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EL VISITANTE MALIGNO II
FERNANDO EDMUNDO SOBENES BUITRÓN
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EL VISITANTE MALIGNO II
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Diseño de portada: Fernando E. Sobenes Buitrón.
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Todos los derechos reservados.
Registro en la oficina nacional de derechos de autor
De la República Bolivariana de Venezuela.
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DEDICATORIA
“A mi familia. Al amor de mi vida: mi amada esposa y a mí adorado hijo.
Gracias por existir. Sin ustedes no soy nada…”
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AGRADECIMIENTO
A mi gran amor y compañera en esta aventura de vida, mi esposa; por su
comprensión y paciencia en los momentos en que me tuve que alejar,
adentrándome en los confines de mi mente para poder realizar esta obra.
Muchas gracias amada mía.
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TODOS LOS PERSONAJES SON FICTICIOS Y
ALGUNOS LUGARES SON PRODUCTO DE LA
IMAGINACION DEL AUTOR. EN CASO DE EXISTIR
ALGUNA SEMEJANZA CON LA REALIDAD, ES
COMPLETAMENTE CASUAL.
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PRÓLOGO
El sol anunciando el ocaso del día descendía lentamente en el horizonte de un cielo
completamente despejado inundando el firmamento con un matiz naranja, mientras se
ocultaba arrebatando la claridad de una jornada más que se aproximaba a su final; creando
una hermosa escena. Era la mano majestuosa e incomparable de la naturaleza que en su
infinita sabiduría, dibujaba una obra de arte para el deleite de los espectadores; quienes
contemplaban extasiados la maravillosa e imponente puesta del astro rey. Para algunos era
una obra divina y para otros simplemente un fenómeno natural. Pero eso no era importante;
lo evidente y trascendental, era que se encontraban ante un magnífico espectáculo de gran
hermosura…
En aquel momento, un niño de unos tres años de edad corría entusiasmado persiguiendo
a las palomas amontonadas en el suelo, mientras éstas huían tratando de eludir a su diminuto
acosador. Algunas emprendían el vuelo desplegando con rapidez sus alas blancas, grises y
negras, en tanto que otras caminaban raudamente tratando de evadir a su importuno visitante.
Esto duraba solamente unos segundos ya que las aves —habituadas a las personas— al
parecer sabían que siempre tendrían alguna visita de esos molestos gigantes que en lugar de
alimentarlas, disfrutaban asustándolas; pero luego de unos instantes aterrizaban retornando
al mismo lugar buscando algo de comida.
Aún permanecía mucha gente paseando en la plaza, tomando fotos y observando el
solemne lugar con admiración y devoción. En el centro yacía un formidable obelisco de
piedra de veinticinco metros de altura y trescientas toneladas de peso de color cemento oscuro
conocido como testigo mudo; solemnizando la crucifixión de san Pedro, el cual se hallaba
posado sobre un granítico cuadrado de color gris. En su cúspide, erguido de manera
imponente apuntando hacia el infinito, se encontraba el símbolo máximo de la cristiandad:
una cruz metálica que descansaba sobre una estrella de doce puntas, cuya base era un adorno
semejante a copas invertidas y soportada por una estructura metálica adherida al pétreo
monumento. En ambos lados a treinta metros de distancia, podían observarse dos fuentes de
piedra de forma circular que contaban con tres niveles de altura y destacaban por la belleza
de su diseño. Desde sus cúspides fluía constantemente el líquido cristalino derramándose
hacia la parte inferior realzando fastuosamente su esplendor. Ambas centraban la atención de
los visitantes, principalmente de los creyentes quienes las fotografiaban deseando poder
guardar un recuerdo de su presencia en ese sitio tan especial, que los envolvía en un aura de
religiosidad y emoción, por encontrarse en el epicentro de la cristiandad debido a lo que
representaba para ellos. El venerado lugar estaba rodeado de columnatas constituidas por casi
trescientas columnas dóricas de trece metros de altura. Sobre éstas circundando la plaza, se
situaban las estatuas de ciento cuarenta santos, realizadas en los siglos XVII y XVIII. En la
parte frontal con seis metros de alto se elevaban imponentes las níveas efigies de: Cristo,
Juan Bautista y los once apóstoles, silentes testigos de excepción de toda la historia que
guardaba ese lugar y de la devoción de sus peregrinos. Durante generaciones miles de éstos
acudían allí con el fin de profesar su fervor a unos hombres ungidos por Dios como sus
representantes en la tierra, que imponían normas y designios según su iluminada percepción
y su comunicación con el Altísimo. Inmediatamente después, estaba la maravillosa basílica
de San Pedro con su famoso «Domo» creado por el inmortal Miguel Ángel.
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Exactamente al extremo opuesto como un cajón abierto desde donde desembocaban los
vehículos se hallaba la Vía della Conciliazione, con medio kilómetro de longitud. Única ruta
de acceso vehicular al magno y venerado lugar ubicado en El Vaticano: pequeño enclave
rodeado por un muro de más de tres kilómetros de longitud y ocho metros de altura, que
servía como frontera entre Italia y la Santa Sede…
Vista desde el aire, la imponente obra del genial artista italiano Gian Lorenzo Bernini:
La Plaza de San Pedro con trescientos veinte metros de longitud y doscientos cuarenta de
ancho, mostraba dos especies de ganchos a los lados en forma elíptica. Algunas personas
decían que la configuración de la basílica unida a la plaza evocaba a un cuerpo humano: la
cúpula era la cabeza, la basílica el cuerpo y los arcos de la plaza: “los brazos abiertos de la
Santa Madre Iglesia que recibía amorosa a todos sus hijos”.
En el interior de una de las edificaciones se encontraba un amplio aposento con el techo
cubierto de frescos rememorando el Vía Crucis*. Las catorce estaciones desde que Jesús fue
condenado a muerte, luego en su trayecto hacia el cadalso y finalizando en la sepultura.
Aquellos históricos y trascendentales momentos estaban plasmados en un gran mosaico de
exquisita calidad, constituyendo una regia obra de arte. El piso elegantemente diseñado era
de mármol en forma de rombos de color marrón y beige; y relucía como un espejo, reflejando
todo lo que se encontraba sobre éste. Las paredes de color marfil se hallaban engalanadas
con retratos de los rostros de diversos papas y entre todas ellas, resaltaba un formidable e
imponente crucifijo de ébano de tres metros de altura en la parte central. En el espacioso
recinto se podía percibir una atmósfera de solemnidad y misterio. Parecía que los más de los
dos mil años de historia de la Iglesia Católica se encontraran emanando de aquellas pinturas,
flotando entre sus paredes y escurriéndose a través de las ventanas y resquicios de las puertas
tratando de alcanzar al resto de los mortales con esa sensación mística, tan especial y
poderosa.
En aquella cámara, ajenos a lo que sucedía en el mundo exterior estaban dos personas:
un sacerdote vestido de sotana negra con botones y fajín morado. Tenía en su cuello el
inconfundible cleriman blanco con una cadena dorada que terminaba en cruz, quien
permanecía en silencio sentado alrededor de una gran mesa rectangular tallada en madera de
color marrón oscuro. Contaba con cincuenta ycinco años de edad; de mediana estatura, calvo,
de tez blanca, nariz aquilina y lentes dorados. Era el monseñor Giovanni Bono, secretario
personal del Papa quien llevaba con éste más de quince años. Sobresalían en él sus ojos
castaños que poseían una mirada profunda. Algunos de los que lo conocían decían que: daba
la impresión de poder traspasar la mente de una persona. Había sido nombrado asistente
personal del actual Papa desde que Su Santidad fue ordenado cardenal. Doctor en derecho
canónico, se comentaba que: era el poder detrás del trono. Los cardenales lo veían con envidia
a la vez que respeto ya que era una influencia indiscutible en las decisiones del santo padre.
* El Vía Crucis o “Camino de la Cruz”: Hasta 1991 estaban consideradas catorce estaciones
que vivió Jesús desde el instante en que fue capturado hasta su muerte y sepultura. En ese
año Juan Pablo II promueve una reforma mediante la cual se le agrega otra etapa que
contempla la resurrección de Cristo aparte de algunas modificaciones en el desarrollo de
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los acontecimientos que tradicionalmente se venían observando, quedando de esta forma
en quince estaciones…
A la izquierda del religioso estaba un hombre de unos sesenta años: alto, delgado y de
ojos verdes que sobresalían en su rostro trigueño; cabello corto y canoso. Vestía un traje y
corbata de color azul oscuro, camisa celeste y una diminuta cruz dorada en la solapa
izquierda, quien observaba con atención las imágenes en su ordenador personal tipo Tablet.
Éste finalizó de revisar su dispositivo electrónico y dirigió la vista hacia el religioso.
El prelado se retiró los anteojos y sin darles importancia, empezó a limpiar los cristales
con una pequeña tela azul. Como si tratara de darse tiempo de pensar en lo que quería decir.
Luego volvió a colocarse las gafas y se dirigió a su interlocutor:
—Es necesario que podamos tener la certeza de lo que aconteció en ese pueblo de los
Estados Unidos a nuestro querido hermano Piero Rivetti y a los otros sacerdotes, que
lamentablemente fallecieron y se encuentran en el regazo de nuestro amado Señor. Tengo la
orden de Su Santidad de autorizar que le sean proporcionados todos los recursos necesarios
para aclarar este asunto; y demostrar si estos luctuosos hechos fueron producto de actos
irracionales cometidos por el hombre, o de alguna manera, estuvieron influenciados por la
presencia nefasta del mal encarnado en el infame y abyecto Satanás.
—Su Santidad— continúo hablando el sacerdote— al igual que el resto de los cardenales,
no tienen duda que en este terrible caso está claramente de manifiesto la infausta y maligna
actuación de las fuerzas contrarias a la fe en Cristo. Estamos convencidos de ello. Más es
necesario tener una prueba fehaciente con la finalidad de disipar dudas, y poseer un caso de
referencia real y evidente de la presencia del demonio entre los hombres. Pero aún es más
importante; demostrar a quienes dudan o carecen de fe que están equivocados, y hacerles
entender sobre la fundamental misión de nuestra Iglesia para salvaguardar las almas de los
fieles.
Su interlocutor era Roberto Missarelli. Hombre católico, abogado, egresado de la
Universidad de Roma, especialista en derecho penal y experto en seguridad; además de
poseer una amplia experiencia en materia de investigación criminal. Natural de Milán, Italia,
hablaba además del italiano: inglés, francés y latín. Culminó sus estudios con honores en la
Scuola di la Polizia di Stato, tuvo la oportunidad de especializarse en Scotland Yard y en el
FBI. Después de una carrera exitosa de veinte años en la policía criminal italiana y diez años
como director del Servicio Vaticano de la Policía Italiana, se había retirado y ejercía la
práctica del derecho. Además se desempeñaba como asesor de la ciudad de la cristiandad en
asuntos policiales y todo lo relacionado con seguridad; lo cual implicaba lo concerniente a
investigación criminal, protección e inteligencia. Gozaba de un gran prestigio y el respeto de
Su Santidad y gran parte del cuerpo cardenalicio —aunque no la simpatía de todos—. Fue
designado por el anterior Vicario de Cristo en el caso de los abusos sexuales cometidos por
sacerdotes católicos ocurridos en Irlanda durante varias décadas, con la finalidad de
investigar a los religiosos que estuvieran implicados y hallar a los responsables; pero de una
manera en la que “no perjudicara a la Santa Madre Iglesia”. Sus empleadores esperaban que
el doctor Missarelli, producto de su fe en la Iglesia Católica, actuara de una manera
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“adecuada” con la finalidad de evitar escándalos que lesionaran de alguna manera la
menguada imagen del clero. Pero craso error. El entonces director era en verdad un fiel
devoto y cristiano practicante pero además, un experto y excelente policía quien cumplía su
trabajo de manera brillante y objetiva; siempre había obrado con honestidad y
profesionalismo. Luego de una investigación conjunta con la policía irlandesa, presentó un
informe tan demoledor que al santo padre no le quedó más remedio que solicitar la renuncia
de algunos obispos y otros sacerdotes, que obraron de una manera “impropia e inconveniente,
no acorde con la labor sacerdotal”. Pero la verdad era que en la mayoría de los casos, se había
cambiado de ubicación al clérigo implicado, enviándolo a que continuase con su “misión
pastoral” a otras latitudes con la finalidad de aplacar “las molestias de las presuntas víctimas
de dichas conductas desafortunadas”. Únicamente en los casos donde la opinión pública
ejerció mayor presión, el sucesor de san Pedro se vio forzado a retirar al infractor. El asesor
y el arzobispo se habían visto en varias ocasiones; en algunas ceremonias y otras actividades,
pero nunca tuvieron ocasión de conversar. El abogado observaba al sacerdote en silencio.
Miraba esos ojos castaños que lo escudriñaban con suspicacia. Sin duda se hallaba ante una
persona muy sagaz que además, contaba con el máximo respaldo lo cual lo hacía peligroso
para quienes osaran contradecirlo. Conseguir una cita con el monseñor Bono era casi tan
difícil como obtenerla con el Papa, y ahora se hallaba frente a él. Sabía que por la gravedad
de la situación, había sido elegido por el mismísimo vicario de Cristo para lidiar con este
asunto.
—Doctor Missarelli—continuó el prelado—Como usted sabe esto se debe guardar en el
más absoluto secreto y toda la información así como los resultados que obtenga, me los
deberá entregar directamente. Nadie absolutamente, debe conocer el producto de su
investigación. Estoy completamente seguro que contamos con vuestra discreción.
—De eso no tenga duda monseñor—contestó Roberto—Todo lo que averigüe lo guardaré
en la más absoluta reserva. Tiene mi palabra.
—Muchas gracias doctor Missarelli, no esperaba menos de usted. Bueno, iba a mostrarme
la información que ha obtenido…
—Así es monseñor—respondió Roberto—. Tengo la grabación que se tomó del lugar
donde acaeció la muerte del padre Rivetti. Pero permítame advertirle que las imágenes son
bastante elocuentes y desagradables.
—Descuide doctor. Muéstreme todo lo que ha recabado y así podré informar a Su
Santidad en detalle.
El asesor accionó su Tablet y simultáneamente se encendió una gran pantalla al fondo del
salón empezando a reproducirse el video. Ambos permanecieron en silencio mientras
observaban las imágenes.
—Doce de noviembre de 2011. Lago Feliz, Florida, Estados Unidos de América. Iglesia
de Lago Feliz 07.00 horas — dijo una voz invisible masculina en italiano proveniente de la
grabación.
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En la escena se apreciaba a un vehículo Ford modelo Taurus, color verde oscuro del año
2010 registrado a nombre de: Josh Miller, párroco de dicha iglesia. Estaba estacionado cerca
de la entrada principal del templo, con la portezuela del lado del conductor abierta. El video
continuaba acercándose hacia una puerta lateral blanca de madera que conducía a la oficina
eclesiástica. En la entrada se hallaban dos personas cubiertas de pies a cabeza con trajes
protectores plásticos de color amarillo, guantes quirúrgicos y máscaras de seguridad
transparentes que escudaban por completo sus rostros; en la parte inferior remataban con un
filtro de aire que los salvaguardaba de cualquier emanación peligrosa. En el instante que
franquearon la entrada, fueron recibidos por un enjambre de moscas emitiendo un ruido
infernal que por un instante oscureció el lente de la cámara, como si se tratase de una nube
negra, espectral y aterradora. Era la bienvenida al horror, a la locura y la muerte. Uno de los
hombres sacudió sus manos tratando de espantar al ejército de insectos y luego encendió el
interruptor de la luz. El sacerdote quedó asombrado y estremecido por el dantesco
espectáculo de las pavorosas imágenes que cobraban vida ante sus ojos…
La oficina estaba completamente destrozada con los cuadros de las paredes sobre el piso
de mármol, destruidos y salpicados por una sustancia de color rojo que al parecer era sangre.
El escritorio se encontraba de cabeza y el monitor de la computadora se apreciaba destruido
sobre el suelo, al igual que la impresora multifuncional y las hojas blancas esparcidas por
todo el lugar, rociadas con ese siniestro líquido rúbeo. En uno de los rincones de la estancia
descubrieron un pedazo de tela de color negro que uno de los investigadores tomó con unas
pinzas. Lo realmente horrendo era que estaba adherido a un resto humano con sangre seca,
colmado de larvas y otra fauna cadavérica. El sillón lacerado en el espaldar, presentaba varias
rasgaduras como si unas manos hubieran tratado de aferrarse a éste, desgarrando el cuero y
destrozándolo. Alguien que no supiera que se trataba de un ambiente de la iglesia, hubiera
imaginado que se hallaba en una carnicería, un matadero. Una de las personas con el traje
plástico se acercó al sillón y con una herramienta comenzó a hurgar entre las rasgaduras del
mueble. La cámara tomó un acercamiento del hallazgo, mientras la otra persona extraía el
objeto del asiento y lo mostraba al lente. El arzobispo Bono no pudo resistir el
estremecimiento que sintió al comprobar que era una uña humana la cual; producto de la
fuerza con que quiso sostenerse, se había desprendido del dedo que la soportaba. La toma
hizo otra aproximación aún mayor de las rasgaduras en el espaldar y con espanto se podía
ver que algunas de las uñas aún se hallaban incrustadas y conservaban pedazos de dedos; de
carne verde oscura infestada de parásitos debido al avanzado estado de putrefacción.
El espejo de cuerpo entero del despacho estaba manchado de ese fluido carmesí, cual si
hubiera sido esparcido por un atomizador; las gotas y demás salpicaduras de esa sustancia
oscura se hallaban invadidas de enormes cucarachas marrones y hormigas, en tanto que las
moscas volaban a su alrededor. Empezaban en el piso y continuaban subiendo por la pared
en forma de chorro llegando hasta el techo que se situaba a unos tres metros de altura. A sus
pies, restos de excremento seco mezclados con la sangre reposaban formando un charco
asqueroso y aterrador, en tanto que los insectos plagaban el lugar con ese zumbido diabólico
luchando por obtener algo del espeluznante y nauseabundo alimento. Era una especie de nube
oscura hambrienta de podredumbre que colmaba a los espectadores aún más de repugnancia
y consternación. Al mirar el piso con mayor detalle, se podía observar un crucifijo
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chamuscado de madera, partido por la mitad. Cerca de éste, yacía la mancha de una masa
amarillenta y rojiza, lo cual hacía suponer que eran rastros de regurgitación y por varios
recodos se visualizaban retazos de esa tela de color negro adherida a restos humanos.
Una gran huella roja de arrastramiento desde la oficina hacia la nave principal de la
iglesia, indicaba que un cuerpo fue halado a dicho recinto. Roberto presionó el botón de pausa
de la filmación.
— ¿Se siente bien monseñor? ¿Desea continuar?— Preguntó al sacerdote que se había
tornado blanco como la nieve. — ¿Quisiera un vaso con agua?—.
—No, no…—respondió el obispo afectado por las imágenes que veía mientras extraía un
pañuelo del bolsillo de su pantalón y lo pasaba sobre su frente perlada de sudor—prosiga por
favor…
El video continuó reproduciéndose y mostraba la imagen siguiendo las huellas de esos
surcos rojos por el pequeño pasillo que conducía a la entrada de la nave central de la Iglesia.
El monseñor Giovanni Bono, no estaba preparado para ver aquello. Sentía que un manto
congelado se había posesionado sobre su nuca cubriendo su espalda y hombros causándole
un leve temblor, mientras el resto de su cuerpo era invadido por el espanto y una sensación
de vértigo sacudió su cabeza. Sobrecogido, a duras penas lograba contener las arcadas…
Las escalofriantes vistas mostraban que alguien muy trastornado, una mente cruel y
macabra había decorado las bancas de la iglesia con diversos restos humanos. En primera fila
sobre los asientos, estaban diseminadas unas vísceras así como otras partes orgánicas. El piso
se hallaba manchado de aquel siniestro líquido por diferentes lugares mostrando cómo dicha
humanidad fue deslizada dejando a su paso restos de piel, músculos y algunos huesos. La
cámara giro ciento ochenta grados enfocando el altar. Las efigies de Cristo en la cruz así
como la Virgen y María Magdalena yacían destrozadas en el suelo, cubiertas de sangre,
sabandijas y otras partes humanas. A unos metros de las estatuas destruidas, se podía
reconocer una mano arrancada con brutalidad del resto de la extremidad que la sostenía así
como algunos dedos, dos costillas unidas por parte del esternón, e inclusive un muslo
desgarrado. Al ascender un poco la cámara enfocó un extraño objeto que ocupaba el lugar
donde estuvo la cruz; se hallaba teñido de colores vino tinto y marrón, aparentando ser sangre
seca y en principio no se diferenciaba bien de qué se trataba. Uno de los criminalistas
encendió una linterna dirigiéndola hacia el hallazgo mientras la filmadora hacía un
acercamiento. En ese instante se pudo apreciar con nitidez el objeto en cuestión. En uno de
los clavos que antes soportara la efigie del crucificado, fue encajado cual alucinante trofeo,
un resto humano. Era la cabeza del padre Piero Rivetti, invadida por los bichos, que aún
permanecía ligada al cuello de donde sobresalía parte de la tráquea, arterias y jirones de
músculos. Una mano enguantada apareció en la imagen comenzando a espantarlas y
permitiendo observar en detalle el horror de aquella visión de pesadilla, que daba un toque
brutalmente feroz al tétrico espectáculo que tenían frente a sí.
La colonia de alimañas había iniciado su trabajo dándose un festín con la cabeza del
sacerdote carcomiéndola en varias partes. Algunas áreas presentaban un atroz color verde
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oscuro y púrpura que mostraba el proceso natural del deterioro corporal que viene luego de
la muerte. La boca entreabierta enseñaba los labios inflamados y consumidos por la fauna
cadavérica. De esa cavidad brotaban como un vómito tétrico algunas cucarachas y hormigas
que uno de los investigadores se apresuró a retirarlas. Al sacerdote le habían arrancado la
lengua así como parte de la piel de los pómulos, la frente y el mentón. Una porción de los
bigotes y la barba se encontraban mezclados con los restos de la piel chamuscada y derretida,
como si fuera una bolsa de plástico. Parecía que le hubiesen arrojado algún tipo de agente
corrosivo convirtiendo su rostro en una máscara abominable y de pesadilla. Le faltaba la
nariz y en su lugar, estaba un hueco triangular surcado verticalmente por el tabique. La oreja
izquierda había desaparecido y la derecha rasgada, presentaba una herida similar a una
mordida. No obstante, para sorpresa de los investigadores, los ojos del exorcista se
encontraban enteros. De forma inusitada no fueron vulnerados por su verdugo ni los insectos.
Daba la impresión que el ejecutor hubiese querido que su víctima observase todas las
atrocidades a las que estaba siendo sometido. Los ojos apagados y exangües en el destruido
rostro, sin párpados ni piel alrededor, hacían que la cabeza luciera mucho más aterradora e
intimidante. La cara de Rivetti se hallaba orientada hacia adelante, con dirección a la entrada
del templo como si pudiera atravesarla con la mirada y llegar al horizonte. Tratando de buscar
algo o alguien que llegara en su ayuda; en una mueca de pavor y angustia suplicando por el
auxilio y la misericordia que no pudo alcanzar…
Sin previo aviso se oyó un ruido y al voltear Roberto se percató que el obispo había caído
de su silla. Enseguida detuvo la película y se levantó a socorrer al sacerdote quien yacía
tendido sobre el piso desmayado, debido a la impresión de esas imágenes infernales que tuvo
que presenciar.
—Monseñor, monseñor—dijo el experto—agachándose al lado del prelado quien estaba
pálido y sin reaccionar.
El asesor procedió a desabotonarle el cuello de la sotana, aflojándole el cleriman para
ayudarlo a que respirase mejor. El eclesiástico se encontraba sudando y había abierto los
ojos. Respiraba por la boca mientras temblaba.
— ¡Monseñor Bono! —Empezó a sacudirlo del brazo tratando de hacerlo reaccionar—
¿Cómo se siente? ¿Quiere que llame al médico para que lo revise?—preguntó el asesor
preocupado por el estado del religioso. — ¿Desea un poco de agua?— le dijo mientras lo
ayudaba a reincorporarse.
—No. No llame a nadie, por favor…—respondió el clérigo—le agradecería que me diera
un poco de agua. Me encuentro mareado.
Roberto sirvió un vaso con agua de la jarra de vidrio que se hallaba sobre la mesa,
acercándoselo al obispo quien lo bebió de un solo trago.
— ¿Se encuentra mejor monseñor? ¿Desea que continuemos luego?
—Estoy bien doctor Roberto. —Respondió el prelado reponiéndose— Estoy bien.
Muchas gracias por ayudarme. Es necesario que continuemos con la reunión ya que debo
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informar a Su Santidad. Esas son sus instrucciones, pero por favor…, se lo ruego. Ya no
deseo ver más esa grabación. Solo quisiera que concluya con la información que tiene hasta
el momento.
