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ESPERPENTIADigitalN°8/Marzo2011
Literatura, Arte y Realidad
Edición Digital N°8 Marzo 2011
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Sparky
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ESPERPENTIADigitalN°8/Marzo2011
Sumario
Marzo 2011
Opiniones
y disparos
La imagen
(o la superficie como naufragio)
Por Mauricio Rojas
Página
4
Opiniones
y disparos
Veraneando en el litoral central
La entronización del flaite
Por Maximiliano Díaz Santelices
Página
7
Opiniones
y disparos
La isla siniestra
Por Arturo Lezama
Página
11
Ojo ajeno Quitasol
Por Sergio Sarmiento
Página
14
Poesía
argentina
actual
Poetas de Jujuy
Presentación y selección de textos por Sergio Sarmiento
Página
16
Narrativa
chilena actual
El señor Vallejo
Por Lautaro Gallo
Página
26
Narrativa
chilena actual
La tele de mi padre
Por Sergio Sarmiento
Página
28
Fotografía Los buzos de Duquesa
Por Érika Santelices
Página
35
3
ESPERPENTIADigitalN°8/Marzo2011
Revista ESPERPENTIA
Literatura, Arte y Realidad
Fundada el año 2000
Dirección y Edición
Sergio Sarmiento M.
Diagramación
Sparky
Colaboraron
en este número
Maximiliano Díaz Santelices
Mauricio Rojas
Erika Santelices
Lautaro Gallo
Arturo Lezama
Lugar de origen
Batuco, Santiago, Chile
Periodicidad
100% irregular
Correo electrónico
esperpentia@yahoo.com
Los artículos que contiene la
presente edición se publicaron
originalmente en el sitio web:
www.esperpentia.cl
Edición Digital N°8
Marzo 2011
PERMITIDA
SU REPRODUCCIÓN
CITANDO LA FUENTE
4
ESPERPENTIADigitalN°8/Marzo2011
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Opiniones y disparos
La imagen
(o la superficie como naufragio)
Por Mauricio Rojas
Os digo, pues, que la vida está en el espejo, y que vosotros sois el original, la muerte.
César Vallejo
La imagen es la más eficaz administradora de deseo. La conciencia cae rendida
frente a ella en un estado de fascinación en el que la percepción se somete y los
impulsos del cuerpo responden con fuerza como si la voluntad que nos diferencia
en cuanto a singularidad e individuo se viera disminuida o anulada para dar paso
al impulso que nos empuja a satisfacer aquello que la imagen promete. Somos en
ese momento como espectadores de aquello que inunda nuestros sentidos y
nuestra conciencia.
La imagen es un instante congelado.
¿Qué promete la imagen? Lo que promete la imagen permanece como un conte-
nido latente y que sin embargo no se nos muestra. Es la promesa de un aconteci-
miento que se aproxima y que está por suceder como si ya nos hubiese pasado
en otro momento pero que no se produce queda suspendido en ella. Es decir que
la imagen aglutina algo que nuestro deseo, nuestros impulsos inconcientes con-
vierten en imagen pero que aplaza en la imagen misma. Lo que lo hace mera-
mente imaginario.
La imagen de una familia perfecta, de la satisfacción de la sed en una bebida que
se nos presenta en el esplendor estético de colores y sensaciones, que captan al
espectador como tocado por una hipnosis de la que no puede sino entregarse
como un zombie. No obstante es como la escenografía de algo que termina por
desilusionar a los sentidos y que no obstante en cada aparición se vuelven a sen-
tir impelidos a probar algo que nunca se cumple sino como imagen, como apa-
riencia. La exposición, que los mecanismos de la vida contemporánea en occiden-
te nos proporciona, nos ha llevado a generar y vincularnos a la imagen de un
modo que no tiene precedentes ya que las técnicas que ésta misma detenta han
mejorado desde el daguerrotipo y las copias más primitivas, a niveles insospecha-
dos de depuración.
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ESPERPENTIADigitalN°8/Marzo2011
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Internet como una vitrina en la que cualquier cosa imaginada puede ofrecerse y
ser expuesta. La transacciones virtuales en la que el soporte del papel moneda no
es patente y el papel moneda que no obstante implica una imagen con una fuerza
potente da cuenta de la tecnología de ésta ya aparecida en la economía misma y
que se sustenta en ella. Es por esto que el mundo y nosotros mismos hemos
producido la imagen y somos la imagen. El reflejo de un enigma. De algo irresolu-
to. La imagen de la propaganda tiene una dirección clara, pero la imagen en si
recubre lo que no tiene nombre y no puede ser imaginado, la muerte.
En la imagen está la promesa de lo eterno pero como un instante.
La fachada que la imagen nos proporciona es el mundo en el que vivimos, cada
uno fabrica su propia máscara y el mercado ofrece imágenes que nos prometen lo
que consideramos la felicidad, percibida en su representación, en su apariencia.
La imagen reviste una melancolía que implica la pérdida de una vida que no po-
demos tener de un deseo que es un deseo de la nada, de perfección, de inmovili-
dad. En el fondo la imagen viene a suplir la religión. Es por esto que la idolatría es
condenada por el judaísmo. Qué quiero decir con esto, con esto simplemente
quiero decir que lo que nos fascina de la imagen es la nada sobre la que se sos-
tiene, sus luces, su posibilidad de lo imposible. Aquello que nunca tendremos
porque sólo se presenta como apariencia. Envidiamos la familia que se nos
muestra perfecta frente a nosotros y esa imagen nos hace caer rendidos como
una evidencia. No importa si es realmente así o no, lo que importa es que lo pa-
rece. Vivimos en el como sí. No sé finalmente en que se sostiene todo. La incom-
petencia parece ser el soporte de esta maquinaria que no se cae y funciona y se
alimenta de esa falencia. Lo mismo pasa con los títulos puedes ser un imbécil
pero si de tu carpeta se caen los posgrados algo parecido a la excitación sexual
se manifiesta alrededor y para que decir si has escrito un libro que puede ser un
bodrio.
La imagen de una tarde que nos produce calma y queremos que no termine. Que-
da en una fotografía. Pero esa tarde ya pasó. La fotografía es la promesa de que
vuelva. Pero eso quizá nunca ocurra. La fotografía es la tarde que no volverá.
Pero su imagen nos produce la melancolía que sentimos esa vez, y es que sabía-
mos que se acabaría.
La melancolía de la imagen esta en su condición de fantasma, la presencia de
aquello que no está. Es como la foto de un muerto; vemos la clara presencia de
su imagen y en el cine, sus movimientos, como habla, sus gestos y sin embargo
no está. La imagen evoca o hace presente aquello que permanece ausente. Esto
es lo más interesante, produce una continuidad en cuanto al pasado ya que nos
proporciona la posibilidad de darle una imagen a nuestros recuerdos y en el futuro
a proyectarnos sobre aquello que todavía no es. No obstante en el presente la
percepción se desfasa con respecto a aquello que percibe ya que ha dejado de
ser y se sostiene en lo que llamamos realidad y es evidente porque es un aquí
y un ahora que se diluye como el río de Heráclito, no obstante lo que percibimos
tiene una imagen como si nuestra mirada fuese la de una cámara que capta lo
que llamamos realidad. Sin embargo eso que percibimos es lo que pensamos y a
lo que le damos el nombre de realidad objetiva o evidente, sin embargo es una
apariencia, es la copia de aquello que nuestra receptividad captura.
La realidad es un fantasma cuyo ser huye de ella y rehuye ya que está en movi-
miento y siempre está dejando de ser. La melancolía de una herida que no cierra
ya que se abre en cada mirada, en cada recuerdo que implica la imagen. La ima-
gen es el vestigio de nuestra desaparición ahí donde no somos más que un reflejo
que tiembla y cae para desaparecer.
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ESPERPENTIADigitalN°8/Marzo2011
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Todo ha sido ocupado por la imagen y lo que está fuera de ella no tiene existen-
cia. No tiene la categoría suficiente para ser en este mundo donde no somos.
Donde estamos muertos sin saberlo. Somos el sueño de la muerte, su imagen.
Qué fuerzas hemos conjurado, qué abismos hemos abiertos y sin embargo ver
significa encontrarse con la imagen en toda su magnitud. Como si a falta de amor
quisiéramos que desde fuera se viese como si ese amor hubiese existido, en una
representación concertada para que lo pareciera, en una edición que así lo permi-
tiera, donde se junta lo que no tiene nada que ver, como dos personas que no se
conocen, hacemos calzar las miradas que parezcan verse uno al otro como si
estuviesen profundamente enamorados, pero donde lo que no hay es justamente
amor y sí edición, pegado, fabricación.
Un fantasma recorre occidente: el fantasma de la imagen.
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Opiniones y disparos
Veraneando en el litoral central
La entronización del flaite
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Por Maximiliano Díaz Santelices
En el Litoral Central de Chile, al final de una línea de tren en una estación que no
existe, se encuentra la otrora magnífica ciudad de Cartagena, balneario cuyas
playas semejantes a muchas de Europa, sirvió de inspiración para crear nuestra
propia “Costa Azul”, en ella poetas como Vicente Huidobro y narradores como
Adolfo Couve vivieron y murieron (incluso la tumba del poeta, está en una colina
que domina el paisaje de esta ciudad).
Hacia el sur, se encuentra el puerto de San Antonio, lugar donde “el tío” Roberto
(como les gusta llamarlo a una serie de sobrinos que nunca tuvo, ni quiso tener)
gozó y padeció de la negra Ester, en el lenocinio: “Las luces del puerto”. Hacia el
norte, en Isla Negra, Neruda edificó su famosa casa llena de conchitas y un poco
más cerca, en Las Cruces, se instaló Nicanor Parra en su soledad de monje bu-
dista.
Con los años, el “Litoral de los poetas” (como algún siútico lo bautizó) comenzó a
popularizarse, pues era muy fácil llegar en tren, en bus (incluso por el día), por lo
cual la gente de más recursos (los aristócratas o los nuevos ricos) que de acuerdo
a un principio chileno casi darwiniano se reúnen solo con sus pares, comenzó a
buscar refugio más hacia el sur (Las Rocas de Santo Domingo o algunos lagos) o
hacia el norte (Algarrobo) o más al norte (Cachagua, Zapallar, Puerto Vele-
ro), huyendo de la chusma que como hormigas frente al alimento abandonado,
todo lo invadieron. Así los ricos (de siempre) o los nuevos ricos decidieron vera-
near cada vez con más exclusividad, incluso los que se quedaron buscaron pla-
yas privadas (sin importar si eran artificiales), con rejas electrificadas, con guar-
dias, para que así la familia poblacional, no fuera a dejar los restos de la sandía y
el melón en sus arenas. Gente a la cual se le unieron, con el tiempo, actores y
animadores de TV, chicas y chicos reality, futbolistas y modelos fáciles. Gen-
te que anda en sus autos de lujo y comen comida “premium”, que nunca baja a la
playa a la hora del calor, para no encontrarse con la rotería y que disfrutan de sus
piscinas con vista al mar.
Fue así también como la siutiquería arribista, a imagen y semejanza del modelo
que se le planteaba, optó por pagar a crédito una casa en la costa o un departa-
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ESPERPENTIADigitalN°8/Marzo2011
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mento en un condominio, cerca y/o “parecido” al de los de Clase Alta, así prolife-
ran hoy para la aspiracional clase media departamentos en condominio que miran
de reojo al mar, con subsidio y todo a 1000 UF, claro muy lejos de las 6000 UF
que cuesta un departamento exclusivo, a metros de la playa artificial en esos
grandes y lujosos condominios de primer mundo.
Como ya dijimos, el burgués se escondió tras rejas, guardias y más rejas, tras
caminos intransitables para un vehículo que no sea un 4X4, privatizando estos
mismos caminos, es decir, aislándose lo más posible de todos aquellos ojos que
no sean de gente de familia “bien”. También los alcaldes optaron por subir los
precios de los estacionamientos, así en muchos lugares ahuyentan en verano al
turista indeseable (que, por supuesto, no es alguien como uno), pero a pesar de
todo esto “la rotá” igual ha llegado y por eso hoy es posible ver, en el otrora seño-
rial Algarrobo, gran cantidad de casas a la venta (pues hay que arrancarse, del
populacho), hermosas casas, mansiones, departamentos en primera línea frente
a la playa. Claro, una playa que en verano se llena de gente morena y achinada,
de quitasoles chillones hechos en Malasia, cuyas frazadas y toallas descoloridas,
tapan la arena blanca y fina de la que estaban tan orgullosos los algarrobinos y
que, por las tardes, dejan los recuerdos de todo lo que allí comieron. Los pocos
ABC1 que se atreven a bajar a la playa en Algarrobo, lo hacen casi escondidos
cerca del Club de Yates, rincón que se conserva como un bastión inexpugnable
que ningún roto podrá pisar nunca. En muchos pueblos de la costa chilena, estos
clubs son el símbolo de los caballeros, que quieren mostrarle al roto alzado quien
estuvo allí primero, que podrán llegar en bus, en sus autos chinos pagados a
crédito, pero que el mar sigue siendo exclusividad de sus yates, lanchas con mo-
tor fuera de borda y motos acuáticas. Que el chileno medio y bajo, solo podrá
optar por un paseo en bote que es como andar en micro, mientras al lado pasan
los potentes y finos mercedes, audi o bmw.
Nos queda otra casta, la del proletariado que se fue apropiando de casi todos los
pueblos de la Costa Central, familias completas que llegan los fines de semana y
que repletan terminales, choperías, ferias artesanales, juegos mecánicos, en fin,
cualquier oferta veraniega. Gente que en la terraza de Cartagena, compra barati-
jas, se saca una foto instantánea, escucha en una esquina a un imitador de San-
dro, en otra a alguien que canta rancheras, más acá una estatua humana gana
sus monedas o una promotora que por $1.000 ofrece un paseo en bote. Gen-
te que ocupa hasta los últimos rincones de la playa grande o de playa chica que
ya casi no tiene arena (se la llevan en los zapatos o pegadas a los pies) que se
va temprano en la mañana (después de desayuno a “ganarse” un lugar) con el
“cocaví” y los cabros chicos, para aprovechar el día se quedan en la playa hasta
que anochece, a todos les duele la espalda, no usan bloqueador y se entretienen
enterrándose en la arena o jugando a las escalopas humanas (después de bañar-
se en el mar, se tiran a la arena y se dan vueltas, como las escalopas), en fin,
gente de esfuerzo (según dice el lugar común) que paga sus vacaciones a crédi-
to. Crédito cuyos intereses le pagan a su vez, las vacaciones a algún gerente, en
Tahíti, en Europa o algún resort chileno de primer orden.
Pero existe otro grupo, que ha surgido en el último tiempo en Chile (aunque temo
que lo más probable que este sea un fenómeno internacional) y, que también
quiere veranear, es el llamado “flaite”, expresión de dudoso origen y de más du-
dosa definición y que, casi siempre por nuestro clasismo inveterado, se suele
confundir con solo la gente de clase baja, aunque este tipo humano es transversal
a todas las clases sociales, de ahí la expresión “cuico flaite”. Sin embargo, nues-
tro interés tiene que ver hoy, no con el poder adquisitivo de este personaje, sino
con su actitud valórica, con la prepotencia propia de este grupo, con su arrogan-
cia, falta de empatía, en fin, de su soberbia y egocentismo, pues este ser básico
se siente dueño de “la” verdad, es decir, es un producto “premium” del sistema
económico que hoy nos reina.
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ESPERPENTIADigitalN°8/Marzo2011
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Antes de continuar habría que hacer una pequeña precisión, no se debe confundir
al flaite con el “huachaca”, pues este último personaje popular (a pesar de ciertas
imitaciones comerciales y burdas del último tiempo) tiene conciencia de clase,
cosa que el primero no tiene. Además el huachaca se identifica con la cultura del
pueblo chileno, en cambio el flaite tiene una cultura global, se identifica así con un
mall, con Miami y con la música caribeña o villera.
¿Qué une a los flaites? El deseo (que está en su ADN) de consumir para luego
aparentar. Una especie de exhibicionismo lo hace mostrarse para que todos lo
vean y así lucirse. Para eso la ropa debe ser de marca, da lo mismo si es falsa,
quieren tener grandes televisores, grandes zapatillas, grandes relojes, celulares
de última generación “touch”, no importa la procedencia, grandes equipos de
música (ojalá en autos, para escucharlos con las ventanas abajo y así que todo el
mundo sepa los gustos musicales del conductor). Nunca un flaite andará con
audífonos a menos que sean muy vistosos, preferirá usar parlantes para que to-
dos sepan que él viene ahí. Tal como dicta la moda sus mujeres deben ser rubias
y bronceadas, así proliferan por estas costas las oxigenadas con anteojos
“Armani”. El flaite disfruta de los masajes, de la peluquería, de la manicura en la
playa (donde puedan verlo), de la cirugía estética (ojalá pública y televisada), del
paseo en banano, de la compra de la palmerita o del helado pa’l chicoco o de
llenar el carrito del supermercado con las marcas de moda. Gastarlo todo en una
semana o “machetear”, pues da lo mismo quiere disfrutar de sus vacaciones,
ojalá (y algunos así lo hacen) en un tour por el Caribe o en alguna playa de moda
en Brasil, así como le han dicho en la tele que hay que hacerlo, guatita al sol,
mejor si está llena de cerveza, encendiendo un cigarro cada tanto y mirando el
horizonte, porque eso hace un “winner”. Ya sea que el flaite ande en micro, en
4X4 o en helicóptero, su objetivo es llamar la atención, figurar, mostrar lo que
tiene y lo que no tiene, el egoísmo consumado, la egolatría personificada.
Así el flaite es el hijo perfecto del sistema que hoy vivimos. Desprecia la lectura, el
arte y la cultura, pues qué tiene él que aprender; pero dicta cátedra sobre gustos
y modas. Es “la ignorancia atrevida”, puede en el orgullo de su ignorancia llega
rápidamente a la grosería. Es el triunfo de la masa sobre el individuo, todos se
visten igual, todos escuchan la misma música, todos quieren ser unos ganadores.
Los reconocerás porque andan en hordas y hablan fuerte, quieren que todos los
miren, ser el centro de atención y no trepidan en llamarla de cualquier manera,
gastando dinero a manos llenas, exhibiendo su última adquisición tecnológica o
acosándote por algunas monedas. Como es camaleónico se disfraza con cual-
quier moda imperante (de dudoso gusto) y puede pasar casi por cualquier cosa,
pero no tiene esencia, ni menos ideología, solo cree en “el aquí y ahora” y es
capaz de usar la prepotencia para conseguirlo. “El fin justifica los medios” se dirá.
Así el flaite hoy veranea en Cartagena, pero también en Las Rocas, en Cacha-
gua o Vichuquén, puede ir a las playas de Algarrobo o el Quisco, y no se intimi-
da ni con los guardias, ni con las rejas o portones eléctricos, es más, algunos
también los usan y gracias al libre mercado, donde lo que importa es tener dinero,
no de dónde lo sacaste, hay muchos flaites que pueden darse esos lujos. Tampo-
co sigue las reglas, acampa donde no se puede, fuma en lugares prohibidos,
miente, roba dejando sus deshechos por todas partes. Parafraseando un artefacto
parriano podríamos decir que “el flaite no respeta ni la ley de la selva”.
Así esta especie (pues no es individuo) que veraneaba habitualmente en la Costa
Central, especialmente de Cartagena (donde tenía su centro de operaciones), fue
inmigrando y hoy lo puedes encontrar en todas partes, “macheteando” en la calle
o mostrando el dinero que tiene en bares, discotecas, casinos (donde ya no es
necesario vestir formal para entrar). Así a los miembros de esta cofradía, que
vinieron para quedarse, los verás sentado a tu lado en la arena, hablando fuerte,
riéndose a carcajadas, imponiendo su música con decibeles altos, muy básica, de
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letras predecibles (lacrimógenas o vulgares), si tiene auto este será muy vistoso
y lo estacionará a metros de la playa. Andará acompañado de otros como él (ya lo
dijimos, no hay flaite solitario, son gregarios y apatotados). En todas partes de-
jarán su huella, los signos de su triunfo, volumen alto, los restos de lo que se to-
maron y comieron o el graffitti en una roca.
Solo nos queda acostumbrarnos. El flaite vino (lo reitero) para quedarse, pues lo
apoya el sistema, nuestra economía triunfalista y narcisista, nuestra pobre educa-
ción de pruebas estandarizadas, tiene a la TV como tribuna y como ejemplo, en
fin no hay nada que hacer, al flaite “no le entran balas”, es impermeable a la críti-
ca (nunca leerá artículos como este). Así con el tiempo, “más temprano que tar-
de” (diría el periodista bisoño) el Litoral Central será recordado y homenajeado
no por haber sido tierra de poetas, sino por haber sido el lugar de veraneo del
flaite criollo.
