Este documento analiza los efectos económicos de la Conquista del Desierto en la Argentina y la disyuntiva entre la ganadería y la agricultura. Resalta que la provincia de Buenos Aires se dedicó principalmente a la ganadería en lugar de adoptar sistemas de colonización agrícola como otras provincias. A pesar del predominio ganadero, la agricultura se fue extendiendo gradualmente.
Efectos económicos de la Conquista del Desierto en Argentina: ganadería vs agricultura
1. • Los efectos económicos de la Conquista del Desierto: disyuntiva
entre ganadería y agricultura
La exitosa campaña contra los indios realizada por Alsina en 1876 y sobre todo la de
Roca en 1879 llevaron la frontera hasta el Río Negro y abrieron la posibilidad de
explotación de la pampa central, otorgando a los estancieros mayor seguridad y tierras
más baratas. (1) La extensión de la frontera fue acompañada de un movimiento
colonizador, promovido por nuevas líneas férreas, y de un no siempre justo reparto,
arrendamiento o venta de tierras. Miatello y Giberti resaltan la diferencia entre el
sistema de poblamiento de Buenos Aires y el de otras provincias, ya evidente desde las
décadas anteriores, pero acentuada en las últimas dos décadas del siglo XIX. Miatello
acota al respecto:
En la provincia de Buenos Aires no se adoptó el sistema de colonización, tal
como en Santa Fe, Córdoba y Entre Ríos, para entregar fraccionada la tierra al
inmigrante europeo. Los latifundios imperantes, el conservatismo de los
terratenientes y la escasa acción oficial han detenido un tanto la evolución
colonial de la provincia; la cual, por otra parte, se dedicaba con preferencia, con
acentuada afición, a la explotación ganadera. La fundación de pueblos llamados
cabeza de partido y la ley de centros agrícolas, fueron otras tantas tentativas de
colonización, pero como todos sabemos, fracasaron al nacer. Sin embargo, aun
en esta rica provincia, la agricultura extendíase y difundíase tanto cuanto lo
consentía la época y sus circunstancias. (2)
En el caso de Buenos Aires, el abrumador predominio ganadero, la oposición cerrada de
ciertos propietarios y el alto valor de las tierras bonaerenses -que impidió la compra de
éstas por parte de inmigrantes sin recursos y desanimó más de un proyecto de
colonización agrícola- fueron factores que interactuaron para que el movimiento de
colonización agrícola en Buenos Aires no tuviese el impulso que tuvo en otras
provincias, como las de Santa Fe o Entre Ríos. Respecto del alto valor de la tierra
bonaerense en comparación con la de otras provincias, Lahitte aporta un dato
esclarecedor: en 1888, una hectárea valía 19,35 pesos oro en Buenos Aires y sólo 4,94
en Santa Fe. (3)
La lectura de los Anales de la Sociedad Rural Argentina, desde la década de 1860
hasta fines de siglo, lleva a Giberti a observar que si bien se hacían alusiones al atraso
agrícola de Buenos Aires, las mismas personas que señalaban el problema objetaban por
una razón u otra los intentos destinados a remediar la situación. (4) Así, hacia fines de la
década de 1860, Eduardo Olivera -un férreo defensor de la agricultura- se opuso
paradójicamente al proyecto de Sarmiento de crear colonias agrícolas en Bragado y
Chacabuco, pues temía que ese proyecto, aplicado en zonas ya dedicadas a actividades
ganaderas, terminaría con éstas. No cabía en su pensamiento la posibilidad de la
complementación entre la actividad agrícola y la ganadera, y así se lo decía en una carta
al ilustre sanjuanino:
Pero hoy; destruir la industria pastoril adonde ya está arraigada, industria que
como Ud. sabe administra todo el capital económico del país; para obligarla a
emigrar a otros campos, adonde no puede estar segura, porque de allí puede otra
vez ser desalojada violentamente bajo el mismo pretesto; es minar por su base
todas las garantías de que la propiedad territorial debe estar rodeada; haciéndole
tal vez destruir capitales que ya no volverán a crearse nuevamente. (5)
2. Los ganaderos bonaerenses esgrimieron argumentos escépticos respecto de la bondad de
la actividad agrícola, a pesar de que el sector ganadero desde la década de 1860 hasta
mediados de la siguiente experimentó una notable crisis que afectó a sus rubros
tradicionales -tasajo y ganado en pie-, simbolizados en la industria del salado. No
obstante la crisis del saladero, el predominio de una mentalidad filoganadera se
mantuvo y se reflejó en las siguientes palabras del senador Barros en la Legislatura
bonaerense en 1875: "Renunciar a los beneficios tan conocidos de la ganadería, (...) para
dedicar las fuerzas y recursos a la agricultura, ¿puede convenir a la provincia, Sr.
