El documento trata sobre la gestión del cambio y las competencias necesarias para afrontarlo. Explica que el cambio comienza por uno mismo, requiriendo voluntad, motivación y autoliderazgo. También señala la importancia de los valores como la integridad y la visión, así como la perseverancia y humildad para reconocer errores. Finalmente, enfatiza que el cambio debe ser proactivo y partir de la iniciativa personal.
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Como diría Albert Einstein, “sólo existe una fuerza motriz más grande o
poderosa que la fuerza atómica, la electricidad o el vapor, qué es la
voluntad”. Esa que lo determina todo, que te posiciona constantemente en
lo que eres y en lo que te conviertes, y por tanto una primera competencia
para el cambio es la voluntad de tomar decisiones y de, al ser posible,
tomarlas bien, a cuyo efecto el autoconocimiento y la capacidad de
negociación con uno mismo y con los demás es fundamental.
Desde luego que la principal razón para cambiar es el porqué, el propósito,
es decir, la motivación que nos lleva a la pasión por algo. Aunque hay que
tener cuidado con ella porque a veces suele dominar nuestra voluntad al
contrario de lo que es mejor para nosotros. Lógicamente cuanto más
motivada estén las personas y más claros tengan sus propósitos mucho más
fácil les será emprender los cambios. La gente necesita motivación, esto es,
motivos que inspiren al cambio, y cambiar es innovar, mejorar, tener amor
por lo que se hace. Conocerse a sí mismo es fundamental para encontrar tus
propias motivaciones que te guíen y te impulsen hacia lo que quieres. Para
liderar un cambio antes se debe tener la capacidad de autoliderarse. Ser
líder es eso, principalmente, inspirar lo mismo en los demás.
El liderazgo frente al cambio debe enfocarse a la eficacia de lo correcto, no
necesariamente de lo mejor, y en ese sentido, a veces, es mucho más
pernicioso para uno estar haciendo las cosas incorrectas con las
herramientas adecuados que las cosas correctas con habilidades y
herramientas menos competentes. El autoliderazgo, es decir, la capacidad
de autogestión y de autoconocimiento es la principal competencia para el
cambio de las personas y también en las organizaciones. Uno no puede
pretender ser líder de nada si no sabe liderarse a sí mismo. Lo más
importante para el liderazgo y la gestión de los cambios, efectivamente, son
los valores pues al fin y al cabo son nuestra brújula interior y que nos guía
personal y profesionalmente en la vida, y la vida es un permanente cambio.
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Los valores nos dan la ilusión de tener propósito en la vida, pero aquí lo más
importante de todo es la integridad, la cual nos hace proteger a los valores y
sin ella a medio y largo plazo no haremos buena gestión de nada. Sin
integridad y ética no se genera confianza, en virtud de la cual se genera
valor y progreso a través de los cambios.
Ser una persona íntegra es lo más valioso que uno puede tener para
proteger sus valores y ser fiel a sus principios. Sin integridad por muy buenos
valores que se tengan nunca podrá ser una persona de éxito y mucho
menos de confianza, y sin confianza es imposible generar valor alguno,
porque para crecer hay que tener confianza en uno mismo y en los demás
también, al menos en los de tu red de apoyo.
A la hora de cambiar es fundamental la visión personal para tener la
capacidad de visualizar los contextos, las circunstancias y las oportunidades
de cambio, porque, además, los cambios no hay que verlos como
problemas sino oportunidades de mejora. Es por tanto una competencia
básica para la gestión del cambio tanto a nivel personal como profesional la
capacidad visión y de pensamiento holístico y sistémico. Los que no quieren
cambiar suelen tener una visión muy limitada y un pensamiento muy
autocomplaciente.
Valores y principios, como los de los japoneses que necesitan un sistema
normativo mucho menor que el de España debido precisamente a esa
carencia aquí de valores y principalmente la debida al honor, la integridad y
la honestidad, frente a lo cual se hace un intento de disciplinar formalmente
con mucha más normativa, pues el ciudadano carente de cultura y valores,
de por sí, tiende efectivamente a esquivarla, y no hay peor corrupción que
la de los valores o corrupción moral. Esto también tiene que ver con la
felicidad en las personas puesto que un factor importante es que lo que se
piensa, se dice y se hace esté perfectamente alineado con las creencias y
valores que se poseen (consciente o inconscientemente). Al final la vida es
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una lucha diaria que puede ser más o menos feliz según seamos capaces de
estar de acuerdo con nosotros mismos y con nuestro entorno.
Vivir es cambio, y en la vida hay muchos cambios que afrontar, y no todos los
cambios son iguales porque las circunstancias y el momento en que se
producen los cambios también son muy importantes para la estrategia a
seguir y afrontarlos. Pero por suerte o por desgracia la vida y el mundo va
cambiando y nosotros tenemos que intentar desarrollar las competencias y
habilidades para irnos adaptando a él, reinventarse y estar siempre en modo
beta es la mejor estrategia que uno puede tener y estar mejor posicionado y
reafirmarse por lo que uno lucha (siempre que la lucha sea por mejorar en
cualquier aspecto) y por lo que uno es. La vida es eso, una lucha diaria por
uno mismo y por mejorar. Hay que tener coraje y valentía, determinación y
compromiso.
Otro aspecto importante en la gestión del cambio es la perseverancia. La
principal fuente de la infelicidad es la incapacidad de saber autogestionarse
uno su propia vida, y la vida son cambios continuos. Quién antes sea capaz
de desarrollar la resiliencia y se adapte cada vez mejor y más rápido, el
cambio tendrá más posibilidades de tener éxito en la vida y de ser más feliz.
