1. Fascículo No. 31: Romanos, versículo por versículo (Tercera parte)
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INSTITUTO BÍBLICO DEL AIRE
FASCÍCULO INTERNACIONAL NÚMERO
31
EL LIBRO DE ROMANOS
VERSÍCULO POR VERSÍCULO
(TERCERA PARTE)
Romanos 9 - 11
Este es el tercero de una serie de cuatro
fascículos con notas para quienes han escuchado
nuestros programas radiales de enseñanza sobre la
Carta de Pablo a los Romanos, versículo por
versículo. Si usted desea estudiar esta obra
maestra entre todas las inspiradas cartas de Pablo,
o enseñar a otros este estudio de Romanos en
particular, para lograr continuidad, debería contar
con los dos fascículos anteriores de esta serie antes
de leer, estudiar o enseñar este. Comuníquese con
nosotros y le enviaremos los fascículos que no
tenga.
2. Fascículo No. 31: Romanos, versículo por versículo (Tercera parte)
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Capítulo 1
Elección y gracia
(9:1-33)
En los primeros cuatro capítulos de esta
inspirada carta, Pablo relaciona su mensaje de la
justificación por fe con el pecador. En los
siguientes cuatro capítulos, relaciona la
justificación con los pecadores que han sido
justificados por fe, mostrándoles cómo vivir de
manera recta y glorificar al Dios que los declaró
justos porque creen en lo que Jesucristo ha hecho
por ellos.
Pablo concluyó ese segundo grupo de
cuatro capítulos —que constituyen mi parte
favorita de esta inspirada carta— con el pasaje
más sublime y magnífico del Nuevo Testamento.
El apóstol está absolutamente convencido de que
podemos ser supervencedores, porque Dios inicia
y moviliza con su poder todo el proceso por medio
del cual somos declarados dignos por fe, y
recibimos la fe y la gracia para vivir esa gloriosa
realidad en nuestra vida.
Según Pablo, Dios conoce desde antes,
predestina, llama, justifica y glorifica a quienes
elige para la salvación. La clave de nuestra
victoria espiritual no se encuentra en nosotros,
sino en nuestro Padre celestial, que nos justifica
(ver 8:33); en su Hijo, el Cristo resucitado que
vive en nosotros; y en el Espíritu Santo que nos da
poder. El fundamento de esta firme seguridad del
apóstol —que seremos supervencedores— es que
nada puede separarnos del amor de Dios en Cristo
Jesús, nuestro Señor. La victoria no depende de
nosotros, pero es ganada en nosotros, con nosotros
y para nosotros por Dios, por medio de Cristo y
del Espíritu Santo. (Ver Romanos 8).
“Qué extraño que Dios eligiera a los judíos”
El noveno capítulo de Romanos es uno de
los más difíciles de comprender y aplicar de toda
la Biblia. Pablo comienza este capítulo expresando
su sincero amor y su genuina carga por Israel. En
sus escritos, el apóstol expresa con frecuencia un
objetivo para su misión: “Al judío primeramente,
y también al griego” (Romanos 1:16; ver Hechos
20:21). En sus viajes misioneros, cuando entraba a
una ciudad, el método que siempre seguía era ir
primero a la sinagoga y razonar con los rabíes que
“Jesús era el Cristo” (ver Hechos 13:13; 18:4, 5).
En una de las declaraciones más profundas sobre
su estrategia misionera, Pablo escribió que su
prioridad principal era hacerse judío a los judíos,
para, por cualquier medio, poder ver a los judíos
llegar a la fe y a experimentar la salvación (ver 1
Corintios 9:19-22).
Pablo escribe que casi desearía poder
cambiar su salvación eterna por la salvación de su
amado pueblo. Muchos de nosotros, como
creyentes, especialmente quienes somos padres,
conocemos el terrible dolor del corazón que se
siente cuando sabemos que uno de nuestros hijos
se está apartando de la fe y viviendo de una
manera que su vida se convertirá en un desastre.
Quizá amemos tanto a nuestros seres queridos
perdidos que estaríamos dispuestos a entregar
nuestra vida por su salvación. Pero ¿cambiaríamos
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nuestra salvación eterna por la salvación de los
perdidos que no son nuestros seres amados?
Pablo, en realidad, no dice que él lo haría,
pero casi: “Verdad digo en Cristo, no miento, y mi
conciencia me da testimonio en el Espíritu Santo,
que tengo gran tristeza y continuo dolor en mi
corazón. Porque deseara yo mismo ser anatema,
separado de Cristo, por amor a mis hermanos, los
que son mis parientes según la carne; que son
israelitas, de los cuales son la adopción, la gloria,
el pacto, la promulgación de la ley, el culto y las
promesas; de quienes son los patriarcas, y de los
cuales, según la carne, vino Cristo, el cual es Dios
sobre todas las cosas, bendito por los siglos.
Amén” (Romanos 9:1-5).
Es posible decirle a una persona, y es
posible decirles a cientos, o miles, desde un
púlpito, o aun a millones, por medio de la radio,
que se irán al infierno si no confían en Jesucristo
como su Salvador. Podemos hacerlo de manera
que dé la impresión de que estemos contentos de
que algo tan tremendo suceda. O podemos
expresar esta misma verdad con lágrimas en los
ojos y un corazón quebrantado. Obviamente, esta
segunda forma de hacerlo impulsará a más
personas a entregarse a Cristo.
Cuando Pablo escribe estas palabras que
expresan su carga por el pueblo judío,
especialmente por aquellos que son como era
Saulo de Tarso antes de conocer al Cristo
resucitado y vivo en el camino a Damasco, escribe
con lágrimas y con un corazón quebrantado.
Pablo presenta ocho ventajas espirituales
que tenían los judíos. La primera de ellas es la que
llama “la adopción”. Recordemos que, en la
cultura romana, un padre consideraba a sus hijos,
niños, hasta los catorce años. Cuando llegaban a
esa edad legal, el padre solicitaba una audiencia
judicial y los adoptaba legalmente como hijos y
herederos de su patrimonio. Pablo utiliza la
palabra “adopción” nuevamente dentro de este
contexto cultural.
Por razones que solo Dios conoce, de todos
los pueblos que existían en la historia antigua,
Dios eligió, o adoptó, a los descendientes de
Abraham para que fueran su pueblo elegido,
especial. A nosotros nos resulta extraño que Dios
eligiera a los judíos, y no podemos menos que
preguntarnos por qué.
Siempre que preguntamos: “¿Por qué Dios
hizo esto?”, en última instancia, la respuesta es:
“¡Solo Dios lo sabe!”. Podemos razonar que, si
Dios hubiera elegido una raza, un color, o un
pueblo de un origen determinado, esa raza, ese
color o ese pueblo de origen determinado creería,
obviamente, que era superior a los demás. Para
llegar a este mundo como Dios Hombre, Dios creó
a un pueblo especial. Todo el Antiguo Testamento
declara que Dios elige a quién utiliza. Pero tanto el
Antiguo como el Nuevo Testamento, al igual que
la historia hebrea antigua y contemporánea,
declaran también que quienes son elegidos por
Dios pueden, a su vez, elegir no ser elegidos.
La segunda ventaja espiritual de los judíos
fue que ellos recibieron la gloria. Es una
referencia a la shekinah, la divina presencia de
Dios que llenó la tienda de adoración y el templo
de Salomón cuando fueron construidos y
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dedicados. La nube, de día, y la columna de fuego,
por la noche, eran manifestaciones de esta gloria,
y guiaron al pueblo en su marcha por el desierto,
como se relata en los libros de Éxodo y Números.
Después, Pablo menciona los pactos que
Dios estableció con su pueblo elegido. Debemos
recordar que la palabra “testamento”, como se la
utiliza en las expresiones “Antiguo Testamento” y
“Nuevo Testamento” significa, de hecho, ‘Antiguo
Pacto’ y ‘Nuevo Pacto’. Además de estos dos
grandes pactos generales, Dios hizo pactos con
individuos como Noé, Abraham y David.
El milagro de que la Ley de Dios haya sido
dada a Israel por medio de Moisés en el Monte
Sinaí es la siguiente ventaja espiritual que cita
Pablo. Ya he mencionado, en mi comentario sobre
cómo comienza el capítulo séptimo de Romanos,
el amor de los judíos devotos por la Ley. Hemos
visto que gran parte de la presentación sistemática
de esta gran carta está relacionada con una
adecuada comprensión de los propósitos de esa
Ley de Dios que fue dada a Israel. Pablo,
obviamente, lamenta que los propósitos por los
cuales fue dada la Ley nunca se cumplieron en la
vida de los judíos que constituyen su carga, y a
quienes dedica gran parte de esta carta.
Una dimensión muy importante de esa Ley
y del ministerio de Moisés es lo que Pablo llama
“el servicio a Dios”. Esto se refiere a las detalladas
especificaciones que Dios da en el Libro de Éxodo
sobre “la tienda de adoración”, es decir, el
tabernáculo del desierto. La importante verdad que
hay en todas esas especificaciones, y la instrucción
en Levítico sobre cómo utilizar esa tienda de
adoración, es que Dios le muestra a su pueblo
especial y elegido cómo acercarse a un Dios santo
y adorarlo.
Pablo, después, hace referencia a las
promesas. Este es un concepto muy importante en
la relación entre Dios e Israel. Todo lo que Dios
hace es precedido y predicho por una promesa.
Tenemos la Tierra Prometida y las promesas que
Dios hizo a Abraham con respecto de él y sus
descendientes. Isaac es llamado “el hijo de la
promesa”. El desafío es creer las promesas de
Dios. El padre de este pueblo es la definición viva
de la fe, porque creyó en las promesas de Dios.
Es muy adecuado, entonces, que la
siguiente ventaja espiritual que Pablo menciona
sean los padres, es decir, los patriarcas. Abraham,
Isaac, Jacob, Moisés, David, y otros fueron
llamados, capacitados y equipados por Dios para
engendrar, nombrar y luego, liderar a una gran
multitud que se convertiría en una nación. Pablo
considera que estos padres fueron otra de las
extraordinarias ventajas espirituales que Israel
recibió de su Dios.
La octava y, por mucho, la mayor ventaja
espiritual que Dios dio a su pueblo fue que, a
través de Israel, fue dado el Salvador a través del
cual se expresó el amor de Dios por este mundo.
La salvación fue hecha posible, tanto para judíos
como para gentiles, a través de este pueblo
elegido. Por medio de Israel, Dios se hizo carne y
vivió en este mundo durante treinta y tres años. Al
concluir su lista de ventajas espirituales dadas a
Israel con el hecho de que el Mesías fue dado a
ellos y a través de ellos, Pablo escribe uno de los
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versículos de la Biblia en que se proclama más
claramente algo que Jesús manifiesta repetidas
veces en el Evangelio de Juan: que Él era Dios.
“Cristo, el cual es Dios sobre todas las cosas,
bendito por los siglos” (9:5).
¿Ha fracasado Dios?
“No que la palabra de Dios haya fallado;
porque no todos los que descienden de Israel son
israelitas, ni por ser descendientes de Abraham,
son todos hijos; sino: En Isaac te será llamada
descendencia. Esto es: No los que son hijos según
la carne son los hijos de Dios, sino que los que son
hijos según la promesa son contados como
descendientes. Porque la palabra de la promesa es
esta: Por este tiempo vendré, y Sara tendrá un
hijo” (9:6-9).
Según Pablo, ser judío es más que haber
nacido accidentalmente en esa nación. Quienes
son hijos de padres judíos no son, en realidad, el
verdadero Israel. Ser judío es más que una
nacionalidad. Ser un verdadero descendiente de
Abraham es un llamado. Como suelo señalar, la
palabra “carne”, como se la utiliza con frecuencia
en la Biblia, significa ‘la naturaleza humana sin
ayuda de Dios’. Pablo dice que quienes nacen de
una forma que no requiere una obra sobrenatural
de Dios no son el verdadero Israel. Todos los que
son justificados por fe y reciben esa justicia que
no se gana por obras, sino es dada a quienes creen
en la obra de Jesucristo en la cruz, son la
verdadera simiente de Abraham. Pablo escribe
esta misma verdad a los gálatas (ver Gálatas 3:29).
El corazón del apóstol está destrozado,
porque una mayor ventaja espiritual significa una
mayor responsabilidad espiritual. Con todas las
ventajas espirituales de que disfruta, Israel ha
decidido no ser elegido por Dios y ha rechazado a
su Mesías y Salvador. Al comenzar estos tres
extraordinarios capítulos, en los cuales enseña
sobre la elección —o el hecho de que Dios eligiera
a los judíos—, Pablo enseña claramente que ser
elegidos por Dios no neutralizó ni abolió su
capacidad y su responsabilidad de elegir a Dios y
lo que Él preparó para que fueran salvos.
