7 verbum dei en la iglesia card errázuriz - 120802
L A F RA TE RN I DA D M I S I ON E RA V E R B U M D E I E N LA I G LE S I A
C A R D . F R A N C I S C O J A V I E R E R R Á Z U R IZ
Junto con agradecerles de corazón la invitación que me han hecho a esta celebración jubilar,
quisiera invitarles a reflexionar sobre el tema que me han propuesto: “La Fraternidad Misionera
Verbum Dei en la Iglesia”, recorriendo el siguiente itinerario. De manera muy resumida veremos
primero algunos hitos históricos de la vida consagrada y de movimientos en la Iglesia. Nos
detendremos después en el siglo XX, que bien puede ser llamado el siglo de los movimientos
eclesiales y las nuevas formas de vida consagrada. Concluiremos con algunos recuerdos y
reflexiones sobre la Fraternidad Misionera Verbum Dei, portadora de un carisma para la vida y la
misión de la Iglesia en el tercer milenio.
1. Fundadores y carismas,
siembra abundante del Espíritu en la historia de la Iglesia
El asombro que causa en nosotros la proliferación de movimientos eclesiales, como también de
institutos y formas nuevas de vida consagrada que nacieron durante el siglo XX, nos hace
examinar la historia de la Iglesia con otros ojos. ¿Habrá sido siempre así? ¿Existieron tiempos
en las cuales proliferaron las fundaciones, mientras que en otros tiempos la vida de las ya
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fundadas siguió su curso normal sin que abundaran nuevas formas de vida consagrada?
a. Recuerdo un encuentro en el Vaticano con el Patriarca de la Iglesia ortodoxa de
Constantinopla. Fuimos presentados a Su Beatitud Bartolomé I todos los Cardenales y
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Nota previa: Al enfocar la renovación de la Iglesia desde un ángulos determinado, a saber,
desde la perspectiva de la siembra de fundadores y carismas, la exposición supone otros
muchos factores, sobre todo el don admirable que han sido y siguen siendo incontables pastores
santos y carismáticos, de los cuales Dios se ha valido para guiar, inspirar, enseñar y santificar a
su Pueblo.
La primera parte de esta exposición se apoya y asume conclusiones del libro de Alfredo López
Amat “El seguimiento radical de Cristo, Esbozo histórico de la Vida Consagrada”, Ediciones
Encuentro. También en el libro de Jesús Álvarez Gómez C.M.F., “Historia de la Vida Religiosa”,
editado por Publicaciones Claretianas.
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Arzobispos de la Curia Romana. Cuando llegó mi turno, me presentaron como Arzobispo
Secretario de la Congregación para los Institutos de Vida Consagrada. De inmediato exclamó
con asombro, desde su perspectiva ortodoxa: ¡Oh, oh, el responsable del monacato! No era así,
pero ocurre que en las Iglesias ortodoxas hablar de la vida consagrada es hablar de la vida
propia de los monjes.
Así fue también en la Iglesia católica en el primer milenio de su existencia. Después del edicto de
Constantino y antes del Cisma de Oriente, como expresión de lo que hoy llamamos vida
consagrada en comunidad, durante siglos no surgieron otros carismas de vida consagrada
cenobítica, que no fueran monásticos. Esta vida monástica se expandió por toda Europa,
evangelizando y humanizando la sociedad. Si bien la instauraron varios fundadores, con el
tiempo primó la regla de san Benito. Ésta adquirió una gran influencia en la Iglesia también en
siglos posteriores gracias a la abadía de Cluny, y a la familia cisterciense, fundada por san
Bernardo de Claraval. De variadas formas, sin embargo, también adquirió creciente influencia la
Regla de san Agustín.
b. En ella se inspiró un gran movimiento de clérigos, sobre todo en torno a los cabildos
catedralicios. Entre las fundaciones de canónicos, sobresalieron dos: los Canónicos Regulares
de san Víctor y los Premonstratenses, fundados por san Norberto, y aprobados por Honorio II el
año 1126. Éstos adoptaron la Regla de san Agustín, e instauraron un tipo de vida integralmente
evangélica a la vez que apostólica. San Norberto quería que sus discípulos regenerasen el
mundo desde muy diferentes frentes, tales como la predicación y las iniciativas civilizadoras. Al
proponer una nueva concepción de la vida monástica, sumamente influyente en la sociedad de
su época, estas fundaciones le abrieron el camino a las órdenes mendicantes.
No nos detendremos en el fenómeno atípico de las órdenes militares. Tampoco en las
congregaciones eremíticas, ya que estamos recordando sobre todo aquellas iniciativas que
cultivaron la vida en común.
c. Así se sucedieron los siglos, antes de que apareciera algo inesperado. Me refiero a ese
gran movimiento renovador que nació en torno a San Francisco de Asís, capaz de transformar
desde su interior a la sociedad y a la Iglesia. Era una sociedad profundamente segregada, con
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un abismo de distancia entre los ‘mayores’ y los ‘menores’. Los primeros, nobles o comerciantes
adinerados; los segundos, pobres. Esto era más trágico en las ciudades, en las cuales la miseria
no encontraba remedio. La familia de Francisco era muy rica. Él renunció a esa vida y a todos
los bienes.
Detengámonos en su opción, inspirada por el Espíritu Santo, de ‘salir del siglo’ y pertenecer a los
menores como hijo fiel de la Iglesia. De hecho, su opción no fue meramente personal. Fundó los
frailes menores, que fueron aprobados oralmente por el Papa el año 1210. Al hacerlo, optó por la
“minoridad”, expresada en la pobreza voluntaria, que incluía no sólo la renuncia a los bienes
individuales, sino también a las posesiones comunes, procurándose el sustento mediante el
trabajo, y si la retribución les fuese negada, mendigando lo necesario. En la Orden optó por la
fraternidad entre clérigos y laicos, y por la fraternidad universal, sin que los frailes se
considerasen superiores a los demás, sino hermanos pequeños. Se acercó con amor,
fraternalmente, a todo lo que proviene de la mano de Dios: también al hermano sol, a la hermana
luna, a la hermana tierra y al hermano fuego; igualmente a los animales y las aves del cielo.
