Claraboyas y vitrales montevideo-giusti 2012 (fil eminimizer)
La adolescencia marcada (1)
1. 12 Brecha 26 de junio de 2015
R a f a e l R e y
El 18 de abril de 1975 el general Grego-
rio Álvarez, comandante de la División de
Ejército IV, que tenía su sede en Minas,
llegó a la ciudad de Treinta y Tres para en-
cabezar el desfile que tendría lugar al día
siguiente, con motivo de un nuevo aniver-
sario del desembarco de los 33 orientales
en la playa de La Agraciada, en 1825.
Esa misma noche se hizo presente en
el cuartel del Batallón número 10 de In-
fantería, donde supervisó una despiadada
sesióndetorturasaungrupode25personas
pertenecientes a la Unión de Juventudes
Comunistas(Ujc)quehabíansidodetenidas
unosdíasantes,enelmarcodeunaofensiva
contralaorganizaciónenelinteriordelpaís,
liderada por el propio Álvarez.
Las torturas las dirigió el militar Pedro
Buzó, al que Álvarez llevó hasta la capital
olimareña especialmente para esa noche.
Los soldados locales, que hacía ya una
semana que estaban torturando a los mili-
tantes de la Ujc, quedaron shockeados por
la saña de Buzó.
Varios días después, el 30 de abril, los
medios de prensa amanecían con la noticia
de que en la ciudad de Treinta y Tres había
sidodescubiertounmovimientoclandestino
que reclutaba a niños y jóvenes.
Palabras más, palabras menos, los
medios reprodujeron un comunicado
oficial del Comando General del Ejército,
42 años del golpe
Un libro del periodista Mauricio Almada cuenta la historia de un grupo de adolescentes de la Unión
de Juventudes Comunistas en Treinta y Tres, secuestrados y torturados por la dictadura en 1975.
Otros adolescentes, los de ahora, presentaron un libro que recoge la memoria sobre la huelga general
de 1973 entre los vecinos de una zona que supo ser fabril, y en la que se encuentra el liceo al que
concurren. Mañana se cumplen 42 años del golpe cívico-militar, y la memoria sigue andando.
Las torturas a integrantes de la UJC
La adolescencia
marcada
como era usual en los años de la dictadura
cívico-militar. La noticia daba cuenta de la
detención en dicha ciudad de 60 personas,
25 de las cuales eran menores de edad: 14
mujeres y 11 varones.
El texto afirmaba que con el objetivo de
“reclutarjóvenes”para“usarlos(…)como
elementosdevanguardiaenlaluchaallevar
a cabo contra nuestro tradicional sistema
democrático”, el movimiento marxista or-
ganizaba “reuniones, fiestas, guitarreadas
y campamentos juveniles”.
En uno de esos campamentos, con-
tinuaba el comunicado, celebrado en el
balneario rochense de La Esmeralda, estos
25 adolescentes habían convivido en un
ámbito de “completa promiscuidad”, en
el cual “los cambios de parejas en hábitos
sexualeseranusuales”yenelque,además,
“tres jovencitas rivalizaban en verdaderas
competencias de índole sexual, en las que
procuraban medir sus respectivas resis-
tencias, habiendo participado en ellas un
elevado número de representantes del sexo
masculino”.
Como consecuencia de esta maratón
sexual desenfrenada, “cinco jovencitas
cuyas edades oscilan entre 14 y 17 años
contrajeron enfermedades venéreas”.
Pero se trató de una cobarde mentira.
Unahistoriapergeñadaporlosmilitarespara
ocultar que habían secuestrado y torturado
a una veintena de adolescentes –algunos de
tan sólo 13 años– por el solo hecho de estar
afiliados a la Ujc.
Luegodeunmesdetorturasenelcuartel,
13 de los adolescentes involucrados fueron
juzgados por la justicia militar, acusados de
asociación ilícita para delinquir, delito de
lesa nación y atentado a la Constitución en
grado de conspiración.
Sinqueseinformaraasuspadres,fueron
trasladadosadiferenteshogaresdelConsejo
del Niño en Montevideo, donde permane-
cieron por un plazo de siete meses. Fue allí
que se enteraron del comunicado.
Buena parte de los habitantes de Treinta
y Tres creyeron la versión de los militares.
Incluso muchos de los padres, familiares y
amigos de las víctimas.
Sienalgúnmomentoluegodesullegada
a Montevideo estos jóvenes pensaron que
el mes de picanas y submarinos que pade-
cieron en el cuartel había sido una macabra
pesadilla, pronto habrían de darse cuenta
de que una pesadilla aun más perturbadora
se iniciaba cuando volvieron a su ciudad.