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Opiniones y Disparos
La isla siniestra
Por Arturo Lezama
La situación en la que está sumida la política chilena es un estado de confusión
total. Esto implica a la realidad misma en la que vivimos. Esta confusión se debe
al cambio producido en Chile hace cuarenta años con el golpe de estado que es
la entrada inaugural de Sudamérica en el mundo globalizado, cuya plataforma
esencial es el capitalismo. Es decir que pasamos de una voluntad social y colecti-
va manifestada de manera errónea o no a una sumisión al capital. Por lo tanto
toda condición de existencia social se da en cuanto y a partir del capital como
fundamento. Ese mar sobre el que navegamos nos deja atrapados en una isla en
la que lo único que se da es el intercambio. La compra venta.
La promesa del grupo político que se levanta en contra de Pinochet y establece
una salida democrática de la dictadura en una primera instancia, reconoce la
pérdida y el error que fue la U.P. y, por otro lado, acepta el triunfo apabullante, no
de un sector político vinculado a la derecha, sino que cae de rodillas ante la evi-
dencia estructural de la realidad social en la que entramos y no podemos negar.
La base económica responde a los sueños y deseos de las masas que se reco-
gen en gremios y en individuos cuya crítica esta circunscrita a lo que me falta y no
tengo, pero que apenas se abre el espacio en que puedo obtener lo que el siste-
ma promete la crítica a la sociedad se olvida, se diluye, es lo que hemos llamado
aquellos que se venden al sistema. Pero el sistema, y estamos en él desde que
nacemos, se mueve en el intercambio, en la compra y venta de distintos objetos y
asuntos que los grupos de interés sostienen.
De este modo el imperativo categórico kantiano naufraga y vuelve risible la defen-
sa de valores que se quieren más allá de lo económico, como aquellos radicales
conservadores católicos, de derechas e izquierdas. El heroísmo por la defensa
del otro se vuelve ridículo. Y en ese intertanto que gobierne la derecha o la iz-
quierda empieza a dar lo mismo ya que las conciencias son controladas por la
televisión y los medios de comunicación o por el crédito que nos permite satisfa-
cer deseos de toda índole.
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El sistema funciona y somos sus engranajes mientras la política es la farsa en la
que parece jugarse valores esenciales que no están en juego. Cada vez estoy
más convencido de que la dictadura se acabo por dictamen económico, no por
valores humanos o cualquier cuento de ese tipo. La dictadura no permitía abrir el
mercado a toda la gran orgia de placer y sin embargo había sentado las bases
para esa orgía y se encariñó con el poder, pero era la hora de las masas, de las
luces, de las putas, de las vitrinas virtuales para todo tipo de deseo, desde un
cabezón estudioso hasta un pedófilo buscando satisfacer lo que sus cuerpos, sus
tendencias dadas por la biología que nos compone interpreta como necesidad,
pero que ya es controlada por este aparato descomunal que llamamos sociedad
global, una sociedad cuyos agentes represivos somos nosotros mismos. Somos
el medio que compone el sistema y el sistema quiere de nosotros que seamos
sistema. El fin es el medio.
En el mundo global en el que vivimos, la concertación, udi y renovación nacio-
nal operan como directores de orquesta en nuestro país. Alaban la máquina, le
lamen sus engranajes y nosotros seguimos aquí abajo en el régimen más severo,
no tanto, en el que conviven la superabundancia, la violencia, la pobreza soterra-
da, la ignorancia y la angustia existencial apañada por la entretención. Ya no hay
proyectos, si es que hay una nación sobre la que poner ese proyecto y un país es
un proyecto. Somos los emprendedores de la nada. La política que debiese ser la
manifestación de lo humano como en los griegos, se ha diluido. Y si queda un
resto esperamos que ese resto nos permita generar una voluntad nacional. No
obstante ¿quién puede evadir la plataforma que todo lo controla? Sólo estamos
vivos porque pertenecemos al sistema, es decir que no nos queda más que ser
adictos a él o tomar distancia metido entre sus espacios vacíos.
Ningún sector presenta proyectos nuevos o radicales, presentarlos significaría
dilapidar la tranquilidad y el control social por el fracaso de un sueño imposible. Lo
que vemos son modulaciones de gobierno distintas, pero que se confunden. En la
concertación hay decisiones que nos pueden parecer decisiones que tienen que
ver con la política de derecha. Es decir el olvido de una ley laboral que proteja y le
de estabilidad social a los trabajadores es imperdonable desde el punto de vista
de un mínimo de lo que ellos defienden. La delincuencia, que ha sido la bandera
de lucha de la derecha, es el producto de una multiplicidad de condiciones, pero
que por un lado son el producto de una sociedad que genera la necesidad de
la satisfacción inmediata de lo que se desea. Sufrir durante años y meses para
recibir un sueldo que produce frustración después de años de estudio, frente a lo
que puedo ganar traficando o estafando o robando y pensar que no tengo espe-
ranza en pagar los estudios universitarios o técnicos y que mi educación está
llena de falencias. Que la conciencia se estrecha en mi medio de vida social. Su-
ma para tomar decisiones que además llevan una carga de venganza frente a la
sociedad que abandona a sus compatriotas, para que otros disfruten de lo que
ellos jamás tendrán. Réstenle el paraíso, ¿qué les queda a las personas de este
país?
La solución fue genial: el crédito, para acceder a esos paraísos artificiales que lo
único que hacen es condenar a las personas a la dependencia de un sistema que
hace lo que quiere con ellos y los vuelve reemplazables como un mueble o un
objeto cualquiera. Entonces están aquellos que cobran por hablar de humanidad.
Y la farsa de la política reaparece. Somos replicas, producciones en serie de indi-
viduos que desean lo mismo, la misma mercancía, y cuya conciencia es el reflejo
de un programa virtual de Internet o una propaganda que genera una imagen a la
que me quiero parecer. Estamos atrapados en esta isla llamada capitalismo y
cuya condición siniestra radica en que todo lo que construimos como bueno apa-
rece ingenuo incluso ridículo. Obligamos a las personas a vivir y nos damos una
vida vacía.
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La vida ha cambiado, pero pensar en las salidas planteadas en el pasado
es generar una locura, alucinar y ver lo que ya no se condice con las condiciones
de vida que existen en este momento. Los modos de producción han cambiado y
con ello el hombre si es que a esto podemos llamar hombre. Las masas desean
ser satisfechas. Lo que se ha llamado un sistema que triunfa, es un sistema que
se impone a la fuerza ya que la otra mitad del mundo no tiene las cosas básicas y
vive en una esclavitud primitiva. ¿Pero no somos nosotros esclavos de una pro-
mesa más bien difusa? Esto me recuerda a las familias de clase media de los
cuentos de Cheever. No hay nada. Somos el contrato de unas fuerzas que desco-
nocemos y se materializan en el mundo que vemos. Esas fuerzas no son distin-
tas de este mundo. Y sin embargo hay pequeños recovecos para otras fuerzas,
sin magnitud, como huellas endebles a punto de borrarse. Pero eso somos.
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Ojo Ajeno
Quitasoll
Por Sergio Sarmiento
Hace cuatro años que no salgo de vacaciones. Es decir, que no viajo a uno de
esos lugares maravillosos donde la gente desarrolla actividades que, se supone,
provocan el descanso, el relajo. Me quedo en Santiago. Yo y mi piscina plástica.
Yo y mis cervezas en oferta. Yo y mi quitasol desteñido que nunca ha visto el
mar. Mi quitasol no vidente. Y no soy el único. Del total de los poco más de dieci-
siete millones de personas que según el INE había en Chile el 2010, una cifra
cercana a los once millones de personas (10.998.977) no salió de vacaciones ese
año. Es decir, según el estudio realizado por SERNATUR y la Consultora ICCOM,
el 64% de los chilenos no veranean. Y de los que veranean la mayoría lo hace en
Chile, pues solo un 4% de la población chilena toma sus vacaciones en el exterior.
Estas cifras aparecieron el 3 de enero de 2011 en ese gran periódico, lleno de
sabiduría portaliana, llamado “La Tercera de la Hora”. Título de la canción: “El
gran éxodo chileno en vacaciones”. Tuve la oportunidad de leer el artículo unas
tres semanas más tarde, en pleno enero, pues las hojas que lo contenían fueron
usadas por el verdulero del barrio para envolver unas lechugas costinas que llevé
a casa. De no ser así no lo hubiese leído jamás, dado que no estoy dispuesto a
gastar mi escaso dinero en los panfletos pro sistema que COPESA imprime a
diario. Bajo mi quitasol ciego, mi quitasol que debería ser negro y, en cambio, es
verde con pececitos azules, examiné el trabajo realizado no por uno, sino por
¡tres! periodistas, los señores N. Zunino, T. Quezada y J. Abate, que firmaban, sin
indicar su nombre (tal vez por ciertos asomos de pudor) el texto.
La bajada de título era la siguiente: “Como en ningún otro país de Latinoamérica,
los chilenos nos tomamos 11 días de descanso fuera de la casa. Los uruguayos,
con 20 días hábiles de feriado legal, se toman apenas seis. Esta es una radiograf-
ía de cómo veraneamos”. Faltó, por supuesto, comparar el porcentaje de la pobla-
ción que toma vacaciones en otros países latinoamericanos con las cifras nacio-
nales. También ser más cuidadosos con el uso del plural. Y más importante aún,
faltó señalar que solo el 36% de los habitantes de esta larga cárcel modelo que es
Chile sale a veranear. El 64% restante, si es que tuvo vacaciones, se queda en
casa, manguereándose, chapoteando en la piscina plástica, desgranando habas y
porotos, viendo tele.
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ESPERPENTIADigitalN°8/Marzo2011
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Alguien dirá que quien escribe estas líneas -un esperpéntico atontado por el calor
del verano- es incapaz de ver el tercio lleno del vaso y no los dos tercios vacíos,
como lo hicieron los autores del artículo. A ese tipo de gente le puedo señalar que
un sentido mínimo de proporción y equilibrio me lleva a estos actos inútiles. La
idea: mostrar algo de los dos tercios de información que los medios oficiales, si-
guiendo el patrón binominal, ocultan a la población chilena. Y mientras pienso con
tristeza que millones de chilenos se informan –y construyen parte importante de
sus realidades- a través de lo informado por COPESA y su socio El Mercurio, así
como por la tele y sus canales que venden la misma pomada, pienso que pocos,
muy pocos, leerán este artículo, puesto que Esperpentia casi no existe. Esperpen-
tia es un fantasma. Enardecido.
Arrugo el panfleto. Y vuelvo a mis vacaciones. Vuelvo a mi piscina plástica arma-
ble. Me zambullo en ella con placer pensando que -independientemente del factor
dinero- cada vez tengo menos deseos de salir a esos lugares llenos de tontos que
muestra la tele, haciéndolos pasar por pequeños paraísos. Balnearios repletos de
gente que lanza basura a la playa, minas taradas cuyo único orgullo es su colita
paradita, familias haciendo fila para comprar felicidad en conos, en cajitas y en
botellas, policías de investigaciones paseándose entre la multitud imitando a los
personajes de alguna serie norteamericana, máquinas tragamonedas entonando
agotadores himnos digitales, estacionamientos ridículamente caros, obligación de
sentirse a toda raja. Y un enorme vacío. Un vacío plateado e infinito como el mar.
Este año -después de un largo período de vacas flacas- podría haber salido de
vacaciones. Podría haber tomado mi quitasol no vidente y llevarlo a conocer el
mar. Y no quise. El asco fue mayor. Y el cansancio. Sí, porque salir de vacacio-
nes conlleva todo un proceso administrativo: planificar, organizar, ejecutar, contro-
lar. Es decir, se trata de alcanzar objetivos, se trata de trabajo. ¿Y para qué?
Para cambiar de rutina, como señalan los expertos que hablan en los noticiarios.
Expertos pagados, imagino, por agencias de turismo, hoteles, líneas de buses,
líneas aéreas y demás empresas que viven del turismo. Cambiar de rutina –
indican estos pequeñitos hijos de Freud- nos hace bien, pues permite la recons-
trucción psico-física del individuo en una sociedad, como la chilena, en la que se
trabaja más de lo necesario. Una sociedad –agrego- que promueve la innovación
para generar, curiosamente, más conservadurismo, más rigidez.
No estoy en contra del viaje, el viaje es maravilloso, pero si se trata de cambiar de
rutina, no concurrir al trabajo es ya un paso en esa dirección. Por eso, y porque
en verano los sitios hermosos se vuelven horribles, me quedé confinado en casa
soñando con viajar durante el invierno. O durante el bello y decadente otoño. Ni
siquiera quise salir a disfrutar los panoramas gratuitos organizados por los munici-
pios locales -que la tele promueve con voz limítrofe y entusiasta- para quienes no
tienen la oportunidad de vacacionar. Me da igual que el New York Times haya
señalado a Santiago como el destino turístico número uno para este verano.
Quiero moverme lo menos posible. Quiero descansar de verdad. Mi quitasol, por
ahora, seguirá sin conocer el mar. Lo mismo los quitasoles de otros once millones
de chilenos que, seguramente faltos de plata, no podrán darse el lujo de decidir -
como yo- si viajan o se quedan en casa este verano.
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Poesía argentina actual
Poetas de Jujuy
Edmundo Raúl Juárez, Patricia Noemí Alarcón,
José Luis Fernando Aguilar, Elena Alarcón
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Presentación y selección de textos por Sergio Sarmiento
Imagen tomada de www.portaldesalta.gov.ar
Desconectados de la literatura que se realiza en las grandes ciudades argentinas,
especialmente en el enorme Buenos Aires, existe un grupo de poetas y narrado-
res -la mayoría inéditos en su país- que desarrollan su escritura en la provincia de
Jujuy, territorio predominantemente andino –y de escasa población- ubicado al
norte del país de Borges, sitio periférico donde muchas veces pasa la banda mu-
nicipal / tocando “Polvo en el viento” (Elena Alarcón, Ocasión).
Estos poetas articulan una mirada diferente de la realidad local, intentando esca-
par tanto de los preceptos oficiales como de los arribismos vanguardistas de los
cabrones de turno. Son tipos –la mayoría estudiantes universitarios- que desconf-
ían de la cultura de retablo que la provincia, limítrofe con Chile y Bolivia, ha cons-
truido para generar divisas, cultura que parece esconder la miseria y la verdadera
belleza de la zona. Les incomoda contemplar, como escribe Edmundo Raúl Juá-
rez en su poema “Maniquí abandonado”, la dulce pictografía de la vieja Pachama-
ma / que sueña ser amada / y sólo es ante los ojos de otros, / el sexo profanado
por el fino bisturí del dólar.
Esta violación –que no es solo metafórica- viene ocurriendo desde el año 2003,
fecha en la cual la Quebrada de Humahuaca –ubicada en Jujuy- fue declarada
"Patrimonio Natural y Cultural de la Humanidad" por la UNESCO, hecho que signi-
ficó un aumento de esa plaga insectívora moderna –a la cual todos podemos
sumarnos teniendo unos cuantos billetes- llamada turismo cultural.
Esa plaga, esperpénticos lectores, que aprecia las espléndidas bellezas naturales
de la región, la puna, la selva, las quebradas, los valles, así como un montón de
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vestigios, verdaderos y falsos, que indican el origen atacameño, diaguita u
omahuaca de su cultura, más los restos católicos coloniales de rigor, dejando
dinero a una zona tradicionalmente empobrecida, pero transformando –de paso- a
sus habitantes, especialmente a los de origen indígena, en curiosos objetos folcló-
ricos, anulando su calidad de personas.
En este contexto, los poetas cuya producción inédita damos hoy a conocer, pre-
tenden mostrar sin adornos, sin folletines ni mapas para idiotas, eso que los siúti-
cos llaman “el país profundo”, aquel donde la modernidad urbana y las costum-
bres ancestrales se entremezclan, aquel donde la mañana se cuece en habas y
papas, / en ropa tendida o telares de oveja (Patricia Alarcón, Trenzas) y al mismo
tiempo en la peatonal / un drogo deletrea su historia (Elena Alarcón, Poesía bara-
ta) retratando no solo el entorno, sino también el “intorno” de la provincia de Ju-
juy.
Sin parafernalia, sin ambicionar posicionarse, como escribe José Luis Fernando
Aguilar, en el ambiente intelectual / donde la flatulencia emana / de boca de sa-
bihondos / duros de ideas, / flojos de materias, estos poetas logran crear versos
con un lenguaje directo y pulcro, versos que surgen como un acto honesto y ne-
cesario.
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Selección de textos
Edmundo Raúl Suárez Patricia Noemí Alarcón
José Luis Fernando Aguilar Elena Alarcón
Edmundo Raúl Juárez (Tucumán, 1980)
MANIQUÍ ABANDONADO
Abrirás la puerta,
encontrarás a Jujuy vacío.
La dulce pictografía de la vieja Pachamama
que sueña ser amada
y sólo es ante los ojos de otros,
el sexo profanado por el fino bisturí del dólar.
Y detrás del catálogo, el marketing.
Te seducen con píldoras,
te susurran melodías
para que no te sientas mal contigo.
Aprenderás a cocerte los labios
como si estuvieras en un happening.
Pasearan tu cadáver en un féretro
a orillas del Xibi Xibi,
y sentirás que sólo fuiste parte de un mediático
rito de iniciación
para vestir el cuerpo de nadie.
Sólo un maniquí abandonado en un rincón del
mundo.
ETERNIDADES
A Gabriela Noemí Solano
Desde la ventana interior de su tórax
un hombre está mirando a una mujer.
Más allá de las tragedias
y de las tierras mágicas.
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Más allá de su sexo y las trincheras
que nacen de la piel.
Más allá del brillo de sus ojos
en la oscuridad.
Más allá de la pantomima existencial
y los acantilados.
Más allá del tiempo antes del tiempo,
un hombre está mirando a una mujer
y la está mirando para siempre.
AMNESIA
El indio espera ue le pongan corbata o le quiten la vida,
Para los hombres ya no valemos nada.
Domingo Zerpa
Sé que vendrán,
lo sé.
He visto sus oscuras ánimas dibujarse en el aire
cuando las hojas de coca
caían en ti, Mamapacha.
Sé que vendrán,
tatita,
sé que vendrán.
Romperán vasijas con mi cuerpo,
desintegrarán la luz de mi piel.
Y cuando la calma finja volver
como consecuencia de no poder encontrar
indicios de oro en los valles.
Desde Chichén Itzá hacia los Andes,
me hablarán de monumentos históricos,
me hablarán de patrimonio de la humanidad.
Devolverán mi cadáver para exhibirlo en un museo
y ante el silencio de los amautas cardones en el viejo antigal,
el guía de turismo narrará exóticas leyendas,
mientras todos beben Coca-Cola muy helada
tendrán amnesia y no recordarán,
cómo y por qué,
nos asesinaron.
A UN POETA CLOWN EXTINGUIDO
Me pregunto que habrá sucedido con la bicicleta de Alfred Jarry
y con el silencio de su revólver.
El viejo Ubú rey sale del teatro.
Pensando en imágenes o maniquíes.
Pensando en aquel Díos patafísico
que hoy yace en la inmortalidad de su esqueleto fósil.
Existen mapas y galaxias debajo de nuestra piel,
todas nuestras vidas y nuestras muertes son parte de un gran viaje
y después de tantos siglos de asesinarnos
desconocemos esos mapas, esas galaxias.
El viejo Ubú rey observa el horizonte de cielo y tierra,
piensa en la bicicleta y el revólver de su padre espiritual.
La bicicleta está tendida sobre la hierba después del camino recorrido.
El revólver como delgado puñal aún habita el cuerpo deshabitado del hombre.
(Textos tomados de su libro inédito "Poeta Clown")
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Patricia Noemí Alarcón (Huamahuaca, 1965)
ACCIONES
Margarita enfrascada en sus letras
y en el corro de palomos-niños.
Huelen sus veinte años
la Puna abrasada en el aire de tolas.
Y agudos aguiluchos miran la agitación de escuela
corazones de temprana risa.
Un puñal hiere el mediodía
y ella sube al camión rumbo a Tres Cruces.
Su erotismo se aviva en unos ojos
que la incitan.
Fatídica luna
ajusta sus destinos,
sangra la montaña en su aridez.
Más allá gime la estrella
de seis niñas y una esposa.
Nigromancia Margarita signa esas vidas, violenta.
La luna camina los años saltando escollos:
Margarita y su nuevo hombre
agradecen sus dos hijos.
Busca convulsiva su pócima perfecta,
anhela el tiempo de segar siete riesgos de un tajo.
-Un abrigo diáfano cubre esas existencias en el mundo.-
Fuerzas negras, fuerzas blancas danzan la lucha portentosa.
Siete voces gritan su destino mirando por las telarañas vulnera-
das de su sino.
PASOS
El hielo incrustado en los picos
tirita sus nidos de altivez y vuelo.
Las alas azules del Aguilar se ahondan
golpeándose en el correr de la mina.
