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                El relato de los narradores




    Se dice que los libros cuentan historias, pero esto no es total-
mente cierto. La gente cuenta historias y las pone por escrito en li-
bros. Los libros recogen estas historias y las hacen accesibles a los lec-
tores. En este sentido, son un medio de comunicación para una
audiencia más amplia. La comunicación resulta más fácil cuando el
autor y los destinatarios forman parte de un mismo trasfondo cul-
tural y de una misma época; entonces resulta más comprensible oír
la historia que se cuenta oralmente. En este caso, la responsabilidad
recae sobre el narrador, pues ha de contarla con aquellas palabras e
ideas que son comprensibles para su audiencia.
    Pero los libros también conservan las historias, haciendo posi-
ble que las generaciones posteriores de lectores no sólo se encuen-
tren con una historia de un tiempo pasado, sino también con aque-
llos que una vez la contaron y la oyeron. En este caso, el medio de
comunicación es más complejo. Ahora es el lector, no el narrador,
quien carga con el peso, con la responsabilidad. Para comprender
la historia o el relato, el lector tiene que habérselas con los cambios
culturales, lingüísticos e ideológicos que se han producido con el
paso del tiempo. Se trata de un proceso de traducción de un tiem-
po a otro, de una cultura a otra, con el objetivo de oír el relato que
una vez se contó. En este momento intervienen dos historias o re-
latos. La conservación y la historia posterior del libro tiene su pro-
pio relato, aparte del que se encuentra en sus páginas, y el lector de-
be hacer frente también a este segundo relato que es la historia del
libro. La lectura de cualquier relato del pasado debe respetar los di-
ferentes niveles de historia y relato, de entonces y de ahora, que la
componen.
10                                                DE JESÚS AL CRISTIANISMO


     Este libro trata del relato de los orígenes y el desarrollo del mo-
vimiento cristiano tal como fue contado por quienes lo experimen-
taron. Tuvo lugar aproximadamente hace unos dos mil años y abar-
ca una extensión de varios siglos. Surge de la historia de Israel y el
pueblo judío, pero se entrecruza con la historia de Grecia y Roma.
El relato, al menos en su versión mejor conocida, se nos conserva en
el libro que los cristianos llamamos la Biblia, y más específicamente
el Nuevo Testamento cuando nos referimos a su segunda parte.
Existen también cuatro fuentes, pero no las conocemos tan bien; las
pondremos de relieve en nuestro estudio cuando empiecen a reflejar
el proceso de la narración y re-narración del relato.
    Los lectores contemporáneos del Nuevo Testamento pueden pa-
sarlo mal al darse cuenta de que se trata de una obra antigua. Puede
leerse en inglés y en otras lenguas, y existen numerosas traducciones
«modernas» que tratan de hacerlo más inteligible a una audiencia
actual. Pero la totalidad del Nuevo Testamento se escribió original-
mente en griego, concretamente en la forma popular que frecuente-
mente se denomina koiné (es decir, «común»), que era la típica de la
época helenista. Los cristianos lo recopilaron durante un período de
tiempo, lo copiaron y volvieron a copiar y lo transmitieron a lo lar-
go de los siglos. En la tradición ortodoxa griega se mantuvo en grie-
go bizantino; en la tradición católica romana se tradujo al latín; y
también se hicieron otras traducciones, como la copta, la siríaca, la
etiópica, la armenia y la eslava. La traducción al inglés se realizó mu-
cho después y, al igual que la alemana, sólo llegó a utilizarse am-
pliamente como consecuencia de la Reforma protestante.
    Además, cuando nos encontramos con el Nuevo Testamento en
inglés, o en español, podemos percibirlo en primer lugar como un
solo libro que nos descubre la historia de Jesús, el fundador del cris-
tianismo, y la vida de sus primeros discípulos. Comienza exacta-
mente con el nacimiento de Jesús y prosigue con su vida y muerte,
tal como lo encontramos en los evangelios. Después viene la histo-
ria de la Iglesia primitiva, tal como nos cuenta el libro de los He-
chos, seguida por varias cartas escritas, según parece, por el mismo
grupo de personajes –Pedro, Juan, Pablo– que aparecen en los evan-
gelios y Hechos como discípulos de Jesús. Sin embargo, al leer el
texto con más atención nos damos cuenta en seguida de que no se
trata de una única historia; de hecho, nos encontramos con cuatro
relatos diferentes de la vida de Jesús –los evangelios de Mateo, Mar-
EL RELATO DE LOS NARRADORES
                                                                      11
cos, Lucas y Juan–. Tampoco se trata de un solo libro; el Nuevo Tes-
tamento es una colección de libros y una colección de relatos. Se pa-
rece más a una biblioteca, a una antigua biblioteca que fue creada
con el objetivo de conservar estos relatos por y para las generaciones
posteriores de lectores. Dado el carácter más complejo y antiguo de
sus contenidos, ¿cómo hemos de proceder para leer, de forma com-
petente, el Nuevo Testamento?
    En primer lugar, dada su heterogeneidad, no puede leerse como
una novela, es decir, directamente desde el principio hasta el final.
Las diversas obras presentan diferentes géneros literarios: biografías,
historias, novelas, cartas, sermones, apocalipsis, catecismos y ma-
nuales de disciplina. Fueron escritas en diferentes momentos y por
autores diferentes; en consecuencia, no nos encontramos con un re-
lato cohesionado. Aun cuando todas se escribieron en griego, el len-
guaje, el tono y el estilo son notablemente diferentes de un autor a
otro, al igual que ocurre en cualquier biblioteca. Por consiguiente,
la colección debe leerse principalmente según el carácter de cada
una de sus obras. Los puntos de conexión, comparación y contraste
vendrán posteriormente, una vez que hayamos comprendido algo
sobre el origen de cada obra, a saber, dónde, cuándo y por qué se es-
cribió.
