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El Profe Molina
El oficio de ser maestro (cuentos)
Enrique Araújoviedo, Junio 2014
Capítulo I. La manera más rápida de ser suspendido.
¿Tres por cinco? Quince! Gritaron al unísono todos los niños del aula de cuarto bé. Allá Araújo,
dígame cuanto da … tres por siete. Tres por siete …. tres por siete … ¿tres por siete? Sí, si señor:
tres por siete, ¿Cuánto es? ¿Tres por siete? Que sí hombre, apúrele.
¿Tres por siete? Y sonó hasta el último rincón, quedando mudo todo el mundo, la bofetada que le
propinó Molina a Araújo. Araújo apenas se tambaleó, trastabilló balanceándose para un lado y el
otro; pero se repuso rápidamente. Apenas estaba incorporándose cuando sonó la otra mejilla. El
silencio era tan seco que hasta se oía el zumbido de una mosca volar. Nadie dijo nada, todos
bajaron la cabeza y algunos como avestruces levantaron la tapa del pupitre y escondieron sus
cabezas en el zócalo de los libros. Araújo no lloró, contuvo las lágrimas hasta el último minuto.
Poco a poco, se le fueron deslizando por las mejillas rojicalientes y evaporándose rápidamente por
la hornilla de calor en que había quedado su rostro.
Vaya sientése Araújo! Y estudie! … Santos!
Pero Araújo no se movía. Araújo al pupitre! Araújo no obedecía, se quedó inmóvil incluso cuando
recibió el reglazo en el costado. Qué no me escucho? Obedezca, a su puesto!
Araújo miraba a Molina directamente a los ojos, como un animal al acecho dispuesto a saltarle en
cualquier momento. Araújo era un muchacho enclenque de unos ocho a nueve años, afable y
alegre en los descansos; despabilado para las ciencias, pero lento para las matemáticas, y eso que
decía que le gustaban. “Pero lo que no me gusta, es cómo me enseñan las matemáticas. Quieren
que las memorice, pero no me las explican”.
Profesor, – se escuchó la voz entrecortada por un airecillo contenido en la garganta a punto de
soltar el llanto o el grito de dolor- yo sé que tres por siete da veintiuno; eso lo sé. Pero, no me
interesa saberlo y no me interesa saberlo porque me gusta calcularlo cada vez que me preguntan
las tablas…. ¿qué está diciendo Araújo? ¿No me oyó? Vaya, siéntese!
Señor, profesor, escúcheme. Así me expulse, pero le quiero decir que usted me está haciendo
odiar las matemáticas. Mis mejillas no tienen nada que ver con las matemáticas. Cada vez que
usted me golpea, yo las odio más; aunque a mí me gusta pensar en ellas. Es que usted, no me deja
pensar…
Es suficiente señor Araújo. Aparte de majadero, es usted un niño insolente! Vamos a la prefectura.
Se lo llevó a rastras a la prefectura, dónde Fierro. Pobre Araújo, lo tendrán toda la tarde castigado
en el mejor de los casos.
No llegando a la oficina del prefecto se lo encontraron en el pasillo. Al ver a Molina, renqueando
con Araújo cogido de un brazo, bamboleándose al mismo rítmo de la cojera de Molina, Fierro
gritó: Otra vez usted, señor Araújo! Qué vamos a hacer con usted, su mamá ya vino la otra vez y
usted prometió portarse juicioso. Venga para acá. Y lo tomó del otro brazo, así que quedó
colgando de uno y halado por el otro cada vez que Molina se apoyaba en su pierna más corta.
Haber, señor Araújo, la última vez que vino aquí fue por irrespeto a un profesor. Precisamente al
profesor Molina. Usted se atrevió a corregirle acerca de … veamos, veamos: la nota dice que usted
le dijo al profesor Molina que él “se sabía las tablas pero que no sabía multiplicar…” Y usted se
atrevió a decirle que si quería podía explicarle al profesor en qué consistía multiplicar. Vaya señor
Araújo, así que usted es un sabiondito. ¿Y ésta vez por qué lo trajeron?
Por lo mismo, señor prefecto. Manifestó Molina con ese aire de esclavo que tienen algunos
profesores frente a sus superiores. -“El señor Araújo no se sabe las tablas, pero cree saber
multiplicar”.
Y si no se sabe las tablas, cómo es que puede saber multiplicar, señor Araújo? A ver, cuéntenos
¿qué es multiplicar? Araújo permanecía callado. Se sentía intimidado. Querían escucharlo para
burlarse de cualquier cosa que dijera, tuviera sentido o no. Ahora sí que tenía ganas de llorar de
pura impotencia, de rabia. Estrechó los puños, estiró los brazos y se encogió de hombros. Así que
nos va a pegar, ¿eh? Señor Araújo? Nos salió gallito, el muchachito éste. Cómo decirles que no.
Que ese gesto era simplemente de ganas de correr, de atravesar las paredes y huir, de correr
hasta que se le acabe el aliento.
Justo en el momento que Molina levantaba la mano para propinarle otra cachetada por su
insolencia y encabritamiento, se apareció en la puerta de la oficina la profesora Gloria. Gloria era
la profesora de quinto, la profe del hermano mayor. Era amable, buena persona. Conocía a la
mamá y una que otra vez había ido a la casa de los Araújo a tomar onces. Le gustaba verlos leer,
porque en esa familia todos leían; desde el papá hasta el más pequeño de todos. A Araújo le
gustaba leer literatura, poesía y biografías; pero ante todo le encantaba repasar las figuras de un
libro de geometría de un tal Pompilio Hurtado. Hablaba de unos axiomas y unos teoremas y unos
corolarios; pero ante todo le gustaba que a la izquierda estaba la figura y a la derecha una
explicación -no siempre entendida- de qué ocurría al lado izquierdo. Casi siempre hacían
referencia a cosas anteriores y tocaba devolverse hasta la página señalada y regresar otra vez al
dibujo. Era divertido leer un libro así, de aquí para allá y allá para acá. No se parecía a los libros de
novelas. Si te salteabas unas hojas podías no entender qué pasó y si te regresabas unas hojas atrás
a releer lo leído ya no tenía gracia porque no ofrecía nueva información sobre los hechos que
estabas leyendo. Pero en el libro de Pompilio Hurtado podías comenzar en cualquier página, en
cualquier teorema –decía Araújo a sus amiguitos- y terminas leyendo el libro completo yendo de
aquí para allá. ¿Y si lo entiende? Le preguntó Santos, alguna vez. La verdad, no. Pero me gusta leer
así.
La profe Gloria alcanzó a atrapar la mano de Molina en el aire y le dijo muy adusta: a este niño no.
Conozco a la mamá. Ella los viene criando bién.