Optó por la misericordia con todos los pobres y necesitados; y por la predicación itinerante del
Evangelio en extrema pobreza, acompañada del testimonio de una vida en el seguimiento de
Cristo, su Señor. En un comienzo no quería más regla de vida para sus frailes que el Evangelio,
sin glosas ni comentarios que pudieran atenuarlo.
En octubre del año 1226 falleció el gran santo iniciador de este movimiento y de la Orden de los
Frailes Menores. Vivió sólo 44 años. Ya en el capítulo general del año 1221, los hermanos eran
3.000. Sus frailes recorrieron los campos, las aldeas, las ciudades y muchos países, predicando
con ardor el Evangelio y dando testimonio del seguimiento de Cristo con pobreza y humildad.
Apoyándose en el envío recibido del Papa, renovaron la Iglesia como un río caudaloso, sin
respetar mucho las competencias parroquiales, y a veces ni siquiera las episcopales, según lo
expresó el Cardenal Paul Josef Cordes en el segundo Coloquio Internacional sobre los
movimientos en la Iglesia el año 1987. Desde los tiempos de san Francisco, toda la Iglesia ha
sido fermentada por el carisma que Dios le había confiado al ‘poverello’ de Asís.
d. Para ustedes es imprescindible recordar los tiempos de santo Domingo de Guzmán, y la
fundación de la Orden de los Predicadores, otra irrupción de un gran carisma en el Pueblo de
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Dios, en medio de un cambio epocal en la sociedad y en la Iglesia de su tiempo, casi
inimaginable para nosotros.
Domingo, acompañando a su Obispo, que cumplía una misión encomendada por el rey Alfonso
IX de Castilla, había conocido la región del sur de Francia en la cual se extendía la herejía
dualista de los cátaros. Fue impulsada en sus inicios en Bulgaria por el Pope Bogomil, que
enseñaba el desprecio a la Iglesia, la inutilidad de los sacramentos, el rechazo del Antiguo
Testamento y el carácter malvado del mundo visible. En Francia, por una extraña motivación
religiosa, los ‘puros’ llegaron a propiciar hasta el suicidio. Esta verdadera revolución religiosa de
quienes se decían cristianos y practicaban una vida austera y pobre, se ganaba la admiración y
adhesión del pueblo. Se extendía rápidamente, mientras muchos obispos no le prestaban
atención por estar absorbidos en la gestión de bienes materiales, y el clero diocesano, sin mayor
instrucción ni celo pastoral, en muchos casos llevaba una vida mundana a la caza de beneficios
eclesiásticos. Entre ellos el celo por la predicación apenas existía.
Según Alfredo López Amat, eran muchos los seglares que le reprochaban a la Iglesia el estar
demasiado bien instalada, demasiado vinculada a las riquezas. En este despertar laical del siglo
XII, “amplios círculos de seglares, desdeñando la mediación de un clero hundido en lo temporal,
de un cuerpo eclesiástico que se había hecho demasiado administrativo, aspiraban a una unión
directa y sentimental con Cristo. Innumerables laicos, agrupados o no, aspiraban a una vida
evangélica más pura, sobre todo a través de una vuelta a la pobreza de Cristo. La devoción
tierna y cálida de su humanidad, que había nacido ya en tiempos de san Bernardo, les abrió la
puerta a una lectura y meditación ardiente del Evangelio; y se produjo un movimiento laical
orientado hacia un cristianismo menos comprometido con el mundo y con los cuadros
eclesiásticos tradicionales.” Agrega el autor en su estudio: “Todos estos movimientos laicos, a
los que se une por vías distintas el catarismo sobre todo albigense, se separaron del espíritu de
Cristo rebelándose contra la Jerarquía de la Iglesia; crearon entre sus adeptos un verdadero
espíritu de casta, por el que se colocaban por encima de los sacerdotes y de los demás
cristianos, con un orgullo secreto, cuya gravedad no era menor que la de los escándalos que
deseaban remediar. Partiendo de los mismos deseos, pero sin desviarse en su ejecución,
surgieron verdaderos reformadores como santo Domingo de Guzmán y san Francisco de Asís,
que llevando a cabo su reforma en caridad humilde y obediente, satisficieron los impulsos
profundos y nobles de la época.”
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Me he detenido en esta breve descripción de la época con sus anhelos y desviaciones, porque
ilustra la misión de un fundador que recoge los mejores anhelos de su tiempo y los eleva hacia la
Buena Noticia de Cristo, y responde a la vez a las desviaciones que surgen, reabriendo de
manera vigorosa el ingreso a los auténticos caminos del Evangelio.
Santo Domingo, cuando se le abre el universo durante su estadía en Roma, se propuso
incorporar a la Iglesia católica todos los movimientos religiosos de inspiración netamente
evangélica, pero que por su escasa solidez doctrinal podían ser fácilmente víctimas de la
predicación insidiosa contra la Iglesia jerárquica y contra los sacramentos. Era su propósito
cuando puso manos a la obra misionera con su Obispo, Diego de Acebes, con legados
apostólicos, con cistercienses y otros predicadores. Todos ellos, asumieron la pobreza
evangélica: descalzos, mendigando el pan de puerta en puerta, evangelizaban a los fieles y a los
disidentes. Los nueve primeros años de la actividad misionera de Domingo condujeron al obispo
de Tolosa a dar su aprobación escrita a la nueva fundación el 25 de marzo de 1215. Era
realmente una fundación nueva, siendo su primera novedad la que se refería a la predicación, ya
que ésta, confiada enteramente a los obispos, por primera vez pasó a ser una misión conferida
de modo permanente a una comunidad, a una orden religiosa, en la que todos sus miembros
asumirían este oficio ordinario en virtud de su profesión religiosa, y no por un encargo episcopal
y pasajero. Junto a ello, asumieron las mejores costumbres de estricta observancia acogidas por
san Norberto, es decir, “todo lo que encontraron de austero, de hermoso y de prudente” en esas
costumbres, que fuera compatible con su finalidad apostólica y con la ‘mendicidad conventual’.