Braman las soterradas venas
y se hunden en el respiro de pasos oscuros.
-Las vías del túnel se tiñen de hombres de lava.-
El mineral retuerce su cuerpo horadado.
Y relumbra dinamita y agua.
La Puna es sangre de corazones corvos,
huraña en las tolas, dedos de churqui y zampoña.
La nieve trenzada en la cordillera:
son los cuchillos del aire
soledad, herradura y laja.
Aguas de ceniza con su cuerpo exangüe,
velos de arena, aristas de agosto:
la altura brilla en el pedregal
lijando su cara de tierra.
El quinchamal matiza los rastros desde su sol en verano.
Y más allá de los cerros, me seco los ojos,
corazón escondido pa’ no decirte adiós.
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TRENZAS
El barniz de abril abre la mañana enjuta
Iturbe de adobe estremece su luz en los sauces.
Seis es la hora del bollo y el mate.
Prestas sus manos callosas,
el oído entrenado, los pasos, impulso
exhalación verde y amarilla
pasa oliendo a cardón.
Las brasas reciben ahora su olla de barro.
La mañana se cuece en habas y papas,
en ropa tendida o telares de oveja.
Acarician las trenzas el óvalo asimétrico
de catorce años.
Un niño retoza, vientre profanado
(qué ventura aciaga en febrero ebrio
la encontró preñada cerca del padrastro ruin.)
El latido llano se aferró a sus días como un latigazo:
espantada la noche arrinconó su llaga.
De lejos,
ella acaricia la risa del hijo,
aliento de menudos pechos, calor germinado.
(Ahora se arrima y le sirve las habas.)
MÚSICA
Gira su costra de tierra agosto quebradeño.
Las alhucemas se pierden en la percusión del viento.
-Una cifra inacabada
de ráfagas fustiga el disturbio de fragancias.-
Cruza el arroyo
y se aprisiona en la cavidad
de un cáñamo.
Música cargada:
pinos y lavandas se acercan mirándose de frente.
Se recuesta el ocaso
en las nubes de óxido, perfecto.
La polvareda se restriega por el agua,
pulsando las últimas raíces.
(Textos tomados de su libro inédito "Afluencias")
José Luis Fernando Aguilar (Jujuy, 1976)
SOCIEDAD VALETUDINARIA
La vergüenza se ha perdido.
La transfugueada se ha institucionalizado.
Lo sucio está a la orden del día.
La mojigatería se maquilla para salir en cámara.
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La mentira no sorprende ya a nadie.
De la mano van el descaro, la truchada y lo camaleónico.
Mediocres detrás de un cargo público.
Exceso de nimiedad y mezquindades.
Conchas y otras especies de moluscos
no conocen el ostracismo.
El jolgorio del valetodo
y las transacciones del contubernio político
proliferan a manos llenas.
Trajeados
sobre la grupa de la yegua
que aguanta cualquier peso.
¡Y largaron…
AVES DE PASO
Simbolizan la paz
pero se agreden por las migas
en la plaza;
a metros, las de rapiña,
mancomunadas,
atacan con saña
ojos y ubre
para saciar
la sed de sangre
y su mala leche;
otros congéneres
a distancia prudencial
planean en círculos concéntricos
sobre las sobras
próximas a deglutir.
BAÑO UNIVERSITARIO
Sopor estable
en el ambiente intelectual
donde la flatulencia emana
de boca de sabihondos
duros de ideas,
flojos de materias.
Allí el tránsito lento
taponeó el pozo
mientras que las letrinas (antes inmaculadas)
vomitan lo que fueron devorando
leales, siempre firmes
al pie del cañón.
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SABIDURÍA
Buena lectura es
la de beber la savia de los sabios
que saben claramente
del arjé, del apeirón,
del fuego.
Reminiscencia del devenir
de la vida
que pende de un hilo.
(Textos tomados de su libro inédito "Mudo apagón")
Elena Alarcón (Huamahuaca, 1968)
ITINERARIO
La meta es el cauce,
huir del furor del viento
que horada los poros.
El punto de partida
es este lugar
donde un río seco
hiere la piel de la Puna,
donde el cielo vierte
desde su ojo,
lágrimas oblicuas.
El inicio de lo que existe
es la espira concéntrica
por donde ruedan
continuas vidas
articulando angustias
con sus bocas secas.
El trayecto serán los labios
que jamás besamos
y los hijos que no parimos.
Más tarde recogeremos esas miradas
En los puños.
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OCASIÓN
Soy pelo alborotado
que arrastra sedienta mirada.
Él, oculto en el dintel
de cualquier puerta
es boca acechando labios.
Tirados en la rambla:
somos aleteo de fervorosa lozanía
engranaje de dos generaciones.
Afuera, pasa la banda municipal
tocando Polvo en el viento.
POESÍA BARATA
Decido escribir versos
a mano,
con letra redonda
y tinta sangre.
Tal vez la gente se apiade
-hay miseria poética, hambre-
En la peatonal
un drogo deletrea su historia,
un tipo de traje me tira diez centavos
y el chico de anteojos
se mete el poema en el bolsillo trasero.
/exasperación de metáforas/
Los demás papelitos
habrá que tirarlos en basureros municipales
para que no ensucien la ciudad.
Para no contaminar las almas.
CASTIGOS
Dedos crispados se levantan, famélicos
sangrando arreboles, mi falda de niña.
Psicología básica bailotea en sus senos.
Ensañada con la inocencia, que vendió
a precio de nada, vestida de búho
se mueve en las sombras
clavando puñales a su propia tumba.
Un llanto copioso recorre mi infancia
destilando suplicios.
Turbia cascada.
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HABITANTE
Nació del cactus, con la piel abierta
( no había un signo que lo rigiera)
se enamoró de una sombra,
copuló con ella;
sacó la gran moneda
en medio del murmullo.
Los grillos cesaron el ritmo
al ver su risa de niño.
Abrirá las puertas de la bancada,
ya formó el prontuario
para el futuro.
La cabeza altiva no miró al hijo
que nacía ahora con la piel abierta.
ENGAÑOSAS APARIENCIAS
Hay albahaca en el aire
/se quiere matizar el olor a orín/
y todos al cielo miramos
para tapar con el dedo
los vacíos de las autoridades de turno.
Así los tapamos cuando la ONU
dio el grito de Patrimonio
y ocultamos hasta el bar clandestino
del frente.
De allí emanan
las madrugadas con fantasmas tambaleantes
a descargarse en la antigua feria.
Hay un mar de lamentos.
Y de orín.
(Textos tomados de su libro inédito "Moneda corriente")
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Narrativa chilena actual
El señor Vallejol
Por Lautaro Gallo
Con una leve presión de su mano contra la parte baja de mi espalda me invitó a
tomar la barra de chocolate que, como premio a mi ¿belleza?, se posaba capcio-
sa en el interior de un pequeño mueble-botiquín que había en la sala de clases.
Alto, altísimo, de miembros fuertes, manos enormes y una cabeza, para mí, des-
comunal, el señor Vallejo sonreía mientras articulaba un “para usted” demasiado
cercano a mi oído, como para no percibir alguna intención. Segundos antes me
había elevado a su silla de profesor jefe depositada sobre una tarima.
Las paredes de la sala de quinto básico se encumbraban hasta los tres metros y
yo, recostado en mi pupitre, solía elevar la mirada y seguir la huella de algún
insecto -o araña- que ascendía hasta el techo como una especie de Gregorio
Samsa aún desconocido.
-Es para usted -me dice, mientras su dedo índice presiona mi omóplato con afec-
tuosa rigurosidad.
- …
-Tome -. Insiste.
Y como ve que mis ojos están fijos en la barra de chocolate, pero mi cuerpo se
resiste y mi garganta se aprieta cada vez más, lo interpreta como una aceptación.
Entonces, agarra el chocolate, lo introduce en mi bolsillo, me eleva por encima de
la silla y me deposita en el suelo. Lo miro desde abajo y ahora sí, su metro y no-
venta centímetros me parecen eternos. Sonríe afectuoso, como perdonándome la
poca confianza que aún me reporta.
-Ahora vamos a hablar de tu candidatura a presidente de curso.
- …
-Es importante que prepares un buen discurso para que convenzas a tus compa-
ñeros de votar por ti. Tu competidor, Figueroa, es un buen candidato y es hijo de
mi colega Carlos. Tú vienes recién llegando, pero les caes bien y eso te da una
ventaja.
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- …
-Bueno, mañana prepararemos el discurso. ¿Te puedes quedar después de las
dos?
Asiento levemente. Me sonríe, amplio. Me dice hasta mañana y, cuando se acer-
ca a darme una palmada, alcanzo a apurar el paso y salir de la sala. Giro y noto
que está cerrando la puerta del mueble-botiquín. Un pequeño rictus amargo inva-
de su cara y su cabeza se mueve negativamente.
El chocolate comienza a ablandarse en mi bolsillo. Camino rápido hasta la salida,
corro los últimos cien metros que me separan de la puerta principal, miro la ima-
gen de la Virgen coronando la entrada, atravieso la mampara, luego salto de dos
en dos las escaleras y toco la calle. Meto mi mano en el bolsillo. Aún no se ha
desbordado la barra, pero está a punto. La jalo con cuidado para no mancharme
la ropa. La sostengo y como el calor de abril aún es tibio, comienza a chorrear
un poco por mi palma.
No sé por qué fenómeno del pensamiento supe que no podía llegar con ella a mi
casa. Camino unos metros y la arrojo al tarro de la basura. Veo restos de choco-
late en los cantos de mi palma. Los lamo con fruición. Me limpio y me olvido para
siempre. Hasta hoy.
(Texto inédito)
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Narrativa chilena actual
La tele de mi padrel
Por Sergio Sarmiento
Son las tres de la mañana y espero un correo. Mientras tanto fumo. Se trata de
cigarrillos light, siempre he fumado cigarrillos light con el fin de cuidar mi salud. Si
fumas light puedes –si quieres– practicar deportes. Y amar la naturaleza. Y tener
una buena figura. Y pensar que es posible tirarse a minas grosas. Romperles la
raja a minas de primer nivel. Minas de verdad, minas con tetas plásticas, no es-
perpentos de carne y hueso como los que debe comerse uno. Me refiero a chus-
cas de disco, vendedoras de multitienda, reponedoras de supermercado y otras
hembras que huelen a detergente barato. Estoy como atontado. Las últimas horas
han sido cabronas y no sé qué pensar. Pensar es difícil. Más fácil es mirar hacia
ninguna parte haciendo como que se piensa. Estoy mirando hacia ninguna parte.
Estoy representando el papel de quien se ha tirado en la cama y piensa. Colum-
nas grises salen de mi boca y chocan contra el techo de la habitación. Metros
más allá, en el living, hay un cadáver descabezado. Doy una mirada al pc. Estoy
mirando la pantalla y el correo no llega. Saturno_101 no responde. Sería bueno,
tal vez, que me metiera en una página porno y me distrajese un rato fantaseando.
Sí, eso sería perfecto. Entretenerme como siempre, entretenerme como si no
pasara nada. Tener una erección enorme, ver mi pene rojo como una cereza,
correrme una tremenda paja. Pero no puedo, después de lo de hoy me siento
como un animal capado. Tengo los testículos blandos. Tengo el pene avergonza-
do. Esta noche no habrá diversión. Esta noche no habrá perras haciendo como
que gozan. Esta noche estaré en el infierno. Enciendo otro cigarrillo. Y pienso en
mi padre. Mi padre que siempre ha opinado que el trabajo honesto dignifica al
hombre. Mi padre que es pura rectitud. ¿Qué dirá al enterarse de mi crimen? No
lo sé, pero tengo claro que por su culpa me metí en este lío. Por su culpa me metí
con la enfermita de Elena. Quería regalarle una tele para su cumpleaños. Una tele
plasma de muchas pulgadas. El pobre ha trabajado más de veinte años en la
ferretería de unos españoles, se ha dignificado allí cargando camiones con arena,
cemento y gravilla, pero el sueldo no le alcanza para una tele decente. Y tener
una tele nueva, después de lo de mamá, es su única salvación. A mi padre le
gustan mucho las noticias. Es de esa gente antigua que disfruta viendo noticias y
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opinando de política. Recuerdo cuando todos vivíamos juntos, cuando estábamos
en familia tomando once y mi padre hablaba con la pantalla. La Bachelet es como
Allende, opinaba mientras mi madre lo miraba con ojos raros. La Bachelet es la
presidenta del pueblo, bajo su mandato el país se ha vuelto más justo, más de-
mocrático, más solidario. Y yo, que no entiendo de izquierdas ni de derechas, a
mí que la política me causa como asco, yo le decía que sí, que el país estaba la
raja. Y en su cara surgía una sonrisa ancha. Una sonrisa dulce y simple. Y yo me
sentía bien.
Ahora miro por la ventana de mi pequeño departamento. Afuera la luna está re-
donda y blanca. Las calles de Recoleta están vacías. La gente duerme profunda-
mente. Elena duerme profundamente. Y mientras mis ojos recorren bolsas de
basura, rayados, rosales, rejas, pienso que apenas hace una semana era un
anormal como cualquiera. Un cesante con cuarto medio –ex cajero de supermer-
cado– viviendo del subsidio de desempleo. Un bicho solitario disfrutando de sus
únicas vacaciones: las vacaciones sin plata de la cesantía. Ahora no, ahora seré
un anormal de colección, una verdadera estrella pública. De seguro mi crimen irá
junto a los anuncios de vitrinas refrigeradas, remedios baratos y automóviles chi-
nos que acompañan la página roja. Seré famoso por un rato, mi cara estará en los
noticiarios y en las portadas de los diarios. En los estudios de televisión sicólogos
analizarán mi caso y darán recomendaciones estúpidas a familias estúpidas que
oyen seriamente recomendaciones de sicólogos estúpidos. Mi padre sentirá ver-
güenza de su único hijo. Mi padre pedirá disculpas ante las cámaras. Tiene que
pagar su error. Nadie me preguntará qué pasó realmente. Y si me lo preguntasen,
qué podría responder. Las cosas pasan y uno no decide, uno no está preparado
para decidir. Miro otra vez el pc. Saturno_101 no responde. Y vuelvo a escribir, le
mando otro mail golpeando el teclado con fuerza, pues necesito su respuesta
antes de que todo se vaya a la chucha. Quiero, al menos, tener plata para la tele
de mi padre. Darle una alegría al viejo. O tal vez arranque, tal vez me vaya a un
lugar remoto como mamá. Pero no pasa nada, la respuesta no llega. Solo el ladri-
do de unos perros toca mis oídos. Y un temblor desconocido. Algo mayor que el
miedo, algo peor que el miedo.
Me recuesto otra vez sobre la cama. Miro al techo y me digo que no debería
haber salido ese martes a pagar las cuentas. Pero no quería quedar desconecta-
do, no quería que me cortasen el agua, ni la luz, ni el teléfono, ni el Internet, espe-
cialmente no quería que me cortasen el Internet. Venía de vuelta, estaba por lle-
gar a los blocs. Ya había gastado gran parte de mi subsidio pagando a esas em-
presas que mi padre putea cada vez que puede, esas empresas de mierda que,
según él, deberían ser del pueblo y no de los capitalistas. Escribiré una carta a la
presidenta, que seguramente está mal asesorada, para plantearle esta huevás
que afectan a los trabajadores, dice a veces, cuando almorzamos en su casa sin
tele, sin mujer, sin vida. Y yo le digo que sí, yo lo aliento, yo lo estimulo, porque mi
padre necesita motivarse. Hazlo papá, tú puedes, denuncia de una vez por todas
a esos cabrones culiaos. Y él sonríe. Y sus ojos se iluminan. Y yo me siento bien.
Ese día el sol estaba como borroso. Venía de vuelta. Había pagado mis deudas,
tendría que seguir comiendo fideos con salsa y pan con margarina eternamente,
pero estaba contento, estaría conectado a Internet otro mes, existiría otro mes sin
tener que buscar pega. Cruzando una plazoleta encontré a Elena. La vi de lejos,
tenía una cara terrible, se notaba que la pobre huevona había llorado. No sé
cómo se me ocurrió acercarme, nunca he sido un tipo buena onda. Y menos con
las mujeres, que son expertas en cagarte. Te explotan, te exprimen. Por eso nun-
ca he tenido relaciones largas. A lo más un par de semanas. Un par de semanas
es lo justo. Después comienza el infierno. Y si no pregúntenle a mi padre. Tampo-
co me había dado por las escolares. Las había alejado de mi mente pues son
más peligrosas, incluso, que las maracas que buscan matrimonio o departamento.
Las escolares son un delito y llevan a la cárcel. Pero igual me acerqué. Juro que
al principio fue sin mala intención. Fue por ayudarla, fue por aliviar su sufrimiento.
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Me creí Jesucristo, eso tiene que haber sido, pero al final fui más tonto que la
conchesumadre. Llegué a su lado. Elena, al igual que las actrices porno japone-
sas -mis artistas favoritas- vestía una minifalda escolar tableada. Y tenía los ojos
achinados. Y un rostro sensual. Y un cuerpo pequeño y delgado. Vi sus ojos lle-
nos de lágrimas. Y vinieron a mi mente imágenes de asiáticas que lloran cuando
tienen un pico adentro, en sus entrañas minúsculas, calientes y húmedas. Ahí
comenzó a desaparecer el Jesucristo que me había poseído. Con voz amable
pregunté qué pasaba. ¿Tiene penita? Al comienzo no quiso hablar. Se quedó
muda y en ese silencio escuché, lo recuerdo, la voz de una madre insultando a su
hijo. Apúrate cabro culiao que van a cerrar el almacén. Después me contó que su
pololo la había engañado. Y no solo eso, cuando lo encaró el tipo le dio una golpi-
za. Se levantó un poco la falda. Se levantó un poco las mangas de la blusa. Tenía
las piernas y los brazos salpicados de moretones. Miré su rostro. Había allí unas
ojeras oscuras como la ética de un dueño de multitienda. No obstante se había
arreglado. Se había pintado los ojos con abundante rimel y una pomada celeste.
Y sus mejillas, sus prominentes mejillas mapuches, con un colorete espeso, rojo y
furioso. Parecía una putilla, una putilla asiática. Quise preguntarle por qué una
escolar de diecisiete años se arregla tanto. ¿Por qué una escolar de diecisiete se
arregla tanto? Respondió que no tenía idea. Tal vez porque todas lo hacen, dijo
después. Y se rió. Enseguida tomó aire. Y levantando la cabeza miró hacia el
cielo. No tengo diecisiete, tengo dieciséis, señaló con orgullo. Yo miré sus pier-
nas, sus piernas jóvenes y menudas, sus piernas maltratadas. Y tuve una erec-
ción violenta. Una erección que había contenido hace rato. Y pensé en las porno.
Recordé que un tal saturno_101 me había dicho, en un chat de sexo, que pagaba
por videos triple x. Ojala con menores. Entonces se me ocurrió que gracias a
Elena podría sacarle provecho a mi cámara web. Y comprarle la tele a mi padre.
Mi pobre padre que se hallaba solo desde que mamá, ya cincuentona, se fue con
un transportista. Y se llevó la tele de la casa, una tele vieja que ahora deber estar
viendo con el camionero asqueroso ese -un gordo de mierda- mientras le chupa el
pico y le dice que lo ama. También podría pasarlo bien un rato. Poner en práctica
lo aprendido en Internet. Podría eyacular en la cara de Elena. O mearla. O hacer
que ella me mease a mí. Recibir en mi cara la lluvia dorada de su juventud. ¿No
tienes amigas?, pregunté pensando en las consecuencias. No quería que nadie
se enterase de mi vida privada. Afortunadamente no tenía amigas, conocidas
solamente. La única amiga era la que se había metido con su pololo. Una tal Ka-
tiuska. En la casa, además, había un desastre. El padre se había ido, la madre
estaba con depresión, los hermanos le daban duro a la pasta. Y no había plata:
vivían de los bonos del gobierno y de algunos trabajos temporales que realizaba
su progenitora cuando se tomaba las pastillas. Una muchacha incomunicada. Una
muchacha que no iría ventilando su intimidad por el mundo, eso había encontra-
do. Una presa perfecta. Una mina a la que ni siquiera tendría que invitar a un
trago como las chuscas con que habitualmente establecía contacto. Un polvo
económico y rentable. Me sentí completamente feliz. Se me daba la oportunidad
de ser eficiente, de maximizar los recursos, como decía mi jefe en el supermerca-
do. Y me puse extra amable, comprensivo, cariñoso. Su único amigo, confesó tras
darse cuenta que yo era una gran persona, era dios. Se lo había presentado su
abuelita, que vivía en el sur y era la única persona que la quería de verdad. En-
tonces se puso a llorar. Yo acaricié su cabello. Lo tenía pajoso y con las puntas
partidas. Olía a desgracia, a champú barato, a dipirona. Pero aún así era sensual.