Pero profesora, éste niño es un insolente majadero. Replicó Molina. Me ha faltado al respeto unas
tres veces; se cree que sabe mucho y no se sabe ni las tablas. Acá Fierro le ha preguntado que qué
es multiplicar y por única respuesta se ha encabritado para pegarnos. Véalo por usted misma.
Venga mijo, dijo la profe Gloria. Y con un gesto, estiro la mano para que Araújo se agarrara de ella
y salvarlo de ese par de monstruos. Araújo apenas sintió la cálida y amigable mano de la profe
Gloria se abalanzó sobre ella y la abrazó, aferrándose fuertemente se echó a llorar. Lloró de
desconsuelo, de rabia, de dolor, de puro sentimiento.
Cálmese mijo, le decía la profe Gloria, dándole palmaditas en la espalda y masajeándole la cabeza
con la punta de los dedos. Ya pasó.
Pero, qué es lo que pasa? Dijo enfático Fierro. Estos gestos son los que hacen que estos
majaderitos nos falten al respeto y nos traten como nos tratan. Suéltelo profesora, no lo
consienta que no se lo merece; más bien apóyenos, ya que conoce a la mamá, para que lo
castiguen ejemplarmente por desacato y mal comportamiento. Lo que está haciendo este
muchachito es hacer quedar mal a su familia…
Mientras Fierro despotricaba, Araújo le decía algo a la profesora Gloria al oído.
Pero présteme atención profesora, usted para nada está ayudando en ésta situación.
El joven Araújo me dice que me quiere explicar qué significa multiplicar, para que sea testigo que
dice la verdad. Que él no se sabe las tablas porque no necesita memorizarlas. Que se demora un
poco mientras calcula, pero que eso es lo que disfruta de esa operación. Pero dice además que
quiere que ustedes dos no estén.
¿Pero qué es esto? Ahora impone condiciones: nos dice lo que podemos y lo que no podemos
hacer. Pues no, ésta es mi oficina. Y si ese señorito no quiere pues que se vaya a la porra
sancionado una semana y, cuando vuelva, vuelve con matrícula condicional.
Sí señor, eso es. Insistió Molina.
Haber señorito, yo hice mi Normal y cursé varios semestres de universidad, y le puedo asegurar
que lo más sé es precisamente multiplicar…
Se sabe las tablas. Masculló Araújo protegido desde su trinchera, detrás de la profesora Gloria.
Qué es lo que usted tiene en contra de las tablas de multiplicar, señor?
-“Memorizarlas, sin entenderlas”.
-“pero, ¿qué es lo que hay que entender ahí, señor!?”
Capitulo II. ¿Por qué no evitas problemas, y eres como todos?
Mi señora, lo que pasa es que su hijo le lleva la contraria a todo. Es desobediente y altanero. ¿Por
qué no puede ser como todos los demás? Eso de nadar contra la corriente no lo va a llevar a
ningún sitio. Y usted señora si sigue amparándolo y protegiéndolo de esa manera lo que va a
conseguir es un pelafustanillo en el futuro y quién sabe, hasta puede llegar a ser un delincuente.
No señora, no estoy diciendo que su hijo sea un delincuente. Qué puede llegar a serlo si sigue por
ese camino. Vea por ejemplo, como ese sacerdote Camilo Torres, se dejó llevar por ideas
extranjeras y terminó por el mal camino. Es que eso de pensar diferente atrae problemas y
consecuencias nefastas. El mundo es como es y hay que dejarlo así, señora. Además, en ésta
Escuela enseñamos los más caros valores cristianos y hay compañeritos que dicen que Araújo dice
que es ateo. Señora, pero qué es eso? ¿Usted no le estará inculcando esas ideas a sus hijos? Yo lo
sé señora, usted es católica, apostólica y romana. Y entonces de dónde saca ese niño esas ideas
tan raras… eso es porque usted lo deja leer cualquier cosa que llega a su manos. No señora, hay
que ponerlo a leer la biblia. Quítele ese libro de Geometría del tal Pompilio Hurtado y si puede
quémelo; ese libro le está transtornando la mente, como al Quijote. ¿Ya leyó el quijote? De razón,
ese pobre niño está enajenado por tanta lectura anticristiana.
Mi señora, este compromiso es una matrícula condicional. De aquí en adelante debe portarse bién
o lo expulsaremos. Con una mínima falta que cometa de aquí en adelante se lo entregaremos y
allá usted verá que hace con él. Lo mejor es que lo ponga a trabajar.
Señor Araújo, pase adelante. Lo quiero aquí al frente mío para poder controlarlo todo el tiempo. Y
ya que está aquí adelante, dígame … ¿ya se aprendió las tablas? Cómo que no. ¿Cuál nuevo
método aprendió? No me diga, así que el señorito no se aprendió las tablas, pero aprendió un
nuevo método para multiplicar. Usted me da risa, señor. Cada vez más tonto. Mejor quédese así;
yo no voy a perder mi tiempo con usted.
De aquí en adelante, evítese problemas y sea como todos los demás. Vea al señor Santos o a
Morales o a Dueñas o a Saldaña… No vaya contra la corriente, haga lo que se le dice y ya. Aconsejó
Molina de una manera casi que paternal.
Capitulo III. Veamos qué es lo que sabe.
La Junta Escolar llegaba de visita esa semana y tomaba al azar tres estudiantes aparte de
los tres mejores de cada curso. Les hacían un examen oral y dependiendo cómo les iba,
certificaban al curso y al profesor. Molina sudaba a chorros y apestaba a sobaco. Corría
para acá y para allá preparando a sus mejores estudiantes. ¿Ya se llevaron a Araújo?
Díganle a Fierro que le dé vacaciones o que lo suspenda por cualquier cosa! Pero que se
vaya a la casa, no sea que lo escojan y nos haga quedar como un zapato. Dicho y hecho. La
Junta seleccionó a tres estudiantes de cada curso. Uno de los jurados leyó los nombres: …
cuarto bé, el señor Araújo, la señorita Berta Guerrero y el Señor Sergio Santos fueron
escogidos al azar y presentaran la prueba de matemáticas. La de Lenguaje y Ciencias lo
harán los estudiantes seleccionados por el profesor Molina.
Molina se agarraba de los cabellos con esa manota que salía del brazo que colgaba de su
joroba. Renqueaba más de lo acostumbrado. Cualquiera que le viera desde cierta distancia
diría que era el jorobado de Notre Dame corriendo como loco de un lado para otro; ora
arreglándole la corbata a alguno de sus pupilos, ora leyéndole instrucciones de un papel,
ora escuchándoles recitar. Llamó a Sergio Santos y a Berta Guerrero y les suplicó que por
nada del mundo dejaran que Araújo hablara, que se anticiparan a responder; que Araújo
nada.