Como orden apostólica, los predicadores serían ante todo apóstoles y clérigos. Por su
consecuente aplicación éstas fueron dos características nuevas en la vida religiosa. Como orden
clerical, se obligaron los miembros al estudio y la predicación, no así a la administración de
parroquias y de sacramentos, excepto de la confesión y la Eucaristía. Como canónicos
regulares, retuvieron la vida en común y el oficio divino recitado en el coro. De la vida monástica
mantuvieron los votos, el silencio y ciertas formas de mortificación, pero rechazaron la
estabilidad local, afirmando que su habitat y su cantera no podría ser el monasterio sino las
grandes villas y toda la cristiandad. Por otra parte, introdujeron principios, que hoy llamaríamos
democráticos, en la elección de las autoridades, casi todas temporales, y en los capítulos
legislativos.
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La clarividencia de Domingo, siendo aún joven, es muy notable. También su esfuerzo de
configurar una estructura comunitaria más ágil, que fuera congenial con el fin misionero. Muchos
años más tarde, santo Tomás de Aquino recogerá la misión de los dominicos en las conocidas
palabras: “Contemplari et contemplata aliis tradere”: contemplar y entregar a los demás lo
contemplado, para que “hablen o con Dios o de Dios cuando traten entre ellos y con el prójimo”,
según palabras de santo Domingo.
No vivió santo Domingo más de 50 años. Impresiona la expansión de la Orden que fundó.
Pertenecían a ella 16 miembros cuando se dispersaron el 15 de agosto de 1217. Cuesta creerlo,
pero cuatro años más tarde, a la muerte de santo Domingo, un autor escribe que contaba con
sesenta conventos de frailes (otro autor, Jesús Álvarez Gómez, C.M.F., afirma que ya se habían
fundado 125 conventos) y cuatro de monjas. En el censo oficial de 1277, la Orden tenía 404
casas de religiosos y 58 de religiosas. Llegaron a ser alrededor de 10.000 miembros a finales del
siglo XIII.
e. Hay que agregar otras grandes órdenes, que tuvieron gran influencia en la Iglesia.
Nacieron por esos años (entre 1198 y 1251): la Orden de los Trinitarios, la Orden de Nuestra
Señora de la Merced, los Siervos de María, los Carmelitas y los Agustinos. En el mundo que
experimentaba un cambio de época, el Espíritu Santo hizo esta generosa y fecunda siembra.
f. Impresiona otra gran oleada de carismas y fundadores tres siglos más tarde, durante el
siglo XVI. Florecen las aprobaciones de órdenes de clérigos regulares entre los años 1524 y el
año 1586. Recordemos, en primer lugar, a la Compañía de Jesús, y junto a ellos a los Teatinos,
los Barnabitas, los Somascos, los Camilianos, la Orden de la Madre de Dios y los Clérigos
Regulares Menores. Tampoco podemos olvidar la fundación de la Orden laical de los Hermanos
Hospitalarios de san Juan de Dios, y la aparición de la primera sociedad de vida común sin
votos, el Oratorio de san Felipe Neri.
g. Numerosas órdenes y congregaciones compartieron con comunidades de religiosas su
propio carisma. Lo que no impidió la formación de institutos de fundación del todo autónoma. En
el caso de las antiguas órdenes, junto a ellas nacieron florecientes comunidades monásticas o
contemplativas. Sólo más tarde surgieron las comunidades apostólicas de mujeres consagradas.
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Algunas se inspiraron en la regla o las constituciones de grandes fundadores, por ejemplo, de
san Benito, san Francisco, santo Domingo y san Ignacio. Hace algunos años, por ejemplo, las
comunidades femeninas que compartían el carisma de los dominicos eran 130. A las
fundaciones mencionadas se agregan las reformas realizadas por grandes santas, como por
santa Teresa de Jesús, y con ello el florecimiento de las Carmelitas Descalzas.
Por falta de tiempo, no me detengo a recordar este último capítulo, tan fecundo, de la historia de
la Iglesia, sin el cual no se podría entender la propagación y la madurez de la fe en muchos
países.
En torno a la Revolución Francesa, el Espíritu Santo hizo otra siembra de comunidades de gran
fecundidad, tanto de comunidades misioneras, como educacionales y hospitalarias; como de
comunidades dedicadas a trabajos parroquiales, y a las más variadas obras de misericordia.
h. En relación a las épocas de estas siembras abundantes de carismas, de fundadores y
fundadoras, nuestra reflexión sería enriquecida si examináramos las circunstancias históricas por
las cuales atravesaba la Iglesia, y la respuesta que planificó, inspiró e impulsó el Espíritu. Por
ejemplo, las circunstancias que desafiaron a la Iglesia antes del Concilio de Trento. En esos
años y decenios, de tanta relajación, nacieron y se expandieron numerosas comunidades,
mientras se extendía la reforma protestante y su crítica a la Iglesia, acompañada de sus
extravíos doctrinales. Después de dos siglos y medio, fueron muchísimas las congregaciones y
las sociedades misioneras que surgieron en los decenios del vendaval violento y antirreligioso de
la Revolución Francesa, que perseguía a la Iglesia de manera sangrienta, sin reconocerle al
pueblo su derecho a la libertad religiosa y alzándose como un dios al cual se debía adorar.
i. Concluyamos esta primera parte, conscientes de la acción del Espíritu Santo, que
aparece ante nuestros ojos con mucha fuerza renovadora en determinadas etapas de la historia,
regalándole a la Iglesia una abundante siembra de carismas y fundadores. Éstos develan
elementos antiguos y nuevos del Evangelio, que son vividos con atrayente intensidad y santidad,
dando respuesta a desviaciones, a desafíos y también a hondos anhelos, como fermento de
nuevas etapas de la vida de la Iglesia, de la cultura y de la vida de la sociedad.
