
reina, naranjos, palmeras de cocos de agua, almendros, guajes,
bugambilias y un muro de bambú donde se guarecía una
serpiente coralillo a la que jamás logró atrapar; a la una
recogían a Sebas en el colegio para llevarlo al club de playa a
jugar, la resbaladilla, el subibaja, los columpios, la alberca, ese
escuincle era incansable. A las cuatro en punto arribaban al
negocio donde Flavio, plomero italiano habilitado de chef-
barman, tenía lista la comida, les encantaba la frescura de la
cocina mediterránea. A las cinco abrían para atender a los
turistas que compraban cuadros o libros o que se instalaban en
el café en la terraza de la planta alta, con frecuencia a las diez
de la noche se le acababa por fin la cuerda al niño latoso y
Sofía lo llevaba a casa, Timoteo llegaba a dormir entre la una y
las cuatro de la mañana, según hubiera clientes, no iban en
camino de amasar una fortuna pero tenían lo suficiente para
vivir tranquilos. Esa había sido su rutina hasta el veintiocho
de septiembre cuando en plena tarde los sorprendió la
tormenta tropical Olaf, el aviso fue sonoro, como todos los
avisos que se respeten, una taza de capuchino voló impulsada
por el viento desde una mesa para estrellarse a tres metros de
distancia, Flavio, Timoteo y Sofía estaban tan atónitos como el
parroquiano holandés que acababa de dejar el recipiente sobre
el plato y lo vio salir despedido, tuvieron que refugiarse abajo,
en la galería, donde veían como a medida que oscurecía crecía
el río de lodo con piedras y basura que inundaba la calle, era
imposible que alguien pudiera irse a su hotel en esas
condiciones. Bajaron algunas mesas, como el flujo de energía
eléctrica se interrumpió desde el principio, encendieron velas
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decorativas de las que tenían en venta, prepararon café en la
estufa de gas con las cafeteras de moka para que el aromático
líquido ayudara a calmar la angustia de todos, una proeza del
barman que subía y bajaba resistiendo la lluvia que pegaba
casi horizontal en la techada terraza. Alrededor de las once de
la noche pudieron salir, el adoquín estaba cubierto por una
capa de barro de treinta centímetros de espesor del que
sobresalían rocas, ladrillos, ramas, hojas de palma y basura,
mucha basura, comerciantes vecinos y turistas luchaban con
palas, palos y las manos para desatascar sus vehículos, como
de costumbre ellos habían llevado la camioneta Jeep Wagoneer
y el Ford, debido a que nunca regresaban juntos a casa.
Colocaron los candados de la doble tracción y sacaron la
camioneta con relativa facilidad, después engancharon el auto
a la camioneta, en cuanto Sofía pudo irse Timoteo y Flavio
ayudaron a otras personas a sacar sus automóviles del lodazal,
tras tres horas de faena tuvieron que pasarles gasolina de otro
automóvil para poder continuar con el arrastre, terminaron a
las dos de la mañana.
Al día siguiente regresó la calma, consideraron que una
buena anécdota para contar a sus amigos.
Semana y media después, el ocho de octubre, cuando
llegaron a dejar a su hijo en la escuela encontraron a las
maestras en la puerta, se suspendían las clases por la amenaza
de huracán, en lugar de regresar a la casa se dirigieron al
negocio, ninguno de los vecinos se veía preocupado. Enrique,
el propietario de La Posada del Tiburón, se burló, en los quince
años que llevaba en Puerto Escondido nunca había visto un
huracán, aquí no entran afirmó contundente, Clodoaldo y
Yolanda, de la tienda de abarrotes ubicada enfrente, les
dijeron que hubo uno a finales de los años cincuenta pero no
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recordaban que hubiera sido grave, y sí, no tendrían por qué
recordarlo, puesto que ella tenía ocho años y vivía en el valle
de Oaxaca, a trescientos kilómetros de distancia y él había
acompañado a su papá a Cuicatlán, aún más lejos, para
comprar frutas para su puesto del mercado, según se aclaró
días después. Total que decidieron no alarmarse y fueron a
encargar la madera que necesitaban para unos arreglos del
negocio, al regresar del aserradero vieron a brigadistas del
ejército y a la policía naval que ayudaban a los pescadores a
colocar a resguardo las lanchas en la calle que bordea la playa,
los motores fuera de borda habían sido desmontados y
guardados en bodegas, comprendieron que la cosa iba en
serio. Descolgaron todos los cuadros, guardaron los libros en
cajas y las apilaron junto con el mobiliario al lado de las
paredes que quedaban alejadas de las ventanas, por el clima
habitual de esa zona las ventanas eran simples lumbreras con
barrotes metálicos de protección, sin cristales, en la planta alta
desmontaron el equipo de sonido e hicieron una especie de
barricada con mesas y sillas, desconectaron el gas y todos los
aparatos eléctricos, pusieron en apagado los interruptores
maestros, revisaron varias veces antes de irse, en su casa
colocaron líneas cruzadas de cinta adhesiva para empaque en
los cristales de las ventanas como precaución, para que la
presión del viento no los hiciera volar en mil pedazos,
metieron a la casa los muebles de jardín y encendieron el
aparato de radio, solo entonces recordaron que las copas,
vasos y botellas de licor se habían quedado en la contrabarra,
se encogieron de hombros, era arriesgado regresar. A las
cuatro de la tarde en la radio informaban que desde las tres no
tenían comunicación con Bahías de Huatulco, el centro
turístico ubicado ciento veinte kilómetros al sur, escucharon
51
cuando el capitán de puerto solicitaba un teléfono celular
prestado porque su radio-receptor de corta frecuencia se había
dañado, tras un año de vivir en el lugar apenas venía a
enterarse el oficial que en la costa no había aun servicio de
telefonía móvil, no alcanzaron a reírse, se cortó la señal, todo
se volvió lluvia, truenos, sonido de árboles que crujían, ramas
arrancadas y un silbido ensordecedor, el intenso ulular de las
ráfagas de viento, se asomaron al jardín, la visibilidad era de
menos de un metro. Se dieron cuenta que el agua penetraba
por las canaletas de aluminio de las ventanas corredizas,
enrollaron trapos para colocarlos como empaque pero el agua
seguía entrando, la casa se inundaba, buscaron jergas y toallas,
absorbían con las telas el agua y las exprimían en las cubetas,
en ollas, en tinas, en todos los recipientes que encontraron,
porque por el drenaje el agua ya no se iba, por fortuna,
comentaron, la conexión al sistema de cañerías tenía una
trampa de contención, de lo contrario hubieran empezado a
fluir en sentido contrario las aguas negras y la inundación
hubiera sido incontrolable. No tuvieron tiempo de tener
miedo, no había forma de detenerse, así estuvieron más de
seis horas hasta que sintieron que la fuerza del viento y el
agua disminuyó o hasta que el cansancio les hizo creer eso.
Antes de caer rendidos sobre una de las camas, con los trapos
improvisaron canales que conducían el agua a la atarjea de
uno de los baños, con la esperanza de que en algún momento
se drenara, durmieron profundamente.
La historia del huracán Paulina es de aquellas que les
encantan a los fanáticos del efecto mariposa, una acción
inocente, en apariencia, desencadena una serie de efectos
cuyas consecuencias se vivirán a miles de kilómetros de
52
distancia. Quizá el origen esté en la pinchadura de la llanta
izquierda trasera de uno de los autos participantes en el rally
Paris-Dakar, aunque eso es demasiado especular, en las
bitácoras meteorológicas lo asentado como inicio fue una leve
corriente de viento cálido que se formó en la costa atlántica de
África a la altura de Mauritania, a finales de septiembre,
atravesó el océano en una ruta ondulante y frente a la costa
atlántica de Colombia se dividió en dos, una parte cruzó por
Panamá hacia el Océano Pacifico y ascendió en dirección
noroeste bordeando Centroamérica, la otra cruzó el Mar
Caribe y llegó al Golfo de México, viró al Pacífico por el Istmo
de Tehuantepec y a ochocientas millas náuticas del Golfo del
mismo nombre se encontró de nuevo con la corriente
hermana, cuando volvieron a unirse se transformaron en una
depresión tropical, su fuerza se incrementó por el fenómeno
del Niño (la elevación de la temperatura del agua que
incrementa el nivel del mar al provocar el deshielo de los
círculos polares, la cual a su vez es resultado del
calentamiento global del planeta, debido a la concentración
de gases de efecto invernadero en la atmósfera, provenientes
de las emanaciones industriales no controladas, del uso
indiscriminado de vehículos que utilizan combustible fósil, de
la acumulación de metano provocada por las defecciones de
miles de millones de vacas y cerdos, de los millones de
sistemas de refrigeración y clima artificial, en suma, de la
negativa de algunos países desarrollados a asumir el Protocolo
de Kyoto, sería detener la marcha del progreso, afirman los
preocupados políticos), surgió así la tormenta tropical Paulina.
Avanzó en dirección sureste amenazando a Chiapas y el norte
de Guatemala, pero al acercarse a la costa, frente al Mar
Muerto, el de Chiapas, chocó con otra corriente cálida que
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venía ascendiendo desde el sur del continente, lo que provocó
el cambio de dirección hacia el noroeste. Se convirtió en
huracán de nivel cuatro y penetró a tierra por las Bahías de
Huatulco, el ocho de octubre, poco después de mediodía, con
vientos de ciento setenta kilómetros por hora, en el avance
incrementó su fuerza, arrasó decenas de poblaciones costeras:
Puerto Ángel, Zipolite, Mazunte, Puerto Escondido, Manial-
tepec, Río Grande. Causó también estragos en las montañas,
en Santa María Huatulco, Pochutla, San Agustín Loxicha,
Santa María Colotepec, San Gabriel Mixtepec, San Pedro
Mixtepec, Juquila, San Pedro Tututepec, Jamiltepec y cientos
de pequeños villorrios. Regresó a mar abierto entre Chacahua
y Corralero, los daños abarcaban una superficie mayor que la
de Israel y Líbano juntos, parecía que el meteoro se alejaría en
dirección oeste perdiendo potencia, pero volvió a encontrarse
con el fenómeno del Niño en el océano y cobró más fuerza aún,
hasta llegar al nivel cinco, el máximo en la escala de este tipo
de fenómenos. Su nuevo derrotero lo llevó al anochecer sobre
Acapulco, uno de los principales puertos turísticos del mundo
sufrió el peor daño de su historia, la fuerza del Paulina
rebasaba los doscientos kilómetros por hora. En la primera
hora del día nueve empezó a amainar, su velocidad se redujo,
se enfrentó a las altas montañas de la Sierra Madre Occidental
y para las doce horas era una tormenta tropical de menos de
cien kilómetros por hora; Ixtapa Zihuatajeno y las costas de
Michoacán, Colima y Jalisco recibieron una lluvia intensa que
amortiguó por unas horas el agobiante calor que padecían
pobladores y vacacionistas.
Cuando la humedad en los pies se le hizo molesta
Timoteo se incorporó, comprobó que casi toda el agua había
escurrido hacia la alcantarilla, únicamente brillaban pequeños
54
charcos en algunos desniveles del piso, en la cocina quedó
asombrado, era imposible acceder a la parte trasera del jardín
por esa puerta, parecía que un gigante hubiera arrancado la
enorme bugambilia para estrujarla entre sus manos y arrojarla
contra el quicio, sobre los restos de la planta habían caído
grandes ramas del árbol de mango, la escena le recordó la
película Jumanji, ante la idea trató de reír y casi revienta en
llanto. Revisó la entrada del frente, el porche la había
protegido, el resto del jardín era un desastre de árboles caídos,
ramas arrancadas, todo era como un nido, un enorme nido de
aves, descubrió entonces que un almendro había quedado
inclinado, pendía peligrosamente a cincuenta centímetros del
techo de la recámara donde durmieron, tomó de la cocina el
machete que utilizaba para partir cocos y lo empuñó con un
aire digno de Indiana Jones, aunque para aventurero estaba
un tanto cachetón. Caminó entre la vegetación hasta llegar al
almendro, por suerte la mayor parte de la raíz seguía
enterrada, no había riesgo inmediato.
Sofía y Sebastián despertaron cerca de las nueve,
desayunaron cereal con leche, secaron todo el interior,
arrojaron el agua de los recipientes a lo que había quedado del
jardín y abordaron la camioneta, les urgía saber cómo estaba
su negocio, no pudieron avanzar mucho, a una cuadra de
distancia la calle que descendía hacia la playa Carrizalillo
había desaparecido, el agua la había escarbado hasta
convertirla en un canal de lecho fangoso de más de un metro
de profundidad, ni con la doble tracción podrían pasar.
Regresaron la camioneta a la casa, decidieron caminar, en el
trayecto vieron que la mayor parte de las casas tenían daños
considerables, las calles estaban obstruidas en bastantes
tramos por postes derrumbados, cables de electricidad, de
55
teléfono, ramas, animales muertos, pedazos de lámina de
cartón o de zinc de los techos de las viviendas de la gente
pobre, en algunas partes se veían restos de camas, estufas y
otros muebles atrapados en el lodo. En el adoquín el nivel de
la calle había subido en promedio un metro, una masa de
barro cubría todo, estaba lleno de escombros; el viento había
arrancado más de la mitad de la palma del techo de la terraza
de su negocio, pero la estructura de madera de mangle estaba
completa, los cuadros y cajas que protegieron tras la pared de
ladrillo estaban intactos, pero los que estaban tras la pared de
madera no, la fuerza de las ráfagas había derribado por
completo el muro con todo y bastidor, una buena cantidad de
cuadros, fotografías de autor y libros, de arte la mayoría,
estaban irremediablemente perdidos. En la planta alta parecía
que las mesas y sillas habían sido aventadas de un lado a otro,
algunas iban a necesitar repararse, en su mayoría tenían el
aspecto de años de desgaste aunque menos de seis meses
antes Sofía y un par de amigos las habían pintado, cada mesa
era un cuadro, una obra cuyo motivo se repetía en los
respaldos de los asientos, el cuidado con el que habían ido
armando su pequeño lugar incrementaba el dolor al ver los
destrozos. Voltearon hacia la contrabarra, estaba intacta,
vasos, copas y botellas en su lugar, no había una sola pieza
rota, parecía una broma.
Al poco rato llegó Hans, biólogo alemán que de cliente
habitual se hizo su amigo, lo acompañaban Enrico y Silvana,
una pareja de italianos, al despertar habían descubierto su
situación de miseria, los cajeros automáticos no funcionaban,
los bancos estaban cerrados, ellos tenían hambre y no había
manera de obtener dinero de sus tarjetas. Cuando estaban
vaciando los refrigeradores llegaron Flavio y Juana, una de las
56
dos ayudantes, Margarita, la otra, se había ido a San Pedro
Mixtepec la mañana anterior, tardaría tres días en poder
regresar. Conectaron el gas y prepararon la comida, había
noticias de que el huracán había derrumbado todas las torres
de soporte de las líneas de alta tensión desde Huatulco hasta
Acapulco, concluyeron que pasarían meses para que volvieran
a tener servicio de energía eléctrica.
Mientras Flavio y Juana cocinaban los demás sacaban el
agua estancada, limpiaban los muebles, ponían un poco de
orden en el lugar. Al atardecer, en la sobremesa de un
banquete memorable, cada cual narraba lo que había visto o
escuchado. Enrique, quien nunca creyó que fuera a pasar algo
grave, fue sorprendido por el Paulina cuando todavía atendía
clientes, ya no pudieron salir a buscar refugio, diecinueve
personas pasaron quince horas amontonadas en los únicos
espacios cerrados de su restaurante, la cocina y los baños.
Parte de un hotel estaba derrumbado, su propietario,
valiéndose de influencias y sobornos, había construido el
edificio a la orilla de un acantilado, en el área destinada para
un jardín público, el que hizo la planeación original tenía
razón, las raíces de los árboles hubieran ayudado a retener la
tierra y absorber el exceso de humedad, la piedra y el concreto
no tenían esas propiedades, habitaciones completas se fueron
al mar, por fortuna sin huéspedes. Un edificio cercano quedó
con la cimentación al descubierto, suspendida en parte a
medio metro del piso, el agua había arrastrado la tierra en la
que estaba encajada, a dos mil años de distancia los
constructores insisten en no hacer caso de la parábola bíblica
que habla de las bondades de construir sobre roca y de las
desventajas de hacerlo sobre arena, lo cual en este caso hay
que aplicar de manera literal, sin interpretaciones cabalísticas.