Frente a la Junta, los seis alumnos estaban de pie a unos seis metros de distancia de la
mesa. Los miembros de la junta estaban adustos y algo enjutos. Comenzaron con
preguntas fáciles: Señorita Guerrero, ¿cuánto es nueve por uno? ¿Ocho por siete? ¿seis
por cuatro? … Señor Santos … Molina descansó levemente porque no llamaron a Araújo;
pero no se sentía cómodo, tarde que temprano escucharía: “señor Araújo….” Señor
Santos, decía el jurado, ¿cuánto es … once por once? Todos quedaron estupefactos y
miraron hacia dónde estaba Molina; se sabían las tablas hasta el diez. Molina, carraspeó.
¿señor Santos? ¿No? Bueno, sigamos … ¿Cuánto es, treinta por cincuenta y cuatro? “Pero
señor …” se escuchó la voz entrecortada de Molina inquiriéndole al jurado. Usted se calla
profesor y se hace detrás de la raya; cualquier intento de ayuda, anulará el examen y
usted será el responsable y deberá asumir las consecuencias. “No mi señor”, dijo Molina
con su vocecita de esclavo, “es que en cuarto sólo vemos las tablas hasta el diez…”. Qué
mal señor, deberían saber multiplicar hasta por tres cifras, eso dice el libro azul del
ministerio. Y retírese, por favor. ¿Señor santos?
Ciento veintiuno … dijo una vocecita tímida.
¿Cuánto señor Santos? Santos no dijo nada, por el contrario miró a Araújo como
acusándolo de su atrevimiento. ¿Qué dijo señor Santos? Le inquirió el jurado. “Yo no dije
nada, señor. Fue Araújo”.
¿Qué dijo señor Araújo? Preguntó el jurado. Hable más fuerte.
Ciento veintiuno…
¿Treinta por cincuenta y cuatro, ciento once?
No señor, once por once ….. treinta por cincuenta y cuatro da mil seiscientos veinte!
Repita por favor, más alto para que todos le escuchen.
Que once por once da ciento veintiuno y treinta por cincuenta y cuatro da mil seiscientos
veinte.
Muy bién, señor! Su nombre?
Araújo, …. Señor.
Muy bién señor Araújo, veamos: cuarenta y tres por ocheintaidos ….
Un silencio pesado se sentía en el ambiente. Molina no sabía si dejar caer la mandíbula o
dejar caer el chorro de babas que pendía de su boca abierta y desencajada. Quería pensar,
pero estaba aturdido. ¿Era real o era un deseo escondido que se anteponía al posible
ridículo al que los exponía Araújo…? Araújo mientras tanto hacía ruidos incompresibles,
mascullaba palabras y movía los dedos como si contara. A los pocos minutos exclamó con
toda seguridad:
Tres mil quinientos sesenta y seis.
Muy bien, se vé que este niño si se sabe las tablas, dijo el jurado.
No señor, no me las sé; pero sé multiplicar.
Un inmenso temblor se apoderó de Molina y todos los demás profesores que le
acompañaban. El jurado estaba a punto de irse, cuando este insolente muchachito sale
con semejante barrabasada…
El jurado se puso de pié y dijo en voz alta y firme: ¿qué dijo jovencito?
Con toda la seguridad del caso, Araújo habló:
Dije que no me sé las tablas, señor; pero que sé multiplicar.
A ver cómo es eso. Explíquese. Dijo el jurado.
Sí, veamos qué es lo que sabe. Dijo uno de los otros jurados recostándose en su silla con
los brazos cruzados sobre su cabeza.
Capitulo IV. Multiplicando con los dedos.
“A ver, niño, muéstrenos cómo es que hace lo que hace”. “Acércate”, le dijo la señora
que estaba a la derecha del jurado. Era la profesora Noemí de Primero de Primaria. Era
muy querida y muy recordada por la frase: “Primero mi Primaria” que tenía pegada
encima del tablero de su salón. “Explícanos, acá, sobre el escritorio”.
Araújo se acercó tímidamente primero, pero luego le surgió una seguridad incomesurable.
Comenzó con toda certeza.
Las tablas no hay que memorizarlas. Basta con saber contar con los dedos, pues la
multiplicación es una forma de conteo. Al principio, leí en un libro que así como se puede
contar de uno en uno hasta llegar a diez, se puede contar de dos en dos, diez veces; de
tres en tres, diez veces y así sucesivamente. O sea, si cuento de dos en dos, tendría dos,
cuatro, seis, ocho, diez, doce, catorce, diesiseis, diesiocho, veinte. Que no es más que la
tabla del dos. La tabla del tres sería entonces la secuencia de contar de tres en tres: tres,
seis, nueve, doce, quince, diesiocho, veintiuno, veinticuatro, veintisiete, treinta. Pero no
tiene gracia memorizar esas secuencias si cada vez puede uno contarlas. Pero lo que hay
que ver es que cuando uno cuenta de dos en dos, por ejemplo, es que está diciendo que
dos se repite el número de veces que se cuenta. Entonces si estoy en el tercer número
que es seis lo que hecho es contar tres veces dos. Esto es más fácil verlo con los dedos.
Mire, en la mano izquierda extiendo estos dos dedos y en la derecha extiendo estos tres.
Ahora coloco los tres de la derecha sobre los dos de la izquierda y miro que el dedo índice
toca los dos dedos, esto es dos; el dedo del medio hace lo mismo y llevo cuatro y
finalmente el dedo anular toca los dos dedos y hace el tercer dos, o sea seis. A veces
simplemente miro los tres dedos sobre los otros dos y cuento cuantas veces de tocan.
Esto es, seis. Para hacerlo más rápido, simplemente aplaudo las veces que se quiere
contar: cuatro por tres es cuatro dedos en la mano izquierda bajo tres dedos de la mano
derecha; aplaudo tres veces y voy contando de cuatro en cuatro. Primer aplauso: cuatro,
segundo aplauso: ocho, tercer aplauso: doce. Y esa es la respuesta. Si lo que quiero es
multiplicar cinco por cinco que es lo máximo que se puede multiplicar de este modo,
aplaudo cinco veces y voy contando: cinco, diez, quince, veinte, veinticinco. Ese fue mi
primer método en Segundo.
En tercero aprendí a contar con palillos mentalmente. Me imaginaba que un palillo era un
dedo, cinco palillos eran una mano. Una mano y un dedo son seis, pero así no se puede
contar rápidamente, así que una mano y un dedo, o sea seis, vale por un pulgar. Mejor
dicho, un pulgar vale seis. Pero debe estar agachado. El pulgar y el dedo índice recogidos
son siete; el pulgar, el dedo índice y el dedo de la mitad agachados o recogidos valen
ocho. El pulgar, el dedo índice, el dedo corazón y el dedo anular agachados o recogidos
valen nueve. El puño cerrado vale diez. Si voy a multiplicar siete por siete, lo que tengo
que hacer es tomar y agachar el pulgar y el índice de la izquierda y lo mismo con la
derecha. En cada mano deben quedar tres dedos extendidos. Los de la derecha los coloco
sobre los de la izquierda. Los dedos agachados los cuento como decenas, como tengo
cuatro dedos agachados, dos en la izquierda y dos en la derecha, tengo cuatro decenas o
sea cuarenta. Los dedos extendidos cruzados, los multiplico: tres por tres, como se ve hay
nueve contactos. Luego sumo las decenas con las unidades y me da cuarenta y nueve. Así
que siete por siete es cuarenta y nueve. Parece difícil, pero es fácil. Una vez que uno
entienda el procedimiento lo puede hacer con cualquier multiplicación de una cifra por
una cifra. Y así no tiene que memorizarse tablas porque para eso tiene los dedos, que
hacen creer que uno tiene una calculadora.