    En segundo lugar, en este proceso es fundamental conocer algo
sobre el autor y sus destinatarios. En algunos casos, saber quién la
escribió y quiénes fueron los destinatarios puede ayudarnos a com-
prender el cuándo y el porqué. Y a la inversa. Descubrir el momen-
to en el que se compuso una obra, a partir de su forma interna y su
vocabulario, puede ayudarnos a descubrir muchos más datos sobre
el autor y los destinatarios, especialmente cuando no poseemos es-
tas informaciones, pero también incluso en el caso de que las po-
seamos. El carácter de la literatura antigua nos exige abordar todas
estas cuestiones para encontrar el sentido de lo que se nos cuenta en
«el relato». Con otras palabras, tenemos que utilizar los instrumen-
tos de la historia para leer el relato, aun cuando el relato se refiera a
una historia o forme parte de la historia.
    En tercer lugar, puesto que se trata de una biblioteca y no de un
solo libro, hemos de pensar en la forma en que deberíamos «catalo-
gar» sus contenidos. Por una parte, podríamos agrupar los escritos
según su género –la biografía en un estante, las cartas en otro y los
apocalipsis en la última fila–. Luego, podemos agruparlos según el
12                                               DE JESÚS AL CRISTIANISMO


autor. Con toda seguridad, este tipo de organización facilitaría cier-
tos análisis y comparaciones literarias. En efecto, éste es el modo en
que se presenta el Nuevo Testamento. Sin embargo, esta organiza-
ción puede suscitar algunos problemas si no somos conscientes de las
diferencias de fecha y lugar que existen entre los documentos. Un lis-
tado de tipo cronológico produce una diferente perspectiva sobre los
escritos y cómo se relacionan entre sí las diversas partes del relato.
    Por consiguiente, en nuestra obra intentaremos estudiar los di-
versos escritos del Nuevo Testamento y otras obras de la literatura
cristiana primitiva siguiendo un proceso más o menos cronológico,
desde los más antiguos hasta los posteriores. Así, uno de los aspec-
tos que analizaremos en cada paso será la razón por la que ubicamos
un libro determinado en un momento concreto, abordando tam-
bién los otros acontecimientos o escritos de la misma época. Por
ejemplo, aunque los evangelios aparecen en primer lugar en el Nue-
vo Testamento, no fueron los primeros documentos que se escribie-
ron. La posición que ocupan procede del hecho de que presentan la
vida de Jesús, pero, como veremos, se escribieron en una fecha con-
siderablemente posterior. El más antiguo se escribió unos cuarenta
años después, mientras que el último se redactó casi un siglo después
de los acontecimientos. Por tanto, el modo en que cada evangelio
cuenta su historia de Jesús puede reflejar más las influencias y preo-
cupaciones que proceden de la época del autor y sus destinatarios
que las propias de la época del mismo Jesús.
    Éste es uno de lo principales problemas con el que nos enfrenta-
mos. No tenemos ningún documento de la época de Jesús. Él nun-
ca escribió nada, ni tampoco poseemos ningún relato contemporá-
neo de su vida o su muerte. No existen registros de corte, crónicas
oficiales o datos de prensa que puedan suministrarnos una informa-
ción de primera mano. Tampoco hay testigos oculares cuyas infor-
maciones se mantuvieran sin barniz alguno. Aun cuando puedan
contener fuentes o tradiciones orales más antiguas, todos los evan-
gelios proceden de una época más tardía. Es una tarea importante
discernir qué material es antiguo y cuál es posterior. De hecho, los
documentos más antiguos que se conservan son las cartas auténticas
de Pablo. Se escribieron unos veinte o treinta años después de la
muerte de Jesús. Sin embargo, Pablo no fue un discípulo de Jesús;
tampoco afirma en ningún lugar que hubiera visto a Jesús durante
su ministerio. Además, estas cartas no se escribieron para unas per-
EL RELATO DE LOS NARRADORES
                                                                   13
sonas que vivieran en la patria de Jesús o que hubieran escuchado al-
gunas noticias sobre él de su misma época, sino que sus destinatarios
eran nuevos conversos que vivían en regiones distantes del Imperio
romano, en la zona occidental de Turquía, Grecia e incluso la mis-
ma Roma. Aunque constituyen la versión más antigua del relato, no
obstante, se encuentran distanciadas temporal y culturalmente del
mundo de Jesús. Sin embargo, reflejan claramente alguna informa-
ción sobre su vida basada en los relatos que circulaban oralmente so-
bre él. Constituyen únicamente una porción del relato más extenso,
y, sin embargo, cada una cuenta su propio relato o historia.

Un enfoque generacional
     El Nuevo Testamento conserva varios de estos relatos individua-
les. Representan los diversos estratos de un material procedente de
más de un siglo de movimiento cristiano. Por tanto, es altamente va-
lioso en cuanto información histórica, puesto que preserva el relato
que fue cambiando conforme se contaba a varias generaciones. Por
esta razón, adoptaremos un enfoque generacional sobre los escritos
y el desarrollo histórico del movimiento cristiano primitivo. Ahora,
la «biblioteca» comienza a parecerse a una excavación arqueológica,
pues profundizamos a través de los niveles o estratos para encontrar
las valiosas pepitas de la información o los fragmentos que están en-
terrados. Hemos de estudiar los depósitos de los datos más antiguos
y los más recientes y analizar el modo en que pueden relacionarse
entre sí.
    Podemos pensar que una generación dura más o menos unos
cuarenta años, que es el modo tradicional en que la computaban las
antiguas genealogías. El mundo en que nació Jesús es, en este senti-
do, la «generación previa» a partir de la que emergería el movimien-
to de Jesús. Posteriormente nos encontramos con su ministerio y su
muerte. Estudiaremos la historia, la cultura y la religión de este pe-
ríodo en la parte primera de nuestro libro, titulada «El mundo del
Nuevo Testamento».
    En la segunda parte abordaremos la primera generación. Ésta se
extiende desde la muerte de Jesús, ca. 30 d.C., hasta la primera re-
vuelta judía contra Roma en el año 70 d.C. (para una mayor infor-
mación sobre las fechas y la cronología, véase la última sección de
este capítulo). En esta parte estudiaremos las pruebas históricas del
14                                                 DE JESÚS AL CRISTIANISMO


ministerio y la muerte de Jesús, la fundación de su movimiento y las
primeras tradiciones orales, y, también, el ministerio de Pablo. Los
elementos clave de este período son los orígenes sectarios del movi-
miento dentro del judaísmo y sus primeras expresiones en los hori-
zontes culturales judíos y griegos.
