instituto biblico del aire

Fabiana Tejeda
Fabiana TejedaMAMA, ESPOSA Y AMIGA :) en AMA DE CASA POR AHORA :)

instituto biblico del aire

Fascículo No. 31: Romanos, versículo por versículo (Tercera parte) 
1 
INSTITUTO BÍBLICO DEL AIRE 
FASCÍCULO INTERNACIONAL NÚMERO 
31 
EL LIBRO DE ROMANOS 
VERSÍCULO POR VERSÍCULO 
(TERCERA PARTE) 
Romanos 9 - 11 
Este es el tercero de una serie de cuatro 
fascículos con notas para quienes han escuchado 
nuestros programas radiales de enseñanza sobre la 
Carta de Pablo a los Romanos, versículo por 
versículo. Si usted desea estudiar esta obra 
maestra entre todas las inspiradas cartas de Pablo, 
o enseñar a otros este estudio de Romanos en 
particular, para lograr continuidad, debería contar 
con los dos fascículos anteriores de esta serie antes 
de leer, estudiar o enseñar este. Comuníquese con 
nosotros y le enviaremos los fascículos que no 
tenga.
Fascículo No. 31: Romanos, versículo por versículo (Tercera parte) 
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Capítulo 1 
Elección y gracia 
(9:1-33) 
En los primeros cuatro capítulos de esta 
inspirada carta, Pablo relaciona su mensaje de la 
justificación por fe con el pecador. En los 
siguientes cuatro capítulos, relaciona la 
justificación con los pecadores que han sido 
justificados por fe, mostrándoles cómo vivir de 
manera recta y glorificar al Dios que los declaró 
justos porque creen en lo que Jesucristo ha hecho 
por ellos. 
Pablo concluyó ese segundo grupo de 
cuatro capítulos —que constituyen mi parte 
favorita de esta inspirada carta— con el pasaje 
más sublime y magnífico del Nuevo Testamento. 
El apóstol está absolutamente convencido de que 
podemos ser supervencedores, porque Dios inicia 
y moviliza con su poder todo el proceso por medio 
del cual somos declarados dignos por fe, y 
recibimos la fe y la gracia para vivir esa gloriosa 
realidad en nuestra vida. 
Según Pablo, Dios conoce desde antes, 
predestina, llama, justifica y glorifica a quienes 
elige para la salvación. La clave de nuestra 
victoria espiritual no se encuentra en nosotros, 
sino en nuestro Padre celestial, que nos justifica 
(ver 8:33); en su Hijo, el Cristo resucitado que 
vive en nosotros; y en el Espíritu Santo que nos da 
poder. El fundamento de esta firme seguridad del 
apóstol —que seremos supervencedores— es que 
nada puede separarnos del amor de Dios en Cristo 
Jesús, nuestro Señor. La victoria no depende de 
nosotros, pero es ganada en nosotros, con nosotros 
y para nosotros por Dios, por medio de Cristo y 
del Espíritu Santo. (Ver Romanos 8). 
“Qué extraño que Dios eligiera a los judíos” 
El noveno capítulo de Romanos es uno de 
los más difíciles de comprender y aplicar de toda 
la Biblia. Pablo comienza este capítulo expresando 
su sincero amor y su genuina carga por Israel. En 
sus escritos, el apóstol expresa con frecuencia un 
objetivo para su misión: “Al judío primeramente, 
y también al griego” (Romanos 1:16; ver Hechos 
20:21). En sus viajes misioneros, cuando entraba a 
una ciudad, el método que siempre seguía era ir 
primero a la sinagoga y razonar con los rabíes que 
“Jesús era el Cristo” (ver Hechos 13:13; 18:4, 5). 
En una de las declaraciones más profundas sobre 
su estrategia misionera, Pablo escribió que su 
prioridad principal era hacerse judío a los judíos, 
para, por cualquier medio, poder ver a los judíos 
llegar a la fe y a experimentar la salvación (ver 1 
Corintios 9:19-22). 
Pablo escribe que casi desearía poder 
cambiar su salvación eterna por la salvación de su 
amado pueblo. Muchos de nosotros, como 
creyentes, especialmente quienes somos padres, 
conocemos el terrible dolor del corazón que se 
siente cuando sabemos que uno de nuestros hijos 
se está apartando de la fe y viviendo de una 
manera que su vida se convertirá en un desastre. 
Quizá amemos tanto a nuestros seres queridos 
perdidos que estaríamos dispuestos a entregar 
nuestra vida por su salvación. Pero ¿cambiaríamos
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nuestra salvación eterna por la salvación de los 
perdidos que no son nuestros seres amados? 
Pablo, en realidad, no dice que él lo haría, 
pero casi: “Verdad digo en Cristo, no miento, y mi 
conciencia me da testimonio en el Espíritu Santo, 
que tengo gran tristeza y continuo dolor en mi 
corazón. Porque deseara yo mismo ser anatema, 
separado de Cristo, por amor a mis hermanos, los 
que son mis parientes según la carne; que son 
israelitas, de los cuales son la adopción, la gloria, 
el pacto, la promulgación de la ley, el culto y las 
promesas; de quienes son los patriarcas, y de los 
cuales, según la carne, vino Cristo, el cual es Dios 
sobre todas las cosas, bendito por los siglos. 
Amén” (Romanos 9:1-5). 
Es posible decirle a una persona, y es 
posible decirles a cientos, o miles, desde un 
púlpito, o aun a millones, por medio de la radio, 
que se irán al infierno si no confían en Jesucristo 
como su Salvador. Podemos hacerlo de manera 
que dé la impresión de que estemos contentos de 
que algo tan tremendo suceda. O podemos 
expresar esta misma verdad con lágrimas en los 
ojos y un corazón quebrantado. Obviamente, esta 
segunda forma de hacerlo impulsará a más 
personas a entregarse a Cristo. 
Cuando Pablo escribe estas palabras que 
expresan su carga por el pueblo judío, 
especialmente por aquellos que son como era 
Saulo de Tarso antes de conocer al Cristo 
resucitado y vivo en el camino a Damasco, escribe 
con lágrimas y con un corazón quebrantado. 
Pablo presenta ocho ventajas espirituales 
que tenían los judíos. La primera de ellas es la que 
llama “la adopción”. Recordemos que, en la 
cultura romana, un padre consideraba a sus hijos, 
niños, hasta los catorce años. Cuando llegaban a 
esa edad legal, el padre solicitaba una audiencia 
judicial y los adoptaba legalmente como hijos y 
herederos de su patrimonio. Pablo utiliza la 
palabra “adopción” nuevamente dentro de este 
contexto cultural. 
Por razones que solo Dios conoce, de todos 
los pueblos que existían en la historia antigua, 
Dios eligió, o adoptó, a los descendientes de 
Abraham para que fueran su pueblo elegido, 
especial. A nosotros nos resulta extraño que Dios 
eligiera a los judíos, y no podemos menos que 
preguntarnos por qué. 
Siempre que preguntamos: “¿Por qué Dios 
hizo esto?”, en última instancia, la respuesta es: 
“¡Solo Dios lo sabe!”. Podemos razonar que, si 
Dios hubiera elegido una raza, un color, o un 
pueblo de un origen determinado, esa raza, ese 
color o ese pueblo de origen determinado creería, 
obviamente, que era superior a los demás. Para 
llegar a este mundo como Dios Hombre, Dios creó 
a un pueblo especial. Todo el Antiguo Testamento 
declara que Dios elige a quién utiliza. Pero tanto el 
Antiguo como el Nuevo Testamento, al igual que 
la historia hebrea antigua y contemporánea, 
declaran también que quienes son elegidos por 
Dios pueden, a su vez, elegir no ser elegidos. 
La segunda ventaja espiritual de los judíos 
fue que ellos recibieron la gloria. Es una 
referencia a la shekinah, la divina presencia de 
Dios que llenó la tienda de adoración y el templo 
de Salomón cuando fueron construidos y
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dedicados. La nube, de día, y la columna de fuego, 
por la noche, eran manifestaciones de esta gloria, 
y guiaron al pueblo en su marcha por el desierto, 
como se relata en los libros de Éxodo y Números. 
Después, Pablo menciona los pactos que 
Dios estableció con su pueblo elegido. Debemos 
recordar que la palabra “testamento”, como se la 
utiliza en las expresiones “Antiguo Testamento” y 
“Nuevo Testamento” significa, de hecho, ‘Antiguo 
Pacto’ y ‘Nuevo Pacto’. Además de estos dos 
grandes pactos generales, Dios hizo pactos con 
individuos como Noé, Abraham y David. 
El milagro de que la Ley de Dios haya sido 
dada a Israel por medio de Moisés en el Monte 
Sinaí es la siguiente ventaja espiritual que cita 
Pablo. Ya he mencionado, en mi comentario sobre 
cómo comienza el capítulo séptimo de Romanos, 
el amor de los judíos devotos por la Ley. Hemos 
visto que gran parte de la presentación sistemática 
de esta gran carta está relacionada con una 
adecuada comprensión de los propósitos de esa 
Ley de Dios que fue dada a Israel. Pablo, 
obviamente, lamenta que los propósitos por los 
cuales fue dada la Ley nunca se cumplieron en la 
vida de los judíos que constituyen su carga, y a 
quienes dedica gran parte de esta carta. 
Una dimensión muy importante de esa Ley 
y del ministerio de Moisés es lo que Pablo llama 
“el servicio a Dios”. Esto se refiere a las detalladas 
especificaciones que Dios da en el Libro de Éxodo 
sobre “la tienda de adoración”, es decir, el 
tabernáculo del desierto. La importante verdad que 
hay en todas esas especificaciones, y la instrucción 
en Levítico sobre cómo utilizar esa tienda de 
adoración, es que Dios le muestra a su pueblo 
especial y elegido cómo acercarse a un Dios santo 
y adorarlo. 
Pablo, después, hace referencia a las 
promesas. Este es un concepto muy importante en 
la relación entre Dios e Israel. Todo lo que Dios 
hace es precedido y predicho por una promesa. 
Tenemos la Tierra Prometida y las promesas que 
Dios hizo a Abraham con respecto de él y sus 
descendientes. Isaac es llamado “el hijo de la 
promesa”. El desafío es creer las promesas de 
Dios. El padre de este pueblo es la definición viva 
de la fe, porque creyó en las promesas de Dios. 
Es muy adecuado, entonces, que la 
siguiente ventaja espiritual que Pablo menciona 
sean los padres, es decir, los patriarcas. Abraham, 
Isaac, Jacob, Moisés, David, y otros fueron 
llamados, capacitados y equipados por Dios para 
engendrar, nombrar y luego, liderar a una gran 
multitud que se convertiría en una nación. Pablo 
considera que estos padres fueron otra de las 
extraordinarias ventajas espirituales que Israel 
recibió de su Dios. 
La octava y, por mucho, la mayor ventaja 
espiritual que Dios dio a su pueblo fue que, a 
través de Israel, fue dado el Salvador a través del 
cual se expresó el amor de Dios por este mundo. 
La salvación fue hecha posible, tanto para judíos 
como para gentiles, a través de este pueblo 
elegido. Por medio de Israel, Dios se hizo carne y 
vivió en este mundo durante treinta y tres años. Al 
concluir su lista de ventajas espirituales dadas a 
Israel con el hecho de que el Mesías fue dado a 
ellos y a través de ellos, Pablo escribe uno de los
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versículos de la Biblia en que se proclama más 
claramente algo que Jesús manifiesta repetidas 
veces en el Evangelio de Juan: que Él era Dios. 
“Cristo, el cual es Dios sobre todas las cosas, 
bendito por los siglos” (9:5). 
¿Ha fracasado Dios? 
“No que la palabra de Dios haya fallado; 
porque no todos los que descienden de Israel son 
israelitas, ni por ser descendientes de Abraham, 
son todos hijos; sino: En Isaac te será llamada 
descendencia. Esto es: No los que son hijos según 
la carne son los hijos de Dios, sino que los que son 
hijos según la promesa son contados como 
descendientes. Porque la palabra de la promesa es 
esta: Por este tiempo vendré, y Sara tendrá un 
hijo” (9:6-9). 
Según Pablo, ser judío es más que haber 
nacido accidentalmente en esa nación. Quienes 
son hijos de padres judíos no son, en realidad, el 
verdadero Israel. Ser judío es más que una 
nacionalidad. Ser un verdadero descendiente de 
Abraham es un llamado. Como suelo señalar, la 
palabra “carne”, como se la utiliza con frecuencia 
en la Biblia, significa ‘la naturaleza humana sin 
ayuda de Dios’. Pablo dice que quienes nacen de 
una forma que no requiere una obra sobrenatural 
de Dios no son el verdadero Israel. Todos los que 
son justificados por fe y reciben esa justicia que 
no se gana por obras, sino es dada a quienes creen 
en la obra de Jesucristo en la cruz, son la 
verdadera simiente de Abraham. Pablo escribe 
esta misma verdad a los gálatas (ver Gálatas 3:29). 
El corazón del apóstol está destrozado, 
porque una mayor ventaja espiritual significa una 
mayor responsabilidad espiritual. Con todas las 
ventajas espirituales de que disfruta, Israel ha 
decidido no ser elegido por Dios y ha rechazado a 
su Mesías y Salvador. Al comenzar estos tres 
extraordinarios capítulos, en los cuales enseña 
sobre la elección —o el hecho de que Dios eligiera 
a los judíos—, Pablo enseña claramente que ser 
elegidos por Dios no neutralizó ni abolió su 
capacidad y su responsabilidad de elegir a Dios y 
lo que Él preparó para que fueran salvos. 
En estos tres profundos capítulos (9, 10 y 
11), Pablo usa a Israel como el supremo ejemplo 
de la Biblia para el hecho de que Dios elige, o 
selecciona, a quienes son predestinados, llamados, 
justificados y glorificados por medio de la 
salvación. En una de las más grandes paradojas de 
la Biblia, Pablo también usa a Israel como el 
mayor ejemplo bíblico de lo que llamamos “el 
libre albedrío del hombre”, es decir, la innegable 
realidad de que somos criaturas capaces de elegir. 
Una paradoja es dos verdades que parecen 
ser contradictorias, pero no lo son cuando nuestros 
pensamientos y caminos siguen los pensamientos 
y los caminos de nuestro Dios. El hecho de que 
Israel sea el ejemplo bíblico tanto del libre 
albedrío como de la elección es la máxima 
paradoja de la Biblia. Esta misma paradoja se 
encuentra en los Evangelios, donde leemos que los 
apóstoles, evidentemente, decidieron creer en 
Jesús y seguirlo. Pero, después de tres años de 
seguirlo, en su último retiro con ellos en el 
aposento alto, Jesús les declara: “No me elegisteis
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vosotros a mí, sino que yo os elegí a vosotros” 
(Juan 15:16). 
Cuando nos damos cuenta de que, según la 
Biblia, Dios nos elige para ser salvos pero, al 
mismo tiempo, nosotros elegimos ser salvos, con 
nuestra lógica falible y nuestras mentes finitas, 
pensamos que debe ser una cosa o la otra. O 
nosotros elegimos a Dios, o Dios nos elige a 
nosotros. La Biblia nos enseña que es una cosa y 
la otra. Aunque no podamos entenderlo, Dios nos 
elige, pero también nosotros ejercemos nuestra 
libertad de decidir, y elegimos a Dios y la 
salvación. Debemos aceptar la innegable realidad 
de que, de alguna forma, ambas proposiciones, 
que parecen opuestas y contradictorias, son 
ciertas, porque la Biblia, claramente, enseña que lo 
son. 
Con esa perspectiva, ahora estamos en 
condiciones de estudiar este pasaje realmente 
difícil de la Biblia: “Y no sólo esto, sino también 
cuando Rebeca concibió de uno, de Isaac nuestro 
padre (pues no habían aún nacido, ni habían hecho 
aún ni bien ni mal, para que el propósito de Dios 
conforme a la elección permaneciese, no por las 
obras sino por el que llama), se le dijo: El mayor 
servirá al menor. Como está escrito: A Jacob amé, 
mas a Esaú aborrecí” (10-13). 
Si nos basamos en lo que Pablo escribe en 
este capítulo, Dios no actúa como nosotros 
creemos que debería hacerlo. Nos obliga a salir de 
nuestra “caja”, de las formas tradicionales de 
pensar en Él. Nos gusta pensar en Dios como si Él 
fuera un hombre, y que Él actuaría de la misma 
manera que lo haríamos nosotros si fuéramos 
Dios. A través del profeta Isaías, Dios nos advirtió 
que la diferencia entre la forma en que Dios 
piensa, actúa y existe, y la nuestra, es tan grande 
como la altura de los cielos sobre la tierra (ver 
Isaías 55:8). 
Hubo un tiempo en que todos estaban 
convencidos de que la tierra era plana. Los 
creyentes encontraban pasajes bíblicos que 
confirmaban lo que, según sabemos ahora, no es 
cierto. Después, quienes estudian estas cosas 
comenzaron a compartir la convicción de que la 
tierra era esférica, rotaba sobre su eje y se movía 
en una vasta expansión de espacio como parte del 
Sistema Solar, que es parte de un inmensurable 
universo que incluye más sistemas solares de los 
que podemos contar. Eso hizo que algunos 
creyentes se sintieran muy incómodos en esa 
época, porque estaban absolutamente convencidos 
de que la Biblia enseñaba algo diferente. 
Nos gusta tener nuestra visión de este 
mundo en que vivimos, nuestra filosofía de vida y 
nuestro concepto de Dios bien definidos en 
nuestra mente, prolijamente guardados en 
pequeños “compartimientos” imaginarios. Pero el 
Dios que conocemos en la Biblia, y el Verbo vivo 
que escribió la Biblia, no siempre encajan en esos 
compartimientos. Dios parece deleitarse en 
derribar las paredes de esos compartimientos, 
porque es demasiado grande para ser contenido en 
ellos. 
Dios, con sus acciones impredecibles que 
nos dejan perplejos y confundidos, nos obliga a 
salir de nuestros esquemas limitados, cuando 
pensamos en Él y tratamos de conocerlo. Pero,
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como Isaías nos advirtió, Dios no es un hombre 
(ver Isaías 55:8). Él no piensa ni actúa como 
nosotros. Antes de internarnos en este capítulo, 
debemos recordar, simplemente, esta perspectiva 
de Isaías y no pretender comprender a Dios, ni por 
qué o cómo hace lo que ha decidido hacer. 
Tendremos que recordar esta perspectiva 
que Dios nos dio de sí mismo a través de Isaías 
mientras leemos y estudiamos los capítulos 9, 10 y 
11 de esta obra maestra teológica de Pablo. En 
estos tres capítulos, Pablo relaciona la 
justificación por fe con Israel. Pablo utiliza a 
Israel como ilustración de que Dios elige al 
hombre, y del libre albedrío del hombre para 
elegir a Dios. 
Tres principios de la elección y la gracia 
Pablo establece tres principios de la gracia 
que debemos comprender al entrar en este noveno 
capítulo para recorrerlo. El primer principio es que 
la salvación no se hereda. Imaginemos que somos 
hijos de padres que eran devotos creyentes. Ellos 
nos han enseñado la Biblia, nos han llevado a una 
maravillosa iglesia y, quizá, hasta nos han 
educado en escuelas cristianas, desde el jardín de 
infantes hasta la universidad. Tenemos una ventaja 
espiritual. Somos responsables y debemos 
responder por nuestro legado espiritual y todas las 
ventajas espirituales que hemos heredado. Pero 
eso no significa que seamos salvos. Dios no tiene 
nietos. Solo tiene hijos. El primer principio 
espiritual de la elección y la gracia que Pablo nos 
presenta es que la salvación no se hereda. 
Un segundo principio que Pablo declara en 
este capítulo es que la salvación no solo está 
basada en la decisión que tomamos de entregar 
nuestra vida a Dios, sino en la decisión que Dios 
toma al elegirnos para ser salvos. Nos cuesta 
aceptar este segundo principio, porque queremos 
creer que nosotros tenemos el control. Si este 
principio es cierto, entonces, el control está en 
manos de Dios... y no nos gusta perder el control. 
El tercer principio espiritual que Pablo 
señala aquí es que la salvación no depende que 
seamos buenos o malos, o de que hayamos hecho 
buenas o malas obras. Pablo usa la alegoría 
histórica de Jacob y Esaú. Estos dos mellizos, en 
el vientre de Rebeca, todavía no habían hecho 
absolutamente nada bueno ni malo. Pero leemos 
que Dios declara que ama a Jacob y lo ha elegido, 
mientras que aborrece a Esaú, por lo cual Esaú 
servirá a Jacob. 
Cuando leemos que Dios aborrece a Esaú, 
debemos comprender que se trata de una figura 
retórica. Básicamente, esto significa que, 
comparado con el amor que Dios demuestra por 
Jacob, el hecho de que retenga su gracia de Esaú 
es como aborrecerlo. Jesús usa esta misma figura 
retórica cuando lanza un llamado al compromiso 
en el que dice que quienes se conviertan en sus 
discípulos deben “aborrecer” a su padre, madre, 
hermanos, hermanas y todas las demás personas 
que hay en sus vidas (ver Lucas 14:26). Sin 
embargo, la Biblia enseña claramente que 
debemos amar a nuestros padres (ver Éxodo 
20:12) y que debemos amar a todos (ver 1 Juan 
4:7-21). Jesús está enseñando que nuestro amor
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por Él debe ser tan grande que, en comparación, lo 
que sentimos por todos los demás sea como odio. 
Era una figura retórica muy común en esa cultura. 
Una señora se acercó a un reconocido y 
devoto erudito y profesor de la Biblia, y le dijo: 
“Dr. Ironside, tengo un problema con este 
versículo en que Pablo dice que Dios dijo: ‘a 
Jacob amé, mas a Esaú aborrecí’”. La respuesta 
del Dr. Ironside fue: “Yo también tengo problemas 
con ese versículo... ¡pero mi problema es cómo 
puede decir: ‘A Jacob amé’!”. 
Cuando leemos la historia de la vida de 
este pícaro manipulador e intrigante, Jacob, y 
vemos que cumplió en su vida el significado de su 
nombre —que, básicamente, significaba ‘el que se 
apodera de algo’— podemos comprender por qué 
el erudito bíblico contestó lo que contestó. En el 
quinto capítulo de esta carta, Pablo se maravilla de 
que el amor de Dios se hubiera expresado por 
medio de Cristo para nuestra salvación, cuando 
éramos impíos, pecadores y enemigos de Dios. 
Todos nos maravillamos de que Dios amara a 
Jacob, o a cualquiera de nosotros, que somos 
pecadores, a quienes amó y salvó a través de 
Cristo. 
Una segunda observación con respecto a 
este desafiante pasaje es que, cuando nos 
concentramos únicamente en el concepto de la 
palabra “elección”, pasamos por alto el punto 
fundamental de la enseñanza. Trataré este 
concepto a continuación, pero, antes de hacerlo, lo 
desafío a que capte la verdad central y principal 
que Pablo enseña en este difícil capítulo. Lo que el 
apóstol llama “elección” tiene un mayor énfasis en 
este capítulo porque ilustra el concepto 
fundamental de lo que él enseña en su obra 
maestra teológica: que la salvación no se gana por 
buenas obras, sino que es otorgada como un regalo 
por la gracia de Dios. 
Antes que estos mellizos hubieran hecho 
algo, bueno o malo, Jacob fue elegido para ser 
salvo porque Dios lo amó, no porque hubiera 
hecho buenas obras. Esto plantea la cuestión de 
que Dios eligiera deliberadamente a Jacob. ¿Elige 
Dios, realmente, un pueblo selecto para salvarlo? 
En cierto sentido, todo el Antiguo Testamento nos 
dice enfáticamente que esto es cierto, porque Dios 
eligió a los judíos. 
Este concepto nos plantea dos problemas. 
Nos gusta creer que tenemos el control de nuestra 
salvación, y no pensamos que sea justo que Dios 
elija a algunas personas y no elija a otras. 
El punto fundamental de lo que Pablo 
enseña claramente es que debemos atribuir nuestra 
salvación a la gracia, las soberanas decisiones de 
Dios y la obra de Jesucristo en la cruz, más que a 
nuestras propias decisiones y obras. Pero Pablo 
también presenta esta paradoja: aunque somos 
elegidos, debemos “elegir ser elegidos”, confiando 
en Cristo como nuestro Salvador, para ser 
justificados por fe. 
Si usted conoce la Ley de Moisés, 
comprenderá por qué era tan difícil para los 
devotos fariseos captar y creer lo que Pablo enseña 
aquí. Ellos, como Saulo de Tarso antes de su 
conversión, memorizaban los primeros cinco 
libros de la Biblia. Muchos creyentes, en la 
actualidad, ni siquiera han leído estos primeros
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cinco libros de la Biblia, que son el fundamento y 
la piedra angular de la Palabra de Dios. Los 
devotos judíos, por lo tanto, conocían muy bien 
estos libros de la Ley. Dos de ellos terminan con 
contundentes exhortaciones a elegir entre la vida y 
la muerte, que es elegir entre obedecer las leyes de 
Dios y servirlo, o rebelarse y desobedecer a Dios 
(ver Levítico 26, 27; Deuteronomio 28, 30). 