—Pues bien monseñor, me alegro que se encuentre mejor. Si usted insiste, voy a
proseguir. Luego del hallazgo del cadáver del padre Piero Rivetti, se procedió a su
levantamiento y traslado al departamento de patología forense efectuándose la necropsia de
rigor para determinar la causa de muerte. Se estableció que la razón del deceso fue por
desprendimiento de la cabeza desde la base del cuello, es decir: decapitación. El cuerpo
presentó además…
—Pero—lo interrumpió el sacerdote— ¿Dice usted que falleció decapitado? ¿Y qué pasó
con el estado del cuerpo? ¿Con las imágenes que vimos de sus partes diseminadas por todo
el lugar? ¿Le cortaron la cabeza luego de torturarlo? ¿No falleció durante todo ese suplicio?
No entiendo a qué se refiere cuando dice que la causa de la muerte fue la decapitación, eso
es imposible. Usted vio la condición en que fue hallado el cadáver de Rivetti. La cantidad de
sangre que había en la oficina… ¿Cómo pudo ser que después de soportar toda esa… ordalía
sádica y diabólica haya continuado con vida? ¿Es eso posible?
—Lamentablemente monseñor—respondió el abogado—el padre Rivetti recibió todas
esas heridas, mutilaciones y demás vejámenes estando con vida, según el estudio forense. De
hecho se comprobó que presentó desgarre anal lo que indica la existencia de violación: le
introdujeron un objeto que destrozó su esfínter perforando el recto, intestino delgado y colón,
llegando hasta el estómago y al final de todo el tormento, su cabeza fue arrancada de raíz. Es
como si una fuerza muy poderosa lo hubiera sujetado desde el cráneo y halado; logrando el
desprendimiento de la nuca y la columna vertebral…además, entre los dientes y garganta se
hallaron residuos de sus órganos sexuales…
— ¿Qué…qué… está diciendo doctor?—balbuceó conmocionado el prelado— ¿residuos
de sus órganos sexuales…? ¿A qué se refiere…? ¿Acaso le cortaron sus órganos y los
introdujeron en su boca…? ¿En la garganta?; ¡Pero, qué locura es esta!…
—El resultado médico legal arrojó que al padre Rivetti, le arrancaron el pene y los
testículos forzándolo a comerlos. De hecho, se encontraron partes de esos órganos dentro de
su estómago y en los restos hallados sobre el piso de la escena del crimen. En verdad lo
lamento sobremanera.
— ¡Dios santísimo! ¿Quién pudo haber hecho algo tan aterrador? ¿Cómo alguien o algo
se regocijarían al ejecutar tamaña monstruosidad? Tanta locura, tal sadismo. No puede
ser…eso es imposible… —repetía el religioso— ¿Quién pudo ser capaz de tanta crueldad?
¿Por qué hacer sufrir de esa forma a un ser humano?...
—Esto tiene que ser obra del mal, de un ser de pesadilla; enemigo de la cristiandad,
enemigo del hombre; de la raza humana quien cebó su pernicioso instinto con el pobre padre
Rivetti. No hay otra explicación posible. —Continuó hablando Bono—Esta muerte, este tipo
de asesinato… ¿Quién puede haber odiado tanto a Piero? Él viajó por el mundo llevando la
palabra del Señor y su mensaje de esperanza y salvación. Rescató a muchas almas y expulsó
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al demonio en diversos lugares. No es posible que haya muerto de esa manera
tan…escandalosa.
Ambos callaron, meditando por unos segundos hasta que el sacerdote tomó de nuevo la
palabra.
—Doctor Roberto: Por favor dígame con sinceridad qué opina. ¿Alguna vez había visto
algo similar?
—Monseñor: —respondió el experto— no puedo adelantar juicio de ningún tipo ya que
el resumen de la investigación lo recibí ayer por la mañana, yno he tenido el tiempo suficiente
para leer por toda la información debido a la premura de mi convocatoria. Sin embargo le
puedo decir que nunca vi algo tan terrible. La saña con que fue asesinado el padre Rivetti
hace pensar sobre un odio muy profundo ya sea hacia su persona o hacia la figura que él
representaba. En el informe post mortem se contabilizaron más de cien partes del cadáver y
algunas no han podido ser halladas, lo que no permitió reconstruir totalmente el cuerpo. De
igual manera se encontraron desgarres y marcas de diverso tipo que hacen suponer que se
utilizaron diferentes armas que le provocaron heridas punzantes, cortantes, penetrantes
además de múltiples contusiones. Hay muchas cosas en este homicidio que me parecen muy
extrañas. Hasta donde he podido apreciar, es sumamente difícil que una sola persona —miró
en los documentos que tenía en su poder y continuó hablando— Will Perrys, haya tenido la
fortaleza para realizar un acto de esta naturaleza. Es muypoco probable aunque nada se puede
descartar. Se debe tener en cuenta el carácter por demás sádico del perpetrador de este brutal
homicidio quien arrancó los párpados a su víctima para impedir que cerrara los ojos. Quería
que fuera testigo de toda la tortura a la que estaba siendo sometido. De igual manera, hasta
el momento no he visto en el informe policial si se halló algún resto de ADN o evidencia
física que ayudara a identificar al criminal. Este caso es muy extraño… — Se detuvo por un
momento y luego prosiguió— Eso me lleva a la pregunta. ¿Por qué la Iglesia ha esperado
tres años para llevar a cabo una investigación sobre estos casos?
El sacerdote comenzó a arreglarse el cuello y una vez más, pasó el pañuelo por el rostro
secando el sudor. Pensaba en lo que iba a decir al asesor.
—Doctor Missarelli: Como usted debe saber hay mucho interés en desacreditar la sagrada
misión de nuestra Iglesia. Hay grupos, sectas, amén de otros individuos que desean nuestro
desprestigio con la finalidad de hacer que reine la oscuridad y la zozobra entre los hombres
por medio de nuevas religiones y otras creencias. Aparte está el ateísmo que mantiene un
obstinado y constante empeño en desconocer nuestra capacidad de alcanzar a la humanidad
y hacerles llegar el mensaje de Cristo. Desgraciadamente estas fuerzas al parecer se han unido
a la cruzada del mal encarnada por el anticristo para desprestigiarnos y presentarnos de una
forma negativa en la sociedad. “El maligno” desea hacernos desaparecer para tener el campo
libre de acción y corromper a los hombres, en claro desafío a nuestro padre celestial. Nuestra
misión es la de conducir a las personas hacia la luz de nuestro Señor para lograr la salvación
de sus almas.
—Es verdad monseñor—intervino Roberto— Todo lo que me está diciendo es cierto, en
parte. Recuerde que no siempre algunos miembros de la iglesia se han comportado como es
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esperado, y han dado pie a que se produzcan todas estas circunstancias adversas que usted
menciona. Penosamente este tipo de situaciones ocurre con más frecuencia de lo que debería
ser. Es decir: no deberían existir conductas de esta clase que atenten contra la buena fe de las
personas. El trabajo del sacerdocio es un apostolado y por lo visto, algunos de sus integrantes
se han olvidado de ello. Por ese motivo monseñor, no sería extraño que algún afectado por el
trastornado comportamiento de un sacerdote, haya querido buscar venganza en el padre
Rivetti. Es lo de siempre: “justos pagan por pecadores”… por desgracia.
El prelado tuvo que hacer un gran esfuerzo para mantener la compostura y sentía que le
hervía la sangre al escuchar las palabras del asesor: « ¿Trastornado comportamiento? ¿Qué
se habrá creído este sujeto? —Pensó— que atrevimiento en venir a hablarme en esos términos
sobre nuestra misión, acerca de los miembros de mi Iglesia. Si no fuera por la orden de Su
Santidad, no estaríamos teniendo esta charla. En verdad que este señor no es como cualquier
otra persona, ni se amilana ante nada…» Respiró profundo y respondió:
—Es cierto doctor Roberto, es innegable la conducta equivocada y no acorde a nuestra fe
que ha sido llevada a cabo por muy pocos miembros de nuestra iglesia. Sé que usted tiene de
primera mano la información concerniente a dicho comportamiento—el sacerdote lo miró
con dureza—. Pero nuestra misión va mucho más allá de unos cuantos tropiezos, que de
ninguna manera mancillan nuestra labor. El verdadero cristiano sabe que puede confiar en su
Iglesia y que siempre estará con él para confortarlo y darle el apoyo que requiere ante
cualquier tribulación. La fe mi querido doctor, la fe en Cristo y en su Iglesia es lo que las
personas deben tener siempre presente. Esos “pequeños incidentes” no reflejan en realidad
el espíritu sacerdotal.
Roberto sintió que algo se trababa en su garganta y un sabor amargo en la boca al
percatarse del cinismo expresado en las palabras del religioso que le cayeron como un golpe
directo en el plexo solar: « ¿conducta equivocada?, —pensó— ¿no acorde con la función
sacerdotal?» Parecía que el arzobispo estuviera hablando de unos muchachos malcriados que
cometieron una chiquillada; rompieron un vidrio jugando al fútbol o no hicieron la tarea antes
de ir al colegio. En lugar de llamar a las cosas por su nombre. En su mente se agolparon los
recuerdos de la gran cantidad de aberraciones de índole sexual cometidas por esos
depravados. Aquellos pervertidos que se escudaban en el nombre Cristo para poder realizar
a sus anchas abominables actos en perjuicio de los niños que, al igual que sus familias,
inocentemente confiaron en ellos basándose en el amor a Dios. Las investigaciones que llevó
a cabo en Irlanda lo marcaron de un modo imborrable haciendo que se percatara de la
realidad de la religión que abrazaba, la cual estaba regida de una manera con la cual no
comulgaba pero respetaba. Tenía la esperanza en que algún día cambiaría todo ello y que la
Iglesia tomaría el verdadero rumbo que el Señor había trazado; pero ese no era el momento,
ni el lugar para discutir sobre lo que ocurría en la congregación. Fue llamado para una
investigación, por eso se encontraba ahí e iba a dedicarse de lleno a resolver este caso. En
ese momento era lo único importante.
—Disculpe monseñor. No deseo ser descortés, pero no ha contestado mi pregunta. ¿Por
qué han esperado tanto tiempo para llevar a cabo esta investigación?
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El sacerdote no estaba habituado a ser interrumpido ni interpelado de forma alguna. Tanto
tiempo en el poder lo acostumbró a ser temido y respetado. Nadie se atrevía a enfrentarlo
debido a su gran cercanía con el Papa y a la influencia que ejercía en él. Sin embargo, estaba
al tanto que la persona que tenía frente a él no cedía ante presiones de ningún tipo. Sabía que
Roberto Missarelli inclusive había renunciado al no querer “llevar a cabo las
recomendaciones papales” sobre el derrotero que debían llevar ciertas investigaciones que
implicaran a tal o cual obispo. Pero en vista a su capacidad profesional a regañadientes le
solicitaron que reconsiderase su renuncia y retomase sus funciones. Sin embargo el experto,
no aceptó volver a estar bajo las órdenes de la Curia Romana y solo accedió a desempeñarse
como consultor externo. Lo cual le daba la independencia que requería para llevar a cabo su
trabajo con imparcialidad y sin ningún tipo de presiones.
—Era necesario—respondió el arzobispo un tanto molesto— Que se permitiera
transcurrir algo de tiempo para hacer que el asunto se diluyera en la mente de las personas
del lugar donde ocurrieron esos trágicos eventos. Ese pueblo: Lago Feliz, es una próspera
comunidad en la cual era y es necesario preservar la tranquilidad de sus habitantes. Es bueno
tener en consideración que el tiempo es el mejor bálsamo del espíritu y sana todos los males.
Ahora usted tiene en sus manos las investigaciones que se realizaron en ese momento.
Comprenderá doctor Roberto, que fueron circunstancias muy dolorosas, tristes y violentas
para las personas de ese poblado. Es necesario tener en cuenta que el padre Rivetti era nuestro
más renombrado exorcista, poseedor de una carrera intachable. Las circunstancias tan
especiales de su muerte, habrían levantado muchas interrogantes lo cual no hubiera sido
bueno para nadie. De igual manera Su Santidad, en honor al inconmensurable trabajo del
padre Rivetti a lo largo de todo el tiempo que dedicó a rescatar almas de las garras del mal,
ha decidido empezar con su proceso de beatificación. Para esto es imperioso realizar una
labor investigativa que reafirme la extraordinaria devoción, honestidad, entrega, constancia
y sacrificio con la que el padre Piero Rivetti realizó nuestra batalla contra el demonio, durante
tantos años de devoción a nuestra Madre Iglesia.
—A propósito—continúo el sacerdote—Creo que le va a ser de mucha ayuda el contacto
que tenemos en Estados Unidos y estuvo a cargo de las investigaciones sobre las muertes en
Lago Feliz. Es posible que usted lo conozca doctor Missarelli. Se trata del señor Burt Nielsen,
es el comisionado de policía. Quizás sería bueno que hablara con él.
—Si lo conozco —respondió Roberto—gracias por su recomendación.
El sacerdote abrió un pequeño estuche de cuero marrón que se hallaba sobre la mesa y
extrajo un dispositivo electrónico de color blanco tipo pen drive con una cruz dorada y se lo
entregó al asesor diciéndole:
—Doctor Roberto, aquí tiene algunos detalles adicionales sobre este asunto que podrían
serle de utilidad. Puede contactarme a cualquier hora del día o de la noche. Allí encontrará
mi número de teléfono móvil privado y el de mi despacho. Si necesita cualquier cosa, no
dude en hacérmelo saber. Espero tener noticias suyas lo más pronto posible.
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Luego de esto el secretario papal se puso de pie, ante lo cual el experto hizo lo propio y
estrecharon las manos mientras el clérigo dijo:
—Que Dios lo ayude doctor Missarelli, lo proteja, acompañe y permita aclarar todo este
triste asunto. Su Santidad, y mi persona oraremos para que pueda cumplir con éxito esta
misión.
—Muchas gracias monseñor—respondió el asesor—lo mantendré al tanto de todo lo que
acontezca.
El religioso se retiró mientras el experto volvió a tomar asiento permaneciendo por unos
instantes en el salón. Empezó a observar en su ordenador portátil la imagen congelada del
video que mostraba el rostro masacrado del exorcista. En esos ojos inertes y opacos trataba
de encontrar algún indicio, alguna señal que le ayudará a comprender lo que había
transcurrido en ese lugar.
— ¿Qué fue lo que en verdad le sucedió padre Rivetti?— preguntó— ¿Quién le hizo tanto
daño?
Apagó el dispositivo electrónico guardándolo en su maletín junto con el pen drive blanco
y se levantó del asiento disponiéndose a retirarse del salón de reuniones. Aproximándose a
la solemne cruz flexionó la pierna derecha arrodillándose y persignándose ante la estatua del
moribundo, cerrando los ojos y musitando una plegaria: «Dios mío; ayúdame en esta tarea
que me han encomendado. Cúbreme con tu amor y protégeme de toda la maldad que nos
rodea. Te lo suplico Señor, amén». «Padre nuestro, que estás en…»
Así continuó postrado, tratando de hallar algo de serenidad por medio de la oración. Una
vez que concluyó su rezo, respiró en profundidad irguiéndose, e instintivamente alzó la vista
para observar el techo. Las imágenes de Cristo en medio de la muchedumbre siendo flagelado
y luego llevado hacia el calvario lo conmovieron en grado extremo colmándolo de tristeza.
Era sorprendente el realismo con el que pintaron esas figuras. El dolor y la angustia del
torturado así como la crueldad y sadismo de su verdugo eran impresionantes. El artista que
hizo las pinturas había logrado transmitir todo ese cuadro de sufrimiento de una manera tan
real que parecía sobrenatural. Era tal el grado de perfección de las imágenes que el experto
no pudo evitar sentir un escalofrío al contemplarlas. Se sentía estremecido al ver el rostro de
Jesús camino al Gólgota llevando desfalleciente el madero sobre sus hombros; con la cabeza
coronada por espinas, semidesnudo y el cuerpo tinto en sangre, cubierto de heridas y mugre.
Su rostro ojeroso, exhausto, dolorido y cadavérico lo miraba desde arriba proyectando una
lastimera súplica por ayuda, mientras el soldado romano sosteniendo el látigo flagelaba su
cuerpo con un gesto de enfermiza satisfacción. El fresco transmitía por completo el cuadro
desolador del horrible suplicio y agonía del nazareno. Desconocía de qué artista se trataba—
no se había establecido si se trataba de Miguel Ángel o Rafael Sanzio— o en qué época
fueron realizadas las pinturas; pero sin duda eran magníficas y parecía que de un momento a
otro cobrarían vida siendo capaces de descender al piso, trayendo consigo todo el horror de
ese episodio tan vergonzoso y triste de la historia de la humanidad. Cerró los ojos una vez
más y trató de escuchar en medio de la soledad de ese lugar lo que el mural de dolor y lamento
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intentaba comunicar. Imaginaba cómo debió haber sido ese momento tan ignominioso y
macabro que vivió Cristo. La traición, la tortura, la humillación, el desprecio y el esfuerzo
sobrehumano de llevar su cruz a cuestas hasta la cumbre de su cadalso. « Nadie pudo haber
tenido esa entereza y valor para soportar lo que Él sufrió» —pensó—. Prosiguió con los ojos
cerrados tratando de oír, intentando percibir a través del tiempo los gritos de la multitud: los
insultos y las burlas de los que rodeaban a Jesús en el camino hacia su tenebroso final. Luego
de ello abrió los ojos y dirigió su mirada hacia el techo por segunda ocasión. Pero la otrora
obra de arte se transformó en una pesadilla dantesca y diabólica en la forma de imágenes
escapadas de un escalofriante sueño. Se le hacía difícil mantener la mirada en esa escena de
desolación, violencia y crueldad. Bajó la vista dirigiéndola a las paredes detallando los
retratos de los papas que las adornaban. Sin percatarse, empezó a sentir un estremecimiento
y un leve vértigo, causando que el recinto oscureciera. Todas las efigies empezaron con
lentitud a moverse y el crucificado que hacía unos segundos se hallaba con la cabeza
recostada hacia abajo la enderezó lentamente, mirándolo de una forma escalofriante y
mostrando una sonrisa macabra, mientras que el resto de los retratos lo observaban abriendo
sus bocas deformes creando horridas muecas de agonía. Sentía como la sangre se congelaba
en sus venas mientras el salón comenzaba a girar al tiempo que el piso se movía a sus pies
intentado hacerlo caer. Pero eso solo duro un momento; una vez más cerró los ojos y sacudió
la cabeza tratando de reaccionar. Luego de esto todo volvió a la normalidad. Con cierto temor
volvió la vista hacia el techo percatándose que las pinturas continuaban inmóviles así como
todo lo que se hallaba a su alrededor. Sin dudarlo, Roberto se encontraba afectado por el
video y la información sobre la muerte del sacerdote.
La forma en que fue brutalmente martirizado y ultimado no la había podido aún asimilar
del todo. La noche sin dormir y haber tenido que leer ese informe tan terrible y lóbrego lo
cansaron física y anímicamente. Un poco sobrecogido se dirigió hacia la puerta de salida sin
mirar atrás. Quería irse de ese lugar en el que podía percibir que algo estaba tras él
acechándolo. Sentía que tenía los ojos de miles de demonios y fantasmas observándolo desde
atrás, amenazando y aguardando a punto de abalanzarse sobre éste. Era la intuición de que
algo terrible e inexorable iba a suceder. Y no se equivocaba…
——————oooooo——————
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PRIMERA PARTE:
RECUERDOS
“Los fantasmas y demonios existen, pero solamente tú los puedes ver y sentir. Habitan
en tu cabeza, acechándote hasta el día de tu muerte… o quizás más allá”
El autor.
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CAPÍTULO I
La luna teñida de rojo, se asomaba esporádicamente en medio del manto oscuro de la
noche envolviendo todo con un halo de misterio y suspenso. Las nubes, unas grises y otras
negras, desfilaban con lentitud a través del cielo ocultándola y tímidamente se dejaba mostrar
como si temiese ser vista por los pequeños e insignificantes seres que desde muy abajo la
contemplaban. Algunos con romanticismo, otros con temor y angustia. El viento soplaba con
fuerza y las copas de los árboles se estremecían agitadas por la fuerza incontrolable de la
naturaleza. Se balanceaban llevando a cabo una danza siniestra y sepulcral que contribuía
con hacer aún más lúgubre la noche. El sonido del vendaval al atravesar los arbustos creaba
un aullido espeluznante, de otro mundo. Era una orquesta macabra interpretando una sinfonía
tétrica, acompañada de un coro diabólico que los hacía ir y venir de un lado a otro,
meciéndose de una forma fúnebre y sobrenatural…
Era el preciso instante en que las fuerzas del mal; criaturas escalofriantes, despertaban y
se filtraban a través de las tinieblas irrumpiendo en la tierra para dar rienda suelta a sus
pavorosos deseos. Había llegado el momento en que los fantasmas escapan de sus sepulcros
y escondites para acechar. Cuando los demonios se escabullen del averno deseosos de placer
maléfico para regodearse de su concupiscencia, depravación y sadismo con el que amenazan
apoderarse de las personas trayendo consigo el juramento de lo profano, maldito y
despiadado. Es la ocasión exacta en que todos los seres de pesadilla inimaginables se
despiertan ávidos de presas para emboscar, aterrorizar y poseer. Ellos observan y aguardan.
No hay lugar dónde esconderse y lo único que queda es huir, escapar a toda prisa. Correr
hacia cualquier lado: alejarse, alejarse... Lo más urgente e importante es apartarse de aquello
que hace secar la garganta, erizar los vellos, pasmar la piel y temblar de pavor. Es el espanto
que causa lo desconocido y acelera la respiración; agita el corazón, pone el alma en vilo
causando un sudor frío que aflora en el cuerpo ante la presencia de lo inesperado y
sobrenatural, de la inminencia del peligro. De eso que no se puede ver ni tocar pero se sabe
que existe y que está allí. Es el pánico que trae la noche cuando se tiene la certidumbre de
que es la puerta de entrada para que arriben esas entidades encargadas de hacer la vida
miserable a su víctima. Pero lo más terrible es no saber qué hacer ni a quién acudir para pedir
ayuda; ni hacia dónde dirigirse, ni dónde ocultarse. Porque el pobre ser escogido por esos
hijos del horror, tiene la convicción de que lo encontrarán, atraparán y le harán cosas
inenarrables que van más allá de la angustia; del sufrimiento y de la muerte. Lo único que
desea es marcharse de allí sin mirar atrás. No quiere ver qué espanto es el que le persigue; ni
en qué lugar, ni cómo lo atrapará, ni por dónde vendrá el primer golpe…
El niño se encontraba solo en medio del bosque, era un lugar del cual no recordaba haber
estado pero sin embargo lo reconocía; le era familiar y sabía por dónde debía ir. Tenía puesto
unos pijamas de color azul y calzaba unas sandalias de color blanco. Su cabello castaño
oscuro se movía agitado por el viento y sus ojos del mismo color intentaban atravesar las
tinieblas que tenía alrededor. Miraba sorprendido y confundido el sitio donde se encontraba
tratando de entender cómo había llegado allí, y buscaba la forma de regresar a su hogar. Por
unos instantes permaneció inmóvil y estremecido ante el espectáculo de la pavorosa soledad
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que lo rodeaba. Luego empezó a caminar entre los arbustos, mientras una ligera bruma cubría
el lugar de forma progresiva, acentuando lo tétrico de la situación. Haciéndola aún más
misteriosa, fantasmal y… terrible.
Prosiguió andando por un sendero que se abría entre la vegetación. De tanto en tanto
volteaba la cabeza mirando hacia atrás, atemorizado por las sombras de la noche y con la
terrible certeza de que algo estaba tras él siguiendo sus pasos, amenazándolo y esperando el
momento oportuno para atacarle. El aroma a pinos y humedad inundaba el entorno mientras
la luz de la luna iluminaba a duras penas la senda en el medio de la niebla. Los chirridos de
los grillos se oían intermitentemente a la par del chasquido de las ramas y las hojas chocando
entre sí. Continuó avanzando tratando de hallar la ruta a casa, con la prisa que le permitía la
pavorosa penumbra y el miedo que embargaba sus sentidos.
Sentía que su corazón latía con frenesí como la carrera de un galgo enloquecido. Presa
del pánico aceleró la marcha mientras el viento aumentaba su fuerza, emitiendo un rugido
diabólico al pasar entre el bosque. Era un pandemónium de sonidos donde miles de lamentos
y voces adoloridas se confundían creando un ruido atroz, un silbido de ultratumba que calaba
en lo más profundo de su alma.
