1. DE LA GRAN CIUDAD QUE
NUNCA DUERME AL PUEBLO
QUE SIEMPRE DESCANSA
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3. En la famosa Sierra de Guadarrama, había un pequeño y tranquilo
pueblo. Tenía una magia especial, al tener de fondo aquellas
maravillosas montañas. Sus habitantes eran personas muy cálidas,
tranquilas, amables y campechanas.
Uno de los últimos días de verano, antes de que empezara el nuevo
curso, alguien llegó a este pueblo. No era de allí, nunca había estado
en este maravilloso lugar. Era un niño de 7 años que durante toda su
corta vida tan solo había vivido en una ciudad, llena de edificios,
coches, carreteras y malos humos. El paisaje que contemplaba era
como estar en un Paraíso.
David, que así se llamaba el niño, había llegado a este pueblo con su
familia, su padre, su madre y su hermana de 10 años. El motivo por
el que sus padres habían decidido vivir en un pueblecito, era porque
su padre, que trabajaba mucho, había tenido muy mala suerte y en la
empresa de transportes en la que trabajaba conduciendo un autobús
ya no le necesitaban ¡Maldita crisis!
Esta familia se quedó maravillada con la tranquilidad que vivían y
respiraban en el pueblo, y poco a poco David empezó a hacer
amigos. Unos vivían cerca de su casa y a otros los conoció en el
colegio.
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5. Con sus compañeros de colegio jugaba por las tardes, lo invitaban
a cumpleaños y David empezaba a sentir que todas aquellas
historias que sus abuelos le contaban cuando él era pequeñito las
estaba empezando a vivir en este pueblo.
Una de esas tardes se fue con su amigo Juan a jugar y juntos
llegaron a un río que estaba en la ladera de una montaña. El río
llevaba mucha agua porque las lluvias del otoño habían sido muy
abundantes. Allí los dos recorrieron el río de lado a lado sin parar,
mientras lanzaban sus barquitos buscados por ellos, barcos que
simplemente se trataban de pequeños palos recogidos del entorno
y lanzados a navegar por el caudaloso río, simulando una
trepidante carrera de barcos.
Su buen amigo Juan, que había vivido siempre en este pueblo,
también le enseñó a lanzar pequeñas piedras en la superficie del río
para conseguir imitar los saltos de una rana. ¡Qué divertido era
todo aquello! , su infancia se había convertido en algo muy especial.
David estaba disfrutando tanto de su nueva vida en la sierra, que
apenas se acordaba de la gran ciudad. Es más, ya no quería volver
a vivir allí.
Un día cuando se levantó se le ocurrió una genial idea, pero antes
de contarla y ponerla en práctica, debía pensar muy bien en como
lo organizaría todo sin que nadie se enterase.
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7. Al cabo de unas semanas, cuando David ya sabía muy bien como hacerlo y
tenía todos los detalles bien atados se lo contó a Juan y los dos amigos
empezaron a preparar su plan, primero hablarían con sus padres ya que la
idea que David había maquinado durante todo este tiempo no podía
llevarse a cabo sin ayuda, principalmente la de sus padres. Después, un
factor importantísimo, sería la propuesta de saber cuántos niños de su
clase querrían participar en esta divertida aventura. Para ello contaron con
la ayuda de su profesora, Isabel, que no dudó ni un momento en ayudarlos
cuando la contaron emocionados su genial idea; fue ella la que se encargó
de comunicar a todos sus alumnos y posteriormente a sus padres aquella
descabellada idea sacada de unos niños de 7 años, que querían vivir la
mejor y más trepidante aventura que habían vivido hasta ahora o al menos
de eso se trataba.
Pero, ¿en qué iba a consistir tal hazaña?, pues bien, David y Juan habían
ido tantas veces al río del pueblo y amaban ya tanto la naturaleza que
ofrecía aquel entorno que no pudieron dejar pasar por alto aquella cercana
y grandiosa montaña que los protegía y observaba mientras ellos jugaban
felices. David no paraba de pensar y darle vueltas, ¿qué habría detrás de
aquella maravillosa montaña?, su cumbre parecía estar tan lejos y al
mismo tiempo tan cerca con la mirada. David, que era un niño curioso
pensó, y por qué no subirla con mis nuevos amigos y llegar a lo más alto,
quería sentir el viento, quería ser como un pájaro.
8. Todos querían participar en la subida a la montaña, así que se pusieron
manos a la obra y organizaron muy bien aquella excursión que prometía
ser tan divertida.
