1. Fascículo No. 32: Romanos, versículo por versículo (Cuarta parte)
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INSTITUTO BÍBLICO DEL AIRE
FASCÍCULO INTERNACIONAL NÚMERO 32
EL LIBRO DE ROMANOS
VERSÍCULO POR VERSÍCULO
(CUARTA PARTE)
Romanos 12 - 16
Este es el cuarto y último fascículo de una serie con notas
para quienes han escuchado nuestros programas radiales de
enseñanza sobre la Carta de Pablo a los Romanos, versículo por
versículo. Si usted desea estudiar o enseñar estos conceptos sobre la
obra maestra teológica de Pablo a los romanos, para una mejor
continuidad, debería tener los tres primeros fascículos de esta serie.
Comuníquese con nosotros, y le enviaremos los fascículos que no
tenga.
Capítulo 1
¿Y qué?
(12:1-21)
Comienzo mi comentario sobre el duodécimo capítulo de esta
carta haciendo énfasis en el hecho de que el llamado a la fe y el
compromiso con que comienza jamás debe separarse de la magnífica
doxología con la que Pablo concluye el capítulo 11. Cuando
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comprendemos esa doxología, nos damos cuenta de que estos seis
versículos, sin duda alguna, deben ser estudiados juntos:
“¡Oh profundidad de las riquezas de la sabiduría y de la ciencia
de Dios! ¡Cuán insondables son sus juicios, e inescrutables sus
caminos! Porque ¿quién entendió la mente del Señor? ¿O quién fue
su consejero? ¿O quién le dio a él primero, para que le fuese
recompensado? Porque de él, y por él, y para él, son todas las cosas.
A él sea la gloria por los siglos. Amén.
“Así que, hermanos, os ruego por las misericordias de Dios,
que presentéis vuestros cuerpos en sacrificio vivo, santo, agradable a
Dios, que es vuestro culto racional. No os conforméis a este siglo,
sino transformaos por medio de la renovación de vuestro
entendimiento, para que comprobéis cuál sea la buena voluntad de
Dios, agradable y perfecta” (11:33-12:2).
Cuando Pablo escribe “así que”, al comienzo del primer
versículo de este capítulo 12, debemos darnos cuenta de que, en
cierto sentido, él está a punto de aplicar todo lo que ha enseñado a los
romanos —y a usted y a mí— desde que comenzó esta inspirada
presentación teológica en el versículo 17 del primer capítulo de esta
carta. Más específicamente, nos está desafiando a reflexionar sobre la
profunda enseñanza que comenzó en el versículo 14 del capítulo 8 y
concluyó con esa doxología tan espiritualmente elocuente en el final
del capítulo 11.
Al final del capítulo 11, cuando Pablo termina de escribir esa
hermosa doxología, es casi como si estuviera imaginando que sus
lectores, una vez más, le hacen preguntas. La pregunta, esta vez, es:
“Entonces, ¿qué significa todo esto para mí, Pablo?”. Por eso, Pablo
escribe “así que” y comienza los últimos capítulos de esta carta,
llenos de aplicaciones devocionales y profundamente prácticas de
toda la maravillosa verdad que ha presentado en los primeros once
capítulos.
Cuando reflexionamos junto con Pablo a lo largo de los
primeros once capítulos de esta carta, hay tres preguntas que
debemos formular y responder: ¿Qué dijo?, ¿qué quiso decir? y ¿qué
significa todo esto para mí?
Todas las cartas de Pablo pueden dividirse en dos secciones:
los capítulos en los que enseña, y los capítulos en los que aplica lo
que está enseñando. Su Carta a los Efesios está dividida de manera
pareja en tres capítulos de enseñanza y tres de aplicación. En esta
carta, los primeros once capítulos son de enseñanza, y los últimos
cinco están llenos de aplicaciones. El capítulo 16 es una serie de
saludos que muchos lectores pasan por alto, pero veremos que ese
capítulo también tiene muchas aplicaciones que se originan en la
sección de enseñanza de esta carta. Pablo sabía que la verdad sin
aplicación es inútil, y ahora comienza a decirnos y mostrarnos cómo
vivir estas profundas verdades en la práctica de la vida diaria.
Esta es la obra maestra teológica de Pablo, la declaración
teológica más profunda y completa de lo que creía la iglesia del
Nuevo Testamento. Sus últimos capítulos son los más extensos, los
más devocionales y los de aplicación más práctica de todos los
escritos de este hombre que escribió casi la mitad del Nuevo
Testamento.
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El llamado al compromiso, que sigue a la doxología, exige el
“culto racional” de una entrega incondicional a Dios. “Culto
racional” podría traducirse como “adoración inteligente”. Sus últimas
palabras antes de comenzar este llamado al compromiso fueron que
Dios es el origen de todas las cosas y el poder que está detrás de
todas las cosas, y que la gloria de Dios es el propósito de todas las
cosas. En estos dos primeros versículos de aplicación, Pablo reclama
una entrega total e incondicional a Dios. Esto solo constituye un
culto racional o inteligente cuando comprendemos que el perfecto
conocimiento y sabiduría de Dios se expresan en todo lo que Pablo
ha escrito en esta carta.
Estos dos primeros versículos también pueden considerarse
como una receta para encontrar y poner en práctica la voluntad de
Dios para nuestra vida. Una de las preguntas más importantes que
Dios nos formula en la Biblia es “¿Quién eres tú?” (ver (Génesis
27:32-34; Juan 1:22). Esta pregunta implica que fuimos hechos para
ser alguien. Las primeras palabras que Dios dice al hombre después
de la Caída son preguntas. La primera es: “¿Dónde estás?”, y la
segunda: “¿Quién te enseñó?”.
Estas preguntas implican que fuimos creados para ser alguien.
Siempre estamos en algún lugar relativo a esa identidad personal y, si
prestamos atención, Dios nos dice dónde deberíamos estar. Pablo nos
muestra cómo ser quienes fuimos creados para ser, y estar donde
fuimos creados para estar, cuando enseña varios pasos que nos
muestran cómo hallar y experimentar la buena voluntad de Dios,
agradable y perfecta, para nuestra vida.
La pregunta que más le formulan a un pastor es: “Pastor,
¿cómo puedo conocer la voluntad de Dios para mi vida?”. El mayor
obstáculo para conocer la voluntad de Dios para nuestra vida no es el
hecho de que sea difícil conocerla. El mayor obstáculo no es la
voluntad de Dios, sino nuestra voluntad. Por eso, el primer paso de
esta receta para encontrar y practicar la voluntad de Dios es una
entrega total de nuestra voluntad y el compromiso deliberado de ser
un sacrificio vivo para Dios mientras seguimos a nuestro Señor
Jesucristo.
El Antiguo Testamento prescribía sacrificios animales por los
pecados del pueblo de Dios. Todos aquellos sacrificios fueron
representados y cumplidos en el “Cordero de Dios” que Juan el
Bautista presentó cuando Jesús comenzó su ministerio en este mundo
(Juan 1:29). Todos los sacrificios de animales eran sacrificios
muertos. Pablo usa la interesante metáfora de un “sacrificio vivo” al
explicar el significado de la entrega incondicional en su llamado al
compromiso. Esta metáfora significa que el apóstol no está
desafiando a los creyentes a estar dispuestos a morir por Cristo, sino
a vivir por Él todo el día, todos los días, como sacrificios vivos por
Cristo. Esta es su primera receta para hallar y comprobar la voluntad
de Dios para nuestras vidas.
Pablo nos desafía a considerar la misericordia de Dios y luego
“presentarnos” a nosotros mismos como sacrificios vivos. Esta
palabra, en el idioma original, significa ceder, alzar las manos en
entrega a Dios. La misericordia de Dios retiene de nosotros aquello
que merecemos. Dado que Pablo nos dijo en el primer capítulo que el
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evangelio revela la ira de Dios contra toda impiedad e injusticia
(1:18), debemos dar gracias a Él por no darnos lo que merecemos.
Hacer de la misericordia de Dios la motivación de nuestra entrega
incondicional a Él es una sutil referencia a la idea, expresada en la
doxología, de que Dios no le debe nada a nadie.
Pablo se refiere a este estilo de vida como “santo”, que
significa ‘lo que pertenece a Dios’. Cuando somos dueños de algo,
podemos usarlo en cualquier momento y de cualquier forma que lo
deseemos. Cuando somos santos, somos, literalmente, posesión de
Dios, que Él puede utilizar en cualquier momento y lugar y de
cualquier forma que Él lo prefiera. Cuando somos santos,
incondicionalmente entregados, sacrificios vivos para Cristo, estamos
viviendo la única vida que es aceptable para Dios.
Como aprendimos en el quinto capítulo, si a Dios le costó la
vida de su Hijo declararnos justos, entonces, debemos encontrar, por
fe, ese acceso a la gracia que hace posible que tengamos una vida
recta. En el espíritu de esa misma lógica inspirada, Pablo nos llama a
ofrecer la adoración inteligente de una entrega incondicional y a
ofrecernos nosotros mismos a Dios como sacrificios vivos, todo el
día, todos los días.
Para los judíos, los conceptos de adoración y sacrificio eran
inseparables. Cuando Abraham estaba a punto de subir al monte de
Moriah para ofrecer a Dios el sacrificio de su hijo Isaac, dijo a los
siervos que fueron hasta allí con él: “Esperad aquí con el asno, y yo y
el muchacho iremos hasta allí y adoraremos, y volveremos a
vosotros” (Génesis 22:5). Esto nos permite descubrir dos aspectos
notables de la fe de Abraham. Él sabía que tanto él como su hijo
regresarían de la montaña. Pero la palabra más destacable que
Abraham dijo a sus siervos fue la manera en que utilizó la palabra
“adoraremos”. Dijo que él y su hijo iban a “adorar”, cuando él iba a
sacrificar a su hijo en ese monte. Al sacrificio de su hijo, lo llamó
“adorar”.
Cierta vez, una mujer adoró a Jesús derramando en sus pies
un perfume muy caro, que costaba el equivalente al salario de un año.
Judas se quejó diciendo que ese dinero podía haber sido dado a los
pobres; pero Jesús defendió el costoso acto de adoración de la mujer,
porque, para nuestro Señor, adoración y sacrificio son un mismo
concepto (Juan 12:3-8).
La palabra “adoración” puede parafrasearse como ‘valía’ o
‘valor’. Pablo comenzó su doxología: “¡Oh profundidad de las
riquezas [...] de Dios!”. Una pregunta que plantea esta doxología es:
“¿Cuánto vale Dios?”. Respondemos esa pregunta cada vez que
adoramos. La respondemos, especialmente, cuando expresamos el
culto racional —la adoración inteligente— de aplicar esta receta de
Pablo para hallar y vivir en la práctica la voluntad de Dios para
nuestras vidas.
Una paráfrasis de estos dos versículos aclara muchísimo su
significado: “Con los ojos abiertos a las misericordias de Dios, les
ruego, hermanos míos, que, como un acto de adoración inteligente, le
entreguen a Él sus cuerpos como sacrificio vivo, consagrado a Él y
aceptable para Él. No permitan que el mundo que los rodea los fuerce
a tomar su forma, sino permitan que Dios vuelva a moldear sus
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mentes desde adentro, para que puedan comprobar en la práctica que
el Plan de Dios para ustedes es bueno, satisface todas las exigencias
de Él y los hace avanzar hacia la meta de la verdadera madurez”
(12:1, 2, traducción de la paráfrasis de J. B. Phillips).
La segunda parte de esta receta de Pablo para conocer la
voluntad de Dios se centra en la forma en que nos relacionamos con
el mundo donde vivimos para Cristo. Pablo nos advierte que no
debemos conformarnos a este mundo. La traducción que he citado
nos advierte que el mundo está tratando de forzarnos a entrar en su
propio molde y nos desafía a resistir esa presión de la cultura del
mundo en que vivimos.
Una interpretación y aplicación superficiales de la segunda
parte de esta receta sería prohibir a los creyentes que hagan algunas
de las cosas mundanas que hacían antes de convertirse. Esta es una
importante dimensión de la vida recta, pero Pablo se refiere a algo
más profundo que estos hábitos mundanos que eran parte de nuestra
vida antes de que conociéramos a Cristo.