BOMBA. En el libro Crónica de una in-
famia, recientemente editado, el periodis-
ta Mauricio Almada cuenta la historia de
este caso. Elaborado con base en testimo-
nios de muchas de las víctimas y en do-
cumentos militares inéditos hasta la fecha,
Almada reconstruyó los sucesos de abril de
1975, que marcaron para siempre el desti-
no de esos adolescentes. “Es un hecho que
a muchas de las víctimas todavía les resul-
ta vergonzante”, dijoAlmada en conversa-
ción con Brecha.
Si bien la tortura física se ensañó
principalmente con los varones –aunque
las mujeres también fueron humilladas
salvajemente–, el hecho marcó a fuego
en especial a las jóvenes, que luego del
comunicado pasaron a ser señaladas por la
sociedad olimareña como aquellas “putas”
quecompetíansexualmenteyseenfrascaban
eninterminablesorgíasconsuscompañeritos
de militancia.
“La parte que más me afectó a mí fue el
hechodequelasociedadcreíaeneldiscurso
militar”,cuentaenellibroSandraSilvaDíaz,
quien tenía 15 años cuando fue detenida.
“Me tuve que ir del pueblo. Era impensable
que consiguieras una pareja, porque ya los
chicos te trataban de otra forma. Yo me fui
y no volví más.”
La investigación de Almada revela el
montaje ideado por los militares para in-
criminar a los adolescentes. El periodista
accedióadocumentacióninéditaqueprueba
la existencia de un comunicado previo,
firmado por Gregorio Álvarez, en el que se
hace referencia a un campamento realizado
en La Esmeralda en febrero de ese año –que
efectivamente existió–, pero en el que no
hay mención alguna a prácticas sexuales
de ningún tipo. Porque efectivamente no
existieron.
Elpárrafoquerefierealascompetencias
de resistencia sexual y las enfermedades
venéreas fue agregado en un comunicado
posterior, elaborado por la Secretaría de
Inteligencia del Estado (Side). Era idéntico
sociedad
Los militantes de la UJC luego de su liberación, en 1976
2. 1326 de junio de 2015 Brecha
al original salvo por estos “detalles”, y fue
el que finalmente se publicó.
“Ese comunicado fue una bomba; una
piezadecomunicaciónexcelente”,reflexio-
nóAlmada.“Hubounagregado,unpienso,
de cómo hacer más fuerte el comunicado;
cómo justificar que los tuvieron un mes
secuestrados. No alcanzaba con decir que
militaban en una organización política
prohibida, había que agregar algo más y
esto les venía como anillo al dedo, además,
para hacer la prédica contra el marxismo,
contra los comunistas, que era el discurso
que estaba presente de forma creciente en
ese momento, el tema de la moral”, explicó
el periodista.
SegúnAlmada, el comunicado demues-
tra que los militares “no eran tan burros
como muchos piensan”, y que hubo un
importante número de civiles colaborando
con la dictadura, “aportando su capacidad
intelectual”.
Si bien el infame comunicado lleva
la firma de un tal Nelson B Viar, coronel,
jefe del Departamento II (E-2) del Estado
Mayor del Ejército, “un ignoto oficial, que
simplementefirmóporqueeraeljerarcadela
unidad en ese momento”,Almada le asigna
la responsabilidad al general Julio César
Vadora, comandante en jefe del Ejército,
“unpersonajesiniestrodeladictadura,que
murió sin haber pisado nunca un juzgado,
sinhaberdeclaradojamásporloscrímenes
que cometió”.
EncuantoaGregorioÁlvarez,supartici-
pacióntambiénestáprobada.Nosólodirigió
las torturas durante la sangrienta sesión del
18 de abril, sino que fue quien ordenó la
ofensiva contra la Ujc en Treinta y Tres.
El autor del libro relató por qué no se
propusocontarconlaversióndelosmilitares
involucradosenestoshechos:“Fueuntema
decredibilidaddelasfuentes.Nolescreo;no
les iba a creer la historia. Quería escuchar
a las víctimas. De los victimarios quería lo
que dijeran los documentos, no lo que me
dijeran 40 años después. ¿Qué me importa
lo que me diga ahora Gregorio Álvarez?
Yo quería saber lo que dijo en 1975, y la
única forma de saberlo era accediendo a
la documentación”, contó.