Era una chica atractiva y con futuro. Era una futura estrella porno. Le dije que lo
que necesitaba era conversar, sacar a la luz su tristeza. Ella asintió. Entonces la
invité para el día siguiente a mi departamento. Está bien cerca, queda en los
bloks que están dos cuadras más allá. Luego la miré a la cara. Yo, igual que el
buen dios, también puedo ser tu amigo, le dije. Elena señaló que yo era un hom-
bre mayor. Un hombre mayor que vive solo en un departamento es un peligro. Me
maquillo y todo, pero no soy una loca reventada, explicó. ¿Eres casado? No, res-
pondí. A mis veintinueve años me mantengo invicto. Luego le expliqué que no me
había casado, ni convivía con nadie, precisamente porque no quería pasar por lo
31
ESPERPENTIADigitalN°8/Marzo2011
ll
que ella pasaba. La gente está muy individualista y cuesta formar una familia. Y
yo sueño con formar una familia. Sueño con tener un niñito y ponerle mi nombre.
Su rostro se iluminó al instante. Miré sus zapatos. Sus zapatos estaban gastados.
Confesé que me encantaría ayudarla. Ayudarla, por ejemplo, con unos zapatos
nuevos. Unos zapatos de marca. No me gusta ver a la gente joven sufriendo, es
súper injusto, dije tan lleno de convicción que yo mismo me conmoví. Elena me
miró a los ojos. Estaba emocionada. Y después de un rato aceptó. Mañana nos
vemos, dijo. Quedamos para las cuatro de la tarde.
Al día siguiente puse la cámara en un estante que hay en el living. Quedó perfec-
ta. La escondí junto a un jarrón. Luego la conecté con el pc, que está en mi dormi-
torio. Hice pruebas de enfoque. Todo funcionaba bien. La cámara apuntaba al
sofá. Había creado mi propio set de tv. A la hora convenida llegó Elena. Venía
con su uniforme escolar y sus dieciséis añitos que me permitirían comprar la tele
que mi padre necesitaba. Hablamos un rato. Le serví un jugo de naranja. Me
porté amable. Hablé bien de dios y de los santos y del papa y de los predicadores
de la plaza de armas. Lo que el mundo necesita es más religión, más familia, más
compromiso. Hay que imprimir más biblias. Y con letras más grandes. Lentamen-
te la fui envolviendo. Era una puta cualquiera, eso lo sabía, pero había que esme-
rarse un poco más. Trabajarla un poco más. Ella contó sus historias trágicas llo-
rando largamente. Su pololo, por cierto, era un tipo vil y desnaturalizado. Yo la
consolé, la abracé, la comprendí. Después me vi acariciando su cabello reseco,
me vi dándole unos besos suaves. Ella dijo que yo era tierno. Eres tierno. Yo no
esperé más y le metí la mano entre las piernas. Estuve un momento excitándola.
Después le quité los calzones. Eran unos calzones negros de señora. Al rato es-
taba intentando penetrarla. Se trataba de un cuerpo inerte. Se trataba de unas
piernas que se comportaban como animales muertos. Se trataba de una cara
mirando fijo, una cara con la boca entreabierta haciendo el gesto de quien pre-
gunta una boludez. No había tampoco apoyo de audio. Había puro silencio, no
había gemidos, no había esas frases dulces que vierten las actrices japonesas en
los tímpanos de sus papitos. Su vagina estaba humedecida a medias. La cámara
estaba grabando. La había puesto en rec cuando fui por el jugo de naranja. Fric-
cionando intenté avanzar. Empujé con fuerza y ella se quejó. Le estaba doliendo.
Miré hacia la cámara y guiñé un ojo. La porno estaba resultando un éxito. Hice un
último esfuerzo y la penetré. Se lo metí hasta el fondo y dentro suyo me encontré
con un bosque cercano a Llo Lleo, un pequeño bosque de pinos que visitó cuando
salió el bono de la presidenta y se fue a conocer el mar con su madre, que se
emborrachó con pipeño antes de regresar; había también una anciana media
sorda pelando habas y espantando moscas bajo un parrón; había un instalador
eléctrico que le agarraba el culo y sonreía como un Marlon Brando cualquiera;
había una operación de álgebra que recibió una patada en la raja; había una lágri-
ma tamaño XL; había una bailarina de yingo recortándose los pelos del pubis y
moviendo la colita; había un tarro de leche nido vacío; había un sueño enorme y
tonto varado en un mar de mamaderas; había una cancha de basquetbol sin aros.
La abracé. No sé por qué la abracé y detuve mi embestida. Con las maracas y las
loquitas con las que he tenido sexo nunca me había ocurrido algo parecido. A
esas huevonas les daba y les daba. Elena se puso a llorar otra vez. Estaba lloran-
do y entremedio decía que nunca había servido para nada. Estoy pecando, gritó
luego. Mi pene se desinfló. No tenía pene. No tenía ambición. Me pregunté, en-
tonces, de quién era la culpa. Da lo mismo quién tenga la culpa, me dije. Y miré
hacia la cámara con decepción. Después me senté a su lado. Se respiraba un
ambiente de funeral. Se me murió el pico, el pico que es vida, pensé con tristeza.
Ella volvió a llorar. Al Yoni tampoco le pasaba nada conmigo, dijo, y se dio vuelta
para sufrir con más comodidad, poniendo su cabeza sobre uno de los brazos del
sillón. En la parte superior de la espalda tenía un águila tatuada. Había lunares,
había moretones, había unos granos rojos coronados por puntos de grasa amari-
lla. Después volví al ataque. Le pedí, con gestos, que me la chupara. Era la solu-
32
ESPERPENTIADigitalN°8/Marzo2011
ción de emergencia. Recién nos estamos conociendo, dijo ofendida. Yo no soy la
Katiuska, gritó. Y yo no soy el Yoni, respondí. Me miró con rabia, comenzando a
vestirse sin que yo, bajoneado, tratara de impedírselo. Vi sus tetas balanceándo-
se. Y tuve un pequeño cosquilleo en el pene. Entonces le pregunté si estaba bro-
meando. ¿Estás bromeando? No, me dijo, no estoy bromeando, no me gustan las
bromas como a ti. Yo no bromeo, le dije, esto para mí es súper serio. Claro, igual
que los zapatos nuevos que me regalaste. La perra quería sus zapatos. Ven,
sigamos haciendo el amor, y mañana nos vamos de compras al mall, propuse con
falso entusiasmo. Elena tomó un bolso que traía consigo y extrajo un tubito de
crema. En el consultorio me dijeron que tenía que echarme esto, es para los hon-
gos, ¿quieres echarte? Se levantó la falda, corrió su calzón y con un dedo espar-
ció la sustancia blanca en su vagina. Me extendió el tubo. Lo rechacé. Enseguida
se abotonó la blusa. Y sin gastar más de su tiempo caminó hacia la puerta.
Después del fracaso pasé tres días encerrado, colapsado. Al principio me sentí
mal, no se me paraba el pico y andaba como enfermo. Pero luego me di cuenta
que nadie podría calentarse con una mina así, una mina como castrada, una mina
sin deseo sexual, una mina cartucha y sin gracia, una mina media puta que se
mueve por un par de zapatos nuevos. Hoy por la tarde me atreví, por fin, a revisar
el video. Y aunque había partes que me calentaron (cuando le bajé los calzones,
por ejemplo) igual di gracias a dios por no haber alcanzado a eyacular, pues no
había usado condón. Con la calentura se me había olvidado comprar uno. Ima-
giné lo horrendo que sería verla embarazada pidiéndome una pensión. Y me sentí
contento. El capítulo se había acabado y nada malo había ocurrido. Mi padre no
tendría una tele nueva, pero por ahora daba igual. El viejo tendría que seguir es-
cuchando las noticias por la radio. Recuerdo que para celebrar abrí una lata de
cerveza. Estaba helada y húmeda como las cervezas que aparecen en los comer-
ciales. Tomé un trago y sentí que era atractivo, joven, de raza superior, solvente,
gracioso. Levanté la lata, el líquido recorrió mi garganta. Entonces me vi con una
mina abc1 en una playa brasilera, la tenía enculada mientras ella rezaba el ave
maría. Le estaba partiendo el culo. Me estremecí, tuve una erección, salí de la
cocina, fui al espejo y me observé con detalle. Hice una vista aérea de mi cuerpo,
mi topografía, y descubrí que no era atractivo, ni joven, ni de raza superior, ni
solvente, ni gracioso. Estaba cagado, jamás podría ver a una mina abc1 rezando
el ave maría mientras yo le daba por atrás. No tenía las capacidades, no tenía la
raza, no tenía el dinero. Me dio igual y caminé hasta el living. A lo lejos, desde los
blocs, escuché, lo recuerdo, la voz de una madre insultando a su hijo. Apúrate
cabro conchetumadre que van a cerrar el almacén. Después me vi encendiendo
la tele, mi tele plasma, la que ni cagando le regalaría a mi padre porque es fruto
de mi esfuerzo, de las horas extra que hice en el supermercado, de los intereses
extra que pagué cuando andaba corto de plata. Es mi tele, yo me la gané. Si tu-
viera dos le daría una, porque lo quiero y sé la necesidad que tiene, pero no tengo
dos. Tampoco olvido que el viejo me echó cuando le conté lo de mi madre. No me
creyó, enterándose del asunto un par de años después. Y yo me tuve que ir de
casa. Encendí la tele. Me senté en el sofá. Y me puse a observar las noticias de
la tarde, igual como mi viejo cuando yo era chico. La tasa de cesantía, según un
comentarista, bajaría en el mediano plazo, se trataba de una baja sustancial, pro-
ducto de efectos estacionales. Gran noticia. Seguro que mi padre me llamaría en
un par de horas para recordarme que hiciera un curriculum. Está bajando el des-
empleo, hijo, diría eufórico, como si se hubiese ganado el Kino, como si se estu-
viese enculando a una mina abc1 en un paraíso brasileño. Puse el celular en
mute. No tenía ganas, por el momento, de arrendarme. Estaba de vacaciones.
Necesitaba vacaciones. Después apagué la tele. Faltaba un buen rato, todavía,
para el programa de chistes y vedetes. Así que puse música y me extendí en el
sillón. La idea de la minita abc1, que podría llamarse maría pía, dicen que hay
muchas putas marías pías calentonas en el barrio alto, me había estimulado de
notable forma. Comencé a masturbarme despacio. Estaba en una playa tropical.
33
ESPERPENTIADigitalN°8/Marzo2011
De pronto me encontraba con una maría pía sobre la arena. Venía fresca y sen-
sual como las minitas de kem piña. ¿Estás bien, estás fascinado? Estoy bien,
estoy fascinado, pero mejor estaría metiéndote mi lengua en la zorrita. ¿Quieres
que te meta mi lengua en la zorrita? Ella se abría de piernas, sus piernas eran
blancas y fragantes. Recuerdo que me deslizaba sobre la arena, contra el mar,
bajo toldillos multicolores, hacia esa bahía inexplorada. Pero al quitarle el bañador
no había una zorrita. Vacía se encontraba esa zona abc1 prohibida incluso a la
imaginación de los cajeros de supermercado. Nunca había visto una zorrita abc1,
ni siquiera había hablado con una mina abc1, de manera que mi fantasía se fue a
la mierda. Elena apareció otra vez en mi mente. Elena mandándome a la chucha.
La excitación se me estaba yendo a la cresta. Entonces tuve que recurrir a las
minas porno de Internet. Exquisitas rusas, excitantes japonesas, tetonas gringas,
hambrientas latinas, groseras negras. Todas ellas me habían hecho entender –y
apreciar- la diversidad cultural. Me focalicé en una japonesa. Las japonesas son
mis favoritas porque gozan harto a pesar de que los tipos que se las tiran tienen
herramientas pequeñas, picos enanos, igual que yo. Me agarré el pene y co-
mencé con el movimiento. Pero la cosa no funcionaba. Entremedio aparecía Ele-
na, la vagina con crema antihongos de Elena, las lágrimas escolares de Elena, los
zapatos gastados de Elena. Imágenes que no quería recordar. Me levanté y en-
cendí el computador. No estaba dispuesto a perder el entusiasmo, la energía, la
vida misma que pujaba por salir desde mi entrepierna. Me puse frente al pc, bus-
qué un sitio porno y comencé a masturbarme. Estaba en eso cuando sentí unos
golpes en la puerta.
Se trataba de un tipo desconocido. Un hombre de mediana edad, alto, formal y
elegante. Pensé que me venía a ofrecer una pega. Que mi padre lo había envia-
do. Y lo odié profundamente. Pero se trataba de algo peor. Era el director del liceo
donde estudiaba Elena. La puta me había denunciado. Se trataba de un asunto
muy grave, puesto que la alumna era menor de edad. Lo hice pasar. Víctor Hora-
cio Domínguez, así se llamaba el director, señaló que la formación de los jóvenes
es un tema absolutamente delicado. Nuestra constitución, además, resguarda sus
derechos celosamente. Se había sentado en el sillón, ante la cámara apagada,
cuando dictaminó con severidad que yo era un delincuente y que él se vería en la
obligación de denunciar el hecho a la policía de investigaciones. A mis jóvenes no
me los toca nadie, afirmó sin vacilar. Señalé que había sido un error, que no hab-
ía pasado nada, que me había arrepentido y le pedí disculpas. Me arrodillé frente
a él. Le eché la culpa a la soledad, a la cesantía, a mi madre, a los malos ejem-
plos. Pero el director no cejaba. Por violación usted se asegura, como mínimo,
veinte años en la cárcel. Me levanté y le pedí perdón. Perdón en nombre de
Jesús, de María, de la Bachelet y de todos los santos. Le dije que estaba confun-
dido. Le dije que mi padre quedaría solo. Y sin tele, puesto que si me iba preso
me iría preso con mi tele. Y con mi computador. Entonces el director me miró de
pies a cabeza. Y echándose hacia atrás indicó que había una solución. Hay una
solución, pero debe quedar entre nosotros. Se trata de acallar el escándalo en
bien de la escuela y, por supuesto, de la alumna. Yo estuve de acuerdo. Guardar-
ía el mayor silencio del mundo. Todo en esta vida tiene un precio, señaló. Claro,
respondí, pensando que tendría que darle mi tele, mi computador y mi escaso
dinero. Pero no se trataba de eso. Era algo mucho peor. Él me enseñaría a no
cometer faltas con un método infalible. Un método disciplinario probado por años
en los establecimientos educacionales chilenos. Como pecas, como pagas, dijo. Y
comenzó a desabrocharse su fino cinturón. Pensé que me iba a dar correazos. Y
lo acepté, ¿qué otra cosa podía hacer? Sin embargo, el asunto iba más allá. Hizo
que me quitara los pantalones. Quítese los pantalones. Luego sacó su miembro.
Estaba hinchado. Enseguida me pidió que se lo chupara. Su pene era enorme.
Me negué. Preguntó entonces si prefería la cárcel, donde ocurriría lo mismo, pero
con personas menos educadas. Me di cuenta que estaba perdido. Me arrodillé
otra vez ante él. Y con la misma gracia de las minitas asiáticas, mis favoritas, metí
su gran pene en mi boca. Mueva la lengua ordenó. Y comencé a mover mi len-
34
ESPERPENTIADigitalN°8/Marzo2011
gua. El director me tenía tomado de las orejas y forzaba el movimiento. Me atra-
ganté varias veces, pero no hubo piedad. Después pidió que me volteara. Pónga-
se de espaldas y levante el poto, ordenó. Yo subí al sofá y seguí sus indicaciones.
Entonces sentí que me desgarraba el ano. Estaba bufando como un animal y me
lo incrustaba sin miramientos. Soporté el castigo unos minutos, después me di
vuelta y agarré su cuello con una energía que jamás había imaginado tener.
Apreté con fuerza, no lo solté jamás a pesar de que el director trataba de liberar-
se. Tras un rato dejó de moverse. Y cayó sobre el costado del sofá, con el culo
hacia arriba. Me senté junto a él. No sé si estaba muerto, pero parecía muerto.
Me dolía mucho el ano, mi ano sangrante, y le di unos cuantos golpes al maldito
perro. Los directores, escuché por ahí, son los principales responsables del de-
sastre educacional chileno. Y parece que es verdad. Lo escupí y después, más
tranquilo, me senté a su costado. Entonces miré la cámara y se me ocurrió que la
tele de mi padre no estaba del todo perdida. No, mi padre tendría su plasma fuese
como fuese. Y sin que yo perdiese el mío. Entonces fui al pc y envié un mail a
saturno_101. Le confesé que me había ido mal con el video de Elena, lo de la
escolar no funcionó, escribí, pero qué te parece algo de necrofilia. Excelente,
escribió al rato. Entonces pregunté por el precio, cosa que no había hecho antes.
Y en la pantalla apareció una cifra más que suficiente para el plasma de mi padre.
Luego pregunté por el método de entrega y pago. Más tarde te escribo para que
nos pongamos de acuerdo, apareció en pantalla. Ok, tecleé rápidamente. Y antes
de que me desconectase apareció un último mensaje de saturno_101. Tiene que
notarse claramente que el muerto está muerto, decía el texto. Conecté la cámara
y fui por un cuchillo. Después me acerqué al cuerpo y lo sentí respirar. El concha-
desumadre estaba vivo. Pensé en mi padre. Treinta años de matrimonio perdidos
y ni siquiera tenía una buena tele para acompañarse. Después pensé en mi ma-
dre. Recordé cuando la vi encima del asqueroso camionero. Métemelo, métemelo
bien adentro, gritaba en la cama matrimonial mientras mi padre se dignificaba
trabajando. Levanté el cuchillo y lo hundí con fuerza en el cuello del director.
Víctor Horacio Domínguez se estremeció levemente. Luego quedó quieto, en
calma, mientras un hilo de sangre cubría su cuello. Lo moví para que quedase
frente a la cámara. Quería asegurar la plata. Fui a mi habitación y examiné la
imagen que se grabaría. No parecía un muerto. Podría tratarse de un truco. Había
fallado, otra vez había fallado y esta vez el asunto iba en serio. Tuve rabia conmi-
go mismo. Nada me resultaba. En ese momento escuché, lo recuerdo, la voz de
una madre insultando a su hijo. Apúrate cabro culiao que van a cerrar el almacén.
Entonces corrí al living y con el cuchillo comencé a cortar la cabeza del director.
La sangre saltaba por todas partes. El sofá estaba rojo y yo cortaba sin parar.
Corté hasta que la cabeza se desprendió. Enseguida, tomándola del cabello, la
puse sobre la mesa. Acomodé, luego, el cuerpo sobre el sofá dejando el culo a la
vista. Y fui al dormitorio y observé la imagen en el pc. Cuerpo y cabeza se veían
perfectamente separados, no quedaban dudas que se trataba de un cadáver. Me
sentí contento, por fin me sentí contento y me quité los pantalones y tuve una
erección y fui al living e hice un guiño a la cámara, y gritando ¡luz, cámara, acción!
comencé con el video. Penetré su ano muerto hasta eyacular. Le hice cagar el
ano al perro culiao. Cuando terminé fui al dormitorio, revisé el video y estaba ok.
No quedaban dudas de que se trataba de necrofilia. Luego me di una ducha, ne-
cesitaba hacerlo pues estaba lleno de sangre y pasado a mierda de muerto. Me
cambié de ropa y me recosté en la cama. Y encendí un cigarrillo. Y me puse a
esperar la respuesta de saturno_101, que todavía no llega, pero que va a llegar
pronto, estoy seguro, porque sería muy injusto que un hombre como mi padre, tan
responsable, tan sufrido, se quede solo en este mundo. Solo y sin su tele.
(Texto inédito)
35
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Ll
Fotografía
Los buzos de Duquesa
Por Érika Santelices
Quizás algunos de nuestros lectores hayan tenido la suerte de ir a esa isla maravillosa que se llama
República Dominicana y disfrutar de sus playas paradisíacas, del confort de sus hoteles y de la hos-
pitalidad de sus habitantes.
Sin embargo, lo más probable que en su viaje no hayan tenido la oportunidad de apreciar este otro
lado de la isla, que hoy nos muestra la fotógrafa chilena Érika Santelices, quien con su cámara nos
retrata un momento en la vida de “Los buzos de Duquesa”, eufemismo poético para referirse a los
más de mil quinientos buscadores de desperdicios del vertedero de Duquesa quienes escarban,
entre las cuatro mil toneladas de basura que provienen del Distrito Nacional y de la Provincia de
Santo Domingo, algo que otros despreciaron, pero que puede ser reciclado: cartones, plástico, vi-
drios, etc.
Bajo el cielo y el sol del Caribe, bajo el mismo sol que adoran los turistas de la isla, los buzos contin-
úan su trabajo, entre los hedores y la basura que a diario llega a Duquesa , luchan por el tesoro en-
contrado y lo cargan como pueden, mientras buscan se van mimetizando con el paisaje. La mayoría
son haitianos que han llegado a Dominicana huyendo de una miseria mayor.