Repentinamente el ventarrón cesó y el lugar quedó en calma. Había una quietud que
nunca experimentó durante sus cortos años de vida. No se escuchaban más el chirrido de los
insectos ni el aullar del viento. Era la ausencia total de todo tipo de ruidos en medio de la
naturaleza que volvían el bosque sobrenatural y si era posible; más enloquecedor. Se trataba
del abrumador sonido del silencio que acentuaba la horrenda realidad de su soledad. La
neblina comenzó a despejarse lentamente y el niño detuvo su marcha. Pudo percibir que
existía algo; levantó sus ojos al cielo y asombrado constató que la luna se encontraba estática,
al igual que las nubes. El baile siniestro de los árboles había concluido, así como el
movimiento de las ramas y hojas estremecidas por la brisa. Todo se hallaba inmóvil,
paralizado. Daba la impresión de que se encontrase dentro de una pintura y lo único con vida
fuera él.
Reanudó el camino. En aquel momento apenas podía escuchar sus pasos sobre la tierra y
el follaje. Algunas veces el crujir de una rama bajo su peso o el sonido de sus sandalias al
tropezar con alguna piedra. Sin embargo ahora sentía; intuía que había algo más. De nuevo
se detuvo. En ese punto, pese a la quietud, tenía la seguridad de que no se hallaba solo. Un
estremecimiento atravesó su cuerpo de la cabeza a los pies y sintió como si mil alfileres se
clavaran a su nuca desplazándose como una descarga eléctrica a través de su espalda. En esa
siniestra quietud y escalofriante soledad un extraño ruido empezó a escucharse en la
distancia. Giró en redondo tratando de atravesar la lobreguez con la mirada hacia el lugar
desde donde provenía ese sonido pero su intento fue vano, ya que el barullo cesó. Otra vez
emprendió la marcha al igual que el rumor de “eso” que lo venía persiguiendo: « ¿Es algo
que se arrastra?—se preguntó— ¿quizás unos pasos o un murmullo? ¿Será acaso mi
imaginación? ¿Un animal?...» no obstante, aún no podía distinguirlo con claridad. Una vez
más pausó su marcha y por tercera ocasión el susurro cesó. La macabra situación se había
tornado en un juego avieso. Tratando de sobreponerse al terror que lo embargaba, cogió una
rama del piso y se volvió para hacer frente a eso que lo venía acosando.
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— ¿QUIÉN ESTÁ ALLÍ…? —gritó, tratando de darse valor…
La completa ausencia de cualquier tipo de sonido o rasgo de vida fue la respuesta que
obtuvo. Con ambas manos sujetaba con fuerza la rama que terminaba en punta como si fuese
una espada lista para atacar y la dirigía hacia el lugar de donde creía que provenía ese rumor,
que aún no reconocía.
Estaba a punto de voltear para retomar la marcha, cuando en un instante proveniente de
la oscuridad saltó algo que cayó pesadamente, a un par de metros de donde se encontraba y
por fin pudo ver —para su pesar— aquello que le hizo abrir los ojos más de lo normal y lo
solidificó de pánico…
———ooo———
Anthony Cordell cerró la regadera, abrió la puerta de vidrio transparente de la ducha y
agarró una toalla con la cual empezó a secar su cuerpo con vigor. Hizo lo propio con los pies
y luego se calzó las pantuflas parándose frente al espejo del baño. Limpió el cristal empañado
por el vapor del agua caliente y contempló por unos instantes su reflejo desnudo meditando
sobre la imagen que tenía frente a él, detallándola y tratando de reconocerla.
Con cuarenta y cinco años de edad a cuestas podía apreciar que no era el mismo de antes.
Recordaba la época cuando estaba en la universidad y su pasión era jugar al fútbol e ir a las
fiestas con sus amigos. Fueron momentos felices en los que su única preocupación eran sus
estudios. Gozaba de las reuniones con sus compañeros de clases los fines de semana, lo cual
significaba noches de juerga y diversión. Lograr una nueva conquista y disfrutar esos
momentos de placer; esos tiempos tan especiales que a veces los recordaba con nostalgia,
aquella etapa en que su estado corporal era otro. Cuando tenía abundante cabellera, unos
abdominales de acero y su cuerpo era duro como la roca. Pero luego de un poco más de veinte
años, todo había cambiado. Trataba de encontrar al joven que fue en ese tiempo, pero era
evidente ya no existía. Se perdió en el camino que traza el tiempo en algún lugar… El hombre
que tenía enfrente era alguien cansado. Pensaba en la ropa que usaba, el estado físico que
poseía cuando la acumulación de grasa es casi inexistente. Cuando el alcohol, el exceso de
comida, el sedentarismo y los años aún no han podido alcanzar. Ahora lucía una barriga algo
prominente que se esforzaba en ocultar, sobre todo cuando yacía desvestido en el lecho con
su esposa ya que no quería reconocer que el tiempo avanza de modo inexorable y la ley de la
vida es envejecer. Los años de juventud que aún conservaba eran escasos y se le estaban
yendo velozmente como la arena entre los dedos. Eso es algo que a todos sucede y le costaba
aceptar.
Miraba las bolsas que adornaban la base de sus ojos verdes como si quisieran sostenerlos
para evitar que se desplomaran; y algunas arrugas ya se hacían evidentes en su rostro que
denotaban la cercanía a su casi medio siglo de existencia. El paso del tiempo se acentuaba
con más fuerza debido al color blanco de su piel. Su cabeza antes coronada con una abundante
cabellera negra, era cosa del recuerdo; lucía una cabeza calva, brillante y a los lados un poco
de cabello que mostraba con una gran cantidad de canas, que miraba con molestia y
frustración.
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— ¡Me estoy poniendo viejo!— dijo — luego de lo cual, se vistió con un short y la
camiseta que se hallaban colgadas en el perchero, cogió su cepillo dental, le colocó crema
dentífrica y procedió a lavarse los dientes.
Fuera del baño en la habitación ubicada en el segundo piso de la casa, Rita estaba acostada
en la cama con su camisón de dormir verde mirando televisión. No había ningún programa
que llamara su atención. Sujetando el control remoto saltaba de canal en canal, hasta que por
fin aburrida y abatida, decidió apagarlo.
Observaba el techo meditando en lo que fue su vida hasta hoy y todo el esfuerzo que ella
y su esposo emplearon para poder tener descendencia sin conseguirlo. Ahora que tenía
cuarenta y tres años de edad veía que era casi imposible lograrlo. Se daba cuenta que el
tiempo se le agotaba. Su juventud se escapaba cada vez con más prisa y no podría coronar
sus sueños de ser madre. De darle a su amado Anthony, su “Tony”, —como lo llamaba
cariñosamente— la dicha de ser padre.
Sentía que la vida había sido muy dura con ellos durante demasiado tiempo y que todo
ello era más de lo que cualquier matrimonio podía soportar —y todo ello estaba a punto de
explotarle en el rostro—. Su esposo le había demostrado el gran amor que sentía por ella con
creces, al igual que su invalorable apoyo a lo largo de los años por lo cual le estaba
sumamente agradecida, pero ya notaba siento cansancio por parte de él. No sabía cuánto
tiempo más podrían continuar así, hasta que optara por dejarla; lo amaba con el alma y no
quería perderlo. Pero los sentimientos de frustración y rabia invadían su ser atormentándola
e inundándola de tristeza. «Si cuando era más joven no pudimos tenerlo — pensó— ahora
menos lo vamos a lograr»…
En ese momento se abrió la puerta del baño y Anthony se deslizó en la cama al lado de
su esposa. Rita tenía el semblante dominado por la tristeza —hacía mucho tiempo que no
podía sonreír—. Parecía que la alegría de vivir se hubiera escapado de su rostro invadido por
la nostalgia y el desánimo; por la falta de esperanza y el desconsuelo de no lograr coronar
aquello que deseaba con ansiedad y era lo que su vida necesitaba: su realización como mujer
y como esposa. La felicidad en ese momento — y por supuesto la sonrisa a flor de labios—
huyó para su desdicha.
Anthony la miró percatándose de su estado de ánimo. Al contemplarla sentía que la culpa
lo invadía ya que tenía que ausentarse por unos días, debido a su trabajo como supervisor de
ventas de una de las principales empresas de equipos de computación de los Estados Unidos.
Eso significaba viajar un par de veces al mes a través del país ausentándose de casa; eso lo
preocupaba, pero era su trabajo desde hacía veintitrés años y no podía abandonarlo. Peor aún,
con la recesión económica los empleos escaseaban y en verdad a él no le iba nada mal. «Si
no fuera por estos viajes que debo hacer—pensó—todo estaría mejor. No me gusta dejarla
en estas condiciones cuando se encuentra tan deprimida…» Hacía sus mayores esfuerzos
para tratar de alegrarla, reconfortarla e infundirle esperanzas. Intentaron procrear desde el
momento en que se casaron. Eso era lo que ambos ansiaban, lo que siempre quisieron. Pero
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la vida de un modo obstinado se negaba en concederles esa bendición y la situación se había
agravado debido a todo el sufrimiento que venían arrastrando…
—Mi amor por favor, no estés triste. —Dijo a su esposa sonriéndole para animarla —
Debemos ser pacientes y tener esperanzas. Vas a ver que las cosas van a cambiar y por fin
vamos a lograr…
Rita no pudo aguantar más y empezó a llorar, mientras su esposo la abrazaba tratando de
consolarla.
— ¿Por qué? ¿Hasta cuándo? ¿Qué he hecho para merecer esto, Dios mío…?— dijo—
tratando de descargar su fracaso y dolor en los brazos de su marido.
—Por favor mi amor cálmate, — dijo Anthony —tranquilízate. Debe haber una solución.
Sabes que debemos seguir intentándolo. Vas a ver que podemos conseguirlo, tienes que ser
fuerte. No te desesperes mi amor; ten confianza, ten fe en que lo vamos a lograr…
—Todo ha sido tan terrible, todas las cosas que han pasado. Mis padres, luego mi
hermana y mi sobrina… No hemos podido tener un hijo. Tengo miedo Tony, tengo miedo de
que te canses de mí. No sabría qué hacer sin ti. Sé que soy culpable de lo que está
sucediendo…
—No, mi corazón—respondió Anthony—no digas eso, no tienes culpa de nada. Las cosas
de la vida son así; muchas veces carecen de lógica y solo ocurren porque sí. Eres el amor de
mi vida, no lo dudes. Eres a quien siempre esperé y deseo estar contigo para siempre. Jamás
pienses que me voy a separar de ti. ¡Te amo!... ¡Eres la mujer con la que soñé y quiero estar
el resto de mi vida!
Rita seguía llorando y dijo: —ni siquiera puedo ayudar a mi sobrino. Él ha sufrido tanto
y no he sido capaz de poder cuidarlo, de ayudarle y darle el hogar que necesita. De darle el
amor y la felicidad que se merece. Mi hermana no debe estar descansando en paz. ¡No puedo
hacer nada bien!—exclamó reflejando su tristeza y ansiedad con las lágrimas que se
deslizaban sobre sus mejillas. — ¡Oh Dios mío! ¡Por favor ayúdanos! ¡Ayúdanos!…
—Cálmate mi amor, cálmate por favor— le respondió mientras la abrazaba y mecía
suavemente acariciando su cabello, arrullándola…
———ooo———
La espantosa cabeza calva era semejante a la de un cerdo enorme y feroz, coronada por
dos cuernos de carnero que apuntaban hacia adelante. Ostentaba una gran frente de forma
achatada que sobresalía toscamente debajo del cráneo, bajo ésta se podían apreciar los ojos
sin párpados ni piel alguna alrededor: pequeños, amarillos, recónditos e infernales… Esos
ojos — similares a dos abismos tenebrosos— miraban con tanta profundidad que podían
atravesar el alma; transmitían un odio y una furia demencial. La nariz redonda como una
trompa achatada tenía dos orificios de donde salían diminutos chorros de vapor verde. La
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boca…, el amplio hocico estaba plagado de dientes similares a los de un tiburón. En ambos
extremos sobresalían los colmillos curvos, amarillentos y marrones de jabalí que llegaban a
la altura de sus pómulos. Las extremidades delanteras hirsutas y alargadas, de color marrón
y negro terminaban en pezuñas de toro sobre la hierba. El otro lado del cuerpo poseía un par
de piernas humanas increíblemente musculosas; con venas inflamadas a punto de estallar en
cualquier instante y remataban en unas temibles garras oscuras. En medio de aquellas
extremidades colgaban dos voluminosos testículos arrugados que escoltaban a un ciclópeo
pene cubierto de pelos, llagas y costras. Éste a su vez remataba con un glande en forma
triangular como la cabeza de una serpiente. Aquel aberrante ser había perdido parte de la piel
del poderoso torso y en algunos lugares de su anatomía se veían los músculos mortecinos y
huesos amarillentos que brillaban de manera fantasmal con la luz de la luna. Coronaba el
lomo una colonia de gusanos, alacranes y otros bichos rastreros y nauseabundos que se
contorsionaban sin cesar cual macabra orgía parasitaria. El hedor a descomposición,
herrumbre e inmundicia que despedía era sumamente repulsivo. El aborto vomitado de lo
más profundo y horrible de la oscuridad del averno estaba erguido sobre sus cuatro
extremidades observando al niño en silencio, despidiendo esas exhalaciones verdes.
La “cosa” repugnante y aterradora que el chiquillo tenía frente a sí, lo había hecho
enmudecer. Se encontraba lívido de pavor ante esa visión apocalíptica. Aún se encontraba
con las manos levantadas sujetando la rama apuntando en dirección a ese monstruo que
sonrió y empezó a susurrar con una chillona voz:
—Nos vemos de nuevo, pequeño bastardo. ¡Infeliz hijo de puta!— dijo el aterrador ser.
El niño no podía controlarse. Todo su cuerpo estaba temblando presa del miedo cerval
que sufría ante la presencia de esa tenebrosa entidad. De su entrepierna empezaron a
descender algunas gotas amarillentas que caían sobre el césped a la vez que una gran cantidad
de orina como una cascada tibia descendía con rapidez a través de sus piernas empapando su
pantalón, mientras la bestia lo miraba con una maquiavélica sonrisa…
— Pequeño inmundo: ¿Creías acaso que te ibas a escapar? ¿Pensaste por un momento
que no volvería por ti?—continuó susurrando el endriago mientras una lengua negra larga
plagada de úlceras y pestilente salía de su boca relamiendo placenteramente su hocico y
rostro; siseando en el aire como si se tratase de una serpiente, estirándose y acercándose a la
mejilla derecha del niño tratando de lamerlo. En tanto hacía esto, sus ojos brillaban con mayor
intensidad con una mirada perversa, llena de malicia, cargada de atrocidad. Parecía que
estuviera disfrutando el instante de alcanzar a su presa…
— ¡NO!—gritó el chiquillo y estiró sus brazos con fuerza clavando la rama en el ojo
izquierdo de la aparición y de inmediato emprendió la carrera, alejándose a toda prisa de esa
monstruosidad.
El esperpento con la rama clavada en el ojo, empezó a dar unos alaridos terroríficos,
atronadores, que retumbaban en el silencio y la oscuridad en el bosque. Movía la formidable
cabeza de un lado a otro con furia a una velocidad vertiginosa, tratando que la rama cayera
al piso. Intentaba infructuosamente quitarse el tallo del ojo con sus asquerosas y pavorosas
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pezuñas; luego empezó a revolcarse en el suelo de dolor mientras mugía de una manera
horrible.
El niño corría a toda prisa a través de la vegetación sin mirar atrás. Escuchaba los
bramidos que estremecían el lugar con un eco aterrador que viajaba por todos lados, dejando
sentir aquellos sonidos de ultratumba…
— ¡MALDITO HIJO DE PUTA! ¡VOY A DESPEDAZARTE! ¡TE VOY A
DESPELLEJAR Y ME COMERÉ TUS ENTRAÑAS!...
A medida que el chiquillo continuaba en su frenética carrera, los rugidos del monstruo se
iban alejando hasta que se convirtieron en un murmullo y luego dejaron de oírse. El niño se
internó por un angosto sendero rodeado de árboles hasta que no pudo proseguir; las piernas
no le permitían avanzar ni un paso más. El cansancio por el esfuerzo de la carrera para salvar
su vida, lo había dejado sin aliento. Se sentó sobre la tierra húmeda tratando de recuperarse;
mirando hacia atrás cerciorándose de que esa pavorosa criatura no lo viniera siguiendo y
respiraba por la boca tratando de recobrar el aliento.
———ooo———
Anthony continuaba abrazando a su esposa tratando de tranquilizarla y dándole el
consuelo que necesitaba. La besaba con ternura en la cabeza y rostro mientras le acariciaba
el cabello y la espalda.
Rita a su vez se hallaba un poco más serena ya que las caricias y besos de su esposo le
producían un efecto balsámico. Tener a su pareja al lado era lo que le causaba bienestar y
sosiego; sentir su apoyo y cariño la ayudaban a continuar y superar esos momentos de crisis
en que el desánimo colmaba su ser. Luego de unos minutos de estar juntos abrazados, ésta
levantó la cara mirando a su marido y le dijo:
— ¡Por favor dame paz! ¡Necesito sentirte dentro de mí! ¡Quiero que me hagas el
amor!—.
Dicho esto, se despojó de la ropa de dormir quedando desnuda y se acostó boca abajo en
la cama esperando que su esposo complaciera su deseo.
Tony al igual que Rita se desvistió y empezó a besarle la nuca procediendo de forma
pausada a descender viajando sobre su cuerpo. Rozándola sutilmente con los labios,
mordisqueando y lamiendo de una manera sensual la espalda, pasando por los omóplatos,
deslizándose paulatinamente por la zona lumbar mientras con sus manos acariciaba la cintura
y nalgas de su embelesada esposa.
Rita por su parte alejando por unos instantes su tristeza, se dejaba llevar por el placer.
Percibía que su cuerpo se estremecía de emoción al sentir el contacto amoroso y erótico de
su marido. Empezaba a relajarse y estiraba sus manos para tocar la virilidad enhiesta, quería
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sentir la rigidez de la masculinidad de su marido; además de la fuerza y protección que
experimentaba al compartir ese momento tan íntimo y especial con la persona que amaba.
Anthony saboreaba la piel de su esposa recorriendo con su lengua el canal que se formaba
entre las nalgas y las mordía suavemente, mientras con una mano trataba de separarlas, con
la otra por debajo, acariciaba la flor de la pasión de ésta. Ella percibía que una oleada cálida
y placentera se irradiaba por toda su humanidad. Sentía un cosquilleo en la entrepierna que
llegaba como ondas eléctricas hasta el paladar mientras él hacía que separase los muslos para
poderle proporcionar las ansiadas caricias. La humedad de su cavidad y un gemido de placer
fue la respuesta anhelada, además de la satisfacción de sentirse deseado y amado. Se colocó
sobre sobre ella apoyado en sus brazos mientras deslizaba suavemente la prolongación de su
deseo inflamado sobre la nuca; luego la espalda, los glúteos, las piernas y las plantas de ésta.
Resbalando poco a poco su masculinidad cual pincel libidinoso sobre el lienzo femenino; y
así unidos empezaron a dibujar una obra de arte de pasión, deseo y lujuria.
Anthony cogió una de las almohadas y Rita instintivamente levantó sus muslos
permitiendo que deslizara el cojín bajo su vientre, y así, quedar con el cuerpo dispuesto de
modo que fuera más cómoda y placentera la penetración. Luego, volvió a colocarse sobre
ella y comenzó a introducir su ariete con delicadeza, hundiéndose hasta el final, mientras su
mujer temblaba de la emoción.
En la mente de ambos no había nada más en ese instante. La unión perfecta, la comunión
total de dos personas, de dos seres que se amaban se estaba realizando en aquel momento en
que se necesitaban con tanta desesperación. A pesar de los años y del paso del tiempo, aún
sentían el placer y el bienestar de estar juntos, unidos en ese acto tan sublime e íntimo que es
el hacer el amor; fundirse, convertirse en una sola persona. ¿Es que acaso puede haber un
momento más perfecto? La alianza de los cuerpos y las almas, integrarse con la persona
amada; alejarse de todo y amarse como si no hubiera nadie más sobre la tierra. Como si no
existiese un mañana…
Ambos se movían con fuerza disfrutando a plenitud. Rita se levantó sobre los brazos
quedando apoyada sobre éstos a la vez que sus piernas continuaban dobladas sobre la cama;
mientras su marido, sujetándola por las caderas, la penetraba con frenesí…
———ooo———
Exhausto con una opresión en el pecho por el esfuerzo físico, el terror, la soledad y la
certeza del desamparo; el niño empezó a llorar. El cuerpo le temblaba de un modo
incontrolable mientras su rostro era mojado por las lágrimas y además estaba confundido.
Antes de encontrarse con “eso” intuía el camino que debía tomar, creía que se hallaba en la
senda que lo llevaría a casa, pero estaba desorientado. El pánico había invadido su mente y
le impedía pensar con claridad, lo único que quería era salir de ese lugar y retornar a su hogar.
Enjugó su rostro con la manga de la camisa del pijama y se puso de pie tratando de
reconocer el lugar donde se había detenido, pero únicamente veía gigantescos y frondosos
pinos a su alrededor; cientos de ellos como si formaran un círculo tratando de atraparlo. Sin
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casi notarlo, los árboles se deslizaban sobre el suelo desplazándose a través de la hierba verde
oscura y se iban acercando…
— ¡CORRE, BASTARDO! ¡CORRE LO MÁS RÁPIDO QUE PUEDAS QUE VOY
POR TI!— Se escuchó la terrorífica y grave voz— ¡YA TE ALCANZO!..— Seguido de un
pavoroso bufido.
Encerrado entre los árboles, el niño miraba hacia todos lados buscando una salida; pero
solo tenía alrededor una muralla de vegetación y podía oír los pasos de la “cosa” que se
acercaban a la carrera. Empezó a retroceder caminando en dirección opuesta a esos horribles
sonidos. Sin darse cuenta tropezó con una rama cayendo de espaldas entre la hierba y el lodo.
Producto de la caída, se golpeó la parte posterior de la cabeza y rodó quedando con el
rostro embarrado y cubierto de hojas perdiendo el sentido de orientación por unos segundos.
Abrió los ojos experimentando un agudo dolor de cabeza. Mirando hacia arriba comprobó
con terror cómo los árboles lo habían rodeado por completo y sus ramas se adelantaban como
si fueran lanzas tratando de atravesarlo; las copas de los árboles formaron un amenazante y
pavoroso círculo a su alrededor como una suerte de prisión sobrenatural. Observando sobre
las ramas lo único que pudo distinguir fue el lánguido resplandor de uno de los bordes de la
luna que iba desapareciendo como si fuera un eclipse. Trató con esfuerzo de incorporarse
pero fue imposible. La monstruosa pata delantera izquierda de la bestia colocada sobre su
pecho lo presionaba impidiéndole levantarse. Aquella aberración lo había atrapado. El niño
dominado por el pánico permaneció inmóvil, cerrando los ojos, petrificado por el horror y la
pestilencia proveniente de ese ser…
— ¡Llegó tu hora, pequeña mierda…!— susurró el monstruo. —Voy a tomarme mucho
tiempo para joderte— le dijo al chiquillo.
— ¡ABRE LOS OJOS! ¡ABRREEELOOOSSS…!— ordenó la entidad aullando
lunáticamente.
El niño abrió los ojos. Tenía la cara de la bestia apenas a unos centímetros de la suya. El
ojo por donde entró la rama se encontraba obstruido, con el pedazo de vegetación aun clavado
en éste de donde chorreaba un líquido espeso y amarillento que se escurría sobre el pómulo
de aquella cosa. El otro ojo lo miraba con irracional furia, mientras de entre las piernas su
enorme, infecto y horripilante sexo se erguía como un asta en ristre. Abrió el hocico
mostrando amenazante las hileras de dientes putrefactos, afilados como navajas. El aliento y
fetidez de “eso” se introducía por la nariz y boca de su víctima llenándolo por completo de
inmundicia y provocándole unas terribles nauseas, apenas superadas por el sobrecogedor
momento de pánico por el que estaba atravesando.
La “criatura” abrió aún más el hocico, sacando su lengua mientras la saliva espesa y verde
oscura caía sobre la cara del niño. Se dispuso a dar la primera dentellada para arrancar parte
del rostro del paralizado infante. De imprevisto el suelo cedió y el chiquillo cayó en un hueco
fusco y profundo; mientras aquella entidad permanecía al borde del hoyo mirando como éste
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iba hundiéndose en la oscuridad. El muchacho caía rodando y golpeándose mientras
continuaba descendiendo en ese pozo sin fin.
— ¡AAAAHHHGGG!— fue el angustioso y terrible grito que salió de su garganta—
¡AUXILIOOOO!...