En estos tres profundos capítulos (9, 10 y
11), Pablo usa a Israel como el supremo ejemplo
de la Biblia para el hecho de que Dios elige, o
selecciona, a quienes son predestinados, llamados,
justificados y glorificados por medio de la
salvación. En una de las más grandes paradojas de
la Biblia, Pablo también usa a Israel como el
mayor ejemplo bíblico de lo que llamamos “el
libre albedrío del hombre”, es decir, la innegable
realidad de que somos criaturas capaces de elegir.
Una paradoja es dos verdades que parecen
ser contradictorias, pero no lo son cuando nuestros
pensamientos y caminos siguen los pensamientos
y los caminos de nuestro Dios. El hecho de que
Israel sea el ejemplo bíblico tanto del libre
albedrío como de la elección es la máxima
paradoja de la Biblia. Esta misma paradoja se
encuentra en los Evangelios, donde leemos que los
apóstoles, evidentemente, decidieron creer en
Jesús y seguirlo. Pero, después de tres años de
seguirlo, en su último retiro con ellos en el
aposento alto, Jesús les declara: “No me elegisteis
6. Fascículo No. 31: Romanos, versículo por versículo (Tercera parte)
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vosotros a mí, sino que yo os elegí a vosotros”
(Juan 15:16).
Cuando nos damos cuenta de que, según la
Biblia, Dios nos elige para ser salvos pero, al
mismo tiempo, nosotros elegimos ser salvos, con
nuestra lógica falible y nuestras mentes finitas,
pensamos que debe ser una cosa o la otra. O
nosotros elegimos a Dios, o Dios nos elige a
nosotros. La Biblia nos enseña que es una cosa y
la otra. Aunque no podamos entenderlo, Dios nos
elige, pero también nosotros ejercemos nuestra
libertad de decidir, y elegimos a Dios y la
salvación. Debemos aceptar la innegable realidad
de que, de alguna forma, ambas proposiciones,
que parecen opuestas y contradictorias, son
ciertas, porque la Biblia, claramente, enseña que lo
son.
Con esa perspectiva, ahora estamos en
condiciones de estudiar este pasaje realmente
difícil de la Biblia: “Y no sólo esto, sino también
cuando Rebeca concibió de uno, de Isaac nuestro
padre (pues no habían aún nacido, ni habían hecho
aún ni bien ni mal, para que el propósito de Dios
conforme a la elección permaneciese, no por las
obras sino por el que llama), se le dijo: El mayor
servirá al menor. Como está escrito: A Jacob amé,
mas a Esaú aborrecí” (10-13).
Si nos basamos en lo que Pablo escribe en
este capítulo, Dios no actúa como nosotros
creemos que debería hacerlo. Nos obliga a salir de
nuestra “caja”, de las formas tradicionales de
pensar en Él. Nos gusta pensar en Dios como si Él
fuera un hombre, y que Él actuaría de la misma
manera que lo haríamos nosotros si fuéramos
Dios. A través del profeta Isaías, Dios nos advirtió
que la diferencia entre la forma en que Dios
piensa, actúa y existe, y la nuestra, es tan grande
como la altura de los cielos sobre la tierra (ver
Isaías 55:8).
Hubo un tiempo en que todos estaban
convencidos de que la tierra era plana. Los
creyentes encontraban pasajes bíblicos que
confirmaban lo que, según sabemos ahora, no es
cierto. Después, quienes estudian estas cosas
comenzaron a compartir la convicción de que la
tierra era esférica, rotaba sobre su eje y se movía
en una vasta expansión de espacio como parte del
Sistema Solar, que es parte de un inmensurable
universo que incluye más sistemas solares de los
que podemos contar. Eso hizo que algunos
creyentes se sintieran muy incómodos en esa
época, porque estaban absolutamente convencidos
de que la Biblia enseñaba algo diferente.
Nos gusta tener nuestra visión de este
mundo en que vivimos, nuestra filosofía de vida y
nuestro concepto de Dios bien definidos en
nuestra mente, prolijamente guardados en
pequeños “compartimientos” imaginarios. Pero el
Dios que conocemos en la Biblia, y el Verbo vivo
que escribió la Biblia, no siempre encajan en esos
compartimientos. Dios parece deleitarse en
derribar las paredes de esos compartimientos,
porque es demasiado grande para ser contenido en
ellos.
Dios, con sus acciones impredecibles que
nos dejan perplejos y confundidos, nos obliga a
salir de nuestros esquemas limitados, cuando
pensamos en Él y tratamos de conocerlo. Pero,
7. Fascículo No. 31: Romanos, versículo por versículo (Tercera parte)
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como Isaías nos advirtió, Dios no es un hombre
(ver Isaías 55:8). Él no piensa ni actúa como
nosotros. Antes de internarnos en este capítulo,
debemos recordar, simplemente, esta perspectiva
de Isaías y no pretender comprender a Dios, ni por
qué o cómo hace lo que ha decidido hacer.
Tendremos que recordar esta perspectiva
que Dios nos dio de sí mismo a través de Isaías
mientras leemos y estudiamos los capítulos 9, 10 y
11 de esta obra maestra teológica de Pablo. En
estos tres capítulos, Pablo relaciona la
justificación por fe con Israel. Pablo utiliza a
Israel como ilustración de que Dios elige al
hombre, y del libre albedrío del hombre para
elegir a Dios.
Tres principios de la elección y la gracia
Pablo establece tres principios de la gracia
que debemos comprender al entrar en este noveno
capítulo para recorrerlo. El primer principio es que
la salvación no se hereda. Imaginemos que somos
hijos de padres que eran devotos creyentes. Ellos
nos han enseñado la Biblia, nos han llevado a una
maravillosa iglesia y, quizá, hasta nos han
educado en escuelas cristianas, desde el jardín de
infantes hasta la universidad. Tenemos una ventaja
espiritual. Somos responsables y debemos
responder por nuestro legado espiritual y todas las
ventajas espirituales que hemos heredado. Pero
eso no significa que seamos salvos. Dios no tiene
nietos. Solo tiene hijos. El primer principio
espiritual de la elección y la gracia que Pablo nos
presenta es que la salvación no se hereda.
Un segundo principio que Pablo declara en
este capítulo es que la salvación no solo está
basada en la decisión que tomamos de entregar
nuestra vida a Dios, sino en la decisión que Dios
toma al elegirnos para ser salvos. Nos cuesta
aceptar este segundo principio, porque queremos
creer que nosotros tenemos el control. Si este
principio es cierto, entonces, el control está en
manos de Dios... y no nos gusta perder el control.
El tercer principio espiritual que Pablo
señala aquí es que la salvación no depende que
seamos buenos o malos, o de que hayamos hecho
buenas o malas obras. Pablo usa la alegoría
histórica de Jacob y Esaú. Estos dos mellizos, en
el vientre de Rebeca, todavía no habían hecho
absolutamente nada bueno ni malo. Pero leemos
que Dios declara que ama a Jacob y lo ha elegido,
mientras que aborrece a Esaú, por lo cual Esaú
servirá a Jacob.
Cuando leemos que Dios aborrece a Esaú,
debemos comprender que se trata de una figura
retórica. Básicamente, esto significa que,
comparado con el amor que Dios demuestra por
Jacob, el hecho de que retenga su gracia de Esaú
es como aborrecerlo. Jesús usa esta misma figura
retórica cuando lanza un llamado al compromiso
en el que dice que quienes se conviertan en sus
discípulos deben “aborrecer” a su padre, madre,
hermanos, hermanas y todas las demás personas
que hay en sus vidas (ver Lucas 14:26). Sin
embargo, la Biblia enseña claramente que
debemos amar a nuestros padres (ver Éxodo
20:12) y que debemos amar a todos (ver 1 Juan
4:7-21). Jesús está enseñando que nuestro amor
8. Fascículo No. 31: Romanos, versículo por versículo (Tercera parte)
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por Él debe ser tan grande que, en comparación, lo
que sentimos por todos los demás sea como odio.
Era una figura retórica muy común en esa cultura.
Una señora se acercó a un reconocido y
devoto erudito y profesor de la Biblia, y le dijo:
“Dr. Ironside, tengo un problema con este
versículo en que Pablo dice que Dios dijo: ‘a
Jacob amé, mas a Esaú aborrecí’”. La respuesta
del Dr. Ironside fue: “Yo también tengo problemas
con ese versículo... ¡pero mi problema es cómo
puede decir: ‘A Jacob amé’!”.
Cuando leemos la historia de la vida de
este pícaro manipulador e intrigante, Jacob, y
vemos que cumplió en su vida el significado de su
nombre —que, básicamente, significaba ‘el que se
apodera de algo’— podemos comprender por qué
el erudito bíblico contestó lo que contestó. En el
quinto capítulo de esta carta, Pablo se maravilla de
que el amor de Dios se hubiera expresado por
medio de Cristo para nuestra salvación, cuando
éramos impíos, pecadores y enemigos de Dios.
Todos nos maravillamos de que Dios amara a
Jacob, o a cualquiera de nosotros, que somos
pecadores, a quienes amó y salvó a través de
Cristo.
Una segunda observación con respecto a
este desafiante pasaje es que, cuando nos
concentramos únicamente en el concepto de la
palabra “elección”, pasamos por alto el punto
fundamental de la enseñanza. Trataré este
concepto a continuación, pero, antes de hacerlo, lo
desafío a que capte la verdad central y principal
que Pablo enseña en este difícil capítulo. Lo que el
apóstol llama “elección” tiene un mayor énfasis en
este capítulo porque ilustra el concepto
fundamental de lo que él enseña en su obra
maestra teológica: que la salvación no se gana por
buenas obras, sino que es otorgada como un regalo
por la gracia de Dios.
Antes que estos mellizos hubieran hecho
algo, bueno o malo, Jacob fue elegido para ser
salvo porque Dios lo amó, no porque hubiera
hecho buenas obras. Esto plantea la cuestión de
que Dios eligiera deliberadamente a Jacob. ¿Elige
Dios, realmente, un pueblo selecto para salvarlo?
En cierto sentido, todo el Antiguo Testamento nos
dice enfáticamente que esto es cierto, porque Dios
eligió a los judíos.
Este concepto nos plantea dos problemas.
Nos gusta creer que tenemos el control de nuestra
salvación, y no pensamos que sea justo que Dios
elija a algunas personas y no elija a otras.
El punto fundamental de lo que Pablo
enseña claramente es que debemos atribuir nuestra
salvación a la gracia, las soberanas decisiones de
Dios y la obra de Jesucristo en la cruz, más que a
nuestras propias decisiones y obras. Pero Pablo
también presenta esta paradoja: aunque somos
elegidos, debemos “elegir ser elegidos”, confiando
en Cristo como nuestro Salvador, para ser
justificados por fe.
Si usted conoce la Ley de Moisés,
comprenderá por qué era tan difícil para los
devotos fariseos captar y creer lo que Pablo enseña
aquí. Ellos, como Saulo de Tarso antes de su
conversión, memorizaban los primeros cinco
libros de la Biblia. Muchos creyentes, en la
actualidad, ni siquiera han leído estos primeros
9. Fascículo No. 31: Romanos, versículo por versículo (Tercera parte)
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cinco libros de la Biblia, que son el fundamento y
la piedra angular de la Palabra de Dios. Los
devotos judíos, por lo tanto, conocían muy bien
estos libros de la Ley. Dos de ellos terminan con
contundentes exhortaciones a elegir entre la vida y
la muerte, que es elegir entre obedecer las leyes de
Dios y servirlo, o rebelarse y desobedecer a Dios
(ver Levítico 26, 27; Deuteronomio 28, 30).
Por lo tanto, era muy difícil para un judío
devoto comprender que la vida y la muerte
espiritual no eran cuestión de lo que ellos
eligieran, sino de lo que Dios decidiera. Podemos
ver por qué era difícil para ellos creer que la
salvación y la justificación son un llamado y un
regalo de la gracia de Dios que deben recibir por
fe, y no un derecho heredado y una consecuencia
de obedecer las leyes de Dios.
También podemos ver por qué Pablo, este
fariseo de fariseos, necesitó años en el desierto de
Arabia para aprender estas verdades con el Cristo
resucitado, como explica en su carta a los gálatas
(Gálatas 1:11 - 2:10). Obviamente, necesitaba
tiempo y una revelación sobrenatural para captar
él mismo esta verdad e integrar este regalo de la
justicia y la justificación por fe en su teología,
después de ser uno de los rabíes fariseos más
ortodoxos, celosos y eruditos que jamás haya
vivido.
