1. Fascículo No. 33: El Sermón del Monte
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INSTITUTO BÍBLICO DEL AIRE
FASCÍCULO INTERNACIONAL NÚMERO 33
EL SERMÓN DEL MONTE
VERSÍCULO POR VERSÍCULO
(Mateo 5, 6 y 7)
Introducción
El primer retiro cristiano
(Mateo 4:23-5:1)
Muchas personas que ni siquiera afirman ser seguidores de
Cristo aprueban las enseñanzas de Jesús que podemos encontrar en el
Sermón del Monte. Intelectuales, políticos y poetas de todas las
épocas han citado porciones de su enseñanza sin haber conocido
jamás a Aquel que predicó ese sermón. Quizá no haya pasaje alguno
de la Biblia más citado —y menos comprendido— que este discurso
de Jesús que vamos a estudiar ahora.
El contexto del Sermón del Monte
Es importante ver el contexto antes de estudiar el contenido
de este gran discurso. Encontramos la descripción que Mateo hace
del contexto en que fue predicado este sermón cuando leemos:
“Y recorrió Jesús toda Galilea, enseñando en las sinagogas de
ellos, y predicando el evangelio del reino, y sanando toda
enfermedad y toda dolencia en el pueblo. Y se difundió su fama por
toda Siria; y le trajeron todos los que tenían dolencias, los afligidos
por diversas enfermedades y tormentos, los endemoniados, lunáticos
y paralíticos; y los sanó. Y le siguió mucha gente de Galilea, de
Decápolis, de Jerusalén, de Judea y del otro lado del Jordán.
“Viendo la multitud, subió al monte; y sentándose, vinieron a
él sus discípulos. Y abriendo su boca les enseñaba, diciendo:...”
(Mateo 4:23; 5:1, 2).
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Después, leemos el quinto, sexto y séptimo capítulo del
Evangelio de Mateo, que registran la profunda enseñanza que Jesús
dio en este contexto. ¿Se da cuenta usted del contexto en que fue
dada esta gran enseñanza? Yo lo llamo “el primer retiro cristiano”.
No fue, en realidad, un sermón como los que conocemos hoy en día,
sino una enseñanza dada por Jesús en medio de lo que podríamos
llamar un retiro en la cima de una montaña.
Cuando Jesús terminó sus tres años de ministerio público,
pasó sus últimas horas recluido en un aposento alto con los apóstoles
a los que había convocado y formado antes de ser arrestado y de
morir en la cruz. En ese contexto, compartió con ellos el discurso
suyo más prolongado del que tengamos registro. Yo llamo a ese
discurso “el último retiro cristiano” que Jesús tuvo con sus discípulos
(Juan 13-16).
Ya he citado la descripción que Mateo hace del contexto en
que se realizó este primer retiro cristiano. Jesús estaba sanando toda
enfermedad imaginable de quienes se habían reunido a las orillas del
Mar de Galilea. Según Mateo, estas personas eran “todos los que
tenían dolencias, los afligidos por diversas enfermedades y
tormentos, los endemoniados, lunáticos y paralíticos” (Mateo 4:24).
Leemos que quienes se habían reunido alrededor del Mar de
Galilea habían viajado “de Galilea, de Decápolis, de Jerusalén, de
Judea y del otro lado del Jordán” (v. 25). Se necesitaban
aproximadamente cuatro días para pasar desde el otro lado del Jordán
hasta Galilea, donde Jesús estaba sanando a los enfermos.
Hoy, en muchas culturas, institucionalizamos estos
problemas: los enfermos, los moribundos, los que tienen problemas
mentales, los ancianos y los veteranos de nuestras guerras
generalmente están fuera de nuestra vista y, muchas veces, también,
fuera de nuestra mente. Cuando Jesús organizó su retiro, todos los
problemas que he mencionado estaban representados en la multitud
que se había reunido alrededor del Mar de Galilea.
Si usted obtiene un título o asiste a un seminario sobre cómo
ser un ejecutivo exitoso, le dirán que, para serlo, debe aprender a
analizar, organizar, delegar, supervisar... ¡y luego agonizar!
Jesús decidió no ministrar sanidad a todas esas personas.
Invitó a algunos de sus discípulos a reunirse con Él en un nivel
superior, cerca de la cima de las colinas que se elevan gradualmente
desde el Mar de Galilea (Marcos 3:13). Esto dividió a la multitud en
dos grupos: al pie del monte estaban aquellos que eran parte del
problema. En un nivel superior de la colina, con Jesús, estaban
aquellos que deseaban ser parte de la solución de Jesús para todos los
problemas que estaban al pie del monte.
Jesús sabía bien que, dado que había aceptado las
limitaciones de un cuerpo humano y el breve tiempo que tenía aquí
en la tierra, nunca podría resolver todos esos problemas Él solo. Por
lo tanto, “analizó”, aunque sabemos que era parte de su plan desde el
principio utilizar a frágiles seres humanos como parte de su Plan
Maestro. Después, organizó este primer retiro cristiano. Marcos dice
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que Jesús, personalmente, invitó a quienes asistieron a este retiro
“para que estuviesen con él, y para enviarlos” (Marcos 3:14, 15).
Por la forma en que Jesús organizó este retiro, el desafío que
quería presentar era: “¿Eres parte del problema, o parte de la
solución?”. La estrategia de Jesús era demostrar a quienes asistieron
a ese retiro cómo podían ser parte de la solución a todos esos
problemas de la vida que representaban las personas reunidas al pie
del monte.
Juan hace una fugaz referencia al contexto de este retiro.
Escribe que grandes multitudes se acercaron a Jesús para pedir
sanidad mientras Él estaba en una colina con sus discípulos (Juan
6:1-3). Juan escribió su Evangelio muchas décadas después que
fueron escritos los Evangelios de Mateo y Marcos. Probablemente
conocía lo que Mateo había escrito, pero, dado que sus prioridades
eran otras, prefirió no explayarse sobre el contexto de este discurso.
Es Mateo quien nos da la mayor cantidad de detalles sobre el
contexto y el contenido del Sermón del Monte.
Un estudioso resume el entorno en que fue dada esta gran
enseñanza diciendo que Jesús presenta tres profundas verdades al
crear el contexto para este gran sermón. Cuando convoca a discípulos
de en medio de esa multitud para que sean parte de su solución,
vemos la crisis que implica llegar a ser cristiano. Las ocho
bienaventuranzas son el sermón y bosquejan el tipo de carácter que
implica ser cristiano. Las cuatro metáforas que siguen a las
bienaventuranzas y todo el resto de su enseñanza en los capítulos 5, 6
y 7 representan el desafío de la confrontación del carácter cristiano
con una cultura pagana.
Con esta breve introducción, mi oración es que, juntos, nos
adentremos en la Palabra de Dios, y permitamos que la Palabra de
Dios entre en nosotros. Lo invito a estudiar este Sermón del Monte
porque estoy seguro de que cambiará su vida, como cambió la de
aquellos que lo escucharon aquel día y luego salieron a dar vuelta el
mundo.
Capítulo 1
El contenido del Sermón del Monte
Actitudes para venir
(Mateo 5:3-6)
Jesucristo predicó este sermón en la cima de un monte de
Galilea en el cual desafió a personas que profesaban ser sus
discípulos a ubicarse estratégicamente entre el amor de Dios y el
dolor de las personas sufrientes de este mundo. Jesús desafió a sus
discípulos a colaborar con Él y ser canales de su amor. Y concluyó su
sermón con un impresionante llamado al compromiso. Después,
designó a doce hombres que habían escuchado este sermón para que
fueran sus “apóstoles” o “enviados”. Esos apóstoles vivieron y
murieron por Jesús haciendo discípulos para Él por todo el mundo.
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Ahora que hemos considerado el contexto, estamos listos para
estudiar el contenido de este gran sermón. Leemos:
“Bienaventurados los pobres en espíritu, porque de ellos es el reino
de los cielos. Bienaventurados los que lloran, porque ellos recibirán
consolación. Bienaventurados los mansos, porque ellos recibirán la
tierra por heredad. Bienaventurados los que tienen hambre y sed de
justicia, porque ellos serán saciados” (5:3-6).
Jesús comienza enseñando a sus discípulos ocho actitudes,
llamadas “bienaventuranzas”, porque cada una comienza con la
palabra “bienaventurados” (es decir, “benditos”). Jesús está
prometiendo bendecir al discípulo que tiene cada una de estas
actitudes. Esta palabra, “bienaventurados”, puede significar ‘felices’,
‘espiritualmente prósperos’, o ‘en estado de gracia’. Cada actitud,
además, incluye una promesa referida a la forma en que esta
bendición llegará a la vida de ese discípulo.
Estas ocho actitudes benditas reflejan la mentalidad de un
discípulo de Jesús. El contexto en el que Él enseña dichas actitudes
expresa que esta forma de ver la vida hará que sus discípulos sean
parte de la solución y la respuesta de Cristo para todo el sufrimiento
del mundo representado por la multitud reunida al pie del monte.
Como discípulos de Jesús, cuando decidimos que deseamos
ser parte de la solución y dejar de ser parte del problema, lo primero
que debemos hacer es estudiar estas actitudes hasta comprenderlas y,
después, comprometernos a vivirlas cada día de nuestra vida.
Recuerde que, como aprendimos del contexto de este sermón, las
bienaventuranzas son, de hecho, el sermón mismo. El resto de su
enseñanza es la aplicación de este sermón, es decir, de las
bienaventuranzas.
Más adelante en su discurso, Jesús enseñará que las actitudes
correctas constituyen la diferencia entre una vida llena de luz
(pureza, verdad y felicidad) y una vida llena de oscuridad o
infelicidad (Mateo 6:22, 23). Y agrega el comentario de que, cuando
nuestra vida está llena de oscuridad porque tenemos actitudes
equivocadas, puede llegar a ser sumamente oscura, y seremos
sumamente desdichados.
Podríamos agregar que, cuando personas como Adolfo Hitler,
José Stalin u otros líderes perversos practican el genocidio porque
tienen una mentalidad equivocada, pueden producir una gran
oscuridad en las vidas de millones de personas. Por eso, Jesús
predicó y aplicó en su primer retiro lo que podríamos llamar “un
control del cuello para arriba”.
Actitudes para venir
Las ocho bienaventuranzas se dividen en dos grupos de
cuatro actitudes cada uno. A lo largo de toda la Biblia, cuando Dios
recluta líderes para su obra, vemos emerger un patrón. Estos líderes
tienen lo que podríamos llamar “una experiencia de venir” y “una
experiencia de ir”. Tienen una experiencia de venir a Dios muy
significativa, antes de tener una salida fructífera en nombre de Dios.
Las primeras cuatro bienaventuranzas presentan las actitudes que
implica el venir a Dios, y las segundas cuatro bienaventuranzas
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presentan las actitudes que implica el salir para Dios.
Algunas cosas, como los talentos, pueden desarrollarse en la
soledad, pero el carácter debe desarrollarse en medio de la corriente
de la humanidad, mientras nos relacionamos con otras personas. Las
primeras cuatro bienaventuranzas se desarrollan en la cima del
monte, en lo que Jesús luego llamará nuestro “aposento”, es decir,
nuestras experiencias privadas con Dios (Mateo 6:6). Aprendemos y
cultivamos las primeras cuatro bienaventuranzas en nuestra relación
privada con Dios, pero el segundo conjunto de bienaventuranzas
deben ser aprendidas y desarrolladas mientras nos relacionamos con
las personas.
Los pobres en espíritu
La primera bienaventuranza es: “Bienaventurados los pobres
en espíritu, porque de ellos es el reino de los cielos” (Mateo 5:3).
Esta primera actitud bendita está relacionada con la pregunta que los
líderes religiosos le hicieron a Juan el Bautista: “¿Qué dices de ti
mismo?” (Juan 1:22). Si no tenemos la actitud correcta hacia
nosotros mismos, nunca seremos una de las soluciones del Señor.
La promesa que describe la bendición que esta actitud trae a
la vida de un discípulo significa, simplemente, que hemos hecho de
Jesucristo nuestro Salvador, Señor y Rey personal. Ser parte del reino
de los cielos es otra manera de decir que somos súbditos del Rey de
reyes y Señor de señores, Aquel que es la Solución. Esta es la
primera actitud que debemos tener para ser parte de la solución para
la necesidad humana que Cristo desea llevar, a través de sus
discípulos, a las personas que sufren en este mundo.
Los estudiosos nos dicen que las palabras “pobres en espíritu”
pueden traducirse, también, como ‘quebrantados en espíritu’. Lo cual
significa que esta actitud es de quebrantamiento, algo que vemos en
las vidas de quienes Dios llama y prepara para un ministerio especial.