Por lo tanto, era muy difícil para un judío 
devoto comprender que la vida y la muerte 
espiritual no eran cuestión de lo que ellos 
eligieran, sino de lo que Dios decidiera. Podemos 
ver por qué era difícil para ellos creer que la 
salvación y la justificación son un llamado y un 
regalo de la gracia de Dios que deben recibir por 
fe, y no un derecho heredado y una consecuencia 
de obedecer las leyes de Dios. 
También podemos ver por qué Pablo, este 
fariseo de fariseos, necesitó años en el desierto de 
Arabia para aprender estas verdades con el Cristo 
resucitado, como explica en su carta a los gálatas 
(Gálatas 1:11 - 2:10). Obviamente, necesitaba 
tiempo y una revelación sobrenatural para captar 
él mismo esta verdad e integrar este regalo de la 
justicia y la justificación por fe en su teología, 
después de ser uno de los rabíes fariseos más 
ortodoxos, celosos y eruditos que jamás haya 
vivido. 
Los rabíes como Pablo enseñaban por 
medio de un método de preguntas y respuestas. De 
hecho, llegaban a contestar una pregunta con otra 
pregunta. Cierta vez le preguntaron al rabí Hillel: 
“¿Por qué ustedes los rabíes siempre hacen 
preguntas y hasta contestan una pregunta con otra 
pregunta?”. El famoso rabí contestó: “¿Y por qué 
no deberíamos contestar una pregunta con otra 
pregunta?”. Como buen rabí, Pablo imagina, 
entonces, que los que leen esta carta le harían 
ciertas preguntas, que pasa a responder: “¿Qué, 
pues, diremos? ¿Que hay injusticia en Dios? En 
ninguna manera. Pues a Moisés dice: Tendré 
misericordia del que yo tenga misericordia, y me 
compadeceré del que yo me compadezca. Así que 
no depende del que quiere, ni del que corre, sino 
de Dios que tiene misericordia. Porque la Escritura 
dice a Faraón: Para esto mismo te he levantado, 
para mostrar en ti mi poder, y para que mi nombre 
sea anunciado por toda la tierra. De manera que de 
quien quiere, tiene misericordia, y al que quiere 
endurecer, endurece” (14-18). 
El ejemplo de Moisés y Faraón que usa 
Pablo es aún más difícil de comprender y aceptar 
que su ejemplo de Jacob y Esaú. Pablo retorna a 
su diálogo de preguntas y respuestas, imaginando 
que su lector le plantea la objeción de que no es 
justo que Dios cree a un Faraón con el único 
propósito de oponerse a lo que Él hace en Egipto. 
No parece justo que haya creado a un Faraón 
rebelde para poder mostrar su tremendo poder en 
las diez horribles plagas que cayeron sobre los 
egipcios. 
La respuesta de Pablo a esta pregunta, y a 
la persona que imaginariamente la plantea, es: 
“¿Quién eres tú para cuestionar al todopoderoso 
Dios?”. Y utiliza, a continuación, una profunda 
metáfora que era favorita del profeta Jeremías (ver 
Jeremías 18:1- 6).
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La metáfora es que, como meros humanos 
mortales, somos como arcilla, y Dios es el divino 
Escultor. Cuando un talentoso escultor forma 
vasijas a partir de un trozo de arcilla, ¿le dice la 
arcilla al escultor qué forma desea tener? La 
respuesta obvia es que el escultor es soberano 
sobre la arcilla y puede decidir hacer una vasija 
hermosa con parte de ella y, con otra parte, hacer 
un recipiente de los que la gente usaba para hacer 
sus necesidades antes que se inventaran las 
instalaciones sanitarias en las casas. Después, 
aplica esa metáfora al hecho de que Dios formara 
a un Moisés y a un Faraón de un mismo trozo de 
arcilla. 
Aquí encontramos la misma verdad en la 
que se hace énfasis en el pasaje sobre Rebeca y los 
mellizos que estaban en su vientre: “Así que no 
depende del que quiere, ni del que corre, sino de 
Dios que tiene misericordia” (9:16). La verdad 
central y básica de estos difíciles pasajes sobre la 
elección no es la soberana elección de Dios. El 
punto fundamental de ambos pasajes es que la 
salvación no es resultado de las obras, ni de la 
voluntad, ni de lo que el hombre “corra” (es decir, 
“ni del esfuerzo humano”, NVI), sino de la 
voluntad, las obras, la providencia, la elección y la 
gracia de Dios. 
Jacob es uno de los grandes ejemplos 
bíblicos de la gracia. Comenzó su viaje de fe 
pensando que todas las bendiciones que disfrutaba 
eran consecuencia de sus manipulaciones y su 
astucia para lograr que todo saliera como él lo 
deseaba. Cuando luchó con el ángel, Dios le hizo 
saber que era grandemente bendecido por la gracia 
de Dios, que él no había ganado, ni merecía, ni 
había logrado por sus propios esfuerzos. 
Dios había estado tratando de bendecir a 
Jacob con su gracia durante veinte años, pero no 
podía lograr que se quedara quieto el tiempo 
suficiente como para bendecirlo. En una de las 
más grandes alegorías de la Biblia, Dios lleva a 
este hombre llamado Jacob (que siempre estaba 
corriendo de aquí para allá, manipulando todo y a 
todos hasta que las cosas salían como él deseaba) 
a un lugar llamado Jaboc, que significa, en hebreo, 
‘correr’. Allí, Dios le provocó una cojera, de 
manera que ya no pudiera seguir corriendo (ver 
Génesis 32:22-32). 
Otra forma de decir la misma verdad sería 
decir que Dios había estado tratando de alcanzar a 
Jacob para que hiciera algo que se ordena con 
frecuencia en el Antiguo Testamento: “¡Espera en 
el Señor!”. Dios exhorta a los hombres como 
Jacob a esperar en el Señor, y luego ver cómo Él 
actúa. Dios quiere que seamos personas que 
permiten que las cosas sucedan. Jacob era una de 
las personas que hacen que las cosas sucedan, a tal 
punto que no podía esperar en el Señor. Por eso, 
Dios lo lisió. Después de todo, cuando un hombre 
está lisiado, solo puede esperar en el Señor. Yo 
llamo a esto “la corona de bendición de la cojera 
de Jacob”. Cuando Pablo escribe, en el versículo 
16, que la elección no es de quien corre, sino de 
Dios, creo que está haciendo referencia a esta 
experiencia de Jacob en Jaboc. 
La referencia de Pablo a que Dios forma a 
Moisés y a Faraón del mismo trozo de arcilla hace 
énfasis en una sutil respuesta bíblica a la pregunta
Fascículo No. 31: Romanos, versículo por versículo (Tercera parte) 
11 
que el apóstol trata y que mencioné en mi 
comentario sobre el quinto capítulo de esta carta: 
“¿Cómo entró el mal en este mundo?”. Esta 
pregunta atormenta a filósofos y teólogos desde 
que la filosofía y la teología existen. Hay un 
versículo en la profecía de Isaías en que Dios nos 
dice: “Yo, que formo la luz y creo las tinieblas, 
que hago la paz y creo la adversidad. Yo Jehová 
soy el que hago todo esto” (Isaías 45:6, 7). 
Cuando un joyero desea exponer 
diamantes, los coloca sobre un fondo de terciopelo 
negro, para que su belleza se destaque y sea mejor 
apreciada. La Biblia nos dice que la maldad existe 
debido a la voluntad permisiva de Dios. Dios no 
crea el mal, pero el mal no podría estar aquí si 
Dios no permitiera que existiese. En la Biblia, 
Dios usa al mal como un terciopelo negro contra 
el cual exhibe las joyas de su amor y su redención. 
El nombre de Dios representa la esencia de 
quien Él es. Dios, sin duda, no es malo. En este 
pasaje se nos dice que Dios usa a Faraón y su 
oposición a la liberación de los hijos de Israel 
como trasfondo contra el cual puede exponer su 
extraordinario poder. El propósito de Dios al hacer 
esto es que su nombre sea declarado en toda la 
tierra. 
Pablo comenzó este pasaje dialogando con 
sus lectores, que le hacen preguntas: “¿Qué, pues, 
diremos? ¿Que hay injusticia en Dios?” (9:14). La 
esencia de su respuesta a esta pregunta es que 
Dios es absolutamente soberano, y hace lo que Él 
desea hacer. Dado que Dios es omnisciente, es 
decir, que todo lo sabe, no necesita en lo más 
mínimo de ningún consejo o aporte nuestro. En la 
gran doxología de alabanza con la que concluye 
estos tres capítulos, Pablo cita a Isaías formulando 
estas preguntas: “Porque ¿quién entendió la mente 
del Señor? ¿O quién fue su consejero?” (11:34). 
Dios tiene compasión de quien desea tener 
compasión y, cuando decide endurecer el corazón 
de otros, como Faraón, por razones que solo Él 
conoce, es porque Él prefiere hacerlo así. 
Pablo, entonces, retorna a su diálogo 
imaginario con sus lectores: “Pero me dirás: ¿Por 
qué, pues, inculpa? porque ¿quién ha resistido a su 
voluntad? Mas antes, oh hombre, ¿quién eres tú, 
para que alterques con Dios? ¿Dirá el vaso de 
barro al que lo formó: ¿Por qué me has hecho así? 
¿O no tiene potestad el alfarero sobre el barro, 
para hacer de la misma masa un vaso para honra y 
otro para deshonra?” (9:19-21). 
Pablo puede bien imaginar que sus lectores 
le responderán: “¡Pero esto es terriblemente 
injusto! ¿Cómo puede Dios formar a Faraón con 
ese propósito y luego condenarlo por hacer lo que 
Él lo creó para que fuera e hiciera?”. La respuesta 
básica, entonces, es: “¿Cómo podemos nosotros, 
como criaturas, cuestionar al Dios que nos creó? 
¿Puede la arcilla cuestionar al escultor que la 
convierte en una vasija? Dado que solo somos 
arcilla en manos de Dios, ¿quiénes somos para 
ponernos en el rol de consejeros de Dios?”. 
En el Libro de Job hay un hermoso 
ejemplo de la verdad que Pablo presenta aquí en la 
manera en que responde a esta pregunta con otra 
pregunta. Job era considerado uno de los hombres 
más sabios y justos que vivían en su tiempo y su 
cultura. Había estado dialogando con tres de sus
Fascículo No. 31: Romanos, versículo por versículo (Tercera parte) 
12 
amigos, que también eran considerados de los más 
sabios de esa cultura. Cuando llegamos al capítulo 
38 de esta “saga del sufrimiento”, Dios entra en el 
diálogo y tiene una fascinante conversación con 
Job, que continúa durante varios capítulos del que 
bien puede ser el libro más antiguo de la Biblia. 
Dios humilla a Job haciéndole una catarata 
de preguntas que Job no puede responder. Dios le 
hace preguntas sobre la creación y le dice, 
básicamente: “¿Qué sabes tú acerca de la creación, 
Job? ¿Acaso estuviste allí? ¿Estuviste allí cuando 
yo creé los cielos y la tierra?”. Le pregunta a Job 
sobre las estrellas del sistema solar, sobre el clima, 
los relámpagos y muchos otros asuntos que Job no 
comprendía y no podía controlar. Pablo, 
básicamente, hace lo mismo aquí cuando plantea 
la pregunta de cómo un ser humano finito, mortal, 
puede pensar que tiene derecho a cuestionar a 
Dios. Y después pregunta: “¿O no tiene potestad 
el alfarero sobre el barro, para hacer de la misma 
masa un vaso para honra y otro para deshonra?” 
(9:21). 
A las personas que viven en culturas con 
formas de gobierno democráticas no les gusta la 
idea de un Dios soberano que tiene absoluto poder 
y control sobre su creación... especialmente sobre 
sus vidas. La democracia está basada en la 
convicción de que a ningún ser humano debe 
entregársele un poder absoluto sobre los demás. El 
gobierno democrático comparte el poder y las 
responsabilidades, y hace responsables a sus 
líderes ante las personas a las que gobiernan. 
Vivamos donde vivamos, nuestro problema frente 
a esta enseñanza puede ser que nos resistimos a la 
idea de un Dios absoluto y soberano porque ni 
siquiera a Dios queremos confiarle un poder 
irrestricto sobre nuestras vidas. 
Pero este concepto del reino de Dios 
significa que Dios es un Rey que tiene gobierno, 
autoridad y control absolutos y soberanos sobre 
sus súbditos. El reino de Dios no es una 
democracia. No hay nada de democrático en la 
relación entre un pastor y sus ovejas. Dios es el 
Buen y Gran Pastor de Israel, y Jesús es “el gran 
pastor de las ovejas” (Juan 10:11, Hebreos 13:20, 
21). Un día, Jesús volverá como Rey de reyes y 
Señor de señores. Pablo responde a los 
imaginarios lectores que lo cuestionan declarando, 
inspiradamente, que Dios es Rey por sobre todos 
los reyes y, como soberano Señor sobre todos los 
señores, hace lo que Él quiere (ver 1 Timoteo 
6:15). 
El apóstol, entonces, presenta el verdadero 
tema de estos tres capítulos, al hablar de dos clases 
de vasijas: “¿Y qué, si Dios, queriendo mostrar su 
ira y hacer notorio su poder, soportó con mucha 
paciencia los vasos de ira preparados para 
destrucción, y para hacer notorias las riquezas de 
su gloria, las mostró para con los vasos de 
misericordia que él preparó de antemano para 
gloria, a los cuales también ha llamado, esto es, a 
nosotros, no sólo de los judíos, sino también de los 
gentiles?” (vv. 22-24). 
Estos tres capítulos se convierten en uno 
de los más importantes pasajes de la profecía 
bíblica cuando Pablo comienza a desarrollar este 
tema, que continuará hasta el final del capítulo 11. 
Nos mostrará, a partir del Antiguo Testamento,
Fascículo No. 31: Romanos, versículo por versículo (Tercera parte) 
13 
que el plan de Dios siempre fue dar salvación a los 
gentiles, tanto como a los judíos. Cuando Dios 
comisionó a Abraham para que fuera padre de este 
pueblo único, su promesa a Abraham fue que 
todas las naciones de la tierra serían benditas a 
través de él (ver Génesis 12:3). 
Y cita a Oseas para demostrar que salvar a los 
gentiles no fue una especie de plan alternativo que 
Dios implementó cuando los judíos rechazaron a 
su Mesías: “Como también en Oseas dice: 
Llamaré pueblo mío al que no era mi pueblo, y a 
la no amada, amada. Y en el lugar donde se les 
dijo: Vosotros no sois pueblo mío, allí serán 
llamados hijos del Dios viviente” (vv. 25, 26). 
Después, cita pasajes de Isaías que demuestran 
que, cuando los gentiles se conviertan en parte de 
la iglesia, aún habrá un remanente de judíos como 
él mismo que serán salvos (ver vv. 27-29; Isaías 
10:22, 23). Después de citar a Isaías, vincula este 
tema profético con los primeros cuatro capítulos 
de esta carta al escribir: “¿Qué, pues, diremos? 
Que los gentiles, que no iban tras la justicia, han 
alcanzado la justicia, es decir, la justicia que es 
por fe; mas Israel, que iba tras una ley de justicia, 
no la alcanzó. ¿Por qué? Porque iban tras ella no 
por fe, sino como por obras de la ley, pues 
tropezaron en la piedra de tropiezo, como está 
escrito: He aquí pongo en Sion piedra de tropiezo 
y roca de caída; y el que creyere en él, no será 
avergonzado” (30-33) 
¿Imagina usted cuán difícil habrá sido para 
este rabí ortodoxo y erudito, que era “hebreo de 
hebreos” y “en cuanto a la ley, fariseo”, 
comprender e internalizar la verdad que refleja 
este pasaje? (Ver Filipenses 3:4-6). 
Los fariseos estaban organizados para 
preservar la ortodoxia de la fe judía. Toda su vida 
adulta, este hombre se había comprometido 
fanáticamente a preservar la ortodoxia de la 
creencia de que la justicia y la salvación podían 
ganarse guardando la Ley de Dios. Entonces, a 
través de su sobrenatural encuentro con Cristo en 
el camino a Damasco, y el tiempo que pasó con 
Cristo en el desierto de Arabia, descubre el 
evangelio de la salvación, la justicia que es por la 
fe, el don de Dios por la gracia de Dios para 
quienes creen en Jesucristo. ¡Debe de haber sido 
un “terremoto” teológico y filosófico para la 
mente y el corazón de este fariseo! 
Recordará usted que esa era la esencia de 
lo que Pablo escribió en los cuatro primeros 
capítulos de esta obra maestra. Aquí, en estos 
versículos, declara, básicamente, lo que también 
predicó y escribió a los corintios: Lo que fue, y es, 
la gran piedra de tropiezo para los judíos es 
Jesucristo, y este crucificado (ver 1 Corintios 
1:23). 
Nadie comprendía mejor que Pablo por 
qué los judíos tropezaban con este simple tema del 
evangelio: la justicia como regalo gratuito de Dios 
por gracia de Dios, ser declarados justos por la fe 
en Jesucristo. Por eso, él había perseguido a la 
iglesia de Jesucristo tan ferozmente antes de vivir 
su milagrosa conversión en el camino a Damasco, 
cuando el Cristo resucitado y vivo lo cautivó y lo 
convirtió en el gran “apóstol a los gentiles” 
(Romanos 11:13).
Fascículo No. 31: Romanos, versículo por versículo (Tercera parte) 
14 
Capítulo 2 
“¿Qué debo hacer para ser salvo?” 
(10:1-13) 
El título que le he puesto a este capítulo es 
una pregunta que el carcelero de Filipos le hizo al 
apóstol Pablo. La respuesta de este fue: “Cree en 
el Señor Jesucristo, y serás salvo, tú y tu casa” 
(Hechos 16:30, 31). Ahora nos acercamos al 
décimo capítulo de la carta de Pablo a los 
romanos, en el cual encontramos la respuesta más 
clara que tenemos en el Nuevo Testamento a la 
pregunta que ese carcelero de Filipos le hizo a 
Pablo. 
La palabra “salvo”, cuando la utilizan los 
verdaderos seguidores de Cristo, algunas veces 
resulta confusa y aun ofensiva para las personas 
no creyentes que los rodean. Usamos la palabra 
con tanta frecuencia cuando estamos con otros 
creyentes que no siempre nos damos cuenta de que 
los que no son creyentes no tienen idea de lo que 
queremos decir cuando la utilizamos. La palabra 
“salvo” significa, literalmente, ‘librado’. Para 
apreciar esta palabra, deberíamos preguntarnos: 
“¿Librado de qué?”. Los que no son creyentes 
quizá nos hagan esa pregunta, si les preguntamos 
si son salvos. Su pregunta sería: “¿Salvos de 
qué?”. 
Aproximadamente las dos quintas partes 
de las veces que Jesús usa esta palabra, está 
hablando de ser librados del castigo futuro del 
pecado. En el Nuevo Testamento, Jesús enseña 
vez tras vez, con gran énfasis, que después de la 
muerte hay solo dos posibilidades: cielo o 
infierno. Pero las tres quintas partes de las veces 
que Jesús usa esta palabra, está hablando de ser 
librado de algún castigo presente por el pecado. 
Las personas son liberadas de una atadura, como 
la mujer que estuvo dieciocho años encorvada y 
casi paralizada por lo que, para nosotros, sería 
artritis. Jesús dijo que ella había estado atada por 
Satanás durante todos esos años (ver Lucas 13:11- 
16). 
Pedro hizo una de las oraciones más breves 
y, al mismo tiempo, más elocuentes de la Biblia. 
Cuando estaba andando sobre el Mar de Galilea, 
en medio de una noche tormentosa, quitó sus ojos 
del Señor y leemos que: “...comenzando a 
hundirse, dio voces, diciendo: ¡Señor, sálvame!” 
(Mateo 14:30). Inmediatamente, Jesús lo salvó de 
ahogarse. En nuestros viajes de fe, solemos tener 
esas crisis que hacen crecer y desarrollar nuestra 
fe, en las que debemos hacer esa oración breve, 
pero elocuente, y vitalmente importante. 
En este capítulo, cuando Pablo nos cuenta 
cómo ser salvos, se refiere principalmente a esa 
dimensión futura y eterna de nuestra salvación. 
Sea ofensivo o no, los discípulos de Jesús que 
toman en serio la implementación de la Gran 
Comisión de Jesús deben usar esta palabra, 
“salvos”, porque un hecho fundamental de la vida 
y la muerte eterna es que las personas, sin Dios, 
están espiritualmente perdidas. No tenemos que 
esperar hasta morir para estar perdidos. ¡Ya 
estamos perdidos! ¡Por eso es que usted y yo 
debemos ser salvos! Por eso, el mensaje de Jesús 
es llamado “evangelio”, es decir, buena noticia.
Fascículo No. 31: Romanos, versículo por versículo (Tercera parte) 
15 
Cuando una persona sabe que está perdida, 
esta es una muy buena noticia: “Porque de tal 
manera amó Dios al mundo, que ha dado a su Hijo 
unigénito, para que todo aquel que en él cree, no 
se pierda, mas tenga vida eterna” (Juan 3:16). 
Pablo comienza este capítulo expresando 
una vez más su sincera y genuina carga por la 
salvación de los judíos: “Hermanos, ciertamente el 
anhelo de mi corazón, y mi oración a Dios por 
Israel, es para salvación. Porque yo les doy 
testimonio de que tienen celo de Dios, pero no 
conforme a ciencia. Porque ignorando la justicia 
de Dios, y procurando establecer la suya propia, 
no se han sujetado a la justicia de Dios; porque el 
fin de la ley es Cristo, para justicia a todo aquel 
que cree” (10:1-4). 
Pablo habla con un corazón lleno de amor 
y compasión por los judíos cuando los elogia 
sinceramente por su celo en la forma en que tratan 
de establecer su propia justicia. Se ve a sí mismo 
reflejado en esa búsqueda de justicia por sus 
propios medios, porque tal era la fuerza 
motivadora de su vida antes de conocer al Cristo 
resucitado. Y concluye este pasaje escribiendo que 
Cristo es el fin de la Ley para todo aquel que cree. 
Con esto, Pablo quiere decir que el propósito de la 
Ley de Dios era ser un tutor que nos lleva a Cristo 
(ver Gálatas 3:24). También quiere decir que 
Cristo era, y es, el cumplimiento de la Ley (ver 
Romanos 10:4; Mateo 5:17). 
Pablo tiene una gran carga por estos judíos, 
porque conoce la decepción, la frustración y el 
fracaso de su propia búsqueda frenética de la 
salvación por mérito propio. Durante muchos 
años, experimentó la desesperanza y la 
desesperación de tratar de ganar su justicia, que, 
según le mostró Cristo, es un regalo de Dios que 
se recibe por fe en lo que nuestro Salvador ha 
hecho por nosotros. 
Obviamente, esta es también una receta 
que les muestra a los judíos, a quienes les escribe 
(y a usted y a mí) la diferencia entre tratar de 
lograr nuestra propia justicia y recibir de Dios, 
como un regalo, la justicia, que es por fe en lo que 
Jesucristo ha hecho por nosotros. 
En el noveno capítulo de esta carta, Pablo 
usó a Israel como ilustración de lo contrario de lo 
que enseñó en el octavo capítulo. 
En el capítulo octavo, y en la primera parte 
del capítulo noveno, Pablo enseñó el milagro de la 
soberana elección de Dios. Pablo afirma la 
victoria espiritual de quienes Dios conoció desde 
antes, predestinó, llamó, justificó y glorificó. En el 
noveno capítulo, después de enseñar que Dios 
eligió a Jacob y rechazó a Esaú antes que nacieran, 
describe la asombrosa realidad de que Israel 
ejerció su libertad de actuar como criaturas 
capaces de elegir, y eligió no ser elegido por Dios. 
Ahora, en el décimo capítulo, presenta la 
salvación para los judíos, gentiles, o todos los que 
invoquen el nombre del Señor, como si el milagro 
de experimentar la salvación dependiera 
simplemente de que una persona decida invocar el 
nombre del Señor. Como he señalado, esta es una 
de las grandes paradojas de la Biblia. La única 
forma de resolver esta paradoja es aceptar la dura 
realidad de que no se trata de una cosa o la otra, 
sino de una cosa y la otra. Dios nos elige, pero
Fascículo No. 31: Romanos, versículo por versículo (Tercera parte) 
16 
nosotros también elegimos y damos los pasos 
fundamentales que determinan nuestro destino 
eterno. 
Aunque Pablo cree en la elección 
soberana, ora fervientemente y continuamente por 
la salvación de sus hermanos y hermanas que son 
judíos y no han experimentado la revolución en la 
pasión por la justicia propia que él experimentó 
cuando conoció a Cristo. 