———ooo———
La pareja continuaba haciendo el amor alejados de todo, concentrados en dar y recibir
placer. Tony se estremeció con violencia al sentir que las oleadas de goce comenzaban a ser
más fuertes y urgentes, estaba a punto de descargar; mientras Rita vibraba por la excitación
de haber alcanzado un par de veces el clímax. Unas últimas arremetidas y su esposo se dejó
caer sobre ésta quedando así acostados. Tony besaba la espalda de su mujer, mientras ella
comenzó a sentir una ligera modorra producto del encuentro amoroso. De manera inesperada
se escuchó un terrible alarido y el sonido de algo que caía pesadamente.
Ambos saltaron de un brinco de la cama. Rita se colocó lo más rápido que pudo el
camisón de dormir, mientras Tony se puso el short y la camiseta nuevamente. De inmediato
salieron corriendo de la habitación, llegaron al pasadizo y se dirigieron al otro dormitorio que
se encontraba a izquierda de donde estaban.
Rita giró la perilla de la puerta y entró a la recámara seguida por su esposo. Al ver el
estado en que se hallaba la habitación, emitió un grito de asombro.
— ¡DIOS! ¿Qué es esto?...
La alcoba era un caos total. La cama se hallaba desarreglada con las almohadas y el
colchón sobre el piso arrojado en varias direcciones. Las ventanas estaban abiertas de par en
par y un viento helado soplaba mientras las cortinas blancas volaban hacia adentro sujetadas
por los rieles adheridos a la pared. La lámpara, algunas pelotas y diversos adornos yacían
dispersos en el piso. La mesita de noche había sido movida de su lugar en tanto que los juegos
de video, así como los discos de películas y música, se encontraban de igual forma tirados
sobre el suelo. Parecía que un vendaval hubiera pasado por ese lugar.
— ¡Por todos los cielos!—exclamó Tony— ¿Qué pasó aquí?...
Rita miraba perpleja a la vez que aterrorizada la habitación. Veía hacia todos lados y se
sujetó del brazo de su esposo preguntando:
— ¿Dónde está Francis?, ¿Qué ha pasado con él?
Tony ingresó al guardarropa mientras Rita corrió hacia el baño a buscar al niño sin poder
hallarlo.
— ¡Por amor a Cristo!—exclamó desesperada— ¿Dónde estás Francis?, ¿Dónde estás
hijo? —agregó mientras buscaba bajo la cama.
Anthony se detuvo unos instantes observando el lugar y luego se acercó presuroso a la
ventana, mirando fuera de la casa. La luna llena iluminaba el vecindario y se veían los faroles
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alumbrando la calle, al tiempo que las luces de las otras viviendas se encontraban apagadas.
Luego dirigió la mirada hacia abajo en el primer piso. Por fin lo pudo ver.
— ¡Allí está!—exclamó— ¡Francis está abajo en el suelo, sobre el jardín!
Cogió a su esposa de la mano y bajaron presurosamente las escaleras hasta llegar a la
planta baja. Luego corrieron hacia la puerta y salieron en dirección a donde se encontraba el
niño. Cuando llegaron a éste, Rita sentía que las piernas le temblaban y casi no podía hablar
por la impresión.
Francis estaba boca arriba sobre el césped en el jardín. Había caído desde su ventana
sobre un arbusto, rebotó y luego se precipitó sobre la hierba. Yacía con la ropa de dormir
desgarrada y cubierta de hojas y tierra. La vegetación amortiguó la caída evitando una lesión
de gravedad.
— ¿Qué ha sucedido?—Pregunto Anthony— ¿Cómo te sientes? ¿Cómo llegaste aquí
Francis?
El muchacho, con un poco de dificultad se sentó sobre el césped y comenzó a llorar
mientras Rita lo abrazaba asustada y le preguntó: — ¿Qué pasó mi amor?
En el acto Anthony se levantó y regreso presuroso a la casa para llamar a emergencias.
—Ha vuelto… Ha vuelto por mí— susurró el niño al oído de Rita. Sin dejar de temblar…
— ¿Qué es lo que dices Francis? ¿Quién ha vuelto?
— ¡El monstruo que mató a Luisa y a mis padres!— fue la terrible respuesta de Francis—
¡ahora viene por mí!
La mujer lo miró con tristeza y lo abrazó con más fuerza sin poder contener el llanto.
—No mi príncipe, no es así. Nadie ha vuelto, ni nadie viene por ti. Estás a salvo Francis.
Fue solo un sueño, una terrible pesadilla.
Desde la puerta, Tony los observaba con preocupación y tristeza moviendo la cabeza y
exhalando un suspiro en señal de resignación. Mientras su esposa sujetaba al niño y miraba
a su esposo con un gesto de súplica.
En ese momento se comenzó a oír la sirena de la ambulancia que iba acercándose en tanto
algunos vecinos salían a la calle para ver lo que sucedía. Rita permaneció en el suelo
sosteniendo entre sus brazos a su sobrino, a la vez que las luces rojas, azules y blancas
indicaban la llegada del auxilio médico. Por su parte Anthony se aproximó a la calle haciendo
señas al vehículo de urgencias indicándole donde se hallaba el herido.
——————oooooo——————
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CAPÍTULO II
Fue un día atareado y un tanto abrumador para Roberto Missarelli. Luego de su entrevista
en el Vaticano, tuvo que efectuar diversas gestiones relacionadas al trabajo que le habían
encomendado y que lo llevarían a viajar al lugar de los acontecimientos; es decir, a ese sitio
llamado “Lago Feliz” al otro lado del Atlántico. Lo que había quedado claro luego de la
conversación que sostuvo con el monseñor Bono era que, lo más importante para la iglesia
consistía en lavar su imagen; y obtener el mayor provecho posible de esa terrible situación.
Sabía que iba a recibir una gran presión por parte del secretario papal con el propósito de
terminar a la brevedad con la presentación del informe, a fin de utilizar las muertes del
exorcista y los otros sacerdotes como una poderosa herramienta para impulsar la imagen de
la iglesia y de esta manera, dejar en el olvido todos aquellos escándalos y demás que blandían
los “anticristianos” para mancillarla y destruirla. Su experiencia e intuición como policía y
su conocimiento de las personas le indicaban que no todo lo que sucedió estaba en el informe,
y que el pen drive que recibió no lo ayudaría a esclarecer por completo todas las dudas que
tenía. Estaba convencido de que si el clero tenía que protegerse de alguna turbia situación
ocurrida en esa tragedia; no dudarían en encubrirla y de ser necesario, tergiversar los hechos
para utilizarlos a su favor. El trabajo que tenía por delante era arduo y difícil. «Pero, ni
modo…—pensó—acepté esa responsabilidad y no puedo retractarme. La llevaré a cabo de
la mejor forma que sea posible…»
Cuando llegó a su casa ya era de noche, estaba cansado y le dolía un poco la cabeza.
Observó que había varios vehículos estacionados frente a su casa lo cual le hizo recordar la
celebración que se llevaba a cabo en ese instante.
—«Oh, cielos. Me olvidé por completo de la cena de Carla…»—pensó con
remordimiento.
Apeándose del coche se aproximó a una de las ventanas que daban acceso al comedor, y
cubriéndose tras un arbusto del jardín para evitar ser visto permaneció en ese lugar desde
donde podía observar a su esposa Lucía, a su hija Carla y algunos invitados que compartían
y celebraban esa ocasión, sentados alrededor de la mesa.
Ese día era el cumpleaños de su Carla quien ahora llegaba a los treinta y cinco años.
Había vuelto a vivir con sus padres desde que se divorció hacía un lustro. No tenía
descendientes y tampoco ganas de volver a casarse desde aquel día en que un acontecimiento
dio un giro inesperado a su vida, cambiándola para siempre, y que jamás podría borrar de la
memoria…
Le vino a la cabeza el día del matrimonio de Carla. Cuán feliz y radiante se veía con su
vestido de novia blanco caminando de su brazo en la iglesia hacia el altar. A Roberto no le
agradaba mucho el novio que ella escogió. Siempre le había dicho a su esposa:
—Honestamente, Alfredo no me agrada mucho; no lo veo sincero. Parece ocultar algo…
—Recuerda cariño que es la felicidad de nuestra hija. —Fue el comentario de Lucía—Lo
importante es lo que ella siente. Sabes que nuestra función como padres es educar y enseñar
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a los hijos para que aprendan a ser buenas personas. Para que cuando sean adultos puedan
tomar sus propias decisiones y tratar de ser felices. Pero eso implica cometer errores y de allí
es que aprendemos. Desafortunadamente nadie experimenta en cabeza ajena; ya cumplimos
con nuestra labor de enseñarle a volar y darle las alas para hacerlo, ahora todo está en sus
manos. Depende de su inteligencia y tino para enfrentar las cosas. Nos guste o no, es su vida;
es su decisión. Lo que nos corresponde es respetarla y ayudarla. Ella eligió a Alfredo y vamos
a desearle lo mejor…
—Es verdad, tienes razón. Uno como padre muchas veces trata de proteger tanto a sus
hijos que en realidad les hace daño. Es imposible encerrarlos en una burbuja que los aleje de
todo lo malo. Ojalá me equivoque sobre ese hombre y llene a nuestra hija de felicidad y amor.
Lamentablemente sus conocimientos sobre la gente, y su experiencia en tratar con
diferentes tipos de personas a lo largo de tantos años le dio la razón de una manera que no
hubiera querido para su amada hija. En muchas ocasiones las cosas no son lo que parecen y
la vida depara muchas sorpresas…
Aquel día Carla acordó almorzar con sus padres en su hogar ya que Alfredo le dijo que
no iría a casa al mediodía, a causa de su trabajo. Tenía una reunión con unos clientes; una
cuestión de negocios importante y por lo tanto le indicó que no lo esperase. Era posible que
ésta se extendiera algo más de lo normal. A Carla no le gustó mucho la idea, pero estaba
acostumbrada a las reuniones de trabajo de su esposo ya que últimamente se habían vuelto
habituales. Sabía que eso era importante así que fingió no darle mucho valor, para que su
marido no se sintiera culpable. A media mañana cuando Carla se hallaba haciendo las
compras en el supermercado, recibió por el teléfono móvil la llamada de sus padres para
decirle que mejor la invitaban a almorzar fuera y cambiar la rutina, a lo que aceptó encantada.
Roberto y Lucía fueron a recogerla y luego se dirigieron al restaurante Dal Toscano en la Vía
Germánico muy cerca de la ciudad del Vaticano, ya que Roberto tenía que regresar al trabajo
y Lucía se encargaría de retornar a su hija a casa. Una vez que pasaron a buscarla cerca al
centro de la ciudad, tomaron rumbo al restaurante.
Carla se hallaba muy animada. Estaba radiante con un vestido estampado blanco, con
flores marrones y amarillas que resaltaba en su piel trigueña, haciendo realzar su hermoso
cabello largo y castaño. Los ojos marrón claro brillaban en su primoroso y atractivo rostro
que resplandecía con una linda sonrisa, demostrando que estaba en verdad feliz.
—Hija; ¡qué linda estás hoy!—dijo su madre—Te queda precioso ese vestido.
—Me haces recordar a tu madre hace un tiempo atrás. Parecen hermanas—dijo Roberto
—tienes su misma encantadora sonrisa.
Carla se hallaba sentada en el asiento de atrás del vehículo y se estiró para abrazar a sus
padres.
—Hoy estoy feliz, Papá y mamá; me siento llena de dicha.
Lucía con un gesto de sorpresa miró a su hija, luego arqueó las cejas e hizo un ademán
con la cabeza preguntándole; ante lo cual con una sonrisa de oreja a oreja Carla asintió.
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— ¡Qué bien hija! ¡Qué alegría inmensa mi amor! felicitaciones mi niña bella. —dijo su
madre volteando para abrazarla.
Roberto frunció el ceño extrañado por lo que sucedía entre ellas. No sabía ni entendía lo
que acontecía…
Ambas continuaban abrazándose y Lucía no pudo contener las lágrimas de la emoción
mientras besaba a su hija en las mejillas.
—Bueno, veamos…—dijo Roberto— ¿de qué se trata todo esto? ¿Alguna de ustedes me
puede explicar lo qué está sucediendo?
—Ustedes los hombres—dijo Lucía, secando sus lágrimas— ¿Es que acaso hay que
explicarles todo?
—Sigo sin entender nada —dijo Roberto.
Las mujeres comenzaron a reírse a carcajadas.
—Dile a tu pobre padre—dijo Lucía, en tono benevolente—está a punto de reventar de
la curiosidad…
—Papá. ¿Aún no te has percatado?... ¡Vas a ser abuelo!
Roberto se tornó rojo de la vergüenza y dándose un pequeño golpe con la mano abierta
en la frente exclamó:
— ¡Dios mío! ¡Cómo no me pude haberlo notado! Perdóname hija. ¡Qué extraordinaria
noticia! ¿Cómo te sientes? ¿Cuándo te enteraste? ¿Qué ha dicho tu esposo? ¿Estás tomando
alguna vitamina? ¿Qué te ha dicho el médico? ¿Cuándo…?
—Cálmate Roberto—dijo su esposa—tantas preguntas a la vez. Déjala que hable.
—No te preocupes papá, hoy me he enterado de la noticia. Ayer me hicieron un análisis
de sangre y en la mañana me dieron el resultado. Tengo cuatro semanas de embarazo. Quería
darle la noticia a Alfredo, pero como hoy tuvo la reunión de trabajo no puede decírselo.
Tampoco quiero hacerlo por teléfono, así que esperaré hasta cuando nos veamos por la noche
en casa.
—Muy bien, mis felicitaciones para ambos—dijo su madre—un matrimonio está
completo cuando vienen los hijos. Son una bendición de Dios.
Prosiguieron dirigiéndose hacia el restaurante mientras ambas conversaban sobre el
vestuario del bebé y si sería varón o niña.
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Roberto observaba complacido a sus dos amores —como las llamaba—, enfrascadas en
el advenimiento de un nuevo miembro de la familia. ¡Eran tan parecidas!, ¡hasta en la forma
de hablar!; aunque Carla tenía la piel trigueña, los ojos pardos y el cabello castaño; al
contrario de su madre de piel blanca, ojos azules y cabello negro. Ambas poseían las mismas
facciones y gestos, e inclusive tenían una hendidura en el mentón que las identificaba como
familia. La joven era espigada y de formas contorneadas y firmes, en tanto que su madre—
con cincuenta y tres años de edad—si bien aún se mantenía en forma, empezaba a mostrar
los signos de su edad… —« Lo único que Carla sacó de mí, fue el color de su piel…»—
pensó Roberto.
Sin querer, Roberto observó a lo lejos uno de los moteles al que solía ir con su esposa
cuando eran novios y no pudo evitar comentar con picardía.
— ¿Te acuerdas de ese motel mi amor? ¡Qué momentos, no!—haciéndole un guiño a
Lucía.
—Je, je, je, — río de buena gana su esposa, sonrojándose—no me hagas avergonzar
delante de nuestra hija.
— ¿Y por qué vas a avergonzarte?—respondió Roberto—fueron unos momentos muy
bellos los que vivimos aquí. Además Carla es una adulta y sabe que nosotros nos amamos y
ella es la mejor prueba de nuestro amor.
—Claro mamá—intervino Carla—eso no tiene nada de malo. De hecho, Alfredo y yo
vinimos en varias ocasiones cuando éramos novios.
Los esposos se miraron sorprendidos mientras Carla abrió los ojos pensando: «Ay, creo
que metí la pata…»
Los tres callaron por un momento, pero luego estallaron a reír… En ese segundo, pasaron
frente al motel e instintivamente Roberto miró hacia el estacionamiento interior. Lo que vio
hizo que su risa se apagase pero continuó la marcha, disimulando. Transcurrió un instante y
escuchó lo que temía…
—Papá, por favor da la vuelta.
— ¿Qué pasa mi amor?—preguntó su madre— ¿Has olvidado algo en casa?
—No, mamá. He visto algo y quiero salir de dudas.
—Carla—intervino Roberto—se va a hacer tarde para almorzar, creo que…
—No, papá—respondió su hija con el rostro serio—sabes a qué me refiero, por favor
regresa.
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Roberto sin decir palabra alguna procedió a dar la vuelta a su vehículo Audi plateado,
retornando por la vía e ingresando al estacionamiento del motel.
—Ahora la que no entiende nada soy yo—dijo Lucía— ¿Me pueden decir que ocurre?
—He visto el automóvil de Alfredo—respondió Carla— se supone que debería de estar
en su oficina en una reunión de negocios y no aquí.
—Pero hija ¿Estás segura que es el carro de tu esposo?—preguntó su madre.
—Ahora lo voy a averiguar, mamá—respondió la mujer denotando su ansiedad.
Roberto condujo y se acercó al vehículo en el aparcamiento, un Fiat, modelo Marea de
color gris. Cuando Carla constató el número de la matrícula su rostro instantáneamente
empalidecido como la nieve. Acto seguido descendió del automóvil y caminó hacia la
recepción. Sus padres hicieron lo propio tratando de detenerla.
—Carla, hija—dijo su madre— ¿a dónde vas? Por favor, detente un segundo. No vayas
a cometer una locura.
Pero Carla no escuchaba, sentía que su rostro la abrasaba y su cabeza no le permitía
pensar más allá de lo que le dictaba su corazón…
La recepción del motel “La Orquídea” no era grande, pero sí distinguida, con un
mostrador de madera y un tope de granito moteado de color beige. Del techo colgaba una
lámpara en forma de candelabro y alrededor de está, unas luces decorativas tipo led
empotradas que proporcionaban una excelente iluminación blanca al lugar. Las paredes de
color marfil se hallaban decoradas con cuadros de paisajes, principalmente de la campiña
italiana. El piso de granito verde con amarillo brillante como un espejo, enaltecía la belleza
del establecimiento. Tras el mostrador se hallaba el recepcionista, un hombre joven pelirrojo
de mediana estatura, delgado y de aspecto agradable quien al verlos entrar disfrazó su
nerviosismo con una mueca que trataba de ser una sonrisa. — «Otra vez problemas por
cuernos…»— pensó.
—Buenas tardes—dijo el recepcionista—bienvenidos al motel “La Orquídea”. ¿En qué
puedo ayudarlos?
Cerrando las manos y tratando de contenerse, Carla tomó una honda respiración y dijo al
recepcionista:
—Buenas tardes, necesito saber en qué habitación se encuentra alojado el dueño del
vehículo gris que está afuera.
—Disculpe señora—fue la respuesta casi automática del empleado—esa información no
se la puedo proporcionar. Nuestros clientes no…
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—Escúcheme—dijo Carla leyendo en el gafete el nombre del encargado—. Renzo: ese
vehículo es de mi esposo y por ende es mío; quiero saber qué es lo que hace aquí. Por lo que
a mí concierne, debería de estar en el estacionamiento de su trabajo y es evidente que no es
así. Entonces; o alguien lo robó y lo dejó en este lugar o, mi marido lo condujo aquí. En caso
de ser lo primero tendría que llamar a la policía para constatar que no ha sido robado. Si es
lo segundo, significa que…
—Estimada señora—replicó el encargado—soy nuevo en este trabajo, pero estoy
consciente de que se han dado varios “casos” como el suyo. Por lo que respecta al motel solo
trata de dar satisfacción en cuanto a la calidad y discreción a sus clientes sin inmiscuirse en
sus asuntos personales. Perdóneme una vez más pero no puedo ayudarla, lo siento mucho.
Carla volteó a mirar a su padre quien se acercó a la recepción. Roberto se dirigió al
empleado, diciendo:
—Buenas tardes Renzo. Como usted se ha percatado esta es una situación muy
embarazosa. —Se introdujo la mano en el bolsillo de la chaqueta y extrajo su identificación
como director de la policía de la ciudad, mostrándosela al encargado—Estaría muy
agradecido si contara con su ayuda y discreción.
Cuando el empleado observó la identificación del hombre que tenía frente a él, sintió que
se le secaba la garganta mientras su faz adquiría tono más claro de lo normal. Miró con
seriedad al policía y le dijo:
— Por favor señor no deseo meterme en problemas. Tengo apenas seis meses trabajando
aquí y no quisiera perder mi trabajo. No tengo el nombre del huésped, pero le puedo decir
en qué habitación está. Es la 220, segundo piso al final del corredor. Llegó acompañado de
otra persona hace unos cuarenta y cinco minutos.
— ¿Qué dice?—preguntó Carla— ¿Quiénes llegaron?
—Lo lamento señora, pero no están registrados sus nombres. Normalmente las
habitaciones se alquilan por horas y… bueno de manera habitual no se requiere… —
Respondió el encargado titubeando—Este, bueno. Un señor… Eh…
Carla volteó y en lugar de encaminarse hacia los ascensores, se dirigió enseguida hacia
las escaleras. Lucía trató de sujetarla de un brazo pero Carla continuó con prisa empezando
a subir los escalones, seguida por su madre.
—Renzo—dijo Roberto—Sabe que están cometiendo una falta al no registrar a los
huéspedes, pero ese no es el problema. No quiero perjudicarlo, así que dígame quiénes están
en esa habitación.
—Llegaron dos hombres señor director. —fue la respuesta del empleado.
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—Dos hombres—repitió Roberto y se detuvo reflexionando en lo que acababa de oír,
entonces se dirigió una vez más al encargado y preguntó— ¿tan solo ellos?
Renzo asintió…
—Pero — prosiguió Roberto— ¿Alguien los estaba esperando en la habitación?
—No señor. Solamente llegaron ambos caballeros…
— ¡CARLA, NO CORRAS!, ¡TEN CUIDADO!—se oía la angustiada voz de Lucía.
Luego se escucharon unos pasos a la carrera y los gritos femeninos destemplados:
— ¡MISERABLE!, ¡TRAIDOR! ¡PERVERTIDO!, ¡MARICA! ¡MARICA!—se podían
distinguir las exclamaciones que provenían desde el segundo piso y Roberto reconoció como
la voz de su hija.
La impresión de escuchar los histéricos gritos de Carla causó que Roberto tardara unos
segundos en reaccionar; luego fue a la carrera al lugar de donde provenían. Si en vez de
permanecer en el lobby hubiera subido con ambas, quizás las cosas se habrían desarrollado
de otra manera…
Después de subir por las escaleras y llegar al segundo piso, Carla seguida por su madre,
fueron por el pasadizo abierto desde donde se divisaba en la planta baja el estacionamiento y
la entrada del motel. En ese momento un sujeto de unos treinta años, alto y delgado, cubierto
con una toalla azul en la cintura que ocultaba la parte inferior de su cuerpo hasta los tobillos,
venía en dirección opuesta con una hielera en la mano. Al verlas venir, el hombre se hizo a
un lado permitiéndoles el paso, luego de lo cual continuó su camino rumbo a la máquina
expendedora de hielo que se hallaba al principio del corredor.
— ¡Hija por favor!—dijo Lucía— ¡No vayas a cometer una tontería! Recuerda el estado
en que te encuentras, toma las cosas con calma. Piensa bien lo que vas a hacer…
Pero Carla no respondía. En ese instante todo lo que sucedía a su alrededor carecía de
sentido. Con la mirada fija y los labios apretados; se dirigía rápidamente hacia la habitación
220. Cuarto: 214…, 215…, 216…, sentía que su corazón bombeaba la sangre con más ímpetu
que nunca, impulsándose con furia y tratando de escaparse de su pecho. Parecía que quisiera
salir por su boca, mientras le palpitaban las sienes y su cabeza hervía como una olla a presión.
Podía percibir que su cuerpo era una bomba de tiempo a punto de estallar. 217… La ansiedad
y la rabia iban incrementándose y se concentraba en los números de las habitaciones que iba
dejando a su paso. 218… «Esto no puede ser, Alfredo me dijo que tenía una reunión en el
trabajo. No iba a almorzar en casa por eso» —pensaba—, tratando de hallar una explicación
coherente a lo que estaba sucediendo. « No puede estar engañándome, no es capaz de eso y
nunca me ha mentido. Jamás haría algo así…» No oía la voz de su madre quien, tras de ella,
trataba de hacerla reaccionar. 219… Tenía la garganta seca y una ígnea estaca clavada en su
pecho la forzaba a respirar con profundidad y de modo acelerado. 220…
"El Visitante Maligno II":  Primera parte  " Recuerdos"
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"El Visitante Maligno II": Primera parte " Recuerdos"

  • 1. EL VISITANTE MALIGNO II FERNANDO EDMUNDO SOBENES BUITRÓN 1
  • 2. EL VISITANTE MALIGNO II FERNANDO EDMUNDO SOBENES BUITRÓN 2 Diseño de portada: Fernando E. Sobenes Buitrón.
  • 3. EL VISITANTE MALIGNO II FERNANDO EDMUNDO SOBENES BUITRÓN 3 Todos los derechos reservados. Registro en la oficina nacional de derechos de autor De la República Bolivariana de Venezuela. Octubre 2014 Safe Creative: 18-ago-2014 código 1408181778548 Prohibida su reproducción parcial o total por cualquier medio sin autorización expresa de su autor.
