Amor o egoísmo, esa es la cuestión por definir.pdf
Notas de Elena | Lección 8 | La Iglesia | Escuela Sabática Tercer trimestre 2014
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III Trimestre de 2014
Las enseñanzas de Jesús
Notas de Elena G. de White
Lección 8
23 de agosto 2014
La iglesia:
Sábado 16 de agosto
“Mas no ruego solamente por éstos, sino también por los que han de
creer en mí por la palabra de ellos, para que todos sean uno; como tú, oh
Padre, en mí, y yo en ti, que también ellos sean uno en nosotros; para que el
mundo crea que tú me enviaste” (Juan 17:20, 21).
La armonía y unión existentes entre hombres de diversas tendencias es el
testimonio más poderoso que pueda darse de que Dios envió a su Hijo al
mundo para salvar a los pecadores. A nosotros nos toca dar este testimonio;
pero, para hacerlo, debemos colocamos bajo las órdenes de Cristo. Nuestro
carácter debe armonizar con el suyo, nuestra voluntad debe rendirse a la
suya. Entonces trabajaremos juntos sin contrariamos.
Cuando uno se detiene en las pequeñas divergencias, se ve llevado a co-
meter actos que destruyen la fraternidad cristiana. No permitamos que el
enemigo obtenga en esta forma la ventaja sobre nosotros. Mantengámonos
siempre más cerca de Dios y más cerca unos de otros. Entonces seremos
como árboles de justicia plantados por el Señor, y regados por el río de la
vida. ¡Cuántos frutos llevaremos! ¿No dijo Cristo: “En esto es glorificado
mi Padre, en que llevéis mucho fruto”? (Juan 15:8).
El Salvador anhela que sus discípulos cumplan el plan de Dios en toda
su altura y profundidad. Deben estar unidos en él, aunque se hallen disper-
sos en el mundo. Pero Dios no puede unirlos en Cristo si no están dispues-
tos a abandonar su propio camino para seguir el suyo.
Cuando el pueblo de Dios crea sin reservas en la oración de Cristo, y en
la vida diaria ponga sus instrucciones en práctica, habrá unidad de acción en
nuestras filas. Un hermano se sentirá unido al otro por las cadenas del amor
de Cristo. Solo el Espíritu de Dios puede realizar esta unidad. El que se
santificó a sí mismo puede santificar a sus discípulos. Unidos con él, esta-
remos unidos unos a otros en la fe más santa. Cuando nos esforcemos para
obtener esta unidad como Dios desea que luchemos, la disfrutaremos (Reci-
biréis poder, p. 88).
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Domingo 17 de agosto: El fundamento de la iglesia.
“Sobre esta piedra –dijo Jesús– edificaré mi iglesia”. En la presencia de
Dios y de todos los seres celestiales, en la presencia del invisible ejército
del infierno, Cristo fundó su iglesia sobre la Roca viva. Esa Roca es él
mismo –su propio cuerpo quebrantado y herido por nosotros–. Contra la
iglesia edificada sobre ese fundamento, no prevalecerán las puertas del in-
fierno.
Cuán débil parecía la iglesia cuando Cristo pronunció estas palabras. Se
componía apenas de un puñado de creyentes contra quienes se dirigía todo
el poder de los demonios y de los hombres malos; sin embargo, los discípu-
los de Cristo no debían temer. Edificados sobre la Roca de su fortaleza, no
podían ser derribados.
Durante seis mil años, la fe ha edificado sobre Cristo. Durante seis mil
años, las tempestades y los embates de la ira satánica han azotado la Roca
de nuestra salvación; pero ella sigue inconmovible. Pedro había expresado
la verdad que es el fundamento de la fe de la iglesia, y Jesús le honró como
representante de todo el cuerpo de los creyentes. Dijo: “A ti daré las llaves
del reino de los cielos; y todo lo que ligares en la tierra será ligado en los
cielos; y todo lo que desatares en la tierra será desatado en los cielos”.