    La segunda generación se extiende desde el año 70 hasta casi el
110 d.C. En ella encontramos los cambios que acontecieron en el se-
no del movimiento de Jesús y fuera de él como consecuencia del fra-
caso de la revuelta judía y la destrucción del templo. Estos «dolores
del parto y nuevos horizontes» se estudiarán en la tercera parte. Los
evangelios más antiguos conjuntamente con algunas cartas pertene-
cen a este período, como es el caso del libro del Apocalipsis. Duran-
te esta época se acrecentaron las tensiones entre la secta de Jesús y los
otros judíos, y comenzaron a emerger las nuevas cuestiones sobre la
autodefinición, especialmente a la luz del creciente contacto con la
sociedad grecorromana. Las diferentes versiones del relato reflejan
estos cambios en el horizonte social.
    Varios escritos del Nuevo Testamento pertenecen a la tercera ge-
neración, que se extiende desde el año 110 hasta el 150 d.C. En es-
te período comenzamos a ver cómo el movimiento rompe con sus
raíces judías y se transforma en una iglesia institucional indepen-
diente o, lo que llamaríamos de forma más apropiada, «cristianis-
mo». También observamos cómo aparecen otros escritos importan-
tes de la generación postapostólica, las obras de los denominados
Padres Apostólicos, en donde el liderazgo en la iglesia y las relacio-
nes con el Estado romano se convierten en objeto de especial estu-
dio. El otro factor que adquiere un mayor protagonismo en este pe-
ríodo es la diversidad regional del movimiento cristiano.
    Durante la cuarta generación, que se extiende desde el año 150
hasta el 190, el movimiento cristiano adquiere su mayoría de edad
social e intelectual en el ámbito del mundo romano. Ya se habían es-
crito todos los documentos que finalmente formarían el Nuevo Tes-
tamento, pero aún no existía un Nuevo Testamento como tal colec-
ción. En efecto, nos encontramos con otros escritos que habían
surgido durante la segunda y, especialmente, la tercera generación,
que afirmaban proceder de Jesús o de los apóstoles. A la luz de la ex-
tendida diversidad regional del cristianismo en este período, surgió
la cuestión de cuáles eran auténticos y autoritativos y cuáles había
que leer. Fue esta cuarta generación la que protagonizó los primeros
EL RELATO DE LOS NARRADORES
                                                                    15
esfuerzos por configurar el canon del Nuevo Testamento, produ-
ciendo, en consecuencia, «el libro». Por consiguiente, el Nuevo Tes-
tamento constituye la fuente principal para estudiar el desarrollo del
cristianismo primitivo, pero también es el producto de ese desarro-
llo, es decir, también forma parte del relato.

Escuchar a los narradores
    Además del modo y el tiempo en que se produjeron estos escri-
tos, hemos de estudiar lo que les estaba ocurriendo a quienes los es-
cribieron y los leyeron. Ellos constituyen la parte de la vida real de
este relato; ellos son los narradores. Por consiguiente, será de gran
importancia conocer lo que pensaban y decían sobre Jesús, sobre su
propia experiencia y, en algunos casos, sobre lo que pensaban y de-
cían unos de otros. Después de todo, se trata de un relato totalmente
humano.
    Al igual que con los mismos documentos, también cabría esperar
que acontecieran algunos cambios y que éstos quedaran reflejados en
los escritos. Por ejemplo, los primeros discípulos de Jesús eran todos
judíos, al igual que el mismo Jesús. El movimiento de Jesús fue ini-
cialmente una secta dentro del judaísmo, una de las muchas que en-
tonces existían. En consecuencia, para comprender la vida y la muer-
te de Jesús, lo que realmente ocurrió y su razón, hemos de partir de
las condiciones políticas y sociales de la patria de Jesús. Progresiva-
mente, el movimiento de Jesús comenzó a separarse de sus raíces ju-
días hasta que finalmente se convirtió en una religión independiente
dentro del mundo romano. Aproximadamente a finales de la segun-
da generación se había convertido en un movimiento formado en su
mayor parte por conversos que no eran judíos. Por tanto, surgieron
nuevos horizontes sociales y culturales que llegaron a formar parte de
su interpretación del relato. ¿Por qué ocurrió esto? ¿Cómo afectó a
quienes se encontraban en medio de este cambio decisivo? ¿Llegaron
a ser conscientes de lo mucho que habían cambiado? Una de las par-
tes más dramáticas del relato es el cambio de relaciones que se pro-
dujo entre el movimiento de Jesús y su religión madre, el judaísmo.
    Como ya hemos dicho, el Nuevo Testamento no es un relato
continuado, como una novela o una biografía; no es un único rela-
to. Tampoco existe un único narrador, ni tampoco se cuenta una
única historia. Más bien, comenzamos a advertir que los dinamis-
16                                                 DE JESÚS AL CRISTIANISMO


mos del movimiento de Jesús, e incluso sus texturas y cambios com-
plejos, se reflejan en sus relatos. Son muchas las historias y las voces
que se oyen.
    Pueden verse algunos trazos humanos básicos en la experiencia
de los primeros seguidores del movimiento de Jesús que contaron y
recontaron el relato por primera vez. En cuanto judío del siglo I que
sufría el imponente poder del gobierno romano, puede verse a Jesús
como un narrador de un relato, o una visión, si así lo deseamos, de
cómo se estaba desarrollando el plan de Dios sobre Israel. Pero ¿era
un agitador apocalíptico o un crítico de la sociedad? Incluso en su
época había diferentes opiniones. Sin embargo, la historia cambió
cuando fue ejecutado por los romanos. La historia ya no era sola-
mente la que él contó, sino lo que se contaba sobre él y lo que sig-
nificaba. Algunos comenzaron a preguntarse: ¿Cómo? ¿Por qué?