  • 4. EL VISITANTE MALIGNO II FERNANDO EDMUNDO SOBENES BUITRÓN 4 DEDICATORIA “A mi familia. Al amor de mi vida: mi amada esposa y a mí adorado hijo. Gracias por existir. Sin ustedes no soy nada…”
  • 5. EL VISITANTE MALIGNO II FERNANDO EDMUNDO SOBENES BUITRÓN 5 AGRADECIMIENTO A mi gran amor y compañera en esta aventura de vida, mi esposa; por su comprensión y paciencia en los momentos en que me tuve que alejar, adentrándome en los confines de mi mente para poder realizar esta obra. Muchas gracias amada mía.
  • 6. EL VISITANTE MALIGNO II FERNANDO EDMUNDO SOBENES BUITRÓN 6 TODOS LOS PERSONAJES SON FICTICIOS Y ALGUNOS LUGARES SON PRODUCTO DE LA IMAGINACION DEL AUTOR. EN CASO DE EXISTIR ALGUNA SEMEJANZA CON LA REALIDAD, ES COMPLETAMENTE CASUAL.
  • 7. EL VISITANTE MALIGNO II FERNANDO EDMUNDO SOBENES BUITRÓN 7 PRÓLOGO El sol anunciando el ocaso del día descendía lentamente en el horizonte de un cielo completamente despejado inundando el firmamento con un matiz naranja, mientras se ocultaba arrebatando la claridad de una jornada más que se aproximaba a su final; creando una hermosa escena. Era la mano majestuosa e incomparable de la naturaleza que en su infinita sabiduría, dibujaba una obra de arte para el deleite de los espectadores; quienes contemplaban extasiados la maravillosa e imponente puesta del astro rey. Para algunos era una obra divina y para otros simplemente un fenómeno natural. Pero eso no era importante; lo evidente y trascendental, era que se encontraban ante un magnífico espectáculo de gran hermosura… En aquel momento, un niño de unos tres años de edad corría entusiasmado persiguiendo a las palomas amontonadas en el suelo, mientras éstas huían tratando de eludir a su diminuto acosador. Algunas emprendían el vuelo desplegando con rapidez sus alas blancas, grises y negras, en tanto que otras caminaban raudamente tratando de evadir a su importuno visitante. Esto duraba solamente unos segundos ya que las aves —habituadas a las personas— al parecer sabían que siempre tendrían alguna visita de esos molestos gigantes que en lugar de alimentarlas, disfrutaban asustándolas; pero luego de unos instantes aterrizaban retornando al mismo lugar buscando algo de comida. Aún permanecía mucha gente paseando en la plaza, tomando fotos y observando el solemne lugar con admiración y devoción. En el centro yacía un formidable obelisco de piedra de veinticinco metros de altura y trescientas toneladas de peso de color cemento oscuro conocido como testigo mudo; solemnizando la crucifixión de san Pedro, el cual se hallaba posado sobre un granítico cuadrado de color gris. En su cúspide, erguido de manera imponente apuntando hacia el infinito, se encontraba el símbolo máximo de la cristiandad: una cruz metálica que descansaba sobre una estrella de doce puntas, cuya base era un adorno semejante a copas invertidas y soportada por una estructura metálica adherida al pétreo monumento. En ambos lados a treinta metros de distancia, podían observarse dos fuentes de piedra de forma circular que contaban con tres niveles de altura y destacaban por la belleza de su diseño. Desde sus cúspides fluía constantemente el líquido cristalino derramándose hacia la parte inferior realzando fastuosamente su esplendor. Ambas centraban la atención de los visitantes, principalmente de los creyentes quienes las fotografiaban deseando poder guardar un recuerdo de su presencia en ese sitio tan especial, que los envolvía en un aura de religiosidad y emoción, por encontrarse en el epicentro de la cristiandad debido a lo que representaba para ellos. El venerado lugar estaba rodeado de columnatas constituidas por casi trescientas columnas dóricas de trece metros de altura. Sobre éstas circundando la plaza, se situaban las estatuas de ciento cuarenta santos, realizadas en los siglos XVII y XVIII. En la parte frontal con seis metros de alto se elevaban imponentes las níveas efigies de: Cristo, Juan Bautista y los once apóstoles, silentes testigos de excepción de toda la historia que guardaba ese lugar y de la devoción de sus peregrinos. Durante generaciones miles de éstos acudían allí con el fin de profesar su fervor a unos hombres ungidos por Dios como sus representantes en la tierra, que imponían normas y designios según su iluminada percepción y su comunicación con el Altísimo. Inmediatamente después, estaba la maravillosa basílica de San Pedro con su famoso «Domo» creado por el inmortal Miguel Ángel.
  • 8. EL VISITANTE MALIGNO II FERNANDO EDMUNDO SOBENES BUITRÓN 8 Exactamente al extremo opuesto como un cajón abierto desde donde desembocaban los vehículos se hallaba la Vía della Conciliazione, con medio kilómetro de longitud. Única ruta de acceso vehicular al magno y venerado lugar ubicado en El Vaticano: pequeño enclave rodeado por un muro de más de tres kilómetros de longitud y ocho metros de altura, que servía como frontera entre Italia y la Santa Sede… Vista desde el aire, la imponente obra del genial artista italiano Gian Lorenzo Bernini: La Plaza de San Pedro con trescientos veinte metros de longitud y doscientos cuarenta de ancho, mostraba dos especies de ganchos a los lados en forma elíptica. Algunas personas decían que la configuración de la basílica unida a la plaza evocaba a un cuerpo humano: la cúpula era la cabeza, la basílica el cuerpo y los arcos de la plaza: “los brazos abiertos de la Santa Madre Iglesia que recibía amorosa a todos sus hijos”. En el interior de una de las edificaciones se encontraba un amplio aposento con el techo cubierto de frescos rememorando el Vía Crucis*. Las catorce estaciones desde que Jesús fue condenado a muerte, luego en su trayecto hacia el cadalso y finalizando en la sepultura. Aquellos históricos y trascendentales momentos estaban plasmados en un gran mosaico de exquisita calidad, constituyendo una regia obra de arte. El piso elegantemente diseñado era de mármol en forma de rombos de color marrón y beige; y relucía como un espejo, reflejando todo lo que se encontraba sobre éste. Las paredes de color marfil se hallaban engalanadas con retratos de los rostros de diversos papas y entre todas ellas, resaltaba un formidable e imponente crucifijo de ébano de tres metros de altura en la parte central. En el espacioso recinto se podía percibir una atmósfera de solemnidad y misterio. Parecía que los más de los dos mil años de historia de la Iglesia Católica se encontraran emanando de aquellas pinturas, flotando entre sus paredes y escurriéndose a través de las ventanas y resquicios de las puertas tratando de alcanzar al resto de los mortales con esa sensación mística, tan especial y poderosa. En aquella cámara, ajenos a lo que sucedía en el mundo exterior estaban dos personas: un sacerdote vestido de sotana negra con botones y fajín morado. Tenía en su cuello el inconfundible cleriman blanco con una cadena dorada que terminaba en cruz, quien permanecía en silencio sentado alrededor de una gran mesa rectangular tallada en madera de color marrón oscuro. Contaba con cincuenta ycinco años de edad; de mediana estatura, calvo, de tez blanca, nariz aquilina y lentes dorados. Era el monseñor Giovanni Bono, secretario personal del Papa quien llevaba con éste más de quince años. Sobresalían en él sus ojos castaños que poseían una mirada profunda. Algunos de los que lo conocían decían que: daba la impresión de poder traspasar la mente de una persona. Había sido nombrado asistente personal del actual Papa desde que Su Santidad fue ordenado cardenal. Doctor en derecho canónico, se comentaba que: era el poder detrás del trono. Los cardenales lo veían con envidia a la vez que respeto ya que era una influencia indiscutible en las decisiones del santo padre. * El Vía Crucis o “Camino de la Cruz”: Hasta 1991 estaban consideradas catorce estaciones que vivió Jesús desde el instante en que fue capturado hasta su muerte y sepultura. En ese año Juan Pablo II promueve una reforma mediante la cual se le agrega otra etapa que contempla la resurrección de Cristo aparte de algunas modificaciones en el desarrollo de
  • 9. EL VISITANTE MALIGNO II FERNANDO EDMUNDO SOBENES BUITRÓN 9 los acontecimientos que tradicionalmente se venían observando, quedando de esta forma en quince estaciones… A la izquierda del religioso estaba un hombre de unos sesenta años: alto, delgado y de ojos verdes que sobresalían en su rostro trigueño; cabello corto y canoso. Vestía un traje y corbata de color azul oscuro, camisa celeste y una diminuta cruz dorada en la solapa izquierda, quien observaba con atención las imágenes en su ordenador personal tipo Tablet. Éste finalizó de revisar su dispositivo electrónico y dirigió la vista hacia el religioso. El prelado se retiró los anteojos y sin darles importancia, empezó a limpiar los cristales con una pequeña tela azul. Como si tratara de darse tiempo de pensar en lo que quería decir. Luego volvió a colocarse las gafas y se dirigió a su interlocutor: —Es necesario que podamos tener la certeza de lo que aconteció en ese pueblo de los Estados Unidos a nuestro querido hermano Piero Rivetti y a los otros sacerdotes, que lamentablemente fallecieron y se encuentran en el regazo de nuestro amado Señor. Tengo la orden de Su Santidad de autorizar que le sean proporcionados todos los recursos necesarios para aclarar este asunto; y demostrar si estos luctuosos hechos fueron producto de actos irracionales cometidos por el hombre, o de alguna manera, estuvieron influenciados por la presencia nefasta del mal encarnado en el infame y abyecto Satanás. —Su Santidad— continúo hablando el sacerdote— al igual que el resto de los cardenales, no tienen duda que en este terrible caso está claramente de manifiesto la infausta y maligna actuación de las fuerzas contrarias a la fe en Cristo. Estamos convencidos de ello. Más es necesario tener una prueba fehaciente con la finalidad de disipar dudas, y poseer un caso de referencia real y evidente de la presencia del demonio entre los hombres. Pero aún es más importante; demostrar a quienes dudan o carecen de fe que están equivocados, y hacerles entender sobre la fundamental misión de nuestra Iglesia para salvaguardar las almas de los fieles. Su interlocutor era Roberto Missarelli. Hombre católico, abogado, egresado de la Universidad de Roma, especialista en derecho penal y experto en seguridad; además de poseer una amplia experiencia en materia de investigación criminal. Natural de Milán, Italia, hablaba además del italiano: inglés, francés y latín. Culminó sus estudios con honores en la Scuola di la Polizia di Stato, tuvo la oportunidad de especializarse en Scotland Yard y en el FBI. Después de una carrera exitosa de veinte años en la policía criminal italiana y diez años como director del Servicio Vaticano de la Policía Italiana, se había retirado y ejercía la práctica del derecho. Además se desempeñaba como asesor de la ciudad de la cristiandad en asuntos policiales y todo lo relacionado con seguridad; lo cual implicaba lo concerniente a investigación criminal, protección e inteligencia. Gozaba de un gran prestigio y el respeto de Su Santidad y gran parte del cuerpo cardenalicio —aunque no la simpatía de todos—. Fue designado por el anterior Vicario de Cristo en el caso de los abusos sexuales cometidos por sacerdotes católicos ocurridos en Irlanda durante varias décadas, con la finalidad de investigar a los religiosos que estuvieran implicados y hallar a los responsables; pero de una manera en la que “no perjudicara a la Santa Madre Iglesia”. Sus empleadores esperaban que el doctor Missarelli, producto de su fe en la Iglesia Católica, actuara de una manera
  • 10. EL VISITANTE MALIGNO II FERNANDO EDMUNDO SOBENES BUITRÓN 10 “adecuada” con la finalidad de evitar escándalos que lesionaran de alguna manera la menguada imagen del clero. Pero craso error. El entonces director era en verdad un fiel devoto y cristiano practicante pero además, un experto y excelente policía quien cumplía su trabajo de manera brillante y objetiva; siempre había obrado con honestidad y profesionalismo. Luego de una investigación conjunta con la policía irlandesa, presentó un informe tan demoledor que al santo padre no le quedó más remedio que solicitar la renuncia de algunos obispos y otros sacerdotes, que obraron de una manera “impropia e inconveniente, no acorde con la labor sacerdotal”. Pero la verdad era que en la mayoría de los casos, se había cambiado de ubicación al clérigo implicado, enviándolo a que continuase con su “misión pastoral” a otras latitudes con la finalidad de aplacar “las molestias de las presuntas víctimas de dichas conductas desafortunadas”. Únicamente en los casos donde la opinión pública ejerció mayor presión, el sucesor de san Pedro se vio forzado a retirar al infractor. El asesor y el arzobispo se habían visto en varias ocasiones; en algunas ceremonias y otras actividades, pero nunca tuvieron ocasión de conversar. El abogado observaba al sacerdote en silencio. Miraba esos ojos castaños que lo escudriñaban con suspicacia. Sin duda se hallaba ante una persona muy sagaz que además, contaba con el máximo respaldo lo cual lo hacía peligroso para quienes osaran contradecirlo. Conseguir una cita con el monseñor Bono era casi tan difícil como obtenerla con el Papa, y ahora se hallaba frente a él. Sabía que por la gravedad de la situación, había sido elegido por el mismísimo vicario de Cristo para lidiar con este asunto. —Doctor Missarelli—continuó el prelado—Como usted sabe esto se debe guardar en el más absoluto secreto y toda la información así como los resultados que obtenga, me los deberá entregar directamente. Nadie absolutamente, debe conocer el producto de su investigación. Estoy completamente seguro que contamos con vuestra discreción. —De eso no tenga duda monseñor—contestó Roberto—Todo lo que averigüe lo guardaré en la más absoluta reserva. Tiene mi palabra. —Muchas gracias doctor Missarelli, no esperaba menos de usted. Bueno, iba a mostrarme la información que ha obtenido… —Así es monseñor—respondió Roberto—. Tengo la grabación que se tomó del lugar donde acaeció la muerte del padre Rivetti. Pero permítame advertirle que las imágenes son bastante elocuentes y desagradables. —Descuide doctor. Muéstreme todo lo que ha recabado y así podré informar a Su Santidad en detalle. El asesor accionó su Tablet y simultáneamente se encendió una gran pantalla al fondo del salón empezando a reproducirse el video. Ambos permanecieron en silencio mientras observaban las imágenes. —Doce de noviembre de 2011. Lago Feliz, Florida, Estados Unidos de América. Iglesia de Lago Feliz 07.00 horas — dijo una voz invisible masculina en italiano proveniente de la grabación.
  • 11. EL VISITANTE MALIGNO II FERNANDO EDMUNDO SOBENES BUITRÓN 11 En la escena se apreciaba a un vehículo Ford modelo Taurus, color verde oscuro del año 2010 registrado a nombre de: Josh Miller, párroco de dicha iglesia. Estaba estacionado cerca de la entrada principal del templo, con la portezuela del lado del conductor abierta. El video continuaba acercándose hacia una puerta lateral blanca de madera que conducía a la oficina eclesiástica. En la entrada se hallaban dos personas cubiertas de pies a cabeza con trajes protectores plásticos de color amarillo, guantes quirúrgicos y máscaras de seguridad transparentes que escudaban por completo sus rostros; en la parte inferior remataban con un filtro de aire que los salvaguardaba de cualquier emanación peligrosa. En el instante que franquearon la entrada, fueron recibidos por un enjambre de moscas emitiendo un ruido infernal que por un instante oscureció el lente de la cámara, como si se tratase de una nube negra, espectral y aterradora. Era la bienvenida al horror, a la locura y la muerte. Uno de los hombres sacudió sus manos tratando de espantar al ejército de insectos y luego encendió el interruptor de la luz. El sacerdote quedó asombrado y estremecido por el dantesco espectáculo de las pavorosas imágenes que cobraban vida ante sus ojos… La oficina estaba completamente destrozada con los cuadros de las paredes sobre el piso de mármol, destruidos y salpicados por una sustancia de color rojo que al parecer era sangre. El escritorio se encontraba de cabeza y el monitor de la computadora se apreciaba destruido sobre el suelo, al igual que la impresora multifuncional y las hojas blancas esparcidas por todo el lugar, rociadas con ese siniestro líquido rúbeo. En uno de los rincones de la estancia descubrieron un pedazo de tela de color negro que uno de los investigadores tomó con unas pinzas. Lo realmente horrendo era que estaba adherido a un resto humano con sangre seca, colmado de larvas y otra fauna cadavérica. El sillón lacerado en el espaldar, presentaba varias rasgaduras como si unas manos hubieran tratado de aferrarse a éste, desgarrando el cuero y destrozándolo. Alguien que no supiera que se trataba de un ambiente de la iglesia, hubiera imaginado que se hallaba en una carnicería, un matadero. Una de las personas con el traje plástico se acercó al sillón y con una herramienta comenzó a hurgar entre las rasgaduras del mueble. La cámara tomó un acercamiento del hallazgo, mientras la otra persona extraía el objeto del asiento y lo mostraba al lente. El arzobispo Bono no pudo resistir el estremecimiento que sintió al comprobar que era una uña humana la cual; producto de la fuerza con que quiso sostenerse, se había desprendido del dedo que la soportaba. La toma hizo otra aproximación aún mayor de las rasgaduras en el espaldar y con espanto se podía ver que algunas de las uñas aún se hallaban incrustadas y conservaban pedazos de dedos; de carne verde oscura infestada de parásitos debido al avanzado estado de putrefacción. El espejo de cuerpo entero del despacho estaba manchado de ese fluido carmesí, cual si hubiera sido esparcido por un atomizador; las gotas y demás salpicaduras de esa sustancia oscura se hallaban invadidas de enormes cucarachas marrones y hormigas, en tanto que las moscas volaban a su alrededor. Empezaban en el piso y continuaban subiendo por la pared en forma de chorro llegando hasta el techo que se situaba a unos tres metros de altura. A sus pies, restos de excremento seco mezclados con la sangre reposaban formando un charco asqueroso y aterrador, en tanto que los insectos plagaban el lugar con ese zumbido diabólico luchando por obtener algo del espeluznante y nauseabundo alimento. Era una especie de nube oscura hambrienta de podredumbre que colmaba a los espectadores aún más de repugnancia y consternación. Al mirar el piso con mayor detalle, se podía observar un crucifijo
  • 12. EL VISITANTE MALIGNO II FERNANDO EDMUNDO SOBENES BUITRÓN 12 chamuscado de madera, partido por la mitad. Cerca de éste, yacía la mancha de una masa amarillenta y rojiza, lo cual hacía suponer que eran rastros de regurgitación y por varios recodos se visualizaban retazos de esa tela de color negro adherida a restos humanos. Una gran huella roja de arrastramiento desde la oficina hacia la nave principal de la iglesia, indicaba que un cuerpo fue halado a dicho recinto. Roberto presionó el botón de pausa de la filmación. — ¿Se siente bien monseñor? ¿Desea continuar?— Preguntó al sacerdote que se había tornado blanco como la nieve. — ¿Quisiera un vaso con agua?—. —No, no…—respondió el obispo afectado por las imágenes que veía mientras extraía un pañuelo del bolsillo de su pantalón y lo pasaba sobre su frente perlada de sudor—prosiga por favor… El video continuó reproduciéndose y mostraba la imagen siguiendo las huellas de esos surcos rojos por el pequeño pasillo que conducía a la entrada de la nave central de la Iglesia. El monseñor Giovanni Bono, no estaba preparado para ver aquello. Sentía que un manto congelado se había posesionado sobre su nuca cubriendo su espalda y hombros causándole un leve temblor, mientras el resto de su cuerpo era invadido por el espanto y una sensación de vértigo sacudió su cabeza. Sobrecogido, a duras penas lograba contener las arcadas… Las escalofriantes vistas mostraban que alguien muy trastornado, una mente cruel y macabra había decorado las bancas de la iglesia con diversos restos humanos. En primera fila sobre los asientos, estaban diseminadas unas vísceras así como otras partes orgánicas. El piso se hallaba manchado de aquel siniestro líquido por diferentes lugares mostrando cómo dicha humanidad fue deslizada dejando a su paso restos de piel, músculos y algunos huesos. La cámara giro ciento ochenta grados enfocando el altar. Las efigies de Cristo en la cruz así como la Virgen y María Magdalena yacían destrozadas en el suelo, cubiertas de sangre, sabandijas y otras partes humanas. A unos metros de las estatuas destruidas, se podía reconocer una mano arrancada con brutalidad del resto de la extremidad que la sostenía así como algunos dedos, dos costillas unidas por parte del esternón, e inclusive un muslo desgarrado. Al ascender un poco la cámara enfocó un extraño objeto que ocupaba el lugar donde estuvo la cruz; se hallaba teñido de colores vino tinto y marrón, aparentando ser sangre seca y en principio no se diferenciaba bien de qué se trataba. Uno de los criminalistas encendió una linterna dirigiéndola hacia el hallazgo mientras la filmadora hacía un acercamiento. En ese instante se pudo apreciar con nitidez el objeto en cuestión. En uno de los clavos que antes soportara la efigie del crucificado, fue encajado cual alucinante trofeo, un resto humano. Era la cabeza del padre Piero Rivetti, invadida por los bichos, que aún permanecía ligada al cuello de donde sobresalía parte de la tráquea, arterias y jirones de músculos. Una mano enguantada apareció en la imagen comenzando a espantarlas y permitiendo observar en detalle el horror de aquella visión de pesadilla, que daba un toque brutalmente feroz al tétrico espectáculo que tenían frente a sí. La colonia de alimañas había iniciado su trabajo dándose un festín con la cabeza del sacerdote carcomiéndola en varias partes. Algunas áreas presentaban un atroz color verde
  • 13. EL VISITANTE MALIGNO II FERNANDO EDMUNDO SOBENES BUITRÓN 13 oscuro y púrpura que mostraba el proceso natural del deterioro corporal que viene luego de la muerte. La boca entreabierta enseñaba los labios inflamados y consumidos por la fauna cadavérica. De esa cavidad brotaban como un vómito tétrico algunas cucarachas y hormigas que uno de los investigadores se apresuró a retirarlas. Al sacerdote le habían arrancado la lengua así como parte de la piel de los pómulos, la frente y el mentón. Una porción de los bigotes y la barba se encontraban mezclados con los restos de la piel chamuscada y derretida, como si fuera una bolsa de plástico. Parecía que le hubiesen arrojado algún tipo de agente corrosivo convirtiendo su rostro en una máscara abominable y de pesadilla. Le faltaba la nariz y en su lugar, estaba un hueco triangular surcado verticalmente por el tabique. La oreja izquierda había desaparecido y la derecha rasgada, presentaba una herida similar a una mordida. No obstante, para sorpresa de los investigadores, los ojos del exorcista se encontraban enteros. De forma inusitada no fueron vulnerados por su verdugo ni los insectos. Daba la impresión que el ejecutor hubiese querido que su víctima observase todas las atrocidades a las que estaba siendo sometido. Los ojos apagados y exangües en el destruido rostro, sin párpados ni piel alrededor, hacían que la cabeza luciera mucho más aterradora e intimidante. La cara de Rivetti se hallaba orientada hacia adelante, con dirección a la entrada del templo como si pudiera atravesarla con la mirada y llegar al horizonte. Tratando de buscar algo o alguien que llegara en su ayuda; en una mueca de pavor y angustia suplicando por el auxilio y la misericordia que no pudo alcanzar… Sin previo aviso se oyó un ruido y al voltear Roberto se percató que el obispo había caído de su silla. Enseguida detuvo la película y se levantó a socorrer al sacerdote quien yacía tendido sobre el piso desmayado, debido a la impresión de esas imágenes infernales que tuvo que presenciar. —Monseñor, monseñor—dijo el experto—agachándose al lado del prelado quien estaba pálido y sin reaccionar. El asesor procedió a desabotonarle el cuello de la sotana, aflojándole el cleriman para ayudarlo a que respirase mejor. El eclesiástico se encontraba sudando y había abierto los ojos. Respiraba por la boca mientras temblaba. — ¡Monseñor Bono! —Empezó a sacudirlo del brazo tratando de hacerlo reaccionar— ¿Cómo se siente? ¿Quiere que llame al médico para que lo revise?—preguntó el asesor preocupado por el estado del religioso. — ¿Desea un poco de agua?— le dijo mientras lo ayudaba a reincorporarse. —No. No llame a nadie, por favor…—respondió el clérigo—le agradecería que me diera un poco de agua. Me encuentro mareado. Roberto sirvió un vaso con agua de la jarra de vidrio que se hallaba sobre la mesa, acercándoselo al obispo quien lo bebió de un solo trago. — ¿Se encuentra mejor monseñor? ¿Desea que continuemos luego? —Estoy bien doctor Roberto. —Respondió el prelado reponiéndose— Estoy bien. Muchas gracias por ayudarme. Es necesario que continuemos con la reunión ya que debo