La cámara los retrata y podemos ver a hombres y mujeres, muchos con físicos privilegiados de atle-
tas negros, rostros de resignación frente a un horizonte de desperdicios que es su vida. Es cierto,
ellos son los deshechos de un sistema injusto, son como ratas hurgando en las cloacas del mundo
satisfecho, sin embargo, aún se advierte en esos rostros cierta dignidad humana que los hace mirar
de frente al lente, a pesar de la miseria que los circunda.
MDS
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La revista que nunca estará de moda
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Esperpentia digital n°8

  • 1. ESPERPENTIADigitalN°8/Marzo2011 Literatura, Arte y Realidad Edición Digital N°8 Marzo 2011 L Sparky
  • 2. 2 ESPERPENTIADigitalN°8/Marzo2011 Sumario Marzo 2011 Opiniones y disparos La imagen (o la superficie como naufragio) Por Mauricio Rojas Página 4 Opiniones y disparos Veraneando en el litoral central La entronización del flaite Por Maximiliano Díaz Santelices Página 7 Opiniones y disparos La isla siniestra Por Arturo Lezama Página 11 Ojo ajeno Quitasol Por Sergio Sarmiento Página 14 Poesía argentina actual Poetas de Jujuy Presentación y selección de textos por Sergio Sarmiento Página 16 Narrativa chilena actual El señor Vallejo Por Lautaro Gallo Página 26 Narrativa chilena actual La tele de mi padre Por Sergio Sarmiento Página 28 Fotografía Los buzos de Duquesa Por Érika Santelices Página 35
  • 3. 3 ESPERPENTIADigitalN°8/Marzo2011 Revista ESPERPENTIA Literatura, Arte y Realidad Fundada el año 2000 Dirección y Edición Sergio Sarmiento M. Diagramación Sparky Colaboraron en este número Maximiliano Díaz Santelices Mauricio Rojas Erika Santelices Lautaro Gallo Arturo Lezama Lugar de origen Batuco, Santiago, Chile Periodicidad 100% irregular Correo electrónico esperpentia@yahoo.com Los artículos que contiene la presente edición se publicaron originalmente en el sitio web: www.esperpentia.cl Edición Digital N°8 Marzo 2011 PERMITIDA SU REPRODUCCIÓN CITANDO LA FUENTE
  • 4. 4 ESPERPENTIADigitalN°8/Marzo2011 ll Opiniones y disparos La imagen (o la superficie como naufragio) Por Mauricio Rojas Os digo, pues, que la vida está en el espejo, y que vosotros sois el original, la muerte. César Vallejo La imagen es la más eficaz administradora de deseo. La conciencia cae rendida frente a ella en un estado de fascinación en el que la percepción se somete y los impulsos del cuerpo responden con fuerza como si la voluntad que nos diferencia en cuanto a singularidad e individuo se viera disminuida o anulada para dar paso al impulso que nos empuja a satisfacer aquello que la imagen promete. Somos en ese momento como espectadores de aquello que inunda nuestros sentidos y nuestra conciencia. La imagen es un instante congelado. ¿Qué promete la imagen? Lo que promete la imagen permanece como un conte- nido latente y que sin embargo no se nos muestra. Es la promesa de un aconteci- miento que se aproxima y que está por suceder como si ya nos hubiese pasado en otro momento pero que no se produce queda suspendido en ella. Es decir que la imagen aglutina algo que nuestro deseo, nuestros impulsos inconcientes con- vierten en imagen pero que aplaza en la imagen misma. Lo que lo hace mera- mente imaginario. La imagen de una familia perfecta, de la satisfacción de la sed en una bebida que se nos presenta en el esplendor estético de colores y sensaciones, que captan al espectador como tocado por una hipnosis de la que no puede sino entregarse como un zombie. No obstante es como la escenografía de algo que termina por desilusionar a los sentidos y que no obstante en cada aparición se vuelven a sen- tir impelidos a probar algo que nunca se cumple sino como imagen, como apa- riencia. La exposición, que los mecanismos de la vida contemporánea en occiden- te nos proporciona, nos ha llevado a generar y vincularnos a la imagen de un modo que no tiene precedentes ya que las técnicas que ésta misma detenta han mejorado desde el daguerrotipo y las copias más primitivas, a niveles insospecha- dos de depuración.
  • 5. 5 ESPERPENTIADigitalN°8/Marzo2011 ll Internet como una vitrina en la que cualquier cosa imaginada puede ofrecerse y ser expuesta. La transacciones virtuales en la que el soporte del papel moneda no es patente y el papel moneda que no obstante implica una imagen con una fuerza potente da cuenta de la tecnología de ésta ya aparecida en la economía misma y que se sustenta en ella. Es por esto que el mundo y nosotros mismos hemos producido la imagen y somos la imagen. El reflejo de un enigma. De algo irresolu- to. La imagen de la propaganda tiene una dirección clara, pero la imagen en si recubre lo que no tiene nombre y no puede ser imaginado, la muerte. En la imagen está la promesa de lo eterno pero como un instante. La fachada que la imagen nos proporciona es el mundo en el que vivimos, cada uno fabrica su propia máscara y el mercado ofrece imágenes que nos prometen lo que consideramos la felicidad, percibida en su representación, en su apariencia. La imagen reviste una melancolía que implica la pérdida de una vida que no po- demos tener de un deseo que es un deseo de la nada, de perfección, de inmovili- dad. En el fondo la imagen viene a suplir la religión. Es por esto que la idolatría es condenada por el judaísmo. Qué quiero decir con esto, con esto simplemente quiero decir que lo que nos fascina de la imagen es la nada sobre la que se sos- tiene, sus luces, su posibilidad de lo imposible. Aquello que nunca tendremos porque sólo se presenta como apariencia. Envidiamos la familia que se nos muestra perfecta frente a nosotros y esa imagen nos hace caer rendidos como una evidencia. No importa si es realmente así o no, lo que importa es que lo pa- rece. Vivimos en el como sí. No sé finalmente en que se sostiene todo. La incom- petencia parece ser el soporte de esta maquinaria que no se cae y funciona y se alimenta de esa falencia. Lo mismo pasa con los títulos puedes ser un imbécil pero si de tu carpeta se caen los posgrados algo parecido a la excitación sexual se manifiesta alrededor y para que decir si has escrito un libro que puede ser un bodrio. La imagen de una tarde que nos produce calma y queremos que no termine. Que- da en una fotografía. Pero esa tarde ya pasó. La fotografía es la promesa de que vuelva. Pero eso quizá nunca ocurra. La fotografía es la tarde que no volverá. Pero su imagen nos produce la melancolía que sentimos esa vez, y es que sabía- mos que se acabaría. La melancolía de la imagen esta en su condición de fantasma, la presencia de aquello que no está. Es como la foto de un muerto; vemos la clara presencia de su imagen y en el cine, sus movimientos, como habla, sus gestos y sin embargo no está. La imagen evoca o hace presente aquello que permanece ausente. Esto es lo más interesante, produce una continuidad en cuanto al pasado ya que nos proporciona la posibilidad de darle una imagen a nuestros recuerdos y en el futuro a proyectarnos sobre aquello que todavía no es. No obstante en el presente la percepción se desfasa con respecto a aquello que percibe ya que ha dejado de ser y se sostiene en lo que llamamos realidad y es evidente porque es un aquí y un ahora que se diluye como el río de Heráclito, no obstante lo que percibimos tiene una imagen como si nuestra mirada fuese la de una cámara que capta lo que llamamos realidad. Sin embargo eso que percibimos es lo que pensamos y a lo que le damos el nombre de realidad objetiva o evidente, sin embargo es una apariencia, es la copia de aquello que nuestra receptividad captura. La realidad es un fantasma cuyo ser huye de ella y rehuye ya que está en movi- miento y siempre está dejando de ser. La melancolía de una herida que no cierra ya que se abre en cada mirada, en cada recuerdo que implica la imagen. La ima- gen es el vestigio de nuestra desaparición ahí donde no somos más que un reflejo que tiembla y cae para desaparecer.
  • 6. 6 ESPERPENTIADigitalN°8/Marzo2011 ll Todo ha sido ocupado por la imagen y lo que está fuera de ella no tiene existen- cia. No tiene la categoría suficiente para ser en este mundo donde no somos. Donde estamos muertos sin saberlo. Somos el sueño de la muerte, su imagen. Qué fuerzas hemos conjurado, qué abismos hemos abiertos y sin embargo ver significa encontrarse con la imagen en toda su magnitud. Como si a falta de amor quisiéramos que desde fuera se viese como si ese amor hubiese existido, en una representación concertada para que lo pareciera, en una edición que así lo permi- tiera, donde se junta lo que no tiene nada que ver, como dos personas que no se conocen, hacemos calzar las miradas que parezcan verse uno al otro como si estuviesen profundamente enamorados, pero donde lo que no hay es justamente amor y sí edición, pegado, fabricación. Un fantasma recorre occidente: el fantasma de la imagen. l
  • 7. 7 ESPERPENTIADigitalN°8/Marzo2011 ll Opiniones y disparos Veraneando en el litoral central La entronización del flaite l Por Maximiliano Díaz Santelices En el Litoral Central de Chile, al final de una línea de tren en una estación que no existe, se encuentra la otrora magnífica ciudad de Cartagena, balneario cuyas playas semejantes a muchas de Europa, sirvió de inspiración para crear nuestra propia “Costa Azul”, en ella poetas como Vicente Huidobro y narradores como Adolfo Couve vivieron y murieron (incluso la tumba del poeta, está en una colina que domina el paisaje de esta ciudad). Hacia el sur, se encuentra el puerto de San Antonio, lugar donde “el tío” Roberto (como les gusta llamarlo a una serie de sobrinos que nunca tuvo, ni quiso tener) gozó y padeció de la negra Ester, en el lenocinio: “Las luces del puerto”. Hacia el norte, en Isla Negra, Neruda edificó su famosa casa llena de conchitas y un poco más cerca, en Las Cruces, se instaló Nicanor Parra en su soledad de monje bu- dista. Con los años, el “Litoral de los poetas” (como algún siútico lo bautizó) comenzó a popularizarse, pues era muy fácil llegar en tren, en bus (incluso por el día), por lo cual la gente de más recursos (los aristócratas o los nuevos ricos) que de acuerdo a un principio chileno casi darwiniano se reúnen solo con sus pares, comenzó a buscar refugio más hacia el sur (Las Rocas de Santo Domingo o algunos lagos) o hacia el norte (Algarrobo) o más al norte (Cachagua, Zapallar, Puerto Vele- ro), huyendo de la chusma que como hormigas frente al alimento abandonado, todo lo invadieron. Así los ricos (de siempre) o los nuevos ricos decidieron vera- near cada vez con más exclusividad, incluso los que se quedaron buscaron pla- yas privadas (sin importar si eran artificiales), con rejas electrificadas, con guar- dias, para que así la familia poblacional, no fuera a dejar los restos de la sandía y el melón en sus arenas. Gente a la cual se le unieron, con el tiempo, actores y animadores de TV, chicas y chicos reality, futbolistas y modelos fáciles. Gen- te que anda en sus autos de lujo y comen comida “premium”, que nunca baja a la playa a la hora del calor, para no encontrarse con la rotería y que disfrutan de sus piscinas con vista al mar. Fue así también como la siutiquería arribista, a imagen y semejanza del modelo que se le planteaba, optó por pagar a crédito una casa en la costa o un departa-
  • 8. 8 ESPERPENTIADigitalN°8/Marzo2011 ll mento en un condominio, cerca y/o “parecido” al de los de Clase Alta, así prolife- ran hoy para la aspiracional clase media departamentos en condominio que miran de reojo al mar, con subsidio y todo a 1000 UF, claro muy lejos de las 6000 UF que cuesta un departamento exclusivo, a metros de la playa artificial en esos grandes y lujosos condominios de primer mundo. Como ya dijimos, el burgués se escondió tras rejas, guardias y más rejas, tras caminos intransitables para un vehículo que no sea un 4X4, privatizando estos mismos caminos, es decir, aislándose lo más posible de todos aquellos ojos que no sean de gente de familia “bien”. También los alcaldes optaron por subir los precios de los estacionamientos, así en muchos lugares ahuyentan en verano al turista indeseable (que, por supuesto, no es alguien como uno), pero a pesar de todo esto “la rotá” igual ha llegado y por eso hoy es posible ver, en el otrora seño- rial Algarrobo, gran cantidad de casas a la venta (pues hay que arrancarse, del populacho), hermosas casas, mansiones, departamentos en primera línea frente a la playa. Claro, una playa que en verano se llena de gente morena y achinada, de quitasoles chillones hechos en Malasia, cuyas frazadas y toallas descoloridas, tapan la arena blanca y fina de la que estaban tan orgullosos los algarrobinos y que, por las tardes, dejan los recuerdos de todo lo que allí comieron. Los pocos ABC1 que se atreven a bajar a la playa en Algarrobo, lo hacen casi escondidos cerca del Club de Yates, rincón que se conserva como un bastión inexpugnable que ningún roto podrá pisar nunca. En muchos pueblos de la costa chilena, estos clubs son el símbolo de los caballeros, que quieren mostrarle al roto alzado quien estuvo allí primero, que podrán llegar en bus, en sus autos chinos pagados a crédito, pero que el mar sigue siendo exclusividad de sus yates, lanchas con mo- tor fuera de borda y motos acuáticas. Que el chileno medio y bajo, solo podrá optar por un paseo en bote que es como andar en micro, mientras al lado pasan los potentes y finos mercedes, audi o bmw. Nos queda otra casta, la del proletariado que se fue apropiando de casi todos los pueblos de la Costa Central, familias completas que llegan los fines de semana y que repletan terminales, choperías, ferias artesanales, juegos mecánicos, en fin, cualquier oferta veraniega. Gente que en la terraza de Cartagena, compra barati- jas, se saca una foto instantánea, escucha en una esquina a un imitador de San- dro, en otra a alguien que canta rancheras, más acá una estatua humana gana sus monedas o una promotora que por $1.000 ofrece un paseo en bote. Gen- te que ocupa hasta los últimos rincones de la playa grande o de playa chica que ya casi no tiene arena (se la llevan en los zapatos o pegadas a los pies) que se va temprano en la mañana (después de desayuno a “ganarse” un lugar) con el “cocaví” y los cabros chicos, para aprovechar el día se quedan en la playa hasta que anochece, a todos les duele la espalda, no usan bloqueador y se entretienen enterrándose en la arena o jugando a las escalopas humanas (después de bañar- se en el mar, se tiran a la arena y se dan vueltas, como las escalopas), en fin, gente de esfuerzo (según dice el lugar común) que paga sus vacaciones a crédi- to. Crédito cuyos intereses le pagan a su vez, las vacaciones a algún gerente, en Tahíti, en Europa o algún resort chileno de primer orden. Pero existe otro grupo, que ha surgido en el último tiempo en Chile (aunque temo que lo más probable que este sea un fenómeno internacional) y, que también quiere veranear, es el llamado “flaite”, expresión de dudoso origen y de más du- dosa definición y que, casi siempre por nuestro clasismo inveterado, se suele confundir con solo la gente de clase baja, aunque este tipo humano es transversal a todas las clases sociales, de ahí la expresión “cuico flaite”. Sin embargo, nues- tro interés tiene que ver hoy, no con el poder adquisitivo de este personaje, sino con su actitud valórica, con la prepotencia propia de este grupo, con su arrogan- cia, falta de empatía, en fin, de su soberbia y egocentismo, pues este ser básico se siente dueño de “la” verdad, es decir, es un producto “premium” del sistema económico que hoy nos reina.
  • 9. 9 ESPERPENTIADigitalN°8/Marzo2011 ll Antes de continuar habría que hacer una pequeña precisión, no se debe confundir al flaite con el “huachaca”, pues este último personaje popular (a pesar de ciertas imitaciones comerciales y burdas del último tiempo) tiene conciencia de clase, cosa que el primero no tiene. Además el huachaca se identifica con la cultura del pueblo chileno, en cambio el flaite tiene una cultura global, se identifica así con un mall, con Miami y con la música caribeña o villera. ¿Qué une a los flaites? El deseo (que está en su ADN) de consumir para luego aparentar. Una especie de exhibicionismo lo hace mostrarse para que todos lo vean y así lucirse. Para eso la ropa debe ser de marca, da lo mismo si es falsa, quieren tener grandes televisores, grandes zapatillas, grandes relojes, celulares de última generación “touch”, no importa la procedencia, grandes equipos de música (ojalá en autos, para escucharlos con las ventanas abajo y así que todo el mundo sepa los gustos musicales del conductor). Nunca un flaite andará con audífonos a menos que sean muy vistosos, preferirá usar parlantes para que to- dos sepan que él viene ahí. Tal como dicta la moda sus mujeres deben ser rubias y bronceadas, así proliferan por estas costas las oxigenadas con anteojos “Armani”. El flaite disfruta de los masajes, de la peluquería, de la manicura en la playa (donde puedan verlo), de la cirugía estética (ojalá pública y televisada), del paseo en banano, de la compra de la palmerita o del helado pa’l chicoco o de llenar el carrito del supermercado con las marcas de moda. Gastarlo todo en una semana o “machetear”, pues da lo mismo quiere disfrutar de sus vacaciones, ojalá (y algunos así lo hacen) en un tour por el Caribe o en alguna playa de moda en Brasil, así como le han dicho en la tele que hay que hacerlo, guatita al sol, mejor si está llena de cerveza, encendiendo un cigarro cada tanto y mirando el horizonte, porque eso hace un “winner”. Ya sea que el flaite ande en micro, en 4X4 o en helicóptero, su objetivo es llamar la atención, figurar, mostrar lo que tiene y lo que no tiene, el egoísmo consumado, la egolatría personificada. Así el flaite es el hijo perfecto del sistema que hoy vivimos. Desprecia la lectura, el arte y la cultura, pues qué tiene él que aprender; pero dicta cátedra sobre gustos y modas. Es “la ignorancia atrevida”, puede en el orgullo de su ignorancia llega rápidamente a la grosería. Es el triunfo de la masa sobre el individuo, todos se visten igual, todos escuchan la misma música, todos quieren ser unos ganadores. Los reconocerás porque andan en hordas y hablan fuerte, quieren que todos los miren, ser el centro de atención y no trepidan en llamarla de cualquier manera, gastando dinero a manos llenas, exhibiendo su última adquisición tecnológica o acosándote por algunas monedas. Como es camaleónico se disfraza con cual- quier moda imperante (de dudoso gusto) y puede pasar casi por cualquier cosa, pero no tiene esencia, ni menos ideología, solo cree en “el aquí y ahora” y es capaz de usar la prepotencia para conseguirlo. “El fin justifica los medios” se dirá. Así el flaite hoy veranea en Cartagena, pero también en Las Rocas, en Cacha- gua o Vichuquén, puede ir a las playas de Algarrobo o el Quisco, y no se intimi- da ni con los guardias, ni con las rejas o portones eléctricos, es más, algunos también los usan y gracias al libre mercado, donde lo que importa es tener dinero, no de dónde lo sacaste, hay muchos flaites que pueden darse esos lujos. Tampo- co sigue las reglas, acampa donde no se puede, fuma en lugares prohibidos, miente, roba dejando sus deshechos por todas partes. Parafraseando un artefacto parriano podríamos decir que “el flaite no respeta ni la ley de la selva”. Así esta especie (pues no es individuo) que veraneaba habitualmente en la Costa Central, especialmente de Cartagena (donde tenía su centro de operaciones), fue inmigrando y hoy lo puedes encontrar en todas partes, “macheteando” en la calle o mostrando el dinero que tiene en bares, discotecas, casinos (donde ya no es necesario vestir formal para entrar). Así a los miembros de esta cofradía, que vinieron para quedarse, los verás sentado a tu lado en la arena, hablando fuerte, riéndose a carcajadas, imponiendo su música con decibeles altos, muy básica, de
  • 10. 10 ESPERPENTIADigitalN°8/Marzo2011 ll letras predecibles (lacrimógenas o vulgares), si tiene auto este será muy vistoso y lo estacionará a metros de la playa. Andará acompañado de otros como él (ya lo dijimos, no hay flaite solitario, son gregarios y apatotados). En todas partes de- jarán su huella, los signos de su triunfo, volumen alto, los restos de lo que se to- maron y comieron o el graffitti en una roca. Solo nos queda acostumbrarnos. El flaite vino (lo reitero) para quedarse, pues lo apoya el sistema, nuestra economía triunfalista y narcisista, nuestra pobre educa- ción de pruebas estandarizadas, tiene a la TV como tribuna y como ejemplo, en fin no hay nada que hacer, al flaite “no le entran balas”, es impermeable a la críti- ca (nunca leerá artículos como este). Así con el tiempo, “más temprano que tar- de” (diría el periodista bisoño) el Litoral Central será recordado y homenajeado no por haber sido tierra de poetas, sino por haber sido el lugar de veraneo del flaite criollo. l
  • 11. 11 ESPERPENTIADigitalN°8/Marzo2011 Ll Opiniones y Disparos La isla siniestra Por Arturo Lezama La situación en la que está sumida la política chilena es un estado de confusión total. Esto implica a la realidad misma en la que vivimos. Esta confusión se debe al cambio producido en Chile hace cuarenta años con el golpe de estado que es la entrada inaugural de Sudamérica en el mundo globalizado, cuya plataforma esencial es el capitalismo. Es decir que pasamos de una voluntad social y colecti- va manifestada de manera errónea o no a una sumisión al capital. Por lo tanto toda condición de existencia social se da en cuanto y a partir del capital como fundamento. Ese mar sobre el que navegamos nos deja atrapados en una isla en la que lo único que se da es el intercambio. La compra venta. La promesa del grupo político que se levanta en contra de Pinochet y establece una salida democrática de la dictadura en una primera instancia, reconoce la pérdida y el error que fue la U.P. y, por otro lado, acepta el triunfo apabullante, no de un sector político vinculado a la derecha, sino que cae de rodillas ante la evi- dencia estructural de la realidad social en la que entramos y no podemos negar. La base económica responde a los sueños y deseos de las masas que se reco- gen en gremios y en individuos cuya crítica esta circunscrita a lo que me falta y no tengo, pero que apenas se abre el espacio en que puedo obtener lo que el siste- ma promete la crítica a la sociedad se olvida, se diluye, es lo que hemos llamado aquellos que se venden al sistema. Pero el sistema, y estamos en él desde que nacemos, se mueve en el intercambio, en la compra y venta de distintos objetos y asuntos que los grupos de interés sostienen. De este modo el imperativo categórico kantiano naufraga y vuelve risible la defen- sa de valores que se quieren más allá de lo económico, como aquellos radicales conservadores católicos, de derechas e izquierdas. El heroísmo por la defensa del otro se vuelve ridículo. Y en ese intertanto que gobierne la derecha o la iz- quierda empieza a dar lo mismo ya que las conciencias son controladas por la televisión y los medios de comunicación o por el crédito que nos permite satisfa- cer deseos de toda índole.