Nunca debemos dar lugar a la idea de que, 
dado que Dios es soberano, no podemos cambiar 
nada con nuestras oraciones. En sus inspiradas 
epístolas pastorales, Pablo nos exhorta: “Dios 
desea que todos los hombres sean salvos”. 
Después de declarar esto, ordena que se ofrezcan 
oraciones fervientes por todo hombre. Cuando 
nuestras iglesias reflexionan sobre sus 
declaraciones de misión y sus objetivos, en la 
actualidad, y se establecen las prioridades, 
debemos recordar que “ante todo” deben elevarse 
oraciones para que todos sean salvos (ver 1 
Timoteo 2:1-4). 
Pablo se identifica enfáticamente con estos 
judíos que están tratando de lograr la salvación por 
medio de su propia justicia, porque ningún judío 
trató con mayor ahínco de lograr esa clase de 
justicia que Saulo de Tarso. El apóstol comparte 
su fútil lucha por lograr esa clase de justicia en el 
séptimo capítulo de esta carta y en el tercer 
capítulo de su carta a su iglesia favorita en Filipos. 
Con gran compasión, escribe, por tanto, a estos 
judíos (y con relación a ellos): “Pero la justicia 
que es por la fe dice así: No digas en tu corazón: 
¿Quién subirá al cielo? (esto es, para traer abajo a 
Cristo); o, ¿quién descenderá al abismo? (esto es, 
para hacer subir a Cristo de entre los muertos). 
Mas ¿qué dice?” (10:5-7). Los paréntesis, en este 
pasaje, fueron colocados por Pablo mismo. 
Pablo está citando aquí un intrigante pasaje 
escrito por Moisés en Deuteronomio (30:12-14). 
Este pasaje muestra que el gran dador de la Ley 
siempre comprendió los propósitos y los límites de 
la Ley de Dios que fue dada al pueblo de Dios, a 
través de él, en el Monte Sinaí. Moisés sabía que 
el propósito de la Ley era mostrarnos que 
necesitamos al Redentor, al Cristo, quien vendría 
del cielo para ser el perfecto Cordero del 
sacrificio, morir y ser resucitado de los muertos 
para que podamos tener la justicia que es por 
gracia por medio de la fe. 
Moisés vio la verdad del evangelio 
proféticamente. Cuando los ángeles anunciaron la 
Buena Noticia de que Cristo iba a nacer, y de que 
esto daría gran gozo a todo el pueblo, fue, 
simplemente, la culminación de lo que Dios 
comenzó por medio de Abraham y continuó por 
medio de Moisés al dar la Ley (ver Lucas 2:10, 
11). Moisés vio que, aunque la verdad llegó al 
pueblo de Dios a través de él, la gracia y la verdad 
llegarían, un día, al pueblo de Dios por medio de 
un Cristo crucificado y resucitado. 
También vio la victoria espiritual que 
Pablo describe en el octavo capítulo de esta carta. 
Comprendió que la justicia que cumpliría la Ley 
de Dios no sería simplemente cuestión de guardar 
la Ley, sino una dinámica sobrenatural que Dios 
colocaría en los corazones de su pueblo.
Fascículo No. 31: Romanos, versículo por versículo (Tercera parte) 
17 
Pablo escribe que la justicia que es por fe 
tiene algo para decirnos, que es muy importante. Y 
despierta nuestro interés por saber qué dice, 
concluyendo este pasaje que hemos visto con la 
pregunta: “¿Qué dice?”. Ahora, al contestar esta 
pregunta, les dice a todas las personas perdidas de 
todos los tiempos y de todos los lugares cómo ser 
salvas. Esto es lo que la justicia que es por fe nos 
dice: “Cerca de ti está la palabra, en tu boca y en 
tu corazón. Esta es la palabra de fe que 
predicamos” (10:8). 
La justicia que es de fe y por fe nos dice 
que la Palabra de Dios está en nuestro corazón y 
en nuestra boca. La boca representa el hombre 
exterior, y el corazón representa el hombre 
interior. Jesús enseñó que “de la abundancia del 
corazón habla la boca” (Lucas 6:45). En otras 
palabras, podemos saber qué es lo que hay en el 
corazón por medio de lo que se expresa con la 
boca. El corazón es mencionado más de mil veces 
en la Biblia. Cuando se lo menciona, se hace 
referencia al centro de nuestro ser, donde amamos 
a Dios, tomamos decisiones, formamos nuestras 
motivaciones y determinamos los valores 
prioritarios de nuestra vida. 
Por lo tanto, Pablo da una clara receta para 
ser salvos cuando escribe: “Si confesares con tu 
boca que Jesús es el Señor, y creyeres en tu 
corazón que Dios le levantó de los muertos, serás 
salvo. Porque con el corazón se cree para justicia, 
pero con la boca se confiesa para salvación. Pues 
la Escritura dice: Todo aquel que en él creyere, no 
será avergonzado. Porque no hay diferencia entre 
judío y griego, pues el mismo que es Señor de 
todos, es rico para con todos los que le invocan; 
porque todo aquel que invocare el nombre del 
Señor, será salvo” (8-13). 
Esta es una respuesta más completa para la 
pregunta que el carcelero de Filipos le hizo a 
Pablo. Aquí tenemos la indicación más simple y 
clara del Nuevo Testamento sobre cómo ser 
salvos. Nos indica que creamos en nuestro corazón 
y confesemos con nuestra boca, y promete que, 
entonces, seremos salvos. ¿Creemos en nuestro 
corazón, realmente? ¿Confesamos con nuestra 
vida lo que decimos creer en nuestro corazón? 
Si usted estudia las más de mil referencias 
al corazón en la Biblia, verá que lo que la Biblia 
llama “corazón” se refiere, algunas veces, al 
espíritu, la voluntad, la mente, las emociones, los 
afectos y muchas otras dimensiones de lo que nos 
hace seres creados a la imagen y semejanza de 
Dios. Hay una expresión en el Nuevo Testamento 
que comprende todas estas áreas de la vida 
humana. Pablo escribe: “Por tanto, no 
desmayamos; antes aunque este nuestro hombre 
exterior se va desgastando, el interior no obstante 
se renueva de día en día” (2 Corintios 4:16). Todas 
estas áreas a las que la Biblia se refiere cuando 
habla de nuestro corazón podrían llamarse “el 
hombre interior”. 
Hace muchos años, un hombre llamado 
John Quincy Adams1 iba cruzando una calle. Su 
salud estaba tan deteriorada, que le llevó cinco 
minutos llegar al otro lado. Un amigo que pasaba 
por allí le preguntó: “¿Cómo está John Quincy 
1 John Quincy Adams fue presidente de los EE.UU. de N.A. 
(N. de la T.).
Fascículo No. 31: Romanos, versículo por versículo (Tercera parte) 
18 
Adams esta mañana?”. Y él respondió: “John 
Quincy Adams está muy bien. La casa en que vive 
está en un estado lamentable. De hecho, está tan 
destruida, que John Quincy Adams quizá deba 
mudarse pronto; pero John Quincy Adams está 
muy bien, gracias”. 
La teología de John Quincy Adams era 
totalmente correcta. Distinguir claramente entre el 
hombre interior (nuestro hombre espiritual, que es 
eterno) y el hombre exterior (nuestro cuerpo, que 
es temporal) nos da una idea más exacta de lo que 
Pablo quiere decir cuando indica que debemos 
creer en nuestro corazón para ser salvos. 
Uno de los pasajes bíblicos que habla del 
corazón nos exhorta: “Sobre toda cosa guardada, 
guarda tu corazón; porque de él mana la vida” 
(Proverbios 4:23). De él mana la fe; la decisión 
deliberada de confesar con nuestra boca que Jesús 
es el Señor, porque creemos en nuestro corazón 
que Él murió para pagar el precio de nuestra 
salvación, y que Jesús fue resucitado de los 
muertos para ser nuestro Señor vivo y resucitado. 
Después de dar la impresión de que la 
salvación depende enteramente de la soberana 
elección de Dios, en la última parte del capítulo 8 
y todo el 9, Pablo ahora hace un fuerte énfasis en 
la responsabilidad que tenemos con respecto a 
nuestra salvación. Debemos creer en nuestro 
corazón y confesar con nuestra boca. Pablo parece 
dar la impresión de que sin estas dos realidades, 
interna y externa, no hay salvación. Y concluye 
estos versículos citando a los profetas Isaías y 
Joel, que predicaron que Dios salva a todo aquel 
que lo invoca para ser salvo. 
No olvide observar que debemos confesar 
que Jesús es el Señor. La cultura que constituyó el 
suelo en que se plantó la iglesia del Nuevo 
Testamento era gobernada por el Imperio 
Romano. Los ciudadanos romanos, como Pablo, 
que querían ser “políticamente correctos”, o gozar 
del favor de ese gran imperio, debían realizar un 
ritual una vez por año. Debían arrojar un puñado 
de incienso en el fuego de un altar y proclamar 
solemnemente: “¡El César es el Señor!”. Miles de 
devotos seguidores de Cristo se convirtieron en 
mártires porque no aceptaron realizar ese ritual. 
Estas cuatro palabras se convirtieron en el grito de 
batalla de la iglesia primitiva: “¡Jesús es el 
Señor!”(1 Corintios 12:3). 
Al leer el Nuevo Testamento, observe 
también que no somos invitados a confesar a Jesús 
como Salvador. Somos invitados a confesar a 
Jesús como Señor. La respuesta de Pablo al 
carcelero de Filipos fue: “Cree en el Señor 
Jesucristo y serás salvo, tú y tu casa” (ver Hechos 
16:30, 31). En los cuatro Evangelios, verá que 
Jesús aseguró que la salvación había llegado a 
diferentes personas cuando ellas confesaron que Él 
era su Señor (ver Lucas 19:8-10; Juan 8:11). 
Al leer el Evangelio de Juan, examine las 
claras afirmaciones de Jesús en el sentido de que 
Él era Dios en carne humana. La palabra 
“confesar”, en griego, es, en realidad, dos 
palabras: “hablar” e “igual”. Confesar, 
literalmente, significa ‘decir lo mismo’. Confesar 
a Jesús como Señor es decir lo mismo que Él dijo 
de sí mismo cuando estuvo aquí, y decir lo mismo 
que Dios el Padre dijo de su Hijo en su Palabra.
Fascículo No. 31: Romanos, versículo por versículo (Tercera parte) 
19 
Cuando Jesús dio la Gran Comisión, nos 
dijo cómo confesar con nuestra boca lo que 
creemos en nuestro corazón: que Dios lo levantó 
de los muertos. Al incorporar el bautismo como 
parte de su Gran Comisión, Jesús hace que sea 
imposible para nosotros ser discípulos secretos 
suyos. En esa Comisión, Él ordenó a sus 
discípulos que hiciéramos cuatro cosas. Nos 
ordenó que vayamos, hagamos discípulos, les 
enseñemos y bauticemos a todos los que profesan 
ser sus discípulos. 
Pablo escribió una concisa y clara 
definición del evangelio que había predicado en 
Corinto cuando concluyó su inspirada carta a 
quienes habían sido salvos cuando él les predicó 
ese evangelio en aquella ciudad. Básicamente, el 
evangelio consistía y consiste en dos hechos 
relativos a Jesucristo: su muerte y su resurrección 
(ver 1 Corintios 15:1-4). 
En el sexto capítulo de esta carta, Pablo 
explica cómo nuestro bautismo es una forma de 
profesar la fe que tenemos en el evangelio que 
Jesucristo comisionó a sus discípulos que 
predicaran. Estoy convencido de que el bautismo 
es la forma específica que Jesús prescribió para 
que confesemos exteriormente la realidad interior 
de que confiamos en la muerte y la resurrección de 
Jesús para nuestra salvación. 
A lo largo de los veinte siglos de historia 
de la iglesia, millones de creyentes han muerto 
porque Jesús hizo del bautismo parte de su Gran 
Comisión. Sin duda, Jesús sabía que el bautismo 
haría que murieran millones de sus ovejas, sus 
seguidores. Dado que Él demuestra un amor tan 
grande por la iglesia de tantas maneras, debemos 
suponer que, como Buen Pastor de la iglesia, no 
ordenó a la ligera que todos los que profesaran ser 
sus discípulos fueran bautizados. 
Estoy convencido de que el bautismo en 
agua es la forma que Jesús prescribió para que 
confesemos con nuestra boca lo que creemos en 
nuestro corazón: que Jesús es el Señor, y que Dios 
levantó a su Hijo de los muertos para nuestra 
salvación y para que fuera nuestro Señor 
resucitado y vivo. 
Capítulo 3 
Colaboradores de Dios 
(10:14-21) 
Como ya he señalado, Pablo concluye los 
conceptos que presenta en los primeros trece 
versículos de este décimo capítulo citando a los 
profetas Isaías y Joel, que predicaron que Dios 
estaría verdaderamente feliz de salvar a todos los 
que lo invocaran para ser salvos. Ahora, escribe 
que, de hecho, nosotros podemos participar junto 
con Dios, que es la fuente, el poder y cuya gloria 
es el propósito de este gran milagro de dar 
salvación a los demás: “¿Cómo, pues, invocarán a 
aquel en el cual no han creído? ¿Y cómo creerán 
en aquel de quien no han oído? ¿Y cómo oirán sin 
haber quien les predique? ¿Y cómo predicarán si 
no fueren enviados? Como está escrito: ¡Cuán 
hermosos son los pies de los que anuncian la paz, 
de los que anuncian buenas nuevas!” (vv. 14, 15).
Fascículo No. 31: Romanos, versículo por versículo (Tercera parte) 
20 
Después de hacer que, en los capítulos 8 y 
9, pareciera como si la salvación fuera 
enteramente obra de Dios, Pablo ahora escribe que 
la salvación depende de la respuesta de la fe 
interior y la confesión exterior. Está en el corazón 
mismo de estos tres capítulos donde presenta la 
soberana providencia de un Dios que es el que 
conoció desde antes, predestinó, llamó, justificó y 
glorificó a quienes eligió para que fueran salvos. 
Pero, en este contexto, escribe que, a menos que 
alguien predique y que se envíen predicadores, no 
habrá salvación. 
En el capítulo 8, su magnífica presentación 
de la soberanía de Dios en la salvación, y su 
enseñanza sobre la elección en los capítulos 8, 9 y 
11, han causado confusión a algunas personas. 
Algunos llegan a la conclusión de que podemos 
dejar nuestra salvación y todos los temas de 
nuestra vida espiritual enteramente en manos de 
Dios. Dado que Dios es el gran origen y el gran 
poder que está detrás de nuestra salvación, Él nos 
llevará —a nosotros y a todos los que están 
perdidos— a la salvación, sin ninguna ayuda de 
nuestra parte. 
Cierta vez escuché una historia sobre un 
devoto hortelano que trabajó duramente para 
convertir una huerta que estaba en un estado 
lamentable, llena de hierbas salvajes, en algo 
productivo y bello. Algunos creyentes que lo 
conocían le dijeron al pastor que este hortelano era 
muy soberbio. El pastor llamó al hortelano y, en el 
momento apropiado, le dijo: “Usted y el Señor han 
hecho un trabajo hermoso en esta huerta, 
¿verdad?”. El hombre contestó: “Sin duda, pastor. 
Ciertamente, yo nunca podría haber transformado 
esta huerta sin la ayuda del Señor. Pero, pastor, 
¡tendría que haber visto lo que era cuando el Señor 
la manejaba Él solo!”. 
Una de las mayores bendiciones, cuando el 
Señor entra en nuestra vida, es cuando Él decide 
que no hará su obra solo. Cierta vez, en un huerto, 
Jesús les dio una gran enseñanza a sus apóstoles. 
Les dio seis razones por las que debemos dar 
fruto. La clave de su propia capacidad de ser 
fructífero era que Él y el Padre eran uno. Él tenía 
constantemente una unidad estrecha e 
ininterrumpida con el Padre, y esa relación era la 
clave de que Él fuera fructífero. Ahora, Jesús 
desafiaba a sus discípulos a ser uno con Él 
después de su resurrección. 
Jesús les mostró a los apóstoles una vid 
con muchas ramas cargadas de fruto y les dijo que 
la clave de que ellos pudieran dar fruto era que 
fueran uno con Él, así como esas ramas tan 
fructíferas estaban relacionadas con la vid de la 
cual obtenían el principio vivificante que las hacía 
dar fruto. Entonces hizo su gran afirmación: “Yo 
soy la vid, y vosotros los pámpanos”. También les 
advirtió que, sin Él, ellos no podían hacer nada. 
Sin Él, nosotros no podemos hacer nada. 
Pero me deja pasmado darme cuenta de que esta 
metáfora también afirma que, sin nosotros, Él no 
desea hacer nada. En esta gráfica y sencilla 
metáfora, el fruto no crece en la vid. En este 
contexto, Jesús es una Vid que busca ramas que se 
unan a Él como vid, de tal manera que den fruto. 
El desafío para usted y para mí es: ¿Seremos uno 
con Él? ¿Seremos de esas ramas fructíferas?
Fascículo No. 31: Romanos, versículo por versículo (Tercera parte) 
21 
Si yo hubiera sido el Señor, no habría 
planeado que una parte vital de mi obra 
dependiera de débiles seres humanos de carne y 
hueso. Pero Él nos ha incluido en su maravillosa 
obra de dar salvación a los perdidos de este 
mundo. ¡Con cuánta gratitud deberíamos alabarlo 
al darnos cuenta de esto! Dios da mayor 
significado y valor a nuestra vida cuando nos 
convierte en sus colaboradores y hace su obra a 
través de nosotros. Nuestro Creador, también, da 
gran gozo a nuestra vida cuando nos incluye en el 
milagro de llevar salvación a los perdidos que 
encontramos en este mundo. El gozo no viene del 
cielo como un paquete que cae sobre la cabeza de 
algunas personas y no de otras. El gozo, como la 
paz, tiene ciertas condiciones y causas. Jesús les 
dijo a los discípulos que ellos debían dar fruto 
para que su gozo pudiera estar en ellos y para que 
su gozo fuera cumplido (ver Juan 15:11). Nuestro 
Señor se deleitaba grandemente en hacer la 
voluntad y la obra de su Padre (ver Hebreos 10:7). 
Pablo escribió a los gálatas que, cuando hacemos 
la obra que Dios desea que hagamos, encontramos 
en nuestro fiel trabajo una causa de gran regocijo 
(ver Gálatas 6:4, 5). Ser colaboradores de Dios nos 
permite hacer esa obra significativa que da gran 
sentido a nuestra vida. 
El pasaje arriba mencionado declara 
elocuentemente que las personas perdidas que 
serán elegidas, predestinadas, llamadas y elegidas 
para la salvación por Dios no pueden ser salvas 
hasta que la iglesia asuma cuatro 
responsabilidades determinadas. Los perdidos no 
pueden invocar el nombre de Alguien en quien no 
creen. No pueden creer a menos que escuchen el 
Evangelio de Jesucristo. No pueden escuchar si no 
hay quien les predique. Quienes predican, no 
pueden predicar a menos que sean enviados a 
quienes deben escuchar y creer. Pablo está 
desafiando a la iglesia a darse cuenta de su razón 
de ser, cuando dice que los predicadores no 
pueden predicar a menos que sean enviados (por 
una iglesia). 
En los capítulos 8 y 9, parecería que Dios 
tuviera toda la responsabilidad de llevar a los 
perdidos, a la salvación. En este capítulo décimo, 
nos da la impresión de que los perdidos tienen 
toda la responsabilidad de creer y confesar para 
poder ser salvos. Después, tenemos este gran 
pasaje, que declara con énfasis el objetivo 
misionero de la iglesia y da, claramente, la 
impresión de que la iglesia tiene la 
responsabilidad de enviar predicadores que 
proclamen el evangelio a los perdidos, porque, de 
lo contrario, ellos no podrán escuchar, creer, 
invocar el nombre del Señor, y ser salvos. 
Pablo cita a Isaías cuando pronuncia una 
bendición sobre esta responsabilidad de la iglesia 
de predicar y enviar predicadores: “¡Cuán 
hermosos son sobre los montes los pies del que 
trae alegres nuevas!” (Isaías 52:7). Esta es una 
hermosa metáfora que declara que Dios tiene en 
gran estima a quienes son enviados para proclamar 
el evangelio a los que deben escucharlo. También 
nosotros debemos valorar de gran manera a quien 
fue enviado para que nosotros pudiéramos 
escuchar y creer la Buena Noticia de nuestra 
salvación.
Fascículo No. 31: Romanos, versículo por versículo (Tercera parte) 
22 
Aquí es necesario hacer dos observaciones. 
La palabra “predicar” puede confundirnos y 
hacernos pensar en un pastor o alguien que predica 
desde un púlpito. Naturalmente, ambos están 
incluidos en la definición de esta palabra, pero 
esta tiene un sentido mucho más amplio. La 
palabra griega significa, de hecho, ‘hacer un 
anuncio’. No debemos limitar la persona a la que 
Pablo se refiere aquí como predicador a un pastor, 
evangelista o misionero de la iglesia. 
Se nos dice que la primera generación de 
discípulos de Jesús anunciaron el evangelio a 
quienes constituían su familia. También lo 
anunciaron a sus amistades, a sus compañeros de 
trabajo y a las personas que se cruzaban en sus 
vidas. Además de quienes fueron enviados como 
Pablo y otros dotados predicadores y evangelistas, 
esta extensión del evangelio a través de los 
llamados “laicos” también debe ser incluida en la 
referencia a los que predican. 
Pablo escribe a los corintios que a todos 
los que han experimentado el milagro de ser 
reconciliados con Dios se les confía 
inmediatamente un mensaje y un ministerio de 
reconciliación (ver 2 Corintios 5:13-6:2). Cuando 
los creyentes reconciliados de una iglesia piensan 
que Dios solo le ha dado la responsabilidad de 
anunciar el evangelio al pastor, evangelista o 
misionero, la iglesia se convierte en un “gigante 
dormido”. Una de las verdades que podría 
despertar a ese “gigante dormido” es que todos 
somos comisionados a anunciar el evangelio a 
quienes están perdidos. En este contexto, debemos 
darnos cuenta de que, si no somos misioneros, aún 
somos un campo misionero. 
Dios valora de gran manera a quienes 
llevan el evangelio a los perdidos. Véalo de esta 
manera: Dios tuvo un Hijo, y Él fue un misionero. 
¿Valora usted de gran manera a la persona o las 
personas que le anunciaron el evangelio para que 
usted pudiera escuchar, creer, invocar el nombre 
del Señor y ser salvo? Esa persona o esas personas 
son las más importantes que usted ha conocido en 
su vida, y usted debe tenerlas en gran estima. Hay 
un dicho que dice que se necesita todo un pueblo 
para criar a un niño. En cierto sentido, algunas 
veces se necesita toda una iglesia para anunciar y 
demostrar en la práctica el evangelio a los 
perdidos. El testimonio colectivo de toda una 
iglesia, muchas veces, ha servido para hacer 
comprender la realidad del evangelio a personas 
que estaban perdidas. 
Mi segunda observación con respecto a 
estos versículos sobre los hermosos pies de 
quienes predican el evangelio plantea esta 
pregunta: “¿Quién envía, en realidad, a estos 
predicadores a anunciar el evangelio a los 
perdidos de este mundo?”. Aunque, 
aparentemente, pueda parecer que la iglesia envía 
a los que predican, el poder detrás de este envío es 
el del Cristo resucitado y vivo. Jesús indicó a sus 
apóstoles que oraran para que el Señor de la mies 
enviara obreros a su mies (ver Marcos 9:38; Lucas 
10:2). 
Debemos comprender que nadie llega a 
Cristo si el Padre no lo atrae (ver Juan 6:44). 
Algunas veces, alguien podría preguntar: “¿Qué
Fascículo No. 31: Romanos, versículo por versículo (Tercera parte) 
23 
sucede si quiero ser salvo, pero no soy elegido?”. 
La respuesta a su pregunta es que, si no fuera 
elegido y atraído por el Espíritu Santo, no querría 
ser salvo. 
También debemos tener en cuenta que, 
cuando personas como Pablo y Bernabé son 
enviadas por una iglesia local, es porque el 
Espíritu ha motivado a la iglesia, y ha obrado en 
los corazones de los que son enviados para que 
respondan al llamado para ser apartados para tal 
ministerio (ver Hechos 13:2). Pablo escribe a la 
iglesia de Filipos que es Dios quien obra en 
nosotros tanto el querer como el hacer, por su 
buena voluntad (ver Filipenses 1:6; 2:13). 
Dios conoce desde antes, predestina, llama, 
justifica y glorifica a sus elegidos, pero cada uno 
de ellos debe creer en su corazón y confesar con 
su boca para ser salvo. Dios elige y llama a 
quienes anunciarán el evangelio a estas personas 
perdidas, pero elegidas; de lo contrario, no habría 
salvación para ellas. Sin embargo, quienes son 
llamados a llevar esta buena noticia a los perdidos 
deben responder y obedecer ese llamado de Dios 
sobre su vida y convertirse en colaboradores de 
Dios —ramas que den fruto— para que esas 
personas puedan ser salvas. 