Pablo, al escribir esta advertencia, tiene en mente el estilo de
vida que adopta y practica los valores y prioridades materialistas de
la cultura de este mundo en el que vivimos. En su Carta a los
Filipenses, Pablo relata la revolución que se produjo en sus valores, y
el cambio del “antes” al “después” en sus prioridades al conocer a
Cristo. Básicamente, Pablo escribe: “¡Cuánto han cambiado mis
valores!” o “¡Cuánto han cambiado mis ambiciones!” (ver Filipenses
3:7-11, traducción de la paráfrasis de J. B. Phillips).
La tercera parte de la receta de Pablo para comprobar en la
práctica que el plan de Dios para nuestra vida es bueno y satisface
todas sus exigencias es su exhortación de que experimentemos esa
transformación que renueva por completo nuestra mente. En
resumen, su receta para descubrir y vivir en la práctica la perfecta
voluntad de Dios para nuestra vida es comprometer nuestra voluntad,
moldear nuestros valores según la imagen de su Hijo, y convertir
nuestra mente. Entonces, hallaremos la respuesta a la pregunta que
Pablo le hizo a Jesús cuando lo conoció: “Señor, ¿qué quieres que
haga?” (Hechos 9:6).
El apóstol no cambia de tema cuando pasa directamente a
hablar sobre los dones espirituales. Su inspirada lógica es que, si
descubrimos nuestros dones espirituales y los entregamos a Dios, esa
disciplina espiritual nos llevará al centro de su buena, aceptable y
perfecta voluntad para nuestra vida. Pablo escribe: “Digo, pues, por
la gracia que me es dada, a cada cual que está entre vosotros, que no
tenga más alto concepto de sí que el que debe tener, sino que piense
de sí con cordura, conforme a la medida de fe que Dios repartió a
cada uno. Porque de la manera que en un cuerpo tenemos muchos
miembros, pero no todos los miembros tienen la misma función, así
nosotros, siendo muchos, somos un cuerpo en Cristo, y todos
miembros los unos de los otros. De manera que, teniendo diferentes
dones, según la gracia que nos es dada...” (vv. 3-6).
En su frase inicial, Pablo deja en claro que está
instruyéndonos para que apliquemos toda la enseñanza de esta carta,
primero que nada, a nosotros mismos. Cuando escribe: “a cada cual
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que está entre vosotros, que no tenga más alto concepto de sí que el
que debe tener”, plantea la pregunta: ¿Cómo debemos pensar de
nosotros mismos, como creyentes? ¿Qué dice la Biblia sobre cuál es
la forma correcta de pensar de nosotros mismos?
Una delegación fue enviada al desierto para formularle a Juan
el Bautista la siguiente pregunta: “¿Qué dices de ti mismo?” (Juan
1:22). Según Jesús, este hombre fue el más grande que jamás haya
nacido (Lucas 7:28; Mateo 11:11). Vemos una clave de su grandeza
en la forma en que respondió esa pregunta. Básicamente, respondió
que él era quien la voluntad de Dios deseaba que fuera, era lo que la
voluntad de Dios deseaba que fuera, y estaba donde la voluntad de
Dios deseaba que estuviera. En otras palabras, estaba haciendo la
buena voluntad de Dios, agradable y perfecta, para su vida. Me
pregunto cómo responde usted esa pregunta. ¿Qué dice usted acerca
de quién es usted mismo? Es muy importante que tengamos la
respuesta correcta para esa pregunta.
No debemos confundir el concepto bíblico del “ser” con lo
que la Biblia llama “la carne”. Según un erudito bíblico, la carne es
“la naturaleza humana sin ayuda de Dios”. Otro estudioso que
respeto mucho escribió: “La carne puede manejarnos y esclavizarnos,
pero el ‘ser’ que la carne maneja y esclaviza no es la carne”. Cuando
Pablo usa este concepto, no se refiere a lo mismo que cuando habla
de “la carne”, “el viejo hombre” o “la vieja naturaleza”.
Si hacemos un estudio de las palabras griegas que se utilizan
para referirse al “ser”, la identidad de la persona, en el Nuevo
Testamento, en todas sus formas, veremos que Jesús y Pablo las
utilizan con frecuencia, pero nunca a la ligera. Yo he hecho tal
estudio, pero antes de resumir sus resultados, es muy importante que
tengamos una definición de aquello a lo que Pablo y otros escritores
del Nuevo Testamento se refieren cuando hablan de esto.
El concepto de la identidad en el Nuevo Testamento significa
‘la singularidad creada y dada por Dios, la individualidad de una
persona que la distingue de toda otra persona viva’. Este concepto, en
todas sus formas, hace énfasis en el carácter sagrado de la
individualidad. La Biblia enseña en toda su extensión que Dios
rompe el molde cada vez que crea a un ser humano. Con esta
perspectiva, veamos, entonces, algunos usos de este concepto en las
enseñanzas de Jesús y el apóstol Pablo.
En su parábola sobre el hijo pródigo, cuando las
consecuencias de la prodigalidad del hijo perdido lo llevan a trabajar
en un chiquero, él se da cuenta de que no es un cerdo. Está en un
chiquero, y desea poder comer la comida que debe darles a los
cerdos, pero no es un cerdo; ¡es un hijo, y su lugar no es un chiquero!
Su lugar es la casa de su padre, así que toma la decisión de dejar ese
chiquero y regresar a su padre, a la casa de su padre. Jesús describe la
decisión que toma el hijo pródigo de esta forma: “Y volviendo en sí,
dijo...” (Lucas 15:17). Decidió regresar a la casa y al amor de su
padre, donde sería la persona que había nacido para ser.
El apóstol Pablo escribe una carta a Timoteo en la que le dice
a su hijo en la fe cómo aconsejar a una persona difícil. Él llama a
Timoteo “siervo del Señor”. Pablo sostiene que el problema de las
personas difíciles es que ellas “se oponen” [a sí mismas]. Según
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Pablo, el objetivo de este aconsejamiento es que Timoteo sea un
instrumento a través del cual estas personas puedan “recuperarse a sí
mismas” y salir del engaño del diablo. La dura realidad del problema
de estas personas difíciles es que han sido tomadas cautivas por el
maligno (2 Timoteo 2:23-26).
Pablo instruye a Timoteo para que se gane el derecho de ser
escuchado por estas personas y lo mantenga, por medio de la práctica
de tres elementos del fruto del Espíritu: mansedumbre, bondad y
paciencia. Entonces, Timoteo tendrá oportunidad de instruir a estas
personas que están en oposición contra ellas mismas. Si Dios les da
espíritu de arrepentimiento, y reconocen la verdad que Timoteo ha
puesto delante de ellas, podrán sustraerse al engaño del diablo que las
ha tomado cautivas a su voluntad. La importancia de esta fascinante
instrucción sobre el aconsejamiento es la forma en que Pablo
describe el problema de la persona que se opone y luego se recupera
a sí misma.
Pablo confronta a los corintios por pensar acerca de sí
mismos de manera incorrecta. “Al medirse con su propia medida y
compararse unos con otros, no saben lo que hacen”, dice Pablo (2
Corintios 10:12, NVI). No debemos medirnos a nosotros mismos con
nuestra propia medida, ni compararnos con otros. No descubriremos
la singularidad ni la individualidad que Dios ha planeado para
nosotros si nos comparamos con lo que Dios ha planeado para otros.
Pablo repite algo ya expresado por Jesús cuando escribe que
no debemos compararnos con otros. En el último capítulo del
Evangelio de Juan, Jesús le dijo a Pedro que él iba a morir por su
Señor. Si la tradición de la iglesia sobre la muerte de Pedro es
correcta, esto significa que Jesús le dijo a Pedro que iba a ser
crucificado cabeza abajo. Pedro respondió a esta noticia señalando
con el índice por sobre su hombro a Juan, y preguntando: “¿Y qué
sucederá con él?”. Jesús le respondió, básicamente, a Pedro, que el
plan que Él tenía para Juan no era de su incumbencia (Juan 21:21,
22).
Si no debemos medirnos a nosotros mismos con nuestra
propia medida ni compararnos con otros, ¿cómo debemos medirnos?
Pablo responde esta pregunta cuando desafía a Timoteo a tener
cuidado de sí mismo y de la doctrina (1 Timoteo 4:16). Estas
palabras, en griego, significan que Timoteo debía mantener un ojo
vigilante sobre sí mismo. Debía medirse continuamente con la
Palabra de Dios. Esta instrucción conlleva una gran promesa. Si
Timoteo compara su vida continuamente con la Biblia, y aplica
continuamente la Biblia a su vida, experimentará la salvación y
llevará a otros a ella.
Jesús enseña que debemos amar a Dios con todo nuestro
corazón, y a nuestro prójimo como a nosotros mismos (Mateo 22:35-
40). Nuestro Señor estaba enseñando, básicamente, que debemos
amar a Dios completamente, amar a nuestro prójimo
incondicionalmente, y amarnos a nosotros mismos correctamente.
Esto no significa que nos amemos tanto que cada vez que pasemos
frente a un espejo nos detengamos para alabarnos. Simplemente,
significa que debemos amar lo que Dios ama. Dios nos ama
incondicionalmente, y nosotros debemos amar la nueva creación en
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la que nos hemos convertido y nos estamos convirtiendo a medida
que caminamos con Cristo.
Pablo piensa en este mismo contexto cuando indica a los
corintios, y a usted y a mí, que se recomienden “a toda conciencia
humana delante de Dios” (2 Corintios 4:2). Cuando las personas ven
lo que Cristo ha hecho al transformar nuestra vida en algo hermoso,
están contemplando la obra creativa de Dios (Efesios 2:10). Al dar
testimonio de ese milagro, de hecho, deberíamos decir: “¿Qué
piensas de lo que Jesús ha hecho por mí? ¿No es un milagro?”.
Jesús enseña que debemos negarnos a nosotros mismos. Pero,
dentro del contexto de su enseñanza sobre el negarnos a nosotros
mismos, enseña también que, si ganamos todo el mundo y nos
perdemos a nosotros mismos, hemos hecho un muy mal negocio. Su
enseñanza es, obviamente, que, hagamos lo que hagamos, nunca
debemos perdernos ni entregarnos a nosotros mismos a cambio de
nada (Lucas 9:23-25). Además, Jesús preguntó: “¿Qué dará el
hombre a cambio de sí mismo?”. Una respuesta que encontramos en
la Biblia a esta pregunta es: ¡un plato de guiso! Cuando Esaú vendió
su primogenitura a Jacob por un plato de guiso, tenemos una
ilustración de esta enseñanza de Jesús (Génesis 25:29-34).
Estos son algunos ejemplos de cómo la Biblia nos dice que
debemos pensar de nosotros mismos. Pablo comienza su instrucción
sobre cómo debemos pensar de nosotros mismos escribiendo que la
gracia de Dios lo ha capacitado para compartir con nosotros algunos
conceptos sobre los dones espirituales que el Cristo vivo y resucitado
da a su pueblo a través del Espíritu Santo. Vez tras vez, Pablo
declara: “Por gracia de Dios soy lo que soy” (ver 1 Corintios 15:10).
Como he señalado, Pablo da esta enseñanza sobre los dones
espirituales aquí porque cree que nuestros dones espirituales nos
llevarán a la buena, agradable y perfecta voluntad de Dios para
nuestras vidas. La entrega incondicional, la renovación de nuestra
mente por medio de la transformación, la vida santa y el
descubrimiento de nuestros dones espirituales nos llevarán a un
punto en el que tendremos las respuestas correctas para las preguntas
definitorias de Dios sobre nuestra vida, que nos muestran quiénes
quiere Dios que seamos, y dónde quiere que estemos.
Según Pablo, los dones espirituales son una expresión de la
gracia de Dios. Coincidentemente con nuestra definición del “ser” de
una persona, y con lo que él escribió de lo que debemos pensar de
nosotros mismos, estos dones son diferentes entre sí, por gracia de
Dios. Cuando los creyentes de una iglesia tienen dones, estos dones
son diferentes y los hacen diferentes entre sí. Cuando vemos una
iglesia controlada por el Espíritu, es decir, una iglesia con dones, nos
impresiona la sorprendente diversidad de cada miembro de esa
iglesia.
Dios sabe que, si dos personas fueran exactamente iguales,
una de ellas sería innecesaria. Por tanto, está comprometido con la
singularidad y la individualidad de cada creyente, que lo hace
distinto de todos los demás; y todos somos necesarios. Nadie tiene
todos estos dones espirituales. Por tanto, sin los creyentes que tienen
los dones espirituales que nosotros no tenemos, estamos incompletos.