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Después de un siglo, en el cual también nacieron comunidades religiosas -sobre todo las
grandes comunidades que fundó san Juan Bosco, cuyos hijos e hijas espirituales, con su
carisma mariano, pedagógico, familiar y secular, han hecho tanto bien-, a partir de la primera
guerra mundial, que ha sido señalada como el inicio de una nueva era de la humanidad,
surgieron abundantemente nuevas fundaciones. Esta vez, sobre todo, movimientos eclesiales;
también nuevas formas de vida consagrada.
2. El siglo XX, siglo de los movimientos eclesiales.
2.1 Nota previa. Bien sabemos que no existe ninguna definición canónica de “movimiento
eclesial”. De hecho, según cuál sea el movimiento, el fundador o la fundadora ha explicado de
manera diferente la naturaleza del movimiento iniciado por él, y así, por analogía, de todos los
movimientos. En esta exposición utilizo el término en el sentido más amplio de la palabra.
Resulta impactante una observación en el contexto de la Nueva Evangelización. En efecto,
mientras muchas comunidades religiosas languidecen, en todos los movimientos es posible
constatar un nuevo ardor, nuevos métodos y nuevas expresiones de evangelización,
anticipándose a la proclamación de estas características de la Nueva Evangelización hace
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treinta años.
En el signo XX fuimos testigos de dos modalidades en el origen de los movimientos. La mayor
parte nació el siglo XX con el carisma específico que lo caracteriza, que Dios le confió al
fundador o a la fundadora, y que se encarna en una o más asociaciones de fieles, de las cuales,
en algunos movimientos, han surgido nuevas formas de vida consagrada. Pero también ocurrió
otro fenómeno, que recuerda el origen de las cofradías y de los oblatos. Diversas comunidades
religiosas iniciaron un proceso nuevo. Comenzaron a compartir su carisma y su misión con
laicos: con profesores y con padres y apoderados en sus colegios; con médicos, enfermeras y
auxiliares en la pastoral sanitaria; con colaboradores en sus medios de comunicación; con
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En el Sínodo sobre la Vida Consagrada, el Cardenal Godfried Danneels, con bastante realismo y
envidiable humor, manifestó que es imposible hacer una cartografía de los movimientos en la Iglesia,
como se podría hacer de las comunidades religiosas. Afirmó que los movimientos son como las nubes, de
contornos imprecisos, que pueden ser más o menos densas. La única pregunta relevante es ésta: ¿Nos
traen y nos anuncian buen tiempo?
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amantes de la liturgia o de la ‘lectio divina’ en los monasterios; con catequistas en la pastoral
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parroquial, etc. Así se han formado otros movimientos, que suelen no ser tan numerosos.
2.2 La expansión de este fenómeno. El año 1981 tuvo lugar un primer encuentro
internacional de movimientos eclesiales. Participaron 21 movimientos. En mayo del año 1998, es
decir, 17 años más tarde, participaron en el Congreso mundial de los movimientos eclesiales,
convocado por el Consejo Pontificio para los Laicos por encargo del Santo Padre, 56
movimientos y nuevas comunidades. Recientemente, el año 2006, en el II Congreso mundial
participaron más de 100 movimientos eclesiales y nuevas comunidades. Actualmente son
aproximadamente 110 los movimientos eclesiales que ya tienen aprobación pontificia. Muy
superior es el número de movimientos y nuevas comunidades de derecho diocesano. Es muy
difícil saber cuántos son sus adherentes, o cuántas personas ya han sido beneficiadas con sus
carismas fundacionales; ciertamente, cientos de miles, tal vez millones de bautizados.
2.3 Recordemos en este contexto las palabras de los últimos Papas sobre estas
fundaciones. Tengamos presente tres alocuciones. La primera, del Papa Juan Pablo II el 30 de
mayo de 1998, ante los miembros de estos movimientos convocados por él, que inundaron en
vísperas de Pentecostés la plaza de san Pedro y buena parte de la vía de la Conciliación. Sobre
los movimientos eclesiales y las nuevas comunidades afirmó: “¡cuánta necesidad existe
actualmente de personalidades cristianas maduras, conscientes de su propia identidad
bautismal, de su propia vocación y misión en la Iglesia y el mundo! Y he aquí, en el presente, los
movimientos y las nuevas comunidades eclesiales: ellos son la respuesta, suscitada por el
Espíritu Santo, a este dramático desafío del fin del milenio. Vosotros sois esta respuesta
providencial”. El Papa no dijo ”son una respuesta”, sino “son la respuesta”. La segunda
exhortación, también del Papa Juan Pablo II, en su Carta apostólica Novo millennio ineunte:
“Una gran importancia para la comunión la reviste el deber de promover las varias formas
agregativas –ya sea en las formas más tradicionales o en aquellas más nuevas de los
movimientos eclesiales- que continúan dando a la Iglesia una vitalidad que es don de Dios y
constituye una auténtica ‘primavera del Espíritu’.” No olvidemos las palabras del Papa Benedicto
XVII, el día 22 de mayo del año 2006, a la espera del II Congreso Mundial de los Movimientos
Eclesiales y las Nuevas Comunidades: “Los Movimientos eclesiales y las nuevas comunidades
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No hace muchos años, un instituto de vida consagrada se entusiasmó con esta posibilidad hasta el
extremo de incorporar a su capítulo general, con derecho a voz y a voto, a algunas señoras catequistas
con quienes los sacerdotes del instituto preparaban con gran provecho sus homilías dominicales. El
resultado se podía prever: fueron nulas todas las decisiones del capítulo; también las elecciones.