¿También a mí? ¿Por nosotros? Incluso entonces, las reacciones re-
verberaron a través de siglos de experiencia judía, recurriéndose ló-
gicamente a las Escrituras judías, especialmente a los salmos. El len-
guaje que fundamentaba sus relatos procedía de un cúmulo de
cánticos, símbolos y expresiones engarzadas mediante la memoria
cultural: «Junto a los canales de Babilonia, nos sentamos a llorar...»,
«El Señor es mi pastor...», «Dios mío, Dios mío, ¿por qué me ha
abandonado?» (Salmos 137,1; 23,1; 22,1). La tradición y la expe-
riencia se comunicaron mediante la narración.
    El medio de la narración era predominantemente oral, especial-
mente en los primeros momentos del movimiento de Jesús. Ésta
puede ser la razón por la que no poseemos ningún escrito de Jesús o
de cualquiera de sus seguidores durante un período de al menos
veinte años. Los relatos se transmitieron inicialmente de boca a bo-
ca. Incluso cuando se pusieron por escrito la primera vez, el modo
de expresión era esencialmente de carácter oral. Las cartas y los li-
bros antiguos estaban hechos para leerse en voz alta, como para es-
cuchar la voz directa del escritor. Los tipos de escritura reflejaban es-
tas diferentes formas o contextos de expresión. La detección de estas
diferencias puede ser muy importante para comprender tanto lo que
se decía como sus razones. Por tanto, la ubicación social y los hori-
zontes culturales del narrador y los destinatarios constituyen claves
importantes para comprender el sentido de los textos.
   Al cambiar la ubicación social, también cambian las formas de
expresión y las resonancias sociales. Jesús y sus primeros seguidores
EL RELATO DE LOS NARRADORES
                                                                    17
hablaban arameo, la lengua semítica común en el Oriente Medio de
aquella época. El hebreo, la lengua en que estaban escritas la mayor
parte de sus escrituras, no se conocía desde hacía tiempo y ya no se
hablaba, con la excepción de unos pocos. Pero, aparte de los escasos
destellos del arameo, la lengua de la mayoría de los primeros cristia-
nos, como también de muchos otros judíos, era fundamentalmente
el griego. El griego era la lengua principal de la administración y la
vida civil romana en la parte oriental del Imperio, especialmente en
las grandes ciudades, como Alejandría, Antioquía y Éfeso. Todos los
documentos del Nuevo Testamento y la mayor parte de la literatu-
ra cristiana primitiva se escribieron en griego. Ciertamente, la gente
podía recurrir aún a las Escrituras judías, puesto que se habían tra-
ducido al griego, pero, incluso así, se produjo un notable cambio en
el panorama cultural que podía verse perfectamente. ¿Qué diferen-
cia implicaba que Pablo evocara las máximas estoicas conjuntamen-
te con las tradiciones judías o que en Hechos se contara la predica-
ción de Pablo entre los filósofos griegos en el ágora ateniense? ¿Qué
diferencia se produjo cuando los relatos de Pedro y Pablo llegaron
finalmente a Roma?
    Por tanto, otro elemento que afectó al modo en que se contaron
los relatos fue la extensión del movimiento de Jesús en las diversas
partes del mundo romano. Ello produjo nuevas trayectorias litera-
rias, pues las antiguas formas del relato se volvieron a contar en si-
tuaciones nuevas. En ocasiones, podemos incluso rastrear los cami-
nos de la extensión siguiendo la pista a estas trayectorias literarias.
Al mismo tiempo, volver a contar el relato a nuevos destinatarios
produjo inevitablemente otros cambios al infiltrarse en la narración
elementos de la cultura local o de los dialectos nativos. Aunque el
gobierno romano facilitaba viajar a grandes distancias, las comuni-
dades cristianas de algunas localidades se desarrollaron con un no-
table aislamiento de otras comunidades. En consecuencia, la diver-
sidad en el cristianismo fue incrementándose. Surgieron nuevas
voces: Clemente, Ignacio, Tomás, Hermas, Marción y otros más.
Conforme pasaba el tiempo, la diversidad se iba convirtiendo en to-
do un problema cuando, al menos, algunos cristianos se dieron
cuenta de que no estaban contando la misma historia. Entonces, co-
menzaron a plantearse nuevas cuestiones; a saber, el carácter de las
escrituras, las fuentes de la autoridad y la estructura o forma del ca-
non. Incluso entonces, intentaban contar la historia o el relato. Y
nosotros, por nuestra parte, intentamos contar la suya.
18                                                DE JESÚS AL CRISTIANISMO


Una observación sobre las fechas y la cronología
     Aunque nos centremos en los dos primeros siglos de nuestra era,
es necesario echar una mirada a una extensión más amplia de tiem-
po con el objetivo de comprender el trasfondo histórico del mundo
grecorromano y del judaísmo antiguo. Por el otro extremo, también
hemos de indagar en las antiguas fuentes cristianas posteriores al
Nuevo Testamento e incluso en algunas posteriores al año 200 d.C.
Eusebio, el historiador de la Iglesia y obispo de Cesarea, que escri-
bió a principios del siglo IV (ca. 310-324 d.C.), constituye una
fuente importante para nuestro trabajo, puesto que recopiló y con-
servó muchos escritos cristianos antiguos que de otro modo se
hubieran perdido. No obstante, la utilización de estos escritores pos-
teriores o fuentes fragmentarias requiere que estemos atentos a asun-
tos tales como la fiabilidad histórica y la cronología. Por ejemplo,
Eusebio frecuentemente retrotrae aspectos de la organización, el
pensamiento o la tradición cristiana que se habían desarrollado en
su época al período antiguo, cuando aún no existían. Por lo tanto,
estas fuentes escritas, aunque son valiosas, deben usarse con cautela,
al igual que nuestras fuentes más antiguas.
    Dentro del marco generacional de conjunto también he inten-
tado proceder más o menos cronológicamente, al mismo tiempo
que he mantenido conjuntamente los materiales afines o los desa-
rrollos regionales. En ocasiones, sobre todo en las partes cuarta y
quinta, esto implica que en un determinado capítulo seguiremos
una trayectoria del desarrollo que nos llevará hacia delante; en algu-
nos casos, tal vez, hasta la siguiente generación. En el capítulo pos-
terior, por tanto, volveremos un poco hacia atrás en nuestros pasos
para retomar una línea paralela de desarrollo relativa a un aspecto
diferente. Por esta razón, he mantenido, en general, la mayor parte
de las cuestiones relativas a la organización institucional emergente
de la Iglesia en la parte cuarta, mientras que he tratado la mayoría
de los asuntos relativos a la canonización de las escrituras en la par-
te quinta, aun cuando ambas cuestiones tienden un puente entre la
tercera y la cuarta generaciones.