9. Fascículo No. 32: Romanos, versículo por versículo (Cuarta parte)
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Pablo enfatiza también el concepto de unidad al relatar cómo
los dones espirituales son dados a una iglesia local (1 Corintios 12).
Dado que estos dos principios de diversidad y unidad parecen ser
opuestos —otra de las proposiciones en que parece que se tratara de
una opción u otra— Pablo utiliza la metáfora del cuerpo para
explicar la naturaleza y función de los dones que se ponen en práctica
en una iglesia local.
El gran apóstol que plantó la iglesia neotestamentaria en este
mundo comparte esta verdad de manera más completa en otras
cartas. Presenta la enseñanza sobre los dones espirituales en este
contexto porque cree que nos ayudarán a saber cómo pensar sobre
nosotros mismos, y nos guiará a la voluntad de Dios para nuestras
vidas. Nos da algunos ejemplos de dones espirituales cuando escribe:
“Si el de profecía, úsese conforme a la medida de la fe; o si de
servicio, en servir; o el que enseña, en la enseñanza; el que exhorta,
en la exhortación; el que reparte, con liberalidad; el que preside, con
solicitud; el que hace misericordia, con alegría” (vv. 6-8).
En estos tres versículos, Pablo nos da siete ejemplos de dones
espirituales. Profetizar significa hablar por Dios o ser una persona a
través de la cual Dios habla. La palabra está compuesta por dos
términos que significan ‘estar delante’ y ‘hacer brillar’. Aunque los
profetas solían recibir revelaciones especiales y predecir hechos
futuros, eran más que “pronosticadores espirituales” que decían lo
que iba a suceder.
Muchas veces, no se tiene en cuenta que los profetas fueron,
fundamentalmente, los grandes predicadores del período de la
historia hebrea cubierto por el Antiguo Testamento. Jesús proclamó
que Juan el Bautista fue el más grande profeta que jamás haya
vivido. Él llegó predicando los mensajes de Isaías. Estoy convencido
de que el don espiritual de la profecía es, fundamentalmente, el don
de proclamar la Palabra de Dios. La exhortación es parte de este don,
porque quienes predican suelen exhortar a los creyentes a obedecer y
aplicar la Palabra de Dios que ellos han predicado. En un sentido más
amplio, siempre que Dios habla a otra persona por medio de
nosotros, estamos ejerciendo el don de profecía.
El ministerio o servicio es un don abarcador que puede
relacionar la profecía con otros dones, como el de la enseñanza.
Leemos que los apóstoles se dedicaron a “la oración y en el
ministerio de la palabra” (Hechos 6:4). El ministerio de la Palabra
puede darse en el contexto de la predicación, la enseñanza, o de
ministrar la Palabra a una persona. Esto podría incluir lo que hoy
llamamos aconsejamiento. Obviamente, estos dones se entrecruzan y
funcionan juntos. No debemos pensar en términos de cuál es nuestro
don espiritual, sino más bien qué conjunto de dones espirituales
podríamos tener.
Pablo también presenta los dones espirituales en sus cartas a
los corintios y a la iglesia de Éfeso (1 Corintios 12:4-11; Efesios
4:11-13). Pedro da algunos ejemplos de dones espirituales en su
primera carta (1 Pedro 4:10, 11). Cuando los dones espirituales son
mencionados de esta forma en el Nuevo Testamento, las listas no son
exhaustivas, sino simplemente enumeraciones de ejemplos de cómo
se presentan los dones espirituales, cómo pueden ser identificados y
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cómo deben funcionar en una iglesia local. Si estudiamos todos los
pasajes que mencionan dones espirituales de esta forma, se
mencionan aproximadamente veintiún dones diferentes.
Hay muchos dones espirituales en las vidas de los creyentes
de nuestras iglesias que no se mencionan específicamente en el
Nuevo Testamento. Pensemos en los muchos dones que implican el
talento musical, que Dios utiliza dinámicamente para movilizar a las
personas a la fe, la adoración y el servicio fructífero. Los dones
espirituales suelen presentarse en conjuntos. Por ejemplo, la persona
que tiene el don de enseñanza también tendría el don de sabiduría y
discernimiento. Como he dicho ya, la exhortación va unida al don de
profecía.
Pablo señala que repartir, o dar, es un don espiritual.
Obviamente, todos tenemos el privilegio, la responsabilidad y el
mandato de dar. Pero hay algunos creyentes, en una iglesia local, que
están especialmente dotados por la gracia de Dios para dar de formas
muy especiales. No nos referimos únicamente a dar de su dinero y
posesiones, sino también de su tiempo, amor y compasión hacia
quienes están sufriendo o en necesidad. He conocido personas que
eran ejemplos extraordinarios del don de dar.
Otro don que Pablo identifica es el de la misericordia. Una
vez más: a todos se nos desafía y se nos ordena que mostremos
misericordia. Pero algunos creyentes tienen un don espiritual especial
de misericordia que les da la carga y todo lo necesario para actuar
con misericordia para quienes están sufriendo en este mundo. Dios
suele usar el sufrimiento en sus propias vidas y les da la gracia para
soportarlo. Cuando ellas experimentan el consuelo que su propio
sufrimiento las obliga a buscar en Dios, se convierten en ministros de
consuelo y tienen el don divino de la misericordia (2 Corintios 1:3,
4).
Pablo señala que presidir, o liderar, es un don espiritual. Una
definición muy sencilla de un líder es que es una persona que tiene
seguidores. La gracia de Dios y el Espíritu Santo ungen a ciertos
creyentes con un don que hace que la gente quiera seguirlos. Ese es
el don de presidir, según Pablo. Quienes dan, deben dar con
liberalidad; quienes son misericordiosos, deben hacerlo con alegría, y
los que lideran o presiden, deben hacerlo con solicitud.
Veamos a continuación algunos ejemplos de dones
espirituales que Pablo menciona en sus otras inspiradas cartas, con
una breve descripción de cada uno:
Profecía: la capacidad de proclamar osadamente la Palabra de
Dios.
Ciencia: la capacidad de percibir y sistematizar los grandes
hechos escondidos en la Palabra de Dios.
Sabiduría: la capacidad de aplicar conceptos bíblicos a una
situación específica.
Enseñanza: la capacidad de impartir y compartir con otros los
hechos y conceptos que los dones de ciencia y sabiduría descubren.
Fe: la capacidad de ver lo que tiene que ser hecho y creer que
Dios puede hacerlo a pesar de cualquier obstáculo.
11. Fascículo No. 32: Romanos, versículo por versículo (Cuarta parte)
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Discernimiento: la capacidad de discernir entre un espíritu de
error y un espíritu de verdad antes que la diferencia quede
demostrada de manera que todos la vean por los resultados.
Ayudar: la capacidad de ayudar en caso de necesidad, de tal
manera que fortalezca y anime a los demás espiritualmente.
Exhortación: la capacidad de desafiar a las personas a aplicar
la Palabra de Dios.
Repartir: la capacidad de dar generosa y sabiamente para
Dios y para la obra de Dios.
Presidir: la capacidad para inspirar, guiar, organizar, delegar
y supervisar la obra del Cristo vivo y resucitado.
Misericordia: la capacidad de ser conducto del amor de Cristo
relacionándose con los necesitados, demostrándoles empatía y
compasión, y dándoles aliento.
Dones de sanidades: la capacidad de ser canales de la sanidad
de Dios, natural o sobrenatural, en cuerpo, mente, alma, emociones y
espíritu.
Milagros: la capacidad de ser un canal a través del cual Dios
obra, no tanto de forma contraria a las leyes naturales, sino según
otras leyes superiores, desconocidas para nosotros.
Dado que Pablo cree que estos dones nos conducirán a la
perfecta voluntad de Dios para nuestra vida, y dado que hallar esa
buena, agradable y perfecta voluntad de Dios es la principal
aplicación que él hace de toda la profunda enseñanza de esta carta,
simplemente, es necesario que sepamos cómo identificar y luego
practicar los dones espirituales que el Cristo resucitado nos ha
impartido por su gracia. Por tanto, quisiera compartir con usted
algunas cosas que he aprendido sobre cómo hacer este
descubrimiento tan importante.
Aprendemos tres importantes principios de Juan el Bautista.
Jesús dijo que este hombre extraordinario fue el más grande que
jamás haya nacido (Mateo 11:11; Lucas 7:28). Quizá estos principios
nos permitan conocer algunas de las claves de su grandeza. El primer
principio es que debemos aprender a aceptar los límites de nuestras
limitaciones. Juan el Bautista demostró este principio cuando
pronunció su conocida afirmación: “Es necesario que él crezca, pero
que yo mengüe” (Juan 3:30).
En la introducción al Evangelio de Juan, leemos muchas
veces que Juan el Bautista “no era”. Jesús era, pero Juan el Bautista
no era. Cuando Juan el Bautista realiza su extraordinario ministerio y
le preguntan si él es el Mesías, responde: “No lo soy”. Más tarde,
cuando le dicen que todos ahora siguen a Jesús y escuchan su
predicación, Juan responde: “Yo les dije que no soy el Mesías. Él es
el Esposo, y esas personas son su esposa. Yo solo soy un buen amigo
que está en la boda” (ver Juan 3:29).
Un segundo principio que aprendemos de Juan es que
debemos aceptar la responsabilidad por nuestras capacidades. Juan
sabía quién no era, y también sabía quién era, qué era y dónde había
sido llamado a estar. Cuando le preguntaron “¿Qué dices de ti
mismo?”, él solo quiso hablar de Jesús. Pero lo presionaron para que
respondiera, hasta que, finalmente, dijo, palabras más, palabras
menos: “Soy la voz de alguien que grita en el desierto: ¡Preparen el
12. Fascículo No. 32: Romanos, versículo por versículo (Cuarta parte)
12
camino del Señor! Eso es quien he sido llamado a ser, lo que he sido
llamado a ser, y el lugar al que he sido llamado, y por la gracia de
Dios, es quien soy, es lo que soy y el lugar donde estoy”. Juan
aceptaba los límites de sus limitaciones, pero también aceptaba la
responsabilidad por las capacidades que Dios le había dado.
Otra forma de hacer un inventario de dones espirituales es
seguir estas claves para descubrirlos que aprendí de uno de mis
mentores.
Claves para descubrir dones espirituales:
Familiarícese con las descripciones bíblicas de los dones
espirituales.
Crea que Dios le ha dado uno o más dones.
Fíjese en lo que a usted le gusta más hacer, y lo hace bien.
Tenga en claro la diferencia entre los dones espirituales y los
naturales.
Pida que otros lo ayuden a identificar sus dones espirituales.
Busque ocasiones de practicar los dones que cree tener.
Dese el tiempo necesario para tomar conciencia de los dones
que cree tener y experimentar con ellos.
Realice un culto de consagración para entregar todos esos
dones y ministerios a Dios incondicionalmente, para su servicio y su
gloria.
Reflexione sobre los pasajes bíblicos que he mencionado
antes sobre los dones espirituales. Dado que no existe ningún
creyente nacido de nuevo que no haya recibido don alguno del
Espíritu Santo, crea que tiene dones. En el gran capítulo de los dones
escrito por Pablo (1 Corintios 12), observe la repetición de la palabra
“todo” de principio a fin de esa enseñanza. Pablo repite, para dar
mayor énfasis, que el Espíritu ha dado estos dones a todos los
miembros del cuerpo de Cristo.
Después, considere estas dos claves para realizar su
inventario de dones espirituales. Dios, generalmente, nos da amor por
el ministerio para el cual nuestros dones nos equipan. Así que fíjese
en lo que usted realmente ama hacer para el Señor. También fíjese en
lo que usted hace bien para el Señor. La siguiente clave es distinguir
entre los dones espirituales y los naturales. Los dones naturales son
talentos y aptitudes que tenemos desde antes de nacer de nuevo.
Cuando los dones naturales se entregan al Señor, en cierto sentido, se
convierten en dones espirituales. Pero hay dones en la vida de un
creyente que no estaban en ella antes de que el Espíritu Santo
convirtiera a su cuerpo en templo de Dios.
En el Antiguo Testamento, cuando el templo estaba en
proceso de construcción, leemos que el Espíritu Santo dio talentos
prácticos para la construcción a personas que hoy consideraríamos
comerciantes. Los dones espirituales no siempre —ni solamente—
son los de la predicación, la enseñanza, el evangelismo y las
sanidades. Pueden ser servicios muy prácticos que los creyentes
ofrecen y realizan para el Señor.