Los rabíes como Pablo enseñaban por
medio de un método de preguntas y respuestas. De
hecho, llegaban a contestar una pregunta con otra
pregunta. Cierta vez le preguntaron al rabí Hillel:
“¿Por qué ustedes los rabíes siempre hacen
preguntas y hasta contestan una pregunta con otra
pregunta?”. El famoso rabí contestó: “¿Y por qué
no deberíamos contestar una pregunta con otra
pregunta?”. Como buen rabí, Pablo imagina,
entonces, que los que leen esta carta le harían
ciertas preguntas, que pasa a responder: “¿Qué,
pues, diremos? ¿Que hay injusticia en Dios? En
ninguna manera. Pues a Moisés dice: Tendré
misericordia del que yo tenga misericordia, y me
compadeceré del que yo me compadezca. Así que
no depende del que quiere, ni del que corre, sino
de Dios que tiene misericordia. Porque la Escritura
dice a Faraón: Para esto mismo te he levantado,
para mostrar en ti mi poder, y para que mi nombre
sea anunciado por toda la tierra. De manera que de
quien quiere, tiene misericordia, y al que quiere
endurecer, endurece” (14-18).
El ejemplo de Moisés y Faraón que usa
Pablo es aún más difícil de comprender y aceptar
que su ejemplo de Jacob y Esaú. Pablo retorna a
su diálogo de preguntas y respuestas, imaginando
que su lector le plantea la objeción de que no es
justo que Dios cree a un Faraón con el único
propósito de oponerse a lo que Él hace en Egipto.
No parece justo que haya creado a un Faraón
rebelde para poder mostrar su tremendo poder en
las diez horribles plagas que cayeron sobre los
egipcios.
La respuesta de Pablo a esta pregunta, y a
la persona que imaginariamente la plantea, es:
“¿Quién eres tú para cuestionar al todopoderoso
Dios?”. Y utiliza, a continuación, una profunda
metáfora que era favorita del profeta Jeremías (ver
Jeremías 18:1- 6).
10. Fascículo No. 31: Romanos, versículo por versículo (Tercera parte)
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La metáfora es que, como meros humanos
mortales, somos como arcilla, y Dios es el divino
Escultor. Cuando un talentoso escultor forma
vasijas a partir de un trozo de arcilla, ¿le dice la
arcilla al escultor qué forma desea tener? La
respuesta obvia es que el escultor es soberano
sobre la arcilla y puede decidir hacer una vasija
hermosa con parte de ella y, con otra parte, hacer
un recipiente de los que la gente usaba para hacer
sus necesidades antes que se inventaran las
instalaciones sanitarias en las casas. Después,
aplica esa metáfora al hecho de que Dios formara
a un Moisés y a un Faraón de un mismo trozo de
arcilla.
Aquí encontramos la misma verdad en la
que se hace énfasis en el pasaje sobre Rebeca y los
mellizos que estaban en su vientre: “Así que no
depende del que quiere, ni del que corre, sino de
Dios que tiene misericordia” (9:16). La verdad
central y básica de estos difíciles pasajes sobre la
elección no es la soberana elección de Dios. El
punto fundamental de ambos pasajes es que la
salvación no es resultado de las obras, ni de la
voluntad, ni de lo que el hombre “corra” (es decir,
“ni del esfuerzo humano”, NVI), sino de la
voluntad, las obras, la providencia, la elección y la
gracia de Dios.
Jacob es uno de los grandes ejemplos
bíblicos de la gracia. Comenzó su viaje de fe
pensando que todas las bendiciones que disfrutaba
eran consecuencia de sus manipulaciones y su
astucia para lograr que todo saliera como él lo
deseaba. Cuando luchó con el ángel, Dios le hizo
saber que era grandemente bendecido por la gracia
de Dios, que él no había ganado, ni merecía, ni
había logrado por sus propios esfuerzos.
Dios había estado tratando de bendecir a
Jacob con su gracia durante veinte años, pero no
podía lograr que se quedara quieto el tiempo
suficiente como para bendecirlo. En una de las
más grandes alegorías de la Biblia, Dios lleva a
este hombre llamado Jacob (que siempre estaba
corriendo de aquí para allá, manipulando todo y a
todos hasta que las cosas salían como él deseaba)
a un lugar llamado Jaboc, que significa, en hebreo,
‘correr’. Allí, Dios le provocó una cojera, de
manera que ya no pudiera seguir corriendo (ver
Génesis 32:22-32).
Otra forma de decir la misma verdad sería
decir que Dios había estado tratando de alcanzar a
Jacob para que hiciera algo que se ordena con
frecuencia en el Antiguo Testamento: “¡Espera en
el Señor!”. Dios exhorta a los hombres como
Jacob a esperar en el Señor, y luego ver cómo Él
actúa. Dios quiere que seamos personas que
permiten que las cosas sucedan. Jacob era una de
las personas que hacen que las cosas sucedan, a tal
punto que no podía esperar en el Señor. Por eso,
Dios lo lisió. Después de todo, cuando un hombre
está lisiado, solo puede esperar en el Señor. Yo
llamo a esto “la corona de bendición de la cojera
de Jacob”. Cuando Pablo escribe, en el versículo
16, que la elección no es de quien corre, sino de
Dios, creo que está haciendo referencia a esta
experiencia de Jacob en Jaboc.
La referencia de Pablo a que Dios forma a
Moisés y a Faraón del mismo trozo de arcilla hace
énfasis en una sutil respuesta bíblica a la pregunta
11. Fascículo No. 31: Romanos, versículo por versículo (Tercera parte)
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que el apóstol trata y que mencioné en mi
comentario sobre el quinto capítulo de esta carta:
“¿Cómo entró el mal en este mundo?”. Esta
pregunta atormenta a filósofos y teólogos desde
que la filosofía y la teología existen. Hay un
versículo en la profecía de Isaías en que Dios nos
dice: “Yo, que formo la luz y creo las tinieblas,
que hago la paz y creo la adversidad. Yo Jehová
soy el que hago todo esto” (Isaías 45:6, 7).
Cuando un joyero desea exponer
diamantes, los coloca sobre un fondo de terciopelo
negro, para que su belleza se destaque y sea mejor
apreciada. La Biblia nos dice que la maldad existe
debido a la voluntad permisiva de Dios. Dios no
crea el mal, pero el mal no podría estar aquí si
Dios no permitiera que existiese. En la Biblia,
Dios usa al mal como un terciopelo negro contra
el cual exhibe las joyas de su amor y su redención.
El nombre de Dios representa la esencia de
quien Él es. Dios, sin duda, no es malo. En este
pasaje se nos dice que Dios usa a Faraón y su
oposición a la liberación de los hijos de Israel
como trasfondo contra el cual puede exponer su
extraordinario poder. El propósito de Dios al hacer
esto es que su nombre sea declarado en toda la
tierra.
Pablo comenzó este pasaje dialogando con
sus lectores, que le hacen preguntas: “¿Qué, pues,
diremos? ¿Que hay injusticia en Dios?” (9:14). La
esencia de su respuesta a esta pregunta es que
Dios es absolutamente soberano, y hace lo que Él
desea hacer. Dado que Dios es omnisciente, es
decir, que todo lo sabe, no necesita en lo más
mínimo de ningún consejo o aporte nuestro. En la
gran doxología de alabanza con la que concluye
estos tres capítulos, Pablo cita a Isaías formulando
estas preguntas: “Porque ¿quién entendió la mente
del Señor? ¿O quién fue su consejero?” (11:34).
Dios tiene compasión de quien desea tener
compasión y, cuando decide endurecer el corazón
de otros, como Faraón, por razones que solo Él
conoce, es porque Él prefiere hacerlo así.
Pablo, entonces, retorna a su diálogo
imaginario con sus lectores: “Pero me dirás: ¿Por
qué, pues, inculpa? porque ¿quién ha resistido a su
voluntad? Mas antes, oh hombre, ¿quién eres tú,
para que alterques con Dios? ¿Dirá el vaso de
barro al que lo formó: ¿Por qué me has hecho así?
¿O no tiene potestad el alfarero sobre el barro,
para hacer de la misma masa un vaso para honra y
otro para deshonra?” (9:19-21).
Pablo puede bien imaginar que sus lectores
le responderán: “¡Pero esto es terriblemente
injusto! ¿Cómo puede Dios formar a Faraón con
ese propósito y luego condenarlo por hacer lo que
Él lo creó para que fuera e hiciera?”. La respuesta
básica, entonces, es: “¿Cómo podemos nosotros,
como criaturas, cuestionar al Dios que nos creó?
¿Puede la arcilla cuestionar al escultor que la
convierte en una vasija? Dado que solo somos
arcilla en manos de Dios, ¿quiénes somos para
ponernos en el rol de consejeros de Dios?”.
En el Libro de Job hay un hermoso
ejemplo de la verdad que Pablo presenta aquí en la
manera en que responde a esta pregunta con otra
pregunta. Job era considerado uno de los hombres
más sabios y justos que vivían en su tiempo y su
cultura. Había estado dialogando con tres de sus
12. Fascículo No. 31: Romanos, versículo por versículo (Tercera parte)
12
amigos, que también eran considerados de los más
sabios de esa cultura. Cuando llegamos al capítulo
38 de esta “saga del sufrimiento”, Dios entra en el
diálogo y tiene una fascinante conversación con
Job, que continúa durante varios capítulos del que
bien puede ser el libro más antiguo de la Biblia.
Dios humilla a Job haciéndole una catarata
de preguntas que Job no puede responder. Dios le
hace preguntas sobre la creación y le dice,
básicamente: “¿Qué sabes tú acerca de la creación,
Job? ¿Acaso estuviste allí? ¿Estuviste allí cuando
yo creé los cielos y la tierra?”. Le pregunta a Job
sobre las estrellas del sistema solar, sobre el clima,
los relámpagos y muchos otros asuntos que Job no
comprendía y no podía controlar. Pablo,
básicamente, hace lo mismo aquí cuando plantea
la pregunta de cómo un ser humano finito, mortal,
puede pensar que tiene derecho a cuestionar a
Dios. Y después pregunta: “¿O no tiene potestad
el alfarero sobre el barro, para hacer de la misma
masa un vaso para honra y otro para deshonra?”
(9:21).
A las personas que viven en culturas con
formas de gobierno democráticas no les gusta la
idea de un Dios soberano que tiene absoluto poder
y control sobre su creación... especialmente sobre
sus vidas. La democracia está basada en la
convicción de que a ningún ser humano debe
entregársele un poder absoluto sobre los demás. El
gobierno democrático comparte el poder y las
responsabilidades, y hace responsables a sus
líderes ante las personas a las que gobiernan.
Vivamos donde vivamos, nuestro problema frente
a esta enseñanza puede ser que nos resistimos a la
idea de un Dios absoluto y soberano porque ni
siquiera a Dios queremos confiarle un poder
irrestricto sobre nuestras vidas.
Pero este concepto del reino de Dios
significa que Dios es un Rey que tiene gobierno,
autoridad y control absolutos y soberanos sobre
sus súbditos. El reino de Dios no es una
democracia. No hay nada de democrático en la
relación entre un pastor y sus ovejas. Dios es el
Buen y Gran Pastor de Israel, y Jesús es “el gran
pastor de las ovejas” (Juan 10:11, Hebreos 13:20,
21). Un día, Jesús volverá como Rey de reyes y
Señor de señores. Pablo responde a los
imaginarios lectores que lo cuestionan declarando,
inspiradamente, que Dios es Rey por sobre todos
los reyes y, como soberano Señor sobre todos los
señores, hace lo que Él quiere (ver 1 Timoteo
6:15).
El apóstol, entonces, presenta el verdadero
tema de estos tres capítulos, al hablar de dos clases
de vasijas: “¿Y qué, si Dios, queriendo mostrar su
ira y hacer notorio su poder, soportó con mucha
paciencia los vasos de ira preparados para
destrucción, y para hacer notorias las riquezas de
su gloria, las mostró para con los vasos de
misericordia que él preparó de antemano para
gloria, a los cuales también ha llamado, esto es, a
nosotros, no sólo de los judíos, sino también de los
gentiles?” (vv. 22-24).
Estos tres capítulos se convierten en uno
de los más importantes pasajes de la profecía
bíblica cuando Pablo comienza a desarrollar este
tema, que continuará hasta el final del capítulo 11.