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El relato de los narradores: la historia del cristianismo según los orígenes

  • 1. I El relato de los narradores Se dice que los libros cuentan historias, pero esto no es total- mente cierto. La gente cuenta historias y las pone por escrito en li- bros. Los libros recogen estas historias y las hacen accesibles a los lec- tores. En este sentido, son un medio de comunicación para una audiencia más amplia. La comunicación resulta más fácil cuando el autor y los destinatarios forman parte de un mismo trasfondo cul- tural y de una misma época; entonces resulta más comprensible oír la historia que se cuenta oralmente. En este caso, la responsabilidad recae sobre el narrador, pues ha de contarla con aquellas palabras e ideas que son comprensibles para su audiencia. Pero los libros también conservan las historias, haciendo posi- ble que las generaciones posteriores de lectores no sólo se encuen- tren con una historia de un tiempo pasado, sino también con aque- llos que una vez la contaron y la oyeron. En este caso, el medio de comunicación es más complejo. Ahora es el lector, no el narrador, quien carga con el peso, con la responsabilidad. Para comprender la historia o el relato, el lector tiene que habérselas con los cambios culturales, lingüísticos e ideológicos que se han producido con el paso del tiempo. Se trata de un proceso de traducción de un tiem- po a otro, de una cultura a otra, con el objetivo de oír el relato que una vez se contó. En este momento intervienen dos historias o re- latos. La conservación y la historia posterior del libro tiene su pro- pio relato, aparte del que se encuentra en sus páginas, y el lector de- be hacer frente también a este segundo relato que es la historia del libro. La lectura de cualquier relato del pasado debe respetar los di- ferentes niveles de historia y relato, de entonces y de ahora, que la componen.
  • 2. 10 DE JESÚS AL CRISTIANISMO Este libro trata del relato de los orígenes y el desarrollo del mo- vimiento cristiano tal como fue contado por quienes lo experimen- taron. Tuvo lugar aproximadamente hace unos dos mil años y abar- ca una extensión de varios siglos. Surge de la historia de Israel y el pueblo judío, pero se entrecruza con la historia de Grecia y Roma. El relato, al menos en su versión mejor conocida, se nos conserva en el libro que los cristianos llamamos la Biblia, y más específicamente el Nuevo Testamento cuando nos referimos a su segunda parte. Existen también cuatro fuentes, pero no las conocemos tan bien; las pondremos de relieve en nuestro estudio cuando empiecen a reflejar el proceso de la narración y re-narración del relato. Los lectores contemporáneos del Nuevo Testamento pueden pa- sarlo mal al darse cuenta de que se trata de una obra antigua. Puede leerse en inglés y en otras lenguas, y existen numerosas traducciones «modernas» que tratan de hacerlo más inteligible a una audiencia actual. Pero la totalidad del Nuevo Testamento se escribió original- mente en griego, concretamente en la forma popular que frecuente- mente se denomina koiné (es decir, «común»), que era la típica de la época helenista. Los cristianos lo recopilaron durante un período de tiempo, lo copiaron y volvieron a copiar y lo transmitieron a lo lar- go de los siglos. En la tradición ortodoxa griega se mantuvo en grie- go bizantino; en la tradición católica romana se tradujo al latín; y también se hicieron otras traducciones, como la copta, la siríaca, la etiópica, la armenia y la eslava. La traducción al inglés se realizó mu- cho después y, al igual que la alemana, sólo llegó a utilizarse am- pliamente como consecuencia de la Reforma protestante. Además, cuando nos encontramos con el Nuevo Testamento en inglés, o en español, podemos percibirlo en primer lugar como un solo libro que nos descubre la historia de Jesús, el fundador del cris- tianismo, y la vida de sus primeros discípulos. Comienza exacta- mente con el nacimiento de Jesús y prosigue con su vida y muerte, tal como lo encontramos en los evangelios. Después viene la histo- ria de la Iglesia primitiva, tal como nos cuenta el libro de los He- chos, seguida por varias cartas escritas, según parece, por el mismo grupo de personajes –Pedro, Juan, Pablo– que aparecen en los evan- gelios y Hechos como discípulos de Jesús. Sin embargo, al leer el texto con más atención nos damos cuenta en seguida de que no se trata de una única historia; de hecho, nos encontramos con cuatro relatos diferentes de la vida de Jesús –los evangelios de Mateo, Mar-
  • 3. EL RELATO DE LOS NARRADORES 11 cos, Lucas y Juan–. Tampoco se trata de un solo libro; el Nuevo Tes- tamento es una colección de libros y una colección de relatos. Se pa- rece más a una biblioteca, a una antigua biblioteca que fue creada con el objetivo de conservar estos relatos por y para las generaciones posteriores de lectores. Dado el carácter más complejo y antiguo de sus contenidos, ¿cómo hemos de proceder para leer, de forma com- petente, el Nuevo Testamento? En primer lugar, dada su heterogeneidad, no puede leerse como una novela, es decir, directamente desde el principio hasta el final. Las diversas obras presentan diferentes géneros literarios: biografías, historias, novelas, cartas, sermones, apocalipsis, catecismos y ma- nuales de disciplina. Fueron escritas en diferentes momentos y por autores diferentes; en consecuencia, no nos encontramos con un re- lato cohesionado. Aun cuando todas se escribieron en griego, el len- guaje, el tono y el estilo son notablemente diferentes de un autor a otro, al igual que ocurre en cualquier biblioteca. Por consiguiente, la colección debe leerse principalmente según el carácter de cada una de sus obras. Los puntos de conexión, comparación y contraste vendrán posteriormente, una vez que hayamos comprendido algo sobre el origen de cada obra, a saber, dónde, cuándo y por qué se es- cribió. En segundo lugar, en este proceso es fundamental conocer algo sobre el autor y sus destinatarios. En algunos casos, saber quién la escribió y quiénes fueron los destinatarios puede ayudarnos a com- prender el cuándo y el