  • 12. 12 ESPERPENTIADigitalN°8/Marzo2011 Ll El sistema funciona y somos sus engranajes mientras la política es la farsa en la que parece jugarse valores esenciales que no están en juego. Cada vez estoy más convencido de que la dictadura se acabo por dictamen económico, no por valores humanos o cualquier cuento de ese tipo. La dictadura no permitía abrir el mercado a toda la gran orgia de placer y sin embargo había sentado las bases para esa orgía y se encariñó con el poder, pero era la hora de las masas, de las luces, de las putas, de las vitrinas virtuales para todo tipo de deseo, desde un cabezón estudioso hasta un pedófilo buscando satisfacer lo que sus cuerpos, sus tendencias dadas por la biología que nos compone interpreta como necesidad, pero que ya es controlada por este aparato descomunal que llamamos sociedad global, una sociedad cuyos agentes represivos somos nosotros mismos. Somos el medio que compone el sistema y el sistema quiere de nosotros que seamos sistema. El fin es el medio. En el mundo global en el que vivimos, la concertación, udi y renovación nacio- nal operan como directores de orquesta en nuestro país. Alaban la máquina, le lamen sus engranajes y nosotros seguimos aquí abajo en el régimen más severo, no tanto, en el que conviven la superabundancia, la violencia, la pobreza soterra- da, la ignorancia y la angustia existencial apañada por la entretención. Ya no hay proyectos, si es que hay una nación sobre la que poner ese proyecto y un país es un proyecto. Somos los emprendedores de la nada. La política que debiese ser la manifestación de lo humano como en los griegos, se ha diluido. Y si queda un resto esperamos que ese resto nos permita generar una voluntad nacional. No obstante ¿quién puede evadir la plataforma que todo lo controla? Sólo estamos vivos porque pertenecemos al sistema, es decir que no nos queda más que ser adictos a él o tomar distancia metido entre sus espacios vacíos. Ningún sector presenta proyectos nuevos o radicales, presentarlos significaría dilapidar la tranquilidad y el control social por el fracaso de un sueño imposible. Lo que vemos son modulaciones de gobierno distintas, pero que se confunden. En la concertación hay decisiones que nos pueden parecer decisiones que tienen que ver con la política de derecha. Es decir el olvido de una ley laboral que proteja y le de estabilidad social a los trabajadores es imperdonable desde el punto de vista de un mínimo de lo que ellos defienden. La delincuencia, que ha sido la bandera de lucha de la derecha, es el producto de una multiplicidad de condiciones, pero que por un lado son el producto de una sociedad que genera la necesidad de la satisfacción inmediata de lo que se desea. Sufrir durante años y meses para recibir un sueldo que produce frustración después de años de estudio, frente a lo que puedo ganar traficando o estafando o robando y pensar que no tengo espe- ranza en pagar los estudios universitarios o técnicos y que mi educación está llena de falencias. Que la conciencia se estrecha en mi medio de vida social. Su- ma para tomar decisiones que además llevan una carga de venganza frente a la sociedad que abandona a sus compatriotas, para que otros disfruten de lo que ellos jamás tendrán. Réstenle el paraíso, ¿qué les queda a las personas de este país? La solución fue genial: el crédito, para acceder a esos paraísos artificiales que lo único que hacen es condenar a las personas a la dependencia de un sistema que hace lo que quiere con ellos y los vuelve reemplazables como un mueble o un objeto cualquiera. Entonces están aquellos que cobran por hablar de humanidad. Y la farsa de la política reaparece. Somos replicas, producciones en serie de indi- viduos que desean lo mismo, la misma mercancía, y cuya conciencia es el reflejo de un programa virtual de Internet o una propaganda que genera una imagen a la que me quiero parecer. Estamos atrapados en esta isla llamada capitalismo y cuya condición siniestra radica en que todo lo que construimos como bueno apa- rece ingenuo incluso ridículo. Obligamos a las personas a vivir y nos damos una vida vacía.
  • 13. 13 ESPERPENTIADigitalN°8/Marzo2011 Ll La vida ha cambiado, pero pensar en las salidas planteadas en el pasado es generar una locura, alucinar y ver lo que ya no se condice con las condiciones de vida que existen en este momento. Los modos de producción han cambiado y con ello el hombre si es que a esto podemos llamar hombre. Las masas desean ser satisfechas. Lo que se ha llamado un sistema que triunfa, es un sistema que se impone a la fuerza ya que la otra mitad del mundo no tiene las cosas básicas y vive en una esclavitud primitiva. ¿Pero no somos nosotros esclavos de una pro- mesa más bien difusa? Esto me recuerda a las familias de clase media de los cuentos de Cheever. No hay nada. Somos el contrato de unas fuerzas que desco- nocemos y se materializan en el mundo que vemos. Esas fuerzas no son distin- tas de este mundo. Y sin embargo hay pequeños recovecos para otras fuerzas, sin magnitud, como huellas endebles a punto de borrarse. Pero eso somos.
  • 14. 14 ESPERPENTIADigitalN°8/Marzo2011 ll Ojo Ajeno Quitasoll Por Sergio Sarmiento Hace cuatro años que no salgo de vacaciones. Es decir, que no viajo a uno de esos lugares maravillosos donde la gente desarrolla actividades que, se supone, provocan el descanso, el relajo. Me quedo en Santiago. Yo y mi piscina plástica. Yo y mis cervezas en oferta. Yo y mi quitasol desteñido que nunca ha visto el mar. Mi quitasol no vidente. Y no soy el único. Del total de los poco más de dieci- siete millones de personas que según el INE había en Chile el 2010, una cifra cercana a los once millones de personas (10.998.977) no salió de vacaciones ese año. Es decir, según el estudio realizado por SERNATUR y la Consultora ICCOM, el 64% de los chilenos no veranean. Y de los que veranean la mayoría lo hace en Chile, pues solo un 4% de la población chilena toma sus vacaciones en el exterior. Estas cifras aparecieron el 3 de enero de 2011 en ese gran periódico, lleno de sabiduría portaliana, llamado “La Tercera de la Hora”. Título de la canción: “El gran éxodo chileno en vacaciones”. Tuve la oportunidad de leer el artículo unas tres semanas más tarde, en pleno enero, pues las hojas que lo contenían fueron usadas por el verdulero del barrio para envolver unas lechugas costinas que llevé a casa. De no ser así no lo hubiese leído jamás, dado que no estoy dispuesto a gastar mi escaso dinero en los panfletos pro sistema que COPESA imprime a diario. Bajo mi quitasol ciego, mi quitasol que debería ser negro y, en cambio, es verde con pececitos azules, examiné el trabajo realizado no por uno, sino por ¡tres! periodistas, los señores N. Zunino, T. Quezada y J. Abate, que firmaban, sin indicar su nombre (tal vez por ciertos asomos de pudor) el texto. La bajada de título era la siguiente: “Como en ningún otro país de Latinoamérica, los chilenos nos tomamos 11 días de descanso fuera de la casa. Los uruguayos, con 20 días hábiles de feriado legal, se toman apenas seis. Esta es una radiograf- ía de cómo veraneamos”. Faltó, por supuesto, comparar el porcentaje de la pobla- ción que toma vacaciones en otros países latinoamericanos con las cifras nacio- nales. También ser más cuidadosos con el uso del plural. Y más importante aún, faltó señalar que solo el 36% de los habitantes de esta larga cárcel modelo que es Chile sale a veranear. El 64% restante, si es que tuvo vacaciones, se queda en casa, manguereándose, chapoteando en la piscina plástica, desgranando habas y porotos, viendo tele.
  • 15. 15 ESPERPENTIADigitalN°8/Marzo2011 ll Alguien dirá que quien escribe estas líneas -un esperpéntico atontado por el calor del verano- es incapaz de ver el tercio lleno del vaso y no los dos tercios vacíos, como lo hicieron los autores del artículo. A ese tipo de gente le puedo señalar que un sentido mínimo de proporción y equilibrio me lleva a estos actos inútiles. La idea: mostrar algo de los dos tercios de información que los medios oficiales, si- guiendo el patrón binominal, ocultan a la población chilena. Y mientras pienso con tristeza que millones de chilenos se informan –y construyen parte importante de sus realidades- a través de lo informado por COPESA y su socio El Mercurio, así como por la tele y sus canales que venden la misma pomada, pienso que pocos, muy pocos, leerán este artículo, puesto que Esperpentia casi no existe. Esperpen- tia es un fantasma. Enardecido. Arrugo el panfleto. Y vuelvo a mis vacaciones. Vuelvo a mi piscina plástica arma- ble. Me zambullo en ella con placer pensando que -independientemente del factor dinero- cada vez tengo menos deseos de salir a esos lugares llenos de tontos que muestra la tele, haciéndolos pasar por pequeños paraísos. Balnearios repletos de gente que lanza basura a la playa, minas taradas cuyo único orgullo es su colita paradita, familias haciendo fila para comprar felicidad en conos, en cajitas y en botellas, policías de investigaciones paseándose entre la multitud imitando a los personajes de alguna serie norteamericana, máquinas tragamonedas entonando agotadores himnos digitales, estacionamientos ridículamente caros, obligación de sentirse a toda raja. Y un enorme vacío. Un vacío plateado e infinito como el mar. Este año -después de un largo período de vacas flacas- podría haber salido de vacaciones. Podría haber tomado mi quitasol no vidente y llevarlo a conocer el mar. Y no quise. El asco fue mayor. Y el cansancio. Sí, porque salir de vacacio- nes conlleva todo un proceso administrativo: planificar, organizar, ejecutar, contro- lar. Es decir, se trata de alcanzar objetivos, se trata de trabajo. ¿Y para qué? Para cambiar de rutina, como señalan los expertos que hablan en los noticiarios. Expertos pagados, imagino, por agencias de turismo, hoteles, líneas de buses, líneas aéreas y demás empresas que viven del turismo. Cambiar de rutina – indican estos pequeñitos hijos de Freud- nos hace bien, pues permite la recons- trucción psico-física del individuo en una sociedad, como la chilena, en la que se trabaja más de lo necesario. Una sociedad –agrego- que promueve la innovación para generar, curiosamente, más conservadurismo, más rigidez. No estoy en contra del viaje, el viaje es maravilloso, pero si se trata de cambiar de rutina, no concurrir al trabajo es ya un paso en esa dirección. Por eso, y porque en verano los sitios hermosos se vuelven horribles, me quedé confinado en casa soñando con viajar durante el invierno. O durante el bello y decadente otoño. Ni siquiera quise salir a disfrutar los panoramas gratuitos organizados por los munici- pios locales -que la tele promueve con voz limítrofe y entusiasta- para quienes no tienen la oportunidad de vacacionar. Me da igual que el New York Times haya señalado a Santiago como el destino turístico número uno para este verano. Quiero moverme lo menos posible. Quiero descansar de verdad. Mi quitasol, por ahora, seguirá sin conocer el mar. Lo mismo los quitasoles de otros once millones de chilenos que, seguramente faltos de plata, no podrán darse el lujo de decidir - como yo- si viajan o se quedan en casa este verano.
  • 16. 16 ESPERPENTIADigitalN°8/Marzo2011 ll Poesía argentina actual Poetas de Jujuy Edmundo Raúl Juárez, Patricia Noemí Alarcón, José Luis Fernando Aguilar, Elena Alarcón l Presentación y selección de textos por Sergio Sarmiento Imagen tomada de www.portaldesalta.gov.ar Desconectados de la literatura que se realiza en las grandes ciudades argentinas, especialmente en el enorme Buenos Aires, existe un grupo de poetas y narrado- res -la mayoría inéditos en su país- que desarrollan su escritura en la provincia de Jujuy, territorio predominantemente andino –y de escasa población- ubicado al norte del país de Borges, sitio periférico donde muchas veces pasa la banda mu- nicipal / tocando “Polvo en el viento” (Elena Alarcón, Ocasión). Estos poetas articulan una mirada diferente de la realidad local, intentando esca- par tanto de los preceptos oficiales como de los arribismos vanguardistas de los cabrones de turno. Son tipos –la mayoría estudiantes universitarios- que desconf- ían de la cultura de retablo que la provincia, limítrofe con Chile y Bolivia, ha cons- truido para generar divisas, cultura que parece esconder la miseria y la verdadera belleza de la zona. Les incomoda contemplar, como escribe Edmundo Raúl Juá- rez en su poema “Maniquí abandonado”, la dulce pictografía de la vieja Pachama- ma / que sueña ser amada / y sólo es ante los ojos de otros, / el sexo profanado por el fino bisturí del dólar. Esta violación –que no es solo metafórica- viene ocurriendo desde el año 2003, fecha en la cual la Quebrada de Humahuaca –ubicada en Jujuy- fue declarada "Patrimonio Natural y Cultural de la Humanidad" por la UNESCO, hecho que signi- ficó un aumento de esa plaga insectívora moderna –a la cual todos podemos sumarnos teniendo unos cuantos billetes- llamada turismo cultural. Esa plaga, esperpénticos lectores, que aprecia las espléndidas bellezas naturales de la región, la puna, la selva, las quebradas, los valles, así como un montón de
  • 17. 17 ESPERPENTIADigitalN°8/Marzo2011 ll vestigios, verdaderos y falsos, que indican el origen atacameño, diaguita u omahuaca de su cultura, más los restos católicos coloniales de rigor, dejando dinero a una zona tradicionalmente empobrecida, pero transformando –de paso- a sus habitantes, especialmente a los de origen indígena, en curiosos objetos folcló- ricos, anulando su calidad de personas. En este contexto, los poetas cuya producción inédita damos hoy a conocer, pre- tenden mostrar sin adornos, sin folletines ni mapas para idiotas, eso que los siúti- cos llaman “el país profundo”, aquel donde la modernidad urbana y las costum- bres ancestrales se entremezclan, aquel donde la mañana se cuece en habas y papas, / en ropa tendida o telares de oveja (Patricia Alarcón, Trenzas) y al mismo tiempo en la peatonal / un drogo deletrea su historia (Elena Alarcón, Poesía bara- ta) retratando no solo el entorno, sino también el “intorno” de la provincia de Ju- juy. Sin parafernalia, sin ambicionar posicionarse, como escribe José Luis Fernando Aguilar, en el ambiente intelectual / donde la flatulencia emana / de boca de sa- bihondos / duros de ideas, / flojos de materias, estos poetas logran crear versos con un lenguaje directo y pulcro, versos que surgen como un acto honesto y ne- cesario.
  • 18. 18 ESPERPENTIADigitalN°8/Marzo2011 ll Selección de textos Edmundo Raúl Suárez Patricia Noemí Alarcón José Luis Fernando Aguilar Elena Alarcón Edmundo Raúl Juárez (Tucumán, 1980) MANIQUÍ ABANDONADO Abrirás la puerta, encontrarás a Jujuy vacío. La dulce pictografía de la vieja Pachamama que sueña ser amada y sólo es ante los ojos de otros, el sexo profanado por el fino bisturí del dólar. Y detrás del catálogo, el marketing. Te seducen con píldoras, te susurran melodías para que no te sientas mal contigo. Aprenderás a cocerte los labios como si estuvieras en un happening. Pasearan tu cadáver en un féretro a orillas del Xibi Xibi, y sentirás que sólo fuiste parte de un mediático rito de iniciación para vestir el cuerpo de nadie. Sólo un maniquí abandonado en un rincón del mundo. ETERNIDADES A Gabriela Noemí Solano Desde la ventana interior de su tórax un hombre está mirando a una mujer. Más allá de las tragedias y de las tierras mágicas.
  • 19. 19 ESPERPENTIADigitalN°8/Marzo2011 ll Más allá de su sexo y las trincheras que nacen de la piel. Más allá del brillo de sus ojos en la oscuridad. Más allá de la pantomima existencial y los acantilados. Más allá del tiempo antes del tiempo, un hombre está mirando a una mujer y la está mirando para siempre. AMNESIA El indio espera ue le pongan corbata o le quiten la vida, Para los hombres ya no valemos nada. Domingo Zerpa Sé que vendrán, lo sé. He visto sus oscuras ánimas dibujarse en el aire cuando las hojas de coca caían en ti, Mamapacha. Sé que vendrán, tatita, sé que vendrán. Romperán vasijas con mi cuerpo, desintegrarán la luz de mi piel. Y cuando la calma finja volver como consecuencia de no poder encontrar indicios de oro en los valles. Desde Chichén Itzá hacia los Andes, me hablarán de monumentos históricos, me hablarán de patrimonio de la humanidad. Devolverán mi cadáver para exhibirlo en un museo y ante el silencio de los amautas cardones en el viejo antigal, el guía de turismo narrará exóticas leyendas, mientras todos beben Coca-Cola muy helada tendrán amnesia y no recordarán, cómo y por qué, nos asesinaron. A UN POETA CLOWN EXTINGUIDO Me pregunto que habrá sucedido con la bicicleta de Alfred Jarry y con el silencio de su revólver. El viejo Ubú rey sale del teatro. Pensando en imágenes o maniquíes. Pensando en aquel Díos patafísico que hoy yace en la inmortalidad de su esqueleto fósil. Existen mapas y galaxias debajo de nuestra piel, todas nuestras vidas y nuestras muertes son parte de un gran viaje y después de tantos siglos de asesinarnos desconocemos esos mapas, esas galaxias. El viejo Ubú rey observa el horizonte de cielo y tierra, piensa en la bicicleta y el revólver de su padre espiritual. La bicicleta está tendida sobre la hierba después del camino recorrido. El revólver como delgado puñal aún habita el cuerpo deshabitado del hombre. (Textos tomados de su libro inédito "Poeta Clown")
  • 20. 20 ESPERPENTIADigitalN°8/Marzo2011 ll Patricia Noemí Alarcón (Huamahuaca, 1965) ACCIONES Margarita enfrascada en sus letras y en el corro de palomos-niños. Huelen sus veinte años la Puna abrasada en el aire de tolas. Y agudos aguiluchos miran la agitación de escuela corazones de temprana risa. Un puñal hiere el mediodía y ella sube al camión rumbo a Tres Cruces. Su erotismo se aviva en unos ojos que la incitan. Fatídica luna ajusta sus destinos, sangra la montaña en su aridez. Más allá gime la estrella de seis niñas y una esposa. Nigromancia Margarita signa esas vidas, violenta. La luna camina los años saltando escollos: Margarita y su nuevo hombre agradecen sus dos hijos. Busca convulsiva su pócima perfecta, anhela el tiempo de segar siete riesgos de un tajo. -Un abrigo diáfano cubre esas existencias en el mundo.- Fuerzas negras, fuerzas blancas danzan la lucha portentosa. Siete voces gritan su destino mirando por las telarañas vulnera- das de su sino. PASOS El hielo incrustado en los picos tirita sus nidos de altivez y vuelo. Las alas azules del Aguilar se ahondan golpeándose en el correr de la mina. Braman las soterradas venas y se hunden en el respiro de pasos oscuros. -Las vías del túnel se tiñen de hombres de lava.- El mineral retuerce su cuerpo horadado. Y relumbra dinamita y agua. La Puna es sangre de corazones corvos, huraña en las tolas, dedos de churqui y zampoña. La nieve trenzada en la cordillera: son los cuchillos del aire soledad, herradura y laja. Aguas de ceniza con su cuerpo exangüe, velos de arena, aristas de agosto: la altura brilla en el pedregal lijando su cara de tierra. El quinchamal matiza los rastros desde su sol en verano. Y más allá de los cerros, me seco los ojos, corazón escondido pa’ no decirte adiós.