  • 14. EL VISITANTE MALIGNO II FERNANDO EDMUNDO SOBENES BUITRÓN 14 informar a Su Santidad. Esas son sus instrucciones, pero por favor…, se lo ruego. Ya no deseo ver más esa grabación. Solo quisiera que concluya con la información que tiene hasta el momento. —Pues bien monseñor, me alegro que se encuentre mejor. Si usted insiste, voy a proseguir. Luego del hallazgo del cadáver del padre Piero Rivetti, se procedió a su levantamiento y traslado al departamento de patología forense efectuándose la necropsia de rigor para determinar la causa de muerte. Se estableció que la razón del deceso fue por desprendimiento de la cabeza desde la base del cuello, es decir: decapitación. El cuerpo presentó además… —Pero—lo interrumpió el sacerdote— ¿Dice usted que falleció decapitado? ¿Y qué pasó con el estado del cuerpo? ¿Con las imágenes que vimos de sus partes diseminadas por todo el lugar? ¿Le cortaron la cabeza luego de torturarlo? ¿No falleció durante todo ese suplicio? No entiendo a qué se refiere cuando dice que la causa de la muerte fue la decapitación, eso es imposible. Usted vio la condición en que fue hallado el cadáver de Rivetti. La cantidad de sangre que había en la oficina… ¿Cómo pudo ser que después de soportar toda esa… ordalía sádica y diabólica haya continuado con vida? ¿Es eso posible? —Lamentablemente monseñor—respondió el abogado—el padre Rivetti recibió todas esas heridas, mutilaciones y demás vejámenes estando con vida, según el estudio forense. De hecho se comprobó que presentó desgarre anal lo que indica la existencia de violación: le introdujeron un objeto que destrozó su esfínter perforando el recto, intestino delgado y colón, llegando hasta el estómago y al final de todo el tormento, su cabeza fue arrancada de raíz. Es como si una fuerza muy poderosa lo hubiera sujetado desde el cráneo y halado; logrando el desprendimiento de la nuca y la columna vertebral…además, entre los dientes y garganta se hallaron residuos de sus órganos sexuales… — ¿Qué…qué… está diciendo doctor?—balbuceó conmocionado el prelado— ¿residuos de sus órganos sexuales…? ¿A qué se refiere…? ¿Acaso le cortaron sus órganos y los introdujeron en su boca…? ¿En la garganta?; ¡Pero, qué locura es esta!… —El resultado médico legal arrojó que al padre Rivetti, le arrancaron el pene y los testículos forzándolo a comerlos. De hecho, se encontraron partes de esos órganos dentro de su estómago y en los restos hallados sobre el piso de la escena del crimen. En verdad lo lamento sobremanera. — ¡Dios santísimo! ¿Quién pudo haber hecho algo tan aterrador? ¿Cómo alguien o algo se regocijarían al ejecutar tamaña monstruosidad? Tanta locura, tal sadismo. No puede ser…eso es imposible… —repetía el religioso— ¿Quién pudo ser capaz de tanta crueldad? ¿Por qué hacer sufrir de esa forma a un ser humano?... —Esto tiene que ser obra del mal, de un ser de pesadilla; enemigo de la cristiandad, enemigo del hombre; de la raza humana quien cebó su pernicioso instinto con el pobre padre Rivetti. No hay otra explicación posible. —Continuó hablando Bono—Esta muerte, este tipo de asesinato… ¿Quién puede haber odiado tanto a Piero? Él viajó por el mundo llevando la palabra del Señor y su mensaje de esperanza y salvación. Rescató a muchas almas y expulsó
  • 15. EL VISITANTE MALIGNO II FERNANDO EDMUNDO SOBENES BUITRÓN 15 al demonio en diversos lugares. No es posible que haya muerto de esa manera tan…escandalosa. Ambos callaron, meditando por unos segundos hasta que el sacerdote tomó de nuevo la palabra. —Doctor Roberto: Por favor dígame con sinceridad qué opina. ¿Alguna vez había visto algo similar? —Monseñor: —respondió el experto— no puedo adelantar juicio de ningún tipo ya que el resumen de la investigación lo recibí ayer por la mañana, yno he tenido el tiempo suficiente para leer por toda la información debido a la premura de mi convocatoria. Sin embargo le puedo decir que nunca vi algo tan terrible. La saña con que fue asesinado el padre Rivetti hace pensar sobre un odio muy profundo ya sea hacia su persona o hacia la figura que él representaba. En el informe post mortem se contabilizaron más de cien partes del cadáver y algunas no han podido ser halladas, lo que no permitió reconstruir totalmente el cuerpo. De igual manera se encontraron desgarres y marcas de diverso tipo que hacen suponer que se utilizaron diferentes armas que le provocaron heridas punzantes, cortantes, penetrantes además de múltiples contusiones. Hay muchas cosas en este homicidio que me parecen muy extrañas. Hasta donde he podido apreciar, es sumamente difícil que una sola persona —miró en los documentos que tenía en su poder y continuó hablando— Will Perrys, haya tenido la fortaleza para realizar un acto de esta naturaleza. Es muypoco probable aunque nada se puede descartar. Se debe tener en cuenta el carácter por demás sádico del perpetrador de este brutal homicidio quien arrancó los párpados a su víctima para impedir que cerrara los ojos. Quería que fuera testigo de toda la tortura a la que estaba siendo sometido. De igual manera, hasta el momento no he visto en el informe policial si se halló algún resto de ADN o evidencia física que ayudara a identificar al criminal. Este caso es muy extraño… — Se detuvo por un momento y luego prosiguió— Eso me lleva a la pregunta. ¿Por qué la Iglesia ha esperado tres años para llevar a cabo una investigación sobre estos casos? El sacerdote comenzó a arreglarse el cuello y una vez más, pasó el pañuelo por el rostro secando el sudor. Pensaba en lo que iba a decir al asesor. —Doctor Missarelli: Como usted debe saber hay mucho interés en desacreditar la sagrada misión de nuestra Iglesia. Hay grupos, sectas, amén de otros individuos que desean nuestro desprestigio con la finalidad de hacer que reine la oscuridad y la zozobra entre los hombres por medio de nuevas religiones y otras creencias. Aparte está el ateísmo que mantiene un obstinado y constante empeño en desconocer nuestra capacidad de alcanzar a la humanidad y hacerles llegar el mensaje de Cristo. Desgraciadamente estas fuerzas al parecer se han unido a la cruzada del mal encarnada por el anticristo para desprestigiarnos y presentarnos de una forma negativa en la sociedad. “El maligno” desea hacernos desaparecer para tener el campo libre de acción y corromper a los hombres, en claro desafío a nuestro padre celestial. Nuestra misión es la de conducir a las personas hacia la luz de nuestro Señor para lograr la salvación de sus almas. —Es verdad monseñor—intervino Roberto— Todo lo que me está diciendo es cierto, en parte. Recuerde que no siempre algunos miembros de la iglesia se han comportado como es
  • 16. EL VISITANTE MALIGNO II FERNANDO EDMUNDO SOBENES BUITRÓN 16 esperado, y han dado pie a que se produzcan todas estas circunstancias adversas que usted menciona. Penosamente este tipo de situaciones ocurre con más frecuencia de lo que debería ser. Es decir: no deberían existir conductas de esta clase que atenten contra la buena fe de las personas. El trabajo del sacerdocio es un apostolado y por lo visto, algunos de sus integrantes se han olvidado de ello. Por ese motivo monseñor, no sería extraño que algún afectado por el trastornado comportamiento de un sacerdote, haya querido buscar venganza en el padre Rivetti. Es lo de siempre: “justos pagan por pecadores”… por desgracia. El prelado tuvo que hacer un gran esfuerzo para mantener la compostura y sentía que le hervía la sangre al escuchar las palabras del asesor: « ¿Trastornado comportamiento? ¿Qué se habrá creído este sujeto? —Pensó— que atrevimiento en venir a hablarme en esos términos sobre nuestra misión, acerca de los miembros de mi Iglesia. Si no fuera por la orden de Su Santidad, no estaríamos teniendo esta charla. En verdad que este señor no es como cualquier otra persona, ni se amilana ante nada…» Respiró profundo y respondió: —Es cierto doctor Roberto, es innegable la conducta equivocada y no acorde a nuestra fe que ha sido llevada a cabo por muy pocos miembros de nuestra iglesia. Sé que usted tiene de primera mano la información concerniente a dicho comportamiento—el sacerdote lo miró con dureza—. Pero nuestra misión va mucho más allá de unos cuantos tropiezos, que de ninguna manera mancillan nuestra labor. El verdadero cristiano sabe que puede confiar en su Iglesia y que siempre estará con él para confortarlo y darle el apoyo que requiere ante cualquier tribulación. La fe mi querido doctor, la fe en Cristo y en su Iglesia es lo que las personas deben tener siempre presente. Esos “pequeños incidentes” no reflejan en realidad el espíritu sacerdotal. Roberto sintió que algo se trababa en su garganta y un sabor amargo en la boca al percatarse del cinismo expresado en las palabras del religioso que le cayeron como un golpe directo en el plexo solar: « ¿conducta equivocada?, —pensó— ¿no acorde con la función sacerdotal?» Parecía que el arzobispo estuviera hablando de unos muchachos malcriados que cometieron una chiquillada; rompieron un vidrio jugando al fútbol o no hicieron la tarea antes de ir al colegio. En lugar de llamar a las cosas por su nombre. En su mente se agolparon los recuerdos de la gran cantidad de aberraciones de índole sexual cometidas por esos depravados. Aquellos pervertidos que se escudaban en el nombre Cristo para poder realizar a sus anchas abominables actos en perjuicio de los niños que, al igual que sus familias, inocentemente confiaron en ellos basándose en el amor a Dios. Las investigaciones que llevó a cabo en Irlanda lo marcaron de un modo imborrable haciendo que se percatara de la realidad de la religión que abrazaba, la cual estaba regida de una manera con la cual no comulgaba pero respetaba. Tenía la esperanza en que algún día cambiaría todo ello y que la Iglesia tomaría el verdadero rumbo que el Señor había trazado; pero ese no era el momento, ni el lugar para discutir sobre lo que ocurría en la congregación. Fue llamado para una investigación, por eso se encontraba ahí e iba a dedicarse de lleno a resolver este caso. En ese momento era lo único importante. —Disculpe monseñor. No deseo ser descortés, pero no ha contestado mi pregunta. ¿Por qué han esperado tanto tiempo para llevar a cabo esta investigación?
  • 17. EL VISITANTE MALIGNO II FERNANDO EDMUNDO SOBENES BUITRÓN 17 El sacerdote no estaba habituado a ser interrumpido ni interpelado de forma alguna. Tanto tiempo en el poder lo acostumbró a ser temido y respetado. Nadie se atrevía a enfrentarlo debido a su gran cercanía con el Papa y a la influencia que ejercía en él. Sin embargo, estaba al tanto que la persona que tenía frente a él no cedía ante presiones de ningún tipo. Sabía que Roberto Missarelli inclusive había renunciado al no querer “llevar a cabo las recomendaciones papales” sobre el derrotero que debían llevar ciertas investigaciones que implicaran a tal o cual obispo. Pero en vista a su capacidad profesional a regañadientes le solicitaron que reconsiderase su renuncia y retomase sus funciones. Sin embargo el experto, no aceptó volver a estar bajo las órdenes de la Curia Romana y solo accedió a desempeñarse como consultor externo. Lo cual le daba la independencia que requería para llevar a cabo su trabajo con imparcialidad y sin ningún tipo de presiones. —Era necesario—respondió el arzobispo un tanto molesto— Que se permitiera transcurrir algo de tiempo para hacer que el asunto se diluyera en la mente de las personas del lugar donde ocurrieron esos trágicos eventos. Ese pueblo: Lago Feliz, es una próspera comunidad en la cual era y es necesario preservar la tranquilidad de sus habitantes. Es bueno tener en consideración que el tiempo es el mejor bálsamo del espíritu y sana todos los males. Ahora usted tiene en sus manos las investigaciones que se realizaron en ese momento. Comprenderá doctor Roberto, que fueron circunstancias muy dolorosas, tristes y violentas para las personas de ese poblado. Es necesario tener en cuenta que el padre Rivetti era nuestro más renombrado exorcista, poseedor de una carrera intachable. Las circunstancias tan especiales de su muerte, habrían levantado muchas interrogantes lo cual no hubiera sido bueno para nadie. De igual manera Su Santidad, en honor al inconmensurable trabajo del padre Rivetti a lo largo de todo el tiempo que dedicó a rescatar almas de las garras del mal, ha decidido empezar con su proceso de beatificación. Para esto es imperioso realizar una labor investigativa que reafirme la extraordinaria devoción, honestidad, entrega, constancia y sacrificio con la que el padre Piero Rivetti realizó nuestra batalla contra el demonio, durante tantos años de devoción a nuestra Madre Iglesia. —A propósito—continúo el sacerdote—Creo que le va a ser de mucha ayuda el contacto que tenemos en Estados Unidos y estuvo a cargo de las investigaciones sobre las muertes en Lago Feliz. Es posible que usted lo conozca doctor Missarelli. Se trata del señor Burt Nielsen, es el comisionado de policía. Quizás sería bueno que hablara con él. —Si lo conozco —respondió Roberto—gracias por su recomendación. El sacerdote abrió un pequeño estuche de cuero marrón que se hallaba sobre la mesa y extrajo un dispositivo electrónico de color blanco tipo pen drive con una cruz dorada y se lo entregó al asesor diciéndole: —Doctor Roberto, aquí tiene algunos detalles adicionales sobre este asunto que podrían serle de utilidad. Puede contactarme a cualquier hora del día o de la noche. Allí encontrará mi número de teléfono móvil privado y el de mi despacho. Si necesita cualquier cosa, no dude en hacérmelo saber. Espero tener noticias suyas lo más pronto posible.
  • 18. EL VISITANTE MALIGNO II FERNANDO EDMUNDO SOBENES BUITRÓN 18 Luego de esto el secretario papal se puso de pie, ante lo cual el experto hizo lo propio y estrecharon las manos mientras el clérigo dijo: —Que Dios lo ayude doctor Missarelli, lo proteja, acompañe y permita aclarar todo este triste asunto. Su Santidad, y mi persona oraremos para que pueda cumplir con éxito esta misión. —Muchas gracias monseñor—respondió el asesor—lo mantendré al tanto de todo lo que acontezca. El religioso se retiró mientras el experto volvió a tomar asiento permaneciendo por unos instantes en el salón. Empezó a observar en su ordenador portátil la imagen congelada del video que mostraba el rostro masacrado del exorcista. En esos ojos inertes y opacos trataba de encontrar algún indicio, alguna señal que le ayudará a comprender lo que había transcurrido en ese lugar. — ¿Qué fue lo que en verdad le sucedió padre Rivetti?— preguntó— ¿Quién le hizo tanto daño? Apagó el dispositivo electrónico guardándolo en su maletín junto con el pen drive blanco y se levantó del asiento disponiéndose a retirarse del salón de reuniones. Aproximándose a la solemne cruz flexionó la pierna derecha arrodillándose y persignándose ante la estatua del moribundo, cerrando los ojos y musitando una plegaria: «Dios mío; ayúdame en esta tarea que me han encomendado. Cúbreme con tu amor y protégeme de toda la maldad que nos rodea. Te lo suplico Señor, amén». «Padre nuestro, que estás en…» Así continuó postrado, tratando de hallar algo de serenidad por medio de la oración. Una vez que concluyó su rezo, respiró en profundidad irguiéndose, e instintivamente alzó la vista para observar el techo. Las imágenes de Cristo en medio de la muchedumbre siendo flagelado y luego llevado hacia el calvario lo conmovieron en grado extremo colmándolo de tristeza. Era sorprendente el realismo con el que pintaron esas figuras. El dolor y la angustia del torturado así como la crueldad y sadismo de su verdugo eran impresionantes. El artista que hizo las pinturas había logrado transmitir todo ese cuadro de sufrimiento de una manera tan real que parecía sobrenatural. Era tal el grado de perfección de las imágenes que el experto no pudo evitar sentir un escalofrío al contemplarlas. Se sentía estremecido al ver el rostro de Jesús camino al Gólgota llevando desfalleciente el madero sobre sus hombros; con la cabeza coronada por espinas, semidesnudo y el cuerpo tinto en sangre, cubierto de heridas y mugre. Su rostro ojeroso, exhausto, dolorido y cadavérico lo miraba desde arriba proyectando una lastimera súplica por ayuda, mientras el soldado romano sosteniendo el látigo flagelaba su cuerpo con un gesto de enfermiza satisfacción. El fresco transmitía por completo el cuadro desolador del horrible suplicio y agonía del nazareno. Desconocía de qué artista se trataba— no se había establecido si se trataba de Miguel Ángel o Rafael Sanzio— o en qué época fueron realizadas las pinturas; pero sin duda eran magníficas y parecía que de un momento a otro cobrarían vida siendo capaces de descender al piso, trayendo consigo todo el horror de ese episodio tan vergonzoso y triste de la historia de la humanidad. Cerró los ojos una vez más y trató de escuchar en medio de la soledad de ese lugar lo que el mural de dolor y lamento
  • 19. EL VISITANTE MALIGNO II FERNANDO EDMUNDO SOBENES BUITRÓN 19 intentaba comunicar. Imaginaba cómo debió haber sido ese momento tan ignominioso y macabro que vivió Cristo. La traición, la tortura, la humillación, el desprecio y el esfuerzo sobrehumano de llevar su cruz a cuestas hasta la cumbre de su cadalso. « Nadie pudo haber tenido esa entereza y valor para soportar lo que Él sufrió» —pensó—. Prosiguió con los ojos cerrados tratando de oír, intentando percibir a través del tiempo los gritos de la multitud: los insultos y las burlas de los que rodeaban a Jesús en el camino hacia su tenebroso final. Luego de ello abrió los ojos y dirigió su mirada hacia el techo por segunda ocasión. Pero la otrora obra de arte se transformó en una pesadilla dantesca y diabólica en la forma de imágenes escapadas de un escalofriante sueño. Se le hacía difícil mantener la mirada en esa escena de desolación, violencia y crueldad. Bajó la vista dirigiéndola a las paredes detallando los retratos de los papas que las adornaban. Sin percatarse, empezó a sentir un estremecimiento y un leve vértigo, causando que el recinto oscureciera. Todas las efigies empezaron con lentitud a moverse y el crucificado que hacía unos segundos se hallaba con la cabeza recostada hacia abajo la enderezó lentamente, mirándolo de una forma escalofriante y mostrando una sonrisa macabra, mientras que el resto de los retratos lo observaban abriendo sus bocas deformes creando horridas muecas de agonía. Sentía como la sangre se congelaba en sus venas mientras el salón comenzaba a girar al tiempo que el piso se movía a sus pies intentado hacerlo caer. Pero eso solo duro un momento; una vez más cerró los ojos y sacudió la cabeza tratando de reaccionar. Luego de esto todo volvió a la normalidad. Con cierto temor volvió la vista hacia el techo percatándose que las pinturas continuaban inmóviles así como todo lo que se hallaba a su alrededor. Sin dudarlo, Roberto se encontraba afectado por el video y la información sobre la muerte del sacerdote. La forma en que fue brutalmente martirizado y ultimado no la había podido aún asimilar del todo. La noche sin dormir y haber tenido que leer ese informe tan terrible y lóbrego lo cansaron física y anímicamente. Un poco sobrecogido se dirigió hacia la puerta de salida sin mirar atrás. Quería irse de ese lugar en el que podía percibir que algo estaba tras él acechándolo. Sentía que tenía los ojos de miles de demonios y fantasmas observándolo desde atrás, amenazando y aguardando a punto de abalanzarse sobre éste. Era la intuición de que algo terrible e inexorable iba a suceder. Y no se equivocaba… ——————oooooo——————
  • 20. EL VISITANTE MALIGNO II FERNANDO EDMUNDO SOBENES BUITRÓN 20 PRIMERA PARTE: RECUERDOS “Los fantasmas y demonios existen, pero solamente tú los puedes ver y sentir. Habitan en tu cabeza, acechándote hasta el día de tu muerte… o quizás más allá” El autor.
  • 21. EL VISITANTE MALIGNO II FERNANDO EDMUNDO SOBENES BUITRÓN 21 CAPÍTULO I La luna teñida de rojo, se asomaba esporádicamente en medio del manto oscuro de la noche envolviendo todo con un halo de misterio y suspenso. Las nubes, unas grises y otras negras, desfilaban con lentitud a través del cielo ocultándola y tímidamente se dejaba mostrar como si temiese ser vista por los pequeños e insignificantes seres que desde muy abajo la contemplaban. Algunos con romanticismo, otros con temor y angustia. El viento soplaba con fuerza y las copas de los árboles se estremecían agitadas por la fuerza incontrolable de la naturaleza. Se balanceaban llevando a cabo una danza siniestra y sepulcral que contribuía con hacer aún más lúgubre la noche. El sonido del vendaval al atravesar los arbustos creaba un aullido espeluznante, de otro mundo. Era una orquesta macabra interpretando una sinfonía tétrica, acompañada de un coro diabólico que los hacía ir y venir de un lado a otro, meciéndose de una forma fúnebre y sobrenatural… Era el preciso instante en que las fuerzas del mal; criaturas escalofriantes, despertaban y se filtraban a través de las tinieblas irrumpiendo en la tierra para dar rienda suelta a sus pavorosos deseos. Había llegado el momento en que los fantasmas escapan de sus sepulcros y escondites para acechar. Cuando los demonios se escabullen del averno deseosos de placer maléfico para regodearse de su concupiscencia, depravación y sadismo con el que amenazan apoderarse de las personas trayendo consigo el juramento de lo profano, maldito y despiadado. Es la ocasión exacta en que todos los seres de pesadilla inimaginables se despiertan ávidos de presas para emboscar, aterrorizar y poseer. Ellos observan y aguardan. No hay lugar dónde esconderse y lo único que queda es huir, escapar a toda prisa. Correr hacia cualquier lado: alejarse, alejarse... Lo más urgente e importante es apartarse de aquello que hace secar la garganta, erizar los vellos, pasmar la piel y temblar de pavor. Es el espanto que causa lo desconocido y acelera la respiración; agita el corazón, pone el alma en vilo causando un sudor frío que aflora en el cuerpo ante la presencia de lo inesperado y sobrenatural, de la inminencia del peligro. De eso que no se puede ver ni tocar pero se sabe que existe y que está allí. Es el pánico que trae la noche cuando se tiene la certidumbre de que es la puerta de entrada para que arriben esas entidades encargadas de hacer la vida miserable a su víctima. Pero lo más terrible es no saber qué hacer ni a quién acudir para pedir ayuda; ni hacia dónde dirigirse, ni dónde ocultarse. Porque el pobre ser escogido por esos hijos del horror, tiene la convicción de que lo encontrarán, atraparán y le harán cosas inenarrables que van más allá de la angustia; del sufrimiento y de la muerte. Lo único que desea es marcharse de allí sin mirar atrás. No quiere ver qué espanto es el que le persigue; ni en qué lugar, ni cómo lo atrapará, ni por dónde vendrá el primer golpe… El niño se encontraba solo en medio del bosque, era un lugar del cual no recordaba haber estado pero sin embargo lo reconocía; le era familiar y sabía por dónde debía ir. Tenía puesto unos pijamas de color azul y calzaba unas sandalias de color blanco. Su cabello castaño oscuro se movía agitado por el viento y sus ojos del mismo color intentaban atravesar las tinieblas que tenía alrededor. Miraba sorprendido y confundido el sitio donde se encontraba tratando de entender cómo había llegado allí, y buscaba la forma de regresar a su hogar. Por unos instantes permaneció inmóvil y estremecido ante el espectáculo de la pavorosa soledad
  • 22. EL VISITANTE MALIGNO II FERNANDO EDMUNDO SOBENES BUITRÓN 22 que lo rodeaba. Luego empezó a caminar entre los arbustos, mientras una ligera bruma cubría el lugar de forma progresiva, acentuando lo tétrico de la situación. Haciéndola aún más misteriosa, fantasmal y… terrible. Prosiguió andando por un sendero que se abría entre la vegetación. De tanto en tanto volteaba la cabeza mirando hacia atrás, atemorizado por las sombras de la noche y con la terrible certeza de que algo estaba tras él siguiendo sus pasos, amenazándolo y esperando el momento oportuno para atacarle. El aroma a pinos y humedad inundaba el entorno mientras la luz de la luna iluminaba a duras penas la senda en el medio de la niebla. Los chirridos de los grillos se oían intermitentemente a la par del chasquido de las ramas y las hojas chocando entre sí. Continuó avanzando tratando de hallar la ruta a casa, con la prisa que le permitía la pavorosa penumbra y el miedo que embargaba sus sentidos. Sentía que su corazón latía con frenesí como la carrera de un galgo enloquecido. Presa del pánico aceleró la marcha mientras el viento aumentaba su fuerza, emitiendo un rugido diabólico al pasar entre el bosque. Era un pandemónium de sonidos donde miles de lamentos y voces adoloridas se confundían creando un ruido atroz, un silbido de ultratumba que calaba en lo más profundo de su alma. Repentinamente el ventarrón cesó y el lugar quedó en calma. Había una quietud que nunca experimentó durante sus cortos años de vida. No se escuchaban más el chirrido de los insectos ni el aullar del viento. Era la ausencia total de todo tipo de ruidos en medio de la naturaleza que volvían el bosque sobrenatural y si era posible; más enloquecedor. Se trataba del abrumador sonido del silencio que acentuaba la horrenda realidad de su soledad. La neblina comenzó a despejarse lentamente y el niño detuvo su marcha. Pudo percibir que existía algo; levantó sus ojos al cielo y asombrado constató que la luna se encontraba estática, al igual que las nubes. El baile siniestro de los árboles había concluido, así como el movimiento de las ramas y hojas estremecidas por la brisa. Todo se hallaba inmóvil, paralizado. Daba la impresión de que se encontrase dentro de una pintura y lo único con vida fuera él. Reanudó el camino. En aquel momento apenas podía escuchar sus pasos sobre la tierra y el follaje. Algunas veces el crujir de una rama bajo su peso o el sonido de sus sandalias al tropezar con alguna piedra. Sin embargo ahora sentía; intuía que había algo más. De nuevo se detuvo. En ese punto, pese a la quietud, tenía la seguridad de que no se hallaba solo. Un estremecimiento atravesó su cuerpo de la cabeza a los pies y sintió como si mil alfileres se clavaran a su nuca desplazándose como una descarga eléctrica a través de su espalda. En esa siniestra quietud y escalofriante soledad un extraño ruido empezó a escucharse en la distancia. Giró en redondo tratando de atravesar la lobreguez con la mirada hacia el lugar desde donde provenía ese sonido pero su intento fue vano, ya que el barullo cesó. Otra vez emprendió la marcha al igual que el rumor de “eso” que lo venía persiguiendo: « ¿Es algo que se arrastra?—se preguntó— ¿quizás unos pasos o un murmullo? ¿Será acaso mi imaginación? ¿Un animal?...» no obstante, aún no podía distinguirlo con claridad. Una vez más pausó su marcha y por tercera ocasión el susurro cesó. La macabra situación se había tornado en un juego avieso. Tratando de sobreponerse al terror que lo embargaba, cogió una rama del piso y se volvió para hacer frente a eso que lo venía acosando.
