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Notas de Elena | Lección 10 | Seguir a Jesús en la vida diaria | Escuela Sabática
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II Trimestre de 2015
El libro de Lucas
Notas de Elena G. de White
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Lección 10
6 de junio 2015
Seguir a Jesús en la vida diaria:
Sábado 30 de mayo
Ahora, hermanos, ustedes se han adiestrado de tal manera en dudas e inte-
rrogantes que tienen que educar sus almas en la línea de la fe. Tienen que
hablar de la fe, vivir la fe, actuar por fe, para que puedan crecer en la fe.
Ejercitando esa fe viviente, crecerán hasta ser hombres y mujeres fuertes en
Cristo Jesús... Él quiere que ustedes estén llenos de gozo, llenos de la bendi-
ción de Dios, a fin de que conozcan la longitud y la anchura y la altura y la
profundidad del amor de Dios, que excede todo conocimiento (Fe y obras,
pp. 79, 80).
“Nosotros le amamos a él, porque él nos amó primero” (1 Juan 4:19). La
verdadera conversión, la verdadera santificación, causarán el cambio de
nuestras opiniones y sentimientos mutuos y hacia Dios. “Nosotros hemos
conocido y creído el amor que Dios tiene para con nosotros. Dios es amor; y
el que permanece en amor, permanece en Dios, y Dios en él” (versículo 16).
Debemos acrecentar nuestra fe. Debemos conocer la santificación del Espíri-
tu. Debemos buscar a Dios con oración ferviente, para que el Espíritu divino
pueda obrar en nosotros. Dios entonces será glorificado por el ejemplo del
agente humano. Seremos entonces colaboradores con Dios (Mensajes selec-
tos, tomo 3, p. 228).
Cuando el alma verdaderamente convertida disfruta del amor de Dios,
siente su obligación de llevar el yugo de Cristo y trabajar en armonía con él.
El Espíritu de Jesús descansa sobre él. Revela el amor, la piedad y la compa-
sión del Salvador, porque es uno con Cristo. Anhela llevar a otros a Jesús. Su
corazón se deshace de ternura al ver el peligro de las almas que están fuera
de Cristo. Cuida de las almas como uno que ha de dar cuenta. Con invitacio-
nes y ruegos mezclados con manifestaciones relativas a la seguridad de las
promesas de Dios, trata de ganar a las almas para Cristo; y esto se registra en
los libros de memoria. Es un obrero juntamente con Dios.
¿No es Dios el verdadero objeto de imitación? Debe ser la obra de la vida
del cristiano vestirse de Cristo, y alcanzar una mayor semejanza a Cristo. Los
hijos e hijas de Dios han de progresar en su semejanza a Cristo, nuestro mo-
delo. Diariamente han de contemplar su gloria, han de observar su excelencia
incomparable (Testimonios para los ministros, pp. 119, 120).
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Domingo 31 de mayo: Huye del fariseísmo
Lo que distingue en forma más especial al pueblo de Dios de los cuerpos
religiosos populares no es solo su profesión, sino sus caracteres ejemplares y
el principio del amor desinteresado. La influencia poderosa y purificadora
del Espíritu de Dios sobre el corazón, llevada a cabo mediante palabras y
obras, los separa del mundo y los señala como el pueblo peculiar de Dios. El
carácter y la disposición de los seguidores de Cristo serán como los de su
Maestro. Él es el modelo, el ejemplo santo y perfecto dado a los cristianos
para que lo imiten. Sus verdaderos seguidores amarán a sus hermanos y esta-
rán en armonía con ellos. Amarán a sus vecinos como Cristo les ha dado el
ejemplo y harán cualquier sacrificio si por ello pueden persuadir a las almas
a que dejen sus pecados y se conviertan a la verdad.