Nos mostrará, a partir del Antiguo Testamento,
13. Fascículo No. 31: Romanos, versículo por versículo (Tercera parte)
13
que el plan de Dios siempre fue dar salvación a los
gentiles, tanto como a los judíos. Cuando Dios
comisionó a Abraham para que fuera padre de este
pueblo único, su promesa a Abraham fue que
todas las naciones de la tierra serían benditas a
través de él (ver Génesis 12:3).
Y cita a Oseas para demostrar que salvar a los
gentiles no fue una especie de plan alternativo que
Dios implementó cuando los judíos rechazaron a
su Mesías: “Como también en Oseas dice:
Llamaré pueblo mío al que no era mi pueblo, y a
la no amada, amada. Y en el lugar donde se les
dijo: Vosotros no sois pueblo mío, allí serán
llamados hijos del Dios viviente” (vv. 25, 26).
Después, cita pasajes de Isaías que demuestran
que, cuando los gentiles se conviertan en parte de
la iglesia, aún habrá un remanente de judíos como
él mismo que serán salvos (ver vv. 27-29; Isaías
10:22, 23). Después de citar a Isaías, vincula este
tema profético con los primeros cuatro capítulos
de esta carta al escribir: “¿Qué, pues, diremos?
Que los gentiles, que no iban tras la justicia, han
alcanzado la justicia, es decir, la justicia que es
por fe; mas Israel, que iba tras una ley de justicia,
no la alcanzó. ¿Por qué? Porque iban tras ella no
por fe, sino como por obras de la ley, pues
tropezaron en la piedra de tropiezo, como está
escrito: He aquí pongo en Sion piedra de tropiezo
y roca de caída; y el que creyere en él, no será
avergonzado” (30-33)
¿Imagina usted cuán difícil habrá sido para
este rabí ortodoxo y erudito, que era “hebreo de
hebreos” y “en cuanto a la ley, fariseo”,
comprender e internalizar la verdad que refleja
este pasaje? (Ver Filipenses 3:4-6).
Los fariseos estaban organizados para
preservar la ortodoxia de la fe judía. Toda su vida
adulta, este hombre se había comprometido
fanáticamente a preservar la ortodoxia de la
creencia de que la justicia y la salvación podían
ganarse guardando la Ley de Dios. Entonces, a
través de su sobrenatural encuentro con Cristo en
el camino a Damasco, y el tiempo que pasó con
Cristo en el desierto de Arabia, descubre el
evangelio de la salvación, la justicia que es por la
fe, el don de Dios por la gracia de Dios para
quienes creen en Jesucristo. ¡Debe de haber sido
un “terremoto” teológico y filosófico para la
mente y el corazón de este fariseo!
Recordará usted que esa era la esencia de
lo que Pablo escribió en los cuatro primeros
capítulos de esta obra maestra. Aquí, en estos
versículos, declara, básicamente, lo que también
predicó y escribió a los corintios: Lo que fue, y es,
la gran piedra de tropiezo para los judíos es
Jesucristo, y este crucificado (ver 1 Corintios
1:23).
Nadie comprendía mejor que Pablo por
qué los judíos tropezaban con este simple tema del
evangelio: la justicia como regalo gratuito de Dios
por gracia de Dios, ser declarados justos por la fe
en Jesucristo. Por eso, él había perseguido a la
iglesia de Jesucristo tan ferozmente antes de vivir
su milagrosa conversión en el camino a Damasco,
cuando el Cristo resucitado y vivo lo cautivó y lo
convirtió en el gran “apóstol a los gentiles”
(Romanos 11:13).
14. Fascículo No. 31: Romanos, versículo por versículo (Tercera parte)
14
Capítulo 2
“¿Qué debo hacer para ser salvo?”
(10:1-13)
El título que le he puesto a este capítulo es
una pregunta que el carcelero de Filipos le hizo al
apóstol Pablo. La respuesta de este fue: “Cree en
el Señor Jesucristo, y serás salvo, tú y tu casa”
(Hechos 16:30, 31). Ahora nos acercamos al
décimo capítulo de la carta de Pablo a los
romanos, en el cual encontramos la respuesta más
clara que tenemos en el Nuevo Testamento a la
pregunta que ese carcelero de Filipos le hizo a
Pablo.
La palabra “salvo”, cuando la utilizan los
verdaderos seguidores de Cristo, algunas veces
resulta confusa y aun ofensiva para las personas
no creyentes que los rodean. Usamos la palabra
con tanta frecuencia cuando estamos con otros
creyentes que no siempre nos damos cuenta de que
los que no son creyentes no tienen idea de lo que
queremos decir cuando la utilizamos. La palabra
“salvo” significa, literalmente, ‘librado’. Para
apreciar esta palabra, deberíamos preguntarnos:
“¿Librado de qué?”. Los que no son creyentes
quizá nos hagan esa pregunta, si les preguntamos
si son salvos. Su pregunta sería: “¿Salvos de
qué?”.
Aproximadamente las dos quintas partes
de las veces que Jesús usa esta palabra, está
hablando de ser librados del castigo futuro del
pecado. En el Nuevo Testamento, Jesús enseña
vez tras vez, con gran énfasis, que después de la
muerte hay solo dos posibilidades: cielo o
infierno. Pero las tres quintas partes de las veces
que Jesús usa esta palabra, está hablando de ser
librado de algún castigo presente por el pecado.
Las personas son liberadas de una atadura, como
la mujer que estuvo dieciocho años encorvada y
casi paralizada por lo que, para nosotros, sería
artritis. Jesús dijo que ella había estado atada por
Satanás durante todos esos años (ver Lucas 13:11-
16).
Pedro hizo una de las oraciones más breves
y, al mismo tiempo, más elocuentes de la Biblia.
Cuando estaba andando sobre el Mar de Galilea,
en medio de una noche tormentosa, quitó sus ojos
del Señor y leemos que: “...comenzando a
hundirse, dio voces, diciendo: ¡Señor, sálvame!”
(Mateo 14:30). Inmediatamente, Jesús lo salvó de
ahogarse. En nuestros viajes de fe, solemos tener
esas crisis que hacen crecer y desarrollar nuestra
fe, en las que debemos hacer esa oración breve,
pero elocuente, y vitalmente importante.
En este capítulo, cuando Pablo nos cuenta
cómo ser salvos, se refiere principalmente a esa
dimensión futura y eterna de nuestra salvación.
Sea ofensivo o no, los discípulos de Jesús que
toman en serio la implementación de la Gran
Comisión de Jesús deben usar esta palabra,
“salvos”, porque un hecho fundamental de la vida
y la muerte eterna es que las personas, sin Dios,
están espiritualmente perdidas. No tenemos que
esperar hasta morir para estar perdidos. ¡Ya
estamos perdidos! ¡Por eso es que usted y yo
debemos ser salvos! Por eso, el mensaje de Jesús
es llamado “evangelio”, es decir, buena noticia.
15. Fascículo No. 31: Romanos, versículo por versículo (Tercera parte)
15
Cuando una persona sabe que está perdida,
esta es una muy buena noticia: “Porque de tal
manera amó Dios al mundo, que ha dado a su Hijo
unigénito, para que todo aquel que en él cree, no
se pierda, mas tenga vida eterna” (Juan 3:16).
Pablo comienza este capítulo expresando
una vez más su sincera y genuina carga por la
salvación de los judíos: “Hermanos, ciertamente el
anhelo de mi corazón, y mi oración a Dios por
Israel, es para salvación. Porque yo les doy
testimonio de que tienen celo de Dios, pero no
conforme a ciencia. Porque ignorando la justicia
de Dios, y procurando establecer la suya propia,
no se han sujetado a la justicia de Dios; porque el
fin de la ley es Cristo, para justicia a todo aquel
que cree” (10:1-4).
Pablo habla con un corazón lleno de amor
y compasión por los judíos cuando los elogia
sinceramente por su celo en la forma en que tratan
de establecer su propia justicia. Se ve a sí mismo
reflejado en esa búsqueda de justicia por sus
propios medios, porque tal era la fuerza
motivadora de su vida antes de conocer al Cristo
resucitado. Y concluye este pasaje escribiendo que
Cristo es el fin de la Ley para todo aquel que cree.
Con esto, Pablo quiere decir que el propósito de la
Ley de Dios era ser un tutor que nos lleva a Cristo
(ver Gálatas 3:24). También quiere decir que
Cristo era, y es, el cumplimiento de la Ley (ver
Romanos 10:4; Mateo 5:17).
Pablo tiene una gran carga por estos judíos,
porque conoce la decepción, la frustración y el
fracaso de su propia búsqueda frenética de la
salvación por mérito propio. Durante muchos
años, experimentó la desesperanza y la
desesperación de tratar de ganar su justicia, que,
según le mostró Cristo, es un regalo de Dios que
se recibe por fe en lo que nuestro Salvador ha
hecho por nosotros.
Obviamente, esta es también una receta
que les muestra a los judíos, a quienes les escribe
(y a usted y a mí) la diferencia entre tratar de
lograr nuestra propia justicia y recibir de Dios,
como un regalo, la justicia, que es por fe en lo que
Jesucristo ha hecho por nosotros.
En el noveno capítulo de esta carta, Pablo
usó a Israel como ilustración de lo contrario de lo
que enseñó en el octavo capítulo.
En el capítulo octavo, y en la primera parte
del capítulo noveno, Pablo enseñó el milagro de la
soberana elección de Dios. Pablo afirma la
victoria espiritual de quienes Dios conoció desde
antes, predestinó, llamó, justificó y glorificó. En el
noveno capítulo, después de enseñar que Dios
eligió a Jacob y rechazó a Esaú antes que nacieran,
describe la asombrosa realidad de que Israel
ejerció su libertad de actuar como criaturas
capaces de elegir, y eligió no ser elegido por Dios.
Ahora, en el décimo capítulo, presenta la
salvación para los judíos, gentiles, o todos los que
invoquen el nombre del Señor, como si el milagro
de experimentar la salvación dependiera
simplemente de que una persona decida invocar el
nombre del Señor. Como he señalado, esta es una
de las grandes paradojas de la Biblia. La única
forma de resolver esta paradoja es aceptar la dura
realidad de que no se trata de una cosa o la otra,
sino de una cosa y la otra. Dios nos elige, pero
16. Fascículo No. 31: Romanos, versículo por versículo (Tercera parte)
16
nosotros también elegimos y damos los pasos
fundamentales que determinan nuestro destino
eterno.
Aunque Pablo cree en la elección
soberana, ora fervientemente y continuamente por
la salvación de sus hermanos y hermanas que son
judíos y no han experimentado la revolución en la
pasión por la justicia propia que él experimentó
cuando conoció a Cristo.
Nunca debemos dar lugar a la idea de que,
dado que Dios es soberano, no podemos cambiar
nada con nuestras oraciones. En sus inspiradas
epístolas pastorales, Pablo nos exhorta: “Dios
desea que todos los hombres sean salvos”.
Después de declarar esto, ordena que se ofrezcan
oraciones fervientes por todo hombre. Cuando
nuestras iglesias reflexionan sobre sus
declaraciones de misión y sus objetivos, en la
actualidad, y se establecen las prioridades,
debemos recordar que “ante todo” deben elevarse
oraciones para que todos sean salvos (ver 1
Timoteo 2:1-4).
Pablo se identifica enfáticamente con estos
judíos que están tratando de lograr la salvación por
medio de su propia justicia, porque ningún judío
trató con mayor ahínco de lograr esa clase de
justicia que Saulo de Tarso. El apóstol comparte
su fútil lucha por lograr esa clase de justicia en el
séptimo capítulo de esta carta y en el tercer
capítulo de su carta a su iglesia favorita en Filipos.
Con gran compasión, escribe, por tanto, a estos
judíos (y con relación a ellos): “Pero la justicia
que es por la fe dice así: No digas en tu corazón:
¿Quién subirá al cielo? (esto es, para traer abajo a
Cristo); o, ¿quién descenderá al abismo? (esto es,
para hacer subir a Cristo de entre los muertos).
Mas ¿qué dice?” (10:5-7). Los paréntesis, en este
pasaje, fueron colocados por Pablo mismo.
Pablo está citando aquí un intrigante pasaje
escrito por Moisés en Deuteronomio (30:12-14).
Este pasaje muestra que el gran dador de la Ley
siempre comprendió los propósitos y los límites de
la Ley de Dios que fue dada al pueblo de Dios, a
través de él, en el Monte Sinaí. Moisés sabía que
el propósito de la Ley era mostrarnos que
necesitamos al Redentor, al Cristo, quien vendría
del cielo para ser el perfecto Cordero del
sacrificio, morir y ser resucitado de los muertos
para que podamos tener la justicia que es por
gracia por medio de la fe.