porqué. Y a la inversa. Descubrir el momen- to en el que se compuso una obra, a partir de su forma interna y su vocabulario, puede ayudarnos a descubrir muchos más datos sobre el autor y los destinatarios, especialmente cuando no poseemos es- tas informaciones, pero también incluso en el caso de que las po- seamos. El carácter de la literatura antigua nos exige abordar todas estas cuestiones para encontrar el sentido de lo que se nos cuenta en «el relato». Con otras palabras, tenemos que utilizar los instrumen- tos de la historia para leer el relato, aun cuando el relato se refiera a una historia o forme parte de la historia. En tercer lugar, puesto que se trata de una biblioteca y no de un solo libro, hemos de pensar en la forma en que deberíamos «catalo- gar» sus contenidos. Por una parte, podríamos agrupar los escritos según su género –la biografía en un estante, las cartas en otro y los apocalipsis en la última fila–. Luego, podemos agruparlos según el
  • 4. 12 DE JESÚS AL CRISTIANISMO autor. Con toda seguridad, este tipo de organización facilitaría cier- tos análisis y comparaciones literarias. En efecto, éste es el modo en que se presenta el Nuevo Testamento. Sin embargo, esta organiza- ción puede suscitar algunos problemas si no somos conscientes de las diferencias de fecha y lugar que existen entre los documentos. Un lis- tado de tipo cronológico produce una diferente perspectiva sobre los escritos y cómo se relacionan entre sí las diversas partes del relato. Por consiguiente, en nuestra obra intentaremos estudiar los di- versos escritos del Nuevo Testamento y otras obras de la literatura cristiana primitiva siguiendo un proceso más o menos cronológico, desde los más antiguos hasta los posteriores. Así, uno de los aspec- tos que analizaremos en cada paso será la razón por la que ubicamos un libro determinado en un momento concreto, abordando tam- bién los otros acontecimientos o escritos de la misma época. Por ejemplo, aunque los evangelios aparecen en primer lugar en el Nue- vo Testamento, no fueron los primeros documentos que se escribie- ron. La posición que ocupan procede del hecho de que presentan la vida de Jesús, pero, como veremos, se escribieron en una fecha con- siderablemente posterior. El más antiguo se escribió unos cuarenta años después, mientras que el último se redactó casi un siglo después de los acontecimientos. Por tanto, el modo en que cada evangelio cuenta su historia de Jesús puede reflejar más las influencias y preo- cupaciones que proceden de la época del autor y sus destinatarios que las propias de la época del mismo Jesús. Éste es uno de lo principales problemas con el que nos enfrenta- mos. No tenemos ningún documento de la época de Jesús. Él nun- ca escribió nada, ni tampoco poseemos ningún relato contemporá- neo de su vida o su muerte. No existen registros de corte, crónicas oficiales o datos de prensa que puedan suministrarnos una informa- ción de primera mano. Tampoco hay testigos oculares cuyas infor- maciones se mantuvieran sin barniz alguno. Aun cuando puedan contener fuentes o tradiciones orales más antiguas, todos los evan- gelios proceden de una época más tardía. Es una tarea importante discernir qué material es antiguo y cuál es posterior. De hecho, los documentos más antiguos que se conservan son las cartas auténticas de Pablo. Se escribieron unos veinte o treinta años después de la muerte de Jesús. Sin embargo, Pablo no fue un discípulo de Jesús; tampoco afirma en ningún lugar que hubiera visto a Jesús durante su ministerio. Además, estas cartas no se escribieron para unas per-
  • 5. EL RELATO DE LOS NARRADORES 13 sonas que vivieran en la patria de Jesús o que hubieran escuchado al- gunas noticias sobre él de su misma época, sino que sus destinatarios eran nuevos conversos que vivían en regiones distantes del Imperio romano, en la zona occidental de Turquía, Grecia e incluso la mis- ma Roma. Aunque constituyen la versión más antigua del relato, no obstante, se encuentran distanciadas temporal y culturalmente del mundo de Jesús. Sin embargo, reflejan claramente alguna informa- ción sobre su vida basada en los relatos que circulaban oralmente so- bre él. Constituyen únicamente una porción del relato más extenso, y, sin embargo, cada una cuenta su propio relato o historia. Un enfoque generacional El Nuevo Testamento conserva varios de estos relatos individua- les. Representan los diversos estratos de un material procedente de más de un siglo de movimiento cristiano. Por tanto, es altamente va- lioso en cuanto información histórica, puesto que preserva el relato que fue cambiando conforme se contaba a varias generaciones. Por esta razón, adoptaremos un enfoque generacional sobre los escritos y el desarrollo histórico del movimiento cristiano primitivo. Ahora, la «biblioteca» comienza a parecerse a una excavación arqueológica, pues profundizamos a través de los niveles o estratos para encontrar las valiosas pepitas de la información o los fragmentos que están en- terrados. Hemos de estudiar los depósitos de los datos más antiguos y los más recientes y analizar el modo en que pueden relacionarse entre sí. Podemos pensar que una generación dura más o menos unos cuarenta años, que es el modo tradicional en que la computaban las antiguas genealogías. El mundo en que nació Jesús es, en este senti- do, la «generación previa» a partir de la que emergería el movimien- to de Jesús. Posteriormente nos encontramos con su ministerio y su muerte. Estudiaremos la historia, la cultura y la religión de este pe- ríodo en la parte primera de nuestro libro, titulada «El mundo del Nuevo Testamento». En la segunda parte abordaremos la primera generación. Ésta se extiende desde la muerte de Jesús, ca. 30 d.C., hasta la primera re- vuelta judía contra Roma en el año 70 d.C. (para una mayor infor- mación sobre las fechas y la cronología, véase la última sección de este capítulo). En esta parte estudiaremos las pruebas históricas del