Los jurados se miraban unos a otros y comenzaron a contar con los dedos algo absortos e
incrédulos. Más de uno de ellos no entendió, pero no dijeron nada por no parecer tontos
ante la explicación de un niño. El miedo a pecar de ignorantes les hacía asumir una actitud
de entenderlo todo. Mientras en el balcón de profesores corrían los murmullos: Dios mío
que estará haciendo Araújo, nos va a hacer cerrar la Escuela!
Muy bién, dijo uno de los jurados. Pero eso no explica cómo encontró la multiplicación de
cuarenta y tres por ochentaidos, jovencito. ¿Tiene otro truco por ahí para contarnos?
Capitulo V. La calculadora.
Ya entrado en confianza, Araújo le dijo al jurado. No, no es un truco señor, es una
calculadora.
¿Cómo así? Está prohibido utilizar esos endemoniados aparatos en estos exámenes. No
sea que le cueste la anulación del examen, jovencito.
¿Lo ven? Susurro Molina desde su silla, nos va a hacer cerrar la Escuela. Nos van a anular
el examen y ni siquiera han pasado los niños aplicados. Este Araújo, apenas pueda ponerle
las manos encima los despescuezo, así me toque pagarlo en la cárcel…
Cuéntanos, le inquirió la profesora Noemí.
Es fácil. Lo que hay que hacer es pensar en cuatro cuadrados formando una ventana. Cada
cuadrado tiene una diagonal, es decir está dividido en dos partes: una superior a la
izquierda y otra inferior a la derecha. En cada casilla se coloca solamente un dígito. Para
que me entiendan, pensemos solamente en una caja dividida; ahora encima de la caja
escribimos un digito, pongamos tres. A la derecha de la caja, por fuera colocamos otro
dígito. Digamos, ocho. La situación está así: tenemos una caja dividida por una diagonal.
Arriba está el tres, a la derecha el ocho. Decimos, tres por ocho (contamos como ya
sabemos), veinticuatro. Colocamos el dos en la casilla de arriba o sea el de las decenas, y
el cuatro en la casilla de abajo o sea la de las unidades. Ya se lo imaginaron?
Todos asintieron.
Pues eso mismo hay que hacer con las otras casillas. Cuando usted pidió multiplicar
cuarenta y tres por ochenta y dos, lo que uno hace es pensar en cuatro casillas porque los
números son de dos cifras. Arriba sobre las casillas colocamos el cuarenta y tres. En la
derecha colocamos el ochenta y dos de arriba hacia abajo. En la primera casilla tenemos el
cuatro arriba, sobre la segunda casilla tenemos el tres arriba y el ocho al lado derecho.
Debajo de ésta tenemos una casilla con el dos a su derecha. Ahora decimos: tres por ocho,
veinticuatro. Colocamos el dos en la casilla de decenas y el cuatro en la de unidades, como
ya lo habíamos hecho. Ahora, cuatro por ocho: treinta y dos. El tres en las decenas y el
dos en las unidades. Seguimos, tres por dos: seis. Como no hay decenas no escribimos
nada en esa casilla y colocamos seis en la casilla de las unidades. Finalmente, cuatro por
dos: doce. Colocamos uno en las decenas y dos en las unidades. Qué tenemos entonces?
En las casillas de arriba tenemos: tres, dos, dos, cuatro. En las casillas de abajo: uno, dos,
nada, seis. Ahora sumamos las diagonales de derecha a izquierda: primera diagonal, seis.
Segunda diagonal, cuatro más nada más dos, seis. Tercera diagonal: dos más dos más uno,
cinco. Cuarta diagonal, tres. Leyendo los resultados, se tiene: tres, cinco, seis, seis. O sea
tres mil quinientos sesenta y seis.
Lo mismo se puede hacer once por once. Arriba uno, uno. A la derecha hacia abajo, uno,
uno. En el cuadrado de arriba a la izquierda: nada, uno. En el de al lado lo mismo. Lo
mismo en los dos de abajo. Así que sumando las diagonales se tiene: uno en la primera
diagonal. Segunda diagonal: uno más nada más uno, dos. Tercera diagonal: nada más uno
más nada, uno. Cuarta diagonal, no hay nada. Entonces, se tiene: uno, dos, uno. O sea
ciento veintiuno.
Los jurados estallaron en aplausos y risas. Los abatidos profesores que se recostaban unos
sobre otros, abiertamente desabridos y acongojados por su inminente despido del
magisterio se levantaron tratando de entender qué pasaba.
El presidente del jurado, carraspeó e inmediatamente con voz solemne dijo: ¿quién es el
profesor de éste niño?
“Trágame tierra, trágame!”, suplicaba febrilmente Molina.
Acérquese por favor, profesor. Ubíquese al frente del estrado.
Ya lo decía yo: me van a expulsar de la peor manera, qué ultraje a mi dignidad. Todo por
culpa de ese pendejito que debimos haber expulsado hace mucho rato. Se lo dije a Fierro,
ese canijo nos sacará canas. Mientras su mente se retorcía en descalabradas suposiciones
llegó ante el jurado. Un caracol hubiera sido más rápido y una babosa recién rociada con
sal se retorcería menos que lo que estaba temblando Molina.
“Señor profesor”, dijo con mucha solemnidad el presidente del jurado. Molina soltó una
leve musitación y tragó saliva. Quiso gritar que no era su culpa, que ese canijo estaba
fuera de la ley; que nunca pudo ser como los demás y que estaban a punto de expulsarlo
para sanear el sistema educativo de tales anacoretas, cuando desde el fondo de su
apesadumbramiento se fue haciendo la luz: “me permito en nombre propio y el de mis
colegas felicitarlo por tan excelente labor realizada en este muchacho; se ve a todas luces
su dedicación y devoción; su entrega preclara y desinteresada por hacer de éste joven y
sus compañeros émulos para las juventudes descarriadas que azotan nuestras calles y
aulas. Profesores como usted son los que necesita la nación. Siga así, profesor dando todo
de sí y lo mejor para sus alumnos. Nuevamente en nombre propio y en el de mis colegas
me permito manifestarle que lo propongo como Profesor del Año, premio que enaltece su
persona y a ésta Escuela. De hoy en adelante, deberemos dirigirnos a usted como
Excelentísimo Profesor … profesor … eh, me recuerda su nombre excelentísimo profesor?