Usted descubrirá que estos dones se dividen en dos
categorías: algunos son dones pastorales, y otros son lo que
podríamos llamar dones “prácticos”. En el sexto capítulo del Libro
13. Fascículo No. 32: Romanos, versículo por versículo (Cuarta parte)
13
de los Hechos se reconoce esta distinción. Los apóstoles llamaron a
la elección de los primeros diáconos de la iglesia. Siete hombres
fueron elegidos, y los apóstoles los comisionaron para que se
ocuparan de los aspectos prácticos de la iglesia. Su estrategia era que
quienes tenían dones pastorales, como los apóstoles, podrían,
entonces, dedicarse continuamente a la oración y al ministerio de la
Palabra de Dios. Esta decisión fue muy bendecida por el Señor de la
iglesia, y toda la ciudad de Jerusalén recibió un dinámico impacto
para Cristo.
Para descubrir nuestros dones espirituales, necesitamos a los
demás miembros de nuestra comunidad espiritual. Una de las claves
más importantes para descubrir nuestros dones espirituales es medir
el impacto de nuestra vida espiritual sobre los demás miembros de la
iglesia.
Si hay personas en la iglesia porque, cuando usted les habló
del evangelio, ellas creyeron, usted tiene el don de evangelismo. Si
los creyentes comprenden conceptos difíciles cuando usted enseña,
usted tiene el don de la enseñanza. Si usted tiene el don de organizar
y delegar en otros tareas desafiantes, tiene el don de administrar. Si
los creyentes lo siguen cuando usted los desafía a hacer la obra del
Señor, usted tiene el don del liderazgo. Cuando usted aplica dones
como la misericordia y el don de ayudar, posiblemente llegue a
descubrir cuáles son sus dones por la forma en que los creyentes de
su iglesia responden a sus esfuerzos en esas áreas.
¿Cómo sabrá usted si tiene o no determinados dones
espirituales, si nunca intenta servir en esas áreas? Puede ver por qué
tenemos que tener fe para encontrar oportunidades para experimentar
los dones que sospechamos que podríamos tener. ¿Cómo se sentiría
usted si les diera regalos a sus familiares o amigos y ellos nunca
abrieran los paquetes para ver lo que les ha regalado? ¿Cómo se
sentirá el Señor, cuando nos ha dado dones espirituales, y nosotros
nunca hacemos el esfuerzo de descubrir qué nos ha dado?
Una oportunidad de enseñar una clase bíblica que no haya
salido bien no significa que no tengamos el don de la enseñanza. Por
eso, debemos darnos tiempo para descubrir, ejercitar y probar si
tenemos o no ciertos dones espirituales.
Finalmente, cuando hayamos identificado nuestro conjunto de
dones, debemos realizar un culto de consagración en nuestro corazón
y entregar esos dones al Señor que nos los dio. Esos dones son un
regalo de Él para nosotros, y lo que hacemos con ellos es el regalo
que nosotros le damos a Él. Lo que hacemos con ellos es, también,
un regalo nuestro para nuestros hermanos y hermanas en Cristo,
porque todos los dones del Espíritu son dados para bendecir y
edificar a los demás miembros de nuestra iglesia (1 Corintios 12:7).
Recordemos que Pablo presenta el tema de los dones
espirituales aquí porque nos está mostrando cómo comprobar por
medio de la experiencia que el plan de Dios para nosotros es bueno,
satisface todas sus exigencias y nos hace avanzar hacia la madurez
espiritual. El gran apóstol sabe que el hecho de que seamos
justificados por fe y equipados con la gracia de Dios para vivir de
manera recta también nos equipará con dones espirituales que nos
14. Fascículo No. 32: Romanos, versículo por versículo (Cuarta parte)
14
permitan ministrar al tiempo que aplicamos toda la enseñanza de esta
carta a nosotros mismos.
De cierta forma, somos como cubos, porque nuestras vidas
tienen seis lados. Tenemos un lado que mostramos al mundo. Otro
lado lo mostramos a nuestros amigos. Otro lado está vuelto hacia
nuestra familia. Quizá un cuarto lado se revela a nuestro cónyuge. Un
quinto lado queda reservado para nosotros, y puede haber un sexto
lado que no le mostramos a nadie más que a Dios. Podemos rotular
estas dimensiones de nuestra vida diciendo que un lado es la persona
que somos: nuestro carácter. El segundo lado sería la persona que
creemos ser: nuestro ego. El tercer lado sería la persona que los
demás creen que somos: nuestra reputación. El cuarto lado podría
representar a la persona que nosotros pensamos que los demás creen
que somos. Podría llamarse nuestro amor propio, valor propio o
imagen propia. El quinto lado sería la persona que deseamos ser:
nuestra ambición.
Cuando nos convertimos en nuevas criaturas en Cristo,
podríamos pensar en ello como nuestro sexto lado, el lado
pecaminoso que Dios ve en su totalidad y que confesamos a Él
cuando fuimos salvos. Esto se transformó en la persona que Dios
desea que seamos en Cristo. Esta es la persona a la que la Biblia se
refiere como el “ser” [el “yo mismo”]. Jesús se refirió a esa persona
cuando nos dijo que jamás debemos perder nuestra alma o
entregarnos a cambio de nada (Mateo 16:26).
Esa es la persona que el hijo pródigo recuperó cuando “volvió
en sí” en el chiquero (Lucas 15:11-32). Nunca recuperaremos esa
identidad comparándonos con los demás. Fue esa identidad la que
Pablo ordenó a Timoteo que midiera según la Palabra de Dios hasta
que experimentara la salvación él mismo y llevara a otros a la
salvación (1 Timoteo 4:16). Esa es la identidad a la que nunca
debemos oponernos, sino que debemos continuamente recuperar por
gracia de Dios, para salir del lazo del diablo.
Esa es la persona en la que nos convertimos cuando
comprobamos por experiencia la buena, agradable y perfecta
voluntad de Dios para nuestra vida (Romanos 12:2). Toda la
enseñanza de esta profunda carta debe hallar su aplicación cuando,
por la misericordia y la gracia de Dios, nos convertimos en una de
esas nuevas criaturas de las que Pablo escribió cuando dijo: “De
modo que si alguno está en Cristo, nueva criatura es; las cosas viejas
pasaron; he aquí todas son hechas nuevas. Y todo esto proviene de
Dios” (2 Corintios 5:18, 19).
Pablo, después, continúa esta sección de aplicación
intensamente práctica de su obra maestra teológica escribiendo una
larga lista de mandamientos, que hacen de este capítulo el de
aplicación más realista de todos sus escritos. Mi parte favorita del
capítulo 12 dice: “No tengamos un amor cristiano de imitación.
Hagamos un corte genuino con el pecado, y una real dedicación al
bien. Tengamos un afecto cálido y real unos por otros como
hermanos, y la disposición de dejar que los demás se lleven el
crédito. No dejemos que la pereza arruine nuestro trabajo, y
mantengamos el fuego del espíritu encendido al hacer la obra de
Dios” (vv. 9-11, traducción de la paráfrasis de J. B. Phillips).
15. Fascículo No. 32: Romanos, versículo por versículo (Cuarta parte)
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Una de las preguntas favoritas de los periodistas es: “¿Cómo
le gustaría ser recordado?”. Mi respuesta a esa pregunta es que me
gustaría ser recordado por ser genuino. En esta catarata de
mandamientos profundamente prácticos, el tema que se repite es el
concepto de ser seguidores de Jesucristo genuinos, no falsos ni
hipócritas.
Pablo comienza esta larga lista de mandamientos desafiando a
los creyentes que han leído y comprendido esta carta a tener un amor
cristiano genuino. Se refiere al amor que llama “fruto del Espíritu” en
su carta a los gálatas (5:22, 23). Como ya hemos señalado, Pablo
presenta bellamente un perfil de ese amor en el capítulo del amor que
escribió a los corintios (13:4-7).
Después, desafía a estos romanos a tener un arrepentimiento
verdadero. Cuando los pecadores son justificados por la fe y reciben
la gracia para vivir de manera recta, hacen un corte genuino con el
mal y tienen una real dedicación al bien. Una de las señales más
veraces de la conversión auténtica es el corte genuino con lo malo y
la dedicación a vivir de manera recta y hacer lo correcto. Así
glorificamos al Dios que justifica a los pecadores.
A continuación, Pablo desafía a sus lectores a ser genuinos en
su afecto fraternal mutuo. Básicamente, escribe: “Tengamos una
verdadera hermandad” (Romanos 12:10). Cuando creemos en nuestro
corazón y confesamos con nuestra boca que Jesús es Señor, todos los
que han hecho esto mismo se convierten en nuestros hermanos en
Cristo. Jesús prometió que quienes perdieran a sus hermanos, padres
o madres biológicos por hacerse discípulos suyos recibirían padres,
madres, hermanos espirituales al seguirlo (Marcos 10:29, 30). No
solo debemos profesar esto, sino vivir como verdaderos hermanos.
Pablo insiste en que tengamos una humildad real cuando
escribe que deberíamos permitir que la otra persona se lleve el
crédito por las cosas buenas que suceden en nuestra familia
espiritual. Dios odia el orgullo (Proverbios 6:16-19). Por tanto,
“cualquiera que se enaltece, será humillado; y el que se humilla será
enaltecido” (Lucas 18:14).
Después, exige que no haya pereza, y que mantengamos el
fuego del Espíritu ardiendo cuando hacemos nuestro trabajo para
Cristo. Ahora está pasando a las áreas de motivación, unción
espiritual, nuestros parámetros de excelencia y nuestra efectividad en
el servicio para Cristo.
Quizá nos esté exhortando a aceptar el desafío que presentó
en el capítulo 10, de ser quienes llevemos la buena noticia del
evangelio a los perdidos. ¿Tenemos pasión por la Gran Comisión, y
nos motiva el amor de Cristo, como a este gran apóstol? (2 Corintios
5:14). En las paredes de la sede de un conocido ministerio que tenía
una gran cantidad de misioneros había un cartel que decía: “¿Sufre
usted de exceso de trabajo, o de falta de motivación?”.
Las aplicaciones continúan: “Alégrense en la esperanza,
muestren paciencia en el sufrimiento, perseveren en la oración.
Ayuden a los hermanos necesitados. Practiquen la hospitalidad.
Bendigan a quienes los persigan; bendigan y no maldigan. Alégrense
con los que están alegres; lloren con los que lloran. Vivan en armonía
los unos con los otros. No sean arrogantes, sino háganse solidarios
16. Fascículo No. 32: Romanos, versículo por versículo (Cuarta parte)
16
con los humildes. No se crean los únicos que saben” (Romanos
12:12-16, NVI).
En estos versículos, Pablo ordena a los creyentes que tengan
una genuina perspectiva y fe en los valores eternos. También los
llama a perseverar realmente en las difíciles pruebas que enfrentaban
y enfrentarían en el futuro. En ese contexto, desafía a los santos
sufrientes a hacer de la oración un verdadero hábito en sus vidas
diarias. Exhorta a los creyentes a practicar una hospitalidad genuina
y una empatía y compasión reales hacia aquellos con quienes
comparten una comida y a quienes ofrecen un lecho para descansar.
Su comunión y unidad genuinas deben incluir a las personas
comunes. Para cultivar esa unidad en Cristo, no deben ser inflexibles
en cuanto a sus opiniones. Un prejuicioso es un orador sordo. No
escucha lo que los demás le dicen.
Pablo, después, continúa con aplicaciones que se dirigen
fundamentalmente hacia las relaciones de aquellos creyentes (y de
nosotros) con los no creyentes:
“No paguen a nadie mal por mal. No digan: ‘No importa lo
que piense la gente’, sino asegúrense de que su comportamiento
público no sea causa de ningún reproche. En lo que a su
responsabilidad respecta, vivan en paz con todos. Nunca se venguen
por sí mismos, queridos amigos: den un paso atrás y permitan que
Dios tome venganza, si desea hacerlo. Porque está escrito: ‘La
venganza me corresponde a mí: yo le daré a cada uno su merecido’.
“Y estas son palabras de Dios: ‘Si tu enemigo tiene hambre,
dale de comer; si tiene sed, dale de beber; porque, al hacerlo,
acumularás ascuas de fuego sobre su cabeza’. No se dejen vencer por
el mal. Tomen la ofensiva: ¡venzan el mal con el bien!” (vv. 17-21,
traducción de la paráfrasis de J. B. Phillips).