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son hoy signo luminoso de la belleza de Cristo y de la Iglesia, su Esposa. Vosotros pertenecéis a
la estructura viva de la Iglesia. La Iglesia os agradece vuestro compromiso misionero, la acción
formativa que realizáis de modo creciente en las familias cristianas, la promoción de las
vocaciones al sacerdocio ministerial y a la vida consagrada que lleváis a cabo en vuestro
interior. También os agradece la disponibilidad que mostráis para acoger las indicaciones
operativas no sólo del Sucesor de Pedro, sino también de los obispos de las diversas Iglesias
locales, que son, juntamente con el Papa, custodios de la verdad y de la caridad en la unidad.”
3. La Fraternidad Misionera Verbum Dei
A la Congregación para los Institutos de Vida Consagrada y las Sociedades de Vida Apostólica
acudían muchos superiores, también algunos miembros de institutos de vida consagrada, y no
pocas veces hombres y mujeres sobrecogidos por el encargo de Dios de fundar una nueva
comunidad en la Iglesia. Buscaban algún consejo y, en último término, la aprobación y la
bendición del Santo Padre.
Eran muy bienvenidos en el Dicasterio los portadores de tales buenas noticias: los fundadores
que se dejaban guiar por el Espíritu y colaboraban con Él. Así conocí a la beata Teresa de
Calcuta. Y así llegó un día don Jaime Bonet, a quien sus hijos e hijas espirituales, para mi
sorpresa, llamaban de manera familiar, a mis oídos latinoamericanos un poco irreverente,
simplemente, Jaime.
Era incapaz de hablar sin contagioso entusiasmo, sin profunda humildad y sin un gran asombro
por el proyecto que Dios había hecho nacer en torno a su abnegada labor pastoral. Me
impresionó el ardor con el cual hablaba de la Palabra de Dios, que inspira la oración y la
contemplación, que es conocida y vivida por los discípulos misioneros a los cuales transforma,
que congrega a la comunión, que es anunciada con ardor misionero, para que otros la escuchen,
la acojan, la oren, la asimilen, la vivan y la anuncien. Llegaba a la Congregación lleno de fe, de
esperanza y de convicción, como un pastor de la Iglesia que quiere seguir los impulsos y las
orientaciones pastorales del Concilio Vaticano II. Con razón podía decirse de él que la caridad de
Cristo lo urgía a la construcción del Reino.
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Me hablaba de las comunidades evangelizadoras que formaba, constituidas por laicos y
sacerdotes, a cuya cabeza ponía a la persona con más condiciones para ser misionera; no
necesariamente al sacerdote. Buscaba la mayor eficacia en la construcción y el anuncio del
Reino. En la base de todo estaba tanto la consagración bautismal, que nos revela nuestra
vocación a la santidad y al apostolado, como también los carismas que el Espíritu Santo da a los
bautizados, según el plan sabio y generoso de Dios. Éstos son verdaderos tesoros escondidos,
que había que desenterrar y hacer fecundos. No se les podía desaprovechar.
Yo quedaba admirado por la audacia misionera, y por el espacio que les reconocía y abría a los
carismas personales. Nunca había encontrado tanta coherencia con estos dones del Espíritu a
favor de los demás. Había que despertar la vitalidad carismática y misionera de cada miembro
de la Iglesia, para que todos anunciaran eficazmente el mensaje de Cristo hasta los confines del
orbe, y para formar y enviar más y más discípulos misioneros. Estaba en presencia de un
florecimiento y renacimiento misionero de las primeras comunidades cristianas, que enviaron
apóstoles al mundo entero a llevar con ardor interior la Buena Noticia de Jesucristo, impulsados
y vivificados por el Espíritu Santo.
En cada fundación de la Iglesia surge una terminología propia, que en un primer momento no es
tan fácil de comprender. En Verbum Dei se le daba una gran importancia a la ‘eclesialidad’, para
expresar una profunda participación en la comunión trinitaria, en la colaboración de la nueva
Eva, María, con Cristo, el nuevo Adán, y en la misión de la Iglesia universal. Una y otra vez
aparecía este calificativo para designar la vida y las obras evangelizadoras de la Fraternidad.
Entendí la importancia decisiva que se le reconocía en ella a la comunión afectiva y efectiva, y a
la fraternidad entre los distintos estados de vida en esta familia de Dios, en la cual comparten un
mismo carisma, son corresponsables por la acción misionera, y colaboran entre sí,
complementándose, laicos y sacerdotes, mujeres y hombres, jóvenes y adultos, solteros y
casados. Todos ellos, hermanos entre sí y miembros de una misma familia eclesial, unidos en la
diversidad, e iguales en la vocación común de colaborar eficazmente en la evangelización y en la
tarea de despertar nuevos constructores del Reino, al participar todos de la vocación y la misión
de Cristo, de María y de la Iglesia.
Comprendí el consejo que le dio, si mal no recuerdo, el Obispo de Mallorca de esos años. Es
claro, para este noble torbellino evangelizador de Alquería Blanca, que formaba e inspirada
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“convivencias”, la hermosa isla era demasiado pequeña. Podría golpear y dificultar su labor
aquello de que ‘nadie es profeta en su tierra’. El carisma tenía que expandirse en un espacio
amplio y acogedor. Y comenzó en la península la expansión por el mundo.