Molina, profesor Molina, su eminencia.

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El profe molina (v1)

  • 1. El Profe Molina El oficio de ser maestro (cuentos) Enrique Araújoviedo, Junio 2014 Capítulo I. La manera más rápida de ser suspendido. ¿Tres por cinco? Quince! Gritaron al unísono todos los niños del aula de cuarto bé. Allá Araújo, dígame cuanto da … tres por siete. Tres por siete …. tres por siete … ¿tres por siete? Sí, si señor: tres por siete, ¿Cuánto es? ¿Tres por siete? Que sí hombre, apúrele. ¿Tres por siete? Y sonó hasta el último rincón, quedando mudo todo el mundo, la bofetada que le propinó Molina a Araújo. Araújo apenas se tambaleó, trastabilló balanceándose para un lado y el otro; pero se repuso rápidamente. Apenas estaba incorporándose cuando sonó la otra mejilla. El silencio era tan seco que hasta se oía el zumbido de una mosca volar. Nadie dijo nada, todos bajaron la cabeza y algunos como avestruces levantaron la tapa del pupitre y escondieron sus cabezas en el zócalo de los libros. Araújo no lloró, contuvo las lágrimas hasta el último minuto. Poco a poco, se le fueron deslizando por las mejillas rojicalientes y evaporándose rápidamente por la hornilla de calor en que había quedado su rostro. Vaya sientése Araújo! Y estudie! … Santos! Pero Araújo no se movía. Araújo al pupitre! Araújo no obedecía, se quedó inmóvil incluso cuando recibió el reglazo en el costado. Qué no me escucho? Obedezca, a su puesto! Araújo miraba a Molina directamente a los ojos, como un animal al acecho dispuesto a saltarle en cualquier momento. Araújo era un muchacho enclenque de unos ocho a nueve años, afable y alegre en los descansos; despabilado para las ciencias, pero lento para las matemáticas, y eso que decía que le gustaban. “Pero lo que no me gusta, es cómo me enseñan las matemáticas. Quieren que las memorice, pero no me las explican”. Profesor, – se escuchó la voz entrecortada por un airecillo contenido en la garganta a punto de soltar el llanto o el grito de dolor- yo sé que tres por siete da veintiuno; eso lo sé. Pero, no me interesa saberlo y no me interesa saberlo porque me gusta calcularlo cada vez que me preguntan las tablas…. ¿qué está diciendo Araújo? ¿No me oyó? Vaya, siéntese! Señor, profesor, escúcheme. Así me expulse, pero le quiero decir que usted me está haciendo odiar las matemáticas. Mis mejillas no tienen nada que ver con las matemáticas. Cada vez que usted me golpea, yo las odio más; aunque a mí me gusta pensar en ellas. Es que usted, no me deja pensar… Es suficiente señor Araújo. Aparte de majadero, es usted un niño insolente! Vamos a la prefectura. Se lo llevó a rastras a la prefectura, dónde Fierro. Pobre Araújo, lo tendrán toda la tarde castigado en el mejor de los casos.
  • 2. No llegando a la oficina del prefecto se lo encontraron en el pasillo. Al ver a Molina, renqueando con Araújo cogido de un brazo, bamboleándose al mismo rítmo de la cojera de Molina, Fierro gritó: Otra vez usted, señor Araújo! Qué vamos a hacer con usted, su mamá ya vino la otra vez y usted prometió portarse juicioso. Venga para acá. Y lo tomó del otro brazo, así que quedó colgando de uno y halado por el otro cada vez que Molina se apoyaba en su pierna más corta. Haber, señor Araújo, la última vez que vino aquí fue por irrespeto a un profesor. Precisamente al profesor Molina. Usted se atrevió a corregirle acerca de … veamos, veamos: la nota dice que usted le dijo al profesor Molina que él “se sabía las tablas pero que no sabía multiplicar…” Y usted se atrevió a decirle que si quería podía explicarle al profesor en qué consistía multiplicar. Vaya señor Araújo, así que usted es un sabiondito. ¿Y ésta vez por qué lo trajeron? Por lo mismo, señor prefecto. Manifestó Molina con ese aire de esclavo que tienen algunos profesores frente a sus superiores. -“El señor Araújo no se sabe las tablas, pero cree saber multiplicar”. Y si no se sabe las tablas, cómo es que puede saber multiplicar, señor Araújo? A ver, cuéntenos ¿qué es multiplicar? Araújo permanecía callado. Se sentía intimidado. Querían escucharlo para burlarse de cualquier cosa que dijera, tuviera sentido o no. Ahora sí que tenía ganas de llorar de pura impotencia, de rabia. Estrechó los puños, estiró los brazos y se encogió de hombros. Así que nos va a pegar, ¿eh? Señor Araújo? Nos salió gallito, el muchachito éste. Cómo decirles que no. Que ese gesto era simplemente de ganas de correr, de atravesar las paredes y huir, de correr hasta que se le acabe el aliento. Justo en el momento que Molina levantaba la mano para propinarle otra cachetada por su insolencia y encabritamiento, se apareció en la puerta de la oficina la profesora Gloria. Gloria era la profesora de quinto, la profe del hermano mayor. Era amable, buena persona. Conocía a la mamá y una que otra vez había ido a la casa de los Araújo a tomar onces. Le gustaba verlos leer, porque en esa familia todos leían; desde el papá hasta el más pequeño de todos. A Araújo le gustaba leer literatura, poesía y biografías; pero ante todo le encantaba repasar las figuras de un libro de geometría de un tal Pompilio Hurtado. Hablaba de unos axiomas y unos teoremas y unos corolarios; pero ante todo le gustaba que a la izquierda estaba la figura y a la derecha una explicación -no siempre entendida- de qué ocurría al lado izquierdo. Casi siempre hacían referencia a cosas anteriores y tocaba devolverse hasta la página señalada y regresar otra vez al dibujo. Era divertido leer un libro así, de aquí para allá y allá para acá. No se parecía a los libros de novelas. Si te salteabas unas hojas podías no entender qué pasó y si te regresabas unas hojas atrás a releer lo leído ya no tenía gracia porque no ofrecía nueva información sobre los hechos que estabas leyendo. Pero en el libro de Pompilio Hurtado podías comenzar en cualquier página, en cualquier teorema –decía Araújo a sus amiguitos- y terminas leyendo el libro completo yendo de aquí para allá. ¿Y si lo entiende? Le preguntó Santos, alguna vez. La verdad, no. Pero me gusta leer así. La profe Gloria alcanzó a atrapar la mano de Molina en el aire y le dijo muy adusta: a este niño no. Conozco a la mamá. Ella los viene criando bién. Pero profesora, éste niño es un insolente majadero. Replicó Molina. Me ha faltado al respeto unas tres veces; se cree que sabe mucho y no se sabe ni las tablas. Acá Fierro le ha preguntado que qué es multiplicar y por única respuesta se ha encabritado para pegarnos. Véalo por usted misma.