En los versículos 12 al 16, las aplicaciones estaban,
principalmente, dirigidas a las relaciones en la iglesia, con otros
creyentes. En los versículos 17 al 21, Pablo prescribe aplicaciones
que se refieren principalmente a las relaciones que los creyentes
tienen con el mundo exterior. Esto incluye a quienes perseguían a los
creyentes romanos, como las autoridades religiosas y los militares
romanos que cumplían las órdenes de emperadores locos como
Nerón.
Jamás debemos permitirnos pensar que no importa lo que los
no creyentes piensen de nosotros como creyentes. El mandamiento,
aquí, es que nos aseguremos de que nuestra integridad en todos los
tratos con las personas seculares no dé motivo alguno a críticas.
Pablo, básicamente, dice: “Demostremos verdadera integridad en
nuestras relaciones con las personas de este mundo”.
Pablo ordena, enfáticamente, que nunca devuelvan mal por
mal cuando son perseguidos. En este pasaje, Pablo simplemente está
aplicando la enseñanza que Jesús dio en aquel monte de Galilea,
diciendo que, cuando alguien lo golpee en una mejilla, el discípulo
no debe resistirse al mal, sino presentar la otra mejilla (Mateo 5:39).
En este contexto, consideremos la profunda redacción de este
mandamiento: “Si es posible, y en cuanto dependa de ustedes, vivan
en paz con todos” (Romanos 12:18, NVI). No podemos controlar lo
que la otra persona que se relaciona con nosotros vaya a hacer. Por lo
17. Fascículo No. 32: Romanos, versículo por versículo (Cuarta parte)
17
tanto, no somos responsables por sus acciones. Con la ayuda de Dios,
podemos controlar lo que nosotros hacemos en esas relaciones. Por
lo tanto, debemos decidir que, en lo que a nuestra responsabilidad
respecta, habrá paz en esa relación. Nuestra responsabilidad tiene un
principio y un final. Este principio de saber dónde comienza y dónde
termina nuestra responsabilidad puede quitarnos mucha ansiedad al
vivir en este mundo.
El pasaje concluye recordándonos que la venganza pertenece
al Señor. Varios pasajes del Antiguo Testamento son citados para
recordarnos que, cuando tomamos venganza por nuestra propia
mano, jugamos a ser Dios. Una vez más, en el espíritu del Sermón
del Monte, Pablo no solo prohíbe la venganza, sino ordena que
alimentemos a nuestro enemigo y le demos agua cuando tenga sed.
En los tres primeros siglos de la iglesia, era ilegal ser
cristiano. Una de las más grandes dinámicas en el testimonio de la
iglesia perseguida que resuena a través de los siglos hasta nosotros en
la actualidad se resume en las palabras finales de este capítulo:
“Tomen la ofensiva: ¡venzan el mal con el bien!”.
18. Fascículo No. 32: Romanos, versículo por versículo (Cuarta parte)
18
Capítulo 2
Servidores de Dios
(13:1-14)
“Sométase toda persona a las autoridades superiores; porque
no hay autoridad sino de parte de Dios, y las que hay, por Dios han
sido establecidas. De modo que quien se opone a la autoridad, a lo
establecido por Dios resiste; y los que resisten, acarrean condenación
para sí mismos. Porque los magistrados no están para infundir temor
al que hace el bien, sino al malo. ¿Quieres, pues, no temer la
autoridad? Haz lo bueno, y tendrás alabanza de ella; porque es
servidor de Dios para tu bien. Pero si haces lo malo, teme; porque no
en vano lleva la espada, pues es servidor de Dios, vengador para
castigar al que hace lo malo. Por lo cual es necesario estarle sujetos,
no solamente por razón del castigo, sino también por causa de la
conciencia. Pues por esto pagáis también los tributos, porque son
servidores de Dios que atienden continuamente a esto mismo. Pagad
a todos lo que debéis: al que tributo, tributo; al que impuesto,
impuesto; al que respeto, respeto; al que honra, honra” (13:1-7).
Esta sección de gran aplicación práctica de la carta más
importante de Pablo comenzó exhortándonos a aplicar todas las
inspiradas enseñanzas del apóstol a nosotros mismos, a los hermanos
de nuestra comunidad espiritual, y finalmente a los no creyentes de
nuestra cultura. Pablo ahora nos exhorta a aplicar la sección doctrinal
de esta carta (capítulos 1 al 11) a las autoridades que nos gobiernan.
En otras palabras, nos ordena que apliquemos su obra teológica
maestra a nuestra responsabilidad de ser buenos ciudadanos de las
comunidades y del país en el que vivimos como discípulos de
Jesucristo.
Este capítulo 13 es una afirmación breve, pero contundente,
sobre el cristiano como ciudadano. Pablo escribe a la iglesia de
Filipos que nuestra verdadera ciudadanía está en los cielos
(Filipenses 3:20). Como señalé en mi comentario sobre el capítulo
10, cada año, los ciudadanos romanos debían arrojar una pizca de
incienso al fuego y confesar: “¡César es el Señor!”. Miles de
creyentes murieron por no practicar ese compromiso de lealtad al
César. La inspirada confesión que les costó sus vidas fue la base
doctrinal de la iglesia del Nuevo Testamento: “¡Jesús es el Señor!” (1
Corintios 12:3). Declaramos nuestra lealtad principal y suprema cada
vez que confesamos que Jesús es el Señor (Romanos 10:9).
Pero millones de creyentes viven sus vidas aquí en la tierra
como ciudadanos de una nación. Este capítulo trata la forma en que
los ciudadanos del cielo que vivían en Roma debían aplicar las
enseñanzas de esta carta a las autoridades gobernantes en la ciudad
capital del Imperio Romano, personas inmorales, injustas y
corruptas. Obviamente, nosotros debemos hacer las aplicaciones que
correspondan a las autoridades que gobiernan en nuestro país,
ciudad, pueblo o comunidad rural.
Pablo comienza este capítulo con una declaración
sorprendente. Escribe: “No hay autoridad sino de parte de Dios, y las
que hay, por Dios han sido establecidas”. Tres veces, en estos siete
versículos, Pablo llama a quienes hacen cumplir las leyes del Imperio
19. Fascículo No. 32: Romanos, versículo por versículo (Cuarta parte)
19
Romano “servidores de Dios”. Cuando Pablo declaró que quienes
tienen la autoridad para gobernar, la reciben por voluntad de Dios, el
trono del Imperio Romano era ocupado por el malvado y alienado
emperador Nerón.
El profeta Daniel declara esta verdad de manera inequívoca.
Cuando era apenas un adolescente, Daniel estuvo en presencia de
uno de los emperadores totalitarios más grandes y poderosos que
jamás haya vivido, y declaró que Dios quita reyes y pone reyes (ver
Daniel 2:21).
El cuarto capítulo de Daniel es uno de los más sorprendentes
de toda la Biblia, dado que constituye la confesión de fe del
emperador Nabucodonosor, que gobernó el imperio del mundo
babilónico. Daniel le ofreció pruebas de Dios a Nabucodonosor
durante muchos años, hasta que Dios afligió al emperador de
Babilonia con la locura. Nabucodonosor pasó siete años en los
campos, como un animal, hasta que Dios lo hizo reconocer que “el
Altísimo gobierna el reino de los hombres, y que a quien él quiere lo
da, y constituye sobre él al más bajo de los hombres” (Daniel 4:17).
En la actualidad, hay millones de creyentes que viven bajo el
gobierno y la autoridad de dictadores malvados, injustos, crueles.
Estas enseñanzas de Pablo se aplican a ellos de la misma manera que
se aplicaban a los creyentes para quienes fueron escritas
originalmente. Pablo enseña que no debemos resistir a estos
gobernantes porque, si lo hacemos, estamos resistiéndonos a lo que
Dios ha ordenado. Y agrega que quienes se resisten, acarrean juicio
sobre sí mismos. Su razonamiento es que aun gobernantes como
estos no son causa de terror para quienes hacen el bien, sino para
quienes hacen el mal. El ciudadano que cumple con la ley no tiene
porqué temerles. Si no queremos tener miedo de estas autoridades,
debemos obedecer la ley.
El gobernante que hace cumplir la ley es bueno para el buen
ciudadano. Tres veces, Pablo declara que esta autoridad es un
“servidor de Dios” para el bien de quienes desean vivir vidas buenas
y pacíficas. Pero también presenta la advertencia de que, si
quebrantamos la ley, esta autoridad que gobierna para la paz usará su
espada contra nosotros. Y declara que, cuando ese gobernante usa su
espada contra quienes quebrantan las leyes, está actuando como
servidor de Dios.
En ese contexto, Pablo vuelve al tema de la ira de Dios. En el
primer capítulo, declaró que “la ira de Dios se revela contra toda
impiedad e injusticia de los hombres” por medio del evangelio que él
predicaba. Es la ira futura de Dios, que será aplicada en el juicio
venidero. Pero, en este pasaje, habla de una ira presente de Dios
contra quienes quebrantan las leyes que Él ha instituido. Esta ira de
Dios presente es expresada y aplicada por medio de las autoridades
gobernantes.
La referencia a las autoridades puede ser a la policía o, en un
nivel más elevado de aplicación, a los militares, que son utilizados
cuando las autoridades policiales locales enfrentan una situación que
no pueden manejar. En la Biblia hay argumentos contundentes a
favor de quienes se oponen a la guerra y se declaran pacifistas.
Tengo un gran respeto por quien es un sincero pacifista. Yo no soy
20. Fascículo No. 32: Romanos, versículo por versículo (Cuarta parte)
20
pacifista, y mis razones se encuentran en los primeros siete
versículos de este capítulo.
Hay dos observaciones muy importantes que debemos hacer
sobre estos versículos. La primera es que no son la única enseñanza
que la Biblia tiene sobre este tema. Una segunda observación es que
lo que Pablo escribe aquí acerca de que la autoridad gobernante es
servidora de Dios no siempre se aplica. También hay firmes
argumentos a favor de lo que llamamos “desobediencia civil”.
En los comienzos mismos de la iglesia, las autoridades
religiosas ordenaron a los apóstoles que no predicaran a Cristo. La
primera vez que esto sucedió, los discípulos de Jesús respondieron,
básicamente, que solo las reconocidas autoridades religiosas que
habían dictado esa orden eran suficientemente sabias como para
saber si debían obedecer a Dios o a los hombres. Pero la siguiente
vez que se les prohíbe predicar a Cristo, ellos responden
inmediatamente: “Es necesario obedecer a Dios antes que a los
hombres” (ver Hechos 4:19; 5:29). Este suceso nos enseña que puede
llegar el momento, en la vida de un creyente, en que la respuesta
adecuada a una autoridad corrupta sea la desobediencia civil.
Cuando las autoridades religiosas le preguntaron a Jesús si
era correcto pagar impuestos al César, Jesús dio una profunda
enseñanza sobre las obligaciones del creyente devoto como
ciudadano (Mateo 22:17-21). Estos líderes religiosos estaban
tratando de desprestigiar a Jesús, y le hicieron una pregunta que
creían que no podía responder. Si Jesús decía que era equivocado
pagar impuestos a Roma, los soldados romanos que estaban presentes
en el templo cuando esta pregunta fue formulada lo arrestarían
inmediatamente. Si decía que era correcto pagar esos impuestos, los
judíos se sentirían ofendidos, especialmente los celotes, que creían en
continuar la resistencia contra Roma.
Jesús pidió una moneda y la sostuvo en alto mientras
preguntaba: “¿De quién es la imagen que se ve en esta moneda?”.
“Del César”, le contestaron. Entonces vino su respuesta, sabia y
profunda: “Dad, pues, a César lo que es de César, y a Dios lo que es
de Dios” (Mateo 22:21).
Como en todas las enseñanzas de Jesús, “las cosas simples
son las más importantes, y las cosas importantes son las más
simples”. La moneda tenía la imagen del César estampada en ella, así
que, dale el dinero al César. Tú tienes la imagen de Dios estampada
en ti, así que, entrégate a Dios. En otras palabras, paguemos los
impuestos, pero entreguemos nuestra lealtad total a Dios. Algunas
veces, el César nos pedirá algo que pertenece a Dios. Cuando lo
haga, no podemos ponerlo primero y entregarnos a él.
No solo debemos obedecer las leyes del César porque, si no
lo hacemos, experimentaremos la ira de Dios en manos de las
autoridades gobernantes. Debemos obedecer las leyes y ser buenos
ciudadanos por razones de conciencia. El creyente debe obedecer la
ley porque es correcto hacerlo. Su conciencia lo acusará si no
obedece la ley como buen ciudadano. Debemos pagar los impuestos
y nunca guardarnos lo que debemos.