Una vez más, no podemos evitar 
preguntar: “¿Es Dios quien elige aquí, o somos 
nosotros los que elegimos el gran privilegio de 
colaborar con Dios para llevar salvación a los 
perdidos de este mundo?”. La respuesta no se 
corresponde de manera exacta con nuestra lógica, 
pero es que no se trata de una cosa o la otra, sino 
de una cosa y la otra. Nuestro Dios soberano y el 
Cristo vivo son quienes deciden hacer esto, pero 
nosotros debemos responder y elegir ser elegidos. 
Decidimos permanecer en Él como ramas de la 
Vid que Él es, y eso hace que demos fruto (ver 
Juan 15). 
El misterio de creer y no creer 
En muchas grandes ciudades, el simple 
hecho de mover un interruptor y llenar de luz una 
habitación implica una fuente de energía que no 
podemos ver. No podemos ver la electricidad, ni 
los kilómetros de cables aéreos o subterráneos que 
llevan esa electricidad, a veces desde una enorme 
distancia, a nuestro hogar. No conocemos los 
grandes generadores, transformadores y, en 
algunos casos, impresionantes diques que toman la 
energía del agua para proveer de electricidad a 
nuestra ciudad, nuestro vecindario, nuestra calle y 
nuestra casa, hasta llegar al interruptor que 
nosotros accionamos. 
De la misma forma, en estos capítulos, 
Pablo nos presenta la obra del invisible Espíritu 
Santo y la soberana providencia de Dios, que 
tampoco pueden ser vistas. No podemos ver la 
electricidad de ninguna forma, pero sí podemos 
sentir sus efectos cuando el cuarto se ilumina. No 
podemos ver al Espíritu Santo, pero podemos ver 
evidencias de la obra del Espíritu Santo cada vez 
que un pecador escucha, cree, confiesa y es salvo. 
Jesús y Pablo nos dicen que, cuando la 
Buena Noticia es anunciada a las personas, 
algunas creen, y la mayoría de ellas no creen. ¿Por 
qué encontramos dos respuestas diferentes al 
evangelio? ¿Es porque los que creen no son tan
Fascículo No. 31: Romanos, versículo por versículo (Tercera parte) 
24 
inteligentes como los que no creen? ¿O los que 
creen son más inteligentes que los que se niegan a 
hacerlo? 
La respuesta de Pablo a esa pregunta es 
que la inteligencia no es la explicación para la 
manera en que la gente responde al evangelio. 
Jesús y Pablo nos dicen que, cuando las personas 
responden como responden, lo hacen según el don 
de la fe que les ha sido dado (ver Mateo 13:11; 
19:11; Filipenses 1:29; 1 Corintios 2:9-16). 
Según Isaías, estas dos respuestas de creer 
o no creer cuando se anuncia el evangelio no es 
algo que solo sucedió en el período del Nuevo 
Testamento dentro de la historia hebrea. Isaías 
profetizó la venida del Mesías y nos dio más 
profecías mesiánicas que cualquier otro profeta del 
Antiguo Testamento. Más de setecientos años 
antes de que sucediera, Isaías nos dio uno de los 
más grandes capítulos de la Biblia con respecto al 
significado de la muerte de Cristo en la cruz 
(Isaías 53). 
Los primeros seis versículos de ese capítulo 
son seis de los versículos más importantes y 
espiritualmente elocuentes de la Biblia sobre el 
significado de la muerte de Jesucristo en la cruz: 
“Quién ha creído a nuestro anuncio? ¿y sobre 
quién se ha manifestado el brazo de Jehová? 
Subirá cual renuevo delante de él, y como raíz de 
tierra seca; no hay parecer en él, ni hermosura; le 
veremos, mas sin atractivo para que le deseemos. 
Despreciado y desechado entre los hombres, varón 
de dolores, experimentado en quebranto; y como 
que escondimos de él el rostro, fue 
menospreciado, y no lo estimamos. 
“Ciertamente llevó él nuestras 
enfermedades, y sufrió nuestros dolores; y 
nosotros le tuvimos por azotado, por herido de 
Dios y abatido. Mas él herido fue por nuestras 
rebeliones, molido por nuestros pecados; el 
castigo de nuestra paz fue sobre él, y por su llaga 
fuimos nosotros curados. Todos nosotros nos 
descarriamos como ovejas, cada cual se apartó por 
su camino; mas Jehová cargó en él el pecado de 
todos nosotros” (Isaías 53:1-6). 
Pablo nos desafía a observar cómo Isaías 
comenzó esa inspirada profecía mesiánica: “Mas 
no todos obedecieron al evangelio; pues Isaías 
dice: Señor, ¿quién ha creído a nuestro anuncio? 
Así que la fe es por el oír, y el oír, por la palabra 
de Dios” (vv. 16, 17). 
Según Pablo, al comenzar su magnífica 
presentación profética de la muerte de Cristo, 
Isaías hace que concentremos nuestra atención en 
este misterio de creer y no creer formulándonos 
esa pregunta. Según Isaías, el gran asunto que 
definirá la separación entre los salvos y los 
perdidos de este mundo será Jesucristo. De forma 
muy directa, Isaías comienza este gran capítulo 
declarando: “Tengo para compartir con ustedes la 
más grande profecía que haya proclamado jamás 
ningún profeta, pero ¿quién la creerá?”. 
Pablo continúa con una profunda 
declaración que demuestra cómo el Espíritu Santo 
usa la Palabra de Dios para atraer a las personas 
hacia la fe y hacia Cristo. El apóstol escribe que la 
fe viene por oír la Palabra de Dios. Este versículo 
dice, literalmente, que la fe viene de escuchar el 
mensaje de Cristo.
Fascículo No. 31: Romanos, versículo por versículo (Tercera parte) 
25 
Pedro se suma a Pablo en la enseñanza de 
esta misma verdad. Según Pedro, la Palabra de 
Dios es una semilla incorruptible, una esperma 
que concibe vida espiritual en quienes responden 
adecuadamente a esa Palabra cuando la escuchan 
o la leen (ver 1 Pedro 1:22, 23). 
Pedro enseña esta misma verdad por 
segunda vez, con otra bella metáfora, cuando 
exhorta a sus lectores a acercarse a la Palabra 
como a una luz en un mundo muy oscuro. Según 
Pedro, cuando se aproximen a esa luz, 
experimentarán dos milagros: será el amanecer de 
un nuevo día, y el lucero de la mañana se 
levantará en sus corazones (ver 2 Pedro 1:19). 
Esta afirmación de Pablo y estas dos 
metáforas de Pedro que son paralelas a ella han 
formado el objetivo de mi filosofía del ministerio 
desde 1949. Isaías nos dijo en su profecía que él 
predicaba la Palabra de Dios porque ella hacía 
concordar los pensamientos y los caminos del 
hombre con los de Dios (ver Isaías 55:8-11). He 
descubierto que, cuando hacemos entrar a las 
personas en la Palabra de Dios y hacemos entrar la 
Palabra de Dios en las personas, llega la fe, y ellas 
nacen de nuevo. Ese nuevo nacimiento es descrito 
bellamente en esas dos metáforas de Pedro. 
Más preguntas y respuestas 
Pablo cierra este décimo capítulo 
anticipándose una vez más a las preguntas de sus 
lectores. Cuando se concentra en la fundamental 
importancia de escuchar la Palabra, por medio de 
la cual llega la fe, imagina a sus lectores 
preguntándose: “Pues bien, ¿qué de aquellos que 
jamás la han oído?”. Después de compartir el 
evangelio con muchos estudiantes universitarios 
en los claustros seculares, he escuchado que 
inmediatamente presentan esta pregunta cuando 
escuchan el evangelio por primera vez: “¿Qué de 
aquellos que nunca han escuchado este 
evangelio?”. 
Pablo formula esta pregunta, y después, la 
responde: “Pero digo: ¿No han oído? Antes bien, 
Por toda la tierra ha salido la voz de ellos, 
Y hasta los fines de la tierra sus palabras. 
También digo: ¿No ha conocido esto Israel? 
Primeramente Moisés dice: 
Yo os provocaré a celos con un pueblo que no 
es pueblo; 
Con pueblo insensato os provocaré a ira. 
E Isaías dice resueltamente: 
Fui hallado de los que no me buscaban; 
Me manifesté a los que no preguntaban por mí. 
Pero acerca de Israel dice: Todo el día extendí mis 
manos a un pueblo rebelde y contradictor” (18-21; 
ver Salmos 19:1-4; Deuteronomio 32:21; Isaías 
65:1). 
Pablo cita a David, Moisés e Isaías en su 
respuesta para esta pregunta. David enseña lo que 
los teólogos llaman “revelación natural” cuando 
escribe que los cielos cuentan la gloria de Dios; 
que el espacio en el que existen, declara la infinita 
amplitud de Dios, y que no hay lugar en la tierra 
que no haya escuchado esa declaración. 
En los viajes que he hecho para visitar a 
misioneros en algunos de los lugares más remotos 
de la tierra, descubrí algo. Cuando quienes 
vivimos en grandes ciudades visitamos lugares en
Fascículo No. 31: Romanos, versículo por versículo (Tercera parte) 
26 
la selva donde no hay luces como en la ciudad, 
tomamos mayor conciencia de las estrellas y de 
este extraordinario universo en el que vivimos. 
Cuando era un pastorcito, probablemente David 
pasó muchas noches tendido de espaldas, mirando 
las estrellas. El Espíritu Santo lo inspiró para que 
escribiera en el Salmo 19 que los cielos y el 
espacio predican un sermón sobre la gloria de 
Dios. No hay una noche en que no prediquen ese 
sermón. Según David, aunque no hay voz ni 
sonido, no hay lugar en el mundo en que ese 
sermón no se oiga. 
En el primer capítulo de esta carta, Pablo 
declara que, debido al mensaje que comunica el 
milagro de la creación, los que no creen, no tienen 
excusa (ver 1:20). ¿Pueden las personas perdidas 
conocer lo suficiente por medio de la revelación 
natural como para ser justificadas por fe? La 
respuesta obvia a esa pregunta es que no. 
Pero lo que la Biblia enseña es que, si por 
medio de la creación, la persona perdida 
comprende que tiene que haber un creador, si lo 
busca en respuesta a esa luz que ha recibido a 
través de la creación, Dios le dará más luz. Este es 
un principio muy importante en la Biblia. (Ver 
Filipenses 3:16; Juan 9:40, 41; 15:22). Los 
misioneros nos dicen que, cuando llevaban el 
evangelio a personas que vivían en lugares 
remotos y primitivos del mundo, ellas estaban 
esperando que llegara alguien que les hablara del 
Dios que habían estado buscando durante muchos 
años. 
Yo tuve una experiencia personal que me 
confirmó que esto era cierto. Cuando, siendo 
pastor, dirigía un estudio bíblico evangelístico, 
una dama japonesa de rostro radiante me preguntó 
si podía conversar unas palabras conmigo después 
de la clase. Entonces me dijo que, cuando estaba 
en los refugios antiaéreos de Tokio, en los últimos 
meses de la Segunda Guerra Mundial, ella había 
orado al Dios que yo le había presentado en ese 
estudio. Era budista, pero sabía en lo profundo de 
su corazón que había un Dios que la salvaría si 
oraba a Él. 
Esta mujer puso su fe en Jesucristo, el día 
aclaró y el lucero de la mañana comenzó a vivir en 
su corazón. Se convirtió en una radiante discípula 
de Jesucristo. En aquel refugio antiaéreo, ella 
había respondido al Dios que le había dado luz..., 
y Él le dio más luz. Esa noche, ella se fue 
diciendo: “Dios es mi luz y mi salvación” (ver 
Salmos 27:1). 
A continuación, Pablo cita un profundo 
versículo del Libro de Deuteronomio, donde 
Moisés da una profecía que se convierte en el 
tema del resto del capítulo y de todo el capítulo 11 
de esta obra maestra teológica. Moisés predice que 
Dios provocará a celos a Israel eligiendo a los 
poco espirituales gentiles para la salvación. 
Los judíos se referían a los gentiles como 
“perros”, con lo cual querían decir que un gentil 
tenía tanto discernimiento espiritual como un 
perro. Sin duda, provocaría celos a los judíos que 
Dios se apartara de ellos para elegir a “perros” 
como su pueblo escogido. Pablo continúa una de 
las profecías más extraordinarias de la Biblia 
cuando reafirma la profecía de Moisés de que Dios 
provocará celos a los judíos salvando a los
Fascículo No. 31: Romanos, versículo por versículo (Tercera parte) 
27 
gentiles. Moisés también profetizó que Dios haría 
airar a los judíos escogiendo a un pueblo necio, un 
pueblo sin entendimiento, para ser salvo. 
¿Ha observado usted la extraordinaria 
inteligencia y el talento de los judíos? Fíjese 
cuántos renombrados científicos, ganadores de 
premios Nóbel, famosos eruditos y especialmente, 
músicos y compositores de grandes obras maestras 
musicales son judíos. Cuán irónico que Dios 
eligiera personas mucho menos dotadas e 
inteligentes que los judíos para ser su pueblo 
elegido. Pablo deja en claro que los gentiles que 
Dios eligió no fueron elegidos porque fueran 
nobles, poderosos o inteligentes (ver 1 Corintios 
1:26-29). 
A la profecía de Moisés se suman dos 
profecías de Isaías que agregan que Dios 
provocará celos a los judíos eligiendo a un pueblo 
que no lo busca en lo más mínimo. Pablo ya ha 
reconocido que los judíos tienen celo por Dios, 
pero su celo está mal dirigido, ya que buscan a 
Dios mirando hacia adentro y obsesionándose con 
el celo por su propia justicia. Los judíos que eran 
como Saulo de Tarso (antes de conocer a Cristo) 
estaban intensa, aun fanáticamente comprometidos 
con su forma de buscar a Dios por medio de su 
propia justicia. 
Hace más de cinco décadas que me fascina 
escuchar las historias, o testimonios de la obra de 
Dios en creyentes que he conocido por ser su 
pastor. En cierto sentido, ninguna de estas 
historias es igual a otra. Pero un patrón que he 
descubierto en todas ellas es lo que yo llamo “la 
gran intervención”. Esta intervención es 
bellamente presentada en una metáfora por David, 
cuando nos dice, en el Salmo del Pastor, cómo el 
Señor se convirtió en su Pastor. David dice que 
Dios “me hace descansar”. 
Cuando escucho a las personas contarme 
cómo llegaron a la fe en Dios y en Cristo, me 
sorprende ver cuántas de ellas no buscaban a Dios 
en lo más mínimo. ¡Dios las estaba buscando a 
ellas! Él las obligó a descansar golpeándolas en la 
cabeza con su cayado, que generalmente tomaba la 
forma de un problema que ellas no podían 
resolver. Después, pudieron ver ese problema 
como una intervención amorosa de su Dios y 
Pastor, y agradecerle por ese problema. Dios 
continúa interviniendo en los puntos 
fundamentales de sus viajes de fe. Obviamente, la 
iniciativa parte de Dios, no de que ellas lo 
busquen. 
Alguien ha dicho: “La religión es el 
hombre en busca de Dios, pero la Biblia presenta a 
Dios buscando al hombre”. Pablo, citando a Isaías, 
predice un hecho extraordinario que vemos hoy 
suceder en nuestra propia vida y en los viajes de fe 
de otros. A diferencia de los judíos —que tenían 
un notable celo por Dios—, personas que no 
buscaban a Dios en lo más mínimo son 
encontradas por Él, que sí las estaba buscando. 
Moisés, Isaías y Pablo agregan a este 
extraordinario hecho de la vida espiritual la 
enseñanza de que Dios hará esto por los gentiles 
para provocar a los judíos de manera que puedan 
ser restaurados espiritualmente.
Fascículo No. 31: Romanos, versículo por versículo (Tercera parte) 
28 
Capítulo 4 
El misterio de Israel 
(11:1-36) 
Un famoso erudito de la Biblia fue 
invitado a predicar durante una semana en la 
iglesia donde yo era pastor. Le pregunté qué 
podíamos hacer para que pudiera tener un tiempo 
de distensión durante su visita. Me sorprendió 
cuando me pidió si podía conseguirle varios libros 
de suspenso de un conocido escritor del género, ya 
que su pasatiempo era leer historias de misterio. 
A millones de personas les encanta leer 
buenas novelas de misterio, porque “un misterio es 
un secreto que, finalmente, se revela”. A quienes 
les gusta leer a los grandes escritores de obras de 
misterio disfrutan de tratar de descubrir el 
misterio, el secreto que finalmente va a revelarse. 
En la Biblia, la palabra “misterio”, además de 
referirse a un secreto que va a ser revelado, nos 
habla de un hecho futuro que solo puede 
producirse por el poder sobrenatural del Dios 
todopoderoso. 
En el undécimo capítulo de su carta a los 
romanos, Pablo habla de Israel como un misterio 
(ver v. 25). La nación de Israel es un misterio por 
varias razones. Todo el Antiguo Testamento 
presenta la extraordinaria realidad de que Israel es 
el ejemplo de lo que Pablo llama “elección”. Los 
judíos son el pueblo elegido por Dios. Como gran 
paradoja bíblica, Israel es, también, el principal 
ejemplo bíblico de lo que algunas veces llamamos 
“libre albedrío”, porque decidieron no ser el 
pueblo elegido de Dios. 
La actual nación de Israel no es el pueblo 
elegido, escogido por Dios. Su cruel opresión del 
pueblo palestino demuestra esta tremenda 
realidad. El hecho de que sean una nación, y que 
ya no estén dispersos completamente por todo el 
mundo, es el cumplimiento de lo que predicaron 
profetas del Antiguo Testamento como Ezequiel, 
Zacarías, Isaías y de estos capítulos escritos por 
Pablo. Pero el retorno espiritual de Israel, que 
también se profetiza, evidentemente, aún no se ha 
producido. 
Dos veces, en este capítulo, Pablo formula 
básicamente, esta pregunta: “¿Ha desechado Dios 
a Israel?” (ver vv. 1, 11). ¿Ha rechazado Dios a 
Israel porque ellos rechazaron a su Hijo, el Mesías 
que Él les envió? Su respuesta es “¡Claro que no!” 
y “De ninguna manera”. El dinámico mensaje de 
este capítulo es que Dios aún no ha terminado con 
Israel. En esta obra maestra de todos sus escritos, 
el gran apóstol se refiere a Israel como un 
misterio, porque la relación entre Dios e Israel es 
un secreto que finalmente será revelado. Cuando 
ese misterio se revele, lo que Pablo profetiza en 
estos capítulos será posible solo por el poder del 
Dios todopoderoso. Israel es un misterio en ambas 
dimensiones de mi definición de lo que es un 
misterio. 
Pablo comienza este capítulo con esa 
pregunta: “Digo, pues: ¿Ha desechado Dios a su 
pueblo? En ninguna manera. Porque también yo 
soy israelita, de la descendencia de Abraham, de la 
tribu de Benjamín. No ha desechado Dios a su 
pueblo, al cual desde antes conoció” (vv. 1, 2).
Fascículo No. 31: Romanos, versículo por versículo (Tercera parte) 
29 
Un potente predicador, cristiano judío, 
acababa de predicar un mensaje extraordinario en 
un culto de la capilla de un seminario. Entonces, 
una de las estudiantes avanzadas lo saludó y le 
dijo: “Usted es el primer cristiano judío que he 
escuchado hablar personalmente”. El predicador le 
preguntó: “¿Nunca oyó hablar de los doce 
apóstoles?”. Los doce apóstoles eran judíos, y 
cuando leemos el Libro de Hechos, hasta que 
llegamos al décimo capítulo, todos los creyentes 
de la iglesia son judíos. Pablo nos recuerda que él 
mismo, el más grande misionero de la historia de 
la iglesia, es prueba de que Dios no ha cerrado la 
puerta de la salvación a los judíos. 
Después nos da una ilustración del Antiguo 
Testamento sobre un gran profeta que pensaba que 
Dios había abandonado a la nación de Israel, y que 
él era el único profeta que no había adorado al 
ídolo Baal y olvidado a Dios: “¿O no sabéis qué 
dice de Elías la Escritura, cómo invoca a Dios 
contra Israel, diciendo: Señor, a tus profetas han 
dado muerte, y tus altares han derribado; y sólo yo 
he quedado, y procuran matarme? Pero ¿qué le 
dice la divina respuesta? Me he reservado siete mil 
hombres, que no han doblado la rodilla delante de 
Baal” (11:2-4). 
Cuando vivimos y servimos al Señor en un 
lugar donde hay muy pocos creyentes, si es que 
hay alguno, es fácil que sintamos, como Elías, que 
estamos solos, que somos el único creyente 
auténtico que queda, que está sirviendo fielmente 
al Señor. Si supiéramos lo que Dios sabe, nos 
daríamos cuenta de que Dios tiene miles o aun 
millones de siervos fieles como nosotros en este 
mundo. 
Elías cometió muchos errores, que lo 
llevaron a estar, finalmente, debajo de un árbol, 
desesperado, pidiendo en oración que Dios le 
quitara la vida. Su primer error fue que olvidó el 
hecho de que solo conocemos una ínfima fracción 
de lo que se puede conocer. La educación 
espiritual es el proceso de pasar de la ignorancia 
inconsciente a la consciente. Nuestra situación 
nunca es tan mala como parece, porque no 
conocemos gran parte de lo relativo a nuestros 
problemas. Si supiéramos lo que Dios sabe, nos 
alentaría mucho, y no oraríamos pidiendo la 
muerte. 
Elías también cometió el error de 
subestimar el poder de Dios. Las cosas nunca son 
tan malas como parecen, porque Dios no es tan 
débil como creemos que es. El tema de la última 
parte del capítulo 8 era que Dios está a cargo, sabe 
lo que hace y tiene todo el poder que necesita para 
ganar nuestra victoria espiritual. Él puede hacer 
que todas las cosas que nos suceden —aun cuando 
no haya nada de bueno en ellas— encajen dentro 
de un patrón para bien que cumplirá su plan para 
nosotros y a través de nosotros. Cuando 
recobremos nuestra visión del poder todopoderoso 
de nuestro soberano Dios, no desesperaremos ni le 
pediremos a Dios que nos mate. 
El tercer error de Elías fue que olvidó la 
diferencia entre la gracia y las obras: “Así también 
aun en este tiempo ha quedado un remanente 
escogido por gracia. Y si por gracia, ya no es por 
obras; de otra manera la gracia ya no es gracia. Y
Fascículo No. 31: Romanos, versículo por versículo (Tercera parte) 
30 
si por obras, ya no es gracia; de otra manera la 
obra ya no es obra” (vv. 5, 6). 
Cuando pensamos que la obra de Dios 
depende de quiénes somos y qué somos, de lo que 
podemos o no podemos hacer nosotros, nos 
desesperamos. Nuestra victoria llegará cuando 
recobremos la perspectiva de que la obra de Dios 
depende de Quién es Dios y Qué es Dios, y de lo 
que Él puede hacer en nosotros y a través de 
nosotros. 
Este gran profeta, Elías, también olvidó 
que su vida espiritual estaba entretejida, como una 
cuerda de tres dobleces, con su vida mental y su 
vida física. Había estado descuidando sus 
necesidades físicas. Estaba exhausto, no había 
comido, había pasado demasiado tiempo sin 
dormir. Así que Dios lo hizo dormir 
profundamente, lo despertó, lo alimentó, lo hizo 
dormir otra vez y lo restauró por completo a su 
milagroso ministerio (ver 1 Reyes 17, 18, 19). 
Pablo aplica lo que Dios le dijo a Elías 
sobre un remanente fiel de judíos al plan de Dios 
para Israel. Aunque no hay muchos, en los dos mil 
años de historia de la iglesia y en la actualidad, ha 
habido y hay judíos que confían en Jesús como su 
Mesías, Salvador y Señor. Tuve el gozo de llevar a 
un querido amigo judío a la fe en Cristo. Pero 
estoy en el ministerio desde 1953, y he visto a 
muchas personas llegar a la fe en Cristo. Entre 
ellas, los judíos que se convirtieron en seguidores 
de Jesucristo fueron menos de diez. 
Pablo presenta una explicación para esto en los 
siguientes versículos, donde escribe que Israel, 
como pueblo, experimenta una misteriosa ceguera: 
“¿Qué pues? Lo que buscaba Israel, no lo ha 
alcanzado; pero los escogidos sí lo han alcanzado, 
y los demás fueron endurecidos; como está escrito: 
Dios les dio espíritu de estupor, ojos con que no 
vean y oídos con que no oigan, hasta el día de hoy. 
Y David dice: 
Sea vuelto su convite en trampa y en red, 
En tropezadero y en retribución; 
Sean oscurecidos sus ojos para que no vean, 
Y agóbiales la espalda para siempre” (11:7-10). 