Moisés vio la verdad del evangelio
proféticamente. Cuando los ángeles anunciaron la
Buena Noticia de que Cristo iba a nacer, y de que
esto daría gran gozo a todo el pueblo, fue,
simplemente, la culminación de lo que Dios
comenzó por medio de Abraham y continuó por
medio de Moisés al dar la Ley (ver Lucas 2:10,
11). Moisés vio que, aunque la verdad llegó al
pueblo de Dios a través de él, la gracia y la verdad
llegarían, un día, al pueblo de Dios por medio de
un Cristo crucificado y resucitado.
También vio la victoria espiritual que
Pablo describe en el octavo capítulo de esta carta.
Comprendió que la justicia que cumpliría la Ley
de Dios no sería simplemente cuestión de guardar
la Ley, sino una dinámica sobrenatural que Dios
colocaría en los corazones de su pueblo.
17. Fascículo No. 31: Romanos, versículo por versículo (Tercera parte)
17
Pablo escribe que la justicia que es por fe
tiene algo para decirnos, que es muy importante. Y
despierta nuestro interés por saber qué dice,
concluyendo este pasaje que hemos visto con la
pregunta: “¿Qué dice?”. Ahora, al contestar esta
pregunta, les dice a todas las personas perdidas de
todos los tiempos y de todos los lugares cómo ser
salvas. Esto es lo que la justicia que es por fe nos
dice: “Cerca de ti está la palabra, en tu boca y en
tu corazón. Esta es la palabra de fe que
predicamos” (10:8).
La justicia que es de fe y por fe nos dice
que la Palabra de Dios está en nuestro corazón y
en nuestra boca. La boca representa el hombre
exterior, y el corazón representa el hombre
interior. Jesús enseñó que “de la abundancia del
corazón habla la boca” (Lucas 6:45). En otras
palabras, podemos saber qué es lo que hay en el
corazón por medio de lo que se expresa con la
boca. El corazón es mencionado más de mil veces
en la Biblia. Cuando se lo menciona, se hace
referencia al centro de nuestro ser, donde amamos
a Dios, tomamos decisiones, formamos nuestras
motivaciones y determinamos los valores
prioritarios de nuestra vida.
Por lo tanto, Pablo da una clara receta para
ser salvos cuando escribe: “Si confesares con tu
boca que Jesús es el Señor, y creyeres en tu
corazón que Dios le levantó de los muertos, serás
salvo. Porque con el corazón se cree para justicia,
pero con la boca se confiesa para salvación. Pues
la Escritura dice: Todo aquel que en él creyere, no
será avergonzado. Porque no hay diferencia entre
judío y griego, pues el mismo que es Señor de
todos, es rico para con todos los que le invocan;
porque todo aquel que invocare el nombre del
Señor, será salvo” (8-13).
Esta es una respuesta más completa para la
pregunta que el carcelero de Filipos le hizo a
Pablo. Aquí tenemos la indicación más simple y
clara del Nuevo Testamento sobre cómo ser
salvos. Nos indica que creamos en nuestro corazón
y confesemos con nuestra boca, y promete que,
entonces, seremos salvos. ¿Creemos en nuestro
corazón, realmente? ¿Confesamos con nuestra
vida lo que decimos creer en nuestro corazón?
Si usted estudia las más de mil referencias
al corazón en la Biblia, verá que lo que la Biblia
llama “corazón” se refiere, algunas veces, al
espíritu, la voluntad, la mente, las emociones, los
afectos y muchas otras dimensiones de lo que nos
hace seres creados a la imagen y semejanza de
Dios. Hay una expresión en el Nuevo Testamento
que comprende todas estas áreas de la vida
humana. Pablo escribe: “Por tanto, no
desmayamos; antes aunque este nuestro hombre
exterior se va desgastando, el interior no obstante
se renueva de día en día” (2 Corintios 4:16). Todas
estas áreas a las que la Biblia se refiere cuando
habla de nuestro corazón podrían llamarse “el
hombre interior”.
Hace muchos años, un hombre llamado
John Quincy Adams1 iba cruzando una calle. Su
salud estaba tan deteriorada, que le llevó cinco
minutos llegar al otro lado. Un amigo que pasaba
por allí le preguntó: “¿Cómo está John Quincy
1 John Quincy Adams fue presidente de los EE.UU. de N.A.
(N. de la T.).
18. Fascículo No. 31: Romanos, versículo por versículo (Tercera parte)
18
Adams esta mañana?”. Y él respondió: “John
Quincy Adams está muy bien. La casa en que vive
está en un estado lamentable. De hecho, está tan
destruida, que John Quincy Adams quizá deba
mudarse pronto; pero John Quincy Adams está
muy bien, gracias”.
La teología de John Quincy Adams era
totalmente correcta. Distinguir claramente entre el
hombre interior (nuestro hombre espiritual, que es
eterno) y el hombre exterior (nuestro cuerpo, que
es temporal) nos da una idea más exacta de lo que
Pablo quiere decir cuando indica que debemos
creer en nuestro corazón para ser salvos.
Uno de los pasajes bíblicos que habla del
corazón nos exhorta: “Sobre toda cosa guardada,
guarda tu corazón; porque de él mana la vida”
(Proverbios 4:23). De él mana la fe; la decisión
deliberada de confesar con nuestra boca que Jesús
es el Señor, porque creemos en nuestro corazón
que Él murió para pagar el precio de nuestra
salvación, y que Jesús fue resucitado de los
muertos para ser nuestro Señor vivo y resucitado.
Después de dar la impresión de que la
salvación depende enteramente de la soberana
elección de Dios, en la última parte del capítulo 8
y todo el 9, Pablo ahora hace un fuerte énfasis en
la responsabilidad que tenemos con respecto a
nuestra salvación. Debemos creer en nuestro
corazón y confesar con nuestra boca. Pablo parece
dar la impresión de que sin estas dos realidades,
interna y externa, no hay salvación. Y concluye
estos versículos citando a los profetas Isaías y
Joel, que predicaron que Dios salva a todo aquel
que lo invoca para ser salvo.
No olvide observar que debemos confesar
que Jesús es el Señor. La cultura que constituyó el
suelo en que se plantó la iglesia del Nuevo
Testamento era gobernada por el Imperio
Romano. Los ciudadanos romanos, como Pablo,
que querían ser “políticamente correctos”, o gozar
del favor de ese gran imperio, debían realizar un
ritual una vez por año. Debían arrojar un puñado
de incienso en el fuego de un altar y proclamar
solemnemente: “¡El César es el Señor!”. Miles de
devotos seguidores de Cristo se convirtieron en
mártires porque no aceptaron realizar ese ritual.
Estas cuatro palabras se convirtieron en el grito de
batalla de la iglesia primitiva: “¡Jesús es el
Señor!”(1 Corintios 12:3).
Al leer el Nuevo Testamento, observe
también que no somos invitados a confesar a Jesús
como Salvador. Somos invitados a confesar a
Jesús como Señor. La respuesta de Pablo al
carcelero de Filipos fue: “Cree en el Señor
Jesucristo y serás salvo, tú y tu casa” (ver Hechos
16:30, 31). En los cuatro Evangelios, verá que
Jesús aseguró que la salvación había llegado a
diferentes personas cuando ellas confesaron que Él
era su Señor (ver Lucas 19:8-10; Juan 8:11).
Al leer el Evangelio de Juan, examine las
claras afirmaciones de Jesús en el sentido de que
Él era Dios en carne humana. La palabra
“confesar”, en griego, es, en realidad, dos
palabras: “hablar” e “igual”. Confesar,
literalmente, significa ‘decir lo mismo’. Confesar
a Jesús como Señor es decir lo mismo que Él dijo
de sí mismo cuando estuvo aquí, y decir lo mismo
que Dios el Padre dijo de su Hijo en su Palabra.
19. Fascículo No. 31: Romanos, versículo por versículo (Tercera parte)
19
Cuando Jesús dio la Gran Comisión, nos
dijo cómo confesar con nuestra boca lo que
creemos en nuestro corazón: que Dios lo levantó
de los muertos. Al incorporar el bautismo como
parte de su Gran Comisión, Jesús hace que sea
imposible para nosotros ser discípulos secretos
suyos. En esa Comisión, Él ordenó a sus
discípulos que hiciéramos cuatro cosas. Nos
ordenó que vayamos, hagamos discípulos, les
enseñemos y bauticemos a todos los que profesan
ser sus discípulos.
Pablo escribió una concisa y clara
definición del evangelio que había predicado en
Corinto cuando concluyó su inspirada carta a
quienes habían sido salvos cuando él les predicó
ese evangelio en aquella ciudad. Básicamente, el
evangelio consistía y consiste en dos hechos
relativos a Jesucristo: su muerte y su resurrección
(ver 1 Corintios 15:1-4).
En el sexto capítulo de esta carta, Pablo
explica cómo nuestro bautismo es una forma de
profesar la fe que tenemos en el evangelio que
Jesucristo comisionó a sus discípulos que
predicaran. Estoy convencido de que el bautismo
es la forma específica que Jesús prescribió para
que confesemos exteriormente la realidad interior
de que confiamos en la muerte y la resurrección de
Jesús para nuestra salvación.
A lo largo de los veinte siglos de historia
de la iglesia, millones de creyentes han muerto
porque Jesús hizo del bautismo parte de su Gran
Comisión. Sin duda, Jesús sabía que el bautismo
haría que murieran millones de sus ovejas, sus
seguidores. Dado que Él demuestra un amor tan
grande por la iglesia de tantas maneras, debemos
suponer que, como Buen Pastor de la iglesia, no
ordenó a la ligera que todos los que profesaran ser
sus discípulos fueran bautizados.
Estoy convencido de que el bautismo en
agua es la forma que Jesús prescribió para que
confesemos con nuestra boca lo que creemos en
nuestro corazón: que Jesús es el Señor, y que Dios
levantó a su Hijo de los muertos para nuestra
salvación y para que fuera nuestro Señor
resucitado y vivo.
Capítulo 3
Colaboradores de Dios
(10:14-21)
Como ya he señalado, Pablo concluye los
conceptos que presenta en los primeros trece
versículos de este décimo capítulo citando a los
profetas Isaías y Joel, que predicaron que Dios
estaría verdaderamente feliz de salvar a todos los
que lo invocaran para ser salvos. Ahora, escribe
que, de hecho, nosotros podemos participar junto
con Dios, que es la fuente, el poder y cuya gloria
es el propósito de este gran milagro de dar
salvación a los demás: “¿Cómo, pues, invocarán a
aquel en el cual no han creído? ¿Y cómo creerán
en aquel de quien no han oído? ¿Y cómo oirán sin
haber quien les predique? ¿Y cómo predicarán si
no fueren enviados? Como está escrito: ¡Cuán
hermosos son los pies de los que anuncian la paz,
de los que anuncian buenas nuevas!” (vv. 14, 15).
20. Fascículo No. 31: Romanos, versículo por versículo (Tercera parte)
20
Después de hacer que, en los capítulos 8 y
9, pareciera como si la salvación fuera
enteramente obra de Dios, Pablo ahora escribe que
la salvación depende de la respuesta de la fe
interior y la confesión exterior. Está en el corazón
mismo de estos tres capítulos donde presenta la
soberana providencia de un Dios que es el que
conoció desde antes, predestinó, llamó, justificó y
glorificó a quienes eligió para que fueran salvos.
Pero, en este contexto, escribe que, a menos que
alguien predique y que se envíen predicadores, no
habrá salvación.
En el capítulo 8, su magnífica presentación
de la soberanía de Dios en la salvación, y su
enseñanza sobre la elección en los capítulos 8, 9 y
11, han causado confusión a algunas personas.
Algunos llegan a la conclusión de que podemos
dejar nuestra salvación y todos los temas de
nuestra vida espiritual enteramente en manos de
Dios. Dado que Dios es el gran origen y el gran
poder que está detrás de nuestra salvación, Él nos
llevará —a nosotros y a todos los que están
perdidos— a la salvación, sin ninguna ayuda de
nuestra parte.
Cierta vez escuché una historia sobre un
devoto hortelano que trabajó duramente para
convertir una huerta que estaba en un estado
lamentable, llena de hierbas salvajes, en algo
productivo y bello. Algunos creyentes que lo
conocían le dijeron al pastor que este hortelano era
muy soberbio. El pastor llamó al hortelano y, en el
momento apropiado, le dijo: “Usted y el Señor han
hecho un trabajo hermoso en esta huerta,
¿verdad?”. El hombre contestó: “Sin duda, pastor.