Mientras él me informaba, yo aplaudía en mi corazón aquellas formas de vida que le darían todo
su vigor al anuncio de la Palabra. En primer lugar, los ejercicios espirituales anuales de un mes,
centrados en el estudio de la Palabra, y en la coherencia y la oración con ella. A ello se sumaban
las tres horas diarias de ejercicio de oración personal. También en esto se revelaba la impronta
tan claramente contemplativa del carisma. Con razón encontramos en las constituciones que
este carisma es contemplativo - apostólico – misionero, y que los miembros de la Fraternidad
quieren transmitir lo que han contemplado, y quieren comunicar, proclamar y contagiar lo que
han oído de Dios, lo que han experimentado, visto, gustado y conocido acerca de la Palabra de
Vida. Esta comunidad cercana a santo Domingo de Guzmán busca providencialmente, como lo
hemos visto, la contemplación de la Palabra como escuela de oración y de apóstoles santos,
para transmitirla con ardor interior. Pero también persigue vivir de manera radical la otra
característica del carisma confiado a santo Domingo: la pobreza recomendada por Jesucristo a
los que enviaba de dos en dos a anunciar la Buena Noticia. Valorar la Palabra de Dios como la
Luz que saca de las tinieblas, predicar sobre Cristo como la Roca y la Esperanza, alimentarse
con el Pan bajado del cielo, anunciar la conducción de un Dios providente y bueno, lleva
consigo, como signo de sinceridad y autenticidad, la despreocupación por el sustento, la
vestimenta y la vivienda. Recuerdo la respuesta de una misionera a un obispo que le preguntó al
inicio de la fundación en su diócesis, cuánto dinero necesitaría mensualmente. La respuesta,
dada como la más evidente del mundo, fue simplemente: Nada.
Muy pronto constaté que la pasión misionera del predicador que Dios había puesto como
fundador era un don carismático que Él quería dar a todos los miembros de la Fraternidad
Misionera Verbum Dei. A todos Dios les ofrecía la gracia de dedicarse a la oración y al ministerio
de la Palabra, ’orationi el ministerio verbi instantes’, siguiendo las huellas de los primeros
apóstoles.
Con el tiempo, me percaté también de que la fundación no tenía una organización adecuada. No
estaba suficientemente definida la manera de proteger y cultivar la unidad, favoreciendo
simultáneamente las obras comunes -sobre todo, las instancias de formación y enseñanza, y los
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procesos pedagógicos comunes-, y a la vez de reconocer la autonomía de cada rama. ¿En qué
campos debían ser autónomas y en qué campos estar provista de una autoridad superior, para
garantizar la unidad eclesial del todo?
Dios le había regalado a la Fraternidad Misionera un ardoroso fundador, mucho más carismático
e intuitivo que muchos otros; pero no era un buen organizador. El equilibrio entre lo estable y la
movilidad todavía no había sido logrado. El compromiso evangelizador ocurría en muchos
lugares sin la necesaria estabilidad de las iniciativas. Las instancias de gobierno y coordinación
eclesial, en sus diferentes niveles, aún no funcionaban fluidamente.
Había llegado el momento de elaborar, por así decirlo, una regla de vida y de organización, de
obtener la aprobación del Santo Padre, de dotar a la fundación de adecuados órganos de
gobierno y formación. Por otra parte, no era fácil obtener, sin sacrificar la originalidad, la
aprobación de esta nueva forma de vida consagrada compuesta de miembros célibes y
matrimonios, que se consagran, cada uno según su propio estado, asumiendo los vínculos de
castidad, pobreza y obediencia. Además, ¿cómo gobernarla sin tener suficiente experiencia?
Como si los anteriores desafíos no hubieran sido suficientes, ocurrió al término del capítulo de
esos años la dolorosa partida de dos miembros muy valiosos de la Fraternidad Misionera, Rosa
y el P. Paco, con las personas que les siguieron. Pasaron por esa etapa de prueba, y
experimentaron profundamente que las obras de Dios se construyen con el poder de Dios, y que
en la debilidad resplandece su gracia.
Cayó del cielo la colaboración del P. Miguel Ángel Orcasitas O.S.A., que traía la experiencia de
haber sido prior general de la Orden agustina. Fue nombrado por la Congregación Romana
competente, a petición de la Fraternidad, como asistente para su gobierno. Venía a apoyar el
trabajo de quienes se desempeñarían como presidentes, también de las asambleas, las juntas y
los consejos generales y de ramas.
Mirando estos años con la perspectiva del tiempo, ¡con cuánta gratitud nos acercamos a don
Jaime, que transmitió de manera tan abnegada y generosa, sin ahorrarse ninguna renuncia y
ningún esfuerzo, el don para la Iglesia que Dios le había confiado! Y ¿cómo no agradecer de
corazón el servicio sabio y cordial del P. Orcasitas, y de quienes han sido responsables en los
diferentes ámbitos? ¿Cómo no agradecer por las excelentes constituciones que han sido
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elaboradas y aprobadas, y por el Instituto teológico “San Pablo Apóstol”, como asimismo por los
Centros eclesiales de Formación Misionera? Y en nuestra gratitud no olvidemos la disponibilidad
y la entrega, llena de ardor y generosidad, de tantas misioneras y misioneros.
4. Para la vida y la misión de la Iglesia en el tercer milenio
Son impactantes los diagnósticos que han hecho los dos últimos Pontífices del tiempo actual y
de sus tendencias. Retengamos algunas afirmaciones de Su Santidad Benedicto XVI. En
repetidas oportunidades, también pocos días antes de su elección en el Cónclave, se ha referido
a una característica corrosiva del mundo occidental: la reducción del conocimiento a lo que se
observa e investiga, utilizando tan sólo las mediciones empíricas para constatar lo que es
objetivamente verdadero, relegando a las afirmaciones del todo subjetivas la existencia de Dios,
y borrando su presencia y sus mandamientos de la vida pública. Esto hace caer a la sociedad en
un relativismo ético desconocido hasta el presente.