Presidente?" (6) Aun en una fecha relativamente tardía como 1887, la Sociedad Rural
Argentina -cuyo lema paradójicamente decía: "Cultivar el suelo es servir a la patria"-
objetó la ley de centros agrícolas porque "únicamente el productor y el engordador de
ganados de esa clase (ganado de mérito y carne superior) puede pagar el arrendamiento
de la tierra del valor medio de la que se trata de expropiar para darla al labrador". (7)
Por su parte, el censo de la provincia de Buenos Aires en 1881 indicaba que cada 1000
kilómetros cuadrados, 684 eran dedicados al pastoreo y sólo 18 a la agricultura. Al
respecto decía: "El pastoreo lo domina todo y la labranza es muy reducida
relativamente. Esto persistirá en tanto no aumente la densidad de la población, y no se
haga la división de las propiedades". (8)
El atraso agrícola en Buenos Aires respecto del resto de las provincias del Litoral era
tan evidente en 1892 que un estanciero, Carlos Norton, lo hizo notar en los Anales de la
Sociedad Rural Argentina de dicho año con las siguientes palabras: "para que nuestro
país pueda igualarse a los europeos, es necesario que creamos en la grandeza y
beneficios de la industria agrícola", deber que "se impone con mayor fuerza a los
capitalistas argentinos dueños de grandes zonas de tierra inculta todavía por la
negligencia y poca importancia que le dan a una industria de tanto porvenir como lo es
la de que se trata". (9)
Una serie de estadísticas comparadas arrojan clara evidencia de las diferencias de
desarrollo entre el sector agrícola bonaerense y el de las provincias litorales de Entre
Ríos y Santa Fe. Mientras en 1872, Buenos Aires poseía 177.000 ha cultivadas, Santa
Fe y Entre Ríos sumaban apenas 96.548. En 1888, Buenos Aires pasó a poseer un área
trabajada de 951.377 ha, mientras las otras dos provincias ya reunían para esa fecha
737.219 ha. Finalmente, para 1895 Buenos Aires tenía 1.395.129 ha, mientras sólo
Santa Fe poseía 1.684.937 ha cultivadas. Llevado a porcentajes, en 1888 Buenos Aires
concentraba el 39% del área cultivada del total del país, y siete años después sólo el
29%. Estas cifras muestran el relativo pero importante crecimiento agrícola del Litoral
respecto de la primera provincia del país. (10)
Un subproducto del incremento de la agricultura fue la introducción de arados
metálicos y segadoras mecánicas. También en este aspecto se nota el relativo retroceso
de Buenos Aires respecto de Santa Fe, Entre Ríos u otras provincias, que se
mecanizaron a un ritmo mucho más acelerado, tal como lo prueba el siguiente cuadro
(cuadro 25) (11):
CUADRO 25
AUMENTO PORCENTUAL DE ARADOS EN SIETE AÑOS
(1895 con respecto a 1888)
Provincias Aumento en %
Buenos Aires 20
Santa Fe 110
3. Entre Ríos 125
Tucumán 148
Fuente: Segundo Censo Nacional (1895), tomo III, p. LVI.v
Mientras Santa Fe, Entre Ríos y Tucumán duplicaron por lo menos el número de arados
utilizados, Buenos Aires apenas incrementó en un 20% estas herramientas. Como señala
muy gráficamente Giberti, "Santa Fe, Entre Ríos y Córdoba entregan sus tierras incultas
al arado del colono. Buenos Aires refinaba sus campos, libres al fin de indios, con un
arado vivo: el vacuno; a consecuencia de tal política, pierde rápidamente la
preeminencia agrícola". (12)
Paradójicamente, fue el incremento de la actividad ganadera tras la posibilidad abierta
por el frigorífico y la mejora de razas a través del mestizaje, el que dio impulso a la
agricultura en Buenos Aires por las exigencias requeridas para un ganado de mejor
calidad: invernación y campos alfalfados. Contra lo que pensaba Eduardo Olivera en su
polémica con Domingo Faustino Sarmiento, agricultura y ganadería convivieron
armónicamente en las tierras bonaerenses durante las décadas de 1880 y 1890 a través
de la -en la Argentina- novedosa figura de la estancia mixta. La exigencia británica de
carnes de calidad había estimulado una peculiar transformación del campo, organizada
en base a la convivencia de dos actividades que los hombres de campo habían percibido
tradicionalmente como inconciliables.