Primero, pensaron en la fecha para hacerla, en invierno sería horrible
porque hacía mucho frío, en primavera no estaría mal porque ya haría
menos frío pero podría llover mucho. Así que pensaron que la mejor idea
sería dejarla para final de curso ya que éste sería su último curso como
compañeros y también con su profe Isabel.
Después de decidir la fecha, entre todos organizaron una divertida
gymkana para que la subida a la montaña fuese inolvidable.
La gymkana constaba de muchos juegos y etapas. La primera de ellas
sería la de buscar cuando llegaran allí, las diferentes pistas que estarían
escritas en papeles y ocultas por toda la ladera de la montaña, entre la
vegetación, las peñas, el río…, con el único objetivo de conseguir en este
juego por equipos, el gran trofeo que ellos mismos iban a hacer en la
clase de plástica y que era, ni más ni menos, que la bandera del colegio
pintada por ellos mismos, la bandera de la victoria, que orgullosos
colocarían cuando llegaran a la cima de la montaña. Después todos en el
aula siguieron pensando que como el trayecto de subida se iba a hacer
largo y cansado, en las diferentes paradas, además de descansar y
reponer fuerzas, seguirían haciendo pruebas y juegos, unas veces
consistirían en buscar tesoros ocultos en la misteriosa montaña y otras
veces serían juegos de palabras, como el veo-veo, divertidos para disfrutar
de aquella inolvidable escalada, que sin lugar a dudas los iba a unir a todos
de una manera especial.
9. Y llegó el invierno y con él el intenso frío, la lluvia, el viento y la nieve, la
blanca nieve que todos los niños anhelan para disfrutar y ser felices
mientras se deslizan por ella, moldeándola para hacer bolas y esos
divertidos muñecos con nariz de zanahoria, bufanda y gorro. David y Juani
llevaban ya un tiempo sin acercarse por su paraje favorito, su montaña y su
río, pero disfrutaban intensamente observándola de lejos desde el pueblo y
allí seguía, esperándolos, tan bonita como siempre, aún más, cubierta de
nieve.
Y el invierno terminó y llegó la primavera, esa bonita estación, que con
los rayos del Sol va calentando la tierra, dejando atrás el frío intenso y el
hielo y dando vida a todo ser oculto, animal o vegetal que decide salir y
brotar alegrándonos la vida.
Isabel, constante y trabajadora, como una hormiguita, había tenido un año
con sus alumnos muy prolífero; los niños la querían mucho y ella quería a
cada uno de manera especial; con ella habían aprendido mucho, el curso
había sido duro, pero ella solo los repetía día tras día las mismas palabras:
Chicos tenéis que estudiar y aprender, porque todo lo que cuesta más
esfuerzo se valora más y cuando os deis cuenta de todo lo que habéis
aprendido os alegraréis mucho. Ellos en sus pequeñas mentes entendían
que su esfuerzo era importante, pero además, como niños que eran, ya
sentían que el curso tocaba a su fin y con él llegaría su planeada excursión,
con sus amigos, profesores y padres. ¡El día ya estaba próximo!
10. Todos estaban muy emocionados, se estaba acercando el final del curso y eso
suponía que la hora de subir a la montaña y divertirse en aquella gymkana, que
habían organizado entre todos, estaba llegando. Así que entre todos
empezaron a organizarlo, haciendo una lista de cosas para llevarse, de que les
gustaría comer, que necesitaban realmente para subir. Todo esto haciendo
partícipes a sus padres ya que todos juntos subirían a la montaña.
Al cabo de dos semanas, se acabó el curso y su última aventura juntos no haría
nada más que empezar.
Quedaron en juntarse y salir desde la plaza del pueblo.
Dieron las 7 de la mañana en el reloj del salón de la casa de David, la noche
había sido muy larga, la emoción y los nervios no habían dejado dormir a nadie
en su casa esa noche y posiblemente en las casas de todos los niños que hoy
iban a compartir esta experiencia inolvidable. ¡Por fin había llegado el día! Y
ellos habían trabajado mucho para que esto se hiciera realidad.
La familia de David, al completo, salió de casa sobre las 8 de la mañana en
dirección hacia la plaza del pueblo. Allí les esperaban todos los niños nerviosos
e ilusionados, algunos acompañados por sus padres, dispuestos estos también
a disfrutar como niños y entre todos ellos, como no, su profe Isabel, que allí
había acudido a la esperada cita, preparada para este intenso día. Para ella
esto suponía una experiencia entrañable e inolvidable, con estos niños, sus
niños, con los que ella había vivido y compartido dos años de su vida, con
muchos recuerdos y anécdotas, difíciles de borrar de su mente y su corazón.