  • 21. 21 ESPERPENTIADigitalN°8/Marzo2011 ll TRENZAS El barniz de abril abre la mañana enjuta Iturbe de adobe estremece su luz en los sauces. Seis es la hora del bollo y el mate. Prestas sus manos callosas, el oído entrenado, los pasos, impulso exhalación verde y amarilla pasa oliendo a cardón. Las brasas reciben ahora su olla de barro. La mañana se cuece en habas y papas, en ropa tendida o telares de oveja. Acarician las trenzas el óvalo asimétrico de catorce años. Un niño retoza, vientre profanado (qué ventura aciaga en febrero ebrio la encontró preñada cerca del padrastro ruin.) El latido llano se aferró a sus días como un latigazo: espantada la noche arrinconó su llaga. De lejos, ella acaricia la risa del hijo, aliento de menudos pechos, calor germinado. (Ahora se arrima y le sirve las habas.) MÚSICA Gira su costra de tierra agosto quebradeño. Las alhucemas se pierden en la percusión del viento. -Una cifra inacabada de ráfagas fustiga el disturbio de fragancias.- Cruza el arroyo y se aprisiona en la cavidad de un cáñamo. Música cargada: pinos y lavandas se acercan mirándose de frente. Se recuesta el ocaso en las nubes de óxido, perfecto. La polvareda se restriega por el agua, pulsando las últimas raíces. (Textos tomados de su libro inédito "Afluencias") José Luis Fernando Aguilar (Jujuy, 1976) SOCIEDAD VALETUDINARIA La vergüenza se ha perdido. La transfugueada se ha institucionalizado. Lo sucio está a la orden del día. La mojigatería se maquilla para salir en cámara.
  • 22. 22 ESPERPENTIADigitalN°8/Marzo2011 ll La mentira no sorprende ya a nadie. De la mano van el descaro, la truchada y lo camaleónico. Mediocres detrás de un cargo público. Exceso de nimiedad y mezquindades. Conchas y otras especies de moluscos no conocen el ostracismo. El jolgorio del valetodo y las transacciones del contubernio político proliferan a manos llenas. Trajeados sobre la grupa de la yegua que aguanta cualquier peso. ¡Y largaron… AVES DE PASO Simbolizan la paz pero se agreden por las migas en la plaza; a metros, las de rapiña, mancomunadas, atacan con saña ojos y ubre para saciar la sed de sangre y su mala leche; otros congéneres a distancia prudencial planean en círculos concéntricos sobre las sobras próximas a deglutir. BAÑO UNIVERSITARIO Sopor estable en el ambiente intelectual donde la flatulencia emana de boca de sabihondos duros de ideas, flojos de materias. Allí el tránsito lento taponeó el pozo mientras que las letrinas (antes inmaculadas) vomitan lo que fueron devorando leales, siempre firmes al pie del cañón.
  • 23. 23 ESPERPENTIADigitalN°8/Marzo2011 SABIDURÍA Buena lectura es la de beber la savia de los sabios que saben claramente del arjé, del apeirón, del fuego. Reminiscencia del devenir de la vida que pende de un hilo. (Textos tomados de su libro inédito "Mudo apagón") Elena Alarcón (Huamahuaca, 1968) ITINERARIO La meta es el cauce, huir del furor del viento que horada los poros. El punto de partida es este lugar donde un río seco hiere la piel de la Puna, donde el cielo vierte desde su ojo, lágrimas oblicuas. El inicio de lo que existe es la espira concéntrica por donde ruedan continuas vidas articulando angustias con sus bocas secas. El trayecto serán los labios que jamás besamos y los hijos que no parimos. Más tarde recogeremos esas miradas En los puños.
  • 24. 24 ESPERPENTIADigitalN°8/Marzo2011 OCASIÓN Soy pelo alborotado que arrastra sedienta mirada. Él, oculto en el dintel de cualquier puerta es boca acechando labios. Tirados en la rambla: somos aleteo de fervorosa lozanía engranaje de dos generaciones. Afuera, pasa la banda municipal tocando Polvo en el viento. POESÍA BARATA Decido escribir versos a mano, con letra redonda y tinta sangre. Tal vez la gente se apiade -hay miseria poética, hambre- En la peatonal un drogo deletrea su historia, un tipo de traje me tira diez centavos y el chico de anteojos se mete el poema en el bolsillo trasero. /exasperación de metáforas/ Los demás papelitos habrá que tirarlos en basureros municipales para que no ensucien la ciudad. Para no contaminar las almas. CASTIGOS Dedos crispados se levantan, famélicos sangrando arreboles, mi falda de niña. Psicología básica bailotea en sus senos. Ensañada con la inocencia, que vendió a precio de nada, vestida de búho se mueve en las sombras clavando puñales a su propia tumba. Un llanto copioso recorre mi infancia destilando suplicios. Turbia cascada.
  • 25. 25 ESPERPENTIADigitalN°8/Marzo2011 HABITANTE Nació del cactus, con la piel abierta ( no había un signo que lo rigiera) se enamoró de una sombra, copuló con ella; sacó la gran moneda en medio del murmullo. Los grillos cesaron el ritmo al ver su risa de niño. Abrirá las puertas de la bancada, ya formó el prontuario para el futuro. La cabeza altiva no miró al hijo que nacía ahora con la piel abierta. ENGAÑOSAS APARIENCIAS Hay albahaca en el aire /se quiere matizar el olor a orín/ y todos al cielo miramos para tapar con el dedo los vacíos de las autoridades de turno. Así los tapamos cuando la ONU dio el grito de Patrimonio y ocultamos hasta el bar clandestino del frente. De allí emanan las madrugadas con fantasmas tambaleantes a descargarse en la antigua feria. Hay un mar de lamentos. Y de orín. (Textos tomados de su libro inédito "Moneda corriente") l
  • 26. 26 ESPERPENTIADigitalN°8/Marzo2011 ll Narrativa chilena actual El señor Vallejol Por Lautaro Gallo Con una leve presión de su mano contra la parte baja de mi espalda me invitó a tomar la barra de chocolate que, como premio a mi ¿belleza?, se posaba capcio- sa en el interior de un pequeño mueble-botiquín que había en la sala de clases. Alto, altísimo, de miembros fuertes, manos enormes y una cabeza, para mí, des- comunal, el señor Vallejo sonreía mientras articulaba un “para usted” demasiado cercano a mi oído, como para no percibir alguna intención. Segundos antes me había elevado a su silla de profesor jefe depositada sobre una tarima. Las paredes de la sala de quinto básico se encumbraban hasta los tres metros y yo, recostado en mi pupitre, solía elevar la mirada y seguir la huella de algún insecto -o araña- que ascendía hasta el techo como una especie de Gregorio Samsa aún desconocido. -Es para usted -me dice, mientras su dedo índice presiona mi omóplato con afec- tuosa rigurosidad. - … -Tome -. Insiste. Y como ve que mis ojos están fijos en la barra de chocolate, pero mi cuerpo se resiste y mi garganta se aprieta cada vez más, lo interpreta como una aceptación. Entonces, agarra el chocolate, lo introduce en mi bolsillo, me eleva por encima de la silla y me deposita en el suelo. Lo miro desde abajo y ahora sí, su metro y no- venta centímetros me parecen eternos. Sonríe afectuoso, como perdonándome la poca confianza que aún me reporta. -Ahora vamos a hablar de tu candidatura a presidente de curso. - … -Es importante que prepares un buen discurso para que convenzas a tus compa- ñeros de votar por ti. Tu competidor, Figueroa, es un buen candidato y es hijo de mi colega Carlos. Tú vienes recién llegando, pero les caes bien y eso te da una ventaja.
  • 27. 27 ESPERPENTIADigitalN°8/Marzo2011 ll - … -Bueno, mañana prepararemos el discurso. ¿Te puedes quedar después de las dos? Asiento levemente. Me sonríe, amplio. Me dice hasta mañana y, cuando se acer- ca a darme una palmada, alcanzo a apurar el paso y salir de la sala. Giro y noto que está cerrando la puerta del mueble-botiquín. Un pequeño rictus amargo inva- de su cara y su cabeza se mueve negativamente. El chocolate comienza a ablandarse en mi bolsillo. Camino rápido hasta la salida, corro los últimos cien metros que me separan de la puerta principal, miro la ima- gen de la Virgen coronando la entrada, atravieso la mampara, luego salto de dos en dos las escaleras y toco la calle. Meto mi mano en el bolsillo. Aún no se ha desbordado la barra, pero está a punto. La jalo con cuidado para no mancharme la ropa. La sostengo y como el calor de abril aún es tibio, comienza a chorrear un poco por mi palma. No sé por qué fenómeno del pensamiento supe que no podía llegar con ella a mi casa. Camino unos metros y la arrojo al tarro de la basura. Veo restos de choco- late en los cantos de mi palma. Los lamo con fruición. Me limpio y me olvido para siempre. Hasta hoy. (Texto inédito) l
  • 28. 28 ESPERPENTIADigitalN°8/Marzo2011 ll Narrativa chilena actual La tele de mi padrel Por Sergio Sarmiento Son las tres de la mañana y espero un correo. Mientras tanto fumo. Se trata de cigarrillos light, siempre he fumado cigarrillos light con el fin de cuidar mi salud. Si fumas light puedes –si quieres– practicar deportes. Y amar la naturaleza. Y tener una buena figura. Y pensar que es posible tirarse a minas grosas. Romperles la raja a minas de primer nivel. Minas de verdad, minas con tetas plásticas, no es- perpentos de carne y hueso como los que debe comerse uno. Me refiero a chus- cas de disco, vendedoras de multitienda, reponedoras de supermercado y otras hembras que huelen a detergente barato. Estoy como atontado. Las últimas horas han sido cabronas y no sé qué pensar. Pensar es difícil. Más fácil es mirar hacia ninguna parte haciendo como que se piensa. Estoy mirando hacia ninguna parte. Estoy representando el papel de quien se ha tirado en la cama y piensa. Colum- nas grises salen de mi boca y chocan contra el techo de la habitación. Metros más allá, en el living, hay un cadáver descabezado. Doy una mirada al pc. Estoy mirando la pantalla y el correo no llega. Saturno_101 no responde. Sería bueno, tal vez, que me metiera en una página porno y me distrajese un rato fantaseando. Sí, eso sería perfecto. Entretenerme como siempre, entretenerme como si no pasara nada. Tener una erección enorme, ver mi pene rojo como una cereza, correrme una tremenda paja. Pero no puedo, después de lo de hoy me siento como un animal capado. Tengo los testículos blandos. Tengo el pene avergonza- do. Esta noche no habrá diversión. Esta noche no habrá perras haciendo como que gozan. Esta noche estaré en el infierno. Enciendo otro cigarrillo. Y pienso en mi padre. Mi padre que siempre ha opinado que el trabajo honesto dignifica al hombre. Mi padre que es pura rectitud. ¿Qué dirá al enterarse de mi crimen? No lo sé, pero tengo claro que por su culpa me metí en este lío. Por su culpa me metí con la enfermita de Elena. Quería regalarle una tele para su cumpleaños. Una tele plasma de muchas pulgadas. El pobre ha trabajado más de veinte años en la ferretería de unos españoles, se ha dignificado allí cargando camiones con arena, cemento y gravilla, pero el sueldo no le alcanza para una tele decente. Y tener una tele nueva, después de lo de mamá, es su única salvación. A mi padre le gustan mucho las noticias. Es de esa gente antigua que disfruta viendo noticias y
  • 29. 29 ESPERPENTIADigitalN°8/Marzo2011 ll opinando de política. Recuerdo cuando todos vivíamos juntos, cuando estábamos en familia tomando once y mi padre hablaba con la pantalla. La Bachelet es como Allende, opinaba mientras mi madre lo miraba con ojos raros. La Bachelet es la presidenta del pueblo, bajo su mandato el país se ha vuelto más justo, más de- mocrático, más solidario. Y yo, que no entiendo de izquierdas ni de derechas, a mí que la política me causa como asco, yo le decía que sí, que el país estaba la raja. Y en su cara surgía una sonrisa ancha. Una sonrisa dulce y simple. Y yo me sentía bien. Ahora miro por la ventana de mi pequeño departamento. Afuera la luna está re- donda y blanca. Las calles de Recoleta están vacías. La gente duerme profunda- mente. Elena duerme profundamente. Y mientras mis ojos recorren bolsas de basura, rayados, rosales, rejas, pienso que apenas hace una semana era un anormal como cualquiera. Un cesante con cuarto medio –ex cajero de supermer- cado– viviendo del subsidio de desempleo. Un bicho solitario disfrutando de sus únicas vacaciones: las vacaciones sin plata de la cesantía. Ahora no, ahora seré un anormal de colección, una verdadera estrella pública. De seguro mi crimen irá junto a los anuncios de vitrinas refrigeradas, remedios baratos y automóviles chi- nos que acompañan la página roja. Seré famoso por un rato, mi cara estará en los noticiarios y en las portadas de los diarios. En los estudios de televisión sicólogos analizarán mi caso y darán recomendaciones estúpidas a familias estúpidas que oyen seriamente recomendaciones de sicólogos estúpidos. Mi padre sentirá ver- güenza de su único hijo. Mi padre pedirá disculpas ante las cámaras. Tiene que pagar su error. Nadie me preguntará qué pasó realmente. Y si me lo preguntasen, qué podría responder. Las cosas pasan y uno no decide, uno no está preparado para decidir. Miro otra vez el pc. Saturno_101 no responde. Y vuelvo a escribir, le mando otro mail golpeando el teclado con fuerza, pues necesito su respuesta antes de que todo se vaya a la chucha. Quiero, al menos, tener plata para la tele de mi padre. Darle una alegría al viejo. O tal vez arranque, tal vez me vaya a un lugar remoto como mamá. Pero no pasa nada, la respuesta no llega. Solo el ladri- do de unos perros toca mis oídos. Y un temblor desconocido. Algo mayor que el miedo, algo peor que el miedo. Me recuesto otra vez sobre la cama. Miro al techo y me digo que no debería haber salido ese martes a pagar las cuentas. Pero no quería quedar desconecta- do, no quería que me cortasen el agua, ni la luz, ni el teléfono, ni el Internet, espe- cialmente no quería que me cortasen el Internet. Venía de vuelta, estaba por lle- gar a los blocs. Ya había gastado gran parte de mi subsidio pagando a esas em- presas que mi padre putea cada vez que puede, esas empresas de mierda que, según él, deberían ser del pueblo y no de los capitalistas. Escribiré una carta a la presidenta, que seguramente está mal asesorada, para plantearle esta huevás que afectan a los trabajadores, dice a veces, cuando almorzamos en su casa sin tele, sin mujer, sin vida. Y yo le digo que sí, yo lo aliento, yo lo estimulo, porque mi padre necesita motivarse. Hazlo papá, tú puedes, denuncia de una vez por todas a esos cabrones culiaos. Y él sonríe. Y sus ojos se iluminan. Y yo me siento bien. Ese día el sol estaba como borroso. Venía de vuelta. Había pagado mis deudas, tendría que seguir comiendo fideos con salsa y pan con margarina eternamente, pero estaba contento, estaría conectado a Internet otro mes, existiría otro mes sin tener que buscar pega. Cruzando una plazoleta encontré a Elena. La vi de lejos, tenía una cara terrible, se notaba que la pobre huevona había llorado. No sé cómo se me ocurrió acercarme, nunca he sido un tipo buena onda. Y menos con las mujeres, que son expertas en cagarte. Te explotan, te exprimen. Por eso nun- ca he tenido relaciones largas. A lo más un par de semanas. Un par de semanas es lo justo. Después comienza el infierno. Y si no pregúntenle a mi padre. Tampo- co me había dado por las escolares. Las había alejado de mi mente pues son más peligrosas, incluso, que las maracas que buscan matrimonio o departamento. Las escolares son un delito y llevan a la cárcel. Pero igual me acerqué. Juro que al principio fue sin mala intención. Fue por ayudarla, fue por aliviar su sufrimiento.