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Ryan y Martha, una pareja italo-mexicana, cometieron la
imprudencia de irse a lo alto de la colina a ver el espectáculo,
creyeron que sería como estar en el autocinema, cuando se
dieron cuenta de la magnitud de lo que ocurría quisieron
regresar a casa, demasiado tarde, su gastada camioneta
Volkswagen Combi fue arrastrada por una riada hasta que,
afortunadamente, se atascó en el lodo, pasaron la tarde y la
noche ateridos, empapados, viendo como el agua se metía al
vehículo y temiendo ser arrastrados en cualquier momento
por la fuerza del torrente. Por muchas calles era imposible
transitar, miles de personas quedaron sin techo, sin muebles,
sin comida.
Al quinto día apareció Fermín Guardiola, el huracán lo
atrapó cuando regresaba de San José del Pacífico, en lo alto de
la montaña, venía en un camión de pasajeros, de los llamados
guajoloteros, porque los utiliza gente del campo que va a las
poblaciones grandes a vender lo que producen, llevan con
ellos costales de maíz, canastas de frutas, hierbas, gallinas o
guajolotes, de regreso transportan a sus casas lo que no crece
en el campo, aceite, sardinas enlatadas, jabón para ropa,
herramientas. Fermín había llevado a tres italianos al
hongotour en San José, en esa zona de alta humedad se dan
bien un par de variedades de hongos alucinógenos durante
casi todo el año, por lo que se ha convertido en una aceptable
fuente de ingresos para chamanes y posaderos, todos los días
llegan pequeños grupos de jóvenes y no tan jóvenes, con sus
libros de Carlos Castaneda en la mochila y deseos inmensos
de tener experiencias trascendentes. Guardiola suele hacerse el
remolón cada que alguien le pide que lo guíe a la montaña,
pero además de los ingresos extra que eso le representa le
encanta descubrir una y otra vez su yo interior, lleva años en
58
esa dinámica de autodescubrimiento periódico.
Cuando todo empezó el conductor buscó refugio junto
a un muro de contención, estuvieron desde las tres de la tarde
hasta el amanecer del día siguiente dentro del autobús,
escuchaban con temor la fuerza del viento, los mojaba todo el
tiempo la lluvia torrencial que entraba por las ventanas, rotas
o no, sentían que con cada rama o piedra que caía en el
capacete les llegaba el fin; a la mañana siguiente, cuando salió
el sol, descubrieron que la carretera estaba cortada por los dos
lados, no pudieron avanzar ni retroceder, por intuición o
experiencia el conductor aparcó en el lugar correcto, ese era
uno de los tramos de carretera que resistieron la embestida del
agua, menos de sesenta metros. La mayoría prefirió quedarse
ahí a esperar ayuda. ¿Hasta cuándo? Fermín explicó la
situación a sus tres amigos, dos mujeres y un hombre,
prefirieron caminar. En varios lugares encontraron la carretera
cortada de tajo, la fuerza del agua arrasó todo lo que encontró
a su paso, incluida la carpeta asfáltica, a veces podían
descender para trepar a la carretera de nuevo, al otro lado, en
otras ocasiones la profundidad era de más de diez metros y
había que regresar hasta encontrar una vereda para rodear el
derrumbe, se perdieron varias veces, los pocos lugareños que
encontraban no podían ayudarlos porque la geografía había
cambiado, los arroyos tenían nuevos cauces, las rocas y
grandes árboles que servían de referencia se habían
desprendido, sin contar con que todos tenían sus propias
preocupaciones, que eran muchas. Por el camino vieron vacas,
venados, cerdos y caballos muertos, supieron de familias que
fueron arrastradas con todo y casa por la crecida del agua,
pocas personas podían venderles comida, se les acabó el agua,
la de los riachuelos y aguajes estaba turbia, contaminada por
59
los cadáveres de animales ahogados, con ampollas en los pies
y raspones en las piernas y brazos descendieron más de ciento
cincuenta kilómetros entre las montañas, procuraban
mantenerse en la ruta de la carretera, la única referencia
confiable a pesar de ser la vía más larga, en épocas normales
las veredas y los caminos de herradura les hubieran ahorrado
muchas horas a los caminantes, pero dadas las circunstancias
era demasiado arriesgado tratar de utilizar atajos. El cuarto
día, al anochecer, reconocieron el aspecto del pueblo por el
que caminaban, estaban en Pochutla, por fin habían llegado a
la parte baja cercana a la costa. En la ruta habían cambiado sus
pocos pesos y dólares por tortillas duras, frijoles acedos, algún
pan. Aquí había tiendas abiertas pero ya no tenían dinero en
efectivo, los cheques de viajero y las tarjetas de crédito
demostraron su fragilidad ante situaciones de emergencia, sin
energía eléctrica no hay cajeros automáticos y tampoco
funcionan las sucursales bancarias. Empezaban a mendigar
para poder llevarse algo a la boca, cuando les dijeron que la
escuela funcionaba como albergue, ahí les dieron sopa
caliente, pan, fruta y agua potable, a cada uno le entregaron
una colchoneta para dormir, pero estaban llenas de pulgas,
prefirieron acostarse directo sobre el piso, aunque de mala
manera, entre el agotamiento y la angustia no lograban
acomodarse. Los baños eran un verdadero asco, derramados
por todas partes, en la oscuridad tuvieron que ubicar un
matorral que les brindara un mínimo de intimidad, aun con el
riesgo que eso implicaba, era preferible un probable piquete
de alacrán a una infección segura, por lo menos aún tenían un
rollo de papel higiénico en una de las mochilas. A la mañana
siguiente consiguieron transporte en dirección a Puerto
Escondido, apenas iniciado el recorrido llegaron a un puente
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destruido, agradecieron la ayuda al conductor del vehículo,
descendieron a la corriente de agua, subieron del otro lado, a
poco de caminar les hicieron cupo en una camioneta, así otras
cuatro veces para cubrir los setenta kilómetros de distancia, el
último trayecto lo realizaron en un camión de la Cruz Roja,
los socorristas les regalaron botellas de agua, comida enlatada
y pastillas para la disentería, por si acaso. Pese a los momentos
cómicos del relato, Guardiola se veía abatido.
La palapa semidesnuda de Un tigre azul adquirió cierto
encanto, por las noches se reunían bajo las estrellas algunos
turistas que se negaban a partir, personal de la Cruz Roja y
habituales del lugar, alumbrados con velas y aligerados con
cervezas enfriadas a medias en cubetas (la fábrica de hielo
tenia aún reservas en varias cámaras herméticas que abrían de
una en una, cada día), armaban tertulias donde a falta de
música o televisión la charla renacía. En la mesa del rincón
uno de los psicoterapeutas de la Cruz Roja atendía cada noche
a los socorristas hasta la madrugada, lo que veían en las
montañas era suficiente para desequilibrarlos, por desgracia la
gente que vive en la sierra no tuvo acceso a ningún tipo de
ayuda psicológica, en muchos casos ni siquiera a ayuda de
otro tipo. Grupos de campesinos indígenas bajaban de la
montaña, cada vez más, algunos se encontraban con brigadas
de auxilio en algún camino, o lograban llegar hasta Puerto
Escondido, a pie. Buscaban apoyo porque sus comunidades
estaban aisladas, sin comida, sin agua potable, muchas se
ubicaban en laderas de cerros donde los helicópteros no
podían descender, en otros sitios veían pasar a las avionetas
arrojando comida, pero esta caía en peñascos donde el acceso
era imposible.
El aeropuerto de Huatulco quedó seriamente dañado,
61
Puerto Escondido se convirtió en el centro de operaciones de
gran parte de la costa, tuvieron que enviar personal extra para
atender la torre de control, cada cinco minutos aterrizaba o
despegaba una aeronave, el movimiento se concentraba en las
horas de luz natural debido a que ese aeropuerto no tenía
iluminación en la pista. La Comisión Federal de Electricidad
contaba con dos generadores a gasolina, uno se colocó en el
aeropuerto, para uso de la torre de control, el otro lo ponían
unas horas en una de las gasolineras y el resto del tiempo en
una tortillería, en ambos lugares se formaban largas filas, no
faltaba el que dejaba su automóvil estacionado para apartar
lugar en la estación de servicio desde la noche anterior, de
cualquier manera eran horas de espera, tenían prioridad las
ambulancias, vehículos militares y vehículos que trasportaban
ayuda.
Zipolite, la famosa playa nudista, fue arrasada, los
niños del cercano Centro Piña Palmera para discapacitados,
tuvieron que ser repartidos en clínicas del Seguro Social o de
la Secretaría de Salud, que estaban repletas, sin camas
disponibles, algunos habían vuelto a casa de sus padres, pero
en no pocos casos los familiares tampoco tenían casa. La
Capitanía de Puerto organizó puentes de ayuda a las
comunidades costeras que habían quedado aisladas, sin
comunicación por tierra, decenas de pequeñas lanchas
pesqueras se arriesgaban en mar abierto, salían en convoy
cargadas de botellas de agua purificada, medicamentos y
alimentos. El Gobierno Federal ofreció ayuda económica para
los negocios dañados, como siempre la ayuda se quedó en el
escalafón; en huracanes, terremotos, heladas, inundaciones o
sequías los gobiernos estatales exageran los daños al solicitar
recursos del Fondo Nacional de Desastres, pero ese dinero casi
62
nunca llega a los afectados, en el proceso de asignación los
billetes van desapareciendo en las manos de los funcionarios
responsables de los programas de apoyo, muchos de ellos
actúan con una voracidad que rebasa lo imaginable. El Agente
Municipal de Puerto Escondido, un hombre de pequeña
estatura y grandes ambiciones, ordenó que llevaran a su hotel
un cargamento completo de colchones nuevos que regaló una
empresa privada, tras renovar el equipamiento de las
habitaciones de su negocio, efectúo un reparto generoso entre
las familias pobres, con los colchones usados que descartó; su
esposa también contribuyó a la causa, revisaba las pacas de
ropa donada para los damnificados y seleccionaba las mejores
prendas para ella y su familia, además en la tienda de
abarrotes de su propiedad se ofrecían en venta comestibles
procedentes de la Unión Europea y de fundaciones de Canadá
y Estados Unidos, que debían haberse distribuido sin costo
entre la población.
A pesar de todo, desde el día siguiente al paso del
huracán una especie de furor invadió la región, la temporada
turística empezaba en noviembre y no había tiempo que
perder, miles de manos comenzaron a levantar todo lo
derribado, a pintar, a reparar techos, a retirar escombros, en
principio sin electricidad y sin agua potable, acarreaban agua
en cubetas desde los manantiales.
Cientos de habitantes de la costa pudieron ganar un
poco de dinero trabajando en las brigadas de los electricistas
que colocaban torres de emergencia. En tan sólo diez días se
reinició el fluido de energía eléctrica en las zonas prioritarias.
La compañía estatal había adquirido en el año noventa y
cinco, tras el levantamiento zapatista, un sistema de
emergencia para casos de sabotaje, decidieron utilizarlo en
63
esta contingencia, con helicópteros transportaban las
modernas torres hasta los lugares donde las brigadas habían
fraguado las bases de concreto donde estaba anclado el
soporte articulado, después arribaba un segundo helicóptero
que tendía los cables conductores, el sistema de sujeción móvil
proporciona mayor resistencia a los vientos, la estructura
responde a la presión con un vaivén que se equilibra con la
tensión del cableado. A las tres semanas funcionaban también
la mayoría de las redes de tubería de agua, en quince días
habían hecho posible que los vehículos circularan, con algunos
contratiempos, desde Oaxaca vía Miahuatlán y Pochutla, en la
carretera costera se construyeron vados provisionales en lo
que edificaban nuevos puentes que sustituyeran a los
derribados por las crecidas de los ríos, aceleraban los trabajos
para reparar la carretera de Sola de Vega, todos esperaban con
ansia la temporada turística. Pero el once de noviembre…
fuera de los ciclos habituales, arribó el huracán Rick, aunque
su velocidad máxima fue de ciento cuarenta kilómetros por
hora y no tocó tierra, las veinticuatro horas de intensa lluvia
que provocó su cauda causaron la destrucción de mucho de lo
que acababan de arreglar, los desplazamientos de arcilla y
arena provocaron el derrumbe de construcciones que habían
quedado dañadas un mes antes, las calles se volvieron a llenar
de miles de metros cúbicos de lodo y escombros, las carreteras
quedaron bloqueadas otra vez y bajo tanta agua, toda
esperanza se diluyó.
Fue entonces que Sofía empezó a pedirle a Timoteo que
se regresaran a Puebla, habían gastado sus reservas en reparar
el negocio y ahora sabían que no lo podrían recuperar, este
año no habría turismo, el próximo quizá tampoco, ya no
tenían para pagar la renta ni para la escuela de Sebastián, lo
64
poco que ingresaba alcanzaba para pagar, con algunos días de
retraso, los sueldos de los empleados e irla pasando, la
incertidumbre llegó como invitada incomoda y no tenía para
cuando marcharse.
En las vitrinas de buen número de negocios
aparecieron anuncios que los ofrecían en venta o en traspaso,
igual hicieron con sus casas algunos extranjeros, sin embargo
eran pocos los que lograban marcharse, no había interesados
en comprar, se respiraban aires de derrota.
En enero Timoteo, Sofía y Sebastián fueron a Puebla a
vender el auto, estando allá se enteraron del temblor, el
epicentro se reportaba en la Falla de Cocos a corta distancia de
Puerto Ángel, al regresar se encontraron con los daños en
casas y edificios, cadenas hoteleras internacionales decidieron
abandonar Huatulco. El Gobierno de Oaxaca ordenó la
evacuación del flamante hospital de Juquila, inaugurado
apenas dos meses antes por el Presidente de la República,
también evacuaron el hospital y el penal de Pochutla, esos sí
con décadas de servicio, sus muros se resquebrajaron.
También se resquebrajó el ánimo de Sofía, nada más regresar
y ver el panorama, aún más desolador que el de una semana
antes, la decidió, tomó a Sebastián, la camioneta, algunas
cosas y se marchó, le dijo a Timoteo que le avisaba en cuanto
consiguiera casa, para que enviara los muebles, que se
deshiciera del negocio y los alcanzara.
El deterioro de su relación tenía poco que ver con lo
que ocurría a su alrededor, arrastraban diferencias que
civilizadamente se negaban a dirimir, vivían una cotidiana
cordialidad de cuya alteración sería injusto culpar al desastre
circundante, quizá haya sido el factor que los hizo verse las
caras, frente a frente, nada más, nada ajeno a ellos tuvo la
65
culpa de que no pudieran sostenerse la mirada, la evidencia
del abandono obligó a Timoteo asumir una realidad
ambivalente, descansó al no tener que enfrentarse dos o tres
veces por día con las interrogantes que ella le planteaba sobre
el futuro, hay preguntas a las que únicamente puedes
responder con el silencio, sin embargo estaba acostumbrado a
su presencia. El amor se había diluido a los largo de diez años
de no entenderse, mientras ella buscaba la seguridad
económica él parecía querer perpetuarse en las aventuras
financieras, por una vez que ganaba en tres perdía, nunca
peleaban, se trataban con respeto aunque ambos marchaban
en diferente dirección, por cortesía esperaban a que el otro
tomara la iniciativa del rompimiento.
