2. Como bien lo señala Italo Calvino en su texto, a finales del siglo XX y con la aparición de las nuevas tecnologías la pregunta acerca de la desaparición de la literatura y más aún de la novela como una de sus formas más profundas y evidentes, se hizo latente como una especie de fantasma amenazante que ocupó junto con la muerte del libro (y en algunas teorías, la del autor) los miedos, temores y sueños de los académicos, artistas e intelectuales ante el milenio por venir. Sin embargo, desde horizontes muy bien planteados por Calvino y que en primera estancia ocupan el asunto de la levedad y la rapidez sale al encuentro una propuesta en la que se mantiene el espíritu que debe subyacer a las artes y que tiene la facultad de presentar el horizonte de lo estético en relación con una función que le permite encontrar las profundidades del ser. Una propuesta, que tal como también lo señalara Carlos Fuentes con respecto a la literatura, vuelve a poner sobre la mesa el acto que necesariamente tiene que realizarse por intermedio de la creación verbal: el de revelar verdades de manera tal que no pudieran decirse de otra manera.
3. Y en ese sentido, es que desde la propuesta de Calvino, la levedad y la rapidez, que s i se observa detenidamente constituyen la esencia misma de los discursos contemporáneos (líquidos, efímeros, volátiles y presentados con una simultaneidad, velocidad y estética instantánea), se puede dar respuesta y establecer una propuesta para las artes del siglo que iniciamos hace ya una década y en el que ya no es tiempo de caer en el maniqueísmo de los apocalípticos y los integrados, sino mirar decididamente de cara al futuro y sus lenguajes y dentro de ellos sus posibilidades, entendiendo que en estos primeros casos, la levedad no se refiere a lo exento de densidad o profundidad y rapidez no es sinónimo de una velocidad irreflexiva, sino de la agilidad mental que implica el universo estético que no solo dice lo no dicho, sino que también vibra en sintonía con el acto de despertar el deseo de leer y en la lectura encontrar el espejo enterrado en el que se muestra y se escapa (con el viento), la condición humana. Así, el acto de la levedad necesariamente implica que la literatura, en tiempos como los actuales, se haga consciente de la necesidad más que de oponerse a la liquidez discursiva con los pesos del saber de las verdades últimas, abismales y a veces incomprensibles, con esas alas propias del dinamismo en el que se logra tal perfección y precisión que incluso solo basta con un pincelazo para hacer una obra irrepetible. Entender que lo leve es aligerar el lenguaje, razonamiento fino con abstracciones claras y el arte de la sugestión que subyace en la palabra para que en medio de océanos de información, las letras literarias con la simpleza de la lanza del Quijote se claven en los molinos del mercado y con sus mismos discursos permitan subvertirlos con el poder revelador de la voz en la que se dice lo no dicho y lo irrepetible.