“Las llaves del reino de los cielos” son las palabras de Cristo. Todas las
palabras de la Santa Escritura son suyas y están incluidas en esa frase. Esas
palabras tienen poder para abrir y cerrar el cielo. Declaran las condiciones
bajo las cuales los hombres son recibidos o rechazados. Así la obra de aque-
llos que predican la Palabra de Dios tiene sabor de vida para vida o de
muerte para muerte. La suya es una misión cargada de resultados eternos.
El Salvador no confió la obra del evangelio a Pedro individualmente. En
una ocasión ulterior, repitiendo las palabras que fueron dichas a Pedro, las
aplicó directamente a la iglesia. Y lo mismo fue dicho en substancia tam-
bién a los doce como representantes del cuerpo de creyentes (El Deseado de
todas las gentes, pp. 381, 382).
La palabra Pedro significa una piedra, un canto rodado. Pedro no era la
roca sobre la cual la iglesia se fundaba. Las puertas del infierno prevalecie-
ron contra él cuando negó a su Señor con imprecaciones y juramentos. La
iglesia fue edificada sobre Aquel contra quien las puertas del infierno no
podían prevalecer... La iglesia está edificada sobre Cristo como su funda-
mento; ha de obedecer a Cristo como su cabeza... Si Jesús hubiese delegado
en uno de los discípulos alguna autoridad especial sobre los demás, no los
encontraríamos contendiendo con tanta frecuencia acerca de quién sería el
mayor. Se habrían sometido al deseo de su Maestro y habrían honrado a
aquel a quien él hubiese elegido (La fe por la cual vivo, p. 312).
Lunes 18 de agosto: La oración de Jesús por unidad.
En estos primeros discípulos se observaba una notable diversidad de ca-
racteres. Habían de ser los maestros del mundo, y representaban tipos de
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carácter muy variados. Eran ellos, Leví Mateo, el publicano, sacado de una
vida de actividad comercial, al servicio de Roma; Simón el celote, enemigo
inflexible de la autoridad imperial; el impulsivo, arrogante y afectuoso Pe-
dro; su hermano Andrés; Judas, de Judea, pulido, capaz y de espíritu ruin;
Felipe y Tomás, fieles y fervientes, aunque de corazón tardo para creer;
Santiago el menor y Judas, de menos prominencia entre los hermanos, pero
hombres de fuerza y positivos tanto en sus faltas como en sus virtudes; Na-
tanael, semejante a un niño en sinceridad y confianza; y los hijos de Zebe-
deo, afectuosos y ambiciosos. . .
A fin de llevar adelante con éxito la obra a la cual habían sido llamados,
estos discípulos, que diferían tanto en sus características naturales, en su
educación, y en sus hábitos de vida, necesitaban llegar a la unidad de senti-
miento, pensamiento y acción. Cristo se proponía obtener esta unidad... La
preocupación de su trabajo por ellos está expresada en la oración que dirigió
a su Padre: “Para que todos ellos sean uno; así como tú, oh Padre, en mí, y
yo en ti, para que ellos también sean uno en nosotros”.
En los apóstoles de nuestro Señor no había nada que les pudiera reportar
gloria. Era evidente que el éxito de sus labores se debía únicamente a Dios.
La vida de estos hombres, el carácter que adquirieron y la poderosa obra
que Dios realizó mediante ellos, atestiguan lo que él hará por aquellos que
reciban sus enseñanzas y sean obedientes (Conflicto y valor, p. 288).