A medida que lee la Biblia, observe cómo Dios enseña esta primera
bienaventuranza a quienes llama para hacer grandes obras para gloria
de Él. Por ejemplo, Jacob experimentó el quebrantamiento cuando
luchó toda la noche con un ángel (Génesis 32:24-32).
Personas como Jacob, Moisés y el apóstol Pedro tuvieron que
aprender tres lecciones mientras Dios los hacía pobres en espíritu:
Aprendieron que no eran nadie; aprendieron que eran alguien, y
aprendieron lo que Dios puede hacer con alguien que ha aprendido
que no es nadie. Una conocida paráfrasis de esta primera
bienaventuranza que Jesús enseñó dice: “Eres bendecido cuando
estás al final de tus fuerzas. Si hay menos de ti, hay más de Dios y de
su gobierno” (5:3).
En resumen, el estado de gracia al que Jesús llama “ser pobre
en espíritu” es la humildad. La humildad es un concepto difícil de
comprender. Si usted piensa que es humilde, probablemente no lo
sea. Una iglesia le dio a su pastor una medalla en reconocimiento de
su humildad... ¡pero después tuvo que quitársela, porque la exhibía
todos los domingos! Demostramos que comprendemos lo que es ser
humildes cuando oramos de esta forma: “Dios, yo no soy la solución.
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Ni siquiera puedo resolver mis propios problemas, y mucho menos,
los de otras personas. Pero sé que tú puedes. Tú eres la solución para
ellos. Si tú estás en mí, y yo estoy en relación contigo, entonces,
tengo el potencial de ser un vehículo y un canal de tu solución y tu
respuesta a medida que me relaciono con otras personas y sus
problemas”.
Los que lloran
La segunda actitud bendita es: “Bienaventurados los que
lloran, porque ellos recibirán consolación” (5:4). Jesús nos da una
lección sobre valores. ¿Nos consideramos bendecidos cuando
sufrimos? Pero Jesús promete, claramente, una bendición y un
consuelo especial para los momentos en que sufrimos. ¡De hecho,
declara un valor: que cuando sufrimos, somos bienaventurados!
Salomón, el hombre más sabio que haya vivido jamás,
concuerda con Jesús cuando escribe: “Mejor es ir a la casa del luto
que a la casa del banquete; porque aquello es el fin de todos los
hombres, y el que vive lo pondrá en su corazón. Mejor es el pesar que
la risa; porque con la tristeza del rostro se enmendará el corazón. El
corazón de los sabios está en la casa del luto; mas el corazón de los
insensatos, en la casa en que hay alegría. […]. En el día del bien goza
del bien; y en el día de la adversidad considera. Dios hizo tanto lo
uno como lo otro” (Eclesiastés 7:2-4, 14).
En otras palabras: “Bienaventurados los que lloran”. Salomón
escribe que es una experiencia solemne para nosotros ir a un funeral
y ver el cuerpo de alguien que amamos o conocemos y que ha
dejado esta vida. Nos conmueve profundamente, porque sabemos, sin
duda alguna, que en algún momento, será nuestro cuerpo el que vaya
a ser sepultado. Salomón declara que nuestro sistema de valores está
más de acuerdo con los valores eternos que Dios desea enseñarnos
cuando estamos en un funeral. Así que es mejor ir a un funeral que a
una fiesta.
Los creyentes, a veces, tienen el concepto equivocado de que,
si demuestran señales de dolor por la pérdida de un ser querido, su fe
es débil. Jesús asistió al funeral de alguien que amaba, y lloró tanto
que los que lo veían dijeron: “Mirad cómo le amaba” (Juan 11:36).
Una interpretación y aplicación preliminar de esta segunda
bienaventuranza es que nunca debemos reprimir nuestro dolor.
Pablo escribió que, cuando perdemos a seres amados que son
creyentes, no debemos sufrir como los incrédulos que no tienen
esperanzas de volver a ver a su ser amado (1 Tesalonicenses 4:13).
Cuando David perdió a su hijo, expresó la esperanza y el dolor del
duelo piadoso cuando dijo: “Yo voy a él, mas él no volverá a mí” (2
Samuel 12:23). Nuestra esperanza es que veremos en el cielo a ese
ser amado que también llegó a conocer a Jesucristo como su Señor y
Salvador. Pero el dolor genuino que sufrimos está basado en la
realidad innegable de que pasaremos el resto de nuestra vida sin esa
persona amada.
Si queremos descubrir la bendición y el consuelo que Jesús
nos prometió en nuestro duelo, debemos permitir que Dios utilice
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nuestro dolor para conmovernos de tres maneras: Primero, debemos
permitir que nuestro dolor nos lleve al punto en que hagamos las
preguntas correctas, tal vez, por primera vez en nuestra vida. Muchas
personas andan por la vida sin hacer jamás las preguntas correctas.
Pero hay preguntas que Dios desea que hagamos cuando estamos de
duelo.
Job es un buen ejemplo de esto. Perdió a diez hijos, todas sus
posesiones y, finalmente, su salud. A lo largo de su experiencia de
sufrir grandes pérdidas, Job permitió que ese dolor lo llevara al punto
en que hizo las preguntas correctas. Formuló grandes preguntas,
como por ejemplo: Un hombre muere. Su espíritu lo abandona.
Expira... ¿y adónde va después? Si un hombre muere, ¿puede volver
a vivir? (Job 14:10-14). Estos son ejemplos de las preguntas
correctas que Dios quiere que hagamos.
La segunda forma en que Dios desea conmovernos cuando
estamos de duelo es que ese sufrimiento nos lleve al punto en que
escuchemos sus respuestas para las preguntas correctas. Job recibió
una gran respuesta a su pregunta en medio de lo peor de su
sufrimiento, cuando recibió una revelación del Mesías. Entonces
exclamó: “Yo sé que mi Redentor vive, y al fin se levantará sobre el
polvo” (Job 19:25).
Quizá, Dios no nos dé a nosotros una revelación sobrenatural,
como le dio a Job, pero la Biblia está llena de respuestas suyas a esas
preguntas correctas. Mi salmo favorito es el Salmo del Pastor, de
David (el Salmo 23), donde encuentro muchas respuestas.
Jesús nos dio una gran respuesta cuando asistió a aquel
funeral en el que lloró tanto. Junto al sepulcro, desafió a una persona
amada que también estaba sufriendo el duelo, con estas palabras:
“Yo soy la resurrección y la vida; el que cree en mí, aunque esté
muerto, vivirá. Y todo aquel que vive y cree en mí, no morirá
eternamente. ¿Crees esto?” (Juan 11:25, 26).
La pregunta de Jesús al final de ese desafío junto al sepulcro
nos indica la tercera forma en que Dios desea llevarnos hacia la
bendición prometida por Jesús cuando estamos sufriendo: Si
queremos descubrir la bendición y el consuelo que Jesús prometió a
quienes lloran, debemos permitir que nuestro dolor nos lleve al punto
en que creamos las respuestas de Dios para las preguntas correctas, y
confiemos en ellas.
Cuando creemos en las respuestas que Dios da a las preguntas
correctas, descubrimos que la bendición y el consuelo que Jesús
prometió a los que lloran es lo que la Biblia llama “salvación”. Esta
palabra, simplemente, significa ‘ser librado’. Podemos experimentar
la liberación inicial de la salvación o la liberación que necesitamos
de la angustia y la depresión. Podemos vivir las experiencias más
importantes de nuestra vida cuando nuestro dolor nos lleva a
preguntar, escuchar y creer.
El contexto de esta enseñanza revela otra interpretación y
aplicación de la segunda bienaventuranza. La estrategia de Jesús, en
este retiro, es: “Miren hacia abajo. ¿Ven toda esa gente? Esas
personas están sufriendo. ¿Verdaderamente creen que pueden bajar y
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ser parte de su solución, parte de la respuesta para sus trágicos
problemas, sin sufrir ustedes mismos en algún momento?”. La
palabra “compasión” significa ‘sentir con’. ¿Cómo podremos
“sentir con” las personas que sufren si no sufrimos jamás?
Alguien ha dicho que “un evangelista es un mendigo que le
dice a otro mendigo dónde puede encontrar pan”. Un sanador herido,
que ha sufrido y ha sido consolado por Dios, es “un corazón sufriente
que le dice a otro corazón sufriente Quién es el Consolador, y dónde
está”. Muchas personas pueden testificar que creían en Dios y sabían
acerca de Él, pero no lo conocieron hasta que experimentaron un
grado tal de sufrimiento en el que solo Dios podía consolarlas.
Cuando se vieron forzadas a descubrir al Consolador, establecieron
una relación con Dios.
Una conocida paráfrasis expresa elocuentemente esta segunda
bienaventuranza: “Eres bendito cuando sientes que has perdido lo
que era más valioso para ti. Solo entonces podrá abrazarte Aquel que
es el más valioso para ti” (Mateo 5:4, * The Message).
Descubrimos otra faceta de esta segunda bienaventuranza
cuando la relacionamos con la primera. Muchas veces, lloramos
mientras aprendemos que somos pobres en espíritu. El temor al
fracaso acosa y moviliza a muchas personas, porque es muy doloroso
fallar. Cuando fracasamos, lloramos. Pero el fracaso personal es la
herramienta preferida de Dios para convencernos de que no podemos
hacer nada sin Él. Moisés y Pedro sufrieron dolorosos fracasos
mientras aprendían que eran pobres en espíritu, antes que Dios
pudiera usarlos con poder.
Los mansos
La próxima actitud bendita que Jesús pone delante de
nosotros tiene que ver con lo que deseamos: “Bienaventurados los
mansos, porque ellos recibirán la tierra por heredad”. ¿Qué es la
mansedumbre? La mansedumbre, quizá, es la peor comprendida y
aplicada de estas ocho hermosas actitudes. La mansedumbre no es
debilidad. Escuchamos a Jesús decir: “Yo soy manso” (Mateo
11:29). Cuando llegamos a conocer al Jesucristo que nos presenta la
Biblia, nos damos cuenta de que no era manso en el sentido de ser un
hombre débil y flojo.
El Antiguo Testamento dice que Moisés fue el hombre más
manso que jamás haya vivido (Números 12:3). Al leer el Antiguo
Testamento, cuando llegamos a conocer a Moisés, ¿da la impresión
de ser un hombre débil? Ni Jesús ni Moisés eran débiles por ser
mansos.
Podemos comprender mejor el significado de la palabra
bíblica “manso” si pensamos en un caballo brioso que no ha sido
domado. Es un animal muy fuerte, de voluntad firme. Las personas
que son expertas en el manejo de estos animales deslizan suavemente
la brida sobre la cabeza del caballo y colocan el bocado con mucho
cuidado en su boca. Después, ajustan la montura sobre su lomo.
Cuando finalmente llegan al punto en que el caballo toma el bocado
* Traducción libre de la paráfrasis de la Biblia en inglés The Message
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y acepta ser controlado por él, por la brida y la persona que está
sentada sobre la montura —cuando se quebranta la voluntad del
caballo, se lo domestica—, ese caballo sigue siendo poderoso, pero
ahora es manso.
La siguiente sería una paráfrasis de lo que el Señor le
preguntó a Saulo de Tarso cuando este se encontró con el Cristo
resucitado en el camino a Damasco: “¿Por qué me persigues? ¿Por
qué tiras del bocado? ¡Es tan duro para ti!” (Hechos 9:4, 5).
Pero al hacer la pregunta: “Señor, ¿qué quieres que haga?”,
Saulo de Tarso aceptó el control del bocado, que, junto con otras
cosas, era la voluntad del Cristo resucitado para su vida. Entonces,
Saulo se volvió manso. Eso es, precisamente, lo que es la
mansedumbre.
Jesús declaró: “Yo soy manso” mientras hacía una de sus más
importantes invitaciones: “Venid a mí todos los que estáis trabajados
y cargados, y yo os haré descansar. Llevad mi yugo sobre vosotros, y
aprended de mí, que soy manso y humilde de corazón; y hallaréis
descanso para vuestras almas; porque mi yugo es fácil, y ligera mi
carga” (Mateo 11:28-30).
Las palabras utilizadas en el original indican que estas
palabras fueron dirigidas a personas que estaban trabajando al punto
de caer exhaustas para poder soportar sus agotadoras cargas.
En su invitación, Jesús llama a las personas que tienen cargas
pesadas a acercarse para aprender acerca de su carga, su corazón y su
yugo. Quiere que sepan que el yugo de Él es ligero. (Esto es
sorprendente, ya que literalmente, Jesús tenía todo el peso del mundo
sobre sus hombros). Quiere que sepan que su corazón es humilde y
manso; quiere enseñarles que es su yugo el que hace que su carga sea
ligera y su vida, fácil.