  • 3. Venga mijo, dijo la profe Gloria. Y con un gesto, estiro la mano para que Araújo se agarrara de ella y salvarlo de ese par de monstruos. Araújo apenas sintió la cálida y amigable mano de la profe Gloria se abalanzó sobre ella y la abrazó, aferrándose fuertemente se echó a llorar. Lloró de desconsuelo, de rabia, de dolor, de puro sentimiento. Cálmese mijo, le decía la profe Gloria, dándole palmaditas en la espalda y masajeándole la cabeza con la punta de los dedos. Ya pasó. Pero, qué es lo que pasa? Dijo enfático Fierro. Estos gestos son los que hacen que estos majaderitos nos falten al respeto y nos traten como nos tratan. Suéltelo profesora, no lo consienta que no se lo merece; más bien apóyenos, ya que conoce a la mamá, para que lo castiguen ejemplarmente por desacato y mal comportamiento. Lo que está haciendo este muchachito es hacer quedar mal a su familia… Mientras Fierro despotricaba, Araújo le decía algo a la profesora Gloria al oído. Pero présteme atención profesora, usted para nada está ayudando en ésta situación. El joven Araújo me dice que me quiere explicar qué significa multiplicar, para que sea testigo que dice la verdad. Que él no se sabe las tablas porque no necesita memorizarlas. Que se demora un poco mientras calcula, pero que eso es lo que disfruta de esa operación. Pero dice además que quiere que ustedes dos no estén. ¿Pero qué es esto? Ahora impone condiciones: nos dice lo que podemos y lo que no podemos hacer. Pues no, ésta es mi oficina. Y si ese señorito no quiere pues que se vaya a la porra sancionado una semana y, cuando vuelva, vuelve con matrícula condicional. Sí señor, eso es. Insistió Molina. Haber señorito, yo hice mi Normal y cursé varios semestres de universidad, y le puedo asegurar que lo más sé es precisamente multiplicar… Se sabe las tablas. Masculló Araújo protegido desde su trinchera, detrás de la profesora Gloria. Qué es lo que usted tiene en contra de las tablas de multiplicar, señor? -“Memorizarlas, sin entenderlas”. -“pero, ¿qué es lo que hay que entender ahí, señor!?” Capitulo II. ¿Por qué no evitas problemas, y eres como todos? Mi señora, lo que pasa es que su hijo le lleva la contraria a todo. Es desobediente y altanero. ¿Por qué no puede ser como todos los demás? Eso de nadar contra la corriente no lo va a llevar a
  • 4. ningún sitio. Y usted señora si sigue amparándolo y protegiéndolo de esa manera lo que va a conseguir es un pelafustanillo en el futuro y quién sabe, hasta puede llegar a ser un delincuente. No señora, no estoy diciendo que su hijo sea un delincuente. Qué puede llegar a serlo si sigue por ese camino. Vea por ejemplo, como ese sacerdote Camilo Torres, se dejó llevar por ideas extranjeras y terminó por el mal camino. Es que eso de pensar diferente atrae problemas y consecuencias nefastas. El mundo es como es y hay que dejarlo así, señora. Además, en ésta Escuela enseñamos los más caros valores cristianos y hay compañeritos que dicen que Araújo dice que es ateo. Señora, pero qué es eso? ¿Usted no le estará inculcando esas ideas a sus hijos? Yo lo sé señora, usted es católica, apostólica y romana. Y entonces de dónde saca ese niño esas ideas tan raras… eso es porque usted lo deja leer cualquier cosa que llega a su manos. No señora, hay que ponerlo a leer la biblia. Quítele ese libro de Geometría del tal Pompilio Hurtado y si puede quémelo; ese libro le está transtornando la mente, como al Quijote. ¿Ya leyó el quijote? De razón, ese pobre niño está enajenado por tanta lectura anticristiana. Mi señora, este compromiso es una matrícula condicional. De aquí en adelante debe portarse bién o lo expulsaremos. Con una mínima falta que cometa de aquí en adelante se lo entregaremos y allá usted verá que hace con él. Lo mejor es que lo ponga a trabajar. Señor Araújo, pase adelante. Lo quiero aquí al frente mío para poder controlarlo todo el tiempo. Y ya que está aquí adelante, dígame … ¿ya se aprendió las tablas? Cómo que no. ¿Cuál nuevo método aprendió? No me diga, así que el señorito no se aprendió las tablas, pero aprendió un nuevo método para multiplicar. Usted me da risa, señor. Cada vez más tonto. Mejor quédese así; yo no voy a perder mi tiempo con usted. De aquí en adelante, evítese problemas y sea como todos los demás. Vea al señor Santos o a Morales o a Dueñas o a Saldaña… No vaya contra la corriente, haga lo que se le dice y ya. Aconsejó Molina de una manera casi que paternal. Capitulo III. Veamos qué es lo que sabe. La Junta Escolar llegaba de visita esa semana y tomaba al azar tres estudiantes aparte de los tres mejores de cada curso. Les hacían un examen oral y dependiendo cómo les iba, certificaban al curso y al profesor. Molina sudaba a chorros y apestaba a sobaco. Corría para acá y para allá preparando a sus mejores estudiantes. ¿Ya se llevaron a Araújo? Díganle a Fierro que le dé vacaciones o que lo suspenda por cualquier cosa! Pero que se vaya a la casa, no sea que lo escojan y nos haga quedar como un zapato. Dicho y hecho. La Junta seleccionó a tres estudiantes de cada curso. Uno de los jurados leyó los nombres: … cuarto bé, el señor Araújo, la señorita Berta Guerrero y el Señor Sergio Santos fueron escogidos al azar y presentaran la prueba de matemáticas. La de Lenguaje y Ciencias lo harán los estudiantes seleccionados por el profesor Molina. Molina se agarraba de los cabellos con esa manota que salía del brazo que colgaba de su joroba. Renqueaba más de lo acostumbrado. Cualquiera que le viera desde cierta distancia diría que era el jorobado de Notre Dame corriendo como loco de un lado para otro; ora
  • 5. arreglándole la corbata a alguno de sus pupilos, ora leyéndole instrucciones de un papel, ora escuchándoles recitar. Llamó a Sergio Santos y a Berta Guerrero y les suplicó que por nada del mundo dejaran que Araújo hablara, que se anticiparan a responder; que Araújo nada. Frente a la Junta, los seis alumnos estaban de pie a unos seis metros de distancia de la mesa. Los miembros de la junta estaban adustos y algo enjutos. Comenzaron con preguntas fáciles: Señorita Guerrero, ¿cuánto es nueve por uno? ¿Ocho por siete? ¿seis por cuatro? … Señor Santos … Molina descansó levemente porque no llamaron a Araújo; pero no se sentía cómodo, tarde que temprano escucharía: “señor Araújo….” Señor Santos, decía el jurado, ¿cuánto es … once por once? Todos quedaron estupefactos y miraron hacia dónde estaba Molina; se sabían las tablas hasta el diez. Molina, carraspeó. ¿señor Santos? ¿No? Bueno, sigamos … ¿Cuánto es, treinta por cincuenta y cuatro? “Pero señor …” se escuchó la voz entrecortada de Molina inquiriéndole al jurado. Usted se calla profesor y se hace detrás de la raya; cualquier intento de ayuda, anulará