la revelacion de jesucristo, estudio del libro Apocalipsis
Cristo Rey
1. Con una paradoja luminosa se podría afirmar que no es el ser humano
el que existe para Dios, sino que es Dios quien existe para el ser humano.
He venido para serviros a vosotros, no para ser servido por vosotros.
Si las cosas son así, no puede dejar de nacer la alabanza,
la canción de gratitud, el himno del Magnificat,
el poema de los hombres y mujeres libres y amantes,
porque éste es un Dios prodigioso
y el Reino consiste en prolongar la fascinación de un estilo de vida como el suyo.
Ermes Ronchi
Lucas 23, 35-43 // 34 y último domingo del Tiempo Ordinario –C. Jesús Rey del Universo
Autora: Asun Gutiérrez.
2. Con los ojos de la mente y del corazón,Con los ojos de la mente y del corazón,
tenemos, a veces, serios problemas detenemos, a veces, serios problemas de
vista, así nos afecta cada vez menos lovista, así nos afecta cada vez menos lo
que vemos.que vemos.
Miramos, pero no vemos, no queremosMiramos, pero no vemos, no queremos
ver, porque si vemos tanto rostrover, porque si vemos tanto rostro
humano desfigurado, se nos complica lahumano desfigurado, se nos complica la
vidavida
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El pueblo permanecía allí y miraba.
El pueblo, cada uno de nosotros, mira ¿desconcertado? ¿consternado? ¿con
curiosidad? ¿en plan de burla? Contempla un espectáculo. Los espectáculos,
entonces y ahora, congregan a las multitudes.
Tratemos de mirar a las personas y al mundo desde los ojos de Dios, que mira para
crear, para acoger, para poner en pie, para dar Vida....
3. Las autoridades, por su parte, se burlaban de Jesús y decían:
—«Ha salvado a otros: ¡que se salve a sí mismo, si es el Mesías de Dios,
el Elegido!»
Las autoridades no quieren ver los signos de los tiempos, los signos de Dios
manifestados en Jesús. Tienen un Dios hecho a la medida de sus intereses.
El mensaje de Jesús no les ha hecho mella. Se creen en posesión de la verdad.
Jesús no utiliza su poder para beneficio propio.
Desde la cruz completa el plan misericordioso de Dios.
Transforma la oleada de insultos
en manifestación de misericordia y salvación.
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También los soldados se burlaban de él y, acercándose para
ofrecerle vinagre, 37
le decían:
—«Si eres el rey de los judíos, ¡sálvate a ti mismo!»
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Sobre su cabeza había una inscripción: «Éste es el rey de los judíos.»
Hemos de mirar a Jesús crucificado para entender el sentido de la fiesta que
celebramos y comprender su mensaje.
Jesús es el Rey que ha venido a servir, prescindiendo de ventajas y privilegios,
no a que le sirvan ni a servirse de los demás. Su Reino no tiene más leyes que el
amor, por eso no necesita cuerpos legislativos.
Nuestra tarea salvadora es anunciar la cercanía del Reino de Dios, no sólo con
palabras, sino con gestos creativos, convencidos de que Jesús es el signo más
grande del Reino de Dios.
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Uno de los malhechores crucificados lo insultaba, diciendo:
—«¿No eres tú el Mesías? Sálvate a ti mismo y a nosotros.»
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Pero el otro lo increpaba, diciéndole:
—«¿No tienes temor de Dios, tú que sufres la misma pena que él?
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Nosotros la sufrimos justamente, porque pagamos nuestras culpas,
pero él no ha hecho nada malo.»
Jesús fue crucificado. Y no sólo él. Otros dos crucificados lo acompañaban.
Las personas crucificadas no están solas: Jesús comparte su cruz, Dios comparte
su cruz y nosotros queremos, como Él y con Él, acompañar de cerca la historia de
pasión de todas las personas que sufren.
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Y añadió:
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—«Jesús, acuérdate de mí cuando vengas a establecer tu Reino.»
Él le respondió:
—«Yo te aseguro que hoy estarás conmigo en el Paraíso.»
Desde la fe y el reconocimiento de la situación personal brota la súplica. Es
característico de toda la vida de Jesús su total desinterés por el pasado de las
personas. Jesús apuesta por el futuro.
La muerte de Jesús ya empieza a dar sus frutos. Las puertas del Paraíso quedan
abiertas de par en par. Al final del camino están los Brazos del Padre para
acoger a todos.
El buen ladrón escucha las mejores palabras que se pueden oír en el momento de
morir.
Hoy, con Jesús, comenzamos a entrar en el nuevo modo de entender el mundo, en
la nueva mentalidad, en el nuevo espíritu, en el nuevo Reino.
7. Padre nuestro que estás y reinas en el cielo,
que estás también y quieres reinar en la tierra;
ayúdanos a ser y vivir como hermanos.
Que tu nombre sea bendito, santificado, respetado;
que todos te conozcan,
y que nosotros te demos a conocer en nuestra vida.
Que venga tu Reino: que venga la justicia, la solidaridad,
la paz; que nadie muera de hambre, ni de sed, ni de odio;
que nadie sea explotado, oprimido,
que nadie sea excluido, marginado, discriminado.
Que venga tu Reino, tu Espíritu, y se adueñe de nuestros
corazones y empiece en ellos a reinar con fuerza,
para que nos empeñemos ya en hacer tu voluntad
en la tierra, como se hace en el cielo;
para que anticipemos ya en el suelo
el reino de solidaridad que hay en el cielo.
José Enrique Galarreta