  • 30. 30 ESPERPENTIADigitalN°8/Marzo2011 ll Me creí Jesucristo, eso tiene que haber sido, pero al final fui más tonto que la conchesumadre. Llegué a su lado. Elena, al igual que las actrices porno japone- sas -mis artistas favoritas- vestía una minifalda escolar tableada. Y tenía los ojos achinados. Y un rostro sensual. Y un cuerpo pequeño y delgado. Vi sus ojos lle- nos de lágrimas. Y vinieron a mi mente imágenes de asiáticas que lloran cuando tienen un pico adentro, en sus entrañas minúsculas, calientes y húmedas. Ahí comenzó a desaparecer el Jesucristo que me había poseído. Con voz amable pregunté qué pasaba. ¿Tiene penita? Al comienzo no quiso hablar. Se quedó muda y en ese silencio escuché, lo recuerdo, la voz de una madre insultando a su hijo. Apúrate cabro culiao que van a cerrar el almacén. Después me contó que su pololo la había engañado. Y no solo eso, cuando lo encaró el tipo le dio una golpi- za. Se levantó un poco la falda. Se levantó un poco las mangas de la blusa. Tenía las piernas y los brazos salpicados de moretones. Miré su rostro. Había allí unas ojeras oscuras como la ética de un dueño de multitienda. No obstante se había arreglado. Se había pintado los ojos con abundante rimel y una pomada celeste. Y sus mejillas, sus prominentes mejillas mapuches, con un colorete espeso, rojo y furioso. Parecía una putilla, una putilla asiática. Quise preguntarle por qué una escolar de diecisiete años se arregla tanto. ¿Por qué una escolar de diecisiete se arregla tanto? Respondió que no tenía idea. Tal vez porque todas lo hacen, dijo después. Y se rió. Enseguida tomó aire. Y levantando la cabeza miró hacia el cielo. No tengo diecisiete, tengo dieciséis, señaló con orgullo. Yo miré sus pier- nas, sus piernas jóvenes y menudas, sus piernas maltratadas. Y tuve una erec- ción violenta. Una erección que había contenido hace rato. Y pensé en las porno. Recordé que un tal saturno_101 me había dicho, en un chat de sexo, que pagaba por videos triple x. Ojala con menores. Entonces se me ocurrió que gracias a Elena podría sacarle provecho a mi cámara web. Y comprarle la tele a mi padre. Mi pobre padre que se hallaba solo desde que mamá, ya cincuentona, se fue con un transportista. Y se llevó la tele de la casa, una tele vieja que ahora deber estar viendo con el camionero asqueroso ese -un gordo de mierda- mientras le chupa el pico y le dice que lo ama. También podría pasarlo bien un rato. Poner en práctica lo aprendido en Internet. Podría eyacular en la cara de Elena. O mearla. O hacer que ella me mease a mí. Recibir en mi cara la lluvia dorada de su juventud. ¿No tienes amigas?, pregunté pensando en las consecuencias. No quería que nadie se enterase de mi vida privada. Afortunadamente no tenía amigas, conocidas solamente. La única amiga era la que se había metido con su pololo. Una tal Ka- tiuska. En la casa, además, había un desastre. El padre se había ido, la madre estaba con depresión, los hermanos le daban duro a la pasta. Y no había plata: vivían de los bonos del gobierno y de algunos trabajos temporales que realizaba su progenitora cuando se tomaba las pastillas. Una muchacha incomunicada. Una muchacha que no iría ventilando su intimidad por el mundo, eso había encontra- do. Una presa perfecta. Una mina a la que ni siquiera tendría que invitar a un trago como las chuscas con que habitualmente establecía contacto. Un polvo económico y rentable. Me sentí completamente feliz. Se me daba la oportunidad de ser eficiente, de maximizar los recursos, como decía mi jefe en el supermerca- do. Y me puse extra amable, comprensivo, cariñoso. Su único amigo, confesó tras darse cuenta que yo era una gran persona, era dios. Se lo había presentado su abuelita, que vivía en el sur y era la única persona que la quería de verdad. En- tonces se puso a llorar. Yo acaricié su cabello. Lo tenía pajoso y con las puntas partidas. Olía a desgracia, a champú barato, a dipirona. Pero aún así era sensual. Era una chica atractiva y con futuro. Era una futura estrella porno. Le dije que lo que necesitaba era conversar, sacar a la luz su tristeza. Ella asintió. Entonces la invité para el día siguiente a mi departamento. Está bien cerca, queda en los bloks que están dos cuadras más allá. Luego la miré a la cara. Yo, igual que el buen dios, también puedo ser tu amigo, le dije. Elena señaló que yo era un hom- bre mayor. Un hombre mayor que vive solo en un departamento es un peligro. Me maquillo y todo, pero no soy una loca reventada, explicó. ¿Eres casado? No, res- pondí. A mis veintinueve años me mantengo invicto. Luego le expliqué que no me había casado, ni convivía con nadie, precisamente porque no quería pasar por lo
  • 31. 31 ESPERPENTIADigitalN°8/Marzo2011 ll que ella pasaba. La gente está muy individualista y cuesta formar una familia. Y yo sueño con formar una familia. Sueño con tener un niñito y ponerle mi nombre. Su rostro se iluminó al instante. Miré sus zapatos. Sus zapatos estaban gastados. Confesé que me encantaría ayudarla. Ayudarla, por ejemplo, con unos zapatos nuevos. Unos zapatos de marca. No me gusta ver a la gente joven sufriendo, es súper injusto, dije tan lleno de convicción que yo mismo me conmoví. Elena me miró a los ojos. Estaba emocionada. Y después de un rato aceptó. Mañana nos vemos, dijo. Quedamos para las cuatro de la tarde. Al día siguiente puse la cámara en un estante que hay en el living. Quedó perfec- ta. La escondí junto a un jarrón. Luego la conecté con el pc, que está en mi dormi- torio. Hice pruebas de enfoque. Todo funcionaba bien. La cámara apuntaba al sofá. Había creado mi propio set de tv. A la hora convenida llegó Elena. Venía con su uniforme escolar y sus dieciséis añitos que me permitirían comprar la tele que mi padre necesitaba. Hablamos un rato. Le serví un jugo de naranja. Me porté amable. Hablé bien de dios y de los santos y del papa y de los predicadores de la plaza de armas. Lo que el mundo necesita es más religión, más familia, más compromiso. Hay que imprimir más biblias. Y con letras más grandes. Lentamen- te la fui envolviendo. Era una puta cualquiera, eso lo sabía, pero había que esme- rarse un poco más. Trabajarla un poco más. Ella contó sus historias trágicas llo- rando largamente. Su pololo, por cierto, era un tipo vil y desnaturalizado. Yo la consolé, la abracé, la comprendí. Después me vi acariciando su cabello reseco, me vi dándole unos besos suaves. Ella dijo que yo era tierno. Eres tierno. Yo no esperé más y le metí la mano entre las piernas. Estuve un momento excitándola. Después le quité los calzones. Eran unos calzones negros de señora. Al rato es- taba intentando penetrarla. Se trataba de un cuerpo inerte. Se trataba de unas piernas que se comportaban como animales muertos. Se trataba de una cara mirando fijo, una cara con la boca entreabierta haciendo el gesto de quien pre- gunta una boludez. No había tampoco apoyo de audio. Había puro silencio, no había gemidos, no había esas frases dulces que vierten las actrices japonesas en los tímpanos de sus papitos. Su vagina estaba humedecida a medias. La cámara estaba grabando. La había puesto en rec cuando fui por el jugo de naranja. Fric- cionando intenté avanzar. Empujé con fuerza y ella se quejó. Le estaba doliendo. Miré hacia la cámara y guiñé un ojo. La porno estaba resultando un éxito. Hice un último esfuerzo y la penetré. Se lo metí hasta el fondo y dentro suyo me encontré con un bosque cercano a Llo Lleo, un pequeño bosque de pinos que visitó cuando salió el bono de la presidenta y se fue a conocer el mar con su madre, que se emborrachó con pipeño antes de regresar; había también una anciana media sorda pelando habas y espantando moscas bajo un parrón; había un instalador eléctrico que le agarraba el culo y sonreía como un Marlon Brando cualquiera; había una operación de álgebra que recibió una patada en la raja; había una lágri- ma tamaño XL; había una bailarina de yingo recortándose los pelos del pubis y moviendo la colita; había un tarro de leche nido vacío; había un sueño enorme y tonto varado en un mar de mamaderas; había una cancha de basquetbol sin aros. La abracé. No sé por qué la abracé y detuve mi embestida. Con las maracas y las loquitas con las que he tenido sexo nunca me había ocurrido algo parecido. A esas huevonas les daba y les daba. Elena se puso a llorar otra vez. Estaba lloran- do y entremedio decía que nunca había servido para nada. Estoy pecando, gritó luego. Mi pene se desinfló. No tenía pene. No tenía ambición. Me pregunté, en- tonces, de quién era la culpa. Da lo mismo quién tenga la culpa, me dije. Y miré hacia la cámara con decepción. Después me senté a su lado. Se respiraba un ambiente de funeral. Se me murió el pico, el pico que es vida, pensé con tristeza. Ella volvió a llorar. Al Yoni tampoco le pasaba nada conmigo, dijo, y se dio vuelta para sufrir con más comodidad, poniendo su cabeza sobre uno de los brazos del sillón. En la parte superior de la espalda tenía un águila tatuada. Había lunares, había moretones, había unos granos rojos coronados por puntos de grasa amari- lla. Después volví al ataque. Le pedí, con gestos, que me la chupara. Era la solu-
  • 32. 32 ESPERPENTIADigitalN°8/Marzo2011 ción de emergencia. Recién nos estamos conociendo, dijo ofendida. Yo no soy la Katiuska, gritó. Y yo no soy el Yoni, respondí. Me miró con rabia, comenzando a vestirse sin que yo, bajoneado, tratara de impedírselo. Vi sus tetas balanceándo- se. Y tuve un pequeño cosquilleo en el pene. Entonces le pregunté si estaba bro- meando. ¿Estás bromeando? No, me dijo, no estoy bromeando, no me gustan las bromas como a ti. Yo no bromeo, le dije, esto para mí es súper serio. Claro, igual que los zapatos nuevos que me regalaste. La perra quería sus zapatos. Ven, sigamos haciendo el amor, y mañana nos vamos de compras al mall, propuse con falso entusiasmo. Elena tomó un bolso que traía consigo y extrajo un tubito de crema. En el consultorio me dijeron que tenía que echarme esto, es para los hon- gos, ¿quieres echarte? Se levantó la falda, corrió su calzón y con un dedo espar- ció la sustancia blanca en su vagina. Me extendió el tubo. Lo rechacé. Enseguida se abotonó la blusa. Y sin gastar más de su tiempo caminó hacia la puerta. Después del fracaso pasé tres días encerrado, colapsado. Al principio me sentí mal, no se me paraba el pico y andaba como enfermo. Pero luego me di cuenta que nadie podría calentarse con una mina así, una mina como castrada, una mina sin deseo sexual, una mina cartucha y sin gracia, una mina media puta que se mueve por un par de zapatos nuevos. Hoy por la tarde me atreví, por fin, a revisar el video. Y aunque había partes que me calentaron (cuando le bajé los calzones, por ejemplo) igual di gracias a dios por no haber alcanzado a eyacular, pues no había usado condón. Con la calentura se me había olvidado comprar uno. Ima- giné lo horrendo que sería verla embarazada pidiéndome una pensión. Y me sentí contento. El capítulo se había acabado y nada malo había ocurrido. Mi padre no tendría una tele nueva, pero por ahora daba igual. El viejo tendría que seguir es- cuchando las noticias por la radio. Recuerdo que para celebrar abrí una lata de cerveza. Estaba helada y húmeda como las cervezas que aparecen en los comer- ciales. Tomé un trago y sentí que era atractivo, joven, de raza superior, solvente, gracioso. Levanté la lata, el líquido recorrió mi garganta. Entonces me vi con una mina abc1 en una playa brasilera, la tenía enculada mientras ella rezaba el ave maría. Le estaba partiendo el culo. Me estremecí, tuve una erección, salí de la cocina, fui al espejo y me observé con detalle. Hice una vista aérea de mi cuerpo, mi topografía, y descubrí que no era atractivo, ni joven, ni de raza superior, ni solvente, ni gracioso. Estaba cagado, jamás podría ver a una mina abc1 rezando el ave maría mientras yo le daba por atrás. No tenía las capacidades, no tenía la raza, no tenía el dinero. Me dio igual y caminé hasta el living. A lo lejos, desde los blocs, escuché, lo recuerdo, la voz de una madre insultando a su hijo. Apúrate cabro conchetumadre que van a cerrar el almacén. Después me vi encendiendo la tele, mi tele plasma, la que ni cagando le regalaría a mi padre porque es fruto de mi esfuerzo, de las horas extra que hice en el supermercado, de los intereses extra que pagué cuando andaba corto de plata. Es mi tele, yo me la gané. Si tu- viera dos le daría una, porque lo quiero y sé la necesidad que tiene, pero no tengo dos. Tampoco olvido que el viejo me echó cuando le conté lo de mi madre. No me creyó, enterándose del asunto un par de años después. Y yo me tuve que ir de casa. Encendí la tele. Me senté en el sofá. Y me puse a observar las noticias de la tarde, igual como mi viejo cuando yo era chico. La tasa de cesantía, según un comentarista, bajaría en el mediano plazo, se trataba de una baja sustancial, pro- ducto de efectos estacionales. Gran noticia. Seguro que mi padre me llamaría en un par de horas para recordarme que hiciera un curriculum. Está bajando el des- empleo, hijo, diría eufórico, como si se hubiese ganado el Kino, como si se estu- viese enculando a una mina abc1 en un paraíso brasileño. Puse el celular en mute. No tenía ganas, por el momento, de arrendarme. Estaba de vacaciones. Necesitaba vacaciones. Después apagué la tele. Faltaba un buen rato, todavía, para el programa de chistes y vedetes. Así que puse música y me extendí en el sillón. La idea de la minita abc1, que podría llamarse maría pía, dicen que hay muchas putas marías pías calentonas en el barrio alto, me había estimulado de notable forma. Comencé a masturbarme despacio. Estaba en una playa tropical.
  • 33. 33 ESPERPENTIADigitalN°8/Marzo2011 De pronto me encontraba con una maría pía sobre la arena. Venía fresca y sen- sual como las minitas de kem piña. ¿Estás bien, estás fascinado? Estoy bien, estoy fascinado, pero mejor estaría metiéndote mi lengua en la zorrita. ¿Quieres que te meta mi lengua en la zorrita? Ella se abría de piernas, sus piernas eran blancas y fragantes. Recuerdo que me deslizaba sobre la arena, contra el mar, bajo toldillos multicolores, hacia esa bahía inexplorada. Pero al quitarle el bañador no había una zorrita. Vacía se encontraba esa zona abc1 prohibida incluso a la imaginación de los cajeros de supermercado. Nunca había visto una zorrita abc1, ni siquiera había hablado con una mina abc1, de manera que mi fantasía se fue a la mierda. Elena apareció otra vez en mi mente. Elena mandándome a la chucha. La excitación se me estaba yendo a la cresta. Entonces tuve que recurrir a las minas porno de Internet. Exquisitas rusas, excitantes japonesas, tetonas gringas, hambrientas latinas, groseras negras. Todas ellas me habían hecho entender –y apreciar- la diversidad cultural. Me focalicé en una japonesa. Las japonesas son mis favoritas porque gozan harto a pesar de que los tipos que se las tiran tienen herramientas pequeñas, picos enanos, igual que yo. Me agarré el pene y co- mencé con el movimiento. Pero la cosa no funcionaba. Entremedio aparecía Ele- na, la vagina con crema antihongos de Elena, las lágrimas escolares de Elena, los zapatos gastados de Elena. Imágenes que no quería recordar. Me levanté y en- cendí el computador. No estaba dispuesto a perder el entusiasmo, la energía, la vida misma que pujaba por salir desde mi entrepierna. Me puse frente al pc, bus- qué un sitio porno y comencé a masturbarme. Estaba en eso cuando sentí unos golpes en la puerta. Se trataba de un tipo desconocido. Un hombre de mediana edad, alto, formal y elegante. Pensé que me venía a ofrecer una pega. Que mi padre lo había envia- do. Y lo odié profundamente. Pero se trataba de algo peor. Era el director del liceo donde estudiaba Elena. La puta me había denunciado. Se trataba de un asunto muy grave, puesto que la alumna era menor de edad. Lo hice pasar. Víctor Hora- cio Domínguez, así se llamaba el director, señaló que la formación de los jóvenes es un tema absolutamente delicado. Nuestra constitución, además, resguarda sus derechos celosamente. Se había sentado en el sillón, ante la cámara apagada, cuando dictaminó con severidad que yo era un delincuente y que él se vería en la obligación de denunciar el hecho a la policía de investigaciones. A mis jóvenes no me los toca nadie, afirmó sin vacilar. Señalé que había sido un error, que no hab- ía pasado nada, que me había arrepentido y le pedí disculpas. Me arrodillé frente a él. Le eché la culpa a la soledad, a la cesantía, a mi madre, a los malos ejem- plos. Pero el director no cejaba. Por violación usted se asegura, como mínimo, veinte años en la cárcel. Me levanté y le pedí perdón. Perdón en nombre de Jesús, de María, de la Bachelet y de todos los santos. Le dije que estaba confun- dido. Le dije que mi padre quedaría solo. Y sin tele, puesto que si me iba preso me iría preso con mi tele. Y con mi computador. Entonces el director me miró de pies a cabeza. Y echándose hacia atrás indicó que había una solución. Hay una solución, pero debe quedar entre nosotros. Se trata de acallar el escándalo en bien de la escuela y, por supuesto, de la alumna. Yo estuve de acuerdo. Guardar- ía el mayor silencio del mundo. Todo en esta vida tiene un precio, señaló. Claro, respondí, pensando que tendría que darle mi tele, mi computador y mi escaso dinero. Pero no se trataba de eso. Era algo mucho peor. Él me enseñaría a no cometer faltas con un método infalible. Un método disciplinario probado por años en los establecimientos educacionales chilenos. Como pecas, como pagas, dijo. Y comenzó a desabrocharse su fino cinturón. Pensé que me iba a dar correazos. Y lo acepté, ¿qué otra cosa podía hacer? Sin embargo, el asunto iba más allá. Hizo que me quitara los pantalones. Quítese los pantalones. Luego sacó su miembro. Estaba hinchado. Enseguida me pidió que se lo chupara. Su pene era enorme. Me negué. Preguntó entonces si prefería la cárcel, donde ocurriría lo mismo, pero con personas menos educadas. Me di cuenta que estaba perdido. Me arrodillé otra vez ante él. Y con la misma gracia de las minitas asiáticas, mis favoritas, metí su gran pene en mi boca. Mueva la lengua ordenó. Y comencé a mover mi len-
  • 34. 34 ESPERPENTIADigitalN°8/Marzo2011 gua. El director me tenía tomado de las orejas y forzaba el movimiento. Me atra- ganté varias veces, pero no hubo piedad. Después pidió que me volteara. Pónga- se de espaldas y levante el poto, ordenó. Yo subí al sofá y seguí sus indicaciones. Entonces sentí que me desgarraba el ano. Estaba bufando como un animal y me lo incrustaba sin miramientos. Soporté el castigo unos minutos, después me di vuelta y agarré su cuello con una energía que jamás había imaginado tener. Apreté con fuerza, no lo solté jamás a pesar de que el director trataba de liberar- se. Tras un rato dejó de moverse. Y cayó sobre el costado del sofá, con el culo hacia arriba. Me senté junto a él. No sé si estaba muerto, pero parecía muerto. Me dolía mucho el ano, mi ano sangrante, y le di unos cuantos golpes al maldito perro. Los directores, escuché por ahí, son los principales responsables del de- sastre educacional chileno. Y parece que es verdad. Lo escupí y después, más tranquilo, me senté a su costado. Entonces miré la cámara y se me ocurrió que la tele de mi padre no estaba del todo perdida. No, mi padre tendría su plasma fuese como fuese. Y sin que yo perdiese el mío. Entonces fui al pc y envié un mail a saturno_101. Le confesé que me había ido mal con el video de Elena, lo de la escolar no funcionó, escribí, pero qué te parece algo de necrofilia. Excelente, escribió al rato. Entonces pregunté por el precio, cosa que no había hecho antes. Y en la pantalla apareció una cifra más que suficiente para el plasma de mi padre. Luego pregunté por el método de entrega y pago. Más tarde te escribo para que nos pongamos de acuerdo, apareció en pantalla. Ok, tecleé rápidamente. Y antes de que me desconectase apareció un último mensaje de saturno_101. Tiene que notarse claramente que el muerto está muerto, decía el texto. Conecté la cámara y fui por un cuchillo. Después me acerqué al cuerpo y lo sentí respirar. El concha- desumadre estaba vivo. Pensé en mi padre. Treinta años de matrimonio perdidos y ni siquiera tenía una buena tele para acompañarse. Después pensé en mi ma- dre. Recordé cuando la vi encima del asqueroso camionero. Métemelo, métemelo bien adentro, gritaba en la cama matrimonial mientras mi padre se dignificaba trabajando. Levanté el cuchillo y lo hundí con fuerza en el cuello del director. Víctor Horacio Domínguez se estremeció levemente. Luego quedó quieto, en calma, mientras un hilo de sangre cubría su cuello. Lo moví para que quedase frente a la cámara. Quería asegurar la plata. Fui a mi habitación y examiné la imagen que se grabaría. No parecía un muerto. Podría tratarse de un truco. Había fallado, otra vez había fallado y esta vez el asunto iba en serio. Tuve rabia conmi- go mismo. Nada me resultaba. En ese momento escuché, lo recuerdo, la voz de una madre insultando a su hijo. Apúrate cabro culiao que van a cerrar el almacén. Entonces corrí al living y con el cuchillo comencé a cortar la cabeza del director. La sangre saltaba por todas partes. El sofá estaba rojo y yo cortaba sin parar. Corté hasta que la cabeza se desprendió. Enseguida, tomándola del cabello, la puse sobre la mesa. Acomodé, luego, el cuerpo sobre el sofá dejando el culo a la vista. Y fui al dormitorio y observé la imagen en el pc. Cuerpo y cabeza se veían perfectamente separados, no quedaban dudas que se trataba de un cadáver. Me sentí contento, por fin me sentí contento y me quité los pantalones y tuve una erección y fui al living e hice un guiño a la cámara, y gritando ¡luz, cámara, acción! comencé con el video. Penetré su ano muerto hasta eyacular. Le hice cagar el ano al perro culiao. Cuando terminé fui al dormitorio, revisé el video y estaba ok. No quedaban dudas de que se trataba de necrofilia. Luego me di una ducha, ne- cesitaba hacerlo pues estaba lleno de sangre y pasado a mierda de muerto. Me cambié de ropa y me recosté en la cama. Y encendí un cigarrillo. Y me puse a esperar la respuesta de saturno_101, que todavía no llega, pero que va a llegar pronto, estoy seguro, porque sería muy injusto que un hombre como mi padre, tan responsable, tan sufrido, se quede solo en este mundo. Solo y sin su tele. (Texto inédito)
  • 35. 35 ESPERPENTIADigitalN°8/Marzo2011 Ll Fotografía Los buzos de Duquesa Por Érika Santelices Quizás algunos de nuestros lectores hayan tenido la suerte de ir a esa isla maravillosa que se llama República Dominicana y disfrutar de sus playas paradisíacas, del confort de sus hoteles y de la hos- pitalidad de sus habitantes. Sin embargo, lo más probable que en su viaje no hayan tenido la oportunidad de apreciar este otro lado de la isla, que hoy nos muestra la fotógrafa chilena Érika Santelices, quien con su cámara nos retrata un momento en la vida de “Los buzos de Duquesa”, eufemismo poético para referirse a los más de mil quinientos buscadores de desperdicios del vertedero de Duquesa quienes escarban, entre las cuatro mil toneladas de basura que provienen del Distrito Nacional y de la Provincia de Santo Domingo, algo que otros despreciaron, pero que puede ser reciclado: cartones, plástico, vi- drios, etc. Bajo el cielo y el sol del Caribe, bajo el mismo sol que adoran los turistas de la isla, los buzos contin- úan su trabajo, entre los hedores y la basura que a diario llega a Duquesa , luchan por el tesoro en- contrado y lo cargan como pueden, mientras buscan se van mimetizando con el paisaje. La mayoría son haitianos que han llegado a Dominicana huyendo de una miseria mayor. La cámara los retrata y podemos ver a hombres y mujeres, muchos con físicos privilegiados de atle- tas negros, rostros de resignación frente a un horizonte de desperdicios que es su vida. Es cierto, ellos son los deshechos de un sistema injusto, son como ratas hurgando en las cloacas del mundo satisfecho, sin embargo, aún se advierte en esos rostros cierta dignidad humana que los hace mirar de frente al lente, a pesar de la miseria que los circunda. MDS
  • 40. 40 ESPERPENTIADigitalN°8/Marzo2011 La revista que nunca estará de moda www.esperpentia.cl