La verdad, profundamente enraizada en los corazones de los creyentes,
brotará y llevará fruto en justicia. Sus palabras y acciones son los canales
median-te los cuales los principios puros de la verdad y la santidad son
transmitidos al mundo. Hay bendiciones y privilegios especiales para aque-
llos que aman la verdad y caminan de acuerdo con la luz que han recibido. Si
descuidan hacer-lo, su luz se les volverá tinieblas. Cuando el pueblo de Dios
se vuelve autosuficiente, el Señor los deja librados a su propia sabiduría. Se
promete misericordia y verdad a los humildes de corazón, a los obedientes y
fieles (Testimonios para la iglesia, tomo 3, p. 68).
Los fariseos construían las tumbas de los profetas, adornaban sus sepul-
cros y se decían unos a otros: Si hubiésemos vivido en los días de nuestros
padres no habríamos participado con ellos en el derramamiento de la sangre
de los siervos de Dios. Al mismo tiempo, se proponían quitar la vida de su
Hijo. Esto debiera ser una lección para nosotros. Debiera abrir nuestros ojos
acerca del poder que tiene Satanás para engañar el intelecto que se aparta de
la luz de la verdad. Muchos siguen en las huellas de los fariseos. Reverencian
a aquellos que murieron por su fe. Se admiran de la ceguera de los judíos al
rechazar a Cristo. Declaran: Si hubiésemos vivido en su tiempo, habríamos
recibido gozosamente sus enseñanzas; nunca habríamos participado en la
culpa de aquellos que rechazaron al Salvador. Pero cuando la obediencia a
Dios requiere abnegación y humillación, estas mismas personas ahogan sus
convicciones y se niegan a obedecer. Así manifiestan el mismo espíritu que
los fariseos a quienes Cristo condenó (El Deseado de todas las gentes, pp.
570, 571).
Ningún hombre es un juez adecuado del deber de otro hombre. El hombre
es responsable ante Dios; y cuando los hombres finitos y errantes se atribu-
yen la jurisdicción de sus semejantes, como si el Señor los comisionara a
hacer y deshacer, todo el cielo se llena de indignación. Se establecen extra-
ños principios con respecto al control de las mentes y a las obras de los hom-
bres por parte de jueces humanos, como si estos hombres finitos fueran dio-
ses.
¿Y qué ocurre con algunos que están llevando estas sagradas responsabi-
lidades? Los hombres que no tienen una disposición espiritual, que no están
consagrados a Dios, no tienen ninguna comisión que realizar, ninguna auto-
ridad que ejercer, con respecto a los deseos o las acciones de sus semejantes.
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Pero a menos que los hombres estén diariamente en comunión con Dios, en
lugar de buscarlo a él con todo su corazón para obtener una capacitación para
la obra, asumirán el poder de dictadores sobre la conciencia de otros. Un
sentido de la presencia divina pasmaría y subyugaría el alma, pero éstos ca-
recen de este sentido. Sin el amor de Dios que arda en el alma, el amor a los
hombres se enfría. Los corazones no son tocados frente a los lamentos hu-
manos. El egoísmo ha dejado su impronta profanadora sobre la vida y el ca-
rácter, y algunos nunca pierden esta imagen e inscripción. ¿Ha de confiarse
la conducción de la causa de Dios a tales manos? ¿Han de ser las almas por
quienes Cristo murió manejadas a voluntad por hombres que han rechazado
la luz que les fue dada del cielo? Debemos temer las leyes hechas por los
hombres, y los planes y métodos que no están de acuerdo con los principios
de la Palabra de Dios concernientes a la relación del hombre con sus seme-
jantes. “Todos vosotros sois hermanos” (Testimonios para los ministros, p.
355).
Lunes 1 de junio: Temed a Dios
La Biblia revela a Cristo como el buen Pastor, que busca a las ovejas per-
didas incansablemente. Por métodos peculiarmente suyos, ayudaba a todos
los que necesitaban ayuda. Con gracia tierna y cortés, ministraba a las almas
enfermas de pecado, impartiendo sanidad y fuerza. La sencillez y el fervor
con que se dirigía a los menesterosos, santificaba toda palabra. Proclamaba
su mensaje desde la ladera de la montaña, desde el bote del pescador, en el
desierto, en las grandes rutas de tránsito. Doquiera hallaba personas listas
para escuchar, estaba listo para abrirles el tesoro de la verdad...