Las consecuencias de esta cultura sin Dios y sin moral pública, las podemos constatar en la
destrucción de la familia, en la lucha a favor del aborto y la eutanasia, en el alarmante descenso
de la natalidad, en la aparición de nuevas pobrezas y miserias, en impactantes escándalos
causados por dirigentes políticos y económicos, por alabados sacerdotes y hasta por algunos
obispos. Las constatamos, además, en múltiples movimientos sociales que recurren a la
violencia, y también en la crisis de la economía mundial. Previendo la gravedad extrema,
realmente caótica de esta situación, el Papa ha propuesto concordar un orden ético “etsi deus
daretur”, como si Dios existiera.
¿De qué manera interviene Dios en la historia a través de nuevas fundaciones para revertir el
curso de estas tendencias destructivas del hombre, de la familia y de la sociedad? ¿Qué visión
del mundo compartimos con la Madre de la Vida y Nuestra Señora de la Esperanza y qué
colaboración le ofrecemos a Dios para poder cantar con ella nuevamente que Dios, conforme a
su sabiduría, su poder y su fidelidad a las promesas, derriba de su trono a los poderosos y
enaltece a los humildes?
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4.1 Une a todos los movimientos eclesiales y a las nuevas comunidades nacidos en el siglo XX,
algo que comparte con todos ellos la Familia Misionera Verbum Dei: la centralidad de la
vocación de todos los bautizados a la santidad y al apostolado . Si examinamos la
espiritualidad y la misión de los movimientos nacidos antes o después del Concilio Vaticano II, es
evidente que el Espíritu Santo trabajaba para preparar ese fruto del Concilio y, después, para
acogerlo y ponerlo en práctica. En efecto, despertó en todos los movimientos con fuerza la
aspiración a la santidad, y suscitó en la Iglesia numerosas escuelas de espiritualidad y caminos
e itinerarios pedagógicos para alcanzarla. Fue un don inapreciable para un Pueblo de Dios que
imaginaba equivocadamente la vocación a la santidad como un monopolio de las
congregaciones y los sacerdotes. De cara a todos los cambios culturales y sociales del futuro, y
al poderoso secularismo del presente, Dios quiere sembrar en la humanidad una multitud de
santos; sobre todo, de laicos santos que asuman la misión de Cristo y de la Iglesia en medio de
las realidades temporales.
Para que esto fuera realidad, la Familia Misionera Verbum Dei no olvida desde sus orígenes
“que el fundamento de toda espiritualidad cristiana auténtica y viva es la Palabra de Dios
anunciada, acogida, celebrada y meditada en la Iglesia” (Verbum Domini 121). Lo pone en
práctica, contemplando a Cristo, orando y conduciendo hacia la Palabra de Dios, de manera que
muchos sean contagiados por la pasión de conocer a Cristo, de tratarlo como Maestro, Amigo.
Hermano y Pastor, de asumir como discípulos suyos la cruz, de transformar la propia existencia
en una vida santa en Él, para que otros lo conozcan, lo amen, lo sigan y lo anuncien con la
palabra y el testimonio, uniéndose a la Madre de Jesús, que guardaba las palabras de su Hijo en
su corazón y las ponía en práctica. La Familia Misionera y todos los movimientos quieren ser
fermento de las culturas del pasadomañana de la historia.
4.2 En uno de los salmos que cantamos con indecible confianza, su autor inspirado alaba la
omnipresencia de Dios, que ve en lo oculto, y a quien nada se le esconde, porque todas
nuestras sendas le son familiares. También el futuro de sus hijos y de la humanidad entera le es
familiar a Dios. Por eso, ya antes de que amanezca, Él se pone al trabajo de prepararlo y, entre
otras cosas, de formar a los fieles destinados a acoger las palabras proféticas del Obispo de
Roma, Vicario de Jesucristo y Pastor de la Iglesia universal . El Señor quería que cayera y
germinara en buena tierra la semilla que el Papa Paulo VI sembraría un 8 de diciembre del año
1975, mediante la Exhortación Apostólica postsinodal Evangelii Nuntiandi. Doce años
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antes de su publicación, un 17 de enero del año 1963, después de impactantes “Convivencias”,
Verbum Dei había recibido su primera aprobación diocesana. Ya había asumido con todo el
corazón la misión de evangelizar con la palabra y el testimonio para renovar la humanidad y
cristianizar la cultura. Ya había comenzado a cumplir la tarea de anunciar explícitamente la
Buena Nueva, adhiriendo a ella de manera vital y comunitaria. Dios ya preparaba el terreno para
la semilla que el Papa sembraría a petición del Sínodo sobre la Evangelización.
4.3 La Vª Conferencia general del Episcopado Latinoamericano y del Caribe, celebrada hace
cinco años en Aparecida, junto con reafirmar las conclusiones de la Conferencias anteriores, fue
a la raíz de los males de nuestra Iglesia, a la debilidad de la adhesión a Jesucristo de
innumerables bautizados. Por eso el documento conclusivo propone como fuente de una nueva
vitalidad y del despertar misionero de la Familia de Dios, el encuentro con Jesucristo vivo,
de modo que seamos y formemos discípulos misioneros suyos para que nuestros
pueblos en Él tengan vida. Para ello nos invita a peregrinar en todo momento, día a día, a
los lugares de encuentro con Jesucristo y a impulsar una verdadera conversión pastoral, de
manera que todas las comunidades, equipos pastorales, los movimientos, las comunidades de
vida consagrada, los colegios de la Iglesia y también sus obras de misericordia trabajen en la
formación de discípulos de Jesucristo, enviados por la Iglesia como misioneros a compartir, ‘por
desborde de gratitud y alegría’, su experiencia de encuentro con Aquel que es nuestro camino,
nuestra verdad, nuestra vida y nuestro canto. Entre esos lugares de encuentro, en su discurso
inaugural, el Papa de refería a la Palabra de Dios:
“Al iniciar la nueva etapa que la Iglesia misionera de América Latina y del Caribe se
dispone a emprender, a partir de esta V Conferencia general en Aparecida, es condición
indispensable el conocimiento profundo de la palabra de Dios. Por esto, hay que educar
al pueblo en la lectura y meditación de la palabra de Dios: que ella se convierta en su
alimento para que, por propia experiencia, vean que las palabras de Jesús son espíritu y
vida (cf. Jn 6, 63). De lo contrario, ¿cómo van a anunciar un mensaje cuyo contenido y
espíritu no conocen a fondo? Hemos de fundamentar nuestro compromiso misionero y
toda nuestra vida en la roca de la palabra de Dios.”