Bajo la instrucción de Cristo, los discípulos habían sido inducidos a sen-
tir su necesidad del Espíritu. Bajo la enseñanza del Espíritu, recibieron la
preparación final y salieron a emprender la obra de su vida. Ya no eran ig-
norantes y sin cultura. Ya no eran una colección de unidades independien-
tes, ni elementos discordantes y antagónicos. Ya no estaban sus esperanzas
cifradas en la grandeza mundanal. Eran “unánimes”, “de un corazón y un
alma” (Hechos 2:46; 4:32). Cristo llenaba sus pensamientos; su objeto era el
adelantamiento de su reino. En mente y carácter habían llegado a ser como
su Maestro, y los hombres “conocían que habían estado con Jesús” (Hechos
4:13)
El día de Pentecostés les trajo la iluminación celestial. Las verdades que
no podían entender mientras Cristo estaba con ellos quedaron aclaradas
ahora. Con una fe y una seguridad que nunca habían conocido antes, acepta-
ron las enseñanzas de la Palabra Sagrada. Ya no era más para ellos un asun-
to de fe el hecho de que Cristo era el Hijo de Dios. Sabían que, aunque ves-
tido de la humanidad, era en verdad el Mesías, y contaban su experiencia al
mundo con una confianza que llevaba consigo la convicción de que Dios
estaba con ellos (Los hechos de los apóstoles, p. 37).
Martes 19 de agosto: La provisión de Cristo para la unidad.
La cadena áurea del amor, que vincula los corazones de los creyentes en
unidad, con lazos de compañerismo y amor, y en unión con Cristo y el Pa-
dre, establece la perfecta conexión y da al mundo un testimonio del poder
del cristianismo que no puede ser controvertido...
Entonces será desarraigado el egoísmo y no existirá la infidelidad. No
habrá contiendas ni divisiones. No habrá terquedad en nadie que esté unido
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con Cristo. Nadie procederá con la terca independencia del descarriado e
impulsivo niño que deja caer la mano que lo conduce y elige tropezar solo...
“Un mandamiento nuevo os doy: Que os améis unos a otros; como yo os
he amado, que también os améis unos a otros. En esto conocerán todos que
sois mis discípulos, si tuviereis amor los unos con los otros” (Juan 13:34,
35).
Satanás comprende el poder de tal testimonio ante el mundo, y cuánto
puede hacer en transformar el carácter. No le agrada que una luz tal brille de
aquellos que pretenden creer en Jesucristo, y pondrá en práctica cualquier
medio concebible para romper esa cadena áurea que une corazón con cora-
zón de los que creen la verdad y los une en íntima relación con el Padre y el
Hijo... Creemos en Jesucristo. Unimos nuestra alma con Cristo. Él dice:
“No me elegisteis vosotros a mí, sino que yo os elegí a vosotros, y os he
puesto para que vayáis y llevéis fruto... Esto os mando: Que os améis unos a
otros” (Juan 15:16, 17) (A fin de conocerle, p. 175).
El amor de Cristo es una cadena de oro que une a los seres humanos fini-
tos que creen en Jesucristo, con el Dios infinito. El amor que el Señor tiene
por sus hijos, sobrepasa todo conocimiento. Ninguna ciencia puede definir-
lo o explicarlo. Ninguna sabiduría puede sondearlo.
El egoísmo y el orgullo entorpecen el amor puro que nos une en espíritu
con Jesucristo. Si se cultiva verdaderamente este amor, lo finito se unirá con
lo infinito, y todo se centrará en el Infinito. La humanidad se unirá con la
humanidad, y toda se unirá con el corazón del Amor Infinito. El amor santi-
ficado de unos hacia otros es sagrado. En esta gran obra, el amor cristiano
de unos hacia otros -más elevado, más constante, más cortés y más desinte-
resado de lo que se ha visto- preserva la ternura cristiana, la benevolencia,
la cortesía, y reúne a la hermandad humana en el abrazo de Dios, recono-
ciendo la dignidad con la cual Dios ha investido los derechos del hombre.
La cadena dorada del amor, que une los corazones de los creyentes en
unidad, con vínculos de amistad y de amor, y en unidad con Cristo y el Pa-
dre, realiza la perfecta conexión y da al mundo un testimonio del poder del
cristianismo que no puede ser controvertido...
El amor es una planta tierna, y debe ser cultivada y apreciada, y las raí-
ces de la amargura deben ser arrancadas de su alrededor, a fin de que tenga
lugar para expandirse, y entonces llevará bajo su influencia a todos los po-
deres de la mente, y del corazón, para que amemos a Dios sobre todas las
cosas y a nuestro prójimo como a nosotros mismos (Nuestra elevada voca-
ción, p. 175).