Toda la vida del Salvador se caracterizó por la benevolencia desinteresada
y la hermosura de la santidad. Él es nuestro modelo de bondad. Desde el
comienzo de su ministerio, los hombres empezaron a comprender más cla-
ramente el carácter de Dios (Consejos para los maestros, pp. 248, 249).
Nuestro Padre celestial no aflige ni entristece voluntariamente a los hijos
de los hombres. Tiene sus propósitos en el torbellino y la tormenta, en el
fuego y el diluvio. El Señor permite que las calamidades sobrevengan a su
pueblo para salvarlo de peligros mayores. Desea que todos examinen su co-
razón atenta y cuidadosamente, y que se acerquen a Dios a fin de que él pue-
da acercarse a ellos. Nuestras vidas están en las manos de Dios. El ve los
riesgos que nos amenazan como nosotros no podemos verlos... Conoce nues-
tra hechura y se acuerda que somos polvo. Aun los mismos cabellos de nues-
tra cabeza están contados. Obra a través de las causas naturales para hacernos
recordar que él no nos ha olvidado, sino que desea que abandonemos el ca-
mino que, si se nos permitiera seguir en forma desenfrenada y sin reproba-
ción, nos conduciría a un gran peligro.
A todos nos sobrevendrán pruebas a fin de conducirnos a investigar nues-
tros corazones, a fin de ver si están purificados de todo aquello que contami-
na. Constantemente el Señor está obrando para nuestro bien presente y
eterno. Ocurren cosas que parecen inexplicables, pero si confiamos en el
Señor y esperamos pacientemente en él, humillando nuestros corazones de-
lante de él, no permitirá que el enemigo triunfe.
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El Señor salvará a su pueblo en la forma que él considere mejor, usando
medios e instrumentos que hagan que la gloria redunde para él. Solamente a
él pertenece la alabanza...
Toda alma que está en el camino de la salvación debe ser partícipe con
Cristo en sus sufrimientos, a fin de que pueda ser participante con él de su
gloria. Cuán pocos comprenden por qué Dios los somete a pruebas. Es me-
dian-te la prueba de nuestra fe como obtenemos fortaleza espiritual. El Señor
trata de educar a su pueblo para que dependa enteramente de él. Desea que,
median-te las lecciones que les enseña, lleguen a ser más y más espirituales
(Alza tus ojos, p. 63).
El pueblo de Dios no quedará libre de padecimientos; pero aunque perse-
guido y acongojado y aunque sufra privaciones y falta de alimento, no será
abandonado para perecer. El Dios que cuidó de Elías no abandonará a nin-
guno de sus abnegados hijos. El que cuenta los cabellos de sus cabezas, cui-
dará de ellos y los atenderá en tiempos de hambruna. Mientras los malvados
estén muriéndose de hambre y pestilencia, los ángeles protegerán a los justos
y suplirán sus necesidades. Escrito está del que “camina en justicia” que “se
le dará pan y sus aguas serán ciertas” (Isaías 33:16, V.M.) (El conflicto de
los siglos, p. 687).
Martes 2 de junio: Estén preparados y vigilantes
Ahora es el momento de prepararnos para la venida de nuestro Señor. La
preparación para salir a su encuentro no puede lograrse en un momento. En
preparación para esta solemne escena, debiéramos esperar en actitud vigilan-
te y velar, combinando todo ello con trabajo ferviente. Así glorifican a Dios
sus hijos. En medio de las agitadas escenas de la vida, se oirán sus voces
pronunciando palabras de ánimo, fe y esperanza. Todo lo que tienen y son
está consagrado al servicio del Maestro (La maravillosa gracia de Dios, p.
353).
Estamos viviendo durante las escenas finales de la historia de esta tierra.