  • 6. 14 DE JESÚS AL CRISTIANISMO ministerio y la muerte de Jesús, la fundación de su movimiento y las primeras tradiciones orales, y, también, el ministerio de Pablo. Los elementos clave de este período son los orígenes sectarios del movi- miento dentro del judaísmo y sus primeras expresiones en los hori- zontes culturales judíos y griegos. La segunda generación se extiende desde el año 70 hasta casi el 110 d.C. En ella encontramos los cambios que acontecieron en el se- no del movimiento de Jesús y fuera de él como consecuencia del fra- caso de la revuelta judía y la destrucción del templo. Estos «dolores del parto y nuevos horizontes» se estudiarán en la tercera parte. Los evangelios más antiguos conjuntamente con algunas cartas pertene- cen a este período, como es el caso del libro del Apocalipsis. Duran- te esta época se acrecentaron las tensiones entre la secta de Jesús y los otros judíos, y comenzaron a emerger las nuevas cuestiones sobre la autodefinición, especialmente a la luz del creciente contacto con la sociedad grecorromana. Las diferentes versiones del relato reflejan estos cambios en el horizonte social. Varios escritos del Nuevo Testamento pertenecen a la tercera ge- neración, que se extiende desde el año 110 hasta el 150 d.C. En es- te período comenzamos a ver cómo el movimiento rompe con sus raíces judías y se transforma en una iglesia institucional indepen- diente o, lo que llamaríamos de forma más apropiada, «cristianis- mo». También observamos cómo aparecen otros escritos importan- tes de la generación postapostólica, las obras de los denominados Padres Apostólicos, en donde el liderazgo en la iglesia y las relacio- nes con el Estado romano se convierten en objeto de especial estu- dio. El otro factor que adquiere un mayor protagonismo en este pe- ríodo es la diversidad regional del movimiento cristiano. Durante la cuarta generación, que se extiende desde el año 150 hasta el 190, el movimiento cristiano adquiere su mayoría de edad social e intelectual en el ámbito del mundo romano. Ya se habían es- crito todos los documentos que finalmente formarían el Nuevo Tes- tamento, pero aún no existía un Nuevo Testamento como tal colec- ción. En efecto, nos encontramos con otros escritos que habían surgido durante la segunda y, especialmente, la tercera generación, que afirmaban proceder de Jesús o de los apóstoles. A la luz de la ex- tendida diversidad regional del cristianismo en este período, surgió la cuestión de cuáles eran auténticos y autoritativos y cuáles había que leer. Fue esta cuarta generación la que protagonizó los primeros
  • 7. EL RELATO DE LOS NARRADORES 15 esfuerzos por configurar el canon del Nuevo Testamento, produ- ciendo, en consecuencia, «el libro». Por consiguiente, el Nuevo Tes- tamento constituye la fuente principal para estudiar el desarrollo del cristianismo primitivo, pero también es el producto de ese desarro- llo, es decir, también forma parte del relato. Escuchar a los narradores Además del modo y el tiempo en que se produjeron estos escri- tos, hemos de estudiar lo que les estaba ocurriendo a quienes los es- cribieron y los leyeron. Ellos constituyen la parte de la vida real de este relato; ellos son los narradores. Por consiguiente, será de gran importancia conocer lo que pensaban y decían sobre Jesús, sobre su propia experiencia y, en algunos casos, sobre lo que pensaban y de- cían unos de otros. Después de todo, se trata de un relato totalmente humano. Al igual que con los mismos documentos, también cabría esperar que acontecieran algunos cambios y que éstos quedaran reflejados en los escritos. Por ejemplo, los primeros discípulos de Jesús eran todos judíos, al igual que el mismo Jesús. El movimiento de Jesús fue ini- cialmente una secta dentro del judaísmo, una de las muchas que en- tonces existían. En consecuencia, para comprender la vida y la muer- te de Jesús, lo que realmente ocurrió y su razón, hemos de partir de las condiciones políticas y sociales de la patria de Jesús. Progresiva- mente, el movimiento de Jesús comenzó a separarse de sus raíces ju- días hasta que finalmente se convirtió en una religión independiente dentro del mundo romano. Aproximadamente a finales de la segun- da generación se había convertido en un movimiento formado en su mayor parte por conversos que no eran judíos. Por tanto, surgieron nuevos horizontes sociales y culturales que llegaron a formar parte de su interpretación del relato. ¿Por qué ocurrió esto? ¿Cómo afectó a quienes se encontraban en medio de este cambio decisivo? ¿Llegaron a ser conscientes de lo mucho que habían cambiado? Una de las par- tes más dramáticas del relato es el cambio de relaciones que se pro- dujo entre el movimiento de Jesús y su religión madre, el judaísmo. Como ya hemos dicho, el Nuevo Testamento no es un relato continuado, como una novela o una biografía; no es un único rela- to. Tampoco existe un único narrador, ni tampoco se cuenta una única historia. Más bien, comenzamos a advertir que los dinamis-
  • 8. 16 DE JESÚS AL CRISTIANISMO mos del movimiento de Jesús, e incluso sus texturas y cambios com- plejos, se reflejan en sus relatos. Son muchas las historias y las voces que se oyen. Pueden verse algunos trazos humanos básicos en la experiencia de los primeros seguidores del movimiento de Jesús que contaron y recontaron el relato por primera vez. En cuanto judío del siglo I que sufría el imponente poder del gobierno romano, puede verse a Jesús como un narrador de un relato, o una visión, si así lo deseamos, de cómo se estaba desarrollando el plan de Dios sobre Israel. Pero ¿era un agitador apocalíptico o un crítico de la sociedad? Incluso en su época había diferentes opiniones. Sin embargo, la historia cambió cuando fue ejecutado por los romanos. La historia ya no era sola- mente la que él contó, sino lo que se contaba sobre él y lo que sig- nificaba. Algunos comenzaron a preguntarse: ¿Cómo? ¿Por qué? ¿También a mí? ¿Por nosotros? Incluso entonces, las reacciones re- verberaron a través de siglos de experiencia judía, recurriéndose ló- gicamente a las Escrituras judías, especialmente a los salmos. El len- guaje que fundamentaba sus relatos procedía de un cúmulo de cánticos, símbolos y expresiones engarzadas mediante la memoria cultural: «Junto a los canales de Babilonia, nos sentamos a llorar...», «El Señor es