DESAMPARO. Liliana Pertuy tenía 15 años
cuando fue detenida. Aunque sufrió a la
par de sus compañeras y compañeros, muy
rápidamente, y a contramano de la mayoría
de las víctimas, fue tomando conciencia de
la necesidad de denunciar a los culpables.
Junto a su amiga Mabel Fleitas, con
quien estuvo presa en 1975, se ha puesto al
hombro la tarea de dar a conocer un hecho
quepermaneceenelolvidoparabuenaparte
de la población.
Ya en 1986 denunciaron ante la Comi-
sión Nacional de Ética Médica al doctor
Hugo Díaz Agrelo, que había asistido a los
militares durante las torturas en el Batallón
de Infantería número 10.
Mientras estuvieron secuestradas,
Agrelo daba a las adolescentes inyeccio-
nes de penicilina, para tratar las supuestas
infecciones venéreas que éstas tenían. Una
vez liberadas, el médico las hacía ir a su
consulta en el mismo horario en que iban
las prostitutas a hacerse sus exámenes de
rutina. Si bien el sindicato expulsó a Díaz
Agrelo, éste siguió ejerciendo.
“A él nunca lo sacaron del sanatorio
ni le sacaron el título. Pasó toda la vida
radianteyfeliz.Elotrodíafuialafarmacia,
y como su casa queda muy cerquita, lo vi
sentado en el escalón de entrada a su casa.
Todos creen que es un vecino más”, contó
a Almada una de las víctimas.
Hubo otros intentos de denunciar el
caso, pero ni los organismos de derechos
humanos, como el Ielsur o el Serpaj, ni el
propio Partido Comunista, les dieron corte.
“Todo el mundo lloraba, se conmovía,
pero ya está; tenías que entender que los
muertos y los desaparecidos eran más
importantes. Nos sentimos rotundamente
desamparadas”, contó Pertuy a Brecha.
El 30 de octubre de 2011, un día antes
de la fecha en que prescribían los delitos
cometidos por la dictadura, 19 de las vícti-
maspresentaronunadenunciaenelJuzgado
Letrado de primer Turno de Treinta y Tres.
“Fue muy fuerte. Primero porque no
habíamos seguido viéndonos como grupo,
pero también porque muchos no habían ha-
bladonuncamásdeestoconnadie–relató–.
Muchos la primera vez que hablaron fue en
la denuncia. La familia sabía que habían
estado presos, sabían de ese comunicado
inmundo,perodeloquelespasórealmente,
no”, agregó.
Enladenunciapuedenleersefragmentos
como el que sigue: “nos ataban los brazos
con alambres tras la nuca; nos hacían co-
locar perros entre las piernas para impedir
que las cerráramos o se nos aflojaran las
mismas.Tambiénsenosaplicabaelllamado
‘submarino’ en tachos con agua, orina y
sangre de los compañeros que habían sido
torturados. También se nos aplicaba la lla-
mada ‘picana’, esto es, choques eléctricos
aplicados en una cama de tejido metálico
por donde se conducía la energía. Estas
prácticas también se realizaban mientras
colgábamos de ganchos que se agarraban
a las manos esposadas a la espalda (…).
Cabe consignar que, además, ante el plan-
teo de uno de nuestros compañeros de la
necesidad de un dentista, al día siguiente
pasamos todos por el odontólogo y se nos
sometió a todos a la extracción de una pie-
za dental cualquiera, en forma arbitraria
y sin anestesia. Debe agregarse, además,
que durante días permanecimos sin comer
y sin beber siquiera agua. A ello hay que
agregar la tortura psicológica, que no fue
menor,puestoqueencimadetodolonarrado,
en la primera sesión también incluyeron a
nuestras madres, que sin ser integrantes
de la organización, sólo por el hecho de
ser madres estaban allí, y en sus cuellos
habían colgado carteles de cartón donde
lucía: ‘Madre de las Pertuy’ o ‘Madre de
las Fleitas’”.
Pertuy destacó el apoyo que tuvieron
delFrenteAmplio,quecorrióconlosgastos
del traslado y puso abogados a disposición.
Fue, según dijo, “un apoyo importante y
puntual”,quealavezqueayudóapresentar
la denuncia, evidenció la necesidad de una
estructura que contenga a las personas que
atraviesanporunacircunstanciadeestetipo.
“No hay equipos que acompañen a las
Catarsis tardía
“Aunque 1975 no hubiese sido lo que fue para la historia de Uruguay, seguiría
considerándolo uno de los peores años de lo que va de mi vida”, contó a Brecha,
vía e-mail, el escritor olimareño Gustavo Espinosa.