La profecía se cumple rápidamente. El tiempo de prueba está pasando ve-
lozmente. No tenemos tiempo que perder, ni un solo momento. Nadie debe
encontrarnos durmiendo en nuestro puesto. Nadie debe decir en su corazón o
por medio de sus obras: “Mi Señor tarda en venir”. Resuene en fervientes
palabras de amonestación el mensaje del pronto retorno de Cristo. Persuada-
mos a hombres y mujeres por doquier que se arrepientan y huyan de la ira
venidera. Instémoslos a prepararse inmediatamente... Salgan predicadores y
miembros laicos a los campos maduros. Hallarán su mies doquiera procla-
men las olvidadas verdades de la Biblia. Hallarán a los que han de aceptar la
verdad y han de dedicar sus vidas a ganar almas para Cristo.
El Señor viene pronto, y debemos estar preparados para salir a su encuen-
tro en paz. Resolvamos hacer todo lo que podamos para impartir luz a los
que nos rodean. No debemos estar tristes, sino gozosos, y debemos tener al
Señor Jesús siempre delante de nosotros... Debemos estar listos y esperar su
venida. ¡Cuán glorioso será verle y recibir la bienvenida como sus redimidos!
Hemos espera-do mucho, pero nuestra fe no debe menguar. Si solo podemos
ver al Rey en su hermosura, seremos benditos para siempre. Siento que debo
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gritar: “¡Al hogar!” Se acerca el tiempo cuando Cristo vendrá con poder y
gran gloria para llevar a sus redimidos a su eterno hogar (¡Maranata: El Se-
ñor viene!, p. 104).
Vi que si Dios os ha dado riquezas por encima de la gente común y de los
pobres, eso debiera haceros humildes, porque os pone bajo grandes obliga-
ciones. Cuando se da mucho, aun en bienes terrenos, también se requerirá
mucho. Guiados por este principio, debierais manifestar una disposición no-
ble y gene-rosa. Buscad las oportunidades de hacer bien con lo que poseéis.
“Haceos teso-ros en el cielo”.
Vi que como mínimo, se había requerido de los cristianos en tiempos pa-
sa-dos, que poseyeran un espíritu de liberalidad y que consagraran al Señor
una parte de sus ganancias... Pero de los cristianos que viven en los últimos
días y que esperan a su Señor, se requiere que hagan algo más que eso. Dios
requiere que se sacrifiquen...
[Se cita Mateo 19:29] Aquí está la recompensa para los que se sacrifican
por Dios. Reciben cien veces más en esta vida y también heredarán la vida
eterna (Testimonios para la iglesia, tomo 1, pp. 158-161).
Miércoles 3 de junio: Sé un testigo fructífero
A través de la parábola del sembrador, Cristo presenta el hecho de que los
diferentes resultados dependen del terreno. En todos los casos, el sembrador
y la semilla son los mismos. Así él enseña que si la palabra de Dios deja de
cum-plir su obra en nuestro corazón y en nuestra vida, la razón estriba en
nosotros mismos. Pero el resultado no se halla fuera de nuestro dominio. En
verdad, nosotros no podemos cambiarnos a nosotros mismos; pero tenemos
la facultad de elegir y de determinar qué llegaremos a ser. Los oyentes repre-
sentados por la vera del camino, el terreno pedregoso y el de espinas, no ne-
cesitan permanecer en esa condición. El Espíritu de Dios está siempre tratan-
do de romper el hechizo de la infatuación que mantiene a los hombres absor-
tos en las cosas mundanas, y de despertar el deseo de poseer el tesoro impe-
recedero. Es resistiendo al Espíritu como los hombres llegan a desatender y
descuidar la palabra de Dios. Ellos mismos son responsables de la dureza de
corazón que impide que la buena simiente eche raíces, y de los malos creci-
mientos que detienen su desarrollo.
Debe cultivarse el jardín del corazón. Debe abrirse el terreno por medio
de un profundo arrepentimiento del pecado. Deben desarraigarse las satáni-
cas plantas venenosas. Una vez que el terreno ha estado cubierto por las es-
pinas, solo se lo puede utilizar después de un trabajo diligente. Así también,
solo se pueden vencer las malas tendencias del corazón humano por medio
de esfuerzos fervientes en el nombre de Jesús y con su poder. El Señor nos
ordena por medio de su profeta: “Haced barbecho para vosotros, y no sem-
bréis sobre espinas”. “Sembrad para vosotros en justicia, segad para vosotros
en misericordia”. Dios desea hacer en favor nuestro esta obra, y nos pide que
cooperemos con él (Palabras de vida del gran Maestro, pp. 36, 37).