Ciertamente, yo nunca podría haber transformado
esta huerta sin la ayuda del Señor. Pero, pastor,
¡tendría que haber visto lo que era cuando el Señor
la manejaba Él solo!”.
Una de las mayores bendiciones, cuando el
Señor entra en nuestra vida, es cuando Él decide
que no hará su obra solo. Cierta vez, en un huerto,
Jesús les dio una gran enseñanza a sus apóstoles.
Les dio seis razones por las que debemos dar
fruto. La clave de su propia capacidad de ser
fructífero era que Él y el Padre eran uno. Él tenía
constantemente una unidad estrecha e
ininterrumpida con el Padre, y esa relación era la
clave de que Él fuera fructífero. Ahora, Jesús
desafiaba a sus discípulos a ser uno con Él
después de su resurrección.
Jesús les mostró a los apóstoles una vid
con muchas ramas cargadas de fruto y les dijo que
la clave de que ellos pudieran dar fruto era que
fueran uno con Él, así como esas ramas tan
fructíferas estaban relacionadas con la vid de la
cual obtenían el principio vivificante que las hacía
dar fruto. Entonces hizo su gran afirmación: “Yo
soy la vid, y vosotros los pámpanos”. También les
advirtió que, sin Él, ellos no podían hacer nada.
Sin Él, nosotros no podemos hacer nada.
Pero me deja pasmado darme cuenta de que esta
metáfora también afirma que, sin nosotros, Él no
desea hacer nada. En esta gráfica y sencilla
metáfora, el fruto no crece en la vid. En este
contexto, Jesús es una Vid que busca ramas que se
unan a Él como vid, de tal manera que den fruto.
El desafío para usted y para mí es: ¿Seremos uno
con Él? ¿Seremos de esas ramas fructíferas?
21. Fascículo No. 31: Romanos, versículo por versículo (Tercera parte)
21
Si yo hubiera sido el Señor, no habría
planeado que una parte vital de mi obra
dependiera de débiles seres humanos de carne y
hueso. Pero Él nos ha incluido en su maravillosa
obra de dar salvación a los perdidos de este
mundo. ¡Con cuánta gratitud deberíamos alabarlo
al darnos cuenta de esto! Dios da mayor
significado y valor a nuestra vida cuando nos
convierte en sus colaboradores y hace su obra a
través de nosotros. Nuestro Creador, también, da
gran gozo a nuestra vida cuando nos incluye en el
milagro de llevar salvación a los perdidos que
encontramos en este mundo. El gozo no viene del
cielo como un paquete que cae sobre la cabeza de
algunas personas y no de otras. El gozo, como la
paz, tiene ciertas condiciones y causas. Jesús les
dijo a los discípulos que ellos debían dar fruto
para que su gozo pudiera estar en ellos y para que
su gozo fuera cumplido (ver Juan 15:11). Nuestro
Señor se deleitaba grandemente en hacer la
voluntad y la obra de su Padre (ver Hebreos 10:7).
Pablo escribió a los gálatas que, cuando hacemos
la obra que Dios desea que hagamos, encontramos
en nuestro fiel trabajo una causa de gran regocijo
(ver Gálatas 6:4, 5). Ser colaboradores de Dios nos
permite hacer esa obra significativa que da gran
sentido a nuestra vida.
El pasaje arriba mencionado declara
elocuentemente que las personas perdidas que
serán elegidas, predestinadas, llamadas y elegidas
para la salvación por Dios no pueden ser salvas
hasta que la iglesia asuma cuatro
responsabilidades determinadas. Los perdidos no
pueden invocar el nombre de Alguien en quien no
creen. No pueden creer a menos que escuchen el
Evangelio de Jesucristo. No pueden escuchar si no
hay quien les predique. Quienes predican, no
pueden predicar a menos que sean enviados a
quienes deben escuchar y creer. Pablo está
desafiando a la iglesia a darse cuenta de su razón
de ser, cuando dice que los predicadores no
pueden predicar a menos que sean enviados (por
una iglesia).
En los capítulos 8 y 9, parecería que Dios
tuviera toda la responsabilidad de llevar a los
perdidos, a la salvación. En este capítulo décimo,
nos da la impresión de que los perdidos tienen
toda la responsabilidad de creer y confesar para
poder ser salvos. Después, tenemos este gran
pasaje, que declara con énfasis el objetivo
misionero de la iglesia y da, claramente, la
impresión de que la iglesia tiene la
responsabilidad de enviar predicadores que
proclamen el evangelio a los perdidos, porque, de
lo contrario, ellos no podrán escuchar, creer,
invocar el nombre del Señor, y ser salvos.
Pablo cita a Isaías cuando pronuncia una
bendición sobre esta responsabilidad de la iglesia
de predicar y enviar predicadores: “¡Cuán
hermosos son sobre los montes los pies del que
trae alegres nuevas!” (Isaías 52:7). Esta es una
hermosa metáfora que declara que Dios tiene en
gran estima a quienes son enviados para proclamar
el evangelio a los que deben escucharlo. También
nosotros debemos valorar de gran manera a quien
fue enviado para que nosotros pudiéramos
escuchar y creer la Buena Noticia de nuestra
salvación.
22. Fascículo No. 31: Romanos, versículo por versículo (Tercera parte)
22
Aquí es necesario hacer dos observaciones.
La palabra “predicar” puede confundirnos y
hacernos pensar en un pastor o alguien que predica
desde un púlpito. Naturalmente, ambos están
incluidos en la definición de esta palabra, pero
esta tiene un sentido mucho más amplio. La
palabra griega significa, de hecho, ‘hacer un
anuncio’. No debemos limitar la persona a la que
Pablo se refiere aquí como predicador a un pastor,
evangelista o misionero de la iglesia.
Se nos dice que la primera generación de
discípulos de Jesús anunciaron el evangelio a
quienes constituían su familia. También lo
anunciaron a sus amistades, a sus compañeros de
trabajo y a las personas que se cruzaban en sus
vidas. Además de quienes fueron enviados como
Pablo y otros dotados predicadores y evangelistas,
esta extensión del evangelio a través de los
llamados “laicos” también debe ser incluida en la
referencia a los que predican.
Pablo escribe a los corintios que a todos
los que han experimentado el milagro de ser
reconciliados con Dios se les confía
inmediatamente un mensaje y un ministerio de
reconciliación (ver 2 Corintios 5:13-6:2). Cuando
los creyentes reconciliados de una iglesia piensan
que Dios solo le ha dado la responsabilidad de
anunciar el evangelio al pastor, evangelista o
misionero, la iglesia se convierte en un “gigante
dormido”. Una de las verdades que podría
despertar a ese “gigante dormido” es que todos
somos comisionados a anunciar el evangelio a
quienes están perdidos. En este contexto, debemos
darnos cuenta de que, si no somos misioneros, aún
somos un campo misionero.
Dios valora de gran manera a quienes
llevan el evangelio a los perdidos. Véalo de esta
manera: Dios tuvo un Hijo, y Él fue un misionero.
¿Valora usted de gran manera a la persona o las
personas que le anunciaron el evangelio para que
usted pudiera escuchar, creer, invocar el nombre
del Señor y ser salvo? Esa persona o esas personas
son las más importantes que usted ha conocido en
su vida, y usted debe tenerlas en gran estima. Hay
un dicho que dice que se necesita todo un pueblo
para criar a un niño. En cierto sentido, algunas
veces se necesita toda una iglesia para anunciar y
demostrar en la práctica el evangelio a los
perdidos. El testimonio colectivo de toda una
iglesia, muchas veces, ha servido para hacer
comprender la realidad del evangelio a personas
que estaban perdidas.
Mi segunda observación con respecto a
estos versículos sobre los hermosos pies de
quienes predican el evangelio plantea esta
pregunta: “¿Quién envía, en realidad, a estos
predicadores a anunciar el evangelio a los
perdidos de este mundo?”. Aunque,
aparentemente, pueda parecer que la iglesia envía
a los que predican, el poder detrás de este envío es
el del Cristo resucitado y vivo. Jesús indicó a sus
apóstoles que oraran para que el Señor de la mies
enviara obreros a su mies (ver Marcos 9:38; Lucas
10:2).
Debemos comprender que nadie llega a
Cristo si el Padre no lo atrae (ver Juan 6:44).
Algunas veces, alguien podría preguntar: “¿Qué
23. Fascículo No. 31: Romanos, versículo por versículo (Tercera parte)
23
sucede si quiero ser salvo, pero no soy elegido?”.
La respuesta a su pregunta es que, si no fuera
elegido y atraído por el Espíritu Santo, no querría
ser salvo.
También debemos tener en cuenta que,
cuando personas como Pablo y Bernabé son
enviadas por una iglesia local, es porque el
Espíritu ha motivado a la iglesia, y ha obrado en
los corazones de los que son enviados para que
respondan al llamado para ser apartados para tal
ministerio (ver Hechos 13:2). Pablo escribe a la
iglesia de Filipos que es Dios quien obra en
nosotros tanto el querer como el hacer, por su
buena voluntad (ver Filipenses 1:6; 2:13).
Dios conoce desde antes, predestina, llama,
justifica y glorifica a sus elegidos, pero cada uno
de ellos debe creer en su corazón y confesar con
su boca para ser salvo. Dios elige y llama a
quienes anunciarán el evangelio a estas personas
perdidas, pero elegidas; de lo contrario, no habría
salvación para ellas. Sin embargo, quienes son
llamados a llevar esta buena noticia a los perdidos
deben responder y obedecer ese llamado de Dios
sobre su vida y convertirse en colaboradores de
Dios —ramas que den fruto— para que esas
personas puedan ser salvas.
Una vez más, no podemos evitar
preguntar: “¿Es Dios quien elige aquí, o somos
nosotros los que elegimos el gran privilegio de
colaborar con Dios para llevar salvación a los
perdidos de este mundo?”. La respuesta no se
corresponde de manera exacta con nuestra lógica,
pero es que no se trata de una cosa o la otra, sino
de una cosa y la otra. Nuestro Dios soberano y el
Cristo vivo son quienes deciden hacer esto, pero
nosotros debemos responder y elegir ser elegidos.
Decidimos permanecer en Él como ramas de la
Vid que Él es, y eso hace que demos fruto (ver
Juan 15).
El misterio de creer y no creer
En muchas grandes ciudades, el simple
hecho de mover un interruptor y llenar de luz una
habitación implica una fuente de energía que no
podemos ver. No podemos ver la electricidad, ni
los kilómetros de cables aéreos o subterráneos que
llevan esa electricidad, a veces desde una enorme
distancia, a nuestro hogar. No conocemos los
grandes generadores, transformadores y, en
algunos casos, impresionantes diques que toman la
energía del agua para proveer de electricidad a
nuestra ciudad, nuestro vecindario, nuestra calle y
nuestra casa, hasta llegar al interruptor que
nosotros accionamos.
De la misma forma, en estos capítulos,
Pablo nos presenta la obra del invisible Espíritu
Santo y la soberana providencia de Dios, que
tampoco pueden ser vistas. No podemos ver la
electricidad de ninguna forma, pero sí podemos
sentir sus efectos cuando el cuarto se ilumina. No
podemos ver al Espíritu Santo, pero podemos ver
evidencias de la obra del Espíritu Santo cada vez
que un pecador escucha, cree, confiesa y es salvo.
Jesús y Pablo nos dicen que, cuando la
Buena Noticia es anunciada a las personas,
algunas creen, y la mayoría de ellas no creen. ¿Por
qué encontramos dos respuestas diferentes al
evangelio? ¿Es porque los que creen no son tan
24. Fascículo No. 31: Romanos, versículo por versículo (Tercera parte)
24
inteligentes como los que no creen? ¿O los que
creen son más inteligentes que los que se niegan a
hacerlo?
La respuesta de Pablo a esa pregunta es
que la inteligencia no es la explicación para la
manera en que la gente responde al evangelio.
Jesús y Pablo nos dicen que, cuando las personas
responden como responden, lo hacen según el don
de la fe que les ha sido dado (ver Mateo 13:11;
19:11; Filipenses 1:29; 1 Corintios 2:9-16).
Según Isaías, estas dos respuestas de creer
o no creer cuando se anuncia el evangelio no es
algo que solo sucedió en el período del Nuevo
Testamento dentro de la historia hebrea. Isaías
profetizó la venida del Mesías y nos dio más
profecías mesiánicas que cualquier otro profeta del
Antiguo Testamento. Más de setecientos años
antes de que sucediera, Isaías nos dio uno de los
más grandes capítulos de la Biblia con respecto al
significado de la muerte de Cristo en la cruz
(Isaías 53).