Primo hermano de algunas de las víctimas de las torturas en el Batallón número
10 de Infantería, Espinosa recordó cuál fue el impacto que le produjeron los acon-
tecimientos. “Yo había pasado buena parte de mi infancia en complicidad con mi
prima Marisa; de repente ella creció más rápido que yo, y un día la metieron presa
los militares, aunque tenía 13 años”, narró.
El autor de la novela Las arañas de Marte, en la que aborda estos hechos, contó
que luego de que sus primas fueron detenidas se pasaba el día “vagabundeando”,
tocando la guitarra, leyendo, “y escribiendo versos y cuentos secretos”.
“Me sentía avergonzado y culpable de no estar preso, de cierto infantilismo.
Por otro lado, estaba angustiado y rabioso porque se había instituido el ‘año de la
orientalidad’, y todo el mundo –hasta amigos y personas queridas– vivía en una
especie de alucinación colectiva, ciego para la realidad horrible”, señaló.
Espinosa recuerda que nadie en su familia, “ni por un segundo”, creyó en el
comunicado. “Siempre fue algo ridículo y obsceno”, dijo. Sobre cómo el hecho
golpeó a su familia, escribió: “Fue como un incendio o una inundación que nos
ocurrió a todos”.
Con respecto a la decisión de incluir la historia en su novela, contó que se debió
a “razones literarias”; era una historia “lo suficientemente dramática y despropor-
cionada como para la literatura”. Pero también que necesitaba “conectar algunos
universos de sentido fragmentados o inconexos” por los que atravesó en su ado-
lescencia y juventud, como el mundo lumpen, el rock, las letras, la militancia y la
dictadura. “Había que hacer sentido con eso, hacer mundo. Aparte de la literatura,
creo que Las arañas de Marte es una especie de catarsis tardía, y de tributo”. n
víctimas en absoluto. La gente denuncia sin
nada, poniendo su cuerpo, su cabeza, su
corazón, sus recuerdos. Y lo hicimos entre
nosotros, conteniéndonos entre nosotros,
sosteniéndonosentrenosotros,corriendoel
riesgo de que alguien se descompensara o
se pusiera muy mal, porque muchos era la
primeravezquehablaban”,explicóPertuy,
quiendestacóunencuentroconungrupode
la Facultad de Psicología, instancia que no
pudo repetirse por falta de recursos.
La denuncia revela nombres y apellidos
de los oficiales que participaron de las tor-
turas, muchos de los cuales eran conocidos
de las víctimas.1
“Nosotrasíbamosdenochealliceoyen
mi clase estaba lleno de soldados. Nuestros
compañerosdeclaseerangentedelatropa,
que la mandaban a torturarte, a pegarte, a
vigilarte. Los conocíamos por los zapatos,
por la voz. Hasta por el perfume”, recordó
Pertuy.
Luego de muchos años Pertuy volvió a
Treinta y Tres, hace un par de semanas, con
motivodelapresentacióndellibroenaquella
ciudad. No fue, dice, la típica presentación
de un libro, sino más bien “un acto”. Más
de 200 personas concurrieron. “No sabés el
fríoquehacía,ylagentesequedóaescuchar
todas las historias”, contó.
“Cuando me tocó hablar les dije a
los compañeros de Treinta y Tres que de
alguna manera el acto me devolvía parte
de mi identidad robada. Porque yo tenía
una cosa con la ciudad… estaba salado,
porque, ¿sabés qué?, la dictadura no fue
sólo militar. Siempre digo que hubo gente
quepermitióunmontóndecosas;porqueno
quiso ver, no quiso escuchar y no se animó
a nada. Y también sé –porque en un pueblo
vos sabés– quiénes ayudaban a los milicos.
Yo sé de mi barrio quién daba información.
Y eso te queda ahí adentro”. n
1. Los oficiales que participaron de los hechos
descritos son los que se indican a continuación:
A Rombi (mayor del Batallón 10 de Infantería,
juez sumariante, jefe de operativo); Alonso D
Feola, G Grau, L Garmendia, J Silvera, José Le-
te (tenientes del Batallón 10 de Infantería); Juan
Antonio Cuadrado (mayor del Batallón de 10 de
Infantería); Juan Cruz (mayor, jefe del Batallón
10 de Infantería); Juan Luis Álvez (capitán te-
niente del Batallón 10 de Infantería); Pedro Buz-
zo, Mohasir Leites, Washington Sarli (alféreces).