el examen y usted será el responsable y deberá asumir las consecuencias. “No mi señor”, dijo Molina con su vocecita de esclavo, “es que en cuarto sólo vemos las tablas hasta el diez…”. Qué mal señor, deberían saber multiplicar hasta por tres cifras, eso dice el libro azul del ministerio. Y retírese, por favor. ¿Señor santos? Ciento veintiuno … dijo una vocecita tímida. ¿Cuánto señor Santos? Santos no dijo nada, por el contrario miró a Araújo como acusándolo de su atrevimiento. ¿Qué dijo señor Santos? Le inquirió el jurado. “Yo no dije nada, señor. Fue Araújo”. ¿Qué dijo señor Araújo? Preguntó el jurado. Hable más fuerte. Ciento veintiuno… ¿Treinta por cincuenta y cuatro, ciento once? No señor, once por once ….. treinta por cincuenta y cuatro da mil seiscientos veinte! Repita por favor, más alto para que todos le escuchen. Que once por once da ciento veintiuno y treinta por cincuenta y cuatro da mil seiscientos veinte. Muy bién, señor! Su nombre? Araújo, …. Señor. Muy bién señor Araújo, veamos: cuarenta y tres por ocheintaidos …. Un silencio pesado se sentía en el ambiente. Molina no sabía si dejar caer la mandíbula o dejar caer el chorro de babas que pendía de su boca abierta y desencajada. Quería pensar, pero estaba aturdido. ¿Era real o era un deseo escondido que se anteponía al posible
  • 6. ridículo al que los exponía Araújo…? Araújo mientras tanto hacía ruidos incompresibles, mascullaba palabras y movía los dedos como si contara. A los pocos minutos exclamó con toda seguridad: Tres mil quinientos sesenta y seis. Muy bien, se vé que este niño si se sabe las tablas, dijo el jurado. No señor, no me las sé; pero sé multiplicar. Un inmenso temblor se apoderó de Molina y todos los demás profesores que le acompañaban. El jurado estaba a punto de irse, cuando este insolente muchachito sale con semejante barrabasada… El jurado se puso de pié y dijo en voz alta y firme: ¿qué dijo jovencito? Con toda la seguridad del caso, Araújo habló: Dije que no me sé las tablas, señor; pero que sé multiplicar. A ver cómo es eso. Explíquese. Dijo el jurado. Sí, veamos qué es lo que sabe. Dijo uno de los otros jurados recostándose en su silla con los brazos cruzados sobre su cabeza. Capitulo IV. Multiplicando con los dedos. “A ver, niño, muéstrenos cómo es que hace lo que hace”. “Acércate”, le dijo la señora que estaba a la derecha del jurado. Era la profesora Noemí de Primero de Primaria. Era muy querida y muy recordada por la frase: “Primero mi Primaria” que tenía pegada encima del tablero de su salón. “Explícanos, acá, sobre el escritorio”. Araújo se acercó tímidamente primero, pero luego le surgió una seguridad incomesurable. Comenzó con toda certeza. Las tablas no hay que memorizarlas. Basta con saber contar con los dedos, pues la multiplicación es una forma de conteo. Al principio, leí en un libro que así como se puede contar de uno en uno hasta llegar a diez, se puede contar de dos en dos, diez veces; de tres en tres, diez veces y así sucesivamente. O sea, si cuento de dos en dos, tendría dos, cuatro, seis, ocho, diez, doce, catorce, diesiseis, diesiocho, veinte. Que no es más que la tabla del dos. La tabla del tres sería entonces la secuencia de contar de tres en tres: tres, seis, nueve, doce, quince, diesiocho, veintiuno, veinticuatro, veintisiete, treinta. Pero no tiene gracia memorizar esas secuencias si cada vez puede uno contarlas. Pero lo que hay que ver es que cuando uno cuenta de dos en dos, por ejemplo, es que está diciendo que
  • 7. dos se repite el número de veces que se cuenta. Entonces si estoy en el tercer número que es seis lo que hecho es contar tres veces dos. Esto es más fácil verlo con los dedos. Mire, en la mano izquierda extiendo estos dos dedos y en la derecha extiendo estos tres. Ahora coloco los tres de la derecha sobre los dos de la izquierda y miro que el dedo índice toca los dos dedos, esto es dos; el dedo del medio hace lo mismo y llevo cuatro y finalmente el dedo anular toca los dos dedos y hace el tercer dos, o sea seis. A veces simplemente miro los tres dedos sobre los otros dos y cuento cuantas veces de tocan. Esto es, seis. Para hacerlo más rápido, simplemente aplaudo las veces que se quiere contar: cuatro por tres es cuatro dedos en la mano izquierda bajo tres dedos de la mano derecha; aplaudo tres veces y voy contando de cuatro en cuatro. Primer aplauso: cuatro, segundo aplauso: ocho, tercer aplauso: doce. Y esa es la respuesta. Si lo que quiero es multiplicar cinco por cinco que es lo máximo que se puede multiplicar de este modo, aplaudo cinco veces y voy contando: cinco, diez, quince, veinte, veinticinco. Ese fue mi primer método en Segundo. En tercero aprendí a contar con palillos mentalmente. Me imaginaba que un palillo era un dedo, cinco palillos eran una mano. Una mano y un dedo son seis, pero así no se puede contar rápidamente, así que una mano y un dedo, o sea seis, vale por un pulgar. Mejor dicho, un pulgar vale seis. Pero debe estar agachado. El pulgar y el dedo índice recogidos son siete; el pulgar, el dedo índice y el dedo de la mitad agachados o recogidos valen ocho. El pulgar, el dedo índice, el dedo corazón y el dedo anular agachados o recogidos valen nueve. El puño cerrado vale diez. Si voy a multiplicar siete por siete, lo que tengo que hacer es tomar y agachar el pulgar y el índice de la izquierda y lo mismo con la derecha. En cada mano deben quedar tres dedos extendidos. Los de la derecha los coloco sobre los de la izquierda. Los dedos agachados los cuento como decenas, como tengo cuatro dedos agachados, dos en la izquierda y dos en la derecha, tengo cuatro decenas o sea cuarenta. Los dedos extendidos cruzados, los multiplico: tres por tres, como se ve hay nueve contactos. Luego sumo las decenas con las unidades y me da cuarenta y nueve. Así que siete por siete es cuarenta y nueve. Parece difícil, pero es fácil. Una vez que uno entienda el procedimiento lo puede hacer con cualquier multiplicación de una cifra por una cifra. Y así no tiene que memorizarse tablas porque para eso tiene los dedos, que hacen creer que uno tiene una calculadora. Los jurados se miraban unos a otros y comenzaron a contar con los dedos algo absortos e incrédulos. Más de uno de ellos no entendió, pero no dijeron nada por no parecer tontos ante la explicación de un niño. El miedo a pecar de ignorantes les hacía asumir una actitud de entenderlo todo. Mientras en el balcón de profesores corrían los murmullos: Dios mío que estará haciendo Araújo, nos va a hacer cerrar la Escuela! Muy bién, dijo uno de los jurados. Pero eso no explica cómo encontró la multiplicación de cuarenta y tres por ochentaidos, jovencito. ¿Tiene otro truco por ahí para contarnos?