La ceguera espiritual de la que Pablo habla 
siempre ha sido notoria, y lo es aún hoy. Un 
síntoma de esa ceguera es lo opuesto de la gracia y 
la misericordia de Dios que la Palabra de Dios 
presenta sistemáticamente desde el Génesis hasta 
el Apocalipsis. El judío ortodoxo siempre estuvo, 
y está ahora, decidido a lograr la salvación 
obedeciendo la Ley de Dios. Hay algo en la 
naturaleza humana que se niega a confiar en Dios 
para la salvación y a confesar que no podemos 
salvarnos a nosotros mismos. 
Jesús estaba enseñando la importancia vital 
de esta actitud de reconocer nuestra incapacidad 
cuando enseñó la primera actitud que nos hace 
entrar en el reino de los cielos, y nos convierte en 
sal de la tierra y luz del mundo: “Bienaventurados 
los pobres en espíritu” (Mateo 5:3). Y continuó: 
“Bienaventurados los que lloran”. Al menos una 
aplicación de esta segunda bienaventurada actitud 
es que lloramos cuando aprendemos a confesar 
que somos pobres en espíritu. 
Otra dimensión de la autojustificación y la 
ceguera espiritual de los judíos fue y es que están 
convencidos de que, dado que están guardando la
Fascículo No. 31: Romanos, versículo por versículo (Tercera parte) 
31 
Ley y hacen lo correcto, es decir, buenas obras, 
Dios les debe la salvación. Pablo concluye la 
sección doctrinal de esta carta señalando que nadie 
puede decir que le ha dado a Dios hasta un punto 
en que Dios le deba algo (ver 11:35). 
La misericordia es el atributo de Dios que 
no permite que recibamos lo que merecemos. 
Pablo, en los primeros cuatro capítulos de esta 
carta, demuestra que no merecemos más que la ira 
de Dios, que se manifiesta contra nuestra 
injusticia. Cualquier cosa que no sea ira y 
condenación divina es solo resultado de la 
misericordia de Dios. 
La gracia de Dios es el atributo que 
derrama abundantemente sobre nosotros las 
bendiciones de la salvación que no merecemos. 
Dios hace su parte en nuestra salvación, ya que 
usa todos los medios posibles para llevarnos al 
punto en que oremos, como el publicano: “Dios, 
sé propicio a mí, pecador” (Lucas 18:13). 
Cuando oramos esa oración de 
arrepentimiento, aplicamos la primera 
bienaventuranza que Jesús enseñó que debemos 
tener para poder ser sal de la tierra y luz del 
mundo: ser pobres en espíritu. Una traducción de 
la expresión “pobres en espíritu” podría ser ‘de 
espíritu quebrantado’. En ese contexto, Dios desea 
utilizar las consecuencias adversas de nuestras 
vidas egoístas y egocéntricas para llevarnos a ese 
quebrantamiento en el que confesemos que no 
podemos por nosotros mismos y admitamos que 
no podemos, de ninguna manera, salvarnos a 
nosotros mismos. 
La ceguera espiritual de los judíos hizo que 
negaran su necesidad de la misericordia y la gracia 
de Dios, y cerraran de esa forma la puerta de la 
salvación para sí. Hay millones de personas en 
este mundo que están decididas a salvarse por lo 
que hacen o no hacen para ganarse su salvación. 
Están convencidas de que pueden hacerlo, y 
totalmente comprometidas a ganarse la gracia de 
Dios. 
Cuando Pablo formula la pregunta con la 
cual comienza este capítulo, por segunda vez, lo 
hace de forma diferente: “Digo, pues: ¿Han 
tropezado los de Israel para que cayesen? En 
ninguna manera” (Romanos 11:11). Al responder 
esta pregunta por segunda vez, llega al corazón del 
mensaje de este capítulo y de los dos capítulos que 
lo preceden. En la segunda mitad de este versículo 
11, comienza a presentar cinco razones por las 
cuales Israel, como nación, volverá, un día, a ser 
un pueblo devoto y decidirá ser el pueblo elegido 
por Dios. 
La primera razón para creer en la 
restauración espiritual de Israel es que la salvación 
de los gentiles siempre fue planeada por Dios para 
que tuviera como resultado la salvación de Israel: 
“Pero por su trasgresión vino la salvación a los 
gentiles, para provocarles a celos” (11). 
Si usted conoce el Libro de Hechos, sabe 
que, cuando Pablo entraba en una ciudad, siempre 
iba primero a predicar a los judíos. Cuando los 
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  • 1. Fascículo No. 31: Romanos, versículo por versículo (Tercera parte) 1 INSTITUTO BÍBLICO DEL AIRE FASCÍCULO INTERNACIONAL NÚMERO 31 EL LIBRO DE ROMANOS VERSÍCULO POR VERSÍCULO (TERCERA PARTE) Romanos 9 - 11 Este es el tercero de una serie de cuatro fascículos con notas para quienes han escuchado nuestros programas radiales de enseñanza sobre la Carta de Pablo a los Romanos, versículo por versículo. Si usted desea estudiar esta obra maestra entre todas las inspiradas cartas de Pablo, o enseñar a otros este estudio de Romanos en particular, para lograr continuidad, debería contar con los dos fascículos anteriores de esta serie antes de leer, estudiar o enseñar este. Comuníquese con nosotros y le enviaremos los fascículos que no tenga.
  • 2. Fascículo No. 31: Romanos, versículo por versículo (Tercera parte) 2 Capítulo 1 Elección y gracia (9:1-33) En los primeros cuatro capítulos de esta inspirada carta, Pablo relaciona su mensaje de la justificación por fe con el pecador. En los siguientes cuatro capítulos, relaciona la justificación con los pecadores que han sido justificados por fe, mostrándoles cómo vivir de manera recta y glorificar al Dios que los declaró justos porque creen en lo que Jesucristo ha hecho por ellos. Pablo concluyó ese segundo grupo de cuatro capítulos —que constituyen mi parte favorita de esta inspirada carta— con el pasaje más sublime y magnífico del Nuevo Testamento. El apóstol está absolutamente convencido de que podemos ser supervencedores, porque Dios inicia y moviliza con su poder todo el proceso por medio del cual somos declarados dignos por fe, y recibimos la fe y la gracia para vivir esa gloriosa realidad en nuestra vida. Según Pablo, Dios conoce desde antes, predestina, llama, justifica y glorifica a quienes elige para la salvación. La clave de nuestra victoria espiritual no se encuentra en nosotros, sino en nuestro Padre celestial, que nos justifica (ver 8:33); en su Hijo, el Cristo resucitado que vive en nosotros; y en el Espíritu Santo que nos da poder. El fundamento de esta firme seguridad del apóstol —que seremos supervencedores— es que nada puede separarnos del amor de Dios en Cristo Jesús, nuestro Señor. La victoria no depende de nosotros, pero es ganada en nosotros, con nosotros y para nosotros por Dios, por medio de Cristo y del Espíritu Santo. (Ver Romanos 8). “Qué extraño que Dios eligiera a los judíos” El noveno capítulo de Romanos es uno de los más difíciles de comprender y aplicar de toda la Biblia. Pablo comienza este capítulo expresando su sincero amor y su genuina carga por Israel. En sus escritos, el apóstol expresa con frecuencia un objetivo para su misión: “Al judío primeramente, y también al griego” (Romanos 1:16; ver Hechos 20:21). En sus viajes misioneros, cuando entraba a una ciudad, el método que siempre seguía era ir primero a la sinagoga y razonar con los rabíes que “Jesús era el Cristo” (ver Hechos 13:13; 18:4, 5). En una de las declaraciones más profundas sobre su estrategia misionera, Pablo escribió que su prioridad principal era hacerse judío a los judíos, para, por cualquier medio, poder ver a los judíos llegar a la fe y a experimentar la salvación (ver 1 Corintios 9:19-22). Pablo escribe que casi desearía poder cambiar su salvación eterna por la salvación de su amado pueblo. Muchos de nosotros, como creyentes, especialmente quienes somos padres, conocemos el terrible dolor del corazón que se siente cuando sabemos que uno de nuestros hijos se está apartando de la fe y viviendo de una manera que su vida se convertirá en un desastre. Quizá amemos tanto a nuestros seres queridos perdidos que estaríamos dispuestos a entregar nuestra vida por su salvación. Pero ¿cambiaríamos
  • 3. Fascículo No. 31: Romanos, versículo por versículo (Tercera parte) 3 nuestra salvación eterna por la salvación de los perdidos que no son nuestros seres amados? Pablo, en realidad, no dice que él lo haría, pero casi: “Verdad digo en Cristo, no miento, y mi conciencia me da testimonio en el Espíritu Santo, que tengo gran tristeza y continuo dolor en mi corazón. Porque deseara yo mismo ser anatema, separado de Cristo, por amor a mis hermanos, los que son mis parientes según la carne; que son israelitas, de los cuales son la adopción, la gloria, el pacto, la promulgación de la ley, el culto y las promesas; de quienes son los patriarcas, y de los cuales, según la carne, vino Cristo, el cual es Dios sobre todas las cosas, bendito por los siglos. Amén” (Romanos 9:1-5). Es posible decirle a una persona, y es posible decirles a cientos, o miles, desde un púlpito, o aun a millones, por medio de la radio, que se irán al infierno si no confían en Jesucristo como su Salvador. Podemos hacerlo de manera que dé la impresión de que estemos contentos de que algo tan tremendo suceda. O podemos expresar esta misma verdad con lágrimas en los ojos y un corazón quebrantado. Obviamente, esta segunda forma de hacerlo impulsará a más personas a entregarse a Cristo. Cuando Pablo escribe estas palabras que expresan su carga por el pueblo judío, especialmente por aquellos que son como era Saulo de Tarso antes de conocer al Cristo resucitado y vivo en el camino a Damasco, escribe con lágrimas y con un corazón quebrantado. Pablo presenta ocho ventajas espirituales que tenían los judíos. La primera de ellas es la que llama “la adopción”. Recordemos que, en la cultura romana, un padre consideraba a sus hijos, niños, hasta los catorce años. Cuando llegaban a esa edad legal, el padre solicitaba una audiencia judicial y los adoptaba legalmente como hijos y herederos de su patrimonio. Pablo utiliza la palabra “adopción” nuevamente dentro de este contexto cultural. Por razones que solo Dios conoce, de todos los pueblos que existían en la historia antigua, Dios eligió, o adoptó, a los descendientes de Abraham para que fueran su pueblo elegido, especial. A nosotros nos resulta extraño que Dios eligiera a los judíos, y no podemos menos que preguntarnos por qué. Siempre que preguntamos: “¿Por qué Dios hizo esto?”, en última instancia, la respuesta es: “¡Solo Dios lo sabe!”. Podemos razonar que, si Dios hubiera elegido una raza, un color, o un pueblo de un origen determinado, esa raza, ese color o ese pueblo de origen determinado creería, obviamente, que era superior a los demás. Para llegar a este mundo como Dios Hombre, Dios creó a un pueblo especial. Todo el Antiguo Testamento declara que Dios elige a quién utiliza. Pero tanto el Antiguo como el Nuevo Testamento, al igual que la historia hebrea antigua y contemporánea, declaran también que quienes son elegidos por Dios pueden, a su vez, elegir no ser elegidos. La segunda ventaja espiritual de los judíos fue que ellos recibieron la gloria. Es una referencia a la shekinah, la divina presencia de Dios que llenó la tienda de adoración y el templo de Salomón cuando fueron construidos y
  • 4. Fascículo No. 31: Romanos, versículo por versículo (Tercera parte) 4 dedicados. La nube, de día, y la columna de fuego, por la noche, eran manifestaciones de esta gloria, y guiaron al pueblo en su marcha por el desierto, como se relata en los libros de Éxodo y Números. Después, Pablo menciona los pactos que Dios estableció con su pueblo elegido. Debemos recordar que la palabra “testamento”, como se la utiliza en las expresiones “Antiguo Testamento” y “Nuevo Testamento” significa, de hecho, ‘Antiguo Pacto’ y ‘Nuevo Pacto’. Además de estos dos grandes pactos generales, Dios hizo pactos con individuos como Noé, Abraham y David. El milagro de que la Ley de Dios haya sido dada a Israel por medio de Moisés en el Monte Sinaí es la siguiente ventaja espiritual que cita Pablo. Ya he mencionado, en mi comentario sobre cómo comienza el capítulo séptimo de Romanos, el amor de los judíos devotos por la Ley. Hemos visto que gran parte de la presentación sistemática de esta gran carta está relacionada con una adecuada comprensión de los propósitos de esa Ley de Dios que fue dada a Israel. Pablo, obviamente, lamenta que los propósitos por los cuales fue dada la Ley nunca se cumplieron en la vida de los judíos que constituyen su carga, y a quienes dedica gran parte de esta carta. Una dimensión muy importante de esa Ley y del ministerio de Moisés es lo que Pablo llama “el servicio a Dios”. Esto se refiere a las detalladas especificaciones que Dios da en el Libro de Éxodo sobre “la tienda de adoración”, es decir, el tabernáculo del desierto. La importante verdad que hay en todas esas especificaciones, y la instrucción en Levítico sobre cómo utilizar esa tienda de adoración, es que Dios le muestra a su pueblo especial y elegido cómo acercarse a un Dios santo y adorarlo. Pablo, después, hace referencia a las promesas. Este es un concepto muy importante en la relación entre Dios e Israel. Todo lo que Dios hace es precedido y predicho por una promesa. Tenemos la Tierra Prometida y las promesas que Dios hizo a Abraham con respecto de él y sus descendientes. Isaac es llamado “el hijo de la promesa”. El desafío es creer las promesas de Dios. El padre de este pueblo es la definición viva de la fe, porque creyó en las promesas de Dios. Es muy adecuado, entonces, que la siguiente ventaja espiritual que Pablo menciona sean los padres, es decir, los patriarcas. Abraham, Isaac, Jacob, Moisés, David, y otros fueron llamados, capacitados y equipados por Dios para engendrar, nombrar y luego, liderar a una gran multitud que se convertiría en una nación. Pablo considera que estos padres fueron otra de las extraordinarias ventajas espirituales que Israel recibió de su Dios. La octava y, por mucho, la mayor ventaja espiritual que Dios dio a su pueblo fue que, a través de Israel, fue dado el Salvador a través del cual se expresó el amor de Dios por este mundo. La salvación fue hecha posible, tanto para judíos como para gentiles, a través de este pueblo elegido. Por medio de Israel, Dios se hizo carne y vivió en este mundo durante treinta y tres años. Al concluir su lista de ventajas espirituales dadas a Israel con el hecho de que el Mesías fue dado a ellos y a través de ellos, Pablo escribe uno de los
  • 5. Fascículo No. 31: Romanos, versículo por versículo (Tercera parte) 5 versículos de la Biblia en que se proclama más claramente algo que Jesús manifiesta repetidas veces en el Evangelio de Juan: que Él era Dios. “Cristo, el cual es Dios sobre todas las cosas, bendito por los siglos” (9:5). ¿Ha fracasado Dios? “No que la palabra de Dios haya fallado; porque no todos los que descienden de Israel son israelitas, ni por ser descendientes de Abraham, son todos hijos; sino: En Isaac te será llamada descendencia. Esto es: No los que son hijos según la carne son los hijos de Dios, sino que los que son hijos según la promesa son contados como descendientes. Porque la palabra de la promesa es esta: Por este tiempo vendré, y Sara tendrá un hijo” (9:6-9). Según Pablo, ser judío es más que haber nacido accidentalmente en esa nación. Quienes son hijos de padres judíos no son, en realidad, el verdadero Israel. Ser judío es más que una nacionalidad. Ser un verdadero descendiente de Abraham es un llamado. Como suelo señalar, la palabra “carne”, como se la utiliza con frecuencia en la Biblia, significa ‘la naturaleza humana sin ayuda de Dios’. Pablo dice que quienes nacen de una forma que no requiere una obra sobrenatural de Dios no son el verdadero Israel. Todos los que son justificados por fe y reciben esa justicia que no se gana por obras, sino es dada a quienes creen en la obra de Jesucristo en la cruz, son la verdadera simiente de Abraham. Pablo escribe esta misma verdad a los gálatas (ver Gálatas 3:29). El corazón del apóstol está destrozado, porque una mayor ventaja espiritual significa una mayor responsabilidad espiritual. Con todas las ventajas espirituales de que disfruta, Israel ha decidido no ser elegido por Dios y ha rechazado a su Mesías y Salvador. Al comenzar estos tres extraordinarios capítulos, en los cuales enseña sobre la elección —o el hecho de que Dios eligiera a los judíos—, Pablo enseña claramente que ser elegidos por Dios no neutralizó ni abolió su capacidad y su responsabilidad de elegir a Dios y lo que Él preparó para que fueran salvos. En estos tres profundos capítulos (9, 10 y 11), Pablo usa a Israel como el supremo ejemplo de la Biblia para el hecho de que Dios elige, o selecciona, a quienes son predestinados, llamados, justificados y glorificados por medio de la salvación. En una de las más grandes paradojas de la Biblia, Pablo también usa a Israel como el mayor ejemplo bíblico de lo que llamamos “el libre albedrío del hombre”, es decir, la innegable realidad de que somos criaturas capaces de elegir. Una paradoja es dos verdades que parecen ser contradictorias, pero no lo son cuando nuestros pensamientos y caminos siguen los pensamientos y los caminos de nuestro Dios. El hecho de que Israel sea el ejemplo bíblico tanto del libre albedrío como de la elección es la máxima paradoja de la Biblia. Esta misma paradoja se encuentra en los Evangelios, donde leemos que los apóstoles, evidentemente, decidieron creer en Jesús y seguirlo. Pero, después de tres años de seguirlo, en su último retiro con ellos en el aposento alto, Jesús les declara: “No me elegisteis
  • 6. Fascículo No. 31: Romanos, versículo por versículo (Tercera parte) 6 vosotros a mí, sino que yo os elegí a vosotros” (Juan 15:16). Cuando nos damos cuenta de que, según la Biblia, Dios nos elige para ser salvos pero, al mismo tiempo, nosotros elegimos ser salvos, con nuestra lógica falible y nuestras mentes finitas, pensamos que debe ser una cosa o la otra. O nosotros elegimos a Dios, o Dios nos elige a nosotros. La Biblia nos enseña que es una cosa y la otra. Aunque no podamos entenderlo, Dios nos elige, pero también nosotros ejercemos nuestra libertad de decidir, y elegimos a Dios y la salvación. Debemos aceptar la innegable realidad de que, de alguna forma, ambas proposiciones, que parecen opuestas y contradictorias, son ciertas, porque la Biblia, claramente, enseña que lo son. Con esa perspectiva, ahora estamos en condiciones de estudiar este pasaje realmente difícil de la Biblia: “Y no sólo esto, sino también cuando Rebeca concibió de uno, de Isaac nuestro padre (pues no habían aún nacido, ni habían hecho aún ni bien ni mal, para que el propósito de Dios conforme a la elección permaneciese, no por las obras sino por el que llama), se le dijo: El mayor servirá al menor. Como está escrito: A Jacob amé, mas a Esaú aborrecí” (10-13). Si nos basamos en lo que Pablo escribe en este capítulo, Dios no actúa como nosotros creemos que debería hacerlo. Nos obliga a salir de nuestra “caja”, de las formas tradicionales de pensar en Él. Nos gusta pensar en Dios como si Él fuera un hombre, y que Él actuaría de la misma manera que lo haríamos nosotros si fuéramos Dios. A través del profeta Isaías, Dios nos advirtió que la diferencia entre la forma en que Dios piensa, actúa y existe, y la nuestra, es tan grande como la altura de los cielos sobre la tierra (ver Isaías 55:8). Hubo un tiempo en que todos estaban convencidos de que la tierra era plana. Los creyentes encontraban pasajes bíblicos que confirmaban lo que, según sabemos ahora, no es cierto. Después, quienes estudian estas cosas comenzaron a compartir la convicción de que la tierra era esférica, rotaba sobre su eje y se movía en una vasta expansión de espacio como parte del Sistema Solar, que es parte de un inmensurable universo que incluye más sistemas solares de los que podemos contar. Eso hizo que algunos creyentes se sintieran muy incómodos en esa época, porque estaban absolutamente convencidos de que la Biblia enseñaba algo diferente. Nos gusta tener nuestra visión de este mundo en que vivimos, nuestra filosofía de vida y nuestro concepto de Dios bien definidos en nuestra mente, prolijamente guardados en pequeños “compartimientos” imaginarios. Pero el Dios que conocemos en la Biblia, y el Verbo vivo que escribió la Biblia, no siempre encajan en esos compartimientos. Dios parece deleitarse en derribar las paredes de esos compartimientos, porque es demasiado grande para ser contenido en ellos. Dios, con sus acciones impredecibles que nos dejan perplejos y confundidos, nos obliga a salir de nuestros esquemas limitados, cuando pensamos en Él y tratamos de conocerlo. Pero,
  • 7. Fascículo No. 31: Romanos, versículo por versículo (Tercera parte) 7 como Isaías nos advirtió, Dios no es un hombre (ver Isaías 55:8). Él no piensa ni actúa como nosotros. Antes de internarnos en este capítulo, debemos recordar, simplemente, esta perspectiva de Isaías y no pretender comprender a Dios, ni por qué o cómo hace lo que ha decidido hacer. Tendremos que recordar esta perspectiva que Dios nos dio de sí mismo a través de Isaías mientras leemos y estudiamos los capítulos 9, 10 y 11 de esta obra maestra teológica de Pablo. En estos tres capítulos, Pablo relaciona la justificación por fe con Israel. Pablo utiliza a Israel como ilustración de que Dios elige al hombre, y del libre albedrío del hombre para elegir a Dios. Tres principios de la elección y la gracia Pablo establece tres principios de la gracia que debemos comprender al entrar en este noveno capítulo para recorrerlo. El primer principio es que la salvación no se hereda. Imaginemos que somos hijos de padres que eran devotos creyentes. Ellos nos han enseñado la Biblia, nos han llevado a una maravillosa iglesia y, quizá, hasta nos han educado en escuelas cristianas, desde el jardín de infantes hasta la universidad. Tenemos una ventaja espiritual. Somos responsables y debemos responder por nuestro legado espiritual y todas las ventajas espirituales que hemos heredado. Pero eso no significa que seamos salvos. Dios no tiene nietos. Solo tiene hijos. El primer principio espiritual de la elección y la gracia que Pablo nos presenta es que la salvación no se hereda. Un segundo principio que Pablo declara en este capítulo es que la salvación no solo está basada en la decisión que tomamos de entregar nuestra vida a Dios, sino en la decisión que Dios toma al elegirnos para ser salvos. Nos cuesta aceptar este segundo principio, porque queremos creer que nosotros tenemos el control. Si este principio es cierto, entonces, el control está en manos de Dios... y no nos gusta perder el control. El tercer principio espiritual que Pablo señala aquí es que la salvación no depende que seamos buenos o malos, o de que hayamos hecho buenas o malas obras. Pablo usa la alegoría histórica de Jacob y Esaú. Estos dos mellizos, en el vientre de Rebeca, todavía no habían hecho absolutamente nada bueno ni malo. Pero leemos que Dios declara que ama a Jacob y lo ha elegido, mientras que aborrece a Esaú, por lo cual Esaú servirá a Jacob. Cuando leemos que Dios aborrece a Esaú, debemos comprender que se trata de una figura retórica. Básicamente, esto significa que, comparado con el amor que Dios demuestra por Jacob, el hecho de que retenga su gracia de Esaú es como aborrecerlo. Jesús usa esta misma figura retórica cuando lanza un llamado al compromiso en el que dice que quienes se conviertan en sus discípulos deben “aborrecer” a su padre, madre, hermanos, hermanas y todas las demás personas que hay en sus vidas (ver Lucas 14:26). Sin embargo, la Biblia enseña claramente que debemos amar a nuestros padres (ver Éxodo 20:12) y que debemos amar a todos (ver 1 Juan 4:7-21). Jesús está enseñando que nuestro amor
  • 8. Fascículo No. 31: Romanos, versículo por versículo (Tercera parte) 8 por Él debe ser tan grande que, en comparación, lo que sentimos por todos los demás sea como odio. Era una figura retórica muy común en esa cultura. Una señora se acercó a un reconocido y devoto erudito y profesor de la Biblia, y le dijo: “Dr. Ironside, tengo un problema con este versículo en que Pablo dice que Dios dijo: ‘a Jacob amé, mas a Esaú aborrecí’”. La respuesta del Dr. Ironside fue: “Yo también tengo problemas con ese versículo... ¡pero mi problema es cómo puede decir: ‘A Jacob amé’!”. Cuando leemos la historia de la vida de este pícaro manipulador e intrigante, Jacob, y vemos que cumplió en su vida el significado de su nombre —que, básicamente, significaba ‘el que se apodera de algo’— podemos comprender por qué el erudito bíblico contestó lo que contestó. En el quinto capítulo de esta carta, Pablo se maravilla de que el amor de Dios se hubiera expresado por medio de Cristo para nuestra salvación, cuando éramos impíos, pecadores y enemigos de Dios. Todos nos maravillamos de que Dios amara a Jacob, o a cualquiera de nosotros, que somos pecadores, a quienes amó y salvó a través de Cristo. Una segunda observación con respecto a este desafiante pasaje es que, cuando nos concentramos únicamente en el concepto de la palabra “elección”, pasamos por alto el punto fundamental de la enseñanza. Trataré este concepto a continuación, pero, antes de hacerlo, lo desafío a que capte la verdad central y principal que Pablo enseña en este difícil capítulo. Lo que el apóstol llama “elección” tiene un mayor énfasis en este capítulo porque ilustra el concepto fundamental de lo que él enseña en su obra maestra teológica: que la salvación no se gana por buenas obras, sino que es otorgada como un regalo por la gracia de Dios. Antes que estos mellizos hubieran hecho algo, bueno o malo, Jacob fue elegido para ser salvo porque Dios lo amó, no porque hubiera hecho buenas obras. Esto plantea la cuestión de que Dios eligiera deliberadamente a Jacob. ¿Elige Dios, realmente, un pueblo selecto para salvarlo? En cierto sentido, todo el Antiguo Testamento nos dice enfáticamente que esto es cierto, porque Dios eligió a los judíos. Este concepto nos plantea dos problemas. Nos gusta creer que tenemos el control de nuestra salvación, y no pensamos que sea justo que Dios elija a algunas personas y no elija a otras. El punto fundamental de lo que Pablo enseña claramente es que debemos atribuir nuestra salvación a la gracia, las soberanas decisiones de Dios y la obra de Jesucristo en la cruz, más que a nuestras propias decisiones y obras. Pero Pablo también presenta esta paradoja: aunque somos elegidos, debemos “elegir ser elegidos”, confiando en Cristo como nuestro Salvador, para ser justificados por fe. Si usted conoce la Ley de Moisés, comprenderá por qué era tan difícil para los devotos fariseos captar y creer lo que Pablo enseña aquí. Ellos, como Saulo de Tarso antes de su conversión, memorizaban los primeros cinco libros de la Biblia. Muchos creyentes, en la actualidad, ni siquiera han leído estos primeros
  • 9. Fascículo No. 31: Romanos, versículo por versículo (Tercera parte) 9 cinco libros de la Biblia, que son el fundamento y la piedra angular de la Palabra de Dios. Los devotos judíos, por lo tanto, conocían muy bien estos libros de la Ley. Dos de ellos terminan con contundentes exhortaciones a elegir entre la vida y la muerte, que es elegir entre obedecer las leyes de Dios y servirlo, o rebelarse y desobedecer a Dios (ver Levítico 26, 27; Deuteronomio 28, 30). Por lo tanto, era muy difícil para un judío devoto comprender que la vida y la muerte espiritual no eran cuestión de lo que ellos eligieran, sino de lo que Dios decidiera. Podemos ver por qué era difícil para ellos creer que la salvación y la justificación son un llamado y un regalo de la gracia de Dios que deben recibir por fe, y no un derecho heredado y una consecuencia de obedecer las leyes de Dios. También podemos ver por qué Pablo, este fariseo de fariseos, necesitó años en el desierto de Arabia para aprender estas verdades con el Cristo resucitado, como explica en su carta a los gálatas (Gálatas 1:11 - 2:10). Obviamente, necesitaba tiempo y una revelación sobrenatural para captar él mismo esta verdad e integrar este regalo de la justicia y la justificación por fe en su teología, después de ser uno de los rabíes fariseos más ortodoxos, celosos y eruditos que jamás haya vivido. Los rabíes como Pablo enseñaban por medio de un método de preguntas y respuestas. De hecho, llegaban a contestar una pregunta con otra pregunta. Cierta vez le preguntaron al rabí Hillel: “¿Por qué ustedes los rabíes siempre hacen preguntas y hasta contestan una pregunta con otra pregunta?”. El famoso rabí contestó: “¿Y por qué no deberíamos contestar una pregunta con otra pregunta?”. Como buen rabí, Pablo imagina, entonces, que los que leen esta carta le harían ciertas preguntas, que pasa a responder: “¿Qué, pues, diremos? ¿Que hay injusticia en Dios? En ninguna manera. Pues a Moisés dice: Tendré misericordia del que yo tenga misericordia, y me compadeceré del que yo me compadezca. Así que no depende del que quiere, ni del que corre, sino de Dios que tiene misericordia. Porque la Escritura dice a Faraón: Para esto mismo te he levantado, para mostrar en ti mi poder, y para que mi nombre sea anunciado por toda la tierra. De manera que de quien quiere, tiene misericordia, y al que quiere endurecer, endurece” (14-18). El ejemplo de Moisés y Faraón que usa Pablo es aún más difícil de comprender y aceptar que su ejemplo de Jacob y Esaú. Pablo retorna a su diálogo de preguntas y respuestas, imaginando que su lector le plantea la objeción de que no es justo que Dios cree a un Faraón con el único propósito de oponerse a lo que Él hace en Egipto. No parece justo que haya creado a un Faraón rebelde para poder mostrar su tremendo poder en las diez horribles plagas que cayeron sobre los egipcios. La respuesta de Pablo a esta pregunta, y a la persona que imaginariamente la plantea, es: “¿Quién eres tú para cuestionar al todopoderoso Dios?”. Y utiliza, a continuación, una profunda metáfora que era favorita del profeta Jeremías (ver Jeremías 18:1- 6).