Mientras haya almas que salvar, nuestro interés en su salvación no debe
debilitarse... El amor que Cristo tuvo por las almas perdidas lo llevó a la cruz
del Calvario. El amor por las almas nos llevará al renunciamiento y al sacri-
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ficio (La fe por la cual vivo, p. 311).
Los seres humanos no tienen el derecho de pensar que hay un límite para
los esfuerzos que han de hacer en reflejar la bondad y el amor de Dios en la
obra de salvar almas. ¿Se cansó Cristo alguna vez en su obra de salvar al-
mas? ¿Se apartó alguna vez de la senda de la abnegación y del sacrificio?
Cuando los miembros de iglesia introduzcan en sus vidas la abnegación que
Cristo manifestó en la suya, cuando ejerzan los esfuerzos continuos y perse-
verantes que él ejerció, no tendrán tiempo ni inclinación para introducir en su
experiencia las hebras falsas que echen a perder el diseño...
Debemos vigilar, trabajar y orar, y no dar nunca ocasión para que el yo
obtenga el dominio. Debemos estar listos, mediante la vigilancia y la oración,
para lanzamos a la acción en obediencia al mandato del Maestro. Dondequie-
ra veamos que una tarea está esperando que se la haga, debemos tomarla y
hacer-la, contemplando constantemente a Jesús.
La abnegación significa mucho. Significa negarse a los deseos naturales y
a la disposición natural... Por amor a Cristo, velen y oren (Alza tus ojos, p.
22).
Jueves 4 de junio: Ser un líder servidor
Los mismos discípulos, aunque exteriormente lo habían abandonado todo
por amor a Jesús, no habían cesado en su corazón de desear grandes cosas
para sí. Este espíritu era lo que motivaba la disputa acerca de quién sería el
mayor. Era lo que se interponía entre ellos y Cristo, haciéndolos tan apáticos
hacia su misión de sacrificio propio, tan lentos para comprender el misterio
de la redención. Así como la levadura, si se la deja completar su obra, oca-
sionará corrupción y descomposición, el espíritu egoísta, si se lo alberga,
produce la contaminación y la ruina del alma.
¡Cuán difundido está, hoy como antaño, este pecado sutil y engañoso en-
tre los seguidores de nuestro Señor! ¡Cuán a menudo nuestro servicio por
Cristo y nuestra comunión entre unos y otros quedan manchados por el secre-
to deseo de ensalzar al yo! ¡Cuán presto a manifestarse está el pensamiento
de adulación propia y el anhelo de la aprobación humana! Es el amor al yo,
el deseo de un camino más fácil que el señalado por Dios, lo que induce a
substituir los preceptos divinos por las teorías y tradiciones humanas (El
Deseado de todas las gentes, p. 376).
Muy tiernamente, aunque con solemne énfasis, Jesús trató de corregir el
mal. Demostró cuál es el principio que rige el reino de los cielos, y en qué
consiste la verdadera grandeza, según las normas celestiales. Los que eran
impulsados por el orgullo y el amor a la distinción, pensaban en sí mismos y
en la recompensa que habían de recibir, más bien que en cómo podían devol-
ver a Dios los dones que habían recibido. No tendrían cabida en el reino de
los cie-los porque estaban identificados con las tilas de Satanás.
Antes de la honra viene la humildad. Para ocupar un lugar elevado ante
los hombres, el Cielo elige al obrero que como Juan el Bautista, toma un
lugar humilde delante de Dios. El discípulo que más se asemeja a un niño es
el más eficiente en la labor para Dios. Los seres celestiales pueden cooperar
con aquel que no trata de ensalzarse a sí mismo sino de salvar almas. El que