Los primeros seis versículos de ese capítulo
son seis de los versículos más importantes y
espiritualmente elocuentes de la Biblia sobre el
significado de la muerte de Jesucristo en la cruz:
“Quién ha creído a nuestro anuncio? ¿y sobre
quién se ha manifestado el brazo de Jehová?
Subirá cual renuevo delante de él, y como raíz de
tierra seca; no hay parecer en él, ni hermosura; le
veremos, mas sin atractivo para que le deseemos.
Despreciado y desechado entre los hombres, varón
de dolores, experimentado en quebranto; y como
que escondimos de él el rostro, fue
menospreciado, y no lo estimamos.
“Ciertamente llevó él nuestras
enfermedades, y sufrió nuestros dolores; y
nosotros le tuvimos por azotado, por herido de
Dios y abatido. Mas él herido fue por nuestras
rebeliones, molido por nuestros pecados; el
castigo de nuestra paz fue sobre él, y por su llaga
fuimos nosotros curados. Todos nosotros nos
descarriamos como ovejas, cada cual se apartó por
su camino; mas Jehová cargó en él el pecado de
todos nosotros” (Isaías 53:1-6).
Pablo nos desafía a observar cómo Isaías
comenzó esa inspirada profecía mesiánica: “Mas
no todos obedecieron al evangelio; pues Isaías
dice: Señor, ¿quién ha creído a nuestro anuncio?
Así que la fe es por el oír, y el oír, por la palabra
de Dios” (vv. 16, 17).
Según Pablo, al comenzar su magnífica
presentación profética de la muerte de Cristo,
Isaías hace que concentremos nuestra atención en
este misterio de creer y no creer formulándonos
esa pregunta. Según Isaías, el gran asunto que
definirá la separación entre los salvos y los
perdidos de este mundo será Jesucristo. De forma
muy directa, Isaías comienza este gran capítulo
declarando: “Tengo para compartir con ustedes la
más grande profecía que haya proclamado jamás
ningún profeta, pero ¿quién la creerá?”.
Pablo continúa con una profunda
declaración que demuestra cómo el Espíritu Santo
usa la Palabra de Dios para atraer a las personas
hacia la fe y hacia Cristo. El apóstol escribe que la
fe viene por oír la Palabra de Dios. Este versículo
dice, literalmente, que la fe viene de escuchar el
mensaje de Cristo.
25. Fascículo No. 31: Romanos, versículo por versículo (Tercera parte)
25
Pedro se suma a Pablo en la enseñanza de
esta misma verdad. Según Pedro, la Palabra de
Dios es una semilla incorruptible, una esperma
que concibe vida espiritual en quienes responden
adecuadamente a esa Palabra cuando la escuchan
o la leen (ver 1 Pedro 1:22, 23).
Pedro enseña esta misma verdad por
segunda vez, con otra bella metáfora, cuando
exhorta a sus lectores a acercarse a la Palabra
como a una luz en un mundo muy oscuro. Según
Pedro, cuando se aproximen a esa luz,
experimentarán dos milagros: será el amanecer de
un nuevo día, y el lucero de la mañana se
levantará en sus corazones (ver 2 Pedro 1:19).
Esta afirmación de Pablo y estas dos
metáforas de Pedro que son paralelas a ella han
formado el objetivo de mi filosofía del ministerio
desde 1949. Isaías nos dijo en su profecía que él
predicaba la Palabra de Dios porque ella hacía
concordar los pensamientos y los caminos del
hombre con los de Dios (ver Isaías 55:8-11). He
descubierto que, cuando hacemos entrar a las
personas en la Palabra de Dios y hacemos entrar la
Palabra de Dios en las personas, llega la fe, y ellas
nacen de nuevo. Ese nuevo nacimiento es descrito
bellamente en esas dos metáforas de Pedro.
Más preguntas y respuestas
Pablo cierra este décimo capítulo
anticipándose una vez más a las preguntas de sus
lectores. Cuando se concentra en la fundamental
importancia de escuchar la Palabra, por medio de
la cual llega la fe, imagina a sus lectores
preguntándose: “Pues bien, ¿qué de aquellos que
jamás la han oído?”. Después de compartir el
evangelio con muchos estudiantes universitarios
en los claustros seculares, he escuchado que
inmediatamente presentan esta pregunta cuando
escuchan el evangelio por primera vez: “¿Qué de
aquellos que nunca han escuchado este
evangelio?”.
Pablo formula esta pregunta, y después, la
responde: “Pero digo: ¿No han oído? Antes bien,
Por toda la tierra ha salido la voz de ellos,
Y hasta los fines de la tierra sus palabras.
También digo: ¿No ha conocido esto Israel?
Primeramente Moisés dice:
Yo os provocaré a celos con un pueblo que no
es pueblo;
Con pueblo insensato os provocaré a ira.
E Isaías dice resueltamente:
Fui hallado de los que no me buscaban;
Me manifesté a los que no preguntaban por mí.
Pero acerca de Israel dice: Todo el día extendí mis
manos a un pueblo rebelde y contradictor” (18-21;
ver Salmos 19:1-4; Deuteronomio 32:21; Isaías
65:1).
Pablo cita a David, Moisés e Isaías en su
respuesta para esta pregunta. David enseña lo que
los teólogos llaman “revelación natural” cuando
escribe que los cielos cuentan la gloria de Dios;
que el espacio en el que existen, declara la infinita
amplitud de Dios, y que no hay lugar en la tierra
que no haya escuchado esa declaración.
En los viajes que he hecho para visitar a
misioneros en algunos de los lugares más remotos
de la tierra, descubrí algo. Cuando quienes
vivimos en grandes ciudades visitamos lugares en
26. Fascículo No. 31: Romanos, versículo por versículo (Tercera parte)
26
la selva donde no hay luces como en la ciudad,
tomamos mayor conciencia de las estrellas y de
este extraordinario universo en el que vivimos.
Cuando era un pastorcito, probablemente David
pasó muchas noches tendido de espaldas, mirando
las estrellas. El Espíritu Santo lo inspiró para que
escribiera en el Salmo 19 que los cielos y el
espacio predican un sermón sobre la gloria de
Dios. No hay una noche en que no prediquen ese
sermón. Según David, aunque no hay voz ni
sonido, no hay lugar en el mundo en que ese
sermón no se oiga.
En el primer capítulo de esta carta, Pablo
declara que, debido al mensaje que comunica el
milagro de la creación, los que no creen, no tienen
excusa (ver 1:20). ¿Pueden las personas perdidas
conocer lo suficiente por medio de la revelación
natural como para ser justificadas por fe? La
respuesta obvia a esa pregunta es que no.
Pero lo que la Biblia enseña es que, si por
medio de la creación, la persona perdida
comprende que tiene que haber un creador, si lo
busca en respuesta a esa luz que ha recibido a
través de la creación, Dios le dará más luz. Este es
un principio muy importante en la Biblia. (Ver
Filipenses 3:16; Juan 9:40, 41; 15:22). Los
misioneros nos dicen que, cuando llevaban el
evangelio a personas que vivían en lugares
remotos y primitivos del mundo, ellas estaban
esperando que llegara alguien que les hablara del
Dios que habían estado buscando durante muchos
años.
Yo tuve una experiencia personal que me
confirmó que esto era cierto. Cuando, siendo
pastor, dirigía un estudio bíblico evangelístico,
una dama japonesa de rostro radiante me preguntó
si podía conversar unas palabras conmigo después
de la clase. Entonces me dijo que, cuando estaba
en los refugios antiaéreos de Tokio, en los últimos
meses de la Segunda Guerra Mundial, ella había
orado al Dios que yo le había presentado en ese
estudio. Era budista, pero sabía en lo profundo de
su corazón que había un Dios que la salvaría si
oraba a Él.
Esta mujer puso su fe en Jesucristo, el día
aclaró y el lucero de la mañana comenzó a vivir en
su corazón. Se convirtió en una radiante discípula
de Jesucristo. En aquel refugio antiaéreo, ella
había respondido al Dios que le había dado luz...,
y Él le dio más luz. Esa noche, ella se fue
diciendo: “Dios es mi luz y mi salvación” (ver
Salmos 27:1).
A continuación, Pablo cita un profundo
versículo del Libro de Deuteronomio, donde
Moisés da una profecía que se convierte en el
tema del resto del capítulo y de todo el capítulo 11
de esta obra maestra teológica. Moisés predice que
Dios provocará a celos a Israel eligiendo a los
poco espirituales gentiles para la salvación.
Los judíos se referían a los gentiles como
“perros”, con lo cual querían decir que un gentil
tenía tanto discernimiento espiritual como un
perro. Sin duda, provocaría celos a los judíos que
Dios se apartara de ellos para elegir a “perros”
como su pueblo escogido. Pablo continúa una de
las profecías más extraordinarias de la Biblia
cuando reafirma la profecía de Moisés de que Dios
provocará celos a los judíos salvando a los
27. Fascículo No. 31: Romanos, versículo por versículo (Tercera parte)
27
gentiles. Moisés también profetizó que Dios haría
airar a los judíos escogiendo a un pueblo necio, un
pueblo sin entendimiento, para ser salvo.
¿Ha observado usted la extraordinaria
inteligencia y el talento de los judíos? Fíjese
cuántos renombrados científicos, ganadores de
premios Nóbel, famosos eruditos y especialmente,
músicos y compositores de grandes obras maestras
musicales son judíos. Cuán irónico que Dios
eligiera personas mucho menos dotadas e
inteligentes que los judíos para ser su pueblo
elegido. Pablo deja en claro que los gentiles que
Dios eligió no fueron elegidos porque fueran
nobles, poderosos o inteligentes (ver 1 Corintios
1:26-29).
A la profecía de Moisés se suman dos
profecías de Isaías que agregan que Dios
provocará celos a los judíos eligiendo a un pueblo
que no lo busca en lo más mínimo. Pablo ya ha
reconocido que los judíos tienen celo por Dios,
pero su celo está mal dirigido, ya que buscan a
Dios mirando hacia adentro y obsesionándose con
el celo por su propia justicia. Los judíos que eran
como Saulo de Tarso (antes de conocer a Cristo)
estaban intensa, aun fanáticamente comprometidos
con su forma de buscar a Dios por medio de su
propia justicia.
Hace más de cinco décadas que me fascina
escuchar las historias, o testimonios de la obra de
Dios en creyentes que he conocido por ser su
pastor. En cierto sentido, ninguna de estas
historias es igual a otra. Pero un patrón que he
descubierto en todas ellas es lo que yo llamo “la
gran intervención”. Esta intervención es
bellamente presentada en una metáfora por David,
cuando nos dice, en el Salmo del Pastor, cómo el
Señor se convirtió en su Pastor. David dice que
Dios “me hace descansar”.
Cuando escucho a las personas contarme
cómo llegaron a la fe en Dios y en Cristo, me
sorprende ver cuántas de ellas no buscaban a Dios
en lo más mínimo. ¡Dios las estaba buscando a
ellas! Él las obligó a descansar golpeándolas en la
cabeza con su cayado, que generalmente tomaba la
forma de un problema que ellas no podían
resolver. Después, pudieron ver ese problema
como una intervención amorosa de su Dios y
Pastor, y agradecerle por ese problema. Dios
continúa interviniendo en los puntos
fundamentales de sus viajes de fe. Obviamente, la
iniciativa parte de Dios, no de que ellas lo
busquen.
Alguien ha dicho: “La religión es el
hombre en busca de Dios, pero la Biblia presenta a
Dios buscando al hombre”. Pablo, citando a Isaías,
predice un hecho extraordinario que vemos hoy
suceder en nuestra propia vida y en los viajes de fe
de otros. A diferencia de los judíos —que tenían
un notable celo por Dios—, personas que no
buscaban a Dios en lo más mínimo son
encontradas por Él, que sí las estaba buscando.
Moisés, Isaías y Pablo agregan a este
extraordinario hecho de la vida espiritual la
enseñanza de que Dios hará esto por los gentiles
para provocar a los judíos de manera que puedan
ser restaurados espiritualmente.
28. Fascículo No. 31: Romanos, versículo por versículo (Tercera parte)
28
Capítulo 4
El misterio de Israel
(11:1-36)
Un famoso erudito de la Biblia fue
invitado a predicar durante una semana en la
iglesia donde yo era pastor. Le pregunté qué
podíamos hacer para que pudiera tener un tiempo
de distensión durante su visita. Me sorprendió
cuando me pidió si podía conseguirle varios libros
de suspenso de un conocido escritor del género, ya
que su pasatiempo era leer historias de misterio.