Con su partida Sofía dio el primer paso, no por eso
pensaba facilitarle las cosas a Timoteo, o la alcanzaba en el
tiempo convenido o tocaba a él tomar la iniciativa. Lo que a él
más le atormentaba era verse desprendido de su amigo, de su
pequeño amigo con el que había compartido los últimos
cuatro años, cada mañana recorría la casa tratando de
descubrir si en algún rincón permanecía el eco de su risa, veía
sus fotos hasta el cansancio, recordaba cuando lo bañaba de
bebé o el lío que había sido aprender a cambiarle los pañales,
cada juguete, cada libro infantil, cada objeto de la recámara de
Sebastián contenía momentos gratos de su convivencia, fue la
parte más dolorosa, nunca antes imaginó lo difícil que puede
ser empacar ciertas cosas. Cerró la última caja cuando los
estibadores del camión de mudanza tocaban a la puerta. Vio
partir el vehículo que llevaba a cuestas los objetos adquiridos
durante años de vida en común, dudó si un día volvería a
contemplar esos cuadros, si de nuevo escucharía la música
contenida en los discos que iban embalados o descansaría otra
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  • 1.
  • 2. 2
  • 4. 4 ISBN-13: 978-1492823698 ISBN-10: 1492823694 Ramón Acevo Zamudio y/o Fundación Caftánrojo AC 3ª calle de Xicoténcatl nº 44 Coatepec, Veracruz, México 91500 52 (228) 816 3151 fundación@caftanrojo.org www.caftanrojo.org This work is licensed under the Creative Commons Attribution- NonCommercial-NoDerivs 3.0 Unported License. To view a copy of this license, visit http://creativecommons.org/licenses/by-nc-nd/3.0/.
  • 6. 6 Agradezco a Leonardo Fierro su colaboración en la revisión del texto. Nota aclaratoria: lo contenido en esta novela es ficticio, eso creo.
  • 7. 7 “Volvieron entonces nuestros desgraciados progenitores la vista atrás, y vieron cómo la espada de fuego vibraba ante la parte oriental del Paraíso que hasta entonces había sido su morada. La puerta quedaba guardada por figuras poderosas y centelleantes armas. Asidos de la mano y con pasos lentos, se alejaron del Edén por una solitaria senda.” John Milton/El paraíso Perdido
  • 8. 8
  • 9. 9 I. ¿Cómo pudo ocurrirnos esto? En ese preciso instante, en esa milésima de segundo, descubrió que su mundo se había quebrado por completo, su palacio de cristal caía de súbito a pedazos sin que pudiera entender la razón por la que ocurría, tampoco podía hacer nada para impedirlo. El grito agudo de Nancy lo obligó a encarar la realidad. Sin violencia, desprendió la mano de Tom de su brazo derecho y entró a la funeraria. Al verla no pudo sostenerse en pie, el dolor dobló sus piernas, un dolor que rebasaba lo físico, que emanaba de la sensación de impotencia. Por primera vez en su vida se enfrentaba al hecho de no poder solucionar una situación en la que estaba involucrado, por más que su participación fuera involuntaria; lo que había ocurrido, cualquier cosa que hubiera sido, no tenía remedio. El intenso sufrimiento provenía de la irracional certeza que le oprimía el cerebro, lo que había vivido durante toda su vida y hasta esa mañana, estaba perdido para siempre. Al despertar ella no estaba a su lado, ahora sabía que no volvería a estarlo nunca, ella se había ido sin él, a ella la habían obligado a irse sin él. Qué había
  • 10. 10 ocurrido, cómo había ocurrido, por qué había ocurrido, nada de eso importaba, nada importaba ya, en realidad. Se desplomó sobre las rodillas con la cara llena de lágrimas, de mocos, de espuma de la saliva que salía de su boca sin control, estaba como un autómata al que se había agotado la energía, derrengado, no lograba levantar los brazos, no alcanzaba a emitir la orden para que sus propias manos acudieran en su auxilio, tenía la vista fija en algún punto de la plancha de metal donde se encontraba inerte el ultrajado cuerpo de Linda. Ver el cuerpo sin vida de su esposa lo sumió en la desesperación, no podía gritar, no se podía erguir, no podía siquiera desviar la mirada, era incapaz de comprender lo que ocurría a su alrededor. Durante largo rato la situación se mantuvo. En el centro de la habitación, sobre una mesa de acero inoxidable, de patas torcidas, el cadáver de Linda mostraba el sufrimiento que había precedido a su muerte. La sábana ensangrentada estaba echada de cualquier forma por debajo de sus rodillas, cubría apenas parte de sus piernas y sus pies, de forma irresponsable habían descubierto la mayor parte del cuerpo para realizar la identificación, la manera infame de retirar la tela fue una más de la larga lista de afrentas a la dignidad humana ocurridas ese día. Del lado de los pies estaban el dueño de la funeraria y el Agente del Ministerio Público, del lado de la cabeza Cindy y Nancy; frente a la escena, equidistante en el piso, Alan gemía como un animal herido, desde la puerta Tom observaba consternado de un extremo a otro, de un rostro a otro. El propietario de la funeraria, pese a sus años de oficio, no encontraba cómo decirles que había decisiones urgentes que tomar, elegir el ataúd, trasladar el cadáver a Salina Cruz o
  • 11. 11 a Oaxaca o a cualquier otro sitio dónde hubiera cámara de refrigeración, para preservar el cuerpo en lo que se realizaban la investigación forense y los trámites de expatriación. Incómodo, se alisaba una y otra vez la almidonada guayabera blanca, recorría con la vista la perfecta línea de su pantalón de gabardina negra y los zapatos de charol sin una mota de polvo encima. Cada tanto buscaba la mirada del funcionario. De la bolsa trasera sacó un paliacate rojo para secar las gotas de sudor que le brotaban en la frente y en la calva, esperaba ansioso a que el Agente hiciera algo, que le diera alguna indicación o, por lo menos, que encontrara la forma diplomática de salirse de la improvisada morgue. Pero el licenciado Martínez había perdido por completo el aplomo, el pavor lo inundó en cuanto escuchó el nombre de la mujer que estaba ahí tendida, el nombre que llevaba en vida la hoy occisa, como dictaría a su secretaria esa misma tarde. Nada más escuchar el apellido de la mujer asesinada, sintió que el piso se abría bajo sus pies, estaba seguro de haber cometido un error imperdonable o de que lo estaba cometiendo justo en ese instante, lo peor era no saber en qué consistía la falla, en dónde la estaba cagando. Nancy hurgaba nerviosa en su gran bolso de lona estampada, sacó por fin la mano izquierda empuñando dos ampolletas y una jeringa desechable, el silencio era tal que alcanzaba a escucharse el leve tintinear que producía el roce de sus pulseras de oro, se dirigió a Cindy con una mueca que pretendió ser una sonrisa. ¿Complejo B o calmante? Preguntó en inglés, la voz apenas un susurro. Cindy respondió con otra pregunta. – ¿Es muy fuerte el calmante?
  • 12. 12 – Para elefantes, es lo único que me ayuda a dormir. – Mmmh, a este hombre puede darle un infarto con la cuarta parte de lo que tú te auto recetas, por hoy tenemos suficiente con un deceso. Inyéctale la Bedoyecta para que reaccione, va a estar aletargado una hora o un poco más, después podrá empezar a tomar el asunto en sus manos, porque de este par de idiotas no hacemos uno. Vamos a recostarlo en el sillón de afuera y por amor de Dios diles que tapen ese cuerpo, mi libido va a sufrir bloqueo permanente si sigo viendo eso, ¡qué clase de animales la atacaron! – Animales humanos, querida, somos la peor de todas las especies que habitamos el planeta…
  • 13. 13 II. La extraña luz del atardecer “En la punta de Zicatela asomó un triángulo blanco que se introdujo como cuña entre el verde de la vegetación y el limpio azul del cielo, creció hasta mostrarse sujeto al mástil de la embarcación, un esbelto velero de casco azul oscuro avanzó gallardo por el centro de la bahía con rumbo a la playa principal, donde a falta de muelle quedan anclados los pequeños botes de los pescadores. En la popa ondeaba discreta la bandera de Argentina. Todas las miradas tornaron en espumosa estela tras su derrotero, no hubo voz que se atreviera a irrumpir en el ritual, nadie, ni el más borracho, hizo nada que pudiera ser considerado un desacato al protocolo del arribo, hasta el rumor de las olas pareció acallarse. Uno a uno los surfistas acostados en sus tablas bracearon para acercarse a la orilla, se consideraban indignos de utilizar el mismo mar. Uno a uno los libros fueron dejados de lado sobre las toallas extendidas en la arena, uno tras otro los diletantes del agua se pusieron de pie, los ojos, los senos y los ombligos de los cientos que esa tarde se encontraban en la media luna de las tres playas apuntaban en la misma
  • 14. 14 dirección. La pausada maniobra de anclaje marcó la cúspide del ritual, en su cíclica rutina, que esta vez se antojó inoportuna, el crepúsculo marcó el término de la ceremonia, solemne pese a lo inesperada. El ambiente se mantuvo inundado de belleza. En el letargo de la comunión nocturna los cuerpos casi desnudos se negaron a ser profanados por la ropa.” He escrito este párrafo cincuenta veces, a pesar de lo intrascendente que pueda parecer el que un velero llegue a puerto, recuerdo cada detalle como si hubiera ocurrido ayer, el brillo de los plateados herrajes, el fino veteado de la pulida madera de la cubierta, los cables amarillos, el naranja intenso de la pequeña lancha inflable con motor fuera de borda en la que el solitario tripulante desembarcó. A partir de ahí no puedo continuar, en qué historia encaja esa escena, qué hice después esa noche, con quién estaba, qué importancia tiene el velero para mí si no tengo afanes marineros, cómo podría, no sé nadar. Cada vez que me propongo, ahora sí, abandonar el periodismo para convertirme en escritor, dejar de escribir noticias pseudotrascendentes de caducidad manifiesta para dedicarme a escribir intrascendencias un tanto más longevas, escribo el mismo párrafo que no logro remontar, cada mañana lo repaso mentalmente, me repito las mismas doscientas sesenta palabras y no consigo agregar una sola. Recordarlo me sirve para conjurar el paisaje grisáceo que estoy condenado a ver desde el balcón, castigo que me impone la mediocridad de mis finanzas, pena que asumo por no atreverme a vivir en otra ciudad o en otro país. En qué otro país, de los veinte millones que se han ido la mayoría apostó al norte, pero otros andan por Europa, por Australia, unos cuantos prueban fortuna en
  • 15. 15 Costa Rica, pocos le apuestan al sur del Continente, yo todavía estoy aquí, con los ciento diez millones de ilusos que pretendemos cambiar las cosas en lugar de partir, o que pretendemos que pretendemos cambiar las cosas para no confesar nuestro temor a irnos, cada vez hay menos lugares a dónde llegar, todo se llena. Cuando terminé la preparatoria, hace algunos lustros, quise irme a Israel, pero si hoy hay algo lleno es Israel, los indecisos tendremos que ir al Sahara o a Mongolia o a Burma o a Siberia o tendremos que quedarnos aun cuando aquí no quede la mínima esperanza de cambiar nada. Siempre acabo frente a este barandal oxidado que hace años reclama pintura, al lado de la maceta de cerámica, despostillada en las orillas, donde un raquítico cactus resiste a la contaminación, a la lluvia ácida y a los restos de cigarrillos, desde cuándo estarán ahí esas colillas, quién carajos utilizó a esta pobre planta como cenicero. Me enervan los fumadores, no los comprendo cuando hablan de los problemas para dejar el tabaco, para mí lo complicado es fumar, comprar las cajetillas, cargar con el encendedor, cuidar que no caiga ceniza en los papeles o en la ropa o en el piso, aguantar las miradas de reproche de quienes no soportamos el humo ni el olor, ver cómo los dedos de las manos y los dientes adquieren sin remedio ese tono amarillento a medida que pasa el tiempo, y vivir con ese aliento, ese maldito aliento pastoso que no se te despega ni lavándote veinte veces la boca. Nunca me atreví a decirle a Gretel que me causaba náuseas entrar en su departamento lleno de humo, cómo decirle a una mujer que su gran inteligencia, su cuerpo voluptuoso y su cara hermosa se desvanecían cuando percibía su aliento, nunca pude, dejé de ir a verla, opté por no contestar el teléfono, escuchaba las voces
  • 16. 16 cuando dejaban el mensaje, después respondía las llamadas, todas menos las de ella, sus recados los escuchaba unas diez veces antes de borrarlos. Fue una suerte estar ese día aquí, en este mismo lugar, ver su auto en el momento en que daba vuelta rumbo al estacionamiento, pasé más de una hora con la cabeza bajo el chorro del agua, tomé la ducha más prolongada de mi vida, seguía angustiado cuando salí del baño a pesar de que hacía un buen rato que ya no llamaban a la puerta. Tiene razón la niña del piso de abajo, lo que tiene en la mano el fraile de la columna adosada a la fachada de inspiración lecorbusiana de la iglesia de enfrente, más que antorcha parece sorbete de los que salen como churro de una maquinita de helados. Qué santo es este, ¿será algún estilita?, tiene el rigor de las esculturas del realismo socialista, me recuerda a aquella de los obreros que marchan hacía el progreso con el rostro en alto, colocada a un lado de la cortina de la hidroeléctrica de Valsequillo, en Puebla. Pobres ilusos, los únicos asalariados que avanzan son los que se meten a la grilla sindical y se alinean con el secretario general o con los patrones o con ambos; me sorprendió descubrir que la obra es de Zúñiga, la del lago de Valsequillo, esta del obrero con sotana no tengo idea de quién la habrá realizado. Francisco Zúñiga empezó con esculturas religiosas cuando trabajaba con su padre, en Costa Rica, pero no hay indicios de que haya hecho alguna de esa índole en México, no, no lo creo. De entrada le hubieran retirado el saludo David Alfaro Siqueiros y Diego Rivera, por mucho menos que eso te expulsaban entonces del Partido Comunista, logró ser el único partido que tenía más miembros proscritos que en activo, la pureza de los ideales sobre los ideales mismos, “pocos pero sectarios” afirmó convencido uno de los orgullosos militantes que
  • 17. 17 sobrevivió a las purgas. Sin embargo es poco probable que Zúñiga fuera militante de algún partido, era muy peligroso para él en su condición de extranjero. Obtuvo la nacionalidad mexicana a los setenta y tres años, en la década de los ochenta, fue hasta entonces que asumió que no regresaría a vivir a su país natal. Si la obra fuera suya podría exhibirse en una retrospectiva la escultura del fraile al lado del bronce de las rotundas juchitecas desnudas, una sobre otra en dirección opuesta, un derroche de placer en sus carnes y sus gestos. Un santo junto a dos mujeres que se aman, un fraile en el acto de bendecir el encuentro de dos mujeres que se sumergen en las profundidades amatorias, el acto sexual como ofrenda a los dioses, la bendición del éxtasis. Los fanáticos religiosos serían capaces de tomar por asalto el Palacio de las Bellas Artes para hacer ahí una misa de desagravio, ya lo hicieron aquella vez que bloquearon la entrada al Museo de Arte Moderno en protesta por la exhibición de los cuadros de la Virgen de Guadalupe con el rostro de Marilyn Monroe, me enfurece recordarlo. Un puñado de enajenados que en su vida habían puesto pie en una galería de arte, un hato de borregos que de pintura conocen lo que yo de física cuántica, decidieron que nadie podía ver lo que ellos consideraban pecaminoso, en su obsesión por la supuesta decencia cometieron la indecencia de impregnar el edificio con el humo y los olores que emanaban de sus anafres de fritangas. Las aves que viven en el bosque de Chapultepec, supongo que algunas todavía deben anidar ahí, sufrieron días de terror debidas al ulular de las interminables letanías, sonido semejante al zumbido de una inmensa nube de insectos. Rezaban día y noche para resarcir el pretendido insulto a la virgencita, la lucha por la limpieza del alma mostró su desavenencia con la limpieza del cuerpo, estuvieron
  • 18. 18 semanas con su mugre, defecaban y orinaban en los jardines del Museo, convirtieron la obra de Pedro Ramírez Vázquez en letrina, estaban empecinados en salvarnos del horror que significaba el ver a la Santísima Madre de Dios con los labios pintados y sombra celeste en los párpados. ¿No lograron darse cuenta de la afinidad entre las dos mujeres? La madre de quien consideran que murió por los hombres y la que sin intermediación de ningún hijo también murió por los hombres, a consecuencia directa de ellos, reunidas las dos al fin en una divina dualidad que emana del martirio. Se sufre igual al caminar bajo el sol inclemente de Judea que bajo el calor intenso de los reflectores de Hollywood, la tierra sagrada y el bosque de acebos sagrados, la que alumbró el cuerpo divino y la que nos deslumbró con su divino cuerpo, pero nada, hazlos entender. Esa pobre gente estuvo rece y rece, trague y trague, cague y cague, escatológicos vehementes acumularon toneladas de basura frente al templo del arte, hasta que los políticos cedieron a la presión de los golpes de pecho, de los lamentos de catoliquísimos e intachables, casi incorruptibles conductores radiofónicos y televisivos. Aquella muestra se canceló por el maldito poder del oscurantismo o el poder maldito del oscurantismo o el oscurantismo maldito en el poder, creo que da lo mismo. En nombre de la tolerancia cada día cedemos más terreno a los intolerantes, transitamos por la agonía del liberalismo, fundamentalistas de todos los credos y de todas las ideologías nos empujan hacia una nueva edad media, desde tenebrosas oficinas para la propagación de la fe nuevos inquisidores condenan en público sus pasiones privadas, en los tribunales islámicos ordenan la lapidación de mujeres infieles mientras los ayatolás retozan con niños, en el nombre de Dios asesinan con fervor, en el nombre del pueblo
  • 19. 19 matan las ideas. Lo único que queda claro es que el religioso de la escultura no es san Francisco de Asís, si lo fuera las palomas le tendrían piedad, no lo atormentarían de esa manera con sus excrecencias, lo acribillan sin la menor consideración. Parece mentira, en cinco años que tengo de vivir en el edificio no he atravesado la calle una sola vez, ni siquiera por la curiosidad de saber a qué santo patrono está dedicado el templo, pretextos sobran, el tráfico bestial de la avenida Cuauhtémoc es una de mis razones de peso, aunque debo de haber cruzado en alguna ocasión en todo este tiempo. Veamos, el puesto de periódicos está en la misma acera que la entrada a los departamentos, el acceso al metro está en ambos lados así que no necesito cambiar de banqueta para entrar a la estación, el Volkswagen lo guardo en la pensión que está a la vuelta, en la calle, en la calle, joder, cómo se llama esa calle, ah sí, Yácatas, y tampoco hay que cruzar ninguna esquina, la tienda, cuál tienda, hace siglos que no voy a ninguno de los pequeños estanquillos del rumbo, todo lo traigo del supermercado, qué organizado me he vuelto, hasta hago la lista de compras antes de ir. De manera imperceptible adquiero manías propias de los solterones empedernidos, quizá deba volverme a casar antes de que la senectud me alcance y me convierta en el típico misántropo que riñe con cualquiera que se le coloque enfrente. Pero contra quién, no, además tampoco hay ninguna tienda enfrente. Me gusta despertar con alguien a mi lado, ocurre con mucha frecuencia, Sara se quedó a dormir hace unos días, cinco, seis, bueno aceptemos que ocurrió hace un par de semanas, o un poco más, su trabajo queda muy lejos de aquí, la otra posibilidad se ha complicado. Martín, el marido de Elizabeth, hace meses
  • 20. 20 que no sale de viaje, se imagina que puede sin ayuda, se niega a darse cuenta que ella es demasiada mujer para un sólo hombre. No es eso en lo que pensaba, sí, en la iglesia de enfrente, en mi ignorancia supina, alevosa y persistente respecto al entorno cercano. No conozco siquiera la manzana en la que vivo, vaya descubrimiento, debería sentirme avergonzado, ni en plan de turista me he asomado a ver qué clase de templo es ese que está plantado justo frente a mi ventana, es el colmo… hace cuánto ocurrió esa conversación con el anciano guardián del monasterio franciscano de Cuauhtinchán, cuando fui con Raquel. – ¿No se quedan a la misa? Ya merito empieza, las misas que dice el padre Juan son bien bonitas. – No, gracias, nosotros no vamos a misa. – ¿Cómo que no van a misa, qué clase de católicos son ustedes? – Somos judíos. – ¿Y nada más por eso no van a misa? Pues se confiesan y ya… Qué me pasa. Estoy perdiendo el tiempo en estupideces cuando tengo que ver si es posible colocar una cortina de humo sobre el asesinato en Puerto Escondido. Timoteo desgraciado, como si me faltaran preocupaciones me pide ayuda para que no trascienda lo de un asesinato, qué me importa un asesinato cuando lo que quisiera en este instante es poderme olvidar de todo y de todos, quedar en blanco, llegar a la abstracción pura y ahí plantarme, permanecer en cero, desprenderme de mi yo corporal, como hacen tantos con el sencillo acto de oprimir el botón de encendido del control remoto del televisor, eso es bastante más barato que tomar clases de yoga. Me revienta, otra vez me salgo por la tangente.