Un hombre estadounidense le envió una carta a la Dirección
General Impositiva de su país, que decía: “Les envío quinientos
21. Fascículo No. 32: Romanos, versículo por versículo (Cuarta parte)
21
dólares que debo, porque hace quince años alteré los cálculos en mi
impuesto a las ganancias, y mi conciencia me persigue: ya no puedo
dormir de noche. Si sigo sin dormir, les enviaré el resto de lo que les
debo”.
Las aplicaciones para nosotros, en este capítulo, son obvias.
Hace miles de años que los gobiernos cobran impuestos de sus
ciudadanos. Jesús y Pablo enseñan que debemos pagar los impuestos.
Pablo escribe, también, que debemos honrar y temer a quienes
corresponde. Pedro también nos exhorta a honrar al rey, la máxima
autoridad gobernante (1 Pedro 2:17).
Pablo, después, vuelve a los mandamientos de aplicación
práctica, como los que compartió con nosotros en el capítulo 12: “No
debáis a nadie nada, sino el amaros unos a otros; porque el que ama
al prójimo, ha cumplido la ley. Porque: No adulterarás, no matarás,
no hurtarás, no dirás falso testimonio, no codiciarás, y cualquier otro
mandamiento, en esta sentencia se resume: Amarás a tu prójimo
como a ti mismo. El amor no hace mal al prójimo; así que el
cumplimiento de la ley es el amor” (Romanos 13:8-10).
Pablo elabora, vez tras vez, sobre la enseñanza de Jesús. Su
Señor declaró que Él había venido a cumplir la Ley de Moisés y de
Dios (Mateo 5:17-20). Lo hizo pasando la Ley de Dios por el prisma
del amor de Dios antes de aplicarla a las vidas del pueblo de Dios.
Pablo se refiere a esto en otro lugar como “el espíritu de la ley” (2
Corintios 3:6). Si amamos a nuestro prójimo, no quebrantaremos
ninguno de los mandamientos que le conciernen. En estos versículos,
Pablo explica lo que quiere decir al hablar del espíritu de la Ley y lo
que Jesús quiso decir cuando dijo que Él había venido a cumplir la
Ley.
Al llegar al final del capítulo, las aplicaciones prácticas
continúan: “Y esto, conociendo el tiempo, que es ya hora de
levantarnos del sueño; porque ahora está más cerca de nosotros
nuestra salvación que cuando creímos. La noche está avanzada, y se
acerca el día. Desechemos, pues, las obras de las tinieblas, y
vistámonos las armas de la luz. Andemos como de día,
honestamente; no en glotonerías y borracheras, no en lujurias y
lascivias, no en contiendas y envidia, sino vestíos del Señor
Jesucristo, y no proveáis para los deseos de la carne” (vv. 11-14).
Pablo escribe que la noche ya casi termina y se aproxima el
día. Jesús era la Luz del mundo y, mientras Él estuvo en este mundo,
fue de día, espiritualmente hablando. Pedro escribió que cuando nos
acercamos a la Palabra de Dios en medio de nuestra oscuridad
espiritual, suceden dos cosas: el Día amanece y el Lucero de la
Mañana se levanta en nuestro corazón (2 Pedro 1:19). Cuando hemos
vivido el nuevo nacimiento al que se refieren estas dos hermosas
metáforas, tenemos la capacidad de ser luz y de ser luces en el
mundo (Mateo 5:14; Filipenses 2:14-16). Se nos exhorta a ser luz del
mundo y a ser luces en el mundo hasta que Jesús regrese (Mateo
5:16; Filipenses 2:15). Cuando Él regrese, será un amanecer
espiritual para este mundo.
El apóstol Pablo nos dice que el día está más cerca que
cuando recién creímos y que, de hecho, está a las puertas. Al decir
esto, no solo se refiere al regreso del Señor. Está desafiando a los
22. Fascículo No. 32: Romanos, versículo por versículo (Cuarta parte)
22
creyentes a aplicar sus exhortaciones de amar mientras es de día,
porque llega la noche, cuando no podrán amarse unos a otros ni amar
a las personas sufrientes que los rodean. Jesús expresó y fue modelo
de esta misma exhortación a sus discípulos cuando dijo: “Me es
necesario hacer las obras del que me envió, entre tanto que el día
dura; la noche viene, cuando nadie puede trabajar” (Juan 9:4).
Muchas religiones y muchos poetas describen a la muerte
como un sueño. La Biblia describe a la vida como el sueño, y la
muerte como nuestro despertar (Salmos 90:5). Pablo, obviamente,
está pensando en el regreso de Cristo y el fin de nuestras vidas
cuando escribe estas hermosas exhortaciones. Nos desafía a
despertar, despojarnos de nuestra vieja naturaleza, vestirnos y andar
como es debido.
Cuando escribe a los efesios, Pablo utiliza estas mismas
metáforas en mayor detalle (Efesios 4:24-5:17). Cuando nos
levantamos por la mañana, muchos de nosotros nos quitamos la ropa
con la que dormimos, vamos a nuestro guardarropa y elegimos lo que
vamos a vestir ese día. Pablo usa esta metáfora para decirnos que
todos los días tenemos dos opciones. Podemos vestirnos con los
harapos de la vieja vida, o elegir las vestiduras de nuestra nueva vida.
Pablo enumera estos harapos y estas vestiduras con gran
detalle. Los harapos de la vieja vida son cosas como ira, enojo,
amargura, malicia, comunicaciones corrompidas, mentiras, robos y
pecados sexuales. También habla de las vestiduras de la nueva vida,
que son verdad, comunicación que edifica y ministra gracia a la otra
persona, amor, afecto fraternal y perdón mutuo.
En este pasaje, Pablo nos da una versión abreviada de esta
misma metáfora. Los harapos de la vieja vida, que debemos
quitarnos, son glotonerías y borracheras, lujurias y lascivias,
contiendas y envidia, los deseos de la carne. Debemos revestirnos del
Señor Jesucristo y no hacer provisión para la carne (la naturaleza
humana sin ayuda de Dios) y sus deseos.
Este pasaje se hizo famoso con la conversión de San Agustín,
que vivió en el siglo cuarto. Él vivía una vida alocada y cometía toda
clase de pecados sexuales. Un día, estaba en un jardín, con un amigo,
expresando su desesperación y lamentándose por sus repetidos y
vanos intentos de cambiar su comportamiento moral. En el jardín
contiguo, al otro lado de la pared, había niños jugando. Agustín creyó
escuchar la voz de un niño que le decía: “¡Toma y lee!”. En una mesa
cercana, había un ejemplar de esta Carta de Pablo a los Romanos.
Agustín la tomó y leyó: “Andemos como de día, honestamente; no en
glotonerías y borracheras, no en lujurias y lascivias, no en contiendas
y envidia, sino vestíos del Señor Jesucristo, y no proveáis para los
deseos de la carne” (Romanos 13:13,14).
En ese preciso instante, Cristo entró en la vida de Agustín.
Este se convirtió en un hombre cambiado, uno de los cristianos más
grandes que haya vivido jamás. Fue un firme líder de la iglesia en el
norte de África, y por medio de sus escritos ha bendecido a millones
de creyentes de todo el mundo desde el siglo cuarto.
Pablo no esperó hasta el capítulo 12 para comenzar a hacer
aplicaciones de su enseñanza en esta carta. En el capítulo 5 hizo la
aplicación de que los pecadores que han sido declarados justos deben
23. Fascículo No. 32: Romanos, versículo por versículo (Cuarta parte)
23
vivir rectamente, y les mostró cómo hacerlo. Fue una versión
abreviada de la aplicación que ahora desarrolla en mayor detalle.
No debemos hacer provisión para la carne —nuestra
naturaleza humana sin ayuda de Dios— y no debemos ser movidos a
satisfacer la lujuria de nuestra carne. Aunque estas palabras tienen
una aplicación más amplia que solo los pecados sexuales, Pablo se
refiere principalmente a ellos. El apóstol escribió mucho a la iglesia
de Corinto sobre sus pecados sexuales. Los creyentes corintios tenían
grandes luchas en esa área de su vida espiritual, porque la ciudad de
Corinto era sinónima de impureza sexual.
La adoración de ídolos era prominente allí, y dado que
algunos consideraban que su dios era el origen del amor erótico, la
adoración de ese ídolo implicaba un elaborado sistema de
prostitución, lo cual incluía perversiones con homosexuales y
prostitución infantil. Muchos de los corintios que eran parte de la
iglesia que Pablo estableció allí habían participado de esas
inmoralidades antes de convertirse. Ahora, Pablo los confronta, como
seguidores de Cristo, por su impureza sexual y les pregunta: “¿O
ignoráis que vuestro cuerpo es templo del Espíritu Santo, el cual está
en vosotros, el cual tenéis de Dios, y que no sois vuestros? Porque
habéis sido comprados por precio; glorificad, pues, a Dios en vuestro
cuerpo y en vuestro espíritu, los cuales son de Dios” (1 Corintios
6:19, 20). Básicamente, les escribe: “¡Sus cuerpos no fueron hechos
para el sexo, sino para Dios!”.
Estas mismas condiciones prevalecían en todo el Imperio
Romano, y Pablo confronta esta clase de pecado sexual cuando
escribe la aplicación: “Andemos como de día, honestamente; no en
glotonerías y borracheras, no en lujurias y lascivias, no en contiendas
y envidia, sino vestíos del Señor Jesucristo, y no proveáis para los
deseos de la carne”.
Capítulo 3
Disputas entre discípulos
(14:1-15:13)
“Vivir en el cielo con santos amados, ¡oh!, eso será la gloria.
Pero vivir aquí con los santos conocidos, ¡eso es otra historia!”.
Hace cincuenta años que soy pastor. Cualquiera que haya
tenido la responsabilidad del cuidado pastoral del pueblo del Señor
por tanto tiempo sabe que puede llegar a ser muy difícil vivir aquí
abajo con los santos que conocemos. Siempre fue así.
Cuando estudiamos las cartas de Pablo, es dolorosamente
obvio que las iglesias que él estableció no eran perfectas. Sus dos
cartas a los corintios lo dejan perfectamente en claro. El capítulo 14
de esta Carta a los Romanos demuestra que los discípulos de Roma
no tenían una iglesia perfecta, porque eran santos imperfectos.
Cuando había algún problema en las iglesias que él había
establecido, ese problema daba origen a una obra maestra de este
apóstol, que escribió inspiradas soluciones para tales problemas.
Gracias a que los judíos fueron después que Pablo y confundieron a
los creyentes de una iglesia, enseñando que los creyentes gentiles
24. Fascículo No. 32: Romanos, versículo por versículo (Cuarta parte)
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debían ser justificados por medio de la observancia de la Ley,
nosotros podemos ahora disfrutar de otra obra maestra sobre la
justificación por la fe, una versión en miniatura de esta Carta a los
Romanos: la Carta de Pablo a los Gálatas.
Los creyentes de Corinto tenían preguntas intelectuales sobre
la resurrección. Estas preguntas dieron origen al gran capítulo sobre
la resurrección de la Biblia y dos capítulos que podríamos titular “La
resurrección aplicada” (1 Corintios 15; 2 Corintios 4, 5). Esa misma
iglesia no sabía amar y estaba confundida con respecto de la función
del Espíritu Santo en la iglesia. Por lo tanto, tenemos el gran capítulo
sobre el amor en la Biblia y los capítulos precedente y siguiente, que
son obras maestras sobre el tema de la función del Espíritu Santo en
una iglesia (1 Corintios 12 y 14).
Las disputas entre los discípulos de Roma motivan a que
Pablo escriba este capítulo que es una obra maestra que podríamos
titular “El amor aplicado”. Aquí aparece nuevamente el problema de
la interrupción del hilo del pensamiento causada por la división
arbitraria de los capítulos. El tema que Pablo trata aquí, en el capítulo
14, continúa hasta el versículo 13 del capítulo 15.
Este extenso pasaje de la Biblia concluye, de hecho, la
extraordinaria enseñanza de esta carta. En el resto del capítulo 15,
Pablo comenta sus objetivos misioneros personales. En el capítulo
16, escribe saludos personales para veinticuatro personas que conoce
de la iglesia de Roma y los saludos de nueve personas que están con
él en Corinto mientras escribe esta carta. Pero las enseñanzas
teológicas y las aplicaciones de esta carta terminan en el versículo 13
del capítulo 15.