  • 10. Fascículo No. 31: Romanos, versículo por versículo (Tercera parte) 10 La metáfora es que, como meros humanos mortales, somos como arcilla, y Dios es el divino Escultor. Cuando un talentoso escultor forma vasijas a partir de un trozo de arcilla, ¿le dice la arcilla al escultor qué forma desea tener? La respuesta obvia es que el escultor es soberano sobre la arcilla y puede decidir hacer una vasija hermosa con parte de ella y, con otra parte, hacer un recipiente de los que la gente usaba para hacer sus necesidades antes que se inventaran las instalaciones sanitarias en las casas. Después, aplica esa metáfora al hecho de que Dios formara a un Moisés y a un Faraón de un mismo trozo de arcilla. Aquí encontramos la misma verdad en la que se hace énfasis en el pasaje sobre Rebeca y los mellizos que estaban en su vientre: “Así que no depende del que quiere, ni del que corre, sino de Dios que tiene misericordia” (9:16). La verdad central y básica de estos difíciles pasajes sobre la elección no es la soberana elección de Dios. El punto fundamental de ambos pasajes es que la salvación no es resultado de las obras, ni de la voluntad, ni de lo que el hombre “corra” (es decir, “ni del esfuerzo humano”, NVI), sino de la voluntad, las obras, la providencia, la elección y la gracia de Dios. Jacob es uno de los grandes ejemplos bíblicos de la gracia. Comenzó su viaje de fe pensando que todas las bendiciones que disfrutaba eran consecuencia de sus manipulaciones y su astucia para lograr que todo saliera como él lo deseaba. Cuando luchó con el ángel, Dios le hizo saber que era grandemente bendecido por la gracia de Dios, que él no había ganado, ni merecía, ni había logrado por sus propios esfuerzos. Dios había estado tratando de bendecir a Jacob con su gracia durante veinte años, pero no podía lograr que se quedara quieto el tiempo suficiente como para bendecirlo. En una de las más grandes alegorías de la Biblia, Dios lleva a este hombre llamado Jacob (que siempre estaba corriendo de aquí para allá, manipulando todo y a todos hasta que las cosas salían como él deseaba) a un lugar llamado Jaboc, que significa, en hebreo, ‘correr’. Allí, Dios le provocó una cojera, de manera que ya no pudiera seguir corriendo (ver Génesis 32:22-32). Otra forma de decir la misma verdad sería decir que Dios había estado tratando de alcanzar a Jacob para que hiciera algo que se ordena con frecuencia en el Antiguo Testamento: “¡Espera en el Señor!”. Dios exhorta a los hombres como Jacob a esperar en el Señor, y luego ver cómo Él actúa. Dios quiere que seamos personas que permiten que las cosas sucedan. Jacob era una de las personas que hacen que las cosas sucedan, a tal punto que no podía esperar en el Señor. Por eso, Dios lo lisió. Después de todo, cuando un hombre está lisiado, solo puede esperar en el Señor. Yo llamo a esto “la corona de bendición de la cojera de Jacob”. Cuando Pablo escribe, en el versículo 16, que la elección no es de quien corre, sino de Dios, creo que está haciendo referencia a esta experiencia de Jacob en Jaboc. La referencia de Pablo a que Dios forma a Moisés y a Faraón del mismo trozo de arcilla hace énfasis en una sutil respuesta bíblica a la pregunta
  • 11. Fascículo No. 31: Romanos, versículo por versículo (Tercera parte) 11 que el apóstol trata y que mencioné en mi comentario sobre el quinto capítulo de esta carta: “¿Cómo entró el mal en este mundo?”. Esta pregunta atormenta a filósofos y teólogos desde que la filosofía y la teología existen. Hay un versículo en la profecía de Isaías en que Dios nos dice: “Yo, que formo la luz y creo las tinieblas, que hago la paz y creo la adversidad. Yo Jehová soy el que hago todo esto” (Isaías 45:6, 7). Cuando un joyero desea exponer diamantes, los coloca sobre un fondo de terciopelo negro, para que su belleza se destaque y sea mejor apreciada. La Biblia nos dice que la maldad existe debido a la voluntad permisiva de Dios. Dios no crea el mal, pero el mal no podría estar aquí si Dios no permitiera que existiese. En la Biblia, Dios usa al mal como un terciopelo negro contra el cual exhibe las joyas de su amor y su redención. El nombre de Dios representa la esencia de quien Él es. Dios, sin duda, no es malo. En este pasaje se nos dice que Dios usa a Faraón y su oposición a la liberación de los hijos de Israel como trasfondo contra el cual puede exponer su extraordinario poder. El propósito de Dios al hacer esto es que su nombre sea declarado en toda la tierra. Pablo comenzó este pasaje dialogando con sus lectores, que le hacen preguntas: “¿Qué, pues, diremos? ¿Que hay injusticia en Dios?” (9:14). La esencia de su respuesta a esta pregunta es que Dios es absolutamente soberano, y hace lo que Él desea hacer. Dado que Dios es omnisciente, es decir, que todo lo sabe, no necesita en lo más mínimo de ningún consejo o aporte nuestro. En la gran doxología de alabanza con la que concluye estos tres capítulos, Pablo cita a Isaías formulando estas preguntas: “Porque ¿quién entendió la mente del Señor? ¿O quién fue su consejero?” (11:34). Dios tiene compasión de quien desea tener compasión y, cuando decide endurecer el corazón de otros, como Faraón, por razones que solo Él conoce, es porque Él prefiere hacerlo así. Pablo, entonces, retorna a su diálogo imaginario con sus lectores: “Pero me dirás: ¿Por qué, pues, inculpa? porque ¿quién ha resistido a su voluntad? Mas antes, oh hombre, ¿quién eres tú, para que alterques con Dios? ¿Dirá el vaso de barro al que lo formó: ¿Por qué me has hecho así? ¿O no tiene potestad el alfarero sobre el barro, para hacer de la misma masa un vaso para honra y otro para deshonra?” (9:19-21). Pablo puede bien imaginar que sus lectores le responderán: “¡Pero esto es terriblemente injusto! ¿Cómo puede Dios formar a Faraón con ese propósito y luego condenarlo por hacer lo que Él lo creó para que fuera e hiciera?”. La respuesta básica, entonces, es: “¿Cómo podemos nosotros, como criaturas, cuestionar al Dios que nos creó? ¿Puede la arcilla cuestionar al escultor que la convierte en una vasija? Dado que solo somos arcilla en manos de Dios, ¿quiénes somos para ponernos en el rol de consejeros de Dios?”. En el Libro de Job hay un hermoso ejemplo de la verdad que Pablo presenta aquí en la manera en que responde a esta pregunta con otra pregunta. Job era considerado uno de los hombres más sabios y justos que vivían en su tiempo y su cultura. Había estado dialogando con tres de sus
  • 12. Fascículo No. 31: Romanos, versículo por versículo (Tercera parte) 12 amigos, que también eran considerados de los más sabios de esa cultura. Cuando llegamos al capítulo 38 de esta “saga del sufrimiento”, Dios entra en el diálogo y tiene una fascinante conversación con Job, que continúa durante varios capítulos del que bien puede ser el libro más antiguo de la Biblia. Dios humilla a Job haciéndole una catarata de preguntas que Job no puede responder. Dios le hace preguntas sobre la creación y le dice, básicamente: “¿Qué sabes tú acerca de la creación, Job? ¿Acaso estuviste allí? ¿Estuviste allí cuando yo creé los cielos y la tierra?”. Le pregunta a Job sobre las estrellas del sistema solar, sobre el clima, los relámpagos y muchos otros asuntos que Job no comprendía y no podía controlar. Pablo, básicamente, hace lo mismo aquí cuando plantea la pregunta de cómo un ser humano finito, mortal, puede pensar que tiene derecho a cuestionar a Dios. Y después pregunta: “¿O no tiene potestad el alfarero sobre el barro, para hacer de la misma masa un vaso para honra y otro para deshonra?” (9:21). A las personas que viven en culturas con formas de gobierno democráticas no les gusta la idea de un Dios soberano que tiene absoluto poder y control sobre su creación... especialmente sobre sus vidas. La democracia está basada en la convicción de que a ningún ser humano debe entregársele un poder absoluto sobre los demás. El gobierno democrático comparte el poder y las responsabilidades, y hace responsables a sus líderes ante las personas a las que gobiernan. Vivamos donde vivamos, nuestro problema frente a esta enseñanza puede ser que nos resistimos a la idea de un Dios absoluto y soberano porque ni siquiera a Dios queremos confiarle un poder irrestricto sobre nuestras vidas. Pero este concepto del reino de Dios significa que Dios es un Rey que tiene gobierno, autoridad y control absolutos y soberanos sobre sus súbditos. El reino de Dios no es una democracia. No hay nada de democrático en la relación entre un pastor y sus ovejas. Dios es el Buen y Gran Pastor de Israel, y Jesús es “el gran pastor de las ovejas” (Juan 10:11, Hebreos 13:20, 21). Un día, Jesús volverá como Rey de reyes y Señor de señores. Pablo responde a los imaginarios lectores que lo cuestionan declarando, inspiradamente, que Dios es Rey por sobre todos los reyes y, como soberano Señor sobre todos los señores, hace lo que Él quiere (ver 1 Timoteo 6:15). El apóstol, entonces, presenta el verdadero tema de estos tres capítulos, al hablar de dos clases de vasijas: “¿Y qué, si Dios, queriendo mostrar su ira y hacer notorio su poder, soportó con mucha paciencia los vasos de ira preparados para destrucción, y para hacer notorias las riquezas de su gloria, las mostró para con los vasos de misericordia que él preparó de antemano para gloria, a los cuales también ha llamado, esto es, a nosotros, no sólo de los judíos, sino también de los gentiles?” (vv. 22-24). Estos tres capítulos se convierten en uno de los más importantes pasajes de la profecía bíblica cuando Pablo comienza a desarrollar este tema, que continuará hasta el final del capítulo 11. Nos mostrará, a partir del Antiguo Testamento,
  • 13. Fascículo No. 31: Romanos, versículo por versículo (Tercera parte) 13 que el plan de Dios siempre fue dar salvación a los gentiles, tanto como a los judíos. Cuando Dios comisionó a Abraham para que fuera padre de este pueblo único, su promesa a Abraham fue que todas las naciones de la tierra serían benditas a través de él (ver Génesis 12:3). Y cita a Oseas para demostrar que salvar a los gentiles no fue una especie de plan alternativo que Dios implementó cuando los judíos rechazaron a su Mesías: “Como también en Oseas dice: Llamaré pueblo mío al que no era mi pueblo, y a la no amada, amada. Y en el lugar donde se les dijo: Vosotros no sois pueblo mío, allí serán llamados hijos del Dios viviente” (vv. 25, 26). Después, cita pasajes de Isaías que demuestran que, cuando los gentiles se conviertan en parte de la iglesia, aún habrá un remanente de judíos como él mismo que serán salvos (ver vv. 27-29; Isaías 10:22, 23). Después de citar a Isaías, vincula este tema profético con los primeros cuatro capítulos de esta carta al escribir: “¿Qué, pues, diremos? Que los gentiles, que no iban tras la justicia, han alcanzado la justicia, es decir, la justicia que es por fe; mas Israel, que iba tras una ley de justicia, no la alcanzó. ¿Por qué? Porque iban tras ella no por fe, sino como por obras de la ley, pues tropezaron en la piedra de tropiezo, como está escrito: He aquí pongo en Sion piedra de tropiezo y roca de caída; y el que creyere en él, no será avergonzado” (30-33) ¿Imagina usted cuán difícil habrá sido para este rabí ortodoxo y erudito, que era “hebreo de hebreos” y “en cuanto a la ley, fariseo”, comprender e internalizar la verdad que refleja este pasaje? (Ver Filipenses 3:4-6). Los fariseos estaban organizados para preservar la ortodoxia de la fe judía. Toda su vida adulta, este hombre se había comprometido fanáticamente a preservar la ortodoxia de la creencia de que la justicia y la salvación podían ganarse guardando la Ley de Dios. Entonces, a través de su sobrenatural encuentro con Cristo en el camino a Damasco, y el tiempo que pasó con Cristo en el desierto de Arabia, descubre el evangelio de la salvación, la justicia que es por la fe, el don de Dios por la gracia de Dios para quienes creen en Jesucristo. ¡Debe de haber sido un “terremoto” teológico y filosófico para la mente y el corazón de este fariseo! Recordará usted que esa era la esencia de lo que Pablo escribió en los cuatro primeros capítulos de esta obra maestra. Aquí, en estos versículos, declara, básicamente, lo que también predicó y escribió a los corintios: Lo que fue, y es, la gran piedra de tropiezo para los judíos es Jesucristo, y este crucificado (ver 1 Corintios 1:23). Nadie comprendía mejor que Pablo por qué los judíos tropezaban con este simple tema del evangelio: la justicia como regalo gratuito de Dios por gracia de Dios, ser declarados justos por la fe en Jesucristo. Por eso, él había perseguido a la iglesia de Jesucristo tan ferozmente antes de vivir su milagrosa conversión en el camino a Damasco, cuando el Cristo resucitado y vivo lo cautivó y lo convirtió en el gran “apóstol a los gentiles” (Romanos 11:13).
  • 14. Fascículo No. 31: Romanos, versículo por versículo (Tercera parte) 14 Capítulo 2 “¿Qué debo hacer para ser salvo?” (10:1-13) El título que le he puesto a este capítulo es una pregunta que el carcelero de Filipos le hizo al apóstol Pablo. La respuesta de este fue: “Cree en el Señor Jesucristo, y serás salvo, tú y tu casa” (Hechos 16:30, 31). Ahora nos acercamos al décimo capítulo de la carta de Pablo a los romanos, en el cual encontramos la respuesta más clara que tenemos en el Nuevo Testamento a la pregunta que ese carcelero de Filipos le hizo a Pablo. La palabra “salvo”, cuando la utilizan los verdaderos seguidores de Cristo, algunas veces resulta confusa y aun ofensiva para las personas no creyentes que los rodean. Usamos la palabra con tanta frecuencia cuando estamos con otros creyentes que no siempre nos damos cuenta de que los que no son creyentes no tienen idea de lo que queremos decir cuando la utilizamos. La palabra “salvo” significa, literalmente, ‘librado’. Para apreciar esta palabra, deberíamos preguntarnos: “¿Librado de qué?”. Los que no son creyentes quizá nos hagan esa pregunta, si les preguntamos si son salvos. Su pregunta sería: “¿Salvos de qué?”. Aproximadamente las dos quintas partes de las veces que Jesús usa esta palabra, está hablando de ser librados del castigo futuro del pecado. En el Nuevo Testamento, Jesús enseña vez tras vez, con gran énfasis, que después de la muerte hay solo dos posibilidades: cielo o infierno. Pero las tres quintas partes de las veces que Jesús usa esta palabra, está hablando de ser librado de algún castigo presente por el pecado. Las personas son liberadas de una atadura, como la mujer que estuvo dieciocho años encorvada y casi paralizada por lo que, para nosotros, sería artritis. Jesús dijo que ella había estado atada por Satanás durante todos esos años (ver Lucas 13:11- 16). Pedro hizo una de las oraciones más breves y, al mismo tiempo, más elocuentes de la Biblia. Cuando estaba andando sobre el Mar de Galilea, en medio de una noche tormentosa, quitó sus ojos del Señor y leemos que: “...comenzando a hundirse, dio voces, diciendo: ¡Señor, sálvame!” (Mateo 14:30). Inmediatamente, Jesús lo salvó de ahogarse. En nuestros viajes de fe, solemos tener esas crisis que hacen crecer y desarrollar nuestra fe, en las que debemos hacer esa oración breve, pero elocuente, y vitalmente importante. En este capítulo, cuando Pablo nos cuenta cómo ser salvos, se refiere principalmente a esa dimensión futura y eterna de nuestra salvación. Sea ofensivo o no, los discípulos de Jesús que toman en serio la implementación de la Gran Comisión de Jesús deben usar esta palabra, “salvos”, porque un hecho fundamental de la vida y la muerte eterna es que las personas, sin Dios, están espiritualmente perdidas. No tenemos que esperar hasta morir para estar perdidos. ¡Ya estamos perdidos! ¡Por eso es que usted y yo debemos ser salvos! Por eso, el mensaje de Jesús es llamado “evangelio”, es decir, buena noticia.
  • 15. Fascículo No. 31: Romanos, versículo por versículo (Tercera parte) 15 Cuando una persona sabe que está perdida, esta es una muy buena noticia: “Porque de tal manera amó Dios al mundo, que ha dado a su Hijo unigénito, para que todo aquel que en él cree, no se pierda, mas tenga vida eterna” (Juan 3:16). Pablo comienza este capítulo expresando una vez más su sincera y genuina carga por la salvación de los judíos: “Hermanos, ciertamente el anhelo de mi corazón, y mi oración a Dios por Israel, es para salvación. Porque yo les doy testimonio de que tienen celo de Dios, pero no conforme a ciencia. Porque ignorando la justicia de Dios, y procurando establecer la suya propia, no se han sujetado a la justicia de Dios; porque el fin de la ley es Cristo, para justicia a todo aquel que cree” (10:1-4). Pablo habla con un corazón lleno de amor y compasión por los judíos cuando los elogia sinceramente por su celo en la forma en que tratan de establecer su propia justicia. Se ve a sí mismo reflejado en esa búsqueda de justicia por sus propios medios, porque tal era la fuerza motivadora de su vida antes de conocer al Cristo resucitado. Y concluye este pasaje escribiendo que Cristo es el fin de la Ley para todo aquel que cree. Con esto, Pablo quiere decir que el propósito de la Ley de Dios era ser un tutor que nos lleva a Cristo (ver Gálatas 3:24). También quiere decir que Cristo era, y es, el cumplimiento de la Ley (ver Romanos 10:4; Mateo 5:17). Pablo tiene una gran carga por estos judíos, porque conoce la decepción, la frustración y el fracaso de su propia búsqueda frenética de la salvación por mérito propio. Durante muchos años, experimentó la desesperanza y la desesperación de tratar de ganar su justicia, que, según le mostró Cristo, es un regalo de Dios que se recibe por fe en lo que nuestro Salvador ha hecho por nosotros. Obviamente, esta es también una receta que les muestra a los judíos, a quienes les escribe (y a usted y a mí) la diferencia entre tratar de lograr nuestra propia justicia y recibir de Dios, como un regalo, la justicia, que es por fe en lo que Jesucristo ha hecho por nosotros. En el noveno capítulo de esta carta, Pablo usó a Israel como ilustración de lo contrario de lo que enseñó en el octavo capítulo. En el capítulo octavo, y en la primera parte del capítulo noveno, Pablo enseñó el milagro de la soberana elección de Dios. Pablo afirma la victoria espiritual de quienes Dios conoció desde antes, predestinó, llamó, justificó y glorificó. En el noveno capítulo, después de enseñar que Dios eligió a Jacob y rechazó a Esaú antes que nacieran, describe la asombrosa realidad de que Israel ejerció su libertad de actuar como criaturas capaces de elegir, y eligió no ser elegido por Dios. Ahora, en el décimo capítulo, presenta la salvación para los judíos, gentiles, o todos los que invoquen el nombre del Señor, como si el milagro de experimentar la salvación dependiera simplemente de que una persona decida invocar el nombre del Señor. Como he señalado, esta es una de las grandes paradojas de la Biblia. La única forma de resolver esta paradoja es aceptar la dura realidad de que no se trata de una cosa o la otra, sino de una cosa y la otra. Dios nos elige, pero
  • 16. Fascículo No. 31: Romanos, versículo por versículo (Tercera parte) 16 nosotros también elegimos y damos los pasos fundamentales que determinan nuestro destino eterno. Aunque Pablo cree en la elección soberana, ora fervientemente y continuamente por la salvación de sus hermanos y hermanas que son judíos y no han experimentado la revolución en la pasión por la justicia propia que él experimentó cuando conoció a Cristo. Nunca debemos dar lugar a la idea de que, dado que Dios es soberano, no podemos cambiar nada con nuestras oraciones. En sus inspiradas epístolas pastorales, Pablo nos exhorta: “Dios desea que todos los hombres sean salvos”. Después de declarar esto, ordena que se ofrezcan oraciones fervientes por todo hombre. Cuando nuestras iglesias reflexionan sobre sus declaraciones de misión y sus objetivos, en la actualidad, y se establecen las prioridades, debemos recordar que “ante todo” deben elevarse oraciones para que todos sean salvos (ver 1 Timoteo 2:1-4). Pablo se identifica enfáticamente con estos judíos que están tratando de lograr la salvación por medio de su propia justicia, porque ningún judío trató con mayor ahínco de lograr esa clase de justicia que Saulo de Tarso. El apóstol comparte su fútil lucha por lograr esa clase de justicia en el séptimo capítulo de esta carta y en el tercer capítulo de su carta a su iglesia favorita en Filipos. Con gran compasión, escribe, por tanto, a estos judíos (y con relación a ellos): “Pero la justicia que es por la fe dice así: No digas en tu corazón: ¿Quién subirá al cielo? (esto es, para traer abajo a Cristo); o, ¿quién descenderá al abismo? (esto es, para hacer subir a Cristo de entre los muertos). Mas ¿qué dice?” (10:5-7). Los paréntesis, en este pasaje, fueron colocados por Pablo mismo. Pablo está citando aquí un intrigante pasaje escrito por Moisés en Deuteronomio (30:12-14). Este pasaje muestra que el gran dador de la Ley siempre comprendió los propósitos y los límites de la Ley de Dios que fue dada al pueblo de Dios, a través de él, en el Monte Sinaí. Moisés sabía que el propósito de la Ley era mostrarnos que necesitamos al Redentor, al Cristo, quien vendría del cielo para ser el perfecto Cordero del sacrificio, morir y ser resucitado de los muertos para que podamos tener la justicia que es por gracia por medio de la fe. Moisés vio la verdad del evangelio proféticamente. Cuando los ángeles anunciaron la Buena Noticia de que Cristo iba a nacer, y de que esto daría gran gozo a todo el pueblo, fue, simplemente, la culminación de lo que Dios comenzó por medio de Abraham y continuó por medio de Moisés al dar la Ley (ver Lucas 2:10, 11). Moisés vio que, aunque la verdad llegó al pueblo de Dios a través de él, la gracia y la verdad llegarían, un día, al pueblo de Dios por medio de un Cristo crucificado y resucitado. También vio la victoria espiritual que Pablo describe en el octavo capítulo de esta carta. Comprendió que la justicia que cumpliría la Ley de Dios no sería simplemente cuestión de guardar la Ley, sino una dinámica sobrenatural que Dios colocaría en los corazones de su pueblo.