  • 21. 21 Timoteo, sí, la llamada del Timo que me despertó, casi de madrugada, en la recta final, en lo mejor del sueño, oportuno el Timito, no les pido a mis amigos que se pongan a leer el Manual de Urbanidad de Carreño, sé bien que eso es demasiado, en este pedazo del mundo pedirle a alguien que lea siempre es demasiado, pero parece que no pueden tener el menor tacto. Todo el mundo está obligado a saber que no se debe irrumpir en las casas de la gente decente ni antes de las diez de la mañana ni después de las diez de la noche, ni en persona ni por teléfono, y el buenazo de Tim me llama a las ocho de la madrugada y todavía me pregunta si estaba dormido. Perdón Ramiro es que es algo de vida o muerte, ¡su madre!, cuál vida o muerte, si habla para contarme de un asesinato es una cuestión de muerte, ahí ya no hay vida. Resulta que ahora vive en Puerto Escondido, en Oaxaca. Qué hace este citadino irredimible en ese lugar, un tipo que no salía de su casa sin lustrarse los zapatos, que revisaba diez veces ante el espejo si estaba bien hecho el nudo de su corbata, ahora vive en un sitio vacacional donde en los lugares más estrictos en la etiqueta se conforman con que no vayas descalzo y el bañador esté seco. Me dijo que quiere evitar el escándalo por el asesinato, escándalo por “un” asesinato, no sabe el infeliz a cuántos matan en esta ciudad cada día. Esto de las desmañanadas me afecta bastante más que las desveladas, vine al balcón para pensar en lo que Timotzin me pidió y aquí estoy, divago en torno al fraile de piedra mientras el café se enfría, total la cafeína fría multiplica por diez su capacidad estimulante, ¡basta! Tengo que empezar por algún lado. Por qué allá abajo todos andan corriendo, aceleran, frenan de golpe, se pegan a la bocina como si con eso los automóviles de adelante pudieran moverse, todos los días
  • 22. 22 es lo mismo, insultos, acelerones, gritos, a dónde van con tanta prisa, qué es eso tan urgente que tienen que resolver tantos a la misma hora. Está bien, intentémoslo de nuevo, según el viejo reloj de la cocina son las once y media de la mañana, es lunes, este café esta intomable de aguado, la semana inicia y los patitos con gorro de cocinero estampados en la carátula son ahora amarillo pálido a pesar de que el reloj está en la pared a la que no le pega la luz del sol directamente. En concreto, además del asunto de Puerto Escondido, qué tengo para trabajar esta semana, un par de pistas vagas, la primera sobre un puente de la autopista a Pachuca que en apariencia ha sido edificado tres veces, según parece lo construyeron la primera vez y en las dos ocasiones posteriores lo han vuelto a cobrar, cada vez a un precio más alto por supuesto, tengo evidencia de que aparece en el presupuesto de obras públicas en tres años diferentes pero no he logrado encontrar todavía pruebas de la entrega de los pagos, podría resultar que la obra ha sido programada tres veces y al final la hicieron, aunque en la fotografía del puente aparece la fecha del primer año, no la del último. Si lo realizaron desde la primera vez no tiene sentido que aparezca en calidad de proyecto otras dos veces en años posteriores, tendré que rastrear con paciencia en los informes anuales para localizar si esas partidas se reportan ejercidas. El otro caso es sobre la relación entre la explosión de hace cuatro años en Guadalajara y el robo de gasolina a Petróleos Mexicanos, la hipótesis es que los depósitos de almacenamiento que aparecían vacíos en los reportes, en realidad estaban repletos de combustible que había sido ordeñado de los oleoductos, una situación tan difícil de explicar que cuando llegó un grupo de auditores con fama de insobornables, resultó imperativo desaparecer varios millones
  • 23. 23 de litros, no hubo tiempo para desplazar esa cantidad de líquido hasta las estaciones de servicio involucradas en el negocio, así que durante veintiséis horas se dedicaron a arrojar al drenaje la gasolina robada, con las consecuencias que conocemos: una explosión que se escuchó hasta Chapala, decenas de muertos, cientos de heridos, destrucción de casi un kilómetro de casas y negocios, más de cien vehículos transformados en chatarra, miles de metros de redes de agua potable, de drenaje y de suministro eléctrico que quedaron inservibles. El problema radica en que únicamente existe el testimonio de dos testigos que esperaron hasta tener amarrada su jubilación para hablar, el contacto con ellos es su líder sindical, lo cual duplica la sospecha sobre la fuente. La presunción de que existan en la paraestatal petrolera auditores insobornables también está tirada de los pelos y no aparenta ser un montaje con destinatario definido porque el principal presunto implicado está políticamente muerto y enterrado, no tanto por el monto de los daños sino porque su sobrina tuvo la ocurrencia de hacerse novia de uno de los narcotraficantes más buscados y, ¡qué barbaridad!, ese señor está casado y tiene hijos, eso es imperdonable. Total que destapar esa cloaca no tiene sentido, no hasta el momento. Me parece que de tener, no tengo nada, vaya, esta frase no nada más define mi situación actual sino mi vida en conjunto, ahí voy de nuevo, no, si esto de las depresiones termina por afectarlo todo. En cuanto a la petición de Timaracas para tratar de que la noticia no se maneje con morbo y evitar que su pintoresco pueblo turístico resulte afectado, lo veo difícil, necesitaría ser el procurador general de justicia o el director de comunicación social de la presidencia. Dónde empezar, de momento la opción menos complicada es aguardar a que me llame de
  • 24. 24 nuevo y decirle que no se pudo, que hice todo lo que estuvo a mi alcance y nada, no conseguí absolutamente nada, ni modo mi Timas se jodió tu rancho y te jodiste tú, de cualquier manera hace años que nos jodimos todos en este cacho del planeta… mientras tanto puedo recetarme un poco del destino placentero que los patriarcas de la aldea global han diseñado para los conformistas integrados que no aspiramos a ser macro empresarios, los eternos perdedores: encender el televisor y aplastarme en el sillón de enfrente hasta que los ojos se me cierren, es muy fácil, cada vez tienen mayor número de señales para transmitir las mismas porquerías, ciento cincuenta canales en cable para que sigas eligiendo entre una película pésima y otra insoportable, entre Stallone y Schwarzenegger, entre un reality show degradante y otro rebuscadamente asqueroso, entre una conductora de noticiero que le lame los pies al presidente y otro que hasta le amarra las agujetas de los zapatos, entre un partido de fútbol de la liga de Nepal y otro de la del Antártico. En las eliminatorias juveniles los pingüinos turquesa se enfrentan al selectivo de elefantes marinos, ganan los pingüinos por tres a dos pero las morsas impugnan el resultado, acusan al delantero que anotó dos de los tantos de ser mayor de edad, imagínense, señalan indignados, él es el que deambula por París en El libro de Manuel de Julio Cortázar, tamaño descaro. Si la décima parte de tiempo aire que derrochan en analizar hasta el mínimo detalle de cada partido de futbol, lo dedicaran a la literatura, podríamos concederle otra oportunidad a la humanidad, ¿cuál será la proporción entre cronistas deportivos y críticos literarios? ¿mil a uno? Esto de ser periodista independiente es complicado, no tengo la disciplina requerida, puedo eliminar la palabra
  • 25. 25 “requerida”, sencillamente no tengo disciplina, padezco dispersión congénita, quizá heredada de mi padre, bueno hasta que estoy de acuerdo en algo con mi madre, lástima que está muy lejos para escucharlo, ¿lástima? Y es que en esto no puede mantenerse ritmo constante, excelente observación, estoy aprendiendo a defenderme de mí mismo. Ocurre que cuando trabajo en un reportaje quedo atrapado en la actividad, inmerso en una dinámica febril a prueba de hambre y de sueño, pero cuando no, atravieso por prolongados periodos de letargo en los que lo más preocupante es el tener que discernir, peor que eso, el tener que adivinar que va a ser importante, actuar con sigilo para que nadie lo descubra antes, coordinarme con cualquiera de mis amigos fotógrafos que tenga tiempo libre, que tenga ganas y que se encuentre sobrio cuando le llamo, situaciones casi imposibles, apenas la semana pasada Javier estaba perdido. – Ónde mi Rami, tu nomás dime ónde y ahí llego, por ti me la bajo, ya sabes, para eso estamos los cuates, mira una línea y prestas, ya estoy. Dos horas después… – No mi Rami, te juro por San Lázaro Cárdenas que estaba tratando de acordarme ónde guardé la pinche grapa cuando, ¡sopas perico! del perico nada, pero ahí en el closet tenía guardadas dos botellototas de puritito Siete Leguas, ya ni me acordaba, mejor vente y nos las terminamos de chingar, total, el mundo no se va a acabar por una triste noticia menos y este tequila es del que ya casi no se encuentra. La eterna historia, remar contra la corriente como desesperado y después, cuando todo está listo, empezar a tocar puertas preguntando quién lo quiere, encontrar un medio que considere el asunto trascendente y adquiera el
  • 26. 26 artículo, sobre todo eso, ver cuánto les parece justo pagar por esa nota, o pasárselo a alguna agencia de noticias y aguantar con paciencia que jineteen el dinero medio año. La entrevista al Subcomandante Marcos fue lo último por lo que me dieron una cantidad decente, pero ahora eso está más que refriteado, su pasamontañas se transformó en un símbolo equívoco, lo mismo lo utilizan los policías de brigadas especiales que los asaltabancos, los estudiantes que aprovechan las marchas para romper cristales y graffitear fachadas y los valientes militantes de grupos islámicos que se toman la foto con el mártir desencapuchado que aceptó inmolarse para que unos agobiados obreros, que en su día de descanso se procuran en un fastfood, paguen con su sangre las culpas del imperialismo infiel. Qué embrollo el del noventa y cuatro, estuve entre los qué, coincidencia o no, andábamos de congreso en Chiapas cuando estalló la pelotera, desafiamos el bloqueo militar para internarnos en Las Cañadas a investigar lo que ocultaban las declaraciones oficiales, tras de nosotros llegaron todas las estrellas rutilantes de la radio y la televisión, reporteros en ropa de safari con botas a juego, conductoras de programas de “opinión”, ultra maquilladas, que fueron en helicóptero. Se escandalizaron de que hubiera extranjeros enrolados en el movimiento, en nuestra tierra, qué horror, más si osare un extraño enemigo profanar con su planta tu suelo, piensa oh patria querida que el cielo, un burócrata en cada hijo te dio. Es insoportable que los extranjeros se atrevas a hablar de los derechos de nuestros indios, cómo si no supieran ellos a qué tienen derecho, vociferaban indignados los defensores de la pureza inmaculada de la república. Hasta cuándo permitiría el gobierno que los europeos “infiltrados” en la guerrilla
  • 27. 27 mancillaran con su presencia el sacrosanto suelo nacional. Porque si se trata de fastidiar a la patria, para eso estamos nosotros, no necesitamos ayuda externa, bienvenidos nuestros propios atropellos pero que se cuide de aquel foráneo que quiera interferir. Como siempre, había un exceso de información producto de la desinformación, todos afirmaban saber de qué iba la cosa cuando en realidad nadie tenía la menor idea de la situación, era impresionante ver la experiencia que adquirían en un recorrido de veinte minutos por la selva… en avioneta. La de honores que creían merecer por sus sesudas sesiones de recopilación de información en los cafés de San Cristóbal de las Casas, hubo algún Comisionado para la Paz que no conocía nada que estuviera más al sur del Pedregal de San Ángel, en la Ciudad de México, a unos mil quinientos kilómetros del campamento insurgente más cercano, lo que, por supuesto, no impidió que también expresara su docta opinión sobre la problemática indígena, a fin de cuentas su mucama era indígena. De vez en vez, entre tanta basura, emergían voces libres que apuntalaban la esperanza… aún falta bastante para que esa historia pueda ser contada y no voy a ser yo el que lo haga, eso le toca a los cronistas oficiales de la insurgencia, si algo le sobra a la izquierda son iluminados, ¡Patria o muerte! ¿Venceremos? Tengo que reconocer que trabajar por mi cuenta resulta más edificante que martillear en el periódico doce o catorce horas diarias, apegado a las recomendaciones amañadas del jefe de información, que en general valían un cacahuate, cuando no de plano me conducían a una trampa. Estaba obligado a ver los mismos rostros en las mismas fuentes con los mismos colegas borrachos durante días, meses, años, a la
  • 28. 28 espera de algo sobre lo que valiera la pena escribir, que apareciera por arte de magia. No recuerdo cuantas veces ocurrió, lo olí, lo seguí, escribía el reportaje de mi vida, creía que empezaba a subir por la escalera que me llevaría al Pullitzer y al día siguiente pasaba las hojas sorprendido porque no me habían dado las ocho columnas de la primera página y por no darme, ni siquiera estaba colocada mi nota en la página treinta y seis de la sección H, porque el jefe de redacción, el de información, el director o todos juntos, habían vendido la noticia, los folios mecanografiados quedaban a resguardo en uno de tantos archiveros donde guardaban celosamente bajo llave kilos de información incómoda. Explicaban, con su hierática máscara para asuntos importantes, que tuvieron que tomar la decisión de no incluirlo por lo delicado del tema, que habían recibido un telefonema de la Secretaría de Gobernación, les hicieron especial énfasis en lo peligroso que resultaba para la seguridad nacional ventilar ese asunto, el país no estaba preparado, la ropa sucia se lava en casa, no se había alcanzado aún la madurez necesaria a la que llegaríamos en la medida que avanzara el proceso democrático en el que se avanzaba de manera irreversible, bajo ninguna circunstancia se atreverían a atentar contra la libertad de expresión, uno de los máximos logros de la revolución, no obstante el Señor Presidente agradecería… hipócritas. Cómo si no supiera hasta doña Gertrudis, la señora de la limpieza de la sala de redacción, que eran ellos los que se desvivían por mostrarle al secretario en turno la fidelidad que mantenían al sistema y al cheque mensual de gratificación. ¿Por qué regreso a eso una y otra vez si mal o bien he sobrevivido? Anhelé durante años la libertad y desde el
  • 29. 29 primer día que la obtuve comencé a padecer los síntomas del síndrome de añoranza del bozal, frecuente entre trabajadores en paro, habitantes de países exsocialistas, perros extraviados y burros abandonados; dormir sin la certeza de que al otro día habrá lentejas o croquetas, produce severas alteraciones en la conducta. Eso es lo que me recordó la llamada del Timatlán, la decena de veces que, justo cuando el regreso a la rutina era inminente, cuando las vacaciones llegaban a su fin, me quedaba sentado en la arena de Zicatela viendo el mar, envuelto en la extraña luz del atardecer, pensaba, mientras el océano se tragaba al sol en el horizonte, qué ocurriría si no volvía a Ciudad de México, al Distrito, al Defe, al Defectuoso, al Detritus Federal. Si mejor me quedaba a vivir en Puerto Escondido, lejos del ruido y de los atascos de tráfico, libre de la cadena de complicidades que me ataba hasta hacerme enmudecer o mentir como hacían ellos, que no es lo mismo pero es igual, diría Silvio Rodríguez. Soñaba con escuchar todos los días el rumor de las olas desde una cabaña de costera y techo de palma, a la sombra de un macuil, rodeado de verde, de vida, en un mundo sin horarios ni rutinas, dedicado a escribir de un tirón la novela que siempre inicio. Nunca sabré si me faltó carácter o dinero o las dos cosas, quizá simplemente acabé decepcionado. Tras años de ir en cuantas vacaciones se me atravesaban, cierto día, sin pretenderlo, me di cuenta que también ese paraíso se había perdido, la modernidad lo alcanzó con más perjuicios que beneficios, como en todas partes. Las frescas palapas cedieron indefensas su lugar a cajones grises de tabiques de hormigón, inhumanos espacios antiarquitectura donde el clima artificial adquiere un carácter primordial porque en el interior hace más calor que