mi pastor...», «Dios mío, Dios mío, ¿por qué me ha abandonado?» (Salmos 137,1; 23,1; 22,1). La tradición y la expe- riencia se comunicaron mediante la narración. El medio de la narración era predominantemente oral, especial- mente en los primeros momentos del movimiento de Jesús. Ésta puede ser la razón por la que no poseemos ningún escrito de Jesús o de cualquiera de sus seguidores durante un período de al menos veinte años. Los relatos se transmitieron inicialmente de boca a bo- ca. Incluso cuando se pusieron por escrito la primera vez, el modo de expresión era esencialmente de carácter oral. Las cartas y los li- bros antiguos estaban hechos para leerse en voz alta, como para es- cuchar la voz directa del escritor. Los tipos de escritura reflejaban es- tas diferentes formas o contextos de expresión. La detección de estas diferencias puede ser muy importante para comprender tanto lo que se decía como sus razones. Por tanto, la ubicación social y los hori- zontes culturales del narrador y los destinatarios constituyen claves importantes para comprender el sentido de los textos. Al cambiar la ubicación social, también cambian las formas de expresión y las resonancias sociales. Jesús y sus primeros seguidores
  • 9. EL RELATO DE LOS NARRADORES 17 hablaban arameo, la lengua semítica común en el Oriente Medio de aquella época. El hebreo, la lengua en que estaban escritas la mayor parte de sus escrituras, no se conocía desde hacía tiempo y ya no se hablaba, con la excepción de unos pocos. Pero, aparte de los escasos destellos del arameo, la lengua de la mayoría de los primeros cristia- nos, como también de muchos otros judíos, era fundamentalmente el griego. El griego era la lengua principal de la administración y la vida civil romana en la parte oriental del Imperio, especialmente en las grandes ciudades, como Alejandría, Antioquía y Éfeso. Todos los documentos del Nuevo Testamento y la mayor parte de la literatu- ra cristiana primitiva se escribieron en griego. Ciertamente, la gente podía recurrir aún a las Escrituras judías, puesto que se habían tra- ducido al griego, pero, incluso así, se produjo un notable cambio en el panorama cultural que podía verse perfectamente. ¿Qué diferen- cia implicaba que Pablo evocara las máximas estoicas conjuntamen- te con las tradiciones judías o que en Hechos se contara la predica- ción de Pablo entre los filósofos griegos en el ágora ateniense? ¿Qué diferencia se produjo cuando los relatos de Pedro y Pablo llegaron finalmente a Roma? Por tanto, otro elemento que afectó al modo en que se contaron los relatos fue la extensión del movimiento de Jesús en las diversas partes del mundo romano. Ello produjo nuevas trayectorias litera- rias, pues las antiguas formas del relato se volvieron a contar en si- tuaciones nuevas. En ocasiones, podemos incluso rastrear los cami- nos de la extensión siguiendo la pista a estas trayectorias literarias. Al mismo tiempo, volver a contar el relato a nuevos destinatarios produjo inevitablemente otros cambios al infiltrarse en la narración elementos de la cultura local o de los dialectos nativos. Aunque el gobierno romano facilitaba viajar a grandes distancias, las comuni- dades cristianas de algunas localidades se desarrollaron con un no- table aislamiento de otras comunidades. En consecuencia, la diver- sidad en el cristianismo fue incrementándose. Surgieron nuevas voces: Clemente, Ignacio, Tomás, Hermas, Marción y otros más. Conforme pasaba el tiempo, la diversidad se iba convirtiendo en to- do un problema cuando, al menos, algunos cristianos se dieron cuenta de que no estaban contando la misma historia. Entonces, co- menzaron a plantearse nuevas cuestiones; a saber, el carácter de las escrituras, las fuentes de la autoridad y la estructura o forma del ca- non. Incluso entonces, intentaban contar la historia o el relato. Y nosotros, por nuestra parte, intentamos contar la suya.
  • 10. 18 DE JESÚS AL CRISTIANISMO Una observación sobre las fechas y la cronología Aunque nos centremos en los dos primeros siglos de nuestra era, es necesario echar una mirada a una extensión más amplia de tiem- po con el objetivo de comprender el trasfondo histórico del mundo grecorromano y del judaísmo antiguo. Por el otro extremo, también hemos de indagar en las antiguas fuentes cristianas posteriores al Nuevo Testamento e incluso en algunas posteriores al año 200 d.C. Eusebio, el historiador de la Iglesia y obispo de Cesarea, que escri- bió a principios del siglo IV (ca. 310-324 d.C.), constituye una fuente importante para nuestro trabajo, puesto que recopiló y con- servó muchos escritos cristianos antiguos que de otro modo se hubieran perdido. No obstante, la utilización de estos escritores pos- teriores o fuentes fragmentarias requiere que estemos atentos a asun- tos tales como la fiabilidad histórica y la cronología. Por ejemplo, Eusebio frecuentemente retrotrae aspectos de la organización, el pensamiento o la tradición cristiana que se habían desarrollado en su época al período antiguo, cuando aún no existían. Por lo tanto, estas fuentes escritas, aunque son valiosas, deben usarse con cautela, al igual que nuestras fuentes más antiguas. Dentro del marco generacional de conjunto también he inten- tado proceder más o menos cronológicamente, al mismo tiempo que he mantenido conjuntamente los materiales afines o los desa- rrollos regionales. En ocasiones, sobre todo en las partes cuarta y quinta, esto implica que en un determinado capítulo seguiremos una trayectoria del desarrollo que nos llevará hacia delante; en algu- nos casos, tal vez, hasta la siguiente generación. En el capítulo pos- terior, por tanto, volveremos un poco hacia atrás en nuestros pasos para retomar una línea paralela de desarrollo relativa a un aspecto diferente. Por esta razón, he mantenido, en general, la mayor parte de las cuestiones relativas a la organización institucional emergente de la Iglesia en la parte cuarta, mientras que he tratado la mayoría de los asuntos relativos a la canonización de las escrituras en la par- te quinta, aun cuando ambas cuestiones tienden un puente entre la tercera y la cuarta generaciones.