  • 23. EL VISITANTE MALIGNO II FERNANDO EDMUNDO SOBENES BUITRÓN 23 — ¿QUIÉN ESTÁ ALLÍ…? —gritó, tratando de darse valor… La completa ausencia de cualquier tipo de sonido o rasgo de vida fue la respuesta que obtuvo. Con ambas manos sujetaba con fuerza la rama que terminaba en punta como si fuese una espada lista para atacar y la dirigía hacia el lugar de donde creía que provenía ese rumor, que aún no reconocía. Estaba a punto de voltear para retomar la marcha, cuando en un instante proveniente de la oscuridad saltó algo que cayó pesadamente, a un par de metros de donde se encontraba y por fin pudo ver —para su pesar— aquello que le hizo abrir los ojos más de lo normal y lo solidificó de pánico… ———ooo——— Anthony Cordell cerró la regadera, abrió la puerta de vidrio transparente de la ducha y agarró una toalla con la cual empezó a secar su cuerpo con vigor. Hizo lo propio con los pies y luego se calzó las pantuflas parándose frente al espejo del baño. Limpió el cristal empañado por el vapor del agua caliente y contempló por unos instantes su reflejo desnudo meditando sobre la imagen que tenía frente a él, detallándola y tratando de reconocerla. Con cuarenta y cinco años de edad a cuestas podía apreciar que no era el mismo de antes. Recordaba la época cuando estaba en la universidad y su pasión era jugar al fútbol e ir a las fiestas con sus amigos. Fueron momentos felices en los que su única preocupación eran sus estudios. Gozaba de las reuniones con sus compañeros de clases los fines de semana, lo cual significaba noches de juerga y diversión. Lograr una nueva conquista y disfrutar esos momentos de placer; esos tiempos tan especiales que a veces los recordaba con nostalgia, aquella etapa en que su estado corporal era otro. Cuando tenía abundante cabellera, unos abdominales de acero y su cuerpo era duro como la roca. Pero luego de un poco más de veinte años, todo había cambiado. Trataba de encontrar al joven que fue en ese tiempo, pero era evidente ya no existía. Se perdió en el camino que traza el tiempo en algún lugar… El hombre que tenía enfrente era alguien cansado. Pensaba en la ropa que usaba, el estado físico que poseía cuando la acumulación de grasa es casi inexistente. Cuando el alcohol, el exceso de comida, el sedentarismo y los años aún no han podido alcanzar. Ahora lucía una barriga algo prominente que se esforzaba en ocultar, sobre todo cuando yacía desvestido en el lecho con su esposa ya que no quería reconocer que el tiempo avanza de modo inexorable y la ley de la vida es envejecer. Los años de juventud que aún conservaba eran escasos y se le estaban yendo velozmente como la arena entre los dedos. Eso es algo que a todos sucede y le costaba aceptar. Miraba las bolsas que adornaban la base de sus ojos verdes como si quisieran sostenerlos para evitar que se desplomaran; y algunas arrugas ya se hacían evidentes en su rostro que denotaban la cercanía a su casi medio siglo de existencia. El paso del tiempo se acentuaba con más fuerza debido al color blanco de su piel. Su cabeza antes coronada con una abundante cabellera negra, era cosa del recuerdo; lucía una cabeza calva, brillante y a los lados un poco de cabello que mostraba con una gran cantidad de canas, que miraba con molestia y frustración.
  • 24. EL VISITANTE MALIGNO II FERNANDO EDMUNDO SOBENES BUITRÓN 24 — ¡Me estoy poniendo viejo!— dijo — luego de lo cual, se vistió con un short y la camiseta que se hallaban colgadas en el perchero, cogió su cepillo dental, le colocó crema dentífrica y procedió a lavarse los dientes. Fuera del baño en la habitación ubicada en el segundo piso de la casa, Rita estaba acostada en la cama con su camisón de dormir verde mirando televisión. No había ningún programa que llamara su atención. Sujetando el control remoto saltaba de canal en canal, hasta que por fin aburrida y abatida, decidió apagarlo. Observaba el techo meditando en lo que fue su vida hasta hoy y todo el esfuerzo que ella y su esposo emplearon para poder tener descendencia sin conseguirlo. Ahora que tenía cuarenta y tres años de edad veía que era casi imposible lograrlo. Se daba cuenta que el tiempo se le agotaba. Su juventud se escapaba cada vez con más prisa y no podría coronar sus sueños de ser madre. De darle a su amado Anthony, su “Tony”, —como lo llamaba cariñosamente— la dicha de ser padre. Sentía que la vida había sido muy dura con ellos durante demasiado tiempo y que todo ello era más de lo que cualquier matrimonio podía soportar —y todo ello estaba a punto de explotarle en el rostro—. Su esposo le había demostrado el gran amor que sentía por ella con creces, al igual que su invalorable apoyo a lo largo de los años por lo cual le estaba sumamente agradecida, pero ya notaba siento cansancio por parte de él. No sabía cuánto tiempo más podrían continuar así, hasta que optara por dejarla; lo amaba con el alma y no quería perderlo. Pero los sentimientos de frustración y rabia invadían su ser atormentándola e inundándola de tristeza. «Si cuando era más joven no pudimos tenerlo — pensó— ahora menos lo vamos a lograr»… En ese momento se abrió la puerta del baño y Anthony se deslizó en la cama al lado de su esposa. Rita tenía el semblante dominado por la tristeza —hacía mucho tiempo que no podía sonreír—. Parecía que la alegría de vivir se hubiera escapado de su rostro invadido por la nostalgia y el desánimo; por la falta de esperanza y el desconsuelo de no lograr coronar aquello que deseaba con ansiedad y era lo que su vida necesitaba: su realización como mujer y como esposa. La felicidad en ese momento — y por supuesto la sonrisa a flor de labios— huyó para su desdicha. Anthony la miró percatándose de su estado de ánimo. Al contemplarla sentía que la culpa lo invadía ya que tenía que ausentarse por unos días, debido a su trabajo como supervisor de ventas de una de las principales empresas de equipos de computación de los Estados Unidos. Eso significaba viajar un par de veces al mes a través del país ausentándose de casa; eso lo preocupaba, pero era su trabajo desde hacía veintitrés años y no podía abandonarlo. Peor aún, con la recesión económica los empleos escaseaban y en verdad a él no le iba nada mal. «Si no fuera por estos viajes que debo hacer—pensó—todo estaría mejor. No me gusta dejarla en estas condiciones cuando se encuentra tan deprimida…» Hacía sus mayores esfuerzos para tratar de alegrarla, reconfortarla e infundirle esperanzas. Intentaron procrear desde el momento en que se casaron. Eso era lo que ambos ansiaban, lo que siempre quisieron. Pero
  • 25. EL VISITANTE MALIGNO II FERNANDO EDMUNDO SOBENES BUITRÓN 25 la vida de un modo obstinado se negaba en concederles esa bendición y la situación se había agravado debido a todo el sufrimiento que venían arrastrando… —Mi amor por favor, no estés triste. —Dijo a su esposa sonriéndole para animarla — Debemos ser pacientes y tener esperanzas. Vas a ver que las cosas van a cambiar y por fin vamos a lograr… Rita no pudo aguantar más y empezó a llorar, mientras su esposo la abrazaba tratando de consolarla. — ¿Por qué? ¿Hasta cuándo? ¿Qué he hecho para merecer esto, Dios mío…?— dijo— tratando de descargar su fracaso y dolor en los brazos de su marido. —Por favor mi amor cálmate, — dijo Anthony —tranquilízate. Debe haber una solución. Sabes que debemos seguir intentándolo. Vas a ver que podemos conseguirlo, tienes que ser fuerte. No te desesperes mi amor; ten confianza, ten fe en que lo vamos a lograr… —Todo ha sido tan terrible, todas las cosas que han pasado. Mis padres, luego mi hermana y mi sobrina… No hemos podido tener un hijo. Tengo miedo Tony, tengo miedo de que te canses de mí. No sabría qué hacer sin ti. Sé que soy culpable de lo que está sucediendo… —No, mi corazón—respondió Anthony—no digas eso, no tienes culpa de nada. Las cosas de la vida son así; muchas veces carecen de lógica y solo ocurren porque sí. Eres el amor de mi vida, no lo dudes. Eres a quien siempre esperé y deseo estar contigo para siempre. Jamás pienses que me voy a separar de ti. ¡Te amo!... ¡Eres la mujer con la que soñé y quiero estar el resto de mi vida! Rita seguía llorando y dijo: —ni siquiera puedo ayudar a mi sobrino. Él ha sufrido tanto y no he sido capaz de poder cuidarlo, de ayudarle y darle el hogar que necesita. De darle el amor y la felicidad que se merece. Mi hermana no debe estar descansando en paz. ¡No puedo hacer nada bien!—exclamó reflejando su tristeza y ansiedad con las lágrimas que se deslizaban sobre sus mejillas. — ¡Oh Dios mío! ¡Por favor ayúdanos! ¡Ayúdanos!… —Cálmate mi amor, cálmate por favor— le respondió mientras la abrazaba y mecía suavemente acariciando su cabello, arrullándola… ———ooo——— La espantosa cabeza calva era semejante a la de un cerdo enorme y feroz, coronada por dos cuernos de carnero que apuntaban hacia adelante. Ostentaba una gran frente de forma achatada que sobresalía toscamente debajo del cráneo, bajo ésta se podían apreciar los ojos sin párpados ni piel alguna alrededor: pequeños, amarillos, recónditos e infernales… Esos ojos — similares a dos abismos tenebrosos— miraban con tanta profundidad que podían atravesar el alma; transmitían un odio y una furia demencial. La nariz redonda como una trompa achatada tenía dos orificios de donde salían diminutos chorros de vapor verde. La
  • 26. EL VISITANTE MALIGNO II FERNANDO EDMUNDO SOBENES BUITRÓN 26 boca…, el amplio hocico estaba plagado de dientes similares a los de un tiburón. En ambos extremos sobresalían los colmillos curvos, amarillentos y marrones de jabalí que llegaban a la altura de sus pómulos. Las extremidades delanteras hirsutas y alargadas, de color marrón y negro terminaban en pezuñas de toro sobre la hierba. El otro lado del cuerpo poseía un par de piernas humanas increíblemente musculosas; con venas inflamadas a punto de estallar en cualquier instante y remataban en unas temibles garras oscuras. En medio de aquellas extremidades colgaban dos voluminosos testículos arrugados que escoltaban a un ciclópeo pene cubierto de pelos, llagas y costras. Éste a su vez remataba con un glande en forma triangular como la cabeza de una serpiente. Aquel aberrante ser había perdido parte de la piel del poderoso torso y en algunos lugares de su anatomía se veían los músculos mortecinos y huesos amarillentos que brillaban de manera fantasmal con la luz de la luna. Coronaba el lomo una colonia de gusanos, alacranes y otros bichos rastreros y nauseabundos que se contorsionaban sin cesar cual macabra orgía parasitaria. El hedor a descomposición, herrumbre e inmundicia que despedía era sumamente repulsivo. El aborto vomitado de lo más profundo y horrible de la oscuridad del averno estaba erguido sobre sus cuatro extremidades observando al niño en silencio, despidiendo esas exhalaciones verdes. La “cosa” repugnante y aterradora que el chiquillo tenía frente a sí, lo había hecho enmudecer. Se encontraba lívido de pavor ante esa visión apocalíptica. Aún se encontraba con las manos levantadas sujetando la rama apuntando en dirección a ese monstruo que sonrió y empezó a susurrar con una chillona voz: —Nos vemos de nuevo, pequeño bastardo. ¡Infeliz hijo de puta!— dijo el aterrador ser. El niño no podía controlarse. Todo su cuerpo estaba temblando presa del miedo cerval que sufría ante la presencia de esa tenebrosa entidad. De su entrepierna empezaron a descender algunas gotas amarillentas que caían sobre el césped a la vez que una gran cantidad de orina como una cascada tibia descendía con rapidez a través de sus piernas empapando su pantalón, mientras la bestia lo miraba con una maquiavélica sonrisa… — Pequeño inmundo: ¿Creías acaso que te ibas a escapar? ¿Pensaste por un momento que no volvería por ti?—continuó susurrando el endriago mientras una lengua negra larga plagada de úlceras y pestilente salía de su boca relamiendo placenteramente su hocico y rostro; siseando en el aire como si se tratase de una serpiente, estirándose y acercándose a la mejilla derecha del niño tratando de lamerlo. En tanto hacía esto, sus ojos brillaban con mayor intensidad con una mirada perversa, llena de malicia, cargada de atrocidad. Parecía que estuviera disfrutando el instante de alcanzar a su presa… — ¡NO!—gritó el chiquillo y estiró sus brazos con fuerza clavando la rama en el ojo izquierdo de la aparición y de inmediato emprendió la carrera, alejándose a toda prisa de esa monstruosidad. El esperpento con la rama clavada en el ojo, empezó a dar unos alaridos terroríficos, atronadores, que retumbaban en el silencio y la oscuridad en el bosque. Movía la formidable cabeza de un lado a otro con furia a una velocidad vertiginosa, tratando que la rama cayera al piso. Intentaba infructuosamente quitarse el tallo del ojo con sus asquerosas y pavorosas
  • 27. EL VISITANTE MALIGNO II FERNANDO EDMUNDO SOBENES BUITRÓN 27 pezuñas; luego empezó a revolcarse en el suelo de dolor mientras mugía de una manera horrible. El niño corría a toda prisa a través de la vegetación sin mirar atrás. Escuchaba los bramidos que estremecían el lugar con un eco aterrador que viajaba por todos lados, dejando sentir aquellos sonidos de ultratumba… — ¡MALDITO HIJO DE PUTA! ¡VOY A DESPEDAZARTE! ¡TE VOY A DESPELLEJAR Y ME COMERÉ TUS ENTRAÑAS!... A medida que el chiquillo continuaba en su frenética carrera, los rugidos del monstruo se iban alejando hasta que se convirtieron en un murmullo y luego dejaron de oírse. El niño se internó por un angosto sendero rodeado de árboles hasta que no pudo proseguir; las piernas no le permitían avanzar ni un paso más. El cansancio por el esfuerzo de la carrera para salvar su vida, lo había dejado sin aliento. Se sentó sobre la tierra húmeda tratando de recuperarse; mirando hacia atrás cerciorándose de que esa pavorosa criatura no lo viniera siguiendo y respiraba por la boca tratando de recobrar el aliento. ———ooo——— Anthony continuaba abrazando a su esposa tratando de tranquilizarla y dándole el consuelo que necesitaba. La besaba con ternura en la cabeza y rostro mientras le acariciaba el cabello y la espalda. Rita a su vez se hallaba un poco más serena ya que las caricias y besos de su esposo le producían un efecto balsámico. Tener a su pareja al lado era lo que le causaba bienestar y sosiego; sentir su apoyo y cariño la ayudaban a continuar y superar esos momentos de crisis en que el desánimo colmaba su ser. Luego de unos minutos de estar juntos abrazados, ésta levantó la cara mirando a su marido y le dijo: — ¡Por favor dame paz! ¡Necesito sentirte dentro de mí! ¡Quiero que me hagas el amor!—. Dicho esto, se despojó de la ropa de dormir quedando desnuda y se acostó boca abajo en la cama esperando que su esposo complaciera su deseo. Tony al igual que Rita se desvistió y empezó a besarle la nuca procediendo de forma pausada a descender viajando sobre su cuerpo. Rozándola sutilmente con los labios, mordisqueando y lamiendo de una manera sensual la espalda, pasando por los omóplatos, deslizándose paulatinamente por la zona lumbar mientras con sus manos acariciaba la cintura y nalgas de su embelesada esposa. Rita por su parte alejando por unos instantes su tristeza, se dejaba llevar por el placer. Percibía que su cuerpo se estremecía de emoción al sentir el contacto amoroso y erótico de su marido. Empezaba a relajarse y estiraba sus manos para tocar la virilidad enhiesta, quería
  • 28. EL VISITANTE MALIGNO II FERNANDO EDMUNDO SOBENES BUITRÓN 28 sentir la rigidez de la masculinidad de su marido; además de la fuerza y protección que experimentaba al compartir ese momento tan íntimo y especial con la persona que amaba. Anthony saboreaba la piel de su esposa recorriendo con su lengua el canal que se formaba entre las nalgas y las mordía suavemente, mientras con una mano trataba de separarlas, con la otra por debajo, acariciaba la flor de la pasión de ésta. Ella percibía que una oleada cálida y placentera se irradiaba por toda su humanidad. Sentía un cosquilleo en la entrepierna que llegaba como ondas eléctricas hasta el paladar mientras él hacía que separase los muslos para poderle proporcionar las ansiadas caricias. La humedad de su cavidad y un gemido de placer fue la respuesta anhelada, además de la satisfacción de sentirse deseado y amado. Se colocó sobre sobre ella apoyado en sus brazos mientras deslizaba suavemente la prolongación de su deseo inflamado sobre la nuca; luego la espalda, los glúteos, las piernas y las plantas de ésta. Resbalando poco a poco su masculinidad cual pincel libidinoso sobre el lienzo femenino; y así unidos empezaron a dibujar una obra de arte de pasión, deseo y lujuria. Anthony cogió una de las almohadas y Rita instintivamente levantó sus muslos permitiendo que deslizara el cojín bajo su vientre, y así, quedar con el cuerpo dispuesto de modo que fuera más cómoda y placentera la penetración. Luego, volvió a colocarse sobre ella y comenzó a introducir su ariete con delicadeza, hundiéndose hasta el final, mientras su mujer temblaba de la emoción. En la mente de ambos no había nada más en ese instante. La unión perfecta, la comunión total de dos personas, de dos seres que se amaban se estaba realizando en aquel momento en que se necesitaban con tanta desesperación. A pesar de los años y del paso del tiempo, aún sentían el placer y el bienestar de estar juntos, unidos en ese acto tan sublime e íntimo que es el hacer el amor; fundirse, convertirse en una sola persona. ¿Es que acaso puede haber un momento más perfecto? La alianza de los cuerpos y las almas, integrarse con la persona amada; alejarse de todo y amarse como si no hubiera nadie más sobre la tierra. Como si no existiese un mañana… Ambos se movían con fuerza disfrutando a plenitud. Rita se levantó sobre los brazos quedando apoyada sobre éstos a la vez que sus piernas continuaban dobladas sobre la cama; mientras su marido, sujetándola por las caderas, la penetraba con frenesí… ———ooo——— Exhausto con una opresión en el pecho por el esfuerzo físico, el terror, la soledad y la certeza del desamparo; el niño empezó a llorar. El cuerpo le temblaba de un modo incontrolable mientras su rostro era mojado por las lágrimas y además estaba confundido. Antes de encontrarse con “eso” intuía el camino que debía tomar, creía que se hallaba en la senda que lo llevaría a casa, pero estaba desorientado. El pánico había invadido su mente y le impedía pensar con claridad, lo único que quería era salir de ese lugar y retornar a su hogar. Enjugó su rostro con la manga de la camisa del pijama y se puso de pie tratando de reconocer el lugar donde se había detenido, pero únicamente veía gigantescos y frondosos pinos a su alrededor; cientos de ellos como si formaran un círculo tratando de atraparlo. Sin
  • 29. EL VISITANTE MALIGNO II FERNANDO EDMUNDO SOBENES BUITRÓN 29 casi notarlo, los árboles se deslizaban sobre el suelo desplazándose a través de la hierba verde oscura y se iban acercando… — ¡CORRE, BASTARDO! ¡CORRE LO MÁS RÁPIDO QUE PUEDAS QUE VOY POR TI!— Se escuchó la terrorífica y grave voz— ¡YA TE ALCANZO!..— Seguido de un pavoroso bufido. Encerrado entre los árboles, el niño miraba hacia todos lados buscando una salida; pero solo tenía alrededor una muralla de vegetación y podía oír los pasos de la “cosa” que se acercaban a la carrera. Empezó a retroceder caminando en dirección opuesta a esos horribles sonidos. Sin darse cuenta tropezó con una rama cayendo de espaldas entre la hierba y el lodo. Producto de la caída, se golpeó la parte posterior de la cabeza y rodó quedando con el rostro embarrado y cubierto de hojas perdiendo el sentido de orientación por unos segundos. Abrió los ojos experimentando un agudo dolor de cabeza. Mirando hacia arriba comprobó con terror cómo los árboles lo habían rodeado por completo y sus ramas se adelantaban como si fueran lanzas tratando de atravesarlo; las copas de los árboles formaron un amenazante y pavoroso círculo a su alrededor como una suerte de prisión sobrenatural. Observando sobre las ramas lo único que pudo distinguir fue el lánguido resplandor de uno de los bordes de la luna que iba desapareciendo como si fuera un eclipse. Trató con esfuerzo de incorporarse pero fue imposible. La monstruosa pata delantera izquierda de la bestia colocada sobre su pecho lo presionaba impidiéndole levantarse. Aquella aberración lo había atrapado. El niño dominado por el pánico permaneció inmóvil, cerrando los ojos, petrificado por el horror y la pestilencia proveniente de ese ser… — ¡Llegó tu hora, pequeña mierda…!— susurró el monstruo. —Voy a tomarme mucho tiempo para joderte— le dijo al chiquillo. — ¡ABRE LOS OJOS! ¡ABRREEELOOOSSS…!— ordenó la entidad aullando lunáticamente. El niño abrió los ojos. Tenía la cara de la bestia apenas a unos centímetros de la suya. El ojo por donde entró la rama se encontraba obstruido, con el pedazo de vegetación aun clavado en éste de donde chorreaba un líquido espeso y amarillento que se escurría sobre el pómulo de aquella cosa. El otro ojo lo miraba con irracional furia, mientras de entre las piernas su enorme, infecto y horripilante sexo se erguía como un asta en ristre. Abrió el hocico mostrando amenazante las hileras de dientes putrefactos, afilados como navajas. El aliento y fetidez de “eso” se introducía por la nariz y boca de su víctima llenándolo por completo de inmundicia y provocándole unas terribles nauseas, apenas superadas por el sobrecogedor momento de pánico por el que estaba atravesando. La “criatura” abrió aún más el hocico, sacando su lengua mientras la saliva espesa y verde oscura caía sobre la cara del niño. Se dispuso a dar la primera dentellada para arrancar parte del rostro del paralizado infante. De imprevisto el suelo cedió y el chiquillo cayó en un hueco fusco y profundo; mientras aquella entidad permanecía al borde del hoyo mirando como éste