  • 8. Capitulo V. La calculadora. Ya entrado en confianza, Araújo le dijo al jurado. No, no es un truco señor, es una calculadora. ¿Cómo así? Está prohibido utilizar esos endemoniados aparatos en estos exámenes. No sea que le cueste la anulación del examen, jovencito. ¿Lo ven? Susurro Molina desde su silla, nos va a hacer cerrar la Escuela. Nos van a anular el examen y ni siquiera han pasado los niños aplicados. Este Araújo, apenas pueda ponerle las manos encima los despescuezo, así me toque pagarlo en la cárcel… Cuéntanos, le inquirió la profesora Noemí. Es fácil. Lo que hay que hacer es pensar en cuatro cuadrados formando una ventana. Cada cuadrado tiene una diagonal, es decir está dividido en dos partes: una superior a la izquierda y otra inferior a la derecha. En cada casilla se coloca solamente un dígito. Para que me entiendan, pensemos solamente en una caja dividida; ahora encima de la caja escribimos un digito, pongamos tres. A la derecha de la caja, por fuera colocamos otro dígito. Digamos, ocho. La situación está así: tenemos una caja dividida por una diagonal. Arriba está el tres, a la derecha el ocho. Decimos, tres por ocho (contamos como ya sabemos), veinticuatro. Colocamos el dos en la casilla de arriba o sea el de las decenas, y el cuatro en la casilla de abajo o sea la de las unidades. Ya se lo imaginaron? Todos asintieron. Pues eso mismo hay que hacer con las otras casillas. Cuando usted pidió multiplicar cuarenta y tres por ochenta y dos, lo que uno hace es pensar en cuatro casillas porque los números son de dos cifras. Arriba sobre las casillas colocamos el cuarenta y tres. En la derecha colocamos el ochenta y dos de arriba hacia abajo. En la primera casilla tenemos el cuatro arriba, sobre la segunda casilla tenemos el tres arriba y el ocho al lado derecho. Debajo de ésta tenemos una casilla con el dos a su derecha. Ahora decimos: tres por ocho, veinticuatro. Colocamos el dos en la casilla de decenas y el cuatro en la de unidades, como ya lo habíamos hecho. Ahora, cuatro por ocho: treinta y dos. El tres en las decenas y el dos en las unidades. Seguimos, tres por dos: seis. Como no hay decenas no escribimos nada en esa casilla y colocamos seis en la casilla de las unidades. Finalmente, cuatro por dos: doce. Colocamos uno en las decenas y dos en las unidades. Qué tenemos entonces? En las casillas de arriba tenemos: tres, dos, dos, cuatro. En las casillas de abajo: uno, dos, nada, seis. Ahora sumamos las diagonales de derecha a izquierda: primera diagonal, seis. Segunda diagonal, cuatro más nada más dos, seis. Tercera diagonal: dos más dos más uno, cinco. Cuarta diagonal, tres. Leyendo los resultados, se tiene: tres, cinco, seis, seis. O sea tres mil quinientos sesenta y seis. Lo mismo se puede hacer once por once. Arriba uno, uno. A la derecha hacia abajo, uno, uno. En el cuadrado de arriba a la izquierda: nada, uno. En el de al lado lo mismo. Lo
  • 9. mismo en los dos de abajo. Así que sumando las diagonales se tiene: uno en la primera diagonal. Segunda diagonal: uno más nada más uno, dos. Tercera diagonal: nada más uno más nada, uno. Cuarta diagonal, no hay nada. Entonces, se tiene: uno, dos, uno. O sea ciento veintiuno. Los jurados estallaron en aplausos y risas. Los abatidos profesores que se recostaban unos sobre otros, abiertamente desabridos y acongojados por su inminente despido del magisterio se levantaron tratando de entender qué pasaba. El presidente del jurado, carraspeó e inmediatamente con voz solemne dijo: ¿quién es el profesor de éste niño? “Trágame tierra, trágame!”, suplicaba febrilmente Molina. Acérquese por favor, profesor. Ubíquese al frente del estrado. Ya lo decía yo: me van a expulsar de la peor manera, qué ultraje a mi dignidad. Todo por culpa de ese pendejito que debimos haber expulsado hace mucho rato. Se lo dije a Fierro, ese canijo nos sacará canas. Mientras su mente se retorcía en descalabradas suposiciones llegó ante el jurado. Un caracol hubiera sido más rápido y una babosa recién rociada con sal se retorcería menos que lo que estaba temblando Molina. “Señor profesor”, dijo con mucha solemnidad el presidente del jurado. Molina soltó una leve musitación y tragó saliva. Quiso gritar que no era su culpa, que ese canijo estaba fuera de la ley; que nunca pudo ser como los demás y que estaban a punto de expulsarlo para sanear el sistema educativo de tales anacoretas, cuando desde el fondo de su apesadumbramiento se fue haciendo la luz: “me permito en nombre propio y el de mis colegas felicitarlo por tan excelente labor realizada en este muchacho; se ve a todas luces su dedicación y devoción; su entrega preclara y desinteresada por hacer de éste joven y sus compañeros émulos para las juventudes descarriadas que azotan nuestras calles y aulas. Profesores como usted son los que necesita la nación. Siga así, profesor dando todo de sí y lo mejor para sus alumnos. Nuevamente en nombre propio y en el de mis colegas me permito manifestarle que lo propongo como Profesor del Año, premio que enaltece su persona y a ésta Escuela. De hoy en adelante, deberemos dirigirnos a usted como Excelentísimo Profesor … profesor … eh, me recuerda su nombre excelentísimo profesor? Molina, profesor Molina, su eminencia.