El documento conclusivo de Aparecida retoma las palabras del Papa y las comenta en los
números 247ss. Propone este lugar de encuentro con Cristo, el primero que congregó y formó a
la Iglesia desde sus orígenes, e invita a acercarse a la Sagrada Escritura mediante esa forma
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privilegiada que es la Lectio divina, ya que ella “conduce al encuentro con Jesús-Maestro, al
conocimiento del misterio de Jesús-Mesías, a la comunión con Jesús-Hijo de Dios, y al
testimonio de Jesús-Señor del universo.” A las iglesias particulares y a todos los católicos,
Aparecida les dice: “No hemos de dar nada por presupuesto y descontado. Todos los bautizados
estamos llamados a recomenzar desde Cristo”. “Se trata de confirmar, renovar y revitalizar la
novedad del Evangelio arraigada en nuestra historia, desde un encuentro personal y comunitario
con Jesucristo, que suscite discípulos y misioneros”. Para que esto ocurra, oramos ‘unanimiter’
con la Virgen María, implorando un nuevo Pentecostés.
Ciertamente no necesito detenerme en la invitación que les hace el Espíritu Santo a ustedes,
Familia y Fraternidad Misionera Verbum Dei, a continuar con renovado entusiasmo y fidelidad
creadora el camino emprendido. También a compartir esa misión con todas las comunidades
que Dios ha suscitado y enviado como a ustedes a contagiar a muchos con el ardor interior que
suscita el conocimiento de la Palabra, la oración contemplativa y la conversión que surgen de
esta cercanía y amistad con Cristo, Palabra de Dios, como asimismo el entusiasmo de
comunicar esta experiencia a muchos, dándoles con gratuidad lo que ustedes han recibido
gratuitamente, para que también ellos sean misioneros. A través de la Exhortación Apostólica
Verbum Domini el Papa confirma nuevamente la misión recibida, y les exhorta y alienta a
continuar el camino carismático emprendido con el entusiasmo que infunde el Espíritu.
4.4 En uno de nuestros países, al obispo se le llama todavía “el Señor”. Y en todas partes el
apelativo que se usa con demasiada frecuencia para hablar con los Pastores o para escribirles
es: “Excelencia reverendísima”. Fui testigo del trato, saturado de privilegios, que esperaban y a
veces exigían los sacerdotes en un país muy católico. ¡Qué cosa más extraña si se piensa en el
trato que esperaban los apóstoles, después de haber dejado sus oficios sencillos en el lago de
Galilea, para seguir a Jesucristo, al Hijo de Dios que se anonadó a sí mismo, y no quiso ser
tratado conforme a su dignidad!
Desde el Concilio Vaticano II, que proclamó la realidad misteriosa de la Iglesia como Pueblo,
como Comunión y como Familia, y no subrayó como antes la noción de la Iglesia como
institución, los documentos del Magisterio se refieren al Obispo como padre, pastor, amigo y
hermano. Los Sumos Pontífices rara vez llaman a los fieles “mis queridos hijos”. Lo que ahora
acostumbran es llamarlos hermanos. Es decir, vuelven a tener vigencia las palabras de
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Jesucristo, cuando enseñaba a los discípulos que no se dejaran llamar maestros, padres o
instructores, “porque ustedes son todos hermanos” (Mt 23, 8).
Estamos hablando de la eclesialidad de Verbum Dei. Todos quieren conformar una comunidad
de hermanos y hermanas. Por eso quisieron llamar a esta nueva forma de vida consagrada
“Fraternidad”, y al movimiento eclesial al cual pertenecen, “Familia”. Por eso, no dudaron en
pedirle al Santo Padre, con ocasión de su aprobación pontificia, que la Fraternidad Misionera
fuera una estructura única, formada respectivamente por dos Ramas de consagrados y
consagradas célibes, e integrada por la Rama de “Matrimonios misioneros Verbum Dei”, también
consagrados a Dios según su propio estado. Los apoyó el Santo Padre, acogiendo la petición de
la Fraternidad, y aceptando que representantes de los matrimonios misioneros formen parte de
la Junta general.
De esta manera, Uds. expresan coherentemente que todos los bautizados somos a igual título
hijos del mismo Padre y hermanos entre nosotros, y manifiestan de manera convincente que en
la Iglesia todos estamos llamados a ser misioneros, y a compartir el encargo misionero.
¿Podríamos soñar con una Nueva Evangelización, si los matrimonios de la Familia de Dios no
fueran misioneros, y no fueran incorporados como tales en los equipos misioneros de la Iglesia?
La Familia Misionera Verbum Dei, obra del Espíritu Santo para plasmar el tercer milenio como
tiempo de Dios, siguiendo los pasos de la primera Discípula Misionera, así lo quiere proclamar
siempre, y ya lo proclama con su vida y su palabra. Es más, anhela y trabaja para que todos los
miembros de la Iglesia –sacerdotes y laicos, célibes y casados- por desborde de gratitud y
alegría asuman la misión de compartir como misioneros el encuentro con Jesucristo vivo, quien
siendo rico se hizo pobre para enriquecer a todos los peregrinos por este mundo, y hacerlos
ciudadanos del cielo, y ya en este mundo, con espíritu fraterno, evangélico, misionero y
contemplativo, constructores del Reino.
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