Pablo escribió a los corintios tres capítulos que presentan
principios paralelos a los que prescribe aquí para estos discípulos de
Roma (1 Corintios 8-10). Ambos pasajes son obras maestras que nos
enseñan cómo vivir aquí en la tierra con los santos que conocemos.
El principio rector en ambas profundas prescripciones es el amor que
Pablo ha presentado tan bellamente en su gran capítulo sobre el amor
(1 Corintios 13:4-7).
Los creyentes judíos y gentiles adoraban y, con frecuencia,
vivían juntos en la primera generación de las iglesias del Nuevo
Testamento. Hemos visto que Pablo se dirige tanto a judíos como a
gentiles a lo largo de toda su carta. Esto es porque estaba tratando de
ganar a los judíos que no estaban convencidos de que Jesús era el
Cristo, el Mesías prometido en el Antiguo Testamento. Esto es,
también, porque había muchos judíos en la iglesia de Roma que
creían en Cristo, lo habían confesado como su Señor y eran parte
vital de la iglesia.
Muchas de las disputas entre estos discípulos de Roma se
originaban en las diferencias entre creyentes judíos y gentiles. Los
mismos temas fueron tratados en el primer concilio de la iglesia que
se relata en el capítulo 15 del Libro de los Hechos. ¿Los creyentes
gentiles deben vivir su fe y su vida en Cristo a la manera judía? ¿Los
creyentes en Jesús que son judíos deben renunciar a todas sus
tradiciones judías sobre las comidas que deben o no comer, y la
forma en que observan los días sagrados especiales?
25. Fascículo No. 32: Romanos, versículo por versículo (Cuarta parte)
25
Por lo tanto, había disputas relativas a los días, la comida, el
beber vino y muchos otros temas que pueden atribuirse al hecho de
que judíos y gentiles vivían, adoraban y servían a su Señor Jesucristo
juntos en la “Primera Iglesia de Roma”. Pero no todas estas disputas
provenían de la mezcla de discípulos judíos y gentiles. Ellos
enfrentaban muchos de los mismos desafíos a su unidad espiritual
que nosotros enfrentamos en nuestras iglesias en la actualidad.
Uno de los desafíos que enfrentamos en nuestras relaciones
con otros creyentes en nuestras iglesias es el tema de lo que
podríamos llamar “tabúes”. La Biblia enseña absolutos morales.
Podríamos decir que hay temas que se definen por blanco o negro:
fornicación, adulterio, robar, mentir y otros comportamientos
negativos están claramente prohibidos en la Palabra de Dios. Pero
hay otros temas relativos al comportamiento de los creyentes que no
se tratan de manera taxativa en la Biblia. Podríamos llamarlos “zonas
grises” del comportamiento cristiano. Muchas iglesias resuelven
estas “zonas grises” haciendo una lista de comportamientos
aceptables y comportamientos no aceptables para los miembros de su
iglesia.
Algunas veces, estas listas podrían llamarse “listas de
santidad geográfica”. Esto se debe a que, en diferentes partes del
mundo, y aun en diferentes partes de un mismo país, varía mucho lo
que los creyentes consideran un comportamiento correcto o
incorrecto para un discípulo de Jesús. Cuando yo era recién
convertido, viajé ochocientos kilómetros para asistir a la universidad
y prepararme para el seminario y el ministerio.
La iglesia en la que llegué a la fe en Cristo tenía un pequeño
librito azul en el que estaban enunciadas todas las cosas que un
creyente de esa iglesia no podía hacer. Una persona no era aceptada
como miembro de esa iglesia, y nunca podría llegar a ser líder de esa
congregación, si no aceptaba ese pequeño librito azul de pautas para
el comportamiento del creyente. Una de las cosas que se prohibía
hacer era fumar tabaco.
Cuando llegué a una pequeña iglesia de montaña donde me
habían invitado a hablar un domingo por la mañana, parecía que toda
la iglesia fumaba; entre ellos, el pastor. La mayoría de la gente de esa
iglesia —incluido el pastor— se ganaba la vida cultivando tabaco.
Echando humo, el pastor me informó que yo no podía predicar en su
iglesia ese día, porque había viajado en un día domingo. ¡Me dijo que
cualquier predicador debería saber que es pecado viajar un día
domingo! Mientras yo estaba boquiabierto ante el hecho de que un
pastor estuviera fumando, este hombre me presentó algo que no
estaba en el librito azul que tenía mi iglesia, a tantos cientos de
kilómetros de distancia.
Muchos años después, cuando ya hacía décadas que yo era
pastor, visité a un “apóstol Pablo” moderno en Grecia. Este hombre
era abogado y pastor de la “Iglesia Libre de Grecia”. En esa época,
en Grecia, era ilegal tener cualquier iglesia que no fuera la Ortodoxa
Griega. Ese hombre pasaba gran parte de su tiempo sacando a su
gente de la cárcel. También tuve el privilegio de predicar en su gran
iglesia en Atenas, y en algunas de las setenta iglesias hijas en lugares
como Corinto y Tesalónica.
26. Fascículo No. 32: Romanos, versículo por versículo (Cuarta parte)
26
Cuando terminamos de comer, él predicó elocuentemente el
evangelio en idioma griego a toda la gente que estaba en el
restaurante. Aunque no entendí las palabras que decía, me conmovió
ver las lágrimas que caían por los rostros de las personas que lo
escuchaban.
Mientras comíamos, me sorprendió ver que este pastor bebía
vino. En el librito azul que ya mencioné, estaba prohibido cualquier
tipo de bebida alcohólica. Me habían enseñado que quienes bebían
bebidas alcohólicas no eran, definitivamente, cristianos auténticos.
Hacia el final de esa semana, el pastor me preguntó si me había
ofendido el hecho de que él bebiera vino. Respondí que Pablo había
escrito que debíamos beber un poco de vino. Él, que sin duda sabía
muy bien el griego, me contestó: “Oh, Pablo le escribió eso a
Timoteo porque Timoteo estaba enfermo. Si hubiera estado bien, le
habría escrito: ‘¡Toma mucho vino!’”.
Aprendí que viajar a ochocientos kilómetros de mi ciudad, o
cruzar un océano, me hacían entrar en un “librito azul” diferente de
pautas de lo que se considera comportamiento correcto o incorrecto
para un discípulo de Jesús. Por eso, encarar el comportamiento
cristiano guiándose por un “librito azul” es algo que puede
considerarse “santidad geográfica”.
Cuando los pecadores reciben la convicción de sus pecados,
algunas veces determinan que todo su comportamiento anterior al
nuevo nacimiento no solo es malo para ellos, ahora que se han
convertido en creyentes en Jesús, sino que ese estilo de vida y todo lo
que está relacionado con él también es malo para todos los demás
creyentes. Además, algunas veces, los creyentes están convencidos
de que cada vez que el Espíritu Santo los convence de que algo es
malo para ellos, esa actividad también es incorrecta para todos los
demás creyentes de su iglesia.
No estoy refiriéndome ahora a esos temas definidos en blanco
o negro que mencioné anteriormente, como pecados que están
claramente prohibidos en la Biblia. En este capítulo, Pablo enseña
varios principios de aplicación que deben aplicarse al
comportamiento de los creyentes: lo que vestimos, comemos,
bebemos, si consideramos que el domingo es el día del Señor y debe
ser guardado como día de reposo, lo que consideramos
entretenimientos mundanos y muchos otros temas que no están
claramente expuestos en la Biblia. Por ejemplo, en la Biblia no se
habla sobre el fumar tabaco. Cuando los creyentes están de acuerdo
en que cierto comportamiento es equivocado, y ese comportamiento
no es mencionado en la Biblia, a esa “zona gris” la llamamos “tabú”.
Por ejemplo: en un manual de normas de un seminario, a
principios del siglo XIX, se enseñaba que dormir con almohada o
tomar baños calientes eran actividades equivocadas y pecaminosas,
ya que se trataba de “comodidades mundanas”. Pero, en la
actualidad, yo no conozco a nadie que crea estos tabúes y los
practique. Sin embargo, quienes tienen opiniones muy firmes sobre
sus tabúes están convencidos de que estos temas son tratados, en
principio, en la Biblia. Creen y enseñan, por ejemplo, que fumar está
mal porque, obviamente, no es sano. Pero aún no he visto ninguna
iglesia que tenga a la obesidad en su pequeño “librito azul”, aunque
27. Fascículo No. 32: Romanos, versículo por versículo (Cuarta parte)
27
los médicos nos dicen que el sobrepeso puede reducir la expectativa
de vida en un tercio. Los creyentes, aparentemente, no se han puesto
de acuerdo en que la obesidad pueda considerarse un tabú.
Le comparto toda esta perspectiva a manera de introducción,
para que usted pueda apreciar esta obra maestra que Pablo le ha dado
a la iglesia de Roma, que nos muestra cómo ser una colonia de amor
y del cielo en la tierra mientras resolvemos los conflictos que nos
dividen.
En el cierre de esta Carta a los Romanos, Pablo dedica treinta
y seis versículos a tratar el mismo tema al que dedicó tres capítulos
enteros en su primera carta a los corintios (1 Corintios 8-10). Ese
tema es, básicamente, cómo vivir aquí abajo con los santos que
conocemos, cuando no estamos de acuerdo con ellos. En ambos
pasajes de la Biblia, Pablo enseña profundos principios que deberían
regir nuestras actitudes y nuestras relaciones en cuanto a los temas
que nos dividen como creyentes, al tiempo que cuidamos las
relaciones que tenemos con Cristo y entre hermanos.
En la Epístola a los Corintios, había un tema principal.
Muchos de los creyentes corintios adoraban ídolos antes de ser
llamados a la salvación y a vivir como hermanos en Cristo por medio
del ministerio del apóstol Pablo. La carne que había sido sacrificada
en los templos de esos ídolos se vendía, después, a un precio menor,
en los mercados de Corinto.
Esta adoración de ídolos implicaba una terrible inmoralidad.
Muchos discípulos corintios de Jesús creían que no había problema
en que un creyente comprara esa carne y la comiera. Quienes habían
participado activamente de esa adoración de ídolos creían que era
pecado comer esa carne que había estado relacionada con el terrible
pecado de la idolatría y el estilo de vida que estaban tratando de dejar
atrás para siempre. Este asunto fue causa de una gran disputa en la
iglesia de Corinto.
El argumento básico de Pablo, en estos tres capítulos que
escribió a los corintios, es que el asunto no es si es correcto o no
comer de esa carne. Lo más importante, lo fundamental, es: “¿Cuánto
amas a ese hermano o hermana que cree que está mal comer de esa
carne? Cristo los amó tanto que murió por ellos. ¿Los amas tú lo
suficiente como para renunciar a tu derecho de comer un plato de esa
carne para que ellos no tropiecen ni se ofendan?”.
Además del principio del amor, Pablo concluye esos tres
capítulos con tres principios por los que deberían guiarse los
corintios —y nosotros— en la aplicación de esta enseñanza (1
Corintios 10:30, 31). El primer principio es: “Si, pues, coméis o
bebéis, o hacéis otra cosa, hacedlo todo para la gloria de Dios”. El
segundo principio es la salvación de otros, con lo cual Pablo se
refiere a la bendición y edificación espiritual del hermano más débil,
que cree que está mal comer de esa carne. El tercer principio es
asegurarnos de no estar buscando nuestro propio beneficio.
Pablo llama a quienes creían que no debía comerse esa carne
“el hermano débil”. Y comienza este gran pasaje a los romanos
presentando este mismo concepto. Debemos recibir, es decir, aceptar
en nuestra comunidad de fe, a los débiles. Después, escribe estos
28. Fascículo No. 32: Romanos, versículo por versículo (Cuarta parte)
28
treinta y seis versículos en los cuales habla sobre los asuntos que
causan disputas entre los creyentes de Roma.
Como clave para este extenso pasaje bíblico, quisiera
comenzar mi comentario con una introducción resumida de lo que
Pablo enseña aquí. Si leemos la Biblia sin buscar nada,
probablemente no encontraremos nada. Las próximas páginas le
mostrarán qué buscar cuando estudie la forma en que Pablo concluye
esta carta.
Al leer y estudiar este pasaje, observe cómo Pablo comparte
con estos discípulos de Roma principios notablemente similares a los
que enseñó a los corintios. Los desafía a resolver estos conflictos
según su conciencia (vv. 14, 22, 23). Alguien ha dicho que la
conciencia es aquella vocecita pequeña que nos hace sentir aun más
pequeños.