Un yugo no es una carga. Un yugo es un instrumento que
hace posible que un animal, como un buey, mueva una carga pesada.
Muchos hemos visto carros arrastrados por bueyes, con grandes
cargas apiladas. Es el yugo que lleva el buey el que hace posible que
ese animal tan fuerte pueda ser controlado de modo tal que,
fácilmente, pueda mover esa enorme carga.
Esta sencilla y profunda metáfora define la mansedumbre. La
tercera bienaventuranza, de la mansedumbre, es la fuerza bajo
control. Básicamente, Jesús enseña: “Yo tomo el yugo de la voluntad
de mi Padre sobre mí cada día”. Recuerde que Él dijo: “Yo hago
siempre lo que le agrada [al Padre]” (Juan 8:29). Ese era el yugo que
llevaba Jesús. Se sometía al yugo del Padre y estaba controlado por
el Padre en un ciento por ciento, absolutamente todo el tiempo. Esa
es la bienaventuranza de la mansedumbre que Jesús enseña a sus
discípulos.
Un yugo que encajaba bien, y que estaba bien alisado por un
buen carpintero, le hacía la vida más fácil al animal; hacía que la
carga pareciera ligera. Un carpintero como Jesús seguramente hacía
yugos que encajaban muy bien, lisos por dentro, para no irritar al
animal. Jesús enseña la bienaventuranza de la mansedumbre porque
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sabe que el yugo que Él lleva cada día hará ligeras las cargas y fácil
la vida de quienes se debaten porque no tienen yugo.
Cuando enseña la tercera bienaventuranza, Jesús dice,
básicamente: “Hay una forma correcta de vivir la vida. Si tú vives la
vida como yo lo hago, descubrirás que no estarás cargado, cansado y
trabajando hasta caer exhausto para solucionar tus problemas”. En
realidad, estaba diciendo: “Toma la vida como yo la tomo. Si aceptas
mi yugo de mansedumbre, descubrirás que puede aligerar tu carga y
facilitarte la vida, por grandes que sean los desafíos que debes
enfrentar”.
En resumen, esencialmente, les está diciendo a los que están
reunidos en la cima de la colina: “Esas personas que están allá abajo
sufren porque no saben cómo llevar la carga de la vida. No pueden
mover sus cargas porque no tienen Yugo. Pero, si ustedes confiesan
mis valores, si viven mi vida con mis actitudes, si se entrenan con las
disciplinas espirituales que yo les mostraré a medida que me sigan,
aprenderán algo acerca de mi carga, mi corazón y mi yugo, que les
dará descanso para sus almas”.
La mansedumbre es la disciplina de nuestro “querer”, de
nuestra voluntad. La palabra “disciplina” y la palabra “discípulo”
tienen la misma raíz. La promesa de Jesús que acompaña esta actitud
bendita es que el discípulo manso heredará la tierra. Esto,
simplemente, significa dos cosas: (1) Es de esperar que un discípulo
de Jesús sea una persona disciplinada, y (2) el discípulo disciplinado
gana todo cuando tiene el yugo de Jesús y de su Padre sobre su vida
todo el día, todos los días.
Los que tienen hambre y sed de justicia
La cuarta actitud bendita es: “Bienaventurados los que tienen
hambre y sed de justicia, porque ellos serán saciados” (Mateo 5:6).
Cuando somos mansos, es decir, cuando podemos decir que Jesús es
nuestro Señor y estamos sometiendo nuestra vida a su control, Jesús
nos enseña que, ahora, debemos tener hambre y sed de justicia.
Ahora podemos ver que existe un patrón: las
bienaventuranzas vienen en pares, en duplas. Lloramos mientras
aprendemos a ser pobres en espíritu y, cuando nos volvemos mansos,
tenemos hambre y sed de justicia. Justicia es, simplemente, hacer lo
correcto. Tener hambre y sed de justicia es tener hambre y sed de
saber lo que es correcto; especialmente, lo que es correcto para cada
uno de nosotros.
Apenas Pablo se volvió manso, en el camino a Damasco,
quiso saber lo que era bueno para él. Cuando llamó a Jesús “Señor” y
le preguntó qué era lo que su Señor deseaba que él hiciera, no solo
estaba ilustrando lo que es la mansedumbre, sino también, lo que es
tener hambre y sed de justicia.
La explicación de la justa indignación, o la ira de Jesús sobre
la que leemos en los Evangelios, es que lo que los líderes religiosos
estaban haciendo con el templo era contrario a lo correcto. Observe
la pasión de Jesús para hacer la voluntad de su Padre. Después, fíjese
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que la pasión por hacer lo correcto implica la pasión por confrontar y
corregir aquello que, claramente, es incorrecto.
En este Sermón del Monte, observe el énfasis de Jesús en la
vital importancia de la justicia. La última bienaventuranza es:
“Bienaventurados los que padecen persecución por causa de la
justicia, porque de ellos es el reino de los cielos” (Mateo 5:10). Dos
de las ocho bienaventuranzas tratan sobre la justicia. Más adelante,
en este capítulo, Jesús enseña: “Porque os digo que si vuestra justicia
no fuere mayor que la de los escribas y fariseos, no entraréis en el
reino de los cielos” (5:20). Además, al comienzo del sexto capítulo,
Jesús enseña: “Guardaos de hacer vuestra justicia delante de los
hombres, para ser vistos de ellos” (6:1). En la segunda mitad del
capítulo sexto, Jesús enseña valores, y llega a la conclusión de su
enseñanza sobre los valores cuando enseña el principal valor: “Mas
buscad primeramente el reino de Dios y su justicia” (6:33).
La promesa que acompaña esta bienaventuranza es que el
discípulo será lleno de esa justicia de la que tiene hambre y sed. Las
palabras utilizadas en el griego original sugieren que estará tan lleno
de justicia que se ahogará. Esto también significa que será
completamente lleno del Espíritu Santo de Dios, quien es Justicia, y
que será lleno de hambre y sed por saber que es lo que Él desea que
haga.
No pase por alto el hecho de que esta bienaventuranza no
dice: “Bienaventurados los que tienen hambre y sed de felicidad,
porque serán hechos muy felices”. Tampoco dice: “Bienaventurados
los que tienen hambre y sed de satisfacción”. Tampoco:
“Bienaventurados los que tienen hambre y sed de prosperidad,
porque serán muy prósperos”. La bienaventuranza dice:
“Bienaventurados los que tienen hambre y sed de justicia”. Y la
promesa es que serán llenos por completo de justicia y de la pasión
de hacer lo correcto.
Los grandes héroes que han enfrentado injusticias, como
quienes lograron la abolición de la esclavitud, eran devotos
discípulos de Jesucristo. Junto con el hambre y la sed de hacer lo
correcto, también tenían la pasión de atacar lo que no era correcto.
Ha habido ganadores del Premio Nobel, como Martin Luther King y
Nelson Mandela, que demostraron su hambre y sed de justicia
clamando pacíficamente contra la injusticia del racismo. Si
rastreamos la palabra “justicia” en toda la Biblia, veremos que Jesús
estaba siendo coherente con las Escrituras al hacer énfasis en el
concepto de que el discípulo que está lleno de justicia confronta la
injusticia.
Uno de mis versículos preferidos sobre la justicia es:
“Ofreced sacrificios de justicia, y confiad en Jehová” (Salmos 4:5).
El salmista no puede dormir, porque es un hombre espiritual que está
haciendo lo conveniente en lugar de hacer lo correcto. Y resuelve
hacer cualquier sacrificio que sea necesario para hacer lo correcto.
Solo entonces puede experimentar paz, dormir y descansar. Su
motivación para tomar tal decisión es que sabe que está rodeado de
12. Fascículo No. 33: El Sermón del Monte
12
personas que buscan algo bueno. Están buscando a alguien que haga
lo que es correcto, en lugar de lo más conveniente.
Cuando Jesús hace énfasis en esta integridad y justicia
personal que debe caracterizar a sus discípulos, está declarando que
la única razón por la que las personas que están al pie del monte son
miserables y desdichadas es porque están haciendo lo que casi todos
hacen. Están haciendo lo conveniente, en lugar de lo correcto.
Otro versículo que debo citar, entre los muchos que hablan de
la justicia, declara que el pueblo de Dios será llamado “árboles de
justicia, plantío de Jehová, para gloria suya” (Isaías 61:3).
El plan de Dios —y, por lo tanto, la estrategia de Jesús en
este retiro— es reclutar discípulos que sean canales de justicia
cuando regresen a esa multitud que ha quedado al pie del monte, y
que representa a los perdidos de este mundo. Su designio es que sus
discípulos sean plantados en este mundo como árboles de justicia,
para la gloria de Dios.
Capítulo 2
Actitudes para ir
(Mateo 5:7-12)
“Bienaventurados los misericordiosos, porque ellos
alcanzarán misericordia. Bienaventurados los de limpio corazón,
porque ellos verán a Dios. Bienaventurados los pacificadores, porque
ellos serán llamados hijos de Dios. Bienaventurados los que padecen
persecución por causa de la justicia, porque de ellos es el reino de los
cielos.
“Bienaventurados sois cuando por mi causa os vituperen y os
persigan, y digan toda clase de mal contra vosotros, mintiendo.
Gozaos y alegraos, porque vuestro galardón es grande en los cielos;
porque así persiguieron a los profetas que fueron antes de vosotros”
(Mateo 5:7-12).
Subir a la montaña
Uno de mis eruditos preferidos escribe que las
bienaventuranzas son como subir a una montaña: las primeras dos —
ser pobres en espíritu y llorar— nos llevan hasta la mitad del camino.
La mansedumbre nos lleva a las tres cuartas partes del camino,
mientras que tener hambre y sed, y ser saciados, nos lleva a la cima.
En otras palabras, subimos a la montaña mientras aprendemos estas
actitudes “para venir”.
Cuando un discípulo aprende las actitudes que llevan hasta la
cima del monte, ¿en qué clase de persona se transformará antes de
comenzar a descender por el otro lado de la montaña y aprender las
actitudes para ir que Cristo quiere enseñarle? ¿Será como los
fariseos, porque está lleno de justicia? ¿Mirará con desprecio a la
gente, y citará capítulos y versículos que condenan el
13. Fascículo No. 33: El Sermón del Monte
13
comportamiento de sus conocidos? Las actitudes para ir nos dan la
respuesta a estas preguntas.
Los misericordiosos
La quinta actitud bendita es “Bienaventurados los
misericordiosos, porque ellos alcanzarán misericordia” (v. 7). La
palabra “misericordia” significa ‘amor incondicional’. Cuando David
escribe que la misericordia de Dios lo seguirá todos los días de su
vida, la palabra “seguir” significa, en realidad, ‘perseguir’. David
está convencido de que el amor incondicional de Dios lo perseguirá
todos los días de su vida (Salmos 23:6).
Después de todos los horrores de la conquista de los judíos
por parte de Babilonia, Jeremías escribió sus Lamentaciones.
Mientras escribía, tuvo una revelación. Dios, básicamente, le hizo
saber que nunca iba a dejar de amar a su pueblo. Entonces, Jeremías
escribió que las misericordias, la compasión de Dios, se renuevan
cada mañana (Lamentaciones 3:22, 23).
Los primeros versículos de la profecía de Malaquías dicen:
“Profecía de la palabra de Jehová contra Israel, por medio de
Malaquías. Yo os he amado, dice Jehová”. Todo el mensaje del
profeta Oseas es sobre el amor incondicional de Dios. Dios siempre
ha amado, y es amor incondicional (1 Juan 4:16). La misericordia de
Dios retiene de nosotros lo que merecemos por causa de nuestros
pecados, y la gracia de Dios nos da en abundancia toda clase de
bendiciones que no merecemos. Una buena paráfrasis de esta
bienaventuranza sería: “Bienaventurados los que están llenos hasta
rebosar del amor incondicional de Dios”.
Es maravilloso darnos cuenta de que esta palabra,
“misericordia”, se encuentra 366 veces en la Biblia, porque Dios
sabía que la necesitaríamos todos los días (incluyendo el día extra de
los años bisiestos). Doscientas ochenta de estas menciones a la
misericordia de Dios se encuentran en el Antiguo Testamento. Dios
siempre ha sido un Dios de amor incondicional.
La promesa de Jesús para los misericordiosos es que
“alcanzarán misericordia”, lo que no solo significa que recibirán
misericordia de Dios y de aquellos a quienes muestren misericordia,
sino que serán canales del amor incondicional de Dios para las
personas que necesitan ser amadas incondicionalmente.