Los cristianos deben unirse, no para hallar faltas en los demás y criticar-
los, sino para buscar la amistad y la dependencia de los unos con los otros,
y para estar unidos por los lazos dorados de la cadena del amor. Al partici-
par de la naturaleza divina se acercarán al trono de Dios.
Todos los que esperan encontrarse con el Señor Jesús, deben recibir los
atributos de un carácter puro y santo como el que los seres humanos hubie-
ran poseído si se hubiesen mantenido leales a Dios. Al tratar de entender de
manera inteligente la palabra de verdad, llegaremos a comprender el carác-
ter de Cristo (Manuscript Releases, tomo 5, p. 373).
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Miércoles 20 de agosto: Un gran obstáculo para la unidad.
Comunicar la Palabra de Dios con fidelidad es una obra de la mayor im-
portancia. Pero esta obra es totalmente diferente de la de censurar, pensar el
mal y distanciar las relaciones. Juzgar y reprobar son dos cosas diferentes.
Dios colocó sobre sus siervos la obra de reprobar con amor a los que yerran,
pero prohíbe y denuncia el juicio apresurado, tan común entre los profesos
creyentes en la verdad...
Los que están trabajando para Dios debieran dejar a un lado toda crítica
despiadada, y acercarse para estar unidos. Necesitan estudiar las enseñanzas
del Señor acerca de esto. Cristo desea que sus soldados permanezcan hom-
bro a hombro, unidos en la obra de pelear las batallas de la cruz. Desea que
la unión entre los que trabajan para él sea tan estrecha como la unión que
existe entre él y su Padre. Los que sientan el poder santificador del Espíritu
Santo prestarán oído a las lecciones del Instructor divino, y mostrarán su
sinceridad haciendo todo lo que esté en sus manos para trabajar en armonía
con sus hermanos (Alza tus ojos, p. 364).
La práctica de juzgar a otros es común -casi universal- aun entre los que
dicen ser cristianos. Los que creen tener un juicio superior critican los mo-
tivos de otros. Sin embargo, a la luz de las enseñanzas de Cristo, es un asun-
to muy serio juzgar a otros. De acuerdo al apóstol Santiago, la sabiduría de
los que buscan manchas en el carácter de los demás “no es la que desciende
de lo alto, sino terrenal, animal, diabólica” (Santiago 3:15).
Cuando alguien da ocasión para ser juzgado desfavorablemente, debe
atenerse a las consecuencias, porque “todo lo que el hombre sembrare, eso
también segará” (Gálatas 6:7). Pero no es la responsabilidad de nadie juz-
garlo, puesto que no podemos leer el corazón. Los seres humanos están
inclinados a juzgar por las apariencias, y al hacerlo pueden cometer graves
errores. Más que eso, ellos también son imperfectos y no están calificados
para juzgar a otros. El Salvador dice: “¿Por qué miras la paja que está en el
ojo de tu hermano, y no echas de ver la viga que está en tu propio ojo?”
(Mateo 7:3). A menudo el que critica tratando de corregir a otros, no se da
cuenta que tiene faltas aún más serias que las de aquel a quien condena, y
sus esfuerzos por corregirlo hacen más mal que bien (Signs of the Times, 14
de marzo, 1892).
Jueves 21 de agosto: La restauración de la unidad.
El amor de Dios es algo más que una simple negación; es un principio posi-
tivo y eficaz, una fuente viva que corre eternamente para beneficiar a otros.
Si el amor de Cristo mora en nosotros, no solo no abrigaremos odio alguno
hacia nuestros semejantes, sino que trataremos de manifestarles nuestro
amor de toda manera posible. Dice Jesús: “Si traes tu ofrenda al altar, y allí
te acuerdas de que tu hermano tiene algo contra ti, deja allí tu ofrenda de-
lante del altar, y anda, reconcíliate primero con tu hermano, y entonces ven
y presenta tu ofrenda”. Las ofrendas de sacrificio expresaban que el dador