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Compases de encuentro,

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Compases de encuentro,

  1. 1. Compases de encuentro Por: Matías Pisac Allegro ni tan allegro El sol se ocultaba en el horizonte, era una vista grandiosa desde la terraza. No todas las historias deben ser felices al comienzo, a veces sólo deben aparentarlo un momento mientras el tiempo transcurre y perecemos tras cada segundo. Sólo una fachada y lindas palabras para aderezar el asunto, y una frase grandilocuente, por qué no. — ¡No intentes convencerme de no hacerlo!, ¡porque lo haré! —No vengo a eso, vine a echarte una mano… o un empujón, en tu caso. — ¿Qué?, ¡no!, ¡no te metas en mis asuntos! —Oye, si piensas suicidarte no te detendré, pero al menos moléstate en que sea genial, de lo contrario me veré obligado a asesinarte. — ¡Estás loco! — ¿Loco?, lo siento, pero de las dos personas aquí presentes, ¿quién tiene intenciones de saltar desde el edificio Souky? — ¿Qué quieres de mí? —Eres un suicida en potencia y yo un simple genio con sombrero; es una oportunidad que no se presenta todos los días, ¿sabes? — ¿Y cómo supiste que estaba aquí? —No lo sabía, de hecho, estaba sentado por allá leyendo –mostró el libro que tenía en la mano–, y vi cuando subiste gritando, diciendo que te suicidarías y que no te detuvieran. Curiosamente no vi a nadie detrás de ti intentando detenerte. — ¿No?, pues me parece que tú lo estás haciendo. —Un momento, no confundas las cosas; sólo trato de cuidarte de ti mismo, si de verdad quieres suicidarte, al menos déjame ayudarte a hacer una obra de arte con ello. Si sólo quieres morir, entonces déjame empujarte, no desperdiciemos tu muerte con un suicidio tan tonto como el de saltar de un edificio; quizás tu vida en estos últimos días habrá sido una porquería y por eso quieres terminar con todo, y eso está bien, pero al menos déjale a tu miserable existencia algo digno de recuerdo. Un gran final.
  2. 2. Andante sin cuidado La brisa, la música y el arte inundaban el lugar. No diría que fue amor a primera vista, pero sí fue un ¡Oye, vale, qué chévere!, al primer instante. En algún momento, mientras la veía, se cruzaron nuestras miradas, alguna que otra sonrisa furtiva se escapaba.Ella seguía practicando con su instrumento; de reconocer la melodía no estoy seguro y de hacerlo, igual, no la reconocería, porque sólo la recuerdo a ella. Me acerqué, como si no tuviera ni idea, y le pregunté: — ¿Cómo se llama este instrumento? —Xilófono –su mirada fija en él, mientras lo ejecutaba. —Uhm… ¿puedo? –me observó con extrañeza. — ¿Sabes tocar? —No, primera vez… –me dio los mazos, toqué alguna melodía tonta y cómica que aprendí en el teclado hace algún tiempo. Soltó una risita. *** Hablamos de música, de lo genial de cada instrumento, de lo grandioso de cada compositor. Qué puedo decir, desde el primer momento en que la vi me pareció bella, en los momentos sucesivos me convencí de que era –es– hermosa. Y no quiero caer en el cliché de metaforizar sus encantos, porque sería arruinarlos y sentiría celos, además, de quien me escuche, sólo por imaginarla. Es una imagen tan suya y un recuerdo tan mío, que se confunde en los anales de mi memoria, sin entender a veces si es un recuerdo soñado o un sueño recordado. Fue un día muy extraño, de pronto no entendí qué hacía en la Orquesta Sinfónica, no logro rememorar muchas cosas, pero lo cierto es que cuando me tuve que ir, fue el momento en que me presenté: —Bueno, fue un placer, mucho gusto –tendí mi mano–, Nicolai. —Mucho gusto –la tomó. Una sonrisa–, Laura. Y pienso, si había algo que recordar antes de esto, la verdad, ya me trae sin cuidado.
  3. 3. Todo en scherzo, nada en serio —Mi ego es tan grande que necesito usar un sombrero para que no se me escape, en serio, no soportaría que otro más lo tuviera. — ¿El sombrero? — ¡No, tonta!, ¡mi ego! — ¡Ah!, ya… —Por cierto, gracias por el libro; un gran detalle de tu parte –dijo, mientras observaba el ejemplar en sus manos–, hace tiempo que lo quería leer. —Imagino que comenzarás a leerlo apenas llegues a tu casa. —No, nada que ver; en un momento, cuando me vaya, iré a mi lugar especial para iniciarlo. — ¿Tu lugar especial?, ¿cuál es ese?, ¿en dónde queda? — ¡Hey!, deja el acoso, Sherlock, ¿para qué quieres saber? —Tú fuiste quien lo nombró, yo sólo pregunté, si no quisieras que nadie se entere, ni lo mencionarías. —Eso es lo que lo hace especial… pues, es la terraza del edificio Souky. — ¡Qué es!, ¿en serio?, debe ser muy genial estar allí. —Sí, lo es, pero no te emociones, no te pienso invitar. Nada personal, es que está un poco sucio y sin pintar… ¡Hey!, un verso sin esfuerzo. —Como quieras, no importa, no es como que acá en El Tigre falten lugares geniales para disfrutar. —A ver, mencióname el que más te gusta. —Fácil, aquí en la orquesta. —Uhm…, buena elección. Bueno, Laura, me voy. El atardecer en esa terraza es lo máximo.
  4. 4. Finale pospuesto y en veremos Dorado y majestuoso se veía el cielo desde la cornisa. Valiente mi pie al bajar y colocarse en la terraza; ese extraño muchacho de sombrero me miraba con inquietante intriga e interés, y he de decir que aunque me salvara, no dejaba de darme un poco de miedo. Sin embargo, me inspiraba confianza, de alguna manera: —Muy bien, tonto, vámonos, tenemos un suicidio que planificar –me dio la espalda y caminó hacia la puerta de la terraza. —Un momento –dije. —Dime. — ¿Cómo te llamas?, ¿quién eres? —Uhm…, de momento llámame Jackirid. Lo de quién soy vendrá luego. — ¿Jackirid? — ¡Sí!, muévete, que me retracto. *** Caminamos en silencio, estaba desconcertado; no lograba organizar mis ideas. Al llegar al Centro Comercial Petrucci, me dijo: —Nicolai, me iré, pero estaremos en contacto. No vayas a cometer ninguna locura, ¿está bien? —Okey, está bien… —Escúchame bien, El Tigre es una ciudad única, no por nada me tiene a mí, y mientras esté a mi alcance, no dejaré que un loco como tú arruine su nombre y el de su gente con alguna tontería. ¿Me entiendes? —Sí, entiendo. —Aunque me hiciste caso cuando te hablé, supongo que no eres tan caído de la mata, después de todo. —Gracias… supongo. —Bueno,muchachón.Ve a la orquesta un rato, escucha un poco de música, relájate y piensa la forma de suicidar los recuerdos que te llevaron a la cornisa. *** La brisa, la música y el arte inundaban el lugar. No diría que fue amor a primera vista, pero sí fue un ¡Oye, vale, qué chévere!, al primer instante.

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