Para poder bajar de la cima de la montaña y ser parte de la
solución de Cristo para quienes sufren, debemos estar llenos del
amor incondicional de Dios. Los discípulos que son soluciones y
respuestas de Jesús no son fariseos que se consideran a sí mismos
justos, sino canales del amor incondicional de Dios y de Cristo.
Según Jesús, ser llenos de justicia es ser llenos del amor de Dios.
Los de limpio corazón
Cuando amamos, con frecuencia tenemos motivaciones
egoístas. Por eso es que la siguiente bienaventuranza es:
“Bienaventurados los de limpio corazón, porque ellos verán a Dios”
(v. 8). El seguidor de Cristo no ama porque desee llenar una
14. Fascículo No. 33: El Sermón del Monte
14
necesidad personal. Ama porque está lleno del amor del Cristo vivo y
resucitado, y sus motivos son puros.
La palabra “limpio”, en esta bienaventuranza, es un término
griego del cual deriva la palabra “sonda”. La misma palabra se
traduce como “purificad” en Santiago 4:8. Básicamente, lo que esta
bienaventuranza dice es que, cuando un discípulo ama con el amor
incondicional de Dios, toda motivación egoísta será “drenada”, como
por medio de una sonda, de su corazón. Por aplicación personal,
debemos orar cada día para que, si existe algo que no sea el amor de
Cristo en nuestro corazón, el Espíritu Santo lo haga drenar hacia
fuera.
Cuando hacemos algo bueno por una persona,
inmediatamente ella se pregunta cuál será nuestra verdadera
motivación. Pero el discípulo misericordioso de Jesús puede decir a
quienes ama: “No quiero nada de ti, excepto el privilegio de amarte
con el amor de Cristo”.
La promesa de Jesús para los de limpio corazón es que ellos
verán a Dios. Los canales del amor de Cristo que tienen motivos
puros verán a Dios al dar todo el amor que Cristo es, y que se aplica
a todo el dolor de las personas que sufren en este mundo. A medida
que el amor de Dios fluye a través de ellos, ellos viven en Dios, y
Dios en ellos, según el apóstol del amor (1 Juan 4:16).
Los pacificadores
La séptima bienaventuranza es: “Bienaventurados los
pacificadores, porque ellos serán llamados hijos de Dios”. La esencia
de esta actitud es que el discípulo que es una solución y una
respuesta de Jesús es un ministro de reconciliación. Uno de los
orígenes de los terribles problemas que se encuentran al pie de la
montaña es la separación. Las personas están separadas de Dios, de
los demás, y aun de sí mismas. Jesús desafía a sus discípulos a
aprender y adquirir las dinámicas actitudes que les darán la
experiencia de la reconciliación en estas tres direcciones y, después,
convertirse en ministros de reconciliación al regresar a la multitud.
Pablo escribe que a todo creyente que ha experimentado el
milagro de la reconciliación con Dios por medio de Cristo se le ha
encomendado el mensaje y el ministerio de la reconciliación (2
Corintios 5:14-6:2). Basándose en este pasaje, un teólogo ha escrito:
“Es voluntad del Reconciliador que los reconciliados sean agentes de
reconciliación en las vidas de quienes no han sido reconciliados”.
Esa es la esencia de la estrategia de Jesús al enseñar la séptima
bienaventuranza.
Durante la Guerra Fría, un cirujano de uno de los terribles
campos de concentración de esclavos en Siberia se hizo creyente.
Después de confiar en Jesús como su Salvador y Señor, este cirujano
judío llamado Boris Kornfeld decidió convertirse en ministro de
reconciliación en ese terrible lugar. Kornfeld operó a un paciente a
quien le predicó a Cristo después de la operación. Debido a este acto
de valentía, esa misma noche, fue asesinado mientras dormía. Su
paciente se recuperó y, finalmente, llegó a contar a todo el mundo los
15. Fascículo No. 33: El Sermón del Monte
15
horrores de los campos de esclavos. Este hombre se llamaba
Alexander Solzhenitsyn.
Aquel cirujano, que era un devoto discípulo, no tenía forma
de saber que su paciente llegaría a ser famoso y escribiría muchos
libros maravillosos. Simplemente estaba haciendo lo que Jesús
enseñó en la séptima bienaventuranza. La promesa de Jesús para
estos ministros de la reconciliación es que ellos serán llamados hijos
de Dios. Dios tuvo un solo Hijo, y Él fue un misionero. No es de
extrañarse, entonces, que Dios considere hijos suyos a sus enviados.
Naturalmente, esto es genérico y se aplica tanto a las mujeres como a
los hombres que son considerados hijos de Dios.
Los perseguidos
“Bienaventurados los que padecen persecución por causa de
la justicia, porque de ellos es el reino de los cielos”. He dicho que
estas bienaventuranzas vienen en pares, y así es. La séptima está
relacionada con la octava.
Boris Kornfeld dio su vida para convertirse en agente de
reconciliación para Alexander Solzynitzen. Eso mismo han sufrido
otros ministros de la reconciliación a lo largo de toda la historia de la
iglesia. Es por esto que la séptima bienaventuranza significa,
básicamente: “Bienaventurados los agentes de reconciliación”, y la
octava: “Bienaventurados los que son perseguidos por causa de la
justicia, porque de ellos es el reino de los cielos”. Quienes son
perseguidos porque son ministros de reconciliación son quienes
reconocen verdaderamente el reinado del Rey sobre sus corazones,
aunque les cueste la vida.
Observe que no se limita a decir “Bienaventurados los que
son perseguidos” por cualquier razón (especialmente, por las cosas
que ellos mismos se han buscado). Es: “Bienaventurados los que son
perseguidos por causa de la justicia”. Porque compartieron el
evangelio, porque se identificaron con Jesucristo, serán perseguidos.
Podemos ver claramente por qué estas dos últimas bienaventuranzas
van de la mano.
Los ministros de la reconciliación son perseguidos porque
están ubicados estratégicamente en el centro del conflicto y la
separación. Van donde las personas apartadas están luchando entre
sí. Piense en los lugares del mundo que están “al rojo vivo”, como el
Oriente Medio, o cualquier otro lugar donde haya graves conflictos.
Los ministros de la reconciliación van allí, y es un lugar
tremendamente peligroso.
Jesús enseña estas ocho hermosas actitudes y después, a partir
del versículo 11, comienza a aplicarlas. Observe los pronombres en
las ocho bienaventuranzas: “Bienaventurados los que...”. Son
generales e impersonales. Pero a partir del versículo 11, Jesús dice:
“Bienaventurados sois cuando por mi causa os vituperen y os
persigan, y digan toda clase de mal contra vosotros”.
Ahora, Jesús se vuelve hacia los que están sentados a su
alrededor, y su mensaje se torna personal. La aplicación de estas
16. Fascículo No. 33: El Sermón del Monte
16
ocho bienaventuranzas comienza aquí, y la enseñanza de ellas será,
ahora, aplicada durante el resto de su discurso.
Uno pensaría que, si hubiera personas que tuvieran estas
hermosas actitudes, nuestro mundo las aplaudiría. Pero estas últimas
bienaventuranzas nos dicen que, a causa de todas estas benditas
actitudes, el discípulo de Jesucristo es perseguido. ¿Por qué?
La respuesta es que el discípulo que tiene estas actitudes
confronta a las personas con el modelo de lo que ellas deberían ser.
Cuando las personas de este mundo se ven confrontadas por la vida
de un discípulo que tiene estas actitudes, les quedan dos opciones:
pueden reconocer que este es el modelo de cómo deberían vivir, y
desear esas benditas actitudes que las harán como ese discípulo, o
pueden atacar al discípulo que es ejemplo de la mentalidad y los
valores de Jesucristo. Durante más de dos mil años, este mundo sin
Dios ha elegido la segunda opción.
Resumen sobre las ocho bienaventuranzas
Estas ocho benditas actitudes son el sermón, y el resto de la
enseñanza es la aplicación que Jesús hace de ese sermón. El contexto
de este sermón presenta la versión que Mateo da de la crisis que
implica ser cristiano. Según Mateo, ser cristiano no es cuestión de lo
que Jesús vaya a hacer por nosotros. El énfasis está en lo que
nosotros vamos a hacer por Él. ¿Somos parte del problema o parte de
la solución de Jesús? ¿Somos una de sus respuestas, o simplemente
un signo de pregunta más?
Las actitudes benditas representan el carácter que implica ser
cristiano. Las cuatro metáforas que siguen a las bienaventuranzas:
sal, luz, ciudad, lámpara, presentan el desafío que se produce cuando
el carácter cristiano hace impacto en la cultura secular.
Es como si hubiera una línea divisoria imaginaria entre la
cuarta y la quinta bienaventuranzas. Estas ocho bienaventuranzas se
dividen en dos grupos de cuatro actitudes. Las primeras cuatro son
las actitudes que implica venir a Cristo, y las otras cuatro son las que
implica el ir para Cristo. Las cuatro primeras se desarrollan en la
cima del monte, en nuestra relación individual con Dios y con Cristo,
pero las segundas cuatro deben ser aprendidas y desarrolladas en
nuestras relaciones con las personas.
Las bienaventuranzas también se dividen en cuatro pares: los
pobres en espíritu que lloran; los mansos que tienen hambre y sed de
justicia; los misericordiosos que tienen corazón limpio; y los
pacificadores que son perseguidos.
Cada par de bienaventuranzas presenta un secreto espiritual
que el discípulo de Jesús debe aprender para poder ser parte de su
solución, una de sus respuestas. Las dos primeras —ser pobre en
espíritu y llorar— presentan este concepto: “No es asunto de qué
puedo hacer yo, sino de lo que Él puede hacer”.
El segundo par —mansedumbre, y hambre y sed de justicia—
presenta este secreto espiritual: “No es asunto de lo que yo deseo,
sino de lo que Él desea”. El tercer par —los misericordiosos de
corazón limpio— representa este secreto espiritual: “No es asunto de
17. Fascículo No. 33: El Sermón del Monte
17
quién o qué soy yo, sino de Quién y Qué es Él”.
El cuarto par —los pacificadores que son perseguidos— se
refiere al secreto espiritual, que debemos confesar cuando Cristo nos
usa, de que “No se trata de lo que yo haya hecho, sino de lo que Él
hizo”. El apóstol Pablo escribe a los corintios que, cuando él
desarrolló su dinámico ministerio en la ciudad de ellos, nada
provenía de él, y todo de Dios (2 Corintios 3:5).
Debemos definir la palabra “bienaventurados”. En algunas
traducciones se la presenta como ‘felices’. Esto refleja el gozo, que
es fruto del Espíritu (Gálatas 5:22, 23). Este bendito gozo puede
explicarse como una felicidad que no tiene sentido, porque viene de
la presencia del Espíritu Santo en nuestra vida y no depende de las
circunstancias.
‘Espiritualmente prósperos’ es otra forma en que se ha
traducido esta palabra, “bienaventurados”. Ser espiritualmente
próspero no significa gozar de riqueza económica. Si la prosperidad
económica es la definición de lo que significa ser bienaventurado,
entonces, ninguno de los apóstoles fue bienaventurado. Por vivir de
acuerdo con estas bienaventuranzas de Jesús, ellos no fueron ricos y
murieron de formas horribles.
Capítulo 3
Una tortuga sobre la cerca
(Mateo 5:13-16)
Después de perfilar el carácter de un discípulo semejante a Él,
Jesús nos da cuatro profundas metáforas que nos muestran lo que
sucede cuando el carácter que perfilan estas bienaventuranzas hace
impacto en la cultura pagana: “Vosotros sois la sal de la tierra; pero
si la sal se desvaneciere, ¿con qué será salada? No sirve más para
nada, sino para ser echada fuera y hollada por los hombres. Vosotros
sois la luz del mundo; una ciudad asentada sobre un monte no se
puede esconder. Ni se enciende una luz y se pone debajo de un
almud, sino sobre el candelero, y alumbra a todos los que están en
casa. Así alumbre vuestra luz delante de los hombres, para que vean
vuestras buenas obras, y glorifiquen a vuestro Padre que está en los
cielos” (Mateo 5:13-16).
La sal de la tierra
Con estas cuatro metáforas, Jesús inicia la sección de
aplicación de este gran sermón. La primera metáfora es que un
discípulo que tiene estas actitudes es la sal de la tierra. En el idioma
original dice, literalmente: “Ustedes, y solo ustedes, son la sal de la
tierra”.