Cuando nos fijamos pequeños objetivos y lo vamos superando el optimismo y
la motivación es algo que crece exponencialmente. Tal y como afirmó John
F. Kennedy "el cambio es la ley de la vida y aquellos que solo observan el
pasado o el presente seguramente se perderán el futuro". En este sentido, yo
añadiría que no solamente hay que adaptarse al cambio y dejarse llevar sino
que más bien es mejor promoverlo y ser proactivo en él. Ser dueño de tus
resultados y no quedarse en la vida pasivamente observando el paisaje.
Decía otro gran presidente de los Estados Unidos, Theodore Roosevetl, que
"es mucho mejor atreverse a cosas grandes e intentar cosechar triunfos
gloriosos, aún marcados por el fracaso, que aliarse con esos pobres espíritus
que ni mucho ganan ni mucho sufren porque habitan en la penumbra
donde ni la victoria ni la derrota se conocen". Ese debería ser el
planteamiento más correcto: ser promotor de tus propios cambios, ser el que
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conduce tu vida y no pasajero o copiloto. Esto qué es una obviedad muchas
veces se olvida y caemos en el autoengaño de la autocomplacencia.
Cabría distinguir entre los cambios que tienen un mayor peso voluntario, es
decir, a iniciativa propia de otros cambios que, sin embargo, vienen
impuestos por factores externos a nosotros mismos. Está claro que uno y otro
deben afrontarse de manera distinta porque los factores movilizadores
también son, asimismo, distintos. Por ejemplo, los cambios voluntarios son
impulsados y gestionados más bien por nuestra pasión y amor, así como por
el compromiso y perseverancia; y los cambios que tiene un origen externo
quizás pesen más las competencias sociales de autoliderazgo, autocontrol,
negociación, empatía, gestión de conflictos, comunicación, etcétera.
Alguien dijo que los grandes cambios solo tienen dos posibles causas: por
inspiración o por desesperación. En la primera lógicamente uno mismo es su
impulsor, sin embargo, en la otra son las circunstancias externas las culpables.
Se ha hablado hasta aquí de la gestión del cambio y de las competencias
para desarrollarlo, pues bien la primera competencia de todas, en este
contexto, sería generar confianza, principalmente en uno mismo. Ahora
bien, mientras realizamos un cambio y esperamos resultados, lo más
importante es tener paciencia y voluntad de llevarlo a cabo (perseverancia
como se decía antes), pero sobre todo también se necesita humildad para
reconocer públicamente nuestros errores, de otra manera sería imposible
poder aprender de ellos. Antes de las victorias públicas, necesitamos las
victorias privadas. Así que, efectivamente, humildad para reconocer nuestras
debilidades y nuestros fracasos, paciencia e inteligencia para aprender de
ellos y sobre todo voluntad de mejora. Ese valor de buscar la excelencia es la
que efectivamente nos determina qué tipo de cima vamos a alcanzar,
porque los primeros pasos hasta las montañas son los más importantes, los
que nos guiarán hacia una cima u otra. Por eso desde que iniciamos un
cambio es muy importante tener claro cuál es nuestra misión y visión sobre el
mismo.
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La mejor visión, en todo caso sobre el cambio, es ser proactivo y protagonista
de él, y no espectador. Esa perspectiva es lo más importante para cambiar y
hacerlo con éxito, pues al fin y al cabo todo lo que uno necesita para
cambiar está en su interior aunque a veces el entorno y factores ambientales
puedan condicionarlo, pero la iniciativa la tiene que tomar uno mismo
voluntaria y proactivamente, en la mayoría de los casos. Ahora bien, en el
momento de cambiar, no obstante, uno debería conservar su esencia y sus
valores más profundos, pero hay que tener cuidado con las creencias
limitantes que pueden no dejarnos crecer, así como los personalismos y los
egos que pueden dominar y secuestrar los potenciales talentos qué puedan
existir latentes en nuestro interior. Hay muchas personas cuyo ego lo
confunden con un falso liderazgo, causando en muchos casos la pérdida de
oportunidades de crecimiento y mejora.
Una de las mayores debilidades que puede tener las personas es su falta de
capacidad de cambio y su flexibilidad para irse adaptando constantemente
al entorno de manera inteligente. Desde luego el cambio siempre debe
empezar por uno mismo, es la manera más segura para el progreso y
desarrollo personal y profesional. Los cambios siempre son de adentro hacia
fuera, y por eso cuesta tanto cambiar porque la lucha principalmente es con
uno mismo. Sin embargo con demasiada frecuencia se suele esperar a que
las cosas cambien primero a su alrededor y poco valor otorgan al hecho que
el cambio se inicie con ellas mismas. Una persona no es dueña de su destino
si primero no es capaz de gobernar su propia vida y los cambios que le
permitan transformarse y progresar, empezando por reconocerse como un
ser esencialmente imperfecto pero dispuesto a cambiar y aportar valor a su
condición humana. Este es el principal desafío de la vida y, tras él, la
principal satisfacción también. Sin cambios no hay progreso ni
transformación, no hay camino ni logros para sentirse feliz y exitoso, pues no
existe energía más grande que la sensación de triunfo, gloria ésta que debe
ser la principal victoria de las batallas libradas por uno mismo, precisamente
por donde debe empezar el cambio. Jaime Chinchilla García