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Ximena recibió la invitación del abuelo para pasar un fin de semana en su casa de campo, junto a sus amigos. Como Ximena,
Agustín y Daila era de Parque Guarani, aquella aventura fuera de la ciudad les parecía increíble.
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Lo primero que hizo el abuelo cuando llegaron, fue mostrarles su gran secreto: en el fondo de la casa, escondido entre los
árboles, tenía un viejo tren a carbón.
—¡Súbanse! –invitó el abuelo y los niños pensaron que que era para sacarse una foto—.
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Pero lo cierto fue que el abuelo ocupó el lugar del conductor y luego de varios sacudones, el tren comenzó a vibrar y a moverse
lentamente, adentrándose en un bosque repleto de árboles y animales.
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De pronto, vieron un venado de campo, que saludaba, junto a su cría. ¡Los niños no podían creerlo! El abuelo los miraba por el
espejo y se reía.
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El tren retrasó un poco su marcha para que pudieran ver al sapo grande y gordo que saltaba protestando al borde de un charco
de agua oscura. El sapo se acercó al tren.
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Ximena, Agustín y Daila se quedaron congelados. Y el abuelo le dijo con reverencia: —Aquí está, su majestad. Para que disfrute
junto a su familia.
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En el camino se fueron cruzando con otros animales: un jabalí bebé, al que le dieron una pelota nueva para jugar, porque
siempre las pinchaba, y un ñandú conversador, que iba camino a la casa de su amiga la mulita.
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También se asomaron al recorrido varios hurones curiosos, carpinchos de todas las edades y hasta un búho de anteojos
grandes, al que el abuelo le entregó un periódico...
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...para que se pusiera al día con las noticias del mundo. Todos se veían felices.
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Cuando terminó el recorrido y el tren volvió a la casa, el abuelo de Ximena les explicó lo importante que es cuidar del agua, el
aire, las plantas y los animales.
Y todos estuvieron de acuerdo.
Entraron a comer una rica torta que había preparado la abuela, y pensaron en ballet, jugar un rato más y planificar su próxima
aventura como exploradores y cuidadores de la naturaleza.
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