Una interpretación y aplicación de esta metáfora está basada
en el hecho de que, en la época de Jesús, no había sistemas de
18. Fascículo No. 33: El Sermón del Monte
18
refrigeración. La única forma en que se podía conservar el pescado u
otro tipo de carne era frotándola con sal. Jesús, entonces, está
haciendo una declaración sobre sus discípulos y el mundo, diciendo
que este mundo se está pudriendo como carne echada a perder, y que
sus discípulos son la sal que el mundo necesita para ser preservado
de la corrupción moral. La única forma en que sus discípulos podían
preservar al mundo de la corrupción era “frotarse” contra la gente de
este mundo. Entonces, la influencia de sal del carácter cristiano
preservaría al mundo de la corrupción moral.
Otra interpretación y aplicación de lo que Jesús quiso decir
cuando usó la metáfora de la sal de la tierra está basada en el hecho
de que la palabra “salario” proviene de las palabras “dinero de sal”.
Estas palabras se remontan a la época del Imperio Romano. Los
romanos sabían que ningún organismo vivo puede vivir sin sal. Por
lo tanto, controlaban la sal del mundo, y les pagaban a sus esclavos
con cubos de sal.
Jesús, entonces, estaba diciéndoles a sus discípulos: “Esas
personas que están allí, al pie del monte, no tiene vida. Si ustedes
comprenden, creen y aplican lo que he presentado por medio de estas
ocho hermosas actitudes, entonces, tendrán vida, y serán la fuente
por medio de la cual estas hallarán, conservarán y sacarán lo mejor
de la vida. Por lo tanto, ustedes son la única posibilidad que esas
personas tienen de hallar vida”.
Como en todas las inspiradas metáforas de Jesús, existen
muchas y profundas aplicaciones al reflexionar y meditar sobre ellas.
La sal irrita cuando se introduce en las heridas abiertas de los
pecadores. De la misma forma, la vida de un discípulo de Jesús es
irritante cuando se la vive junto a la de un pecador. La sal tiene
efecto purificador y sanador, y el discípulo que vive las
bienaventuranzas que Jesús enseñó tiene esas influencias positivas en
las vidas de quienes conoce en este mundo.
¿Qué es la cultura? “Cultura” es una palabra que significa ‘la
forma en que hacemos las cosas’. Jesús vino al mundo a cambiar la
cultura, a revolucionarla. Su estrategia deliberada era cambiar los
corazones de los hombres y luego enviarlos a la cultura para
revolucionarla. Estos tres capítulos de la Biblia registran la
enseñanza de Jesús que tenía, y tiene, como fin revolucionar al
mundo. La estrategia es clara, si entendemos lo que Jesús quiso decir
cuando les dijo a esos discípulos: “Ustedes, y solo ustedes, son la sal
de la tierra”.
Algunas veces, los creyentes creen que deben vivir en una
fortaleza, se esconden y no se relacionan con los no creyentes. No
podemos influir sobre las personas de este mundo si todos estamos
“dentro del salero”. Solo en la medida en que nos relacionemos con
otras personas de este mundo podremos mostrarles las actitudes
propias de un discípulo de Cristo, cuando Dios nos da la gracia para
vivir esas actitudes.
Cuando Jesús oró por sus apóstoles, le rogó al Padre que no
los quitara del mundo (Juan 17:15). Una forma en que Dios esparce
la sal a nuestro alrededor es por medio de la dura realidad de que
19. Fascículo No. 33: El Sermón del Monte
19
debemos trabajar para mantener a nuestra familia. Esto nos permite
relacionarnos con personas no creyentes a las que debemos impactar
con nuestras actitudes, semejantes a las de Cristo. Para esto, Él
también ha utilizado la persecución de la iglesia a lo largo de la
historia.
Escuché a un líder de misioneros, muy elocuente, confrontar
la “mentalidad de fortaleza” de sus misioneros en un país extranjero
con estas palabras: “Los misioneros son como el estiércol. Si están
todos juntos, hieden; pero si se los esparce por todos lados, entonces
sirven para algo”.
Por la gracia de Dios, ¿es usted sal de la tierra? El milagro de
que Cristo le haya dado estas actitudes, ¿revoluciona a las personas
con las que se encuentra? Si usted profesa ser discípulo de Jesús, y
ese milagro no es una realidad en su vida, hay una señal de alerta
terrible. Según Jesús, ¡usted no sirve para nada! Debe ser arrojado
fuera y pisoteado. Esta es una de las palabras más duras de Jesús.
Estas dos metáforas de la sal y la luz también dan a entender
que los discípulos de Jesús han sido cambiados. El mero hecho de
frotar carne con carne no preserva esa carne de la corrupción. El
discípulo “salado” debe ser diferente de las personas sobre las cuales
ejercerá su influencia. Otra aplicación de esta metáfora es que el
discípulo “salado” hace que otros tengan sed de lo que él es y lo que
tiene en Cristo. Para tener ese efecto sobre las personas, debemos
cambiar, ser diferentes. Jesús hará esta pregunta al final del capítulo:
“¿Qué hacéis de más?” (v. 47). Las bienaventuranzas nos muestran
esa diferencia y nos dan la respuesta para esta pregunta de Jesús.
La luz del mundo
La segunda metáfora también hace una declaración sobre el
discípulo de Jesús y el mundo. Una vez más, las palabras,
literalmente, significan: “Ustedes, y solo ustedes, son la luz del
mundo”. Cuando Jesús lloró por la multitud, lo que lo movió a
compasión, más que nada, fue que eran como ovejas que no tenían
pastor (9:36). No sabían distinguir su mano derecha de la izquierda.
Así como los discípulos eran la única sal que podía dar o preservar la
vida, también son la única fuente de luz para la multitud.
Al final de sus tres años de ministerio público, Jesús hizo su
“oración sacerdotal”, que está registrada en el capítulo 17 de Juan.
En esa oración, Jesús menciona diecinueve veces al mundo. ¡El
mundo estaba en su corazón! Pero, en ella, dijo: “No ruego por el
mundo, sino por los que me diste. El mundo no conoce, pero yo les
he dado tu Palabra a mis discípulos, y ellos conocen” (ver Juan 17:8,
9).
La única luz que este mundo tiene, proviene de los discípulos
de Cristo. Así como la sal no puede influir en el mundo si está dentro
del salero, los discípulos debemos ir adonde está oscuro, y hacer que
la luz que somos por la gracia de Dios brille en esa oscuridad. Si
usted es el único creyente en su familia, su trabajo, su vecindario, su
pueblo o su universidad, recuerde que una vela en la oscuridad tiene
20. Fascículo No. 33: El Sermón del Monte
20
más valor que cincuenta en un ornamentado candelero. Si usted es el
único creyente, entonces, sabe que está estratégicamente ubicado en
la oscuridad y que usted, y solo usted, es la luz del mundo para
quienes lo conocen.
Cuando Jesús ordena: “Así alumbre vuestra luz delante de los
hombres, para que vean vuestras buenas obras, y glorifiquen a
vuestro Padre que está en los cielos” (Mateo 5:16), sabe que ellos se
darán cuenta de que el Padre es, sin duda, quien ha dado luz a su
vela, porque, de otra forma, no podría nunca ser ni hacer lo que ellos
observan en su vida .
Una vela en un candelero
Esta es una metáfora excepcionalmente profunda. Jesús nos
da la interpretación y aplicación obvias al señalar que, cuando se
enciende una vela en un hogar, no se la coloca debajo de una canasta,
sino en un candelero. Por lo tanto, no debemos poner nuestro
testimonio debajo de una “canasta”, donde no podrá tener impacto
alguno sobre la oscuridad.
Es imposible que una vela produzca luz sin consumirse. La
única forma en que una vela podría salvarse o preservarse a sí misma
sería extinguiendo su luz. Jesús, básicamente, está enseñando: “Antes
de convertirte en mi discípulo, tú eras como una vela apagada. Pero
ahora que has vivido la crisis que implica llegar a ser cristiano, tu luz
ha sido encendida. Yo he encendido tu vida, y cada vez que enciendo
una vela, tengo un candelero especial en el que planeo ubicar
estratégicamente esa vela”.
Al final de los tres años que pasó con ellos, Jesús dijo a sus
apóstoles: “No me elegisteis vosotros a mí, sino que yo os elegí a
vosotros, y os he puesto para que vayáis y llevéis fruto, y vuestro
fruto permanezca” (Juan 15:16). La palabra griega que se traduce
como “puesto” significa ‘ubicado estratégicamente’. Es una palabra
griega que se encuentra solo tres veces en la Biblia. Literalmente,
Jesús está diciendo: “Los he elegido deliberadamente y los he
dispuesto estratégicamente en un lugar para que ustedes sean
fructíferos”.
¿Alguna vez vio usted una tortuga sobre una cerca? Cuando
vemos una tortuga sobre una cerca, podemos estar seguros de algo:
no llegó allí por sí misma; alguien tuvo que ponerla en ese lugar,
porque una tortuga no puede subir a una cerca. Todo auténtico
seguidor de Cristo debería sentirse como una tortuga sobre una cerca.
Deberíamos mirar a nuestro alrededor, darnos cuenta de dónde
hemos sido ubicados estratégicamente en este mundo y, pensando en
la tortuga sobre la cerca, exclamar: “¡Yo no podría estar aquí si
Cristo no me hubiera ubicado en este lugar!”.
Una ciudad sobre un monte
La cuarta metáfora es: “Una ciudad asentada sobre un monte
no se puede esconder” (v. 14). Jesús, ahora, repite, para mayor
énfasis, su enseñanza de que, cuando tenemos las ocho
21. Fascículo No. 33: El Sermón del Monte
21
bienaventuranzas en nuestra vida, no podemos esconderlas como una
vela debajo de una canasta. No existen los discípulos secretos de
Jesucristo. Jesús lo hace oficialmente imposible cuando comisiona a
sus discípulos para que bauticen a toda persona que profesa ser su
discípulo (Mateo 28:18-20).
Jesús enseña, aquí, que si somos la sal de la tierra y la luz del
mundo, no podremos esconder esa bendita realidad. Jesús era el
realista más grande que haya existido. Valoraba con creces la
práctica por encima de la declaración. Estas cuatro metáforas
enfatizan la realidad de lo que somos, más que lo que decimos ser.
Somos sal, luz, una vela que da luz y una ciudad sobre una colina.
Marcos nos dice en su Evangelio que las personas estaban tan
ansiosas por estar con Jesús que Él tenía que buscar lugares retirados
para tener un tiempo a solas con Dios, porque no podía ocultar Quién
era y Qué era (Marcos 7:24).
En las bienaventuranzas, Jesús nos dijo que miráramos hacia
adentro. En estas metáforas, básicamente, nos está diciendo: “Ahora,
miren a su alrededor. Miren al mundo que los rodea y piensen en el
desafío que implica que el tipo de carácter que se está formando en
ustedes por mi gracia haga impacto en una cultura que se está
corrompiendo, una cultura que no tiene vida y que está en
oscuridad”.
Capítulo 4
Justicia en las relaciones
(Mateo 5:17-48)
“No penséis que he venido para abrogar la ley o los profetas;
no he venido para abrogar, sino para cumplir. Porque de cierto os
digo que hasta que pasen el cielo y la tierra, ni una jota ni una tilde
pasará de la ley, hasta que todo se haya cumplido. De manera que
cualquiera que quebrante uno de estos mandamientos muy pequeños,
y así enseñe a los hombres, muy pequeño será llamado en el reino de
los cielos; mas cualquiera que los haga y los enseñe, éste será
llamado grande en el reino de los cielos. Porque os digo que si
vuestra justicia no fuere mayor que la de los escribas y fariseos, no
entraréis en el reino de los cielos” (5:17-20).
Nos aproximamos ahora a la sección más extensa y difícil del
Sermón del Monte (Mateo 5:17-48). El pasaje comienza con una
fuerte declaración de Jesús sobre su manera de ver la Ley de Dios y
la justicia personal. Algunas personas, erróneamente, creen que Jesús
está contradiciendo a Moisés en estos versículos. Por tanto,
preguntan: “¿Para qué leer el Antiguo Testamento, si Jesús hizo que
quedara obsoleto?”. Jesús no hizo obsoleto el Antiguo Testamento ni
contradijo a Moisés en estos versículos. Simplemente, estaba
confrontando la enseñanza de los escribas y fariseos.