  • 30. EL VISITANTE MALIGNO II FERNANDO EDMUNDO SOBENES BUITRÓN 30 iba hundiéndose en la oscuridad. El muchacho caía rodando y golpeándose mientras continuaba descendiendo en ese pozo sin fin. — ¡AAAAHHHGGG!— fue el angustioso y terrible grito que salió de su garganta— ¡AUXILIOOOO!... ———ooo——— La pareja continuaba haciendo el amor alejados de todo, concentrados en dar y recibir placer. Tony se estremeció con violencia al sentir que las oleadas de goce comenzaban a ser más fuertes y urgentes, estaba a punto de descargar; mientras Rita vibraba por la excitación de haber alcanzado un par de veces el clímax. Unas últimas arremetidas y su esposo se dejó caer sobre ésta quedando así acostados. Tony besaba la espalda de su mujer, mientras ella comenzó a sentir una ligera modorra producto del encuentro amoroso. De manera inesperada se escuchó un terrible alarido y el sonido de algo que caía pesadamente. Ambos saltaron de un brinco de la cama. Rita se colocó lo más rápido que pudo el camisón de dormir, mientras Tony se puso el short y la camiseta nuevamente. De inmediato salieron corriendo de la habitación, llegaron al pasadizo y se dirigieron al otro dormitorio que se encontraba a izquierda de donde estaban. Rita giró la perilla de la puerta y entró a la recámara seguida por su esposo. Al ver el estado en que se hallaba la habitación, emitió un grito de asombro. — ¡DIOS! ¿Qué es esto?... La alcoba era un caos total. La cama se hallaba desarreglada con las almohadas y el colchón sobre el piso arrojado en varias direcciones. Las ventanas estaban abiertas de par en par y un viento helado soplaba mientras las cortinas blancas volaban hacia adentro sujetadas por los rieles adheridos a la pared. La lámpara, algunas pelotas y diversos adornos yacían dispersos en el piso. La mesita de noche había sido movida de su lugar en tanto que los juegos de video, así como los discos de películas y música, se encontraban de igual forma tirados sobre el suelo. Parecía que un vendaval hubiera pasado por ese lugar. — ¡Por todos los cielos!—exclamó Tony— ¿Qué pasó aquí?... Rita miraba perpleja a la vez que aterrorizada la habitación. Veía hacia todos lados y se sujetó del brazo de su esposo preguntando: — ¿Dónde está Francis?, ¿Qué ha pasado con él? Tony ingresó al guardarropa mientras Rita corrió hacia el baño a buscar al niño sin poder hallarlo. — ¡Por amor a Cristo!—exclamó desesperada— ¿Dónde estás Francis?, ¿Dónde estás hijo? —agregó mientras buscaba bajo la cama. Anthony se detuvo unos instantes observando el lugar y luego se acercó presuroso a la ventana, mirando fuera de la casa. La luna llena iluminaba el vecindario y se veían los faroles
  • 31. EL VISITANTE MALIGNO II FERNANDO EDMUNDO SOBENES BUITRÓN 31 alumbrando la calle, al tiempo que las luces de las otras viviendas se encontraban apagadas. Luego dirigió la mirada hacia abajo en el primer piso. Por fin lo pudo ver. — ¡Allí está!—exclamó— ¡Francis está abajo en el suelo, sobre el jardín! Cogió a su esposa de la mano y bajaron presurosamente las escaleras hasta llegar a la planta baja. Luego corrieron hacia la puerta y salieron en dirección a donde se encontraba el niño. Cuando llegaron a éste, Rita sentía que las piernas le temblaban y casi no podía hablar por la impresión. Francis estaba boca arriba sobre el césped en el jardín. Había caído desde su ventana sobre un arbusto, rebotó y luego se precipitó sobre la hierba. Yacía con la ropa de dormir desgarrada y cubierta de hojas y tierra. La vegetación amortiguó la caída evitando una lesión de gravedad. — ¿Qué ha sucedido?—Pregunto Anthony— ¿Cómo te sientes? ¿Cómo llegaste aquí Francis? El muchacho, con un poco de dificultad se sentó sobre el césped y comenzó a llorar mientras Rita lo abrazaba asustada y le preguntó: — ¿Qué pasó mi amor? En el acto Anthony se levantó y regreso presuroso a la casa para llamar a emergencias. —Ha vuelto… Ha vuelto por mí— susurró el niño al oído de Rita. Sin dejar de temblar… — ¿Qué es lo que dices Francis? ¿Quién ha vuelto? — ¡El monstruo que mató a Luisa y a mis padres!— fue la terrible respuesta de Francis— ¡ahora viene por mí! La mujer lo miró con tristeza y lo abrazó con más fuerza sin poder contener el llanto. —No mi príncipe, no es así. Nadie ha vuelto, ni nadie viene por ti. Estás a salvo Francis. Fue solo un sueño, una terrible pesadilla. Desde la puerta, Tony los observaba con preocupación y tristeza moviendo la cabeza y exhalando un suspiro en señal de resignación. Mientras su esposa sujetaba al niño y miraba a su esposo con un gesto de súplica. En ese momento se comenzó a oír la sirena de la ambulancia que iba acercándose en tanto algunos vecinos salían a la calle para ver lo que sucedía. Rita permaneció en el suelo sosteniendo entre sus brazos a su sobrino, a la vez que las luces rojas, azules y blancas indicaban la llegada del auxilio médico. Por su parte Anthony se aproximó a la calle haciendo señas al vehículo de urgencias indicándole donde se hallaba el herido. ——————oooooo——————
  • 32. EL VISITANTE MALIGNO II FERNANDO EDMUNDO SOBENES BUITRÓN 32 CAPÍTULO II Fue un día atareado y un tanto abrumador para Roberto Missarelli. Luego de su entrevista en el Vaticano, tuvo que efectuar diversas gestiones relacionadas al trabajo que le habían encomendado y que lo llevarían a viajar al lugar de los acontecimientos; es decir, a ese sitio llamado “Lago Feliz” al otro lado del Atlántico. Lo que había quedado claro luego de la conversación que sostuvo con el monseñor Bono era que, lo más importante para la iglesia consistía en lavar su imagen; y obtener el mayor provecho posible de esa terrible situación. Sabía que iba a recibir una gran presión por parte del secretario papal con el propósito de terminar a la brevedad con la presentación del informe, a fin de utilizar las muertes del exorcista y los otros sacerdotes como una poderosa herramienta para impulsar la imagen de la iglesia y de esta manera, dejar en el olvido todos aquellos escándalos y demás que blandían los “anticristianos” para mancillarla y destruirla. Su experiencia e intuición como policía y su conocimiento de las personas le indicaban que no todo lo que sucedió estaba en el informe, y que el pen drive que recibió no lo ayudaría a esclarecer por completo todas las dudas que tenía. Estaba convencido de que si el clero tenía que protegerse de alguna turbia situación ocurrida en esa tragedia; no dudarían en encubrirla y de ser necesario, tergiversar los hechos para utilizarlos a su favor. El trabajo que tenía por delante era arduo y difícil. «Pero, ni modo…—pensó—acepté esa responsabilidad y no puedo retractarme. La llevaré a cabo de la mejor forma que sea posible…» Cuando llegó a su casa ya era de noche, estaba cansado y le dolía un poco la cabeza. Observó que había varios vehículos estacionados frente a su casa lo cual le hizo recordar la celebración que se llevaba a cabo en ese instante. —«Oh, cielos. Me olvidé por completo de la cena de Carla…»—pensó con remordimiento. Apeándose del coche se aproximó a una de las ventanas que daban acceso al comedor, y cubriéndose tras un arbusto del jardín para evitar ser visto permaneció en ese lugar desde donde podía observar a su esposa Lucía, a su hija Carla y algunos invitados que compartían y celebraban esa ocasión, sentados alrededor de la mesa. Ese día era el cumpleaños de su Carla quien ahora llegaba a los treinta y cinco años. Había vuelto a vivir con sus padres desde que se divorció hacía un lustro. No tenía descendientes y tampoco ganas de volver a casarse desde aquel día en que un acontecimiento dio un giro inesperado a su vida, cambiándola para siempre, y que jamás podría borrar de la memoria… Le vino a la cabeza el día del matrimonio de Carla. Cuán feliz y radiante se veía con su vestido de novia blanco caminando de su brazo en la iglesia hacia el altar. A Roberto no le agradaba mucho el novio que ella escogió. Siempre le había dicho a su esposa: —Honestamente, Alfredo no me agrada mucho; no lo veo sincero. Parece ocultar algo… —Recuerda cariño que es la felicidad de nuestra hija. —Fue el comentario de Lucía—Lo importante es lo que ella siente. Sabes que nuestra función como padres es educar y enseñar
  • 33. EL VISITANTE MALIGNO II FERNANDO EDMUNDO SOBENES BUITRÓN 33 a los hijos para que aprendan a ser buenas personas. Para que cuando sean adultos puedan tomar sus propias decisiones y tratar de ser felices. Pero eso implica cometer errores y de allí es que aprendemos. Desafortunadamente nadie experimenta en cabeza ajena; ya cumplimos con nuestra labor de enseñarle a volar y darle las alas para hacerlo, ahora todo está en sus manos. Depende de su inteligencia y tino para enfrentar las cosas. Nos guste o no, es su vida; es su decisión. Lo que nos corresponde es respetarla y ayudarla. Ella eligió a Alfredo y vamos a desearle lo mejor… —Es verdad, tienes razón. Uno como padre muchas veces trata de proteger tanto a sus hijos que en realidad les hace daño. Es imposible encerrarlos en una burbuja que los aleje de todo lo malo. Ojalá me equivoque sobre ese hombre y llene a nuestra hija de felicidad y amor. Lamentablemente sus conocimientos sobre la gente, y su experiencia en tratar con diferentes tipos de personas a lo largo de tantos años le dio la razón de una manera que no hubiera querido para su amada hija. En muchas ocasiones las cosas no son lo que parecen y la vida depara muchas sorpresas… Aquel día Carla acordó almorzar con sus padres en su hogar ya que Alfredo le dijo que no iría a casa al mediodía, a causa de su trabajo. Tenía una reunión con unos clientes; una cuestión de negocios importante y por lo tanto le indicó que no lo esperase. Era posible que ésta se extendiera algo más de lo normal. A Carla no le gustó mucho la idea, pero estaba acostumbrada a las reuniones de trabajo de su esposo ya que últimamente se habían vuelto habituales. Sabía que eso era importante así que fingió no darle mucho valor, para que su marido no se sintiera culpable. A media mañana cuando Carla se hallaba haciendo las compras en el supermercado, recibió por el teléfono móvil la llamada de sus padres para decirle que mejor la invitaban a almorzar fuera y cambiar la rutina, a lo que aceptó encantada. Roberto y Lucía fueron a recogerla y luego se dirigieron al restaurante Dal Toscano en la Vía Germánico muy cerca de la ciudad del Vaticano, ya que Roberto tenía que regresar al trabajo y Lucía se encargaría de retornar a su hija a casa. Una vez que pasaron a buscarla cerca al centro de la ciudad, tomaron rumbo al restaurante. Carla se hallaba muy animada. Estaba radiante con un vestido estampado blanco, con flores marrones y amarillas que resaltaba en su piel trigueña, haciendo realzar su hermoso cabello largo y castaño. Los ojos marrón claro brillaban en su primoroso y atractivo rostro que resplandecía con una linda sonrisa, demostrando que estaba en verdad feliz. —Hija; ¡qué linda estás hoy!—dijo su madre—Te queda precioso ese vestido. —Me haces recordar a tu madre hace un tiempo atrás. Parecen hermanas—dijo Roberto —tienes su misma encantadora sonrisa. Carla se hallaba sentada en el asiento de atrás del vehículo y se estiró para abrazar a sus padres. —Hoy estoy feliz, Papá y mamá; me siento llena de dicha. Lucía con un gesto de sorpresa miró a su hija, luego arqueó las cejas e hizo un ademán con la cabeza preguntándole; ante lo cual con una sonrisa de oreja a oreja Carla asintió.
  • 34. EL VISITANTE MALIGNO II FERNANDO EDMUNDO SOBENES BUITRÓN 34 — ¡Qué bien hija! ¡Qué alegría inmensa mi amor! felicitaciones mi niña bella. —dijo su madre volteando para abrazarla. Roberto frunció el ceño extrañado por lo que sucedía entre ellas. No sabía ni entendía lo que acontecía… Ambas continuaban abrazándose y Lucía no pudo contener las lágrimas de la emoción mientras besaba a su hija en las mejillas. —Bueno, veamos…—dijo Roberto— ¿de qué se trata todo esto? ¿Alguna de ustedes me puede explicar lo qué está sucediendo? —Ustedes los hombres—dijo Lucía, secando sus lágrimas— ¿Es que acaso hay que explicarles todo? —Sigo sin entender nada —dijo Roberto. Las mujeres comenzaron a reírse a carcajadas. —Dile a tu pobre padre—dijo Lucía, en tono benevolente—está a punto de reventar de la curiosidad… —Papá. ¿Aún no te has percatado?... ¡Vas a ser abuelo! Roberto se tornó rojo de la vergüenza y dándose un pequeño golpe con la mano abierta en la frente exclamó: — ¡Dios mío! ¡Cómo no me pude haberlo notado! Perdóname hija. ¡Qué extraordinaria noticia! ¿Cómo te sientes? ¿Cuándo te enteraste? ¿Qué ha dicho tu esposo? ¿Estás tomando alguna vitamina? ¿Qué te ha dicho el médico? ¿Cuándo…? —Cálmate Roberto—dijo su esposa—tantas preguntas a la vez. Déjala que hable. —No te preocupes papá, hoy me he enterado de la noticia. Ayer me hicieron un análisis de sangre y en la mañana me dieron el resultado. Tengo cuatro semanas de embarazo. Quería darle la noticia a Alfredo, pero como hoy tuvo la reunión de trabajo no puede decírselo. Tampoco quiero hacerlo por teléfono, así que esperaré hasta cuando nos veamos por la noche en casa. —Muy bien, mis felicitaciones para ambos—dijo su madre—un matrimonio está completo cuando vienen los hijos. Son una bendición de Dios. Prosiguieron dirigiéndose hacia el restaurante mientras ambas conversaban sobre el vestuario del bebé y si sería varón o niña.
  • 35. EL VISITANTE MALIGNO II FERNANDO EDMUNDO SOBENES BUITRÓN 35 Roberto observaba complacido a sus dos amores —como las llamaba—, enfrascadas en el advenimiento de un nuevo miembro de la familia. ¡Eran tan parecidas!, ¡hasta en la forma de hablar!; aunque Carla tenía la piel trigueña, los ojos pardos y el cabello castaño; al contrario de su madre de piel blanca, ojos azules y cabello negro. Ambas poseían las mismas facciones y gestos, e inclusive tenían una hendidura en el mentón que las identificaba como familia. La joven era espigada y de formas contorneadas y firmes, en tanto que su madre— con cincuenta y tres años de edad—si bien aún se mantenía en forma, empezaba a mostrar los signos de su edad… —« Lo único que Carla sacó de mí, fue el color de su piel…»— pensó Roberto. Sin querer, Roberto observó a lo lejos uno de los moteles al que solía ir con su esposa cuando eran novios y no pudo evitar comentar con picardía. — ¿Te acuerdas de ese motel mi amor? ¡Qué momentos, no!—haciéndole un guiño a Lucía. —Je, je, je, — río de buena gana su esposa, sonrojándose—no me hagas avergonzar delante de nuestra hija. — ¿Y por qué vas a avergonzarte?—respondió Roberto—fueron unos momentos muy bellos los que vivimos aquí. Además Carla es una adulta y sabe que nosotros nos amamos y ella es la mejor prueba de nuestro amor. —Claro mamá—intervino Carla—eso no tiene nada de malo. De hecho, Alfredo y yo vinimos en varias ocasiones cuando éramos novios. Los esposos se miraron sorprendidos mientras Carla abrió los ojos pensando: «Ay, creo que metí la pata…» Los tres callaron por un momento, pero luego estallaron a reír… En ese segundo, pasaron frente al motel e instintivamente Roberto miró hacia el estacionamiento interior. Lo que vio hizo que su risa se apagase pero continuó la marcha, disimulando. Transcurrió un instante y escuchó lo que temía… —Papá, por favor da la vuelta. — ¿Qué pasa mi amor?—preguntó su madre— ¿Has olvidado algo en casa? —No, mamá. He visto algo y quiero salir de dudas. —Carla—intervino Roberto—se va a hacer tarde para almorzar, creo que… —No, papá—respondió su hija con el rostro serio—sabes a qué me refiero, por favor regresa.
  • 36. EL VISITANTE MALIGNO II FERNANDO EDMUNDO SOBENES BUITRÓN 36 Roberto sin decir palabra alguna procedió a dar la vuelta a su vehículo Audi plateado, retornando por la vía e ingresando al estacionamiento del motel. —Ahora la que no entiende nada soy yo—dijo Lucía— ¿Me pueden decir que ocurre? —He visto el automóvil de Alfredo—respondió Carla— se supone que debería de estar en su oficina en una reunión de negocios y no aquí. —Pero hija ¿Estás segura que es el carro de tu esposo?—preguntó su madre. —Ahora lo voy a averiguar, mamá—respondió la mujer denotando su ansiedad. Roberto condujo y se acercó al vehículo en el aparcamiento, un Fiat, modelo Marea de color gris. Cuando Carla constató el número de la matrícula su rostro instantáneamente empalidecido como la nieve. Acto seguido descendió del automóvil y caminó hacia la recepción. Sus padres hicieron lo propio tratando de detenerla. —Carla, hija—dijo su madre— ¿a dónde vas? Por favor, detente un segundo. No vayas a cometer una locura. Pero Carla no escuchaba, sentía que su rostro la abrasaba y su cabeza no le permitía pensar más allá de lo que le dictaba su corazón… La recepción del motel “La Orquídea” no era grande, pero sí distinguida, con un mostrador de madera y un tope de granito moteado de color beige. Del techo colgaba una lámpara en forma de candelabro y alrededor de está, unas luces decorativas tipo led empotradas que proporcionaban una excelente iluminación blanca al lugar. Las paredes de color marfil se hallaban decoradas con cuadros de paisajes, principalmente de la campiña italiana. El piso de granito verde con amarillo brillante como un espejo, enaltecía la belleza del establecimiento. Tras el mostrador se hallaba el recepcionista, un hombre joven pelirrojo de mediana estatura, delgado y de aspecto agradable quien al verlos entrar disfrazó su nerviosismo con una mueca que trataba de ser una sonrisa. — «Otra vez problemas por cuernos…»— pensó. —Buenas tardes—dijo el recepcionista—bienvenidos al motel “La Orquídea”. ¿En qué puedo ayudarlos? Cerrando las manos y tratando de contenerse, Carla tomó una honda respiración y dijo al recepcionista: —Buenas tardes, necesito saber en qué habitación se encuentra alojado el dueño del vehículo gris que está afuera. —Disculpe señora—fue la respuesta casi automática del empleado—esa información no se la puedo proporcionar. Nuestros clientes no…
  • 37. EL VISITANTE MALIGNO II FERNANDO EDMUNDO SOBENES BUITRÓN 37 —Escúcheme—dijo Carla leyendo en el gafete el nombre del encargado—. Renzo: ese vehículo es de mi esposo y por ende es mío; quiero saber qué es lo que hace aquí. Por lo que a mí concierne, debería de estar en el estacionamiento de su trabajo y es evidente que no es así. Entonces; o alguien lo robó y lo dejó en este lugar o, mi marido lo condujo aquí. En caso de ser lo primero tendría que llamar a la policía para constatar que no ha sido robado. Si es lo segundo, significa que… —Estimada señora—replicó el encargado—soy nuevo en este trabajo, pero estoy consciente de que se han dado varios “casos” como el suyo. Por lo que respecta al motel solo trata de dar satisfacción en cuanto a la calidad y discreción a sus clientes sin inmiscuirse en sus asuntos personales. Perdóneme una vez más pero no puedo ayudarla, lo siento mucho. Carla volteó a mirar a su padre quien se acercó a la recepción. Roberto se dirigió al empleado, diciendo: —Buenas tardes Renzo. Como usted se ha percatado esta es una situación muy embarazosa. —Se introdujo la mano en el bolsillo de la chaqueta y extrajo su identificación como director de la policía de la ciudad, mostrándosela al encargado—Estaría muy agradecido si contara con su ayuda y discreción. Cuando el empleado observó la identificación del hombre que tenía frente a él, sintió que se le secaba la garganta mientras su faz adquiría tono más claro de lo normal. Miró con seriedad al policía y le dijo: — Por favor señor no deseo meterme en problemas. Tengo apenas seis meses trabajando aquí y no quisiera perder mi trabajo. No tengo el nombre del huésped, pero le puedo decir en qué habitación está. Es la 220, segundo piso al final del corredor. Llegó acompañado de otra persona hace unos cuarenta y cinco minutos. — ¿Qué dice?—preguntó Carla— ¿Quiénes llegaron? —Lo lamento señora, pero no están registrados sus nombres. Normalmente las habitaciones se alquilan por horas y… bueno de manera habitual no se requiere… — Respondió el encargado titubeando—Este, bueno. Un señor… Eh… Carla volteó y en lugar de encaminarse hacia los ascensores, se dirigió enseguida hacia las escaleras. Lucía trató de sujetarla de un brazo pero Carla continuó con prisa empezando a subir los escalones, seguida por su madre. —Renzo—dijo Roberto—Sabe que están cometiendo una falta al no registrar a los huéspedes, pero ese no es el problema. No quiero perjudicarlo, así que dígame quiénes están en esa habitación. —Llegaron dos hombres señor director. —fue la respuesta del empleado.
  • 38. EL VISITANTE MALIGNO II FERNANDO EDMUNDO SOBENES BUITRÓN 38 —Dos hombres—repitió Roberto y se detuvo reflexionando en lo que acababa de oír, entonces se dirigió una vez más al encargado y preguntó— ¿tan solo ellos? Renzo asintió… —Pero — prosiguió Roberto— ¿Alguien los estaba esperando en la habitación? —No señor. Solamente llegaron ambos caballeros… — ¡CARLA, NO CORRAS!, ¡TEN CUIDADO!—se oía la angustiada voz de Lucía. Luego se escucharon unos pasos a la carrera y los gritos femeninos destemplados: — ¡MISERABLE!, ¡TRAIDOR! ¡PERVERTIDO!, ¡MARICA! ¡MARICA!—se podían distinguir las exclamaciones que provenían desde el segundo piso y Roberto reconoció como la voz de su hija. La impresión de escuchar los histéricos gritos de Carla causó que Roberto tardara unos segundos en reaccionar; luego fue a la carrera al lugar de donde provenían. Si en vez de permanecer en el lobby hubiera subido con ambas, quizás las cosas se habrían desarrollado de otra manera… Después de subir por las escaleras y llegar al segundo piso, Carla seguida por su madre, fueron por el pasadizo abierto desde donde se divisaba en la planta baja el estacionamiento y la entrada del motel. En ese momento un sujeto de unos treinta años, alto y delgado, cubierto con una toalla azul en la cintura que ocultaba la parte inferior de su cuerpo hasta los tobillos, venía en dirección opuesta con una hielera en la mano. Al verlas venir, el hombre se hizo a un lado permitiéndoles el paso, luego de lo cual continuó su camino rumbo a la máquina expendedora de hielo que se hallaba al principio del corredor. — ¡Hija por favor!—dijo Lucía— ¡No vayas a cometer una tontería! Recuerda el estado en que te encuentras, toma las cosas con calma. Piensa bien lo que vas a hacer… Pero Carla no respondía. En ese instante todo lo que sucedía a su alrededor carecía de sentido. Con la mirada fija y los labios apretados; se dirigía rápidamente hacia la habitación 220. Cuarto: 214…, 215…, 216…, sentía que su corazón bombeaba la sangre con más ímpetu que nunca, impulsándose con furia y tratando de escaparse de su pecho. Parecía que quisiera salir por su boca, mientras le palpitaban las sienes y su cabeza hervía como una olla a presión. Podía percibir que su cuerpo era una bomba de tiempo a punto de estallar. 217… La ansiedad y la rabia iban incrementándose y se concentraba en los números de las habitaciones que iba dejando a su paso. 218… «Esto no puede ser, Alfredo me dijo que tenía una reunión en el trabajo. No iba a almorzar en casa por eso» —pensaba—, tratando de hallar una explicación coherente a lo que estaba sucediendo. « No puede estar engañándome, no es capaz de eso y nunca me ha mentido. Jamás haría algo así…» No oía la voz de su madre quien, tras de ella, trataba de hacerla reaccionar. 219… Tenía la garganta seca y una ígnea estaca clavada en su pecho la forzaba a respirar con profundidad y de modo acelerado. 220…