A millones de personas les encanta leer
buenas novelas de misterio, porque “un misterio es
un secreto que, finalmente, se revela”. A quienes
les gusta leer a los grandes escritores de obras de
misterio disfrutan de tratar de descubrir el
misterio, el secreto que finalmente va a revelarse.
En la Biblia, la palabra “misterio”, además de
referirse a un secreto que va a ser revelado, nos
habla de un hecho futuro que solo puede
producirse por el poder sobrenatural del Dios
todopoderoso.
En el undécimo capítulo de su carta a los
romanos, Pablo habla de Israel como un misterio
(ver v. 25). La nación de Israel es un misterio por
varias razones. Todo el Antiguo Testamento
presenta la extraordinaria realidad de que Israel es
el ejemplo de lo que Pablo llama “elección”. Los
judíos son el pueblo elegido por Dios. Como gran
paradoja bíblica, Israel es, también, el principal
ejemplo bíblico de lo que algunas veces llamamos
“libre albedrío”, porque decidieron no ser el
pueblo elegido de Dios.
La actual nación de Israel no es el pueblo
elegido, escogido por Dios. Su cruel opresión del
pueblo palestino demuestra esta tremenda
realidad. El hecho de que sean una nación, y que
ya no estén dispersos completamente por todo el
mundo, es el cumplimiento de lo que predicaron
profetas del Antiguo Testamento como Ezequiel,
Zacarías, Isaías y de estos capítulos escritos por
Pablo. Pero el retorno espiritual de Israel, que
también se profetiza, evidentemente, aún no se ha
producido.
Dos veces, en este capítulo, Pablo formula
básicamente, esta pregunta: “¿Ha desechado Dios
a Israel?” (ver vv. 1, 11). ¿Ha rechazado Dios a
Israel porque ellos rechazaron a su Hijo, el Mesías
que Él les envió? Su respuesta es “¡Claro que no!”
y “De ninguna manera”. El dinámico mensaje de
este capítulo es que Dios aún no ha terminado con
Israel. En esta obra maestra de todos sus escritos,
el gran apóstol se refiere a Israel como un
misterio, porque la relación entre Dios e Israel es
un secreto que finalmente será revelado. Cuando
ese misterio se revele, lo que Pablo profetiza en
estos capítulos será posible solo por el poder del
Dios todopoderoso. Israel es un misterio en ambas
dimensiones de mi definición de lo que es un
misterio.
Pablo comienza este capítulo con esa
pregunta: “Digo, pues: ¿Ha desechado Dios a su
pueblo? En ninguna manera. Porque también yo
soy israelita, de la descendencia de Abraham, de la
tribu de Benjamín. No ha desechado Dios a su
pueblo, al cual desde antes conoció” (vv. 1, 2).
29. Fascículo No. 31: Romanos, versículo por versículo (Tercera parte)
29
Un potente predicador, cristiano judío,
acababa de predicar un mensaje extraordinario en
un culto de la capilla de un seminario. Entonces,
una de las estudiantes avanzadas lo saludó y le
dijo: “Usted es el primer cristiano judío que he
escuchado hablar personalmente”. El predicador le
preguntó: “¿Nunca oyó hablar de los doce
apóstoles?”. Los doce apóstoles eran judíos, y
cuando leemos el Libro de Hechos, hasta que
llegamos al décimo capítulo, todos los creyentes
de la iglesia son judíos. Pablo nos recuerda que él
mismo, el más grande misionero de la historia de
la iglesia, es prueba de que Dios no ha cerrado la
puerta de la salvación a los judíos.
Después nos da una ilustración del Antiguo
Testamento sobre un gran profeta que pensaba que
Dios había abandonado a la nación de Israel, y que
él era el único profeta que no había adorado al
ídolo Baal y olvidado a Dios: “¿O no sabéis qué
dice de Elías la Escritura, cómo invoca a Dios
contra Israel, diciendo: Señor, a tus profetas han
dado muerte, y tus altares han derribado; y sólo yo
he quedado, y procuran matarme? Pero ¿qué le
dice la divina respuesta? Me he reservado siete mil
hombres, que no han doblado la rodilla delante de
Baal” (11:2-4).
Cuando vivimos y servimos al Señor en un
lugar donde hay muy pocos creyentes, si es que
hay alguno, es fácil que sintamos, como Elías, que
estamos solos, que somos el único creyente
auténtico que queda, que está sirviendo fielmente
al Señor. Si supiéramos lo que Dios sabe, nos
daríamos cuenta de que Dios tiene miles o aun
millones de siervos fieles como nosotros en este
mundo.
Elías cometió muchos errores, que lo
llevaron a estar, finalmente, debajo de un árbol,
desesperado, pidiendo en oración que Dios le
quitara la vida. Su primer error fue que olvidó el
hecho de que solo conocemos una ínfima fracción
de lo que se puede conocer. La educación
espiritual es el proceso de pasar de la ignorancia
inconsciente a la consciente. Nuestra situación
nunca es tan mala como parece, porque no
conocemos gran parte de lo relativo a nuestros
problemas. Si supiéramos lo que Dios sabe, nos
alentaría mucho, y no oraríamos pidiendo la
muerte.
Elías también cometió el error de
subestimar el poder de Dios. Las cosas nunca son
tan malas como parecen, porque Dios no es tan
débil como creemos que es. El tema de la última
parte del capítulo 8 era que Dios está a cargo, sabe
lo que hace y tiene todo el poder que necesita para
ganar nuestra victoria espiritual. Él puede hacer
que todas las cosas que nos suceden —aun cuando
no haya nada de bueno en ellas— encajen dentro
de un patrón para bien que cumplirá su plan para
nosotros y a través de nosotros. Cuando
recobremos nuestra visión del poder todopoderoso
de nuestro soberano Dios, no desesperaremos ni le
pediremos a Dios que nos mate.
El tercer error de Elías fue que olvidó la
diferencia entre la gracia y las obras: “Así también
aun en este tiempo ha quedado un remanente
escogido por gracia. Y si por gracia, ya no es por
obras; de otra manera la gracia ya no es gracia. Y
30. Fascículo No. 31: Romanos, versículo por versículo (Tercera parte)
30
si por obras, ya no es gracia; de otra manera la
obra ya no es obra” (vv. 5, 6).
Cuando pensamos que la obra de Dios
depende de quiénes somos y qué somos, de lo que
podemos o no podemos hacer nosotros, nos
desesperamos. Nuestra victoria llegará cuando
recobremos la perspectiva de que la obra de Dios
depende de Quién es Dios y Qué es Dios, y de lo
que Él puede hacer en nosotros y a través de
nosotros.
Este gran profeta, Elías, también olvidó
que su vida espiritual estaba entretejida, como una
cuerda de tres dobleces, con su vida mental y su
vida física. Había estado descuidando sus
necesidades físicas. Estaba exhausto, no había
comido, había pasado demasiado tiempo sin
dormir. Así que Dios lo hizo dormir
profundamente, lo despertó, lo alimentó, lo hizo
dormir otra vez y lo restauró por completo a su
milagroso ministerio (ver 1 Reyes 17, 18, 19).
Pablo aplica lo que Dios le dijo a Elías
sobre un remanente fiel de judíos al plan de Dios
para Israel. Aunque no hay muchos, en los dos mil
años de historia de la iglesia y en la actualidad, ha
habido y hay judíos que confían en Jesús como su
Mesías, Salvador y Señor. Tuve el gozo de llevar a
un querido amigo judío a la fe en Cristo. Pero
estoy en el ministerio desde 1953, y he visto a
muchas personas llegar a la fe en Cristo. Entre
ellas, los judíos que se convirtieron en seguidores
de Jesucristo fueron menos de diez.
Pablo presenta una explicación para esto en los
siguientes versículos, donde escribe que Israel,
como pueblo, experimenta una misteriosa ceguera:
“¿Qué pues? Lo que buscaba Israel, no lo ha
alcanzado; pero los escogidos sí lo han alcanzado,
y los demás fueron endurecidos; como está escrito:
Dios les dio espíritu de estupor, ojos con que no
vean y oídos con que no oigan, hasta el día de hoy.
Y David dice:
Sea vuelto su convite en trampa y en red,
En tropezadero y en retribución;
Sean oscurecidos sus ojos para que no vean,
Y agóbiales la espalda para siempre” (11:7-10).
La ceguera espiritual de la que Pablo habla
siempre ha sido notoria, y lo es aún hoy. Un
síntoma de esa ceguera es lo opuesto de la gracia y
la misericordia de Dios que la Palabra de Dios
presenta sistemáticamente desde el Génesis hasta
el Apocalipsis. El judío ortodoxo siempre estuvo,
y está ahora, decidido a lograr la salvación
obedeciendo la Ley de Dios. Hay algo en la
naturaleza humana que se niega a confiar en Dios
para la salvación y a confesar que no podemos
salvarnos a nosotros mismos.
Jesús estaba enseñando la importancia vital
de esta actitud de reconocer nuestra incapacidad
cuando enseñó la primera actitud que nos hace
entrar en el reino de los cielos, y nos convierte en
sal de la tierra y luz del mundo: “Bienaventurados
los pobres en espíritu” (Mateo 5:3). Y continuó:
“Bienaventurados los que lloran”. Al menos una
aplicación de esta segunda bienaventurada actitud
es que lloramos cuando aprendemos a confesar
que somos pobres en espíritu.
Otra dimensión de la autojustificación y la
ceguera espiritual de los judíos fue y es que están
convencidos de que, dado que están guardando la
31. Fascículo No. 31: Romanos, versículo por versículo (Tercera parte)
31
Ley y hacen lo correcto, es decir, buenas obras,
Dios les debe la salvación. Pablo concluye la
sección doctrinal de esta carta señalando que nadie
puede decir que le ha dado a Dios hasta un punto
en que Dios le deba algo (ver 11:35).
La misericordia es el atributo de Dios que
no permite que recibamos lo que merecemos.
Pablo, en los primeros cuatro capítulos de esta
carta, demuestra que no merecemos más que la ira
de Dios, que se manifiesta contra nuestra
injusticia. Cualquier cosa que no sea ira y
condenación divina es solo resultado de la
misericordia de Dios.
La gracia de Dios es el atributo que
derrama abundantemente sobre nosotros las
bendiciones de la salvación que no merecemos.
Dios hace su parte en nuestra salvación, ya que
usa todos los medios posibles para llevarnos al
punto en que oremos, como el publicano: “Dios,
sé propicio a mí, pecador” (Lucas 18:13).
Cuando oramos esa oración de
arrepentimiento, aplicamos la primera
bienaventuranza que Jesús enseñó que debemos
tener para poder ser sal de la tierra y luz del
mundo: ser pobres en espíritu. Una traducción de
la expresión “pobres en espíritu” podría ser ‘de
espíritu quebrantado’. En ese contexto, Dios desea
utilizar las consecuencias adversas de nuestras
vidas egoístas y egocéntricas para llevarnos a ese
quebrantamiento en el que confesemos que no
podemos por nosotros mismos y admitamos que
no podemos, de ninguna manera, salvarnos a
nosotros mismos.
La ceguera espiritual de los judíos hizo que
negaran su necesidad de la misericordia y la gracia
de Dios, y cerraran de esa forma la puerta de la
salvación para sí. Hay millones de personas en
este mundo que están decididas a salvarse por lo
que hacen o no hacen para ganarse su salvación.
Están convencidas de que pueden hacerlo, y
totalmente comprometidas a ganarse la gracia de
Dios.
Cuando Pablo formula la pregunta con la
cual comienza este capítulo, por segunda vez, lo
hace de forma diferente: “Digo, pues: ¿Han
tropezado los de Israel para que cayesen? En
ninguna manera” (Romanos 11:11). Al responder
esta pregunta por segunda vez, llega al corazón del
mensaje de este capítulo y de los dos capítulos que
lo preceden. En la segunda mitad de este versículo
11, comienza a presentar cinco razones por las
cuales Israel, como nación, volverá, un día, a ser
un pueblo devoto y decidirá ser el pueblo elegido
por Dios.
La primera razón para creer en la
restauración espiritual de Israel es que la salvación
de los gentiles siempre fue planeada por Dios para
que tuviera como resultado la salvación de Israel:
“Pero por su trasgresión vino la salvación a los
gentiles, para provocarles a celos” (11).
Si usted conoce el Libro de Hechos, sabe
que, cuando Pablo entraba en una ciudad, siempre
iba primero a predicar a los judíos. Cuando los
judíos rechazaban su predicación —algunas veces,
persiguiéndolo duramente e incitando a toda la
ciudad a levantarse y perseguirlo— Pablo siempre
se dirigía a los gentiles y les predicaba su mensaje