Cuando Jesús menciona “la ley y los profetas”, se refiere a lo
que nosotros llamamos “el Antiguo Testamento”. Básicamente, les
22. Fascículo No. 33: El Sermón del Monte
22
estaba diciendo a sus discípulos: “Todo lo que yo les estoy
enseñando se encuentra en la Palabra de Dios, pero está en conflicto
directo con lo que sus líderes religiosos les han estado enseñando a
ustedes”. Además, esencialmente, les estaba diciendo: “Cuando
ustedes desciendan y vayan a vivir entre esa gente, si quieren ser
parte de mi solución, deben comprender cómo aplicar la Palabra de
Dios a las vidas de las personas”.
Jesús comienza declarando que no ha venido para abolir la
Ley de Dios, y que todo lo que está enseñando está totalmente de
acuerdo con la Ley de Dios y la cumple. En los siguientes veintiocho
versículos, Jesús se explayará sobre su declaración inicial acerca de
las diferencias entre su manera de ver la Palabra de Dios, y la
enseñanza de los escribas y fariseos. La esencia de tal diferencia es
puesta de relieve por la afirmación de Jesús en el sentido de que Él
ha venido a cumplir la Ley de Dios, y que cada letra de las palabras
hebreas escritas en la Ley se cumplirá por medio de sus enseñanzas.
El apóstol Pablo llamará a esta diferencia “el espíritu de la
ley” en oposición a “la letra de la ley” (2 Corintios 3:6). Pablo
escribe que el espíritu de la Ley da vida, pero la letra de la Ley mata.
El espíritu de la Ley da vida porque es amor. El espíritu de la Ley
nos recuerda que toda la Ley de Dios —es decir, la Palabra de
Dios— nació a causa del amor de Dios por el hombre. Jesús siempre
tuvo esto muy en claro.
Jesús cumplió el propósito de la Ley, es decir, de la Palabra
de Dios, interpretando y aplicando siempre el espíritu de la Ley. Otra
manera de expresar esto es decir que Él pasaba la Ley de Dios por el
“prisma” del amor de Dios antes de aplicarla a las vidas de los hijos
de Dios. Los escribas y fariseos quizá no sabían que debían hacer
esto, o habían olvidado que la Ley de Dios había sido hecha para el
bienestar del pueblo de Dios. Ellos devastaban al pueblo de Dios con
la manera en que aplicaban despiadadamente la letra de la Ley de
Dios —o Palabra de Dios— a las vidas de los hijos de Dios.
Jesús declara que la justicia personal, o la vida recta de sus
discípulos, debe ser mayor que la justicia de los escribas y fariseos. Y
advierte a sus discípulos que cualquiera de ellos que quebrante el
menor de los mandamientos de Dios, y enseñe a otros a hacer lo
mismo, será el menor en el reino de los cielos. Declara que, si sus
discípulos no practican y enseñan los mandamientos de la Ley, no
serán grandes en el reino de los cielos que Él presenta en su
enseñanza.
Al aplicar las bienaventuranzas en el resto de su enseñanza
(5:17-7:27), Jesús presenta el contraste entre la justicia que Él enseña
y requiere de sus discípulos y la hipócrita “justicia” de estos líderes
religiosos. Esa “justicia” (siempre deberíamos ponerla entre
comillas) de los escribas y fariseos era externa, pero la justicia del
discípulo de Jesús debía ser interna. Jesús tuvo un diálogo hostil con
estos líderes religiosos, porque ellos hacían énfasis en las formas
externas de religión y pasaban por alto los asuntos internos básicos
del corazón (Marcos 7:8, 15).
23. Fascículo No. 33: El Sermón del Monte
23
La justicia del aparato religioso era meramente horizontal.
Ellos hacían énfasis en la apariencia de las cosas, para parecer
religiosos delante de los hombres. Era un espectáculo montado para
los hombres, para que vieran lo que ofrendaban o cómo oraban. Pero
Jesús, básicamente, les enseña a sus discípulos: “La justicia de
ustedes no debe ser horizontal. Debe ser vertical. Debe ser delante de
Dios, como para Él”. Por eso, indica a sus discípulos que no
practiquen su justicia delante de los hombres (6:1).
La justicia que Jesús enseñó a sus discípulos era bíblica,
mientras que la justicia de estos líderes religiosos era, en su mayor
parte, tradicional. La justicia de los fariseos, generalmente, no estaba
basada en la Biblia y, cuando era bíblica, no constituía una
interpretación adecuada de las Escrituras.
Jesús resume la diferencia entre la justicia que Él enseñaba y
la del aparato religioso cuando llama a los líderes “hipócritas”. Esta
era la palabra griega que se utilizaba para referirse al falso rostro o
máscara que utilizaban los actores en las obras de teatro griegas, que
eran parte de la civilización griega que precedió al Imperio Romano.
Cuando Jesús eligió ese nombre como su descripción favorita de
estos líderes, estaba declarando que la justicia de ellos era hipócrita,
mientras que la justicia de sus discípulos debía ser real.
Cuando comprendemos lo que Jesús dice en estos versículos
acerca de las Escrituras y de la justicia, nos damos cuenta de por qué
estaba continuamente en conflicto con los escribas y fariseos.
También tenemos la introducción a este extenso y difícil pasaje al
que nos acercamos.
En estos veintiocho versículos, escucharemos a Jesús decir
seis veces algo así como: “Oísteis que fue dicho”, es decir: “Esto es
lo que les han estado enseñando a ustedes durante mucho tiempo,
pero ahora, escuchen lo que la Palabra de Dios realmente dice”. Seis
veces, Jesús hace referencia a la enseñanza de los líderes religiosos,
seguida de su propia enseñanza.
Hay ocasiones en que discrepa sobre la forma en que los
líderes religiosos interpretan y aplican la Ley de Dios. Después,
cumple la Ley de Dios enseñando el espíritu de la Ley. Algunas
veces, Jesús se opone directamente a una enseñanza tradicional del
Talmud que no estaba incluida en la Palabra de Dios. Mateo y
Marcos presentan a Jesús en una confrontación hostil con estos
líderes, porque ellos les daban más autoridad a sus tradiciones que a
la Palabra de Dios (Mateo 15:3-6; Marcos 7:9-13).
Con esta perspectiva en mente, consideremos seis enseñanzas
de los escribas y fariseos que Jesús cuestiona, sobre:
Nuestro hermano
“Oísteis que fue dicho a los antiguos: No matarás; y
cualquiera que matare será culpable de juicio. Pero yo os digo que
cualquiera que se enoje contra su hermano, será culpable de juicio; y
cualquiera que diga: Necio, a su hermano, será culpable ante el
concilio; y cualquiera que le diga: Fatuo, quedará expuesto al
24. Fascículo No. 33: El Sermón del Monte
24
infierno de fuego. Por tanto, si traes tu ofrenda al altar, y allí te
acuerdas de que tu hermano tiene algo contra ti, deja allí tu ofrenda
delante del altar, y anda, reconcíliate primero con tu hermano, y
entonces ven y presenta tu ofrenda” (5:21-24).
A lo largo de toda la Biblia, hay dos palabras que resumen la
verdad que Dios enseña a su pueblo. Esas dos palabras son: “¡Dios
primero!”. En este pasaje, tenemos una excepción a ese énfasis.
Cuando Jesús nos muestra cómo aplicar las bienaventuranzas a
nuestro hermano, es decir, a otro creyente, enseña: “Primero... tu
hermano; después, Dios”.
Jesús hace aquí un firme énfasis en la vital importancia de
nuestra relación con nuestros hermanos en la fe. Básicamente, está
enseñando que debemos aplicar la quinta y la sexta bienaventuranza
del discípulo misericordioso —que solo tiene el amor de Dios en su
corazón— a aquellos con quienes adoramos, vivimos y servimos a
Cristo. Ni siquiera se nos permite acercarnos a Dios en adoración
privada si hay algo que ha creado una separación en nuestra relación
con aquel que Jesús llama nuestro “hermano”.
En otro lugar, Jesús enseña que, si somos nosotros quienes
tenemos algo contra otro, debemos reconciliarnos con nuestro
hermano (Marcos 11:25). También enseña esta disciplina espiritual
en el contexto de la comunidad espiritual de la iglesia (Mateo 18:15-
17).
Una vez escuché al director de una gran organización
misionera internacional decirles a varios cientos de sus misioneros:
“¡No podemos ganar al mundo si nos perdemos unos a otros!”.
Entonces, les mostró un libro muy poco común. El título de la tapa
era: El problema más grande de los misioneros. Cuando abrió el
libro, en su interior había escritas solo dos palabras: “¡Los
misioneros!”.
Quizá esa era la carga de Jesús al presentar esta dura
enseñanza acerca de la importancia fundamental de que los creyentes
cultiven y mantengan relaciones de amor.
Los líderes religiosos enseñaban que, mientras no se asesinara
al hermano ni se le causara un daño físico, la relación con él era
aceptable delante de Dios. Jesús va directamente al origen de un
conflicto hostil entre dos hijos de Dios cuando habla de la ira que
causa ese conflicto. Y enseña que la ira y el disgusto contra nuestro
hermano deben ser solucionados para que podamos tener una
relación aceptable delante de Dios con nuestro hermano en la fe.
Nuestro adversario
“Ponte de acuerdo con tu adversario pronto, entre tanto que
estás con él en el camino, no sea que el adversario te entregue al juez,
y el juez al alguacil, y seas echado en la cárcel. De cierto te digo que
no saldrás de allí, hasta que pagues el último cuadrante” (Mateo 5:25,
26).
En los últimos versículos de este capítulo, Jesús nos muestra
cómo aplicar las bienaventuranzas a nuestro enemigo. Este
“adversario” es lo que podríamos llamar nuestro “competidor”.
25. Fascículo No. 33: El Sermón del Monte
25
Vivimos en un mundo muy competitivo. Algunas veces, cuando
hacemos negocios con ciertas personas, ellas se llevan el dinero, y
nosotros... la experiencia. Este adversario es una de esas personas
que está decidida a sacarnos nuestro dinero y dejarnos solamente la
experiencia.
Algunas veces, nuestra relación con este adversario se vuelve
hostil, y la persona solo desea hacernos juicio o aun mandarnos a la
cárcel. La bienaventuranza que Jesús desea que apliquemos a
nuestros adversarios y enemigos es, obviamente, “Bienaventurados
los pacificadores”. Los discípulos que practican la séptima y la
octava bienaventuranza no se enojan ni buscan venganza, aun cuando
sus adversarios les demuestren la dura realidad de que no desean
nada bueno para ellos.
Aunque no podemos controlar lo que hace el adversario, el
discípulo de Jesús acepta la responsabilidad de ocuparse de no ser
causa de conflicto con personas hostiles. Pablo escribe que, en lo que
a nuestra responsabilidad respecta, debemos vivir en paz con todos
los hombres (Romanos 12:18). Nuestra responsabilidad en estas
relaciones tiene un principio y un fin. No podemos controlar lo que
nuestro adversario va a hacer y, por lo tanto, no somos responsables
por ello.
Las mujeres
“Oísteis que fue dicho: No cometerás adulterio. Pero yo os
digo que cualquiera que mira a una mujer para codiciarla, ya adulteró
con ella en su corazón. Por tanto, si tu ojo derecho te es ocasión de
caer, sácalo, y échalo de ti; pues mejor te es que se pierda uno de tus
miembros, y no que todo tu cuerpo sea echado al infierno. Y si tu
mano derecha te es ocasión de caer, córtala, y échala de ti; pues
mejor te es que se pierda uno de tus miembros, y no que todo tu
cuerpo sea echado al infierno” (vv. 27-30).
Dado que esta enseñanza está dirigida a los hombres,
podemos suponer que este retiro era solo para hombres. Obviamente,
la enseñanza también se aplica a las mujeres que quieren ser sal y luz
para Jesús. La interpretación y aplicación de esta enseñanza se refiere
a nuestras relaciones con el sexo opuesto.
Como hizo con la ira y el asesinato, Jesús va al origen del
pecado del adulterio. No enseña que la lujuria —lo que Él llama
“adulterar en el corazón”— sea un pecado igual al del adulterio
literal. Lo que Jesús deseaba dejar en claro era que, si realmente
queremos ser parte de su solución y su respuesta y tener un impacto
como sal y luz en el mundo, debemos aprender a controlar nuestros
deseos sexuales.
Si no queremos cometer adulterio, debemos ganar la batalla
enfrentando las cosas que nos llevan al adulterio: mirar con lujuria y
abrigar pensamientos adúlteros. Santiago, el hermano de Jesús,
presenta una anatomía detallada de un pecado en su epístola. Escribe
que a la mirada le sigue un fuerte deseo, o codicia. Esa codicia
lujuriosa lleva a la tentación, la cual es seguida por el pecado, y el
26. Fascículo No. 33: El Sermón del Monte
26
pecado siempre nos lleva a ese banquete de consecuencias que la
Biblia llama “muerte” (Santiago 1:13-15; Romanos 6:23).