  • 17. Fascículo No. 31: Romanos, versículo por versículo (Tercera parte) 17 Pablo escribe que la justicia que es por fe tiene algo para decirnos, que es muy importante. Y despierta nuestro interés por saber qué dice, concluyendo este pasaje que hemos visto con la pregunta: “¿Qué dice?”. Ahora, al contestar esta pregunta, les dice a todas las personas perdidas de todos los tiempos y de todos los lugares cómo ser salvas. Esto es lo que la justicia que es por fe nos dice: “Cerca de ti está la palabra, en tu boca y en tu corazón. Esta es la palabra de fe que predicamos” (10:8). La justicia que es de fe y por fe nos dice que la Palabra de Dios está en nuestro corazón y en nuestra boca. La boca representa el hombre exterior, y el corazón representa el hombre interior. Jesús enseñó que “de la abundancia del corazón habla la boca” (Lucas 6:45). En otras palabras, podemos saber qué es lo que hay en el corazón por medio de lo que se expresa con la boca. El corazón es mencionado más de mil veces en la Biblia. Cuando se lo menciona, se hace referencia al centro de nuestro ser, donde amamos a Dios, tomamos decisiones, formamos nuestras motivaciones y determinamos los valores prioritarios de nuestra vida. Por lo tanto, Pablo da una clara receta para ser salvos cuando escribe: “Si confesares con tu boca que Jesús es el Señor, y creyeres en tu corazón que Dios le levantó de los muertos, serás salvo. Porque con el corazón se cree para justicia, pero con la boca se confiesa para salvación. Pues la Escritura dice: Todo aquel que en él creyere, no será avergonzado. Porque no hay diferencia entre judío y griego, pues el mismo que es Señor de todos, es rico para con todos los que le invocan; porque todo aquel que invocare el nombre del Señor, será salvo” (8-13). Esta es una respuesta más completa para la pregunta que el carcelero de Filipos le hizo a Pablo. Aquí tenemos la indicación más simple y clara del Nuevo Testamento sobre cómo ser salvos. Nos indica que creamos en nuestro corazón y confesemos con nuestra boca, y promete que, entonces, seremos salvos. ¿Creemos en nuestro corazón, realmente? ¿Confesamos con nuestra vida lo que decimos creer en nuestro corazón? Si usted estudia las más de mil referencias al corazón en la Biblia, verá que lo que la Biblia llama “corazón” se refiere, algunas veces, al espíritu, la voluntad, la mente, las emociones, los afectos y muchas otras dimensiones de lo que nos hace seres creados a la imagen y semejanza de Dios. Hay una expresión en el Nuevo Testamento que comprende todas estas áreas de la vida humana. Pablo escribe: “Por tanto, no desmayamos; antes aunque este nuestro hombre exterior se va desgastando, el interior no obstante se renueva de día en día” (2 Corintios 4:16). Todas estas áreas a las que la Biblia se refiere cuando habla de nuestro corazón podrían llamarse “el hombre interior”. Hace muchos años, un hombre llamado John Quincy Adams1 iba cruzando una calle. Su salud estaba tan deteriorada, que le llevó cinco minutos llegar al otro lado. Un amigo que pasaba por allí le preguntó: “¿Cómo está John Quincy 1 John Quincy Adams fue presidente de los EE.UU. de N.A. (N. de la T.).
  • 18. Fascículo No. 31: Romanos, versículo por versículo (Tercera parte) 18 Adams esta mañana?”. Y él respondió: “John Quincy Adams está muy bien. La casa en que vive está en un estado lamentable. De hecho, está tan destruida, que John Quincy Adams quizá deba mudarse pronto; pero John Quincy Adams está muy bien, gracias”. La teología de John Quincy Adams era totalmente correcta. Distinguir claramente entre el hombre interior (nuestro hombre espiritual, que es eterno) y el hombre exterior (nuestro cuerpo, que es temporal) nos da una idea más exacta de lo que Pablo quiere decir cuando indica que debemos creer en nuestro corazón para ser salvos. Uno de los pasajes bíblicos que habla del corazón nos exhorta: “Sobre toda cosa guardada, guarda tu corazón; porque de él mana la vida” (Proverbios 4:23). De él mana la fe; la decisión deliberada de confesar con nuestra boca que Jesús es el Señor, porque creemos en nuestro corazón que Él murió para pagar el precio de nuestra salvación, y que Jesús fue resucitado de los muertos para ser nuestro Señor vivo y resucitado. Después de dar la impresión de que la salvación depende enteramente de la soberana elección de Dios, en la última parte del capítulo 8 y todo el 9, Pablo ahora hace un fuerte énfasis en la responsabilidad que tenemos con respecto a nuestra salvación. Debemos creer en nuestro corazón y confesar con nuestra boca. Pablo parece dar la impresión de que sin estas dos realidades, interna y externa, no hay salvación. Y concluye estos versículos citando a los profetas Isaías y Joel, que predicaron que Dios salva a todo aquel que lo invoca para ser salvo. No olvide observar que debemos confesar que Jesús es el Señor. La cultura que constituyó el suelo en que se plantó la iglesia del Nuevo Testamento era gobernada por el Imperio Romano. Los ciudadanos romanos, como Pablo, que querían ser “políticamente correctos”, o gozar del favor de ese gran imperio, debían realizar un ritual una vez por año. Debían arrojar un puñado de incienso en el fuego de un altar y proclamar solemnemente: “¡El César es el Señor!”. Miles de devotos seguidores de Cristo se convirtieron en mártires porque no aceptaron realizar ese ritual. Estas cuatro palabras se convirtieron en el grito de batalla de la iglesia primitiva: “¡Jesús es el Señor!”(1 Corintios 12:3). Al leer el Nuevo Testamento, observe también que no somos invitados a confesar a Jesús como Salvador. Somos invitados a confesar a Jesús como Señor. La respuesta de Pablo al carcelero de Filipos fue: “Cree en el Señor Jesucristo y serás salvo, tú y tu casa” (ver Hechos 16:30, 31). En los cuatro Evangelios, verá que Jesús aseguró que la salvación había llegado a diferentes personas cuando ellas confesaron que Él era su Señor (ver Lucas 19:8-10; Juan 8:11). Al leer el Evangelio de Juan, examine las claras afirmaciones de Jesús en el sentido de que Él era Dios en carne humana. La palabra “confesar”, en griego, es, en realidad, dos palabras: “hablar” e “igual”. Confesar, literalmente, significa ‘decir lo mismo’. Confesar a Jesús como Señor es decir lo mismo que Él dijo de sí mismo cuando estuvo aquí, y decir lo mismo que Dios el Padre dijo de su Hijo en su Palabra.
  • 19. Fascículo No. 31: Romanos, versículo por versículo (Tercera parte) 19 Cuando Jesús dio la Gran Comisión, nos dijo cómo confesar con nuestra boca lo que creemos en nuestro corazón: que Dios lo levantó de los muertos. Al incorporar el bautismo como parte de su Gran Comisión, Jesús hace que sea imposible para nosotros ser discípulos secretos suyos. En esa Comisión, Él ordenó a sus discípulos que hiciéramos cuatro cosas. Nos ordenó que vayamos, hagamos discípulos, les enseñemos y bauticemos a todos los que profesan ser sus discípulos. Pablo escribió una concisa y clara definición del evangelio que había predicado en Corinto cuando concluyó su inspirada carta a quienes habían sido salvos cuando él les predicó ese evangelio en aquella ciudad. Básicamente, el evangelio consistía y consiste en dos hechos relativos a Jesucristo: su muerte y su resurrección (ver 1 Corintios 15:1-4). En el sexto capítulo de esta carta, Pablo explica cómo nuestro bautismo es una forma de profesar la fe que tenemos en el evangelio que Jesucristo comisionó a sus discípulos que predicaran. Estoy convencido de que el bautismo es la forma específica que Jesús prescribió para que confesemos exteriormente la realidad interior de que confiamos en la muerte y la resurrección de Jesús para nuestra salvación. A lo largo de los veinte siglos de historia de la iglesia, millones de creyentes han muerto porque Jesús hizo del bautismo parte de su Gran Comisión. Sin duda, Jesús sabía que el bautismo haría que murieran millones de sus ovejas, sus seguidores. Dado que Él demuestra un amor tan grande por la iglesia de tantas maneras, debemos suponer que, como Buen Pastor de la iglesia, no ordenó a la ligera que todos los que profesaran ser sus discípulos fueran bautizados. Estoy convencido de que el bautismo en agua es la forma que Jesús prescribió para que confesemos con nuestra boca lo que creemos en nuestro corazón: que Jesús es el Señor, y que Dios levantó a su Hijo de los muertos para nuestra salvación y para que fuera nuestro Señor resucitado y vivo. Capítulo 3 Colaboradores de Dios (10:14-21) Como ya he señalado, Pablo concluye los conceptos que presenta en los primeros trece versículos de este décimo capítulo citando a los profetas Isaías y Joel, que predicaron que Dios estaría verdaderamente feliz de salvar a todos los que lo invocaran para ser salvos. Ahora, escribe que, de hecho, nosotros podemos participar junto con Dios, que es la fuente, el poder y cuya gloria es el propósito de este gran milagro de dar salvación a los demás: “¿Cómo, pues, invocarán a aquel en el cual no han creído? ¿Y cómo creerán en aquel de quien no han oído? ¿Y cómo oirán sin haber quien les predique? ¿Y cómo predicarán si no fueren enviados? Como está escrito: ¡Cuán hermosos son los pies de los que anuncian la paz, de los que anuncian buenas nuevas!” (vv. 14, 15).
  • 20. Fascículo No. 31: Romanos, versículo por versículo (Tercera parte) 20 Después de hacer que, en los capítulos 8 y 9, pareciera como si la salvación fuera enteramente obra de Dios, Pablo ahora escribe que la salvación depende de la respuesta de la fe interior y la confesión exterior. Está en el corazón mismo de estos tres capítulos donde presenta la soberana providencia de un Dios que es el que conoció desde antes, predestinó, llamó, justificó y glorificó a quienes eligió para que fueran salvos. Pero, en este contexto, escribe que, a menos que alguien predique y que se envíen predicadores, no habrá salvación. En el capítulo 8, su magnífica presentación de la soberanía de Dios en la salvación, y su enseñanza sobre la elección en los capítulos 8, 9 y 11, han causado confusión a algunas personas. Algunos llegan a la conclusión de que podemos dejar nuestra salvación y todos los temas de nuestra vida espiritual enteramente en manos de Dios. Dado que Dios es el gran origen y el gran poder que está detrás de nuestra salvación, Él nos llevará —a nosotros y a todos los que están perdidos— a la salvación, sin ninguna ayuda de nuestra parte. Cierta vez escuché una historia sobre un devoto hortelano que trabajó duramente para convertir una huerta que estaba en un estado lamentable, llena de hierbas salvajes, en algo productivo y bello. Algunos creyentes que lo conocían le dijeron al pastor que este hortelano era muy soberbio. El pastor llamó al hortelano y, en el momento apropiado, le dijo: “Usted y el Señor han hecho un trabajo hermoso en esta huerta, ¿verdad?”. El hombre contestó: “Sin duda, pastor. Ciertamente, yo nunca podría haber transformado esta huerta sin la ayuda del Señor. Pero, pastor, ¡tendría que haber visto lo que era cuando el Señor la manejaba Él solo!”. Una de las mayores bendiciones, cuando el Señor entra en nuestra vida, es cuando Él decide que no hará su obra solo. Cierta vez, en un huerto, Jesús les dio una gran enseñanza a sus apóstoles. Les dio seis razones por las que debemos dar fruto. La clave de su propia capacidad de ser fructífero era que Él y el Padre eran uno. Él tenía constantemente una unidad estrecha e ininterrumpida con el Padre, y esa relación era la clave de que Él fuera fructífero. Ahora, Jesús desafiaba a sus discípulos a ser uno con Él después de su resurrección. Jesús les mostró a los apóstoles una vid con muchas ramas cargadas de fruto y les dijo que la clave de que ellos pudieran dar fruto era que fueran uno con Él, así como esas ramas tan fructíferas estaban relacionadas con la vid de la cual obtenían el principio vivificante que las hacía dar fruto. Entonces hizo su gran afirmación: “Yo soy la vid, y vosotros los pámpanos”. También les advirtió que, sin Él, ellos no podían hacer nada. Sin Él, nosotros no podemos hacer nada. Pero me deja pasmado darme cuenta de que esta metáfora también afirma que, sin nosotros, Él no desea hacer nada. En esta gráfica y sencilla metáfora, el fruto no crece en la vid. En este contexto, Jesús es una Vid que busca ramas que se unan a Él como vid, de tal manera que den fruto. El desafío para usted y para mí es: ¿Seremos uno con Él? ¿Seremos de esas ramas fructíferas?
  • 21. Fascículo No. 31: Romanos, versículo por versículo (Tercera parte) 21 Si yo hubiera sido el Señor, no habría planeado que una parte vital de mi obra dependiera de débiles seres humanos de carne y hueso. Pero Él nos ha incluido en su maravillosa obra de dar salvación a los perdidos de este mundo. ¡Con cuánta gratitud deberíamos alabarlo al darnos cuenta de esto! Dios da mayor significado y valor a nuestra vida cuando nos convierte en sus colaboradores y hace su obra a través de nosotros. Nuestro Creador, también, da gran gozo a nuestra vida cuando nos incluye en el milagro de llevar salvación a los perdidos que encontramos en este mundo. El gozo no viene del cielo como un paquete que cae sobre la cabeza de algunas personas y no de otras. El gozo, como la paz, tiene ciertas condiciones y causas. Jesús les dijo a los discípulos que ellos debían dar fruto para que su gozo pudiera estar en ellos y para que su gozo fuera cumplido (ver Juan 15:11). Nuestro Señor se deleitaba grandemente en hacer la voluntad y la obra de su Padre (ver Hebreos 10:7). Pablo escribió a los gálatas que, cuando hacemos la obra que Dios desea que hagamos, encontramos en nuestro fiel trabajo una causa de gran regocijo (ver Gálatas 6:4, 5). Ser colaboradores de Dios nos permite hacer esa obra significativa que da gran sentido a nuestra vida. El pasaje arriba mencionado declara elocuentemente que las personas perdidas que serán elegidas, predestinadas, llamadas y elegidas para la salvación por Dios no pueden ser salvas hasta que la iglesia asuma cuatro responsabilidades determinadas. Los perdidos no pueden invocar el nombre de Alguien en quien no creen. No pueden creer a menos que escuchen el Evangelio de Jesucristo. No pueden escuchar si no hay quien les predique. Quienes predican, no pueden predicar a menos que sean enviados a quienes deben escuchar y creer. Pablo está desafiando a la iglesia a darse cuenta de su razón de ser, cuando dice que los predicadores no pueden predicar a menos que sean enviados (por una iglesia). En los capítulos 8 y 9, parecería que Dios tuviera toda la responsabilidad de llevar a los perdidos, a la salvación. En este capítulo décimo, nos da la impresión de que los perdidos tienen toda la responsabilidad de creer y confesar para poder ser salvos. Después, tenemos este gran pasaje, que declara con énfasis el objetivo misionero de la iglesia y da, claramente, la impresión de que la iglesia tiene la responsabilidad de enviar predicadores que proclamen el evangelio a los perdidos, porque, de lo contrario, ellos no podrán escuchar, creer, invocar el nombre del Señor, y ser salvos. Pablo cita a Isaías cuando pronuncia una bendición sobre esta responsabilidad de la iglesia de predicar y enviar predicadores: “¡Cuán hermosos son sobre los montes los pies del que trae alegres nuevas!” (Isaías 52:7). Esta es una hermosa metáfora que declara que Dios tiene en gran estima a quienes son enviados para proclamar el evangelio a los que deben escucharlo. También nosotros debemos valorar de gran manera a quien fue enviado para que nosotros pudiéramos escuchar y creer la Buena Noticia de nuestra salvación.
  • 22. Fascículo No. 31: Romanos, versículo por versículo (Tercera parte) 22 Aquí es necesario hacer dos observaciones. La palabra “predicar” puede confundirnos y hacernos pensar en un pastor o alguien que predica desde un púlpito. Naturalmente, ambos están incluidos en la definición de esta palabra, pero esta tiene un sentido mucho más amplio. La palabra griega significa, de hecho, ‘hacer un anuncio’. No debemos limitar la persona a la que Pablo se refiere aquí como predicador a un pastor, evangelista o misionero de la iglesia. Se nos dice que la primera generación de discípulos de Jesús anunciaron el evangelio a quienes constituían su familia. También lo anunciaron a sus amistades, a sus compañeros de trabajo y a las personas que se cruzaban en sus vidas. Además de quienes fueron enviados como Pablo y otros dotados predicadores y evangelistas, esta extensión del evangelio a través de los llamados “laicos” también debe ser incluida en la referencia a los que predican. Pablo escribe a los corintios que a todos los que han experimentado el milagro de ser reconciliados con Dios se les confía inmediatamente un mensaje y un ministerio de reconciliación (ver 2 Corintios 5:13-6:2). Cuando los creyentes reconciliados de una iglesia piensan que Dios solo le ha dado la responsabilidad de anunciar el evangelio al pastor, evangelista o misionero, la iglesia se convierte en un “gigante dormido”. Una de las verdades que podría despertar a ese “gigante dormido” es que todos somos comisionados a anunciar el evangelio a quienes están perdidos. En este contexto, debemos darnos cuenta de que, si no somos misioneros, aún somos un campo misionero. Dios valora de gran manera a quienes llevan el evangelio a los perdidos. Véalo de esta manera: Dios tuvo un Hijo, y Él fue un misionero. ¿Valora usted de gran manera a la persona o las personas que le anunciaron el evangelio para que usted pudiera escuchar, creer, invocar el nombre del Señor y ser salvo? Esa persona o esas personas son las más importantes que usted ha conocido en su vida, y usted debe tenerlas en gran estima. Hay un dicho que dice que se necesita todo un pueblo para criar a un niño. En cierto sentido, algunas veces se necesita toda una iglesia para anunciar y demostrar en la práctica el evangelio a los perdidos. El testimonio colectivo de toda una iglesia, muchas veces, ha servido para hacer comprender la realidad del evangelio a personas que estaban perdidas. Mi segunda observación con respecto a estos versículos sobre los hermosos pies de quienes predican el evangelio plantea esta pregunta: “¿Quién envía, en realidad, a estos predicadores a anunciar el evangelio a los perdidos de este mundo?”. Aunque, aparentemente, pueda parecer que la iglesia envía a los que predican, el poder detrás de este envío es el del Cristo resucitado y vivo. Jesús indicó a sus apóstoles que oraran para que el Señor de la mies enviara obreros a su mies (ver Marcos 9:38; Lucas 10:2). Debemos comprender que nadie llega a Cristo si el Padre no lo atrae (ver Juan 6:44). Algunas veces, alguien podría preguntar: “¿Qué
  • 23. Fascículo No. 31: Romanos, versículo por versículo (Tercera parte) 23 sucede si quiero ser salvo, pero no soy elegido?”. La respuesta a su pregunta es que, si no fuera elegido y atraído por el Espíritu Santo, no querría ser salvo. También debemos tener en cuenta que, cuando personas como Pablo y Bernabé son enviadas por una iglesia local, es porque el Espíritu ha motivado a la iglesia, y ha obrado en los corazones de los que son enviados para que respondan al llamado para ser apartados para tal ministerio (ver Hechos 13:2). Pablo escribe a la iglesia de Filipos que es Dios quien obra en nosotros tanto el querer como el hacer, por su buena voluntad (ver Filipenses 1:6; 2:13). Dios conoce desde antes, predestina, llama, justifica y glorifica a sus elegidos, pero cada uno de ellos debe creer en su corazón y confesar con su boca para ser salvo. Dios elige y llama a quienes anunciarán el evangelio a estas personas perdidas, pero elegidas; de lo contrario, no habría salvación para ellas. Sin embargo, quienes son llamados a llevar esta buena noticia a los perdidos deben responder y obedecer ese llamado de Dios sobre su vida y convertirse en colaboradores de Dios —ramas que den fruto— para que esas personas puedan ser salvas. Una vez más, no podemos evitar preguntar: “¿Es Dios quien elige aquí, o somos nosotros los que elegimos el gran privilegio de colaborar con Dios para llevar salvación a los perdidos de este mundo?”. La respuesta no se corresponde de manera exacta con nuestra lógica, pero es que no se trata de una cosa o la otra, sino de una cosa y la otra. Nuestro Dios soberano y el Cristo vivo son quienes deciden hacer esto, pero nosotros debemos responder y elegir ser elegidos. Decidimos permanecer en Él como ramas de la Vid que Él es, y eso hace que demos fruto (ver Juan 15). El misterio de creer y no creer En muchas grandes ciudades, el simple hecho de mover un interruptor y llenar de luz una habitación implica una fuente de energía que no podemos ver. No podemos ver la electricidad, ni los kilómetros de cables aéreos o subterráneos que llevan esa electricidad, a veces desde una enorme distancia, a nuestro hogar. No conocemos los grandes generadores, transformadores y, en algunos casos, impresionantes diques que toman la energía del agua para proveer de electricidad a nuestra ciudad, nuestro vecindario, nuestra calle y nuestra casa, hasta llegar al interruptor que nosotros accionamos. De la misma forma, en estos capítulos, Pablo nos presenta la obra del invisible Espíritu Santo y la soberana providencia de Dios, que tampoco pueden ser vistas. No podemos ver la electricidad de ninguna forma, pero sí podemos sentir sus efectos cuando el cuarto se ilumina. No podemos ver al Espíritu Santo, pero podemos ver evidencias de la obra del Espíritu Santo cada vez que un pecador escucha, cree, confiesa y es salvo. Jesús y Pablo nos dicen que, cuando la Buena Noticia es anunciada a las personas, algunas creen, y la mayoría de ellas no creen. ¿Por qué encontramos dos respuestas diferentes al evangelio? ¿Es porque los que creen no son tan
  • 24. Fascículo No. 31: Romanos, versículo por versículo (Tercera parte) 24 inteligentes como los que no creen? ¿O los que creen son más inteligentes que los que se niegan a hacerlo? La respuesta de Pablo a esa pregunta es que la inteligencia no es la explicación para la manera en que la gente responde al evangelio. Jesús y Pablo nos dicen que, cuando las personas responden como responden, lo hacen según el don de la fe que les ha sido dado (ver Mateo 13:11; 19:11; Filipenses 1:29; 1 Corintios 2:9-16). Según Isaías, estas dos respuestas de creer o no creer cuando se anuncia el evangelio no es algo que solo sucedió en el período del Nuevo Testamento dentro de la historia hebrea. Isaías profetizó la venida del Mesías y nos dio más profecías mesiánicas que cualquier otro profeta del Antiguo Testamento. Más de setecientos años antes de que sucediera, Isaías nos dio uno de los más grandes capítulos de la Biblia con respecto al significado de la muerte de Cristo en la cruz (Isaías 53). Los primeros seis versículos de ese capítulo son seis de los versículos más importantes y espiritualmente elocuentes de la Biblia sobre el significado de la muerte de Jesucristo en la cruz: “Quién ha creído a nuestro anuncio? ¿y sobre quién se ha manifestado el brazo de Jehová? Subirá cual renuevo delante de él, y como raíz de tierra seca; no hay parecer en él, ni hermosura; le veremos, mas sin atractivo para que le deseemos. Despreciado y desechado entre los hombres, varón de dolores, experimentado en quebranto; y como que escondimos de él el rostro, fue menospreciado, y no lo estimamos. “Ciertamente llevó él nuestras enfermedades, y sufrió nuestros dolores; y nosotros le tuvimos por azotado, por herido de Dios y abatido. Mas él herido fue por nuestras rebeliones, molido por nuestros pecados; el castigo de nuestra paz fue sobre él, y por su llaga fuimos nosotros curados. Todos nosotros nos descarriamos como ovejas, cada cual se apartó por su camino; mas Jehová cargó en él el pecado de todos nosotros” (Isaías 53:1-6). Pablo nos desafía a observar cómo Isaías comenzó esa inspirada profecía mesiánica: “Mas no todos obedecieron al evangelio; pues Isaías dice: Señor, ¿quién ha creído a nuestro anuncio? Así que la fe es por el oír, y el oír, por la palabra de Dios” (vv. 16, 17). Según Pablo, al comenzar su magnífica presentación profética de la muerte de Cristo, Isaías hace que concentremos nuestra atención en este misterio de creer y no creer formulándonos esa pregunta. Según Isaías, el gran asunto que definirá la separación entre los salvos y los perdidos de este mundo será Jesucristo. De forma muy directa, Isaías comienza este gran capítulo declarando: “Tengo para compartir con ustedes la más grande profecía que haya proclamado jamás ningún profeta, pero ¿quién la creerá?”. Pablo continúa con una profunda declaración que demuestra cómo el Espíritu Santo usa la Palabra de Dios para atraer a las personas hacia la fe y hacia Cristo. El apóstol escribe que la fe viene por oír la Palabra de Dios. Este versículo dice, literalmente, que la fe viene de escuchar el mensaje de Cristo.