La expansión de la agricultura en la Argentina estuvo íntimamente relacionada con
los asentamientos de colonias agrícolas conformadas por grupos de inmigrantes, factor
éste que se combinó a su vez con el desarrollo de la red ferroviaria y un rápido
incremento de la demanda de granos en el mercado mundial. Ya a fines de la década de
1870, la producción de trigo comenzó a exceder las demandas locales, y estuvieron
disponibles pequeñas cantidades de trigo para ser exportados a Bélgica, Gran Bretaña y
Paraguay. (13) A la vez, la demanda interna de harina de trigo llevó a que la extensión
de las áreas dedicadas a la producción de trigo fuera acompañada por mejoras
tecnológicas en los molinos harineros, otro sector donde el capital extranjero se hizo
presente. La energía de vapor aplicada a los molinos harineros de Buenos Aires se había
generalizado en la década de 1850. (14) La presencia del capital extranjero en este
lucrativo sector harinero llevó a la aparición, hacia el comienzo del siglo XX, de un
gigantesco conglomerado integrado por capitales argentinos, belgas y alemanes, el cual,
a través de sus subsidiarias, Molinos Harineros del Río de la Plata y Molinos Harineros
y Elevadores de Granos, absorbieron a los molinos harineros más pequeños y menos
económicos. Esta tendencia de concentración de los molinos harineros argentinos
permitió a éstos competir con las compañías norteamericanas por el dominio del
mercado brasileño. (15)
Otros productos que experimentaron un sensible incremento fueron la alfalfa, el maíz
y el azúcar, tendencia que se reflejó en un boom de las exportaciones agrícolas de la
Argentina hacia fines de siglo. En los primeros años del siglo XX aumentó
considerablemente la superficie cultivada con cereales, lino y alfalfa en Buenos Aires,
pero como producto de la práctica de la invernada, es decir, de las necesidades de los
ganaderos de contar con un ganado vacuno bien alimentado para abastecer el mercado
británico.
• NOTAS
4. 1. J.C. Vedoya, op. cit., p. 122; S.G. Hanson, op. cit., pp. 10-11, cit. en G.V. Rauch, op. cit., p.
123.
2. Hugo Miatello, "La agricultura y la ganadería en la República Argentina", Boletín del Ministerio
de Agricultura, tomo 20, Nº 7 y 8, p. 577, cit. en H. Giberti, op. cit., p. 158.
3. Emilio Lahitte, Informes y estudios de la Dirección de Economía Rural y Estadística del
Ministerio de Agricultura de la Nación, tomo II, Buenos Aires, 1916, p. 206, cit. en ibid., p. 158.
4. Ibid., p. 158.
5. Eduardo Olivera, "Llagas sociales y medios de curarlas", Anales de la Sociedad Rural
Argentina, tomo II (4), Buenos Aires, 1867, pp. 417-418, cit. en ibid., p. 159.
6. Provincia de Buenos Aires, Senado, 1875, p. 360, cit. en ibid., p. 159.
7. Sociedad Rural Argentina, "Solicitud de la Sociedad Rural Argentina a la Honorable Legislatura
de la Provincia de Buenos Aires relativa al proyecto de creación de centros agrícolas", Anales de
la Sociedad Rural Argentina, XXI: 372-3, Buenos Aires, 1887, p. 373, cit. en ibid., p. 159.
8. Censo provincial bonaerense de 1881, p. LIII, cit. en ibid., p. 159.
9. Carlos Norton, "Necesidad de la agricultura en la República Argentina", Anales de la Sociedad
Rural Argentina, vol. XXVI (1): 38-41, Buenos Aires, 1892, cit. en ibid., p. 160.
10. Argentina. Segundo Censo Nacional, Buenos Aires, 1895, tomo III, p. XXX, cit. en ibid., p. 160.
11. Cuadro citado en ibid., p. 160.
12. Ibid., p. 160.
13. S.G. Hanson, op. cit., p. 17, cit. en G.V. Rauch, op. cit., p. 124.
14. James R. Scobie, Revolution in the Pampas: A Social History of Wheat in Argentina, 1860-1910,
Austin, The University of Texas Press, 1964, pp. 14-22, cit. en ibid., p. 126.
15. Idem nota anterior, pp. 11-113, cit. en ibid., p. 126.
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