Jesús y su hermano Santiago enseñan que es más fácil vencer
el pecado sexual antes de mirar por segunda vez, pensar cosas
impuras y alimentar la lujuria. Debemos ganar esa batalla antes que
nuestra lujuria nos lleve a confrontarnos con la tentación. Jesús
enseñó que sus discípulos deben orar cada día para ser librados de la
tentación (Mateo 6:13).
La enseñanza de Jesús sobre arrancarnos el ojo derecho o
cortarnos la mano derecha no debe ser aplicada literalmente. El
espíritu de esta enseñanza es que, si lo que estamos mirando nos
lleva a pecar, debemos dejar de mirar. Solo el Señor sabe cuánto
pecado se origina en este mundo porque las personas miran imágenes
pornográficas o películas provocativas que los incitan a la codicia
sexual y al pecado.
De la misma forma, Jesús enseña que, si lo que hacemos con
nuestra mano nos lleva a pecar, debemos dejar de hacerlo. En otro
lugar, Jesús incluye al pie, y la aplicación es que, si el lugar adonde
nuestros pies nos conducen, nos hace pecar, no debemos ir allí
(Mateo 18:8).
Nuestra esposa
“También fue dicho: Cualquiera que repudie a su mujer, dele
carta de divorcio. Pero yo os digo que el que repudia a su mujer, a no
ser por causa de fornicación, hace que ella adultere; y el que se casa
con la repudiada, comete adulterio” (Mateo 5:31, 32).
Toda la enseñanza de Jesús en este monte debe ser
interpretada y aplicada recordando el contexto en el que fue
pronunciada. La estrategia de Jesús es entrenar discípulos que sean
enviados para ser sal y luz y, como tales, hacer impacto sobre las
personas que están abrumadas por sus problemas allá abajo, al pie del
monte. Debemos recordar que esa gente representa un mundo de
personas perdidas.
Salomón escribió que los hijos son como flechas, y sus
padres, como el arco desde el cual ellos son lanzados a la vida
(Salmos 127:3-5). Los valores, el propósito y la dirección de las
vidas de los hijos dependen del arco que los ha lanzado a la vida. En
la actualidad, en todo el mundo, el diablo está tratando de cortar la
cuerda de ese arco. El divorcio y la separación son epidemia en
muchas culturas. En este párrafo, Jesús enseña que, si queremos ser
parte de su solución y su respuesta, debemos aplicar sus benditas
actitudes a la relación con nuestro cónyuge.
Esto es un ejemplo de un caso en que los escribas y fariseos
citaban a Moisés, pero Jesús discrepaba con su interpretación de lo
que Moisés enseñaba. Moisés ordenó, en efecto, que, si un hombre se
divorciaba de su esposa, le diera una carta o certificado de divorcio
(ver Deuteronomio 24:1-4).
Como Jesús señaló a estos mismos líderes en otra ocasión,
Moisés permitió ese certificado de divorcio como concesión, debido
27. Fascículo No. 33: El Sermón del Monte
27
a la dureza de sus corazones (Mateo 19:7, 8). Allá por los comienzos
del período de la historia hebrea comprendido en el Antiguo
Testamento, los líderes espirituales judíos interpretaron que Moisés
quería decir que, si un hombre estaba disconforme con su esposa por
prácticamente cualquier razón, podía divorciarse de ella y,
simplemente, despedirla. No era necesario que el esposo le dijera a
su mujer, ni a ninguna otra persona, por qué se divorciaba de ella.
Podía sugerir que ella le había sido infiel.
Moisés, por lo tanto, decretó que, si un hombre se divorciaba
de su esposa, debía darle un certificado de divorcio. Ese certificado
establecía la causa del divorcio y requería que el esposo previera
algunos aspectos del cuidado de la mujer de la que se divorciaba.
Dado que una mujer prácticamente no podía sobrevivir en la cultura
hebrea si no estaba casada, en realidad, al ordenar que se diera ese
certificado de divorcio, Moisés estaba tratando de proteger a las
mujeres.
Jesús no está enseñando que el divorcio sea aceptable. Dios
odia el divorcio (Malaquías 2:16). Jesús enseña que, si hay razón
para divorciarse, su discípulo debe actuar de manera recta aun en
esto. (Para mayor información sobre este punto, favor de ver los
fascículos 6, 7 y 13 sobre el matrimonio y la familia, y 1 y 2
Corintios).
Nuestra palabra
“Además habéis oído que fue dicho a los antiguos: No
perjurarás, sino cumplirás al Señor tus juramentos. Pero yo os digo:
No juréis en ninguna manera; ni por el cielo, porque es el trono de
Dios; ni por la tierra, porque es el estrado de sus pies; ni por
Jerusalén, porque es la ciudad del gran Rey. Ni por tu cabeza jurarás,
porque no puedes hacer blanco o negro un solo cabello. Pero sea
vuestro hablar: Sí, sí; no, no; porque lo que es más de esto, de mal
procede” (Mateo 5:33-37).
Ahora, retornamos a una enseñanza de los líderes espirituales
judíos que no figuraba en la Ley de Dios. En su tradición, ellos
tenían un sistema muy complejo de juramentos vinculantes y
juramentos no vinculantes (Mateo 23:16). Decían: “Lo juro por el
templo”, o “Lo juro por el oro del templo”. O: “Lo juro por el altar”,
o “Lo juro por el sacrificio del altar”. Juraban por el cielo o por la
tierra, o por Jerusalén.
Quienes estaban dentro del círculo de los iniciados sabían
cuándo estos juramentos eran de cumplimiento obligatorio y cuándo
no. Los incautos, que no comprendían estas complejas distinciones,
se sorprendían al descubrir que lo que ellos creían que era un acuerdo
solemne no era, en realidad, nada obligatorio.
Este sistema era complicado al punto de volverse absurdo y
ridículo. Además, estaba en conflicto directo con el mandamiento de
que no debemos dar falso testimonio. No es de extrañarse que Jesús
haya demolido todas estas tonterías con su osada declaración de que
28. Fascículo No. 33: El Sermón del Monte
28
cualquier cosa que no fuera “sí” o “no” provenía del diablo. El
espíritu de esta enseñanza es que sus discípulos deben ser conocidos
como hombres de la Palabra y hombres de palabra.
Los malos
“Oísteis que fue dicho: Ojo por ojo, y diente por diente. Pero
yo os digo: No resistáis al que es malo; antes, a cualquiera que te
hiera en la mejilla derecha, vuélvele también la otra; y al que quiera
ponerte a pleito y quitarte la túnica, déjale también la capa; y a
cualquiera que te obligue a llevar carga por una milla, ve con él dos.
Al que te pida, dale; y al que quiera tomar de ti prestado, no se lo
rehúses” (vv. 38-42).
Jesús, una vez más, está en desacuerdo con la forma en que
los escribas y fariseos interpretaban y aplicaban la Ley de Moisés.
Estos líderes religiosos enseñaban: “ojo por ojo, diente por diente”.
Podemos encontrar este principio en Éxodo, Levítico y
Deuteronomio. Pero Jesús declara: “Yo no estoy de acuerdo con el
espíritu de la Ley con que enseñan este principio”.
Como había hecho al permitir el certificado de divorcio,
cuando Moisés ordenó “ojo por ojo y diente por diente”, estaba
marcando un límite para los duros corazones de las personas
obstinadas y difíciles. Estaba limitando su pecaminoso deseo de
venganza. Si alguien les hacía caer un diente de un golpe, su actitud
era: “¡Ahora le romperé el cuello!”. Si alguien les sacaba un ojo, su
actitud era: “¡Le cortaré la cabeza!”.
Eso no es justicia, sino un deseo pecaminoso de venganza.
Justicia sería un ojo por un ojo, y un diente por un diente. Este es,
con frecuencia, el espíritu del deseo que motiva las demandas
judiciales. Jesús, por tanto, habla de cómo debemos aplicar sus
bienaventuranzas cuando somos demandados y llevados a juicio.
Cuando escuchamos, en países como Estados Unidos, que hay
personas que hacen juicios por millones y millones de dólares, es
obvio que persiguen algo más que justicia; buscan venganza o
ganancia. Si tomáramos esta enseñanza de Jesús realmente en serio,
¿cómo repercutiría esto en nuestras vidas, nuestro sistema legal y los
tribunales de nuestros países?
Jesús estaba cumpliendo, y aun yendo más allá, del espíritu
de la Ley de Moisés, cuando enseñó: “Pero yo os digo: No resistáis al
que es malo”. Después, explica en mayor detalle esta frase y
obviamente aplica las bienaventuranzas para los pacificadores que
son perseguidos cuando indica a sus discípulos que den la otra
mejilla, que entreguen su capa cuando alguien les hace juicio para
quitarles la túnica, que lleven la carga por una distancia mayor que la
requerida, que den con generosidad y no nieguen un préstamo
cuando alguien se lo pide. ¿Qué estaba enseñando Jesús en este
difícil pasaje?
Cierta vez le pregunté a un empresario cómo era trabajar en el
mundo altamente competitivo de los negocios, y me respondió: “¡No
tomamos prisioneros, y matamos a nuestros propios heridos!”. Hay
29. Fascículo No. 33: El Sermón del Monte
29
un verso de un poema que dice: “Toda la naturaleza tiene las garras y
los dientes rojos de sangre”.
La vida puede ser una pelea de perros, y tan competitiva
como una carrera de ratas. Pero solo será una pelea de perros o una
carrera de ratas si nosotros somos perros o ratas. Jesús estaba
enseñando que, cuando sus discípulos viven las ocho benditas
actitudes en sus relaciones con la gente de este mundo, les
demuestran que hay otra manera de hacer las cosas.
En aquellos días, un conquistador romano podía ordenarle a
un ciudadano judío que le llevara su carga un par de kilómetros. Los
judíos tenían que obedecer cuando se les ordenaba hacerlo, pero no
tenían por qué someterse servilmente. Jesús enseña: “Si te obligan a
recorrer un kilómetro, ve dos”. En las primeras generaciones de la
iglesia, algunos de los primeros convertidos fueron soldados romanos
que vieron cómo devotos creyentes vivían en la práctica las
bienaventuranzas en su relación con los conquistadores.
Nuestro enemigo
“Oísteis que fue dicho: Amarás a tu prójimo, y aborrecerás a
tu enemigo. Pero yo os digo: Amad a vuestros enemigos, bendecid a
los que os maldicen, haced bien a los que os aborrecen, y orad por los
que os ultrajan y os persiguen; para que seáis hijos de vuestro Padre
que está en los cielos, que hace salir su sol sobre malos y buenos, y
que hace llover sobre justos e injustos. Porque si amáis a los que os
aman, ¿qué recompensa tendréis? ¿No hacen también lo mismo los
publicanos? Y si saludáis a vuestros hermanos solamente, ¿qué
hacéis de más? ¿No hacen también así los gentiles? Sed, pues,
vosotros perfectos, como vuestro Padre que está en los cielos es
perfecto” (vv. 43-48).
Creo que estos seis versículos son los más difíciles de
interpretar y aplicar en las enseñanzas de Jesús. La iglesia nunca se
ha puesto de acuerdo sobre su significado ni sobre la forma en que
deben ser aplicados. Ellos enseñan la ética más elevada que haya
conocido jamás este mundo.
Por sexta vez en este capítulo, Jesús comienza una enseñanza
haciendo referencia a lo que enseñaban los líderes religiosos. Esta
vez, Jesús enseña: “Ustedes oyeron que se dice: ‘Amarás a tu
prójimo y odiarás a tu enemigo’”. La mitad de esto había sido dicho
por Moisés, y la otra mitad era un agregado de las tradiciones que
ellos enseñaban. Moisés ordenó, en efecto, “Amarás a tu prójimo”
(ver Levítico 19:18), pero no ordenó “Odiarás a tu enemigo”. Es
cierto que, en los Salmos, encontramos a David, un hombre
conforme al corazón de Dios, diciéndonos que él odia a los enemigos
de Dios. Pero en la Palabra de Dios no se nos ordena que odiemos a
nuestros enemigos.
Al leer los últimos once versículos de este capítulo, es muy
importante que recordemos que esta enseñanza del “primer retiro
cristiano” no fue dada a quienes estaban al pie del monte. Jesús dio
esta enseñanza a quienes, con su presencia en ese monte,
manifestaban ser sus discípulos. El hecho mismo de que fueran
30. Fascículo No. 33: El Sermón del Monte
30
llamados “discípulos” significa que tenían un elevado grado de
compromiso para con Jesús cuando participaron de ese retiro.