  • 30. 30 afuera, las calles de tierra quedaron sepultadas bajo planchas de concreto armado en las que el sol reverbera hasta hacer imposible caminar descalzo por ellas durante gran parte del día, a no ser que quieras emular al último emperador Azteca en su suplicio. El suelo perdió la permeabilidad que lo enriquecía y que aminoraba la fuerza de los torrentes en la temporada de lluvias, gracias al “progreso” las calles se transforman en canales por los que la corriente arrastra impetuosa lo que encuentra a su paso, basura por lo general, todo va a dar al mar. Con las carreteras arribaron miles de personas que buscaban mejorar su calidad de vida, les creo, todavía no desempacaban y ya estaban derribando árboles para que no les estorbaran la vista del océano, arrasaron con fuego la vegetación que era hábitat de especies silvestres, alteraron el frágil equilibrio del ecosistema marino con los drenajes de sus casas y los deshechos de los motores de sus lanchas. Decoraron sus refugios de pretensiones bucólicas con los troncos cercenados de los árboles de mangle, donde anidaban las aves migratorias, invadieron la atmósfera con el estruendo de su música, con la emisión de sus evangelios por los altavoces, aquel pequeño poblado de pescadores se convirtió en un adefesio, los lugareños incorporaron a su lenguaje palabras cuya existencia ignoraban: erosión, deforestación, devastación, contaminación, peligro de extinción, miseria. Terminé por aburrirme en las tertulias con los hippies, se convirtieron en soporíferas vueltas en círculo alrededor de un poste cuyo simbolismo se perdió en el tiempo, ni siquiera son utópicos, de tanto luchar por no integrarse, integraron un gremio decadente de artesanos, artezánganos se dicen ellos mismos en un asomo de autocrítica que peca de benévola. No
  • 31. 31 queda bandera que arrope a esa banda de alcohólicos y drogadictos, quienes, quizá sin saber bien qué ocurría, su inconformidad con el sistema la transformaron en la búsqueda atribulada y obsesiva de patrocinador para la siguiente ronda de cervezas. Mi sueño de ser la versión escritor de Gauguin en el trópico resultó anacrónico, las que deambulan ahora al natural por la playa son noruegas, suecas, danesas, italianas, españolas, argentinas, canadienses, ellas tomaron el lugar de las mixtecas de la costa, de las negras, de las chatinas, de las loxichas, quienes fueron incorporadas a la economía de mercado en el destacado rol de meseras y personal de limpieza. Las mujeres que vivían su desnudez de cuerpos y atavismos se convirtieron, pudorosamente cubiertas con ropa de saldos, en fieles seguidoras de misioneros que predican a ritmo de guaracha, de elderes mormones que las previenen de las malsanas perversiones a las que incitan el café y los refrescos de cola, de pastores cristianos que les muestran el horror de la concupiscencia, de testigos de Jehová que ya saben cuántos caben en el cielo. Los que llegaron primero a esa tierra protegida por las montañas y la exuberancia de la selva, los que la habitaron durante siglos, aislados y libres sin religión, patria ni prejuicios, aceptaron ser salvados por los promotores del temor a la divinidad, los propagandistas del fuego eterno que muestran el camino hacia la gloria a quienes paguen por anticipado, a plazos cómodos, bienaventurados los pobres pues aunque cada uno aporta poco son millones, miles de millones, el beneficio se nota al sumar. Para quienes arriben en busca de exotismo queda tan sólo el que corre por cuenta de las drogas, los bares con happyhour y los torneos de surf, los que busquen el contacto con la naturaleza tendrán
  • 32. 32 que esperar a que construyan los zoológicos, a que delimiten con alambradas las reservas ecológicas y coloquen rotulitos con el nombre común y científico de cada planta, de cada arbolito, a que instalen radiolocalizadores a las hormigas para estudiar su rango de movilidad; dejé que mi sueño fuera tragado por la inmensidad en el último ocaso. Pensé aquella vez tendría que buscar otro sitio para las próximas vacaciones pero lo cierto es que no lo hice, no lo busqué, no volví a salir de vacaciones, no volví a acordarme de la costa del Pacífico hasta hoy que Timoteo Mendieta, a quien imaginaba atendiendo su librería en Puebla, telefoneó desde Puerto Escondido. El “error de diciembre”, ese desbarajuste económico cuyas repercusiones en el resto del mundo se conocieron como “efecto tequila”, lo barrió como a tantos, decidió emigrar hace poco más de un año para librarse de algunos acreedores necios que a pesar de la quiebra de su negocio insistían en cobrarle los libros, o, para ser precisos, los pagarés que firmó por los mismos. Convenció a su mujer, tomaron a su hijo, hicieron las maletas y se fueron a esa parte de Oaxaca a poner un pequeño café-galería, les ha pasado de todo. – … de la chingada ya te contaré cuando vengas. – ¿Vengas? Me pidió que tratara de impedir que la noticia del crimen se publicará en los medios nacionales, preguntó si todavía tenía contactos en la Policía Federal porque si el asunto no se aclaraba pronto iba a significar el acabose para la zona, no entendí del todo el motivo. Puntualicé que bloquear información implicaba el reparto generoso de dinero, tanto como importante fuera el caso y que, por la otra parte, un par de veces coincidí con un comandante y dos o tres agentes en
  • 33. 33 las bambalinas de actos públicos, lo que no era para considerarlos mis amigos. No suelo ser muy selectivo con mis amistades, mi repertorio abarca desde teporochos hasta bailarinas de cabaret que lo hacen por gusto, pero me abstengo de ir más allá del saludo con políticos preocupados por el bienestar del pueblo u honrados uniformados que velan por la seguridad de la comunidad, siempre que la comunidad se haga de la vista gorda ante una que otra nada modesta sustracción a modo de bonificación. Quedé de investigar y llamarle en cuanto supiera algo. – … lo más rápido que puedas mi hermano, te juro que tu ayuda es sumamente importante. No me atreví a preguntar si de alguna manera estaba implicado, pese a la frialdad de los tonos en el auricular pude percibir su preocupación. Quizá esto era la noticia que buscaba, el asunto vendible sobre el cual escribir, por lo menos sonaba más interesante que meterme a revisar miles de papeles para comprobar el fraude con el puente, noticia que por otro lado no despertaría mucho interés a no ser que implicara a alguien de las altas esferas; por el otro lado el asunto petrolero era una madeja muy difícil de desenredar, en apariencia me la colocaban en bandeja de plata pero no estaba claro ni el destinatario ni el beneficiario, esto de los hidrocarburos es oscuro y espeso, Timotín estaba de suerte. Decidí posponer el regodeo en la frustración para un día que tuviera mezcal a la mano, abandoné a su suerte al fraile que alza victorioso el heladoantorcha con el que ilumina pecadores para que sigan el camino de su verdad, de cualquier manera es inevitable que las palomas practiquen puntería anal en su efigie. Tomé del estante de la cocina la bolsa de minipretzels y del refrigerador
  • 34. 34 una lata de Cocacola, estuve a punto de olvidar anotar Gusano Rojo en la lista de compras, enfilé entonces a la oficina, es decir a la recámara que tengo habilitada como tal, busqué la agenda de hace tres años bajo el tiradero donde estaban los periódicos de la última semana, cuatro libros que no he terminado de leer, dos suéteres, el zapato tenis izquierdo que no encontraba desde enero y medio sándwich de algo indescifrable que se veía tan verde como el pan, porque el pan también estaba verde. Tengo que analizar la conveniencia de levantarle a doña Mode la prohibición de entrar a limpiar mi sancta sanctorum, el riesgo de que cambie las cosas de lugar no es tan grave, yo tampoco recuerdo nunca donde las dejo. Recorrí las hojas onduladas de la agenda, nunca transcribí los datos a la del año pasado y la que compré para este año está intacta, bueno no, anoté un par de citas con la dentista y después olvidé revisarla y fallé ambas veces. Mientras recorría con el índice el listado, recordaba los senos redonditos de la sádica que me tiene hasta dos horas con la boca abierta y llena de fierros, aunque la nuestra es una estricta relación médico- paciente, no puedo evitar admirar sus glándulas mamarias cada que se acercan a mi cara, sería como estar frente a Los girasoles de Van Gogh y negarse a ver el cuadro. Al lado de cada nombre había números tachados, encimados, corregidos, prueba de la movilidad de la gente con la que trato. Tras cinco llamadas supe que la prensa nacional no le había concedido la menor importancia al asunto, como lo imaginé, una mujer violada y asesinada sólo engrosaba las estadísticas pero no vendía ejemplares, consideraban que tampoco había que preocuparse por la posible reacción de la embajada de los Estados Unidos, el número de sus ciudadanos asesinados en el país es más alto de lo que imaginé, pero un buen porcentaje
  • 35. 35 están vinculados al narcotráfico o son prófugos que ya no les significarán erogaciones en juicios y estancias en prisión. Cuando, por simple curiosidad, cotejé el caso con una agencia norteamericana, me enteré de que esto era una bola de nieve, en unas cuantas horas hasta los periódicos de los poblados más recónditos de las Montañas Rocallosas y sus noticieros, aún los de los canales de cable más insignificantes, estarían recomendando a sus citizens no viajar a Puerto Escondido, lo que los medios nacionales no habían descubierto, en Estados Unidos y en Canadá lo supieron desde el primer instante, en el apellido de la víctima estaba la clave. Para cumplir con la otra parte de la misión fueron necesarias otras nueve llamadas telefónicas, me vi obligado a descartar el contacto que consideraba seguro, al comandante de la federal lo habían asesinado en la emboscada que le pusieron unos narcos, hubiera jurado que se llevaba muy bien con ellos, pospuse el riguroso minuto de silencio para una ocasión más apropiada, sí, cuando tenga mezcal. Vespasiano, viejo colega, buzo experto en las aguas turbulentas en el inframundo de la nota roja, me colocó en la ruta correcta, Osmani, agente policiaco, un tipo alto, fornido, moreno, de bigote. – … acuérdate, aquel que dijiste que si no era asesino que desperdiciada de cara andaba dando. Lo recordé, la Beretta Taurus nueve milímetros parecía una prolongación natural de su brazo, una extensión, si nos ponemos a hacerle caso a MacLuhan. Resultó que tuvo el buen tino de casarse con la hermana de un alto funcionario o sacó de un apuro en un burdel a un importante político regional, la fuente no era muy exacta (días más tarde confirmé que la segunda versión era la correcta), el caso es que lo nombraron subdirector de la Policía Judicial Estatal de Oaxaca. Nuevos
  • 36. 36 telefonemas hasta obtener su número, y sí, se acordó de mí el subdirector. – Quihúboles mi reportero estrella, qué milagro que te acuerdas de los pobres, dónde chingados te habías metido… tras de cuál funcionario trinquetero andas ahora. No pude evitar una mueca ante lo chabacano del comentario, pero como eso de los videoteléfonos aún no es usual el otro no pudo darse por enterado, por mí que roben lo que quieran, yo busco noticias, no poner al mundo a salvaguarda de los corruptos, nunca he tenido pretensiones heróicas. Empecé en el periodismo porque creía que la gente necesitaba saber la verdad, sigo en el periodismo por la verdad, en verdad necesito vivir de algo. Fue una suerte que lo encontrara porque estaba a unos minutos de salir hacia la costa, en cuanto su asistente terminara de fotocopiar unos documentos relacionados con el caso, iba, precisamente, para coordinar las averiguaciones previas de los hechos lamentables que causaron el deceso de una ciudadana norteamericana. Nunca dejará de sorprenderme lo rebuscado del lenguaje de los juzgados, además se enojan si les dices algo, son tecnicismos, equivalen a la terminología científica que utilizan los médicos o los matemáticos, dicen los leguleyos defendiéndose. – Como bien sabes el asunto es complicado. – Pues no, no sé nada. Mentí. – Es mejor que te cuente todo allá, personalmente.. Se despidió esperando verme en Puerto, segunda sugerencia en el día para que fuera. Hice otra llamada de larga distancia, a Timo para informarle de los resultados, después me pregunto por qué
  • 37. 37 me llegan esas cuentas de teléfono. – Me lleva la tía de las muchachas, de esta no nos salva ni Dios Padre y lo peor es que no tengo para donde correr, híjole, a lo mejor, si el caso se aclara rápido los gringos no nos boicotean. Nos ayudaría mucho que te hicieras el aparecido, para que vieran que hay interés de la prensa nacional, en serio, esto no se va a resolver si no se le mete presión. Por qué no vienes para que te le pegues al perjudicial hasta que apañe a esos culeros, porque de seguro fueron varios. Que poca madre, es lo único que nos faltaba, te contaría todo el rosario pero es muy largo para decírtelo por teléfono, mejor ven, tienes que ver esto con tus propios ojos, ándale, total nada más estás de güevón en el Defe. – Mira lo de Dios Padre es invento cristiano, además a Dios no se le ha visto salvando a nadie desde hace unos tres mil años y acostumbra cobrar bastante caro por los favores, los judíos lo sabemos bien. Por lo que me toca, gracias, no me imaginaba que tuvieras tan buena opinión de mí. – No seas mamerto Ramiro, ahora no te hagas el ofendido, a ti de judío no te queda ni la sombra, tu asiento en la sinagoga lo pusieron en subasta hace como veinte años, acuérdate la vez que te descubrí comiendo tacos de maciza de cerdo con cueritos, para colmo de chingaderas en pleno Shabat, nomás te faltó echarles crema, en la cara de satisfacción que tenías se notaba el tamañote del pecado. Relájate mi hermano, la pinche ciudad te tiene menso, digo, perdón, perdón, te tiene tenso, si vienes me echas la mano y de paso tomas unas vacaciones, mira ya pavimentaron la carretera de Sola de Vega, puedes venir por ahí o por Miahuatlán. La idea cada vez tenía más sentido, la carretera de Miahuatlán me gusta porque cuando inicia el descenso hacia
  • 38. 38 el océano quedas rodeado por la selva baja, sumergido en ese mar inmenso que parece reunir todos los tonos de verde, aunque por desgracia es tan angosta e intrincada que no hay un lugar para detenerse a disfrutar un rato de la vista y del concierto que se arma con los sonidos de cientos de miles de animales, el inigualable coro de la naturaleza. – También está la ruta por Acapulco, pero no tomes la desviación de Tierra Colorada, tampoco pases de noche por Cuajinicuilapa, porque asaltan a cada rato, hay mucho méndigo cuatrero por ahí. Ándale, nada más vas a gastar en la gasolina y las casetas, me hago cargo del hospedaje, de las comidas, no, no abuses, del alcohol no, ustedes los periodistas chupan como cosacos. De tanto desmadre que les toca ver no les queda más que agarrar a la botella en calidad de terapeuta. Ándale, no te hagas si tú fuiste el primero que me habló de venir a este lugar, es un favor que te pido. No, no me vengas con jaladas existenciales, ¿cuál paraíso perdido? No mames, si tú mismo dijiste que los paraísos son como la felicidad, momentáneos, volátiles, escurridizos. Está bien, está bien, lo que tu dijiste fue efímeros e inatrapables, corresponden a un instante… de acuerdo, a un encuadre, ya ves, ni para que niegues la autoría de la frase. Mira, imagínate que estás botado en la arena con un gin and tonic en la mano, sin hacer otra cosa que contemplar el romper de las olas, sobre ti las gaviotas hacen acrobacias aéreas para agandallarle a los pelícanos los peces cerca de la superficie y en ese instante, como si no bastara, aparece una mujer morena que camina descalza por la espuma del agua en la orilla, flota, levita, ondula el cuerpo con la larga cabellera negra al viento, los senos firmes al aire, la cintura tan breve que parece suspiro y una tanga que realza la frondosidad rotunda de sus nalgas.
  • 39. 39 Ahí mismo, a cuatro metros de ti una francesa mienta madres en cuatro idiomas porque algún oportuno se robó su pasaporte y sus traveler checks, ¿crees que ella va a compartir tu percepción del paraíso? Ya no seas gacho, no te hagas del rogar Ramiro. Tuve que reconocer que la cercanía del mar había obrado maravillas en el lenguaje de Timotowsky, quizá en medio de la crisis le dio por leer los libros que vendía; mientras buscaba nuevos pretextos para no ir recordé que la llamada la pagaba yo y mejor acepté, además esa visión que narró de la mujer morena prometía. A las diez de la mañana del martes llevaba tres horas escuchando el ronroneo del motor del sedancito Volkswagen haciéndole segunda a Teresa Salgueiro, voz pura que vibra fados al unísono de las cuerdas de las guitarras de Madredeus, con humildad extrema me dejaba rebasar hasta por los autobuses de velocidad controlada, estaba muy ocupado en subir y bajar las escaleras de Lisboa con Win Wenders, creía haber percibido como el dulce aroma del oporto flotaba en el ambiente, algún día tendré que ir a buscar la tumba de Ricardo Reis, para rendirle homenaje. ¿Estará junto a la de Fernando Pessoa o la habrán colocado en la antípoda? Con Serrat el escarabajo también participó gustoso, el ronroneo del motor le hizo coro a los dos lados de la cinta, en la del Romance de Curro el Palmo sí, de plano se emocionó, creí que lo había forzado en la subida, pero no, así hace el autito cuando una canción le gusta. En el momento en el que lamentaba haber olvidado las cintas de los Fabulosos Cadillacs recordé unas que estaban sin estrenar, en la guantera, hacía quince días que me las habían regalado los de Pentagrama, el de Amparo Ochoa
  • 40. 40 soberbio, como su voz, sobre todo por esa versión de El Barzón que me erizó la piel tanto como el día que la escuché en el viejo radio que tenían los compas de la tienda Los alzados en La Realidad, en Chiapas. Lamenté que no hubiera nadie en el asiento de al lado para comentar el asunto, hay cosas que son para platicarlas con alguien y el volchito luego no me hace caso. Las canciones de Baltasar Velasco y Los Chileneros de la Costa me ambientaron con ese ritmo que valsea y se acelera alternativamente en las chilenas, la música que arraigaron en las costas de Oaxaca y Guerrero los negros y mulatos que se salvaban de los naufragios o que saltaban por la borda de los barcos cuando los llevaban desde Chile y Perú hacia California, mano de obra contratada para tender las vías del ferrocarril del oeste durante la segunda mitad del siglo XIX y principios del XX, esclavismo disfrazado que perdura, aunque ahora no los llevan, se van por su propio pie. Que quede claro que tampoco lo hacen por gusto. Es extraña la manera como ocurren las cosas, pensaba hilando fino mientras avanzaba sin prisa por la autopista, a veces hacen algo para fastidiarte y el tiempo y las circunstancias se ponen de acuerdo para ayudar a transformar en triunfos esas derrotas, lo que no te obliga a darle las gracias a quienes tuvieron tan perversas intenciones. En los setentas llegaron varias oleadas de refugiados políticos sudamericanos que enriquecieron la vida cultural de México tanto como cuando arribaron los republicanos españoles en los treintas, entre los que venían de Argentina llegaron Modesto y Martha, quienes en lugar de engrosar las filas de la cátedra universitaria, como muchos en aquellos tiempos, pusieron una pequeña editora de música. Cuando la tormenta amainó descubrieron que ya no querían irse, estaban enamorados de
  • 41. 41 la música mexicana, esa que se defiende de la invasión comercial atrincherada en lo alto de los cerros, en las rancherías alejadas a las que se llega por caminos sin pavimentar, entre los manglares escondida con los cocodrilos, en los jacales olvidados a orillas del desierto, en los bares malolientes de los barrios bravos. Ahí van grabadora y cámara en mano, solidarios con estos músicos, con sus comunidades en resistencia, en esta forma intuitiva y un tanto primitiva de resistencia. Con los pocos pesos que sacan de algún disquito por aquí o un festival por allá, han recopilado un acervo de ritmos regionales y cantos que ya quisiera la arqueoburocracia gubernamental, cuya misión oficial, se supone, es salvaguardar nuestra identidad, lamenté de nuevo no tener público para tan excelsa disertación, ya colaría el asunto en algún reportaje. Decidí irme por Oaxaca para pasar a almorzar una sopa de guías a La casa de la abuela aunque también podría ser un chichilo en El vasco, con la carretera de Sola de Vega pavimentada serían unas cuatro horas más, creía… a las once de la noche furioso, sudado, cubierto de polvo y cansado, transité entre las primeras casas del puerto, de hecho los primeros burdeles, lo cual sería una buena manera de que te dieran la bienvenida a cualquier lugar si no fuera porque estos son verdaderas mazmorras de mala muerte donde hasta los suboficiales de las brigadas élite del ejército se sienten intimidados, a pesar de ser los más malditos de cuantos desalmados se conozcan por el rumbo. El primer tramo de carretera desde Oaxaca, entre Zimatlán y Santa María Ayoquezco, es una larga recta que sube y baja suaves colinas, donde podría haber llevado una buena velocidad si no estuviera llena de baches, después de Sola de Vega las curvas,
  • 42. 42 los voladeros, los derrumbes, esperé en el primero a que retiraran las rocas desprendidas de la ladera, pasé, llegué al segundo derrumbe, otra vez a aguardar a que el Caterpillar terminara de retirar las piedras y la tierra y así, seis veces, en cada espera platiqué con diferentes grupos de peregrinos que iban al santuario de la Virgen de Juquila, muy milagrosa según cuentan. Aprovechaban las escalas forzadas para bajar a estirar las piernas y vaciar la vejiga porque viajan apiñados en las plataformas de camiones de carga, cada año uno o dos vehículos se despeñan en alguno de los desfiladeros, la ofrenda de vidas adquiere tintes prehispánicos. Un campesino tlaxcalteca, bigotón, de panza tan abultada que casi reventaba la camisa de cuadritos, se indignó ante mi observación de que tanto problema para llegar podría significar que a la virgencita no le gustan las visitas. Confían en que la magnitud de las complicaciones implícitas en el trayecto que recorren para presentar el cumplido, es directamente proporcional a las posibilidades de que se realice el milagro encomendado, podríamos llamarlo teorema de la resignación o teorema peregrino. Me contó uno de los conductores que la carretera la habían terminado seis meses atrás, pero antes que el Gobernador tuviera espacio en su agenda, para inaugurarla, arribó la tormenta tropical Olaf, diez días después, en octubre, el huracán Paulina y en noviembre el huracán Rick, en enero, para colmo, hubo un terremoto que derribó lo que se había aflojado con tanta agüita. El resultado lo recorrí ese día, nueve horas desde Oaxaca más las seis desde la ciudad de México. A pesar del agotamiento, al llegar hice una escala en el Barfly, para saludar rápido a Beto, un chilango que pasa las temporadas bajas de turismo como camarógrafo de
  • 43. 43 comerciales de televisión y durante las altas regresa a desvelarse todas las noches atendiendo gargantas ávidas de diversión, les aplica una combinación ecléctica de música y alcohol de la que por lo general no hay quejas, fui recibido con el riguroso donají de bienvenida, engañosa mezcla de mezcal, hielo frapé, jugo de mandarina y jarabe de granadina en un vaso escarchado con sal de gusano y chile en polvo, tres copas de este coctel y al otro día quieres que te arranquen la cabeza. El verdadero peligro es reunir mezcal y hielo en el mismo vaso, alguna química extraña ocurre, por eso el mezcalito es mejor tomarlo a su aire, solo, a la temperatura ambiente. Más tarde localicé a Timoteo en Un tigre azul. – Vaya nombre para tu negocio. – No fui yo, fue idea de mi mujer, bueno casi exmujer, no, espérate, ya me hice bolas. Ella sigue siendo mujer, no hay ningún indicio de que quiera cambiar de sexo, pero también hay señas indudables de que su actual marido, o sea yo, la tiene harta, después platicaremos de eso. El lugar ocupaba parte de una construcción de tres niveles, con dos entradas, en el de abajo, un semisótano, estaba una peña de música latinoamericana y en los otros dos el café-galería, la galería de arte en el piso medio y el café en la terraza del último nivel, con techo de palma, vista a la bahía y al adoquín, nombre que le dan a la calle principal de la zona turística del Puerto. Pasado el saludo le menté la madre por recomendarme una carretera destrozada, la retahíla abarcó la mayor parte de los pormenores y padecimientos del viaje, mientras Timón escuchaba entre perplejo y sonriente. Le advertí que en ese momento no quería saber nada del asunto del crimen, antes necesitaba bañarme y descansar, sacarme de la cabeza el sonido del motor era una necesidad que pesaba
  • 44. 44 más que el interés por conocer al detalle lo del asesinato, vana esperanza, había faltado uno de los empleados y él estaba de barman, tampoco me había reservado habitación en ningún hotel, no tenía caso gastar, me quedaría en su casa, ahí había espacio de sobra, aunque la ruta para llegar era complicada, sobre todo de noche. Por fortuna colgaba una hamaca en la terraza, cené un emparedado de trozos de quesillo, jitomate y albahaca rociado con generosidad con aceite de oliva, vinagre balsámico y perfumada pimienta, lo bajé con dos cervezas bien frías, me recosté escuchando No woman no cry, de Bob Marley, sobre el fondo de las olas lamiendo la arena de la playa. Sólo un jamaiquino, un auténtico rastafari de la isla, pudo lograr esa conjunción rítmica, el sonido del reggae y el del mar se complementan, se integran en un todo armónico, por eso al reggae le falta algo cuando se escucha en el altiplano, pensaba en eso cuando me venció el cansancio. A las tres de la mañana me despertaron. – Ahora sí ya nos podemos ir. – Muy bien, ¿aún tienes el Topaz gris? – Lo vendí, te dije que los negocios no marchan, vámonos en tu volcho, por hoy me ahorro lo del taxi. A pesar de lo que se queja, Timoto mantiene el estilo, impecable guayabera de algodón, de manga larga, pantalón de lino, babuchas marroquíes de piel de cordero, donde sí se notaba el cambio era en el reloj, no portaba más el Rolex de oro, un Omega de acero se esforzaba por dar dignidad a su muñeca. Recorrimos unas cuantas calles pavimentadas, seguimos por un sendero de tierra compactada hasta la orilla de un acantilado, el de la playa Carrizalillo, según supe después; en medio de bambúes, mangos, limoneros, guajes y una inmensidad de plantas se adivinaba un tejado en la
  • 45. 45 oscuridad, era una casa amplia, fresca, cómoda, con hamaca en el porche, adonde llegaba amortiguado el sonido de las olas que chocaban treinta metros abajo, pretendí dormir afuera, me recordó la ferocidad de los mosquitos y estuve de acuerdo, no hay como una cama con mosquitero.
  • 46. 46
  • 47. 47 III La vida y la muerte pasadas por agua A las seis quince de la mañana del nueve de octubre el sol irrumpió por la ventana, ninguno de los dos se había acordado de cerrar las cortinas, Timoteo percibió la intensidad de la luz en la cara, abrió los ojos con la sensación de estar viviendo algo irreal, le dolían los brazos y la espalda, el ajetreo de la noche anterior no era lo mejor para un cuerpo de más de cien kilos; en la misma cama dormían aún Sofía y Sebastián, Sebas, en un momento de cordura decidieron no continuar en su hijo la tradición familiar de fastidiar al primogénito con el nombre del padre. Se levantó con pesadez a jalar el cordel hasta que sintió el leve choque de ambas cortinas al encontrarse, la gruesa tela metalizada cubrió por completo la ventana para que la claridad no les molestara, caminó hacia la cama y se sentó en la orilla del colchón, con los codos sobre las rodillas, la cara encajada en las palmas de las manos. ¿Dónde estaban? ¿Qué demonios hacían allí? Hasta un mes atrás todo parecía ser la vida de vacaciones permanentes que habían imaginado, por las mañanas llevaban a su hijo al jardín de niños, regresaban a
  • 48. 48 desayunar con calma, iban a la playa a asolearse y leer o en casa Sofía se ponía a pintar mientras él arreglaba ese jardín que le fascinaba, limoneros, árboles de mango, mandarinas reina, naranjos, palmeras de cocos de agua, almendros, guajes, bugambilias y un muro de bambú donde se guarecía una serpiente coralillo a la que jamás logró atrapar; a la una recogían a Sebas en el colegio para llevarlo al club de playa a jugar, la resbaladilla, el subibaja, los columpios, la alberca, ese escuincle era incansable. A las cuatro en punto arribaban al negocio donde Flavio, plomero italiano habilitado de chef- barman, tenía lista la comida, les encantaba la frescura de la cocina mediterránea. A las cinco abrían para atender a los turistas que compraban cuadros o libros o que se instalaban en el café en la terraza de la planta alta, con frecuencia a las diez de la noche se le acababa por fin la cuerda al niño latoso y Sofía lo llevaba a casa, Timoteo llegaba a dormir entre la una y las cuatro de la mañana, según hubiera clientes, no iban en camino de amasar una fortuna pero tenían lo suficiente para vivir tranquilos. Esa había sido su rutina hasta el veintiocho de septiembre cuando en plena tarde los sorprendió la tormenta tropical Olaf, el aviso fue sonoro, como todos los avisos que se respeten, una taza de capuchino voló impulsada por el viento desde una mesa para estrellarse a tres metros de distancia, Flavio, Timoteo y Sofía estaban tan atónitos como el parroquiano holandés que acababa de dejar el recipiente sobre el plato y lo vio salir despedido, tuvieron que refugiarse abajo, en la galería, donde veían como a medida que oscurecía crecía el río de lodo con piedras y basura que inundaba la calle, era imposible que alguien pudiera irse a su hotel en esas condiciones. Bajaron algunas mesas, como el flujo de energía eléctrica se interrumpió desde el principio, encendieron velas
  • 49. 49 decorativas de las que tenían en venta, prepararon café en la estufa de gas con las cafeteras de moka para que el aromático líquido ayudara a calmar la angustia de todos, una proeza del barman que subía y bajaba resistiendo la lluvia que pegaba casi horizontal en la techada terraza. Alrededor de las once de la noche pudieron salir, el adoquín estaba cubierto por una capa de barro de treinta centímetros de espesor del que sobresalían rocas, ladrillos, ramas, hojas de palma y basura, mucha basura, comerciantes vecinos y turistas luchaban con palas, palos y las manos para desatascar sus vehículos, como de costumbre ellos habían llevado la camioneta Jeep Wagoneer y el Ford, debido a que nunca regresaban juntos a casa. Colocaron los candados de la doble tracción y sacaron la camioneta con relativa facilidad, después engancharon el auto a la camioneta, en cuanto Sofía pudo irse Timoteo y Flavio ayudaron a otras personas a sacar sus automóviles del lodazal, tras tres horas de faena tuvieron que pasarles gasolina de otro automóvil para poder continuar con el arrastre, terminaron a las dos de la mañana. Al día siguiente regresó la calma, consideraron que una buena anécdota para contar a sus amigos. Semana y media después, el ocho de octubre, cuando llegaron a dejar a su hijo en la escuela encontraron a las maestras en la puerta, se suspendían las clases por la amenaza de huracán, en lugar de regresar a la casa se dirigieron al negocio, ninguno de los vecinos se veía preocupado. Enrique, el propietario de La Posada del Tiburón, se burló, en los quince años que llevaba en Puerto Escondido nunca había visto un huracán, aquí no entran afirmó contundente, Clodoaldo y Yolanda, de la tienda de abarrotes ubicada enfrente, les dijeron que hubo uno a finales de los años cincuenta pero no
  • 50. 50 recordaban que hubiera sido grave, y sí, no tendrían por qué recordarlo, puesto que ella tenía ocho años y vivía en el valle de Oaxaca, a trescientos kilómetros de distancia y él había acompañado a su papá a Cuicatlán, aún más lejos, para comprar frutas para su puesto del mercado, según se aclaró días después. Total que decidieron no alarmarse y fueron a encargar la madera que necesitaban para unos arreglos del negocio, al regresar del aserradero vieron a brigadistas del ejército y a la policía naval que ayudaban a los pescadores a colocar a resguardo las lanchas en la calle que bordea la playa, los motores fuera de borda habían sido desmontados y guardados en bodegas, comprendieron que la cosa iba en serio. Descolgaron todos los cuadros, guardaron los libros en cajas y las apilaron junto con el mobiliario al lado de las paredes que quedaban alejadas de las ventanas, por el clima habitual de esa zona las ventanas eran simples lumbreras con barrotes metálicos de protección, sin cristales, en la planta alta desmontaron el equipo de sonido e hicieron una especie de barricada con mesas y sillas, desconectaron el gas y todos los aparatos eléctricos, pusieron en apagado los interruptores maestros, revisaron varias veces antes de irse, en su casa colocaron líneas cruzadas de cinta adhesiva para empaque en los cristales de las ventanas como precaución, para que la presión del viento no los hiciera volar en mil pedazos, metieron a la casa los muebles de jardín y encendieron el aparato de radio, solo entonces recordaron que las copas, vasos y botellas de licor se habían quedado en la contrabarra, se encogieron de hombros, era arriesgado regresar. A las cuatro de la tarde en la radio informaban que desde las tres no tenían comunicación con Bahías de Huatulco, el centro turístico ubicado ciento veinte kilómetros al sur, escucharon
  • 51. 51 cuando el capitán de puerto solicitaba un teléfono celular prestado porque su radio-receptor de corta frecuencia se había dañado, tras un año de vivir en el lugar apenas venía a enterarse el oficial que en la costa no había aun servicio de telefonía móvil, no alcanzaron a reírse, se cortó la señal, todo se volvió lluvia, truenos, sonido de árboles que crujían, ramas arrancadas y un silbido ensordecedor, el intenso ulular de las ráfagas de viento, se asomaron al jardín, la visibilidad era de menos de un metro. Se dieron cuenta que el agua penetraba por las canaletas de aluminio de las ventanas corredizas, enrollaron trapos para colocarlos como empaque pero el agua seguía entrando, la casa se inundaba, buscaron jergas y toallas, absorbían con las telas el agua y las exprimían en las cubetas, en ollas, en tinas, en todos los recipientes que encontraron, porque por el drenaje el agua ya no se iba, por fortuna, comentaron, la conexión al sistema de cañerías tenía una trampa de contención, de lo contrario hubieran empezado a fluir en sentido contrario las aguas negras y la inundación hubiera sido incontrolable. No tuvieron tiempo de tener miedo, no había forma de detenerse, así estuvieron más de seis horas hasta que sintieron que la fuerza del viento y el agua disminuyó o hasta que el cansancio les hizo creer eso. Antes de caer rendidos sobre una de las camas, con los trapos improvisaron canales que conducían el agua a la atarjea de uno de los baños, con la esperanza de que en algún momento se drenara, durmieron profundamente. La historia del huracán Paulina es de aquellas que les encantan a los fanáticos del efecto mariposa, una acción inocente, en apariencia, desencadena una serie de efectos cuyas consecuencias se vivirán a miles de kilómetros de
  • 52. 52 distancia. Quizá el origen esté en la pinchadura de la llanta izquierda trasera de uno de los autos participantes en el rally Paris-Dakar, aunque eso es demasiado especular, en las bitácoras meteorológicas lo asentado como inicio fue una leve corriente de viento cálido que se formó en la costa atlántica de África a la altura de Mauritania, a finales de septiembre, atravesó el océano en una ruta ondulante y frente a la costa atlántica de Colombia se dividió en dos, una parte cruzó por Panamá hacia el Océano Pacifico y ascendió en dirección noroeste bordeando Centroamérica, la otra cruzó el Mar Caribe y llegó al Golfo de México, viró al Pacífico por el Istmo de Tehuantepec y a ochocientas millas náuticas del Golfo del mismo nombre se encontró de nuevo con la corriente hermana, cuando volvieron a unirse se transformaron en una depresión tropical, su fuerza se incrementó por el fenómeno del Niño (la elevación de la temperatura del agua que incrementa el nivel del mar al provocar el deshielo de los círculos polares, la cual a su vez es resultado del calentamiento global del planeta, debido a la concentración de gases de efecto invernadero en la atmósfera, provenientes de las emanaciones industriales no controladas, del uso indiscriminado de vehículos que utilizan combustible fósil, de la acumulación de metano provocada por las defecciones de miles de millones de vacas y cerdos, de los millones de sistemas de refrigeración y clima artificial, en suma, de la negativa de algunos países desarrollados a asumir el Protocolo de Kyoto, sería detener la marcha del progreso, afirman los preocupados políticos), surgió así la tormenta tropical Paulina. Avanzó en dirección sureste amenazando a Chiapas y el norte de Guatemala, pero al acercarse a la costa, frente al Mar Muerto, el de Chiapas, chocó con otra corriente cálida que
  • 53. 53 venía ascendiendo desde el sur del continente, lo que provocó el cambio de dirección hacia el noroeste. Se convirtió en huracán de nivel cuatro y penetró a tierra por las Bahías de Huatulco, el ocho de octubre, poco después de mediodía, con vientos de ciento setenta kilómetros por hora, en el avance incrementó su fuerza, arrasó decenas de poblaciones costeras: Puerto Ángel, Zipolite, Mazunte, Puerto Escondido, Manial- tepec, Río Grande. Causó también estragos en las montañas, en Santa María Huatulco, Pochutla, San Agustín Loxicha, Santa María Colotepec, San Gabriel Mixtepec, San Pedro Mixtepec, Juquila, San Pedro Tututepec, Jamiltepec y cientos de pequeños villorrios. Regresó a mar abierto entre Chacahua y Corralero, los daños abarcaban una superficie mayor que la de Israel y Líbano juntos, parecía que el meteoro se alejaría en dirección oeste perdiendo potencia, pero volvió a encontrarse con el fenómeno del Niño en el océano y cobró más fuerza aún, hasta llegar al nivel cinco, el máximo en la escala de este tipo de fenómenos. Su nuevo derrotero lo llevó al anochecer sobre Acapulco, uno de los principales puertos turísticos del mundo sufrió el peor daño de su historia, la fuerza del Paulina rebasaba los doscientos kilómetros por hora. En la primera hora del día nueve empezó a amainar, su velocidad se redujo, se enfrentó a las altas montañas de la Sierra Madre Occidental y para las doce horas era una tormenta tropical de menos de cien kilómetros por hora; Ixtapa Zihuatajeno y las costas de Michoacán, Colima y Jalisco recibieron una lluvia intensa que amortiguó por unas horas el agobiante calor que padecían pobladores y vacacionistas. Cuando la humedad en los pies se le hizo molesta Timoteo se incorporó, comprobó que casi toda el agua había escurrido hacia la alcantarilla, únicamente brillaban pequeños
  • 54. 54 charcos en algunos desniveles del piso, en la cocina quedó asombrado, era imposible acceder a la parte trasera del jardín por esa puerta, parecía que un gigante hubiera arrancado la enorme bugambilia para estrujarla entre sus manos y arrojarla contra el quicio, sobre los restos de la planta habían caído grandes ramas del árbol de mango, la escena le recordó la película Jumanji, ante la idea trató de reír y casi revienta en llanto. Revisó la entrada del frente, el porche la había protegido, el resto del jardín era un desastre de árboles caídos, ramas arrancadas, todo era como un nido, un enorme nido de aves, descubrió entonces que un almendro había quedado inclinado, pendía peligrosamente a cincuenta centímetros del techo de la recámara donde durmieron, tomó de la cocina el machete que utilizaba para partir cocos y lo empuñó con un aire digno de Indiana Jones, aunque para aventurero estaba un tanto cachetón. Caminó entre la vegetación hasta llegar al almendro, por suerte la mayor parte de la raíz seguía enterrada, no había riesgo inmediato. Sofía y Sebastián despertaron cerca de las nueve, desayunaron cereal con leche, secaron todo el interior, arrojaron el agua de los recipientes a lo que había quedado del jardín y abordaron la camioneta, les urgía saber cómo estaba su negocio, no pudieron avanzar mucho, a una cuadra de distancia la calle que descendía hacia la playa Carrizalillo había desaparecido, el agua la había escarbado hasta convertirla en un canal de lecho fangoso de más de un metro de profundidad, ni con la doble tracción podrían pasar. Regresaron la camioneta a la casa, decidieron caminar, en el trayecto vieron que la mayor parte de las casas tenían daños considerables, las calles estaban obstruidas en bastantes tramos por postes derrumbados, cables de electricidad, de
  • 55. 55 teléfono, ramas, animales muertos, pedazos de lámina de cartón o de zinc de los techos de las viviendas de la gente pobre, en algunas partes se veían restos de camas, estufas y otros muebles atrapados en el lodo. En el adoquín el nivel de la calle había subido en promedio un metro, una masa de barro cubría todo, estaba lleno de escombros; el viento había arrancado más de la mitad de la palma del techo de la terraza de su negocio, pero la estructura de madera de mangle estaba completa, los cuadros y cajas que protegieron tras la pared de ladrillo estaban intactos, pero los que estaban tras la pared de madera no, la fuerza de las ráfagas había derribado por completo el muro con todo y bastidor, una buena cantidad de cuadros, fotografías de autor y libros, de arte la mayoría, estaban irremediablemente perdidos. En la planta alta parecía que las mesas y sillas habían sido aventadas de un lado a otro, algunas iban a necesitar repararse, en su mayoría tenían el aspecto de años de desgaste aunque menos de seis meses antes Sofía y un par de amigos las habían pintado, cada mesa era un cuadro, una obra cuyo motivo se repetía en los respaldos de los asientos, el cuidado con el que habían ido armando su pequeño lugar incrementaba el dolor al ver los destrozos. Voltearon hacia la contrabarra, estaba intacta, vasos, copas y botellas en su lugar, no había una sola pieza rota, parecía una broma. Al poco rato llegó Hans, biólogo alemán que de cliente habitual se hizo su amigo, lo acompañaban Enrico y Silvana, una pareja de italianos, al despertar habían descubierto su situación de miseria, los cajeros automáticos no funcionaban, los bancos estaban cerrados, ellos tenían hambre y no había manera de obtener dinero de sus tarjetas. Cuando estaban vaciando los refrigeradores llegaron Flavio y Juana, una de las
  • 56. 56 dos ayudantes, Margarita, la otra, se había ido a San Pedro Mixtepec la mañana anterior, tardaría tres días en poder regresar. Conectaron el gas y prepararon la comida, había noticias de que el huracán había derrumbado todas las torres de soporte de las líneas de alta tensión desde Huatulco hasta Acapulco, concluyeron que pasarían meses para que volvieran a tener servicio de energía eléctrica. Mientras Flavio y Juana cocinaban los demás sacaban el agua estancada, limpiaban los muebles, ponían un poco de orden en el lugar. Al atardecer, en la sobremesa de un banquete memorable, cada cual narraba lo que había visto o escuchado. Enrique, quien nunca creyó que fuera a pasar algo grave, fue sorprendido por el Paulina cuando todavía atendía clientes, ya no pudieron salir a buscar refugio, diecinueve personas pasaron quince horas amontonadas en los únicos espacios cerrados de su restaurante, la cocina y los baños. Parte de un hotel estaba derrumbado, su propietario, valiéndose de influencias y sobornos, había construido el edificio a la orilla de un acantilado, en el área destinada para un jardín público, el que hizo la planeación original tenía razón, las raíces de los árboles hubieran ayudado a retener la tierra y absorber el exceso de humedad, la piedra y el concreto no tenían esas propiedades, habitaciones completas se fueron al mar, por fortuna sin huéspedes. Un edificio cercano quedó con la cimentación al descubierto, suspendida en parte a medio metro del piso, el agua había arrastrado la tierra en la que estaba encajada, a dos mil años de distancia los constructores insisten en no hacer caso de la parábola bíblica que habla de las bondades de construir sobre roca y de las desventajas de hacerlo sobre arena, lo cual en este caso hay que aplicar de manera literal, sin interpretaciones cabalísticas.
  • 57. 57 Ryan y Martha, una pareja italo-mexicana, cometieron la imprudencia de irse a lo alto de la colina a ver el espectáculo, creyeron que sería como estar en el autocinema, cuando se dieron cuenta de la magnitud de lo que ocurría quisieron regresar a casa, demasiado tarde, su gastada camioneta Volkswagen Combi fue arrastrada por una riada hasta que, afortunadamente, se atascó en el lodo, pasaron la tarde y la noche ateridos, empapados, viendo como el agua se metía al vehículo y temiendo ser arrastrados en cualquier momento por la fuerza del torrente. Por muchas calles era imposible transitar, miles de personas quedaron sin techo, sin muebles, sin comida. Al quinto día apareció Fermín Guardiola, el huracán lo atrapó cuando regresaba de San José del Pacífico, en lo alto de la montaña, venía en un camión de pasajeros, de los llamados guajoloteros, porque los utiliza gente del campo que va a las poblaciones grandes a vender lo que producen, llevan con ellos costales de maíz, canastas de frutas, hierbas, gallinas o guajolotes, de regreso transportan a sus casas lo que no crece en el campo, aceite, sardinas enlatadas, jabón para ropa, herramientas. Fermín había llevado a tres italianos al hongotour en San José, en esa zona de alta humedad se dan bien un par de variedades de hongos alucinógenos durante casi todo el año, por lo que se ha convertido en una aceptable fuente de ingresos para chamanes y posaderos, todos los días llegan pequeños grupos de jóvenes y no tan jóvenes, con sus libros de Carlos Castaneda en la mochila y deseos inmensos de tener experiencias trascendentes. Guardiola suele hacerse el remolón cada que alguien le pide que lo guíe a la montaña, pero además de los ingresos extra que eso le representa le encanta descubrir una y otra vez su yo interior, lleva años en
  • 58. 58 esa dinámica de autodescubrimiento periódico. Cuando todo empezó el conductor buscó refugio junto a un muro de contención, estuvieron desde las tres de la tarde hasta el amanecer del día siguiente dentro del autobús, escuchaban con temor la fuerza del viento, los mojaba todo el tiempo la lluvia torrencial que entraba por las ventanas, rotas o no, sentían que con cada rama o piedra que caía en el capacete les llegaba el fin; a la mañana siguiente, cuando salió el sol, descubrieron que la carretera estaba cortada por los dos lados, no pudieron avanzar ni retroceder, por intuición o experiencia el conductor aparcó en el lugar correcto, ese era uno de los tramos de carretera que resistieron la embestida del agua, menos de sesenta metros. La mayoría prefirió quedarse ahí a esperar ayuda. ¿Hasta cuándo? Fermín explicó la situación a sus tres amigos, dos mujeres y un hombre, prefirieron caminar. En varios lugares encontraron la carretera cortada de tajo, la fuerza del agua arrasó todo lo que encontró a su paso, incluida la carpeta asfáltica, a veces podían descender para trepar a la carretera de nuevo, al otro lado, en otras ocasiones la profundidad era de más de diez metros y había que regresar hasta encontrar una vereda para rodear el derrumbe, se perdieron varias veces, los pocos lugareños que encontraban no podían ayudarlos porque la geografía había cambiado, los arroyos tenían nuevos cauces, las rocas y grandes árboles que servían de referencia se habían desprendido, sin contar con que todos tenían sus propias preocupaciones, que eran muchas. Por el camino vieron vacas, venados, cerdos y caballos muertos, supieron de familias que fueron arrastradas con todo y casa por la crecida del agua, pocas personas podían venderles comida, se les acabó el agua, la de los riachuelos y aguajes estaba turbia, contaminada por
  • 59. 59 los cadáveres de animales ahogados, con ampollas en los pies y raspones en las piernas y brazos descendieron más de ciento cincuenta kilómetros entre las montañas, procuraban mantenerse en la ruta de la carretera, la única referencia confiable a pesar de ser la vía más larga, en épocas normales las veredas y los caminos de herradura les hubieran ahorrado muchas horas a los caminantes, pero dadas las circunstancias era demasiado arriesgado tratar de utilizar atajos. El cuarto día, al anochecer, reconocieron el aspecto del pueblo por el que caminaban, estaban en Pochutla, por fin habían llegado a la parte baja cercana a la costa. En la ruta habían cambiado sus pocos pesos y dólares por tortillas duras, frijoles acedos, algún pan. Aquí había tiendas abiertas pero ya no tenían dinero en efectivo, los cheques de viajero y las tarjetas de crédito demostraron su fragilidad ante situaciones de emergencia, sin energía eléctrica no hay cajeros automáticos y tampoco funcionan las sucursales bancarias. Empezaban a mendigar para poder llevarse algo a la boca, cuando les dijeron que la escuela funcionaba como albergue, ahí les dieron sopa caliente, pan, fruta y agua potable, a cada uno le entregaron una colchoneta para dormir, pero estaban llenas de pulgas, prefirieron acostarse directo sobre el piso, aunque de mala manera, entre el agotamiento y la angustia no lograban acomodarse. Los baños eran un verdadero asco, derramados por todas partes, en la oscuridad tuvieron que ubicar un matorral que les brindara un mínimo de intimidad, aun con el riesgo que eso implicaba, era preferible un probable piquete de alacrán a una infección segura, por lo menos aún tenían un rollo de papel higiénico en una de las mochilas. A la mañana siguiente consiguieron transporte en dirección a Puerto Escondido, apenas iniciado el recorrido llegaron a un puente
  • 60. 60 destruido, agradecieron la ayuda al conductor del vehículo, descendieron a la corriente de agua, subieron del otro lado, a poco de caminar les hicieron cupo en una camioneta, así otras cuatro veces para cubrir los setenta kilómetros de distancia, el último trayecto lo realizaron en un camión de la Cruz Roja, los socorristas les regalaron botellas de agua, comida enlatada y pastillas para la disentería, por si acaso. Pese a los momentos cómicos del relato, Guardiola se veía abatido. La palapa semidesnuda de Un tigre azul adquirió cierto encanto, por las noches se reunían bajo las estrellas algunos turistas que se negaban a partir, personal de la Cruz Roja y habituales del lugar, alumbrados con velas y aligerados con cervezas enfriadas a medias en cubetas (la fábrica de hielo tenia aún reservas en varias cámaras herméticas que abrían de una en una, cada día), armaban tertulias donde a falta de música o televisión la charla renacía. En la mesa del rincón uno de los psicoterapeutas de la Cruz Roja atendía cada noche a los socorristas hasta la madrugada, lo que veían en las montañas era suficiente para desequilibrarlos, por desgracia la gente que vive en la sierra no tuvo acceso a ningún tipo de ayuda psicológica, en muchos casos ni siquiera a ayuda de otro tipo. Grupos de campesinos indígenas bajaban de la montaña, cada vez más, algunos se encontraban con brigadas de auxilio en algún camino, o lograban llegar hasta Puerto Escondido, a pie. Buscaban apoyo porque sus comunidades estaban aisladas, sin comida, sin agua potable, muchas se ubicaban en laderas de cerros donde los helicópteros no podían descender, en otros sitios veían pasar a las avionetas arrojando comida, pero esta caía en peñascos donde el acceso era imposible. El aeropuerto de Huatulco quedó seriamente dañado,
  • 61. 61 Puerto Escondido se convirtió en el centro de operaciones de gran parte de la costa, tuvieron que enviar personal extra para atender la torre de control, cada cinco minutos aterrizaba o despegaba una aeronave, el movimiento se concentraba en las horas de luz natural debido a que ese aeropuerto no tenía iluminación en la pista. La Comisión Federal de Electricidad contaba con dos generadores a gasolina, uno se colocó en el aeropuerto, para uso de la torre de control, el otro lo ponían unas horas en una de las gasolineras y el resto del tiempo en una tortillería, en ambos lugares se formaban largas filas, no faltaba el que dejaba su automóvil estacionado para apartar lugar en la estación de servicio desde la noche anterior, de cualquier manera eran horas de espera, tenían prioridad las ambulancias, vehículos militares y vehículos que trasportaban ayuda. Zipolite, la famosa playa nudista, fue arrasada, los niños del cercano Centro Piña Palmera para discapacitados, tuvieron que ser repartidos en clínicas del Seguro Social o de la Secretaría de Salud, que estaban repletas, sin camas disponibles, algunos habían vuelto a casa de sus padres, pero en no pocos casos los familiares tampoco tenían casa. La Capitanía de Puerto organizó puentes de ayuda a las comunidades costeras que habían quedado aisladas, sin comunicación por tierra, decenas de pequeñas lanchas pesqueras se arriesgaban en mar abierto, salían en convoy cargadas de botellas de agua purificada, medicamentos y alimentos. El Gobierno Federal ofreció ayuda económica para los negocios dañados, como siempre la ayuda se quedó en el escalafón; en huracanes, terremotos, heladas, inundaciones o sequías los gobiernos estatales exageran los daños al solicitar recursos del Fondo Nacional de Desastres, pero ese dinero casi
  • 62. 62 nunca llega a los afectados, en el proceso de asignación los billetes van desapareciendo en las manos de los funcionarios responsables de los programas de apoyo, muchos de ellos actúan con una voracidad que rebasa lo imaginable. El Agente Municipal de Puerto Escondido, un hombre de pequeña estatura y grandes ambiciones, ordenó que llevaran a su hotel un cargamento completo de colchones nuevos que regaló una empresa privada, tras renovar el equipamiento de las habitaciones de su negocio, efectúo un reparto generoso entre las familias pobres, con los colchones usados que descartó; su esposa también contribuyó a la causa, revisaba las pacas de ropa donada para los damnificados y seleccionaba las mejores prendas para ella y su familia, además en la tienda de abarrotes de su propiedad se ofrecían en venta comestibles procedentes de la Unión Europea y de fundaciones de Canadá y Estados Unidos, que debían haberse distribuido sin costo entre la población. A pesar de todo, desde el día siguiente al paso del huracán una especie de furor invadió la región, la temporada turística empezaba en noviembre y no había tiempo que perder, miles de manos comenzaron a levantar todo lo derribado, a pintar, a reparar techos, a retirar escombros, en principio sin electricidad y sin agua potable, acarreaban agua en cubetas desde los manantiales. Cientos de habitantes de la costa pudieron ganar un poco de dinero trabajando en las brigadas de los electricistas que colocaban torres de emergencia. En tan sólo diez días se reinició el fluido de energía eléctrica en las zonas prioritarias. La compañía estatal había adquirido en el año noventa y cinco, tras el levantamiento zapatista, un sistema de emergencia para casos de sabotaje, decidieron utilizarlo en
  • 63. 63 esta contingencia, con helicópteros transportaban las modernas torres hasta los lugares donde las brigadas habían fraguado las bases de concreto donde estaba anclado el soporte articulado, después arribaba un segundo helicóptero que tendía los cables conductores, el sistema de sujeción móvil proporciona mayor resistencia a los vientos, la estructura responde a la presión con un vaivén que se equilibra con la tensión del cableado. A las tres semanas funcionaban también la mayoría de las redes de tubería de agua, en quince días habían hecho posible que los vehículos circularan, con algunos contratiempos, desde Oaxaca vía Miahuatlán y Pochutla, en la carretera costera se construyeron vados provisionales en lo que edificaban nuevos puentes que sustituyeran a los derribados por las crecidas de los ríos, aceleraban los trabajos para reparar la carretera de Sola de Vega, todos esperaban con ansia la temporada turística. Pero el once de noviembre… fuera de los ciclos habituales, arribó el huracán Rick, aunque su velocidad máxima fue de ciento cuarenta kilómetros por hora y no tocó tierra, las veinticuatro horas de intensa lluvia que provocó su cauda causaron la destrucción de mucho de lo que acababan de arreglar, los desplazamientos de arcilla y arena provocaron el derrumbe de construcciones que habían quedado dañadas un mes antes, las calles se volvieron a llenar de miles de metros cúbicos de lodo y escombros, las carreteras quedaron bloqueadas otra vez y bajo tanta agua, toda esperanza se diluyó. Fue entonces que Sofía empezó a pedirle a Timoteo que se regresaran a Puebla, habían gastado sus reservas en reparar el negocio y ahora sabían que no lo podrían recuperar, este año no habría turismo, el próximo quizá tampoco, ya no tenían para pagar la renta ni para la escuela de Sebastián, lo
  • 64. 64 poco que ingresaba alcanzaba para pagar, con algunos días de retraso, los sueldos de los empleados e irla pasando, la incertidumbre llegó como invitada incomoda y no tenía para cuando marcharse. En las vitrinas de buen número de negocios aparecieron anuncios que los ofrecían en venta o en traspaso, igual hicieron con sus casas algunos extranjeros, sin embargo eran pocos los que lograban marcharse, no había interesados en comprar, se respiraban aires de derrota. En enero Timoteo, Sofía y Sebastián fueron a Puebla a vender el auto, estando allá se enteraron del temblor, el epicentro se reportaba en la Falla de Cocos a corta distancia de Puerto Ángel, al regresar se encontraron con los daños en casas y edificios, cadenas hoteleras internacionales decidieron abandonar Huatulco. El Gobierno de Oaxaca ordenó la evacuación del flamante hospital de Juquila, inaugurado apenas dos meses antes por el Presidente de la República, también evacuaron el hospital y el penal de Pochutla, esos sí con décadas de servicio, sus muros se resquebrajaron. También se resquebrajó el ánimo de Sofía, nada más regresar y ver el panorama, aún más desolador que el de una semana antes, la decidió, tomó a Sebastián, la camioneta, algunas cosas y se marchó, le dijo a Timoteo que le avisaba en cuanto consiguiera casa, para que enviara los muebles, que se deshiciera del negocio y los alcanzara. El deterioro de su relación tenía poco que ver con lo que ocurría a su alrededor, arrastraban diferencias que civilizadamente se negaban a dirimir, vivían una cotidiana cordialidad de cuya alteración sería injusto culpar al desastre circundante, quizá haya sido el factor que los hizo verse las caras, frente a frente, nada más, nada ajeno a ellos tuvo la
  • 65. 65 culpa de que no pudieran sostenerse la mirada, la evidencia del abandono obligó a Timoteo asumir una realidad ambivalente, descansó al no tener que enfrentarse dos o tres veces por día con las interrogantes que ella le planteaba sobre el futuro, hay preguntas a las que únicamente puedes responder con el silencio, sin embargo estaba acostumbrado a su presencia. El amor se había diluido a los largo de diez años de no entenderse, mientras ella buscaba la seguridad económica él parecía querer perpetuarse en las aventuras financieras, por una vez que ganaba en tres perdía, nunca peleaban, se trataban con respeto aunque ambos marchaban en diferente dirección, por cortesía esperaban a que el otro tomara la iniciativa del rompimiento. Con su partida Sofía dio el primer paso, no por eso pensaba facilitarle las cosas a Timoteo, o la alcanzaba en el tiempo convenido o tocaba a él tomar la iniciativa. Lo que a él más le atormentaba era verse desprendido de su amigo, de su pequeño amigo con el que había compartido los últimos cuatro años, cada mañana recorría la casa tratando de descubrir si en algún rincón permanecía el eco de su risa, veía sus fotos hasta el cansancio, recordaba cuando lo bañaba de bebé o el lío que había sido aprender a cambiarle los pañales, cada juguete, cada libro infantil, cada objeto de la recámara de Sebastián contenía momentos gratos de su convivencia, fue la parte más dolorosa, nunca antes imaginó lo difícil que puede ser empacar ciertas cosas. Cerró la última caja cuando los estibadores del camión de mudanza tocaban a la puerta. Vio partir el vehículo que llevaba a cuestas los objetos adquiridos durante años de vida en común, dudó si un día volvería a contemplar esos cuadros, si de nuevo escucharía la música contenida en los discos que iban embalados o descansaría otra