11. A Isabel su trabajo la llenaba plenamente, sin duda, los niños la hacían muy feliz y ellos la querían
mucho, pues eran muchas las horas que habían vivido con ella y como dice el refrán “el roce hace
el cariño”.
El trayecto se hizo por etapas. La primera fue la salida desde la plaza hasta la ladera, andando,
por el camino iban cargados con sus mochilas y todo el que los veía los saludaba. Iban cantando,
hablando, gritando, riendo, ¡eran felices!, hacía un poco de frío, pero ellos no lo notaban, a pesar
de haber entrado ya el mes de Junio, el clima en la sierra, ya se sabía, ¡siempre refrescaba!
Cuando llegaron allí el Sol comenzó a calentar un poco más, la energía se apoderaba de los niños
que no paraban de correr, saltar y descubrir todo aquello. Isabel y los padres decidieron comenzar
con los juegos de gymkana, hicieron tres equipos para comenzar a buscar todas las pistas que les
fueron dando en voz alta, con el fin de encontrar el tesoro, la bandera del cole que ellos mismos
habían construido en clase con mucho cariño. Después de un largo rato alguien gritó: ¡la he
encontrado!, todos lo habían hecho muy bien, pero sobre todo se habían divertido mucho.
Comenzaron a subir la montaña, se hizo por el camino más fácil y menos peligroso, el que les
había aconsejado un padre que conocía muy bien el terreno y había subido en diferentes
ocasiones. Todos le siguieron.
Cuando ya llevaban alrededor de una hora de recorrido, vieron una cueva a la izquierda del
camino, esa cueva también se podía ver desde abajo, estaba hecha con grandes piedras,
recogidas de la montaña, y ya llevaba mucho tiempo allí; entraron con mucho cuidado y allí solo
había rastros de basura y algunas pintadas de personas que habían pasado por allí. Posiblemente
esta cueva había sido un refugio construido por los pastores de la zona, pues allí, tiempo atrás,
había habido mucho ganado transeúnte y los pastores allí se podían refugiar de las temibles
tormentas que, a menudo en invierno, sorprendían en la sierra.
¡Y llegó la hora de comer!, ya habían andado mucho, todos sacaron su bocadillo, tortilla, filetes…y
disfrutaron enormemente mientras comían, unos contaban historias, otros jugaban a juegos de
adivinanzas, al veo veo…, o simplemente se dedicaban a observar el hermoso paisaje que les
rodeaba, respirando aire puro, deleitando la vista y sintiendo una gratificante paz.
Hasta ahora todo había salido perfecto, excepto algún pequeño incidente, sin importancia; Dani y
Berta se habían resbalado en una zona peligrosa, pero todo había quedado en el susto y unos
rasguños.
12. Durante todo el camino los niños no paraban de preguntar: ¿Cuánto nos queda?,
pero claro, Zamora no se ganó en una hora, les costó llegar hasta arriba, hubo
padres que pararon con algunos niños que no podían continuar, otros siguieron a
pesar del cansancio, pero después del enorme esfuerzo, consiguieron llegar hasta
la cima, ¡fue algo increíble!. David y Juan tiraban uno del otro, ellos no podían
perdérselo. Cuando llegaron arriba la alegría era inmensa, todos gritaban para que
los oyeran: ¡estamos aquí!, ¡hemos llegado!, ¡ecooo! Las vistas que desde allí se
podían ver eran indescriptibles, maravillosas, alucinantes…jamás pensaron que
aquello pudiera ser tan bonito, desde allí se sentía soplar el viento como una
melodía, se divisaban todos los pequeños pueblos de alrededor con solo una
mirada, pero lo más grandioso era el paisaje natural de las montañas, con sus
laderas, valles y ríos. Había merecido la pena llegar hasta allí, todos hicieron fotos
para el recuerdo, un recuerdo ya inolvidable y ¡claro que sí!, colocaron su
bandera, entre todos ayudaron, cada uno colocó una piedra y allí quedó expuesta,
ondeando al viento, observada por los pájaros que pasaban por allí, volando ajenos
al momento, a la hazaña que unos niños de 7 años habían logrado. Fue un cúmulo
de emociones, David recordó su llegada a este pequeño pueblo, no hacía tanto
tiempo, aquí descubrió que podía ser feliz, sus padres estaban mucho mejor, su
padre ya tenía un nuevo trabajo, su madre disfrutaba de una vida tranquila y ellos,
su hermana y él deseaban que ese momento no pasara, porque todo era como un
sueño, también eran felices en este pequeño pueblo, su vida les había cambiado
mucho, sin dudarlo a mejor, este pueblo tan bonito, les había acogido con los
brazos muy abiertos. Estaban muy agradecidos, ¡nunca lo iban a olvidar!