  • 25. Fascículo No. 31: Romanos, versículo por versículo (Tercera parte) 25 Pedro se suma a Pablo en la enseñanza de esta misma verdad. Según Pedro, la Palabra de Dios es una semilla incorruptible, una esperma que concibe vida espiritual en quienes responden adecuadamente a esa Palabra cuando la escuchan o la leen (ver 1 Pedro 1:22, 23). Pedro enseña esta misma verdad por segunda vez, con otra bella metáfora, cuando exhorta a sus lectores a acercarse a la Palabra como a una luz en un mundo muy oscuro. Según Pedro, cuando se aproximen a esa luz, experimentarán dos milagros: será el amanecer de un nuevo día, y el lucero de la mañana se levantará en sus corazones (ver 2 Pedro 1:19). Esta afirmación de Pablo y estas dos metáforas de Pedro que son paralelas a ella han formado el objetivo de mi filosofía del ministerio desde 1949. Isaías nos dijo en su profecía que él predicaba la Palabra de Dios porque ella hacía concordar los pensamientos y los caminos del hombre con los de Dios (ver Isaías 55:8-11). He descubierto que, cuando hacemos entrar a las personas en la Palabra de Dios y hacemos entrar la Palabra de Dios en las personas, llega la fe, y ellas nacen de nuevo. Ese nuevo nacimiento es descrito bellamente en esas dos metáforas de Pedro. Más preguntas y respuestas Pablo cierra este décimo capítulo anticipándose una vez más a las preguntas de sus lectores. Cuando se concentra en la fundamental importancia de escuchar la Palabra, por medio de la cual llega la fe, imagina a sus lectores preguntándose: “Pues bien, ¿qué de aquellos que jamás la han oído?”. Después de compartir el evangelio con muchos estudiantes universitarios en los claustros seculares, he escuchado que inmediatamente presentan esta pregunta cuando escuchan el evangelio por primera vez: “¿Qué de aquellos que nunca han escuchado este evangelio?”. Pablo formula esta pregunta, y después, la responde: “Pero digo: ¿No han oído? Antes bien, Por toda la tierra ha salido la voz de ellos, Y hasta los fines de la tierra sus palabras. También digo: ¿No ha conocido esto Israel? Primeramente Moisés dice: Yo os provocaré a celos con un pueblo que no es pueblo; Con pueblo insensato os provocaré a ira. E Isaías dice resueltamente: Fui hallado de los que no me buscaban; Me manifesté a los que no preguntaban por mí. Pero acerca de Israel dice: Todo el día extendí mis manos a un pueblo rebelde y contradictor” (18-21; ver Salmos 19:1-4; Deuteronomio 32:21; Isaías 65:1). Pablo cita a David, Moisés e Isaías en su respuesta para esta pregunta. David enseña lo que los teólogos llaman “revelación natural” cuando escribe que los cielos cuentan la gloria de Dios; que el espacio en el que existen, declara la infinita amplitud de Dios, y que no hay lugar en la tierra que no haya escuchado esa declaración. En los viajes que he hecho para visitar a misioneros en algunos de los lugares más remotos de la tierra, descubrí algo. Cuando quienes vivimos en grandes ciudades visitamos lugares en
  • 26. Fascículo No. 31: Romanos, versículo por versículo (Tercera parte) 26 la selva donde no hay luces como en la ciudad, tomamos mayor conciencia de las estrellas y de este extraordinario universo en el que vivimos. Cuando era un pastorcito, probablemente David pasó muchas noches tendido de espaldas, mirando las estrellas. El Espíritu Santo lo inspiró para que escribiera en el Salmo 19 que los cielos y el espacio predican un sermón sobre la gloria de Dios. No hay una noche en que no prediquen ese sermón. Según David, aunque no hay voz ni sonido, no hay lugar en el mundo en que ese sermón no se oiga. En el primer capítulo de esta carta, Pablo declara que, debido al mensaje que comunica el milagro de la creación, los que no creen, no tienen excusa (ver 1:20). ¿Pueden las personas perdidas conocer lo suficiente por medio de la revelación natural como para ser justificadas por fe? La respuesta obvia a esa pregunta es que no. Pero lo que la Biblia enseña es que, si por medio de la creación, la persona perdida comprende que tiene que haber un creador, si lo busca en respuesta a esa luz que ha recibido a través de la creación, Dios le dará más luz. Este es un principio muy importante en la Biblia. (Ver Filipenses 3:16; Juan 9:40, 41; 15:22). Los misioneros nos dicen que, cuando llevaban el evangelio a personas que vivían en lugares remotos y primitivos del mundo, ellas estaban esperando que llegara alguien que les hablara del Dios que habían estado buscando durante muchos años. Yo tuve una experiencia personal que me confirmó que esto era cierto. Cuando, siendo pastor, dirigía un estudio bíblico evangelístico, una dama japonesa de rostro radiante me preguntó si podía conversar unas palabras conmigo después de la clase. Entonces me dijo que, cuando estaba en los refugios antiaéreos de Tokio, en los últimos meses de la Segunda Guerra Mundial, ella había orado al Dios que yo le había presentado en ese estudio. Era budista, pero sabía en lo profundo de su corazón que había un Dios que la salvaría si oraba a Él. Esta mujer puso su fe en Jesucristo, el día aclaró y el lucero de la mañana comenzó a vivir en su corazón. Se convirtió en una radiante discípula de Jesucristo. En aquel refugio antiaéreo, ella había respondido al Dios que le había dado luz..., y Él le dio más luz. Esa noche, ella se fue diciendo: “Dios es mi luz y mi salvación” (ver Salmos 27:1). A continuación, Pablo cita un profundo versículo del Libro de Deuteronomio, donde Moisés da una profecía que se convierte en el tema del resto del capítulo y de todo el capítulo 11 de esta obra maestra teológica. Moisés predice que Dios provocará a celos a Israel eligiendo a los poco espirituales gentiles para la salvación. Los judíos se referían a los gentiles como “perros”, con lo cual querían decir que un gentil tenía tanto discernimiento espiritual como un perro. Sin duda, provocaría celos a los judíos que Dios se apartara de ellos para elegir a “perros” como su pueblo escogido. Pablo continúa una de las profecías más extraordinarias de la Biblia cuando reafirma la profecía de Moisés de que Dios provocará celos a los judíos salvando a los
  • 27. Fascículo No. 31: Romanos, versículo por versículo (Tercera parte) 27 gentiles. Moisés también profetizó que Dios haría airar a los judíos escogiendo a un pueblo necio, un pueblo sin entendimiento, para ser salvo. ¿Ha observado usted la extraordinaria inteligencia y el talento de los judíos? Fíjese cuántos renombrados científicos, ganadores de premios Nóbel, famosos eruditos y especialmente, músicos y compositores de grandes obras maestras musicales son judíos. Cuán irónico que Dios eligiera personas mucho menos dotadas e inteligentes que los judíos para ser su pueblo elegido. Pablo deja en claro que los gentiles que Dios eligió no fueron elegidos porque fueran nobles, poderosos o inteligentes (ver 1 Corintios 1:26-29). A la profecía de Moisés se suman dos profecías de Isaías que agregan que Dios provocará celos a los judíos eligiendo a un pueblo que no lo busca en lo más mínimo. Pablo ya ha reconocido que los judíos tienen celo por Dios, pero su celo está mal dirigido, ya que buscan a Dios mirando hacia adentro y obsesionándose con el celo por su propia justicia. Los judíos que eran como Saulo de Tarso (antes de conocer a Cristo) estaban intensa, aun fanáticamente comprometidos con su forma de buscar a Dios por medio de su propia justicia. Hace más de cinco décadas que me fascina escuchar las historias, o testimonios de la obra de Dios en creyentes que he conocido por ser su pastor. En cierto sentido, ninguna de estas historias es igual a otra. Pero un patrón que he descubierto en todas ellas es lo que yo llamo “la gran intervención”. Esta intervención es bellamente presentada en una metáfora por David, cuando nos dice, en el Salmo del Pastor, cómo el Señor se convirtió en su Pastor. David dice que Dios “me hace descansar”. Cuando escucho a las personas contarme cómo llegaron a la fe en Dios y en Cristo, me sorprende ver cuántas de ellas no buscaban a Dios en lo más mínimo. ¡Dios las estaba buscando a ellas! Él las obligó a descansar golpeándolas en la cabeza con su cayado, que generalmente tomaba la forma de un problema que ellas no podían resolver. Después, pudieron ver ese problema como una intervención amorosa de su Dios y Pastor, y agradecerle por ese problema. Dios continúa interviniendo en los puntos fundamentales de sus viajes de fe. Obviamente, la iniciativa parte de Dios, no de que ellas lo busquen. Alguien ha dicho: “La religión es el hombre en busca de Dios, pero la Biblia presenta a Dios buscando al hombre”. Pablo, citando a Isaías, predice un hecho extraordinario que vemos hoy suceder en nuestra propia vida y en los viajes de fe de otros. A diferencia de los judíos —que tenían un notable celo por Dios—, personas que no buscaban a Dios en lo más mínimo son encontradas por Él, que sí las estaba buscando. Moisés, Isaías y Pablo agregan a este extraordinario hecho de la vida espiritual la enseñanza de que Dios hará esto por los gentiles para provocar a los judíos de manera que puedan ser restaurados espiritualmente.
  • 28. Fascículo No. 31: Romanos, versículo por versículo (Tercera parte) 28 Capítulo 4 El misterio de Israel (11:1-36) Un famoso erudito de la Biblia fue invitado a predicar durante una semana en la iglesia donde yo era pastor. Le pregunté qué podíamos hacer para que pudiera tener un tiempo de distensión durante su visita. Me sorprendió cuando me pidió si podía conseguirle varios libros de suspenso de un conocido escritor del género, ya que su pasatiempo era leer historias de misterio. A millones de personas les encanta leer buenas novelas de misterio, porque “un misterio es un secreto que, finalmente, se revela”. A quienes les gusta leer a los grandes escritores de obras de misterio disfrutan de tratar de descubrir el misterio, el secreto que finalmente va a revelarse. En la Biblia, la palabra “misterio”, además de referirse a un secreto que va a ser revelado, nos habla de un hecho futuro que solo puede producirse por el poder sobrenatural del Dios todopoderoso. En el undécimo capítulo de su carta a los romanos, Pablo habla de Israel como un misterio (ver v. 25). La nación de Israel es un misterio por varias razones. Todo el Antiguo Testamento presenta la extraordinaria realidad de que Israel es el ejemplo de lo que Pablo llama “elección”. Los judíos son el pueblo elegido por Dios. Como gran paradoja bíblica, Israel es, también, el principal ejemplo bíblico de lo que algunas veces llamamos “libre albedrío”, porque decidieron no ser el pueblo elegido de Dios. La actual nación de Israel no es el pueblo elegido, escogido por Dios. Su cruel opresión del pueblo palestino demuestra esta tremenda realidad. El hecho de que sean una nación, y que ya no estén dispersos completamente por todo el mundo, es el cumplimiento de lo que predicaron profetas del Antiguo Testamento como Ezequiel, Zacarías, Isaías y de estos capítulos escritos por Pablo. Pero el retorno espiritual de Israel, que también se profetiza, evidentemente, aún no se ha producido. Dos veces, en este capítulo, Pablo formula básicamente, esta pregunta: “¿Ha desechado Dios a Israel?” (ver vv. 1, 11). ¿Ha rechazado Dios a Israel porque ellos rechazaron a su Hijo, el Mesías que Él les envió? Su respuesta es “¡Claro que no!” y “De ninguna manera”. El dinámico mensaje de este capítulo es que Dios aún no ha terminado con Israel. En esta obra maestra de todos sus escritos, el gran apóstol se refiere a Israel como un misterio, porque la relación entre Dios e Israel es un secreto que finalmente será revelado. Cuando ese misterio se revele, lo que Pablo profetiza en estos capítulos será posible solo por el poder del Dios todopoderoso. Israel es un misterio en ambas dimensiones de mi definición de lo que es un misterio. Pablo comienza este capítulo con esa pregunta: “Digo, pues: ¿Ha desechado Dios a su pueblo? En ninguna manera. Porque también yo soy israelita, de la descendencia de Abraham, de la tribu de Benjamín. No ha desechado Dios a su pueblo, al cual desde antes conoció” (vv. 1, 2).
  • 29. Fascículo No. 31: Romanos, versículo por versículo (Tercera parte) 29 Un potente predicador, cristiano judío, acababa de predicar un mensaje extraordinario en un culto de la capilla de un seminario. Entonces, una de las estudiantes avanzadas lo saludó y le dijo: “Usted es el primer cristiano judío que he escuchado hablar personalmente”. El predicador le preguntó: “¿Nunca oyó hablar de los doce apóstoles?”. Los doce apóstoles eran judíos, y cuando leemos el Libro de Hechos, hasta que llegamos al décimo capítulo, todos los creyentes de la iglesia son judíos. Pablo nos recuerda que él mismo, el más grande misionero de la historia de la iglesia, es prueba de que Dios no ha cerrado la puerta de la salvación a los judíos. Después nos da una ilustración del Antiguo Testamento sobre un gran profeta que pensaba que Dios había abandonado a la nación de Israel, y que él era el único profeta que no había adorado al ídolo Baal y olvidado a Dios: “¿O no sabéis qué dice de Elías la Escritura, cómo invoca a Dios contra Israel, diciendo: Señor, a tus profetas han dado muerte, y tus altares han derribado; y sólo yo he quedado, y procuran matarme? Pero ¿qué le dice la divina respuesta? Me he reservado siete mil hombres, que no han doblado la rodilla delante de Baal” (11:2-4). Cuando vivimos y servimos al Señor en un lugar donde hay muy pocos creyentes, si es que hay alguno, es fácil que sintamos, como Elías, que estamos solos, que somos el único creyente auténtico que queda, que está sirviendo fielmente al Señor. Si supiéramos lo que Dios sabe, nos daríamos cuenta de que Dios tiene miles o aun millones de siervos fieles como nosotros en este mundo. Elías cometió muchos errores, que lo llevaron a estar, finalmente, debajo de un árbol, desesperado, pidiendo en oración que Dios le quitara la vida. Su primer error fue que olvidó el hecho de que solo conocemos una ínfima fracción de lo que se puede conocer. La educación espiritual es el proceso de pasar de la ignorancia inconsciente a la consciente. Nuestra situación nunca es tan mala como parece, porque no conocemos gran parte de lo relativo a nuestros problemas. Si supiéramos lo que Dios sabe, nos alentaría mucho, y no oraríamos pidiendo la muerte. Elías también cometió el error de subestimar el poder de Dios. Las cosas nunca son tan malas como parecen, porque Dios no es tan débil como creemos que es. El tema de la última parte del capítulo 8 era que Dios está a cargo, sabe lo que hace y tiene todo el poder que necesita para ganar nuestra victoria espiritual. Él puede hacer que todas las cosas que nos suceden —aun cuando no haya nada de bueno en ellas— encajen dentro de un patrón para bien que cumplirá su plan para nosotros y a través de nosotros. Cuando recobremos nuestra visión del poder todopoderoso de nuestro soberano Dios, no desesperaremos ni le pediremos a Dios que nos mate. El tercer error de Elías fue que olvidó la diferencia entre la gracia y las obras: “Así también aun en este tiempo ha quedado un remanente escogido por gracia. Y si por gracia, ya no es por obras; de otra manera la gracia ya no es gracia. Y
  • 30. Fascículo No. 31: Romanos, versículo por versículo (Tercera parte) 30 si por obras, ya no es gracia; de otra manera la obra ya no es obra” (vv. 5, 6). Cuando pensamos que la obra de Dios depende de quiénes somos y qué somos, de lo que podemos o no podemos hacer nosotros, nos desesperamos. Nuestra victoria llegará cuando recobremos la perspectiva de que la obra de Dios depende de Quién es Dios y Qué es Dios, y de lo que Él puede hacer en nosotros y a través de nosotros. Este gran profeta, Elías, también olvidó que su vida espiritual estaba entretejida, como una cuerda de tres dobleces, con su vida mental y su vida física. Había estado descuidando sus necesidades físicas. Estaba exhausto, no había comido, había pasado demasiado tiempo sin dormir. Así que Dios lo hizo dormir profundamente, lo despertó, lo alimentó, lo hizo dormir otra vez y lo restauró por completo a su milagroso ministerio (ver 1 Reyes 17, 18, 19). Pablo aplica lo que Dios le dijo a Elías sobre un remanente fiel de judíos al plan de Dios para Israel. Aunque no hay muchos, en los dos mil años de historia de la iglesia y en la actualidad, ha habido y hay judíos que confían en Jesús como su Mesías, Salvador y Señor. Tuve el gozo de llevar a un querido amigo judío a la fe en Cristo. Pero estoy en el ministerio desde 1953, y he visto a muchas personas llegar a la fe en Cristo. Entre ellas, los judíos que se convirtieron en seguidores de Jesucristo fueron menos de diez. Pablo presenta una explicación para esto en los siguientes versículos, donde escribe que Israel, como pueblo, experimenta una misteriosa ceguera: “¿Qué pues? Lo que buscaba Israel, no lo ha alcanzado; pero los escogidos sí lo han alcanzado, y los demás fueron endurecidos; como está escrito: Dios les dio espíritu de estupor, ojos con que no vean y oídos con que no oigan, hasta el día de hoy. Y David dice: Sea vuelto su convite en trampa y en red, En tropezadero y en retribución; Sean oscurecidos sus ojos para que no vean, Y agóbiales la espalda para siempre” (11:7-10). La ceguera espiritual de la que Pablo habla siempre ha sido notoria, y lo es aún hoy. Un síntoma de esa ceguera es lo opuesto de la gracia y la misericordia de Dios que la Palabra de Dios presenta sistemáticamente desde el Génesis hasta el Apocalipsis. El judío ortodoxo siempre estuvo, y está ahora, decidido a lograr la salvación obedeciendo la Ley de Dios. Hay algo en la naturaleza humana que se niega a confiar en Dios para la salvación y a confesar que no podemos salvarnos a nosotros mismos. Jesús estaba enseñando la importancia vital de esta actitud de reconocer nuestra incapacidad cuando enseñó la primera actitud que nos hace entrar en el reino de los cielos, y nos convierte en sal de la tierra y luz del mundo: “Bienaventurados los pobres en espíritu” (Mateo 5:3). Y continuó: “Bienaventurados los que lloran”. Al menos una aplicación de esta segunda bienaventurada actitud es que lloramos cuando aprendemos a confesar que somos pobres en espíritu. Otra dimensión de la autojustificación y la ceguera espiritual de los judíos fue y es que están convencidos de que, dado que están guardando la
  • 31. Fascículo No. 31: Romanos, versículo por versículo (Tercera parte) 31 Ley y hacen lo correcto, es decir, buenas obras, Dios les debe la salvación. Pablo concluye la sección doctrinal de esta carta señalando que nadie puede decir que le ha dado a Dios hasta un punto en que Dios le deba algo (ver 11:35). La misericordia es el atributo de Dios que no permite que recibamos lo que merecemos. Pablo, en los primeros cuatro capítulos de esta carta, demuestra que no merecemos más que la ira de Dios, que se manifiesta contra nuestra injusticia. Cualquier cosa que no sea ira y condenación divina es solo resultado de la misericordia de Dios. La gracia de Dios es el atributo que derrama abundantemente sobre nosotros las bendiciones de la salvación que no merecemos. Dios hace su parte en nuestra salvación, ya que usa todos los medios posibles para llevarnos al punto en que oremos, como el publicano: “Dios, sé propicio a mí, pecador” (Lucas 18:13). Cuando oramos esa oración de arrepentimiento, aplicamos la primera bienaventuranza que Jesús enseñó que debemos tener para poder ser sal de la tierra y luz del mundo: ser pobres en espíritu. Una traducción de la expresión “pobres en espíritu” podría ser ‘de espíritu quebrantado’. En ese contexto, Dios desea utilizar las consecuencias adversas de nuestras vidas egoístas y egocéntricas para llevarnos a ese quebrantamiento en el que confesemos que no podemos por nosotros mismos y admitamos que no podemos, de ninguna manera, salvarnos a nosotros mismos. La ceguera espiritual de los judíos hizo que negaran su necesidad de la misericordia y la gracia de Dios, y cerraran de esa forma la puerta de la salvación para sí. Hay millones de personas en este mundo que están decididas a salvarse por lo que hacen o no hacen para ganarse su salvación. Están convencidas de que pueden hacerlo, y totalmente comprometidas a ganarse la gracia de Dios. Cuando Pablo formula la pregunta con la cual comienza este capítulo, por segunda vez, lo hace de forma diferente: “Digo, pues: ¿Han tropezado los de Israel para que cayesen? En ninguna manera” (Romanos 11:11). Al responder esta pregunta por segunda vez, llega al corazón del mensaje de este capítulo y de los dos capítulos que lo preceden. En la segunda mitad de este versículo 11, comienza a presentar cinco razones por las cuales Israel, como nación, volverá, un día, a ser un pueblo devoto y decidirá ser el pueblo elegido por Dios. La primera razón para creer en la restauración espiritual de Israel es que la salvación de los gentiles siempre fue planeada por Dios para que tuviera como resultado la salvación de Israel: “Pero por su trasgresión vino la salvación a los gentiles, para provocarles a celos” (11). Si usted conoce el Libro de Hechos, sabe que, cuando Pablo entraba en una ciudad, siempre iba primero a predicar a los judíos. Cuando los judíos rechazaban su predicación —algunas veces, persiguiéndolo duramente e incitando a toda la ciudad a levantarse y perseguirlo— Pablo siempre se dirigía a los gentiles y les predicaba su mensaje