La conciencia no es una guía segura ni infalible, ya que está
condicionada por lo que nos han enseñado nuestros padres o los
creyentes que fueron nuestros padres espirituales cuando éramos
niños espirituales. Los tabúes que nos han enseñado los demás
pueden estar basados en la Biblia, o no. Quizá representen un
comportamiento que es absolutamente correcto, o equivocado. Si
creemos que ese comportamiento es incorrecto, no debemos ignorar
lo que nuestra conciencia nos dice. Pero, si nuestra conciencia no es
una guía infalible para nosotros mismos, no debemos esperar que lo
sea para otros creyentes.
Otro principio que Pablo comparte con estos creyentes
romanos es que estos temas deben ser resueltos por convicción.
Cuando el Espíritu Santo nos da la convicción de que cierto
comportamiento no es correcto para nosotros, y no es algo que
nuestros padres u otro creyente nos haya enseñado, la clave de
nuestra relación con Él es nuestra obediencia personal. Poco después
del día de Pentecostés, Pedro proclamó que el Espíritu Santo es dado
a quienes lo obedecen (Hechos 5:32). Siempre debemos someternos a
la convicción del Espíritu Santo.
Sin embargo, esto plantea una importante pregunta: “Cuando
el Espíritu Santo nos convence de que algo no es correcto para
nosotros, ¿significa que no lo es, tampoco, para todos los demás
creyentes?”. Mi conciencia no debe ser la guía del comportamiento
de los demás creyentes. ¿Debe serlo la convicción que el Espíritu
Santo me da de que algo es malo? En otras palabras, ¿debemos
cumplir el rol de Espíritu Santo en las vidas de otros creyentes?
¿Convence el Espíritu Santo a todos los creyentes de la misma
manera en estos asuntos? ¿Es posible que, debido a cómo era mi vida
antes que yo fuera creyente, determinado comportamiento sea
incorrecto para mí, pero no lo sea para otros creyentes?
Esto nos lleva a un tercer principio que Pablo enseña a los
discípulos en conflicto que eran parte de la iglesia de Roma en el
primer siglo. Les enseña el mismo principio que enseña a los
corintios. Desafía a ambas iglesias a resolver sus disputas teniendo
en cuenta el principio de la consideración. Las exhorta a tener en
cuenta la conciencia y las convicciones del otro creyente.
Pablo elogió a los creyentes de Corinto que sabían que no
tenía nada de malo comer carne que había sido sacrificada a un ídolo,
29. Fascículo No. 32: Romanos, versículo por versículo (Cuarta parte)
29
porque ese ídolo era simplemente madera, piedra, oro y plata que no
tenía nada que ver con el único y verdadero Dios que llegamos a
conocer a través de Cristo. Pero escribió: “no todos tienen ese
conocimiento. Algunos, que son débiles, creen que está mal comer
esa carne” (ver 1 Corintios 8:4-13). El asunto, entonces, era cuánto
ellos amaban a ese hermano más débil.
Pablo presenta este mismo principio a los romanos con estas
bellas palabras: “Porque ninguno de nosotros vive para sí, y ninguno
muere para sí” (Romanos 14:7). Basándonos en nuestra conciencia y
en la convicción dada por el Espíritu Santo, podemos tener libertad
para practicar cierto comportamiento o no practicarlo. Pero, así como
escribió a los corintios, Pablo escribe a estos romanos que no todos
los creyentes tienen esa misma libertad. El principio rector es cuánto
amamos al hermano más débil que no tiene esa misma libertad que
nosotros, por nuestra conciencia y nuestras convicciones, tenemos.
Alguien ha dicho que tenemos la libertad de blandir un puño, pero
que esa libertad termina en la punta de la nariz de la otra persona.
Esto nos lleva a un cuarto principio que Pablo enseña a los
romanos, como lo ha enseñado en su Carta a los Corintios. Ese
principio es la caridad, es decir, el amor que enseña en su gran
capítulo sobre el amor. Pedro escribió que “el amor cubrirá multitud
de pecados” (1 Pedro 4:8). En la Carta a los Corintios, ese capítulo
sobre el amor era la solución para todos los problemas de la iglesia
corintia. Finalmente, como dice Pablo al tratar estas disputas entre
los discípulos de Roma, la solución que pondrá fin a los problemas,
cuidando al mismo tiempo la relación entre los hermanos, será el
amor de Cristo.
Disputas entre los discípulos, versículo por versículo
“Recibid al débil en la fe, pero no para contender sobre
opiniones. Porque uno cree que se ha de comer de todo; otro, que es
débil, come legumbres. El que come, no menosprecie al que no come,
y el que no come, no juzgue al que come; porque Dios le ha recibido.
¿Tú quién eres, que juzgas al criado ajeno? Para su propio señor está
en pie, o cae; pero estará firme, porque poderoso es el Señor para
hacerle estar firme.
“Uno hace diferencia entre día y día; otro juzga iguales todos
los días. Cada uno esté plenamente convencido en su propia mente.
El que hace caso del día, lo hace para el Señor; y el que no hace caso
del día, para el Señor no lo hace. El que come, para el Señor come,
porque da gracias a Dios; y el que no come, para el Señor no come, y
da gracias a Dios. Porque ninguno de nosotros vive para sí, y ninguno
muere para sí. Pues si vivimos, para el Señor vivimos; y si morimos,
para el Señor morimos. Así pues, sea que vivamos, o que muramos,
del Señor somos” (Romanos 14:1-8).
Pablo escribe que la iglesia debe recibir al que es débil, pero
tratando de evitar entrar en disputas con él. Quiere decir que
debemos aceptar plenamente a los nuevos creyentes que son débiles
en la fe porque no han tenido tiempo de aprender y crecer en Cristo.
Estoy convencido de que se refiere a que no debemos involucrarnos
inmediatamente en una discusión con ellos por problemas que ellos
30. Fascículo No. 32: Romanos, versículo por versículo (Cuarta parte)
30
tienen por ser nuevos creyentes. Pablo escribió un consejo similar a
Timoteo cuando le enseñó cómo alcanzar, enseñar o aconsejar a
personas “difíciles” (2 Timoteo 2:23-26).
En los capítulos 9 al 11 de su Carta a los Romanos, Pablo
escribió que Dios deseaba poner celosos a los judíos cuando vieran la
relación de amor que los gentiles tenían con Dios y entre sí, en
Cristo. Debemos vivir el amor de Cristo delante de estos nuevos
creyentes de tal forma que ellos deseen conocer todo lo posible sobre
cómo el hecho de que estemos apartados para Cristo nos da la calidad
de vida que disfrutamos con Él y con nuestros hermanos en Él.
Entonces, ellos también desearán intensamente ser santos y vivir
vidas apartadas para Cristo.
Dios respondió las muchas preguntas que Job tenía,
revelándose a él y estableciendo una relación con él. De la misma
manera, cuando los recién convertidos lleguen verdaderamente a
conocer a Dios a través de Cristo, sus preguntas serán respondidas.
También tendrán el modelo adecuado del énfasis en la santificación,
que es ser apartados para Cristo y, como consecuencia de esa
relación, apartados de nuestros pecados.
El gran apóstol trata las disputas relativas a las comidas.
Dado que en el relato de la creación en el Génesis se nos dice que
Dios nos dio hierbas para comer, había creyentes de la iglesia de
Roma (probablemente judíos) que creían que solo se deben comer
vegetales. Pablo llama “débiles” a estos vegetarianos, lo cual implica
que no estaba de acuerdo con ellos.
Pablo utiliza una bella metáfora para exhortar a quienes
comen carne a no juzgar a los vegetarianos. Cuando el apóstol
escribió esta carta, la mitad de los habitantes de Roma eran esclavos.
Sus lectores, por consiguiente, comprendían esta metáfora. Los
esclavos respondían ante sus amos y debían rendirles cuentas
absolutamente de todo. Pablo comenzó esta carta diciendo que tanto
él como ellos eran esclavos del Señor Jesucristo. Ahora les enseña
que no tienen derecho a juzgar a su hermano en Cristo, que es
esclavo como ellos. Ambos deben rendir cuentas a su Amo, el Señor
Jesucristo; no rendirse cuentas entre sí.
Después, trata el tema de la observancia de días especiales. El
problema, obviamente, era la observancia del día de reposo judío y
todas las prohibiciones que este implicaba. Una de las pruebas más
firmes de la resurrección de Jesucristo es que los apóstoles judíos
cambiaron el día de adoración del séptimo de la semana al primero.
Ellos nunca llaman “día de reposo” a este día. No fue que
simplemente cambiaron su día de reposo de sábado a domingo, sino
que llamaron al domingo “el día del Señor”. Obviamente, cambiaron
su día de adoración porque su Señor resucitó de los muertos el primer
día de la semana.
Además del asunto de cuál es el día de reposo, algunos
discípulos romanos creían que el día del Señor debía ser considerado
como un día de reposo, con observancias muy especiales. Muchos
creyentes, en la actualidad, consideran que el domingo es el día de
reposo y se disciplinan en ese día con muchas restricciones sobre sus
actividades. Otros se preguntan: “¿Y qué son el lunes, el martes y los
31. Fascículo No. 32: Romanos, versículo por versículo (Cuarta parte)
31
demás días de la semana?”. Están plenamente convencidos de que
todos los días son “el día del Señor”; es decir, valoran de igual
manera a todos los días.
Aparentemente, se trata del mismo problema que existía en la
primera generación de la iglesia neotestamentaria en Roma: “Uno
hace diferencia entre día y día; otro juzga iguales todos los días.
Cada uno esté plenamente convencido en su propia mente” (v. 5).
Dado que es una “zona gris” en opinión del apóstol, no declara
ninguna posición como correcta o incorrecta. Simplemente establece
que cada persona debe estar plenamente convencida en su mente.
Quienes no están de acuerdo deben actuar con amor, respeto y
aceptación de la integridad espiritual y el derecho de quienes tienen
un punto de vista diferente del suyo.
Una declaración contemporánea sobre la unidad que muchos
creyentes aceptan y que está basada en este pasaje es: “En lo
esencial, unidad; en lo no esencial, libertad; y en todas las cosas,
amor”. Eso resume el inspirado consejo de Pablo a estos romanos
con respecto a sus comidas y la observancia de días especiales. Una
de las más bellas declaraciones de este principio en los escritos de
Pablo es: “Porque ninguno de nosotros vive para sí, y ninguno muere
para sí. Pues si vivimos, para el Señor vivimos; y si morimos, para el
Señor morimos. Así pues, sea que vivamos, o que muramos, del
Señor somos” (vv. 7, 8).
Todo lo que hacemos, lo hacemos para el Señor. Aunque el
énfasis, aquí, está en las relaciones horizontales que tenemos unos
con otros en la comunidad espiritual, nunca debemos olvidar las
profundas palabras que Dios le dijo a Abraham: “Yo soy el Dios
Todopoderoso; anda delante de mí y sé perfecto”. Este versículo
podría parafrasearse así: “Yo soy el Dios Todopoderoso; sírveme
fielmente y vive una vida irreprochable” (Génesis 17:1).
Después, Pablo coloca ante sus lectores la máxima realidad y
el perfecto ejemplo de lo que está enseñando: “Porque Cristo para
esto murió y resucitó, y volvió a vivir, para ser Señor así de los
muertos como de los que viven.
“Pero tú, ¿por qué juzgas a tu hermano? O tú también, ¿por
qué menosprecias a tu hermano? Porque todos compareceremos ante
el tribunal de Cristo. Porque escrito está:
“Vivo yo, dice el Señor, que ante mí se doblará toda rodilla,
“Y toda lengua confesará a Dios.
“De manera que cada uno de nosotros dará a Dios cuenta de
sí.
“Así que, ya no nos juzguemos más los unos a los otros, sino
más bien decidid no poner tropiezo u ocasión de caer al hermano”
(Romanos 14:9-13).
Después de enseñar que todos debemos rendir cuentas, como
esclavos, ante nuestro Amo y Señor, Jesucristo, Pablo ahora explica
cómo funciona esta rendición de cuentas final. Jesucristo no es solo
el Señor de los vivos, sino Aquel a quien ha sido encomendado todo
juicio; Él será juez de los muertos, también (ver Juan 5:22).
Pablo suele incorporar esta perspectiva en sus enseñanzas;
así, les recuerda a quienes construyeron sobre el fundamento de su