Esta es la esencia del compromiso total que Jesús pedía de un
discípulo: “Si quieres seguirme, pero no estás dispuesto a tomar tu
cruz y morir por mí, no puedes ser mi discípulo. Si no estás dispuesto
a ponerme a mí primero, antes que todas las personas importantes de
tu vida: esposo, esposa, padre, madre, hijos, padres, no puedes ser mi
discípulo. Si no estás dispuesto a dejar de lado todas tus posesiones,
no puedes ser mi discípulo” (ver Lucas 14:25-33).
Quienes asistieron a este retiro se habían comprometido de
esa forma con Jesús. Le habían dicho que estaban dispuestos a tomar
sus cruces y seguirlo. Probablemente habían visto a las patéticas
víctimas de la crucifixión romana cargando sus cruces hasta el lugar
de la ejecución. Conocían el significado de esta tremenda metáfora.
Cuando Jesús dio la enseñanza que registran estos seis versículos,
simplemente les estaba diciendo el por qué, el dónde, y el cómo de
esa cruz que ellos habían prometido llevar para seguirlo.
Esta enseñanza de Jesús es, también, un desafío para la forma
en que estos líderes espirituales interpretaban y aplicaban la Ley de
Moisés. ¿Recuerda usted la pregunta que formuló el intérprete de la
ley, y que llevó a Jesús a enseñar la Parábola del Buen Samaritano?
Esa pregunta fue “¿Quién es mi prójimo?” (Lucas 10:29). Era una
pregunta muy profunda, porque la ética tradicional, que enseñaban
los escribas y fariseos, era que el prójimo era el judío, pero todos los
que no eran judíos en este mundo eran enemigos. Por lo tanto, la
aplicación que surgía era: ama a los que son judíos como tú, pero
odia a todos los demás.
No olvide que la motivación para amar a nuestros enemigos
es: “para que seáis hijos de vuestro Padre que está en los cielos”. Esta
es la bendición que Jesús prometió a quienes viven su séptima y
octava bienaventuranza como pacificadores perseguidos.
Debe existir, al menos, en nosotros, otro principio de
compromiso para que podamos tomar en serio esta enseñanza de
Jesús. Si leemos estos versículos y decimos: “Si hiciera eso, perdería
todo”, entonces, esta enseñanza no tendrá sentido para nosotros.
Debemos comprender que la autopreservación no es la ética suprema
de un discípulo de Jesús.
El apóstol Pablo comprendía el compromiso del discipulado
cuando escribió: “Con Cristo estoy juntamente crucificado, y ya no
vivo yo, mas vive Cristo en mí; y lo que ahora vivo en la carne, lo
vivo en la fe del Hijo de Dios, el cual me amó y se entregó a sí
mismo por mí” (Gálatas 2:20).
¿Qué significa estar crucificado con Cristo? Significa estar
dispuesto a llevar mi cruz y seguirlo. Cuando Jesús enfrentó su
propia cruz, dijo: “Si el grano de trigo no cae a la tierra y muere, es
solo un grano de trigo. Solo cuando muere y es enterrado puede dar
fruto”. Después, oró: “Padre, mi alma está muy turbada. ¿Qué diré?
¿’Padre, sálvame de esta hora’? Este es el motivo por el que vine al
mundo”.
31. Fascículo No. 33: El Sermón del Monte
31
Así que oró: “Padre, glorifícate a ti mismo”. Y la voz del
cielo le contestó, básicamente: “Lo he hecho, y lo volveré a hacer”.
(Ver Juan 12:23-28). En el contexto de su crisis, Jesús ordenó a sus
discípulos que aceptaran, como Él, el compromiso total que les
demostró con su ejemplo al enfrentar su cruz (Juan 12:25, 26).
Un pastor piadoso exhortaba a todo discípulo de Jesús a orar
esta paráfrasis de aquella oración del Señor: “Padre, glorifícate a ti
mismo, y envíame la cuenta. Cualquier cosa, Padre. Simplemente,
glorifícate a ti mismo”. Solo cuando hagamos junto con el Señor esta
oración que Él hizo a la sombra de su cruz comprenderemos,
aceptaremos y aplicaremos la pauta ética más elevada que el mundo
haya conocido jamás.
Durante las Guerras Santas, Francisco de Asís estaba
atendiendo a un turco que había sido herido. Un cruzado que pasaba
por allí le dijo: “Si ese turco se recupera, Francisco, te matará”.
Francisco respondió: “Pero antes de hacerlo, habrá conocido lo que
es el amor divino”.
Observe que Jesús termina su enseñanza diciendo: “Sed,
pues, vosotros perfectos, como vuestro Padre que está en los cielos es
perfecto” (v. 48). La palabra “perfecto” no implica una perfección sin
pecado. Significa ‘sean maduros, completos, todo lo que Dios los
creó para que fueran’. Si la palabra “perfecto” le molesta, omítala al
principio y al final del versículo. Como resumen de toda su
enseñanza sobre el espíritu de la Ley, Jesús enseña que debemos ser
como es nuestro Padre celestial. Enseña que, como hijos de Dios,
debemos ser como nuestro Padre. Pero ¿cómo es Él?
El apóstol Pablo indica a los esposos que amen a sus esposas
como Cristo amó a la iglesia y se entregó a sí mismo por ella (Efesios
5:25). Cuando Pablo les dice a estos esposos que amen como Cristo
amó y ama, y que den como Él dio y da, en realidad, está enseñando
lo mismo que Jesús enseña aquí: debemos ser... como es Cristo. ¿Es
esto posible?
¿Cuál es la enseñanza más dinámica del Nuevo Testamento?
Para mí, es: “Cristo en vosotros, la esperanza de gloria”. Pablo,
literalmente, escribió: “He sido levantado por Dios para compartir un
secreto con la iglesia. Y ese secreto es simplemente este: que Cristo
en sus corazones es la única esperanza que ustedes tienen” (Ver
Colosenses 1:27).
Esta enseñanza ética de Jesús es absolutamente imposible,
aun ridícula, si no se produce este gran milagro: “Cristo en ustedes, y
ustedes en Cristo”. Y “juntos con Él”. ¡Pero la más dinámica
enseñanza del Nuevo Testamento sí es real! Por tanto, podemos
tomar esta enseñanza muy en serio y atrevernos a responder estas
preguntas: “¿Qué dijo Jesús?, ¿qué quiso decir?, ¿qué significa esto
para mí?”.
El versículo más profundo de este extraordinario pasaje
bíblico encaja con la estrategia y el objetivo de la misión de Jesús
para este retiro. Jesús preguntó: “¿Qué hacen ustedes, que sea más
que lo que hacen los otros?”.
32. Fascículo No. 33: El Sermón del Monte
32
Como señalé anteriormente, la sal debe ser diferente de la
carne en la cual se frota para poder preservarla de corrupción. Una
traducción dice: “Si ustedes aman solo a quienes los aman, ¿qué
gracia están poniendo en práctica?” (Mateo 5:46). El significado es
que no se necesita gracia para amar a los que nos aman, pero sí se
necesita una gracia sobrenatural para amar a quienes son nuestros
enemigos.
Este difícil pasaje —en realidad, todo el capítulo— nos
desafía con la pregunta: “¿Hay algo en nuestra vida que solo pueda
explicarse por medio del secreto espiritual de que nuestro Señor
Jesucristo resucitado vive en nuestro corazón?”.
Capítulo 5
Disciplinas espirituales y valores verticales
(Mateo 6:1-34)
Jesús ya desafió a sus discípulos a mirar hacia adentro y
considerar las actitudes benditas que deben estar en sus corazones
(5:3-12). Después, los desafió a mirar a su alrededor y aplicar esas
bienaventuranzas en sus relaciones (5:13-48). Para cuando terminó
de enseñarles cómo aplicar esas actitudes en sus relaciones —
especialmente las relaciones con sus adversarios, los malos y los
enemigos—, ellos estaban más que preparados para lo que les iba a
enseñar a continuación.
El sexto capítulo nos muestra a Jesús indicando a sus
discípulos que miren en otra dirección. Entonces, Él los desafía a
encontrar la dinámica que, ahora, están convencidos de que
necesitan... mirando hacia arriba. Dado que, por definición, un
discípulo debe ser una persona disciplinada, les indica un régimen
diario de mirar hacia arriba enseñándoles la vital prioridad de vivir su
vida según algunas disciplinas y valores espirituales, verticales.
La disciplina espiritual de dar
“Guardaos de hacer vuestra justicia delante de los hombres,
para ser vistos de ellos; de otra manera no tendréis recompensa de
vuestro Padre que está en los cielos.
“Cuando, pues, des limosna, no hagas tocar trompeta delante
de ti, como hacen los hipócritas en las sinagogas y en las calles, para
ser alabados por los hombres; de cierto os digo que ya tienen su
recompensa. Mas cuando tú des limosna, no sepa tu izquierda lo que
hace tu derecha, para que sea tu limosna en secreto; y tu Padre que ve
en lo secreto te recompensará en público” (6:1-4).
Ya he comentado que la “justicia” de los escribas y fariseos
era horizontal, mientras que la justicia que Jesús enseñaba y exigía de
sus discípulos era vertical. Los primeros cuatro versículos del sexto
capítulo demuestran elocuentemente esta distinción. Aunque nos
resulta difícil imaginarlo en la actualidad, los fariseos, realmente,
33. Fascículo No. 33: El Sermón del Monte
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llevaban entre sus ropas una pequeña trompeta y, cada vez que daban
una moneda a un mendigo, hacían sonar la trompeta. Querían que los
hombres vieran lo que daban y los honraran por ser píos y generosos.
Jesús tachó esta práctica con su palabra favorita para ellos:
“¡Hipócritas!”. Como los actores griegos, estos fariseos llevaban
puesta una máscara y simplemente representaban un papel cuando
actuaban de esa forma. Obviamente, estaban practicando su justicia
delante de los hombres, para ser vistos y honrados por ellos, lo que
llevó a Jesús a dar estas instrucciones para sus discípulos en cuanto al
acto de dar. La instrucción era que sus discípulos deben dar de forma
anónima, en secreto, sin que siquiera su mano izquierda sepa lo que
su mano derecha da.
Cuando estos hipócritas recibían las alabanzas de los
hombres, esa era la única recompensa que iban a recibir por lo que
habían dado. Los discípulos de Jesús deben dar en secreto al Dios
que ve lo que se da en secreto. Él los recompensará abiertamente por
lo que dan en privado y con corazón piadoso, lo cual es,
verdaderamente, la esencia de la fe y la adoración. El capítulo de la
fe en la Biblia nos dice que quien se acerca a Dios deseando
agradarlo debe creer que Él existe, y que recompensa a quienes lo
buscan diligentemente porque creen que Él existe (Hebreos 11:6).
Antes de juzgar con demasiada dureza a estos fariseos,
debemos preguntarnos si nosotros, en sentido figurado, no hacemos
“sonar la trompeta” cuando damos de manera que las personas sepan
lo que hemos dado. Como pastor, he descubierto que, en general, las
grandes ofrendas son entregadas personalmente, de tal modo que el
pastor —y, algunas veces, toda la iglesia— sepa que se ha dado esa
ofrenda. Me han dicho que es una maravillosa experiencia dar una
abultada ofrenda anónimamente... ¡y luego ser descubierto!
Debemos observar que la primera disciplina espiritual que
Jesús requiere de quienes quieren ser una de sus soluciones y sus
respuestas —sal de la tierra y luz del mundo— es la disciplina de la
mayordomía. Jesús enseña, más adelante, que Dios retiene la
verdadera riqueza, es decir, las bendiciones espirituales, del discípulo
que no es un fiel administrador (Lucas 16:10, 11). Esto hace que el
dar sea una de las disciplinas espirituales más importantes en la vida
de un discípulo.
La disciplina espiritual de la oración
Jesús exige el mismo tipo de mentalidad cuando enseña a sus
discípulos cómo orar: “Y cuando ores, no seas como los hipócritas;
porque ellos aman el orar en pie en las sinagogas y en las esquinas de
las calles, para ser vistos de los hombres; de cierto os digo que ya
tienen su recompensa. Mas tú, cuando ores, entra en tu aposento, y
cerrada la puerta, ora a tu Padre que está en secreto; y tu Padre que
ve en lo secreto te recompensará en público.
“Y orando, no uséis vanas repeticiones, como los gentiles,
que piensan que por su palabrería serán oídos. No os hagáis, pues,
semejantes a ellos; porque vuestro Padre sabe de qué cosas tenéis
necesidad, antes que vosotros le pidáis. Vosotros, pues, oraréis así: