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MENSAJE DEL PAPA BENEDICTO XVI
                                                  SOBRE
                          “LA ORACION EN EL LIBRO DEL APOCALIPSIS” (1ª Parte)
                                   Aula Paulo VI – Ciudad del Vaticano
                                         05 - Septiembre - 2012


        Queridos hermanos y hermanas:
        Hoy, después de las vacaciones, retomamos las audiencias en el Vaticano, continuando en esa
"escuela de oración", que estoy viviendo junto a ustedes en estas Catequesis de los miércoles.
        Hoy quisiera hablar de la oración en el libro del Apocalipsis, que, como ustedes saben, es el último
del Nuevo Testamento. Es un libro difícil, pero que contiene una gran riqueza. Este nos pone en contacto
con la oración viva y palpitante de la asamblea cristiana, reunida "en el día del Señor"1; es esta, en efecto,
la traza de fondo en el que se mueve el texto.
        Un lector presenta a la asamblea un mensaje confiado por el Señor al evangelista Juan. El lector y la
asamblea son, por así decirlo, los dos protagonistas del desarrollo del libro; a ellos, desde el principio, se
les dirige un saludo festivo: "Dichoso el que lea y los que escuchen las palabras de esta profecía"2.
Mediante el diálogo constante entre ellos, surge una sinfonía de oración, que se desarrolla con una gran
variedad de formas hasta la conclusión. Escuchando al lector que presenta el mensaje, escuchando y
observando a la asamblea que responde, su oración tiende a ser nuestra.
        La primera parte del Apocalipsis3 tiene, en la actitud de la asamblea que ora, tres etapas sucesivas.
La primera4 consiste en un diálogo -único caso en el Nuevo Testamento-, que se lleva a cabo entre la
asamblea apenas reunida y el lector, el cual le dirige un saludo de bendición: "Gracia y paz a ustedes"5. El
lector subraya el origen de este saludo: este deriva de la Trinidad, del Padre, del Espíritu Santo, de
Jesucristo, que participan juntos en llevar adelante el proyecto creativo y de salvación para la humanidad.
La asamblea escucha, y cuando siente nombrar a Jesucristo, es como una explosión de alegría y responde
con entusiasmo, elevando la siguiente oración de alabanza: "Al que nos ama, y nos ha lavado con su sangre
de nuestros pecados, y ha hecho de nosotros un Reino de sacerdotes para su Dios y Padre, a él la gloria y el
poder por los siglos de los siglos. Amén"6. La asamblea, rodeada por el amor de Cristo, se siente liberada de
la esclavitud del pecado y se proclama "reino" de Jesucristo, que le pertenece por completo.
        Reconoce la gran misión que por el bautismo se le ha confiado para llevar al mundo la presencia de
Dios. Y concluye su celebración de alabanza mirando de nuevo directamente a Jesús y, con creciente
entusiasmo, le reconoce "la gloria y el poder" para salvar a la humanidad. El "amén" final, concluye el
himno de alabanza a Cristo. Ya estos primeros cuatro versículos contienen una gran riqueza de indicios
para nosotros; nos dicen que nuestra oración debe ser, ante todo, escucha de Dios que nos habla.
Inundados de tantas palabras, no estamos acostumbrados a escuchar, sobre todo ponernos en la
disposición del silencio interior y exterior para estar atentos a lo que Dios nos quiere decir. Estos versículos
nos enseñan también que nuestra oración, a menudo solo de súplica, debe ser ante todo de alabanza a
Dios por su amor, por el don de Jesucristo, que nos ha traído la fuerza, la esperanza y la salvación.
        Una nueva intervención del lector señala a la asamblea, aferrada al amor de Cristo, el compromiso
de captar su presencia en la propia vida. Dice: "Miren, viene acompañado de nubes; todo ojo le verá, hasta
los que le traspasaron, y por él harán duelo todas las razas"7. Después de ascender al cielo en una "nube",
símbolo de la trascendencia8, Jesucristo regresará así como subió a los cielos9. Entonces todos los pueblos


1
  Ap. 1,10.
2
  1,3.
3
  1,4-3,22.
4
  1,4-8.
5
  1,4.
6
  1,5b-6.
7
  1,7a.
8
  cf. Hch. 1,9.
9
  cf. Hch. 1,11b.
lo reconocerán y, como exhorta san Juan en el cuarto evangelio, "Mirarán al que traspasaron"10. Pensarán
en sus pecados, causa de su crucifixión, y, como aquellos que lo habían visto directamente en el Calvario,
"se golpearán el pecho"11 pidiéndole perdón, para seguir en la vida y así preparar la plena comunión con Él,
después de su regreso definitivo. La asamblea reflexiona sobre este mensaje y dice: "Sí. ¡Amén!"12. Expresa
con su "sí", la acogida plena de lo que se le ha comunicado y pide que esto pueda convertirse en realidad.
Es la oración de la asamblea, que medita sobre el amor de Dios manifestado de modo supremo en la Cruz,
y pide de vivir con coherencia como discípulos de Cristo.
         Y esta es la respuesta de Dios: "Yo soy el Alfa y la Omega, Aquel que es, que era y que va a venir, el
Todopoderoso"13. Dios, que se revela como el principio y el final de la historia, acepta y toma en serio la
petición de la asamblea. Él ha estado, está y estará presente y activo con su amor en los asuntos humanos,
en el presente, en el futuro, así como en el pasado, hasta llegar a la meta final. Esta es la promesa de Dios.
Y aquí nos encontramos con otro elemento importante: la oración constante despierta en nosotros un
sentido de la presencia del Señor en nuestra vida y en la historia, y la suya es una presencia que nos
sostiene, nos guía y nos da una gran esperanza, aún en medio de la oscuridad de ciertos acontecimientos
humanos; además, cada oración, incluso aquella en la soledad más radical, nunca es un aislarse y nunca es
estéril, sino que es el elemento vital para alimentar una vida cristiana cada vez más comprometida y
coherente.
         La segunda fase de la oración de la asamblea14 profundiza aún más la relación con Jesucristo: el
Señor aparece, habla, actúa, y la comunidad más cercana a él, escucha, reacciona y acoge. En el mensaje
presentado por el lector, san Juan relata su experiencia personal de encuentro con Cristo: se encuentra en
la isla de Patmos por causa de la "palabra de Dios y del testimonio de Jesús"15, y es el "día del Señor"16, el
domingo, en el que se celebra la Resurrección. Y san Juan está "tomado por el Espíritu"17. El Espíritu Santo
lo llena y lo renueva, ampliando su capacidad de aceptar a Jesús, quien lo invita a escribir. La oración de la
asamblea que escucha, poco a poco asume una actitud contemplativa, marcada por los verbos "ve",
"mira": completa, es decir, lo que el lector le propone, internalizándolo y haciéndolo suyo.
         Juan oyó "una gran voz, como de trompeta"18, la voz lo obliga a enviar un mensaje "a las siete
Iglesias"19 que se encuentran en Asia Menor y, por su intermedio, a todas las Iglesias de todos los tiempos,
junto con sus Pastores. El término "voz… de trompeta", tomada del libro del Éxodo (cf. 20,18), recuerda la
manifestación divina a Moisés en el Monte Sinaí e indica la voz de Dios que habla desde su cielo, desde su
trascendencia. Aquí es atribuida a Jesucristo Resucitado, que de la gloria del Padre habla, con la voz de
Dios, a la asamblea en oración. Dando la vuelta "para ver la voz"20, Juan ve "siete candeleros de oro, y en
medio de los candeleros, como a un Hijo de hombre"21, término particularmente familiar para Juan, que le
indica al mismo Jesús. Los candeleros de oro, con sus velas encendidas, indican la Iglesia de todos los
tiempos en actitud de oración en la Liturgia: Jesús Resucitado, el "Hijo del hombre", está en medio de ella,
y, revestido con las vestiduras del sumo sacerdote del Antiguo Testamento, desarrolla la función sacerdotal
de mediador ante el Padre. En el mensaje simbólico de Juan, sigue una manifestación luminosa de Cristo
resucitado, con las características propias de Dios, que se producen en el Antiguo Testamento. Se habla de
"... cabellos blancos, como la lana blanca, como la nieve"22, símbolo de la eternidad de Dios23 y de la
Resurrección. Un segundo símbolo es el del fuego, que en el Antiguo Testamento se refiere a menudo a


10
   19,37.
11
   cf. Lc. 23,48.
12
   Ap. 1,7 b.
13
   1,8.
14
   1,9-22.
15
   1,9.
16
   1,10a.
17
   1,10a.
18
   1,10b.
19
   1,11.
20
   1,12
21
   1,12-13.
22
   1,14.
23
   cf. Dn. 7,9
Dios para indicar dos propiedades. La primera es la intensidad celosa de su amor, que anima su pacto con
el hombre24.
        Y es esta misma intensidad ardiente del amor, que se lee en los ojos de Jesús resucitado: "Sus ojos
como llama de fuego"25. El segundo es la capacidad incontenible de vencer el mal como un "fuego
devorador"26. Así que incluso "los pies" de Jesús, en camino para enfrentar y destruir el mal, tienen el brillo
del "metal precioso"27. La voz de Jesucristo, entonces, "como voz de grandes aguas"28, tiene el rugido
impresionante "de la gloria del Dios de Israel", que se traslada a Jerusalén, mencionado por el profeta
Ezequiel29.
        Siguen todavía otros tres elementos simbólicos que muestran lo que Jesús Resucitado está
haciendo por su Iglesia: la mantiene firmemente en su mano derecha –una imagen muy importante: Jesús
tiene a la Iglesia en la mano--, le habla con el poder penetrante de una espada afilada, y le muestra el
esplendor de su divinidad: "Su rostro, como el sol cuando brilla con toda su fuerza"30. Juan quedó tan
impresionado por esta maravillosa experiencia del Resucitado, que se siente desfallecido y cae como
muerto.
        Después de esta experiencia de la revelación, el Apóstol tiene delante al Señor Jesús hablando con
él, lo tranquiliza, le coloca una mano sobre la cabeza, le revela su identidad como el Crucificado
Resucitado, y le encarga transmitir su mensaje a las Iglesias31. Una cosa hermosa de este Dios, ante el cual
desfallece y cae como muerto. Es el amigo de la vida, y le pone su mano sobre la cabeza. Y así será también
con nosotros: somos amigos de Jesús. Por tanto, la revelación del Dios Resucitado, del Cristo Resucitado,
no será terrible, sino será el encuentro con el amigo. Incluso la asamblea vive con Juan un momento
particular de luz delante del Señor, unido, sin embargo, a la experiencia del encuentro cotidiano con Jesús,
experimentando la riqueza del contacto con el Señor, que llena cada espacio de la existencia.
        En la tercera y última fase de la primera parte del Apocalipsis32, el lector propone a la asamblea un
mensaje séptuplo en el cual Jesús habla en primera persona. Dirigido a las siete Iglesias en Asia Menor
situadas alrededor de Éfeso, el discurso de Jesús parte de la situación particular de cada Iglesia, para luego
extenderse a las Iglesias de todos los tiempos. Jesús entra en el corazón de la situación de cada iglesia,
haciendo énfasis en las luces y sombras, y dirigiéndoles un llamamiento urgente: "Arrepiéntanse"33,
"Mantén lo que tienes"34, "vuelve a tu conducta primera"35," Sé pues ferviente y arrepiéntete"...36 Esta
palabra de Jesús, si es escuchada con fe, de inmediato comienza a ser efectiva: la Iglesia en oración,
acogiendo la Palabra del Señor, se transforma.
        Todas las iglesias deben ponerse en una escucha atenta al Señor, abriéndose al Espíritu como Jesús
pide con insistencia repitiendo esta indicación siete veces: "El que tiene oídos, oiga lo que el Espíritu le dice
a las Iglesias"37. La asamblea escucha el mensaje recibiendo un estímulo para el arrepentimiento, la
conversión, la perseverancia, el crecimiento en el amor, la orientación para el camino.
        Queridos amigos, el Apocalipsis nos presenta una comunidad reunida en oración, porque es
justamente en la oración donde experimentamos siempre en aumento, la presencia de Jesús con nosotros
y en nosotros. Cuanto más y mejor oremos con constancia, con intensidad, tanto más nos asemejamos a Él,
y Él realmente entra en nuestra vida y la guía, dándole alegría y paz. Y cuanto más conocemos, amamos y
seguimos a Jesús, más sentimos la necesidad de permanecer en oración con Él, recibiendo serenidad,
esperanza y fuerza en nuestra vida.

24
   cf. Dt. 4,24
25
   Ap. 1,14a.
26
   Dt. 9,3.
27
   Ap. 1,15.
28
   1,15c.
29
   cf. 43,2.
30
   Ap.1,16.
31
   Ap. 1,17-18.
32
   Ap.2-3.
33
   2,5.16; 3,19c.
34
   3,11.
35
   2,5.
36
   3,19b.
37
   2,7.11.17.29;3,6.13.22.
MENSAJE DEL PAPA BENEDICTO XVI
                                                        SOBRE
                                “LA ORACION EN EL LIBRO DEL APOCALIPSIS” (2ª Parte)
                                         Aula Paulo VI – Ciudad del Vaticano
                                               12 - Septiembre - 2012

         Queridos hermanos y hermanas:
         El miércoles pasado hablé sobre la plegaria en la primera parte del Apocalipsis, hoy pasamos a la
segunda parte del libro, y mientras en la primera parte la oración está orientada hacia el interno de la vida
eclesial, la atención en la segunda está dirigida al mundo entero. La Iglesia de hecho, camina en la historia,
es parte del proyecto de Dios. La asamblea que escuchando el mensaje de Juan --presentado por el lector-
ha descubierto el propio deber de colaborar con el desarrollo del Reino de Dios como “sacerdotes de Dios
y de Cristo”38, y se abre sobre el mundo de los hombres. Y aquí emergen dos modos de vivir la relación
dialéctica entre ellos: el primero, lo podríamos definir el “sistema de Cristo”, al cual la asamblea tiene la
felicidad de pertenecer, y el segundo es el “sistema terrestre anti-Reino y anti-alianza puesto en acto por
influjo del maligno”, el cual engañando a los hombres quiere realizar un mundo opuesto al querido por
Cristo y por Dios39.
         La asamblea tiene entonces que saber leer en profundidad la historia que está viviendo,
aprendiendo a discernir con su fe los acontecimientos para colaborar con el Reino de Dios. Y esta obra de
lectura y de discernimiento, como también de acción, está relacionada con la oración.
         Sobre todo después de la llamada insistente de Cristo que, en la primera parte del Apocalipsis,
hasta siete veces dijo: “Quien tenga oídos, escuche lo que el Espíritu le dice a la Iglesia” 40, la asamblea es
invitada a subir al Cielo para mirar la realidad con los ojos de Dios. Y aquí encontramos tres símbolos,
puntos de referencia de los que partir para leer la historia: el trono de Dios, el Cordero de Dios, el Cordero
y el libro41.
         El primer símbolo es el trono, sobre el cual está sentado un personaje que Juan no describe, porque
supera todo tipo de representación humana. Puede solamente esbozar al sentido de la belleza y alegría
que se prueba encontrándose delante de Él. Este personaje misterioso es Dios, Dios omnipotente que no
se ha quedado encerrado en su Cielo sino que se acercó al hombre entrando en alianza con él. Dios que
hace sentir en la historia de manera misteriosa pero real, su voz, simbolizada por relámpagos y truenos.
Son varios los elementos que aparecen en torno a Dios, como los veinticuatro ancianos y los cuatro seres
vivientes, que le rinden incesantemente alabanza al único Señor de la historia.
         El primer símbolo por lo tanto es el trono. El segundo es el libro, que contiene el plan de Dios sobre
los acontecimientos y sobre los hombres. Está cerrado herméticamente por siete sellos y nadie es capaz de
leerlo. Ante esta incapacidad del hombre de percibir el proyecto de Dios, Juan siente una profunda tristeza
que lo lleva a llorar. Pero hay un remedio a la desorientación del hombre ante del misterio de la historia:
alguien es capaz de abrir el libro y de iluminarlo.
         Y aquí aparece el tercer símbolo: Cristo, el Cordero inmolado en el sacrificio de la Cruz, que está de
pie, significando su Resurrección. Y es justamente el Cordero, el Cristo muerto y resucitado que
progresivamente abre los sellos y desvela el plan de Dios, el sentido profundo de la historia.
         ¿Qué dicen estos símbolos? Estos nos recuerdan cuál es el camino para saber leer los hechos de la
historia y de nuestra misma vida. Levantando los ojos al Cielo de Dios, en la relación constante con Cristo,
abriéndole a Él nuestro corazón y nuestra mente con la oración personal y comunitaria, aprendemos a ver
las cosas de una manera nueva y a aferrar el sentido más verdadero. La oración es como una ventana
abierta que nos permite tener la mirada vuelta hacia Dios, no solamente para recordarnos la meta hacia la
cual nos dirigimos, sino también para dejar que la voluntad de Dios ilumine nuestro camino terreno y nos
ayude a vivirlo con intensidad y empeño.

38
   Ap 20,6; cfr 1,5; 5,10.
39
   cfr Pontificia Commissione Biblica, Bibbia e Morale. Radici bibliche dell’agire cristiano, 70.
40
   cfr Ap 2,7.11.17.29; 3,6.13.22.
41
   cfr Ap 4,1 – 5,14.
¿De qué manera el Señor guía a la comunidad cristiana a una lectura más profunda de la historia?
Antes de todo invitándonos a considerar con realismo el presente que estamos viviendo. El Cordero abre
entonces los cuatro primeros sellos del libro, y la Iglesia ve el mundo en el cual está insertada, un mundo
en el que existen varios elementos negativos. Existen los males que realiza el hombre, como la violencia,
que nace del deseo de poseer, de prevalecer unos sobre los otros, al punto de llegar a asesinarse (segundo
sello); o la injusticia, porque los hombres no respetan las leyes que se han dado (tercer sello). A estos se
agregan los males que el hombre tiene que sufrir, como la muerte, el hambre, la enfermedad (cuarto
sello). A estas realidades, muchas veces dramáticas, la comunidad eclesial viene invitada a no perder nunca
la esperanza, a creer firmemente que la aparente omnipotencia del maligno choca con la verdadera
omnipotencia que es la de Dios.
         El primer sello que el Cordero abre contiene justamente este mensaje. Narra Juan: “Y vi: un caballo
blanco. Quien lo montaba tenía un arco, le fue dada una corona y él salió victorioso para vencer
nuevamente”42. En la historia del hombre ha entrado la fuerza de Dios, que no solamente es capaz de
equilibrar el mal, sino incluso de vencerlo. El color blanco hace recordar la Resurrección: Dios se volvió tan
cercano hasta el punto de descender a la obscuridad de la muerte para iluminarla con el esplendor de su
vida divina; ha tomado sobre sí el mal del mundo para purificarlo con el fuego de su amor.
         ¿Cómo crecer con esta lectura cristiana la realidad? El Apocalipsis nos dice que la oración alimenta
en cada uno de nosotros y en nuestras comunidades esta visión de luz y de profunda esperanza: nos invita
a no dejarnos vencer por el mal, sino a vencer el mal con el bien, a mirar a Cristo crucificado y resucitado
que nos asocia a su victoria. La Iglesia vive en la historia, no se cierra en si misma, sino que afronta con
coraje su camino en medio de las dificultades y sufrimientos, afirmando con fuerza que el mal en definitiva
no vence al bien, la obscuridad no ofusca el esplendor de Dios. Este es un punto importante para nosotros;
como cristianos no podemos nunca ser pesimistas; sabemos bien que en el camino de nuestra vida
encontramos muchas veces violencia, mentira, odio, persecución, pero esto no nos desanima.
Especialmente la oración nos educa a ver los signos de Dios, su presencia y acción, más aún, a ser nosotros
luz del bien, que difunde la esperanza e indica que la victoria es de Dios.
         Esta perspectiva lleva a elevar el agradecimiento y la alabanza a Dios y al Cordero: los veinticuatro
ancianos y los cuatro seres vivientes cantan juntos el “canto nuevo” que celebra la obra de Cristo Cordero,
el cual volverá “nuevas todas las cosas”43. Si bien esta renovación es sobre todo un don que hay que pedir.
         Y aquí encontramos otro elemento que debe caracterizar la oración: invocar al Señor con insistencia
para que su Reino venga, que el hombre tenga el corazón dócil al señorío de Dios, que sea su voluntad la
que oriente nuestra vida y la del mundo. En la visión del Apocalipsis, esta oración de solicitud está
representada por un particular importante: “los veinticuatro ancianos” y “los cuatro seres vivientes” tienen
en su mano, junto a la cítara que acompaña a su canto “copas de oro llenas de incienso”44 que como se
explica “son las plegarias de los santos”45, de los que ya han alcanzado a Dios, además de todos nosotros
quienes estamos en camino. Y vemos que ante el trono de Dios, un ángel tiene en la mano un incensario de
oro en el que mete continuamente los granos de incienso, es decir nuestras oraciones, cuyo suave olor es
ofrecido junto a las oraciones que suben a la presencia de Dios46. Es un simbolismo que nos dice que todas
nuestras oraciones --con todos los límites, la fatiga, la pobreza, la aridez, las imperfecciones que puedan
tener- son casi purificadas y llegan al corazón de Dios. Debemos estar seguros de que no hay oraciones
superfluas, inútiles; ninguna se pierde. Y encuentran respuesta, aunque a veces sea misteriosa, porque
Dios es Amor y Misericordia infinita. A menudo, frente al mal, se tiene la sensación de no poder hacer
nada, pero es justamente nuestra oración la primera respuesta y más eficaz que podemos dar y que hace
más fuerte nuestro cotidiano compromiso por defender el bien. La potencia de Dios hace fecunda nuestra
debilidad47.



42
   Ap 6,2.
43
   Ap 21,5.
44
   5,8a.
45
   5,8b.
46
   cfr Ap 8,1-4.
47
   cfr Rm 8,26-27.
Querría concluir con alguna alusión al diálogo final48. Jesús repite varias veces: "He aquí que vuelvo
pronto"49. Esta afirmación no indica sólo la perspectiva futura del fin de los tiempos, sino también la
presente: Jesús viene, pone su morada en quien cree en El y lo acoge. La asamblea, entonces, guiada por el
Espíritu Santo, repite a Jesús la invitación urgente a hacerse cada vez más cercano: "Ven" 50. Es como la
"esposa"51 que aspira ardientemente a la plenitud de la nupcialidad. Por tercera vez hace la invocación:
"Amén. Ven, Señor Jesús"52; y el lector concluye con una expresión que manifiesta el sentido de esta
presencia: "La gracia del Señor Jesús esté con todos"53.
        El Apocalipsis, aún en la complejidad de los símbolos, nos implica en una oración muy rica, por la
cual también nosotros escuchamos, alabamos, damos gracias, contemplamos al Señor, le pedimos perdón.
Su estructura de gran oración litúrgica comunitaria es también una fuerte llamada a redescubrir la carga
extraordinaria y transformante que tiene la Eucaristía; en especial querría invitar con fuerza a ser fieles a la
Santa Misa dominical en el Día del Señor, el domingo, ¡verdadero centro de la semana! La riqueza de la
oración en el Apocalipsis nos hace pensar en un diamante, que tiene una serie fascinante de caras, pero
cuyo valor reside en la pureza del único núcleo central. Las sugestivas formas de oración que encontramos
en el Apocalipsis hacen brillar entonces la riqueza única e indecible de Jesucristo.




48
   cfr Ap 22,6-21.
49
   Ap 22,7.12.
50
   Ap 22,17a.
51
   22,17.
52
   22,20b.
53
   22,21.

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Oración en el Apocalipsis

  • 1. MENSAJE DEL PAPA BENEDICTO XVI SOBRE “LA ORACION EN EL LIBRO DEL APOCALIPSIS” (1ª Parte) Aula Paulo VI – Ciudad del Vaticano 05 - Septiembre - 2012 Queridos hermanos y hermanas: Hoy, después de las vacaciones, retomamos las audiencias en el Vaticano, continuando en esa "escuela de oración", que estoy viviendo junto a ustedes en estas Catequesis de los miércoles. Hoy quisiera hablar de la oración en el libro del Apocalipsis, que, como ustedes saben, es el último del Nuevo Testamento. Es un libro difícil, pero que contiene una gran riqueza. Este nos pone en contacto con la oración viva y palpitante de la asamblea cristiana, reunida "en el día del Señor"1; es esta, en efecto, la traza de fondo en el que se mueve el texto. Un lector presenta a la asamblea un mensaje confiado por el Señor al evangelista Juan. El lector y la asamblea son, por así decirlo, los dos protagonistas del desarrollo del libro; a ellos, desde el principio, se les dirige un saludo festivo: "Dichoso el que lea y los que escuchen las palabras de esta profecía"2. Mediante el diálogo constante entre ellos, surge una sinfonía de oración, que se desarrolla con una gran variedad de formas hasta la conclusión. Escuchando al lector que presenta el mensaje, escuchando y observando a la asamblea que responde, su oración tiende a ser nuestra. La primera parte del Apocalipsis3 tiene, en la actitud de la asamblea que ora, tres etapas sucesivas. La primera4 consiste en un diálogo -único caso en el Nuevo Testamento-, que se lleva a cabo entre la asamblea apenas reunida y el lector, el cual le dirige un saludo de bendición: "Gracia y paz a ustedes"5. El lector subraya el origen de este saludo: este deriva de la Trinidad, del Padre, del Espíritu Santo, de Jesucristo, que participan juntos en llevar adelante el proyecto creativo y de salvación para la humanidad. La asamblea escucha, y cuando siente nombrar a Jesucristo, es como una explosión de alegría y responde con entusiasmo, elevando la siguiente oración de alabanza: "Al que nos ama, y nos ha lavado con su sangre de nuestros pecados, y ha hecho de nosotros un Reino de sacerdotes para su Dios y Padre, a él la gloria y el poder por los siglos de los siglos. Amén"6. La asamblea, rodeada por el amor de Cristo, se siente liberada de la esclavitud del pecado y se proclama "reino" de Jesucristo, que le pertenece por completo. Reconoce la gran misión que por el bautismo se le ha confiado para llevar al mundo la presencia de Dios. Y concluye su celebración de alabanza mirando de nuevo directamente a Jesús y, con creciente entusiasmo, le reconoce "la gloria y el poder" para salvar a la humanidad. El "amén" final, concluye el himno de alabanza a Cristo. Ya estos primeros cuatro versículos contienen una gran riqueza de indicios para nosotros; nos dicen que nuestra oración debe ser, ante todo, escucha de Dios que nos habla. Inundados de tantas palabras, no estamos acostumbrados a escuchar, sobre todo ponernos en la disposición del silencio interior y exterior para estar atentos a lo que Dios nos quiere decir. Estos versículos nos enseñan también que nuestra oración, a menudo solo de súplica, debe ser ante todo de alabanza a Dios por su amor, por el don de Jesucristo, que nos ha traído la fuerza, la esperanza y la salvación. Una nueva intervención del lector señala a la asamblea, aferrada al amor de Cristo, el compromiso de captar su presencia en la propia vida. Dice: "Miren, viene acompañado de nubes; todo ojo le verá, hasta los que le traspasaron, y por él harán duelo todas las razas"7. Después de ascender al cielo en una "nube", símbolo de la trascendencia8, Jesucristo regresará así como subió a los cielos9. Entonces todos los pueblos 1 Ap. 1,10. 2 1,3. 3 1,4-3,22. 4 1,4-8. 5 1,4. 6 1,5b-6. 7 1,7a. 8 cf. Hch. 1,9. 9 cf. Hch. 1,11b.
  • 2. lo reconocerán y, como exhorta san Juan en el cuarto evangelio, "Mirarán al que traspasaron"10. Pensarán en sus pecados, causa de su crucifixión, y, como aquellos que lo habían visto directamente en el Calvario, "se golpearán el pecho"11 pidiéndole perdón, para seguir en la vida y así preparar la plena comunión con Él, después de su regreso definitivo. La asamblea reflexiona sobre este mensaje y dice: "Sí. ¡Amén!"12. Expresa con su "sí", la acogida plena de lo que se le ha comunicado y pide que esto pueda convertirse en realidad. Es la oración de la asamblea, que medita sobre el amor de Dios manifestado de modo supremo en la Cruz, y pide de vivir con coherencia como discípulos de Cristo. Y esta es la respuesta de Dios: "Yo soy el Alfa y la Omega, Aquel que es, que era y que va a venir, el Todopoderoso"13. Dios, que se revela como el principio y el final de la historia, acepta y toma en serio la petición de la asamblea. Él ha estado, está y estará presente y activo con su amor en los asuntos humanos, en el presente, en el futuro, así como en el pasado, hasta llegar a la meta final. Esta es la promesa de Dios. Y aquí nos encontramos con otro elemento importante: la oración constante despierta en nosotros un sentido de la presencia del Señor en nuestra vida y en la historia, y la suya es una presencia que nos sostiene, nos guía y nos da una gran esperanza, aún en medio de la oscuridad de ciertos acontecimientos humanos; además, cada oración, incluso aquella en la soledad más radical, nunca es un aislarse y nunca es estéril, sino que es el elemento vital para alimentar una vida cristiana cada vez más comprometida y coherente. La segunda fase de la oración de la asamblea14 profundiza aún más la relación con Jesucristo: el Señor aparece, habla, actúa, y la comunidad más cercana a él, escucha, reacciona y acoge. En el mensaje presentado por el lector, san Juan relata su experiencia personal de encuentro con Cristo: se encuentra en la isla de Patmos por causa de la "palabra de Dios y del testimonio de Jesús"15, y es el "día del Señor"16, el domingo, en el que se celebra la Resurrección. Y san Juan está "tomado por el Espíritu"17. El Espíritu Santo lo llena y lo renueva, ampliando su capacidad de aceptar a Jesús, quien lo invita a escribir. La oración de la asamblea que escucha, poco a poco asume una actitud contemplativa, marcada por los verbos "ve", "mira": completa, es decir, lo que el lector le propone, internalizándolo y haciéndolo suyo. Juan oyó "una gran voz, como de trompeta"18, la voz lo obliga a enviar un mensaje "a las siete Iglesias"19 que se encuentran en Asia Menor y, por su intermedio, a todas las Iglesias de todos los tiempos, junto con sus Pastores. El término "voz… de trompeta", tomada del libro del Éxodo (cf. 20,18), recuerda la manifestación divina a Moisés en el Monte Sinaí e indica la voz de Dios que habla desde su cielo, desde su trascendencia. Aquí es atribuida a Jesucristo Resucitado, que de la gloria del Padre habla, con la voz de Dios, a la asamblea en oración. Dando la vuelta "para ver la voz"20, Juan ve "siete candeleros de oro, y en medio de los candeleros, como a un Hijo de hombre"21, término particularmente familiar para Juan, que le indica al mismo Jesús. Los candeleros de oro, con sus velas encendidas, indican la Iglesia de todos los tiempos en actitud de oración en la Liturgia: Jesús Resucitado, el "Hijo del hombre", está en medio de ella, y, revestido con las vestiduras del sumo sacerdote del Antiguo Testamento, desarrolla la función sacerdotal de mediador ante el Padre. En el mensaje simbólico de Juan, sigue una manifestación luminosa de Cristo resucitado, con las características propias de Dios, que se producen en el Antiguo Testamento. Se habla de "... cabellos blancos, como la lana blanca, como la nieve"22, símbolo de la eternidad de Dios23 y de la Resurrección. Un segundo símbolo es el del fuego, que en el Antiguo Testamento se refiere a menudo a 10 19,37. 11 cf. Lc. 23,48. 12 Ap. 1,7 b. 13 1,8. 14 1,9-22. 15 1,9. 16 1,10a. 17 1,10a. 18 1,10b. 19 1,11. 20 1,12 21 1,12-13. 22 1,14. 23 cf. Dn. 7,9
  • 3. Dios para indicar dos propiedades. La primera es la intensidad celosa de su amor, que anima su pacto con el hombre24. Y es esta misma intensidad ardiente del amor, que se lee en los ojos de Jesús resucitado: "Sus ojos como llama de fuego"25. El segundo es la capacidad incontenible de vencer el mal como un "fuego devorador"26. Así que incluso "los pies" de Jesús, en camino para enfrentar y destruir el mal, tienen el brillo del "metal precioso"27. La voz de Jesucristo, entonces, "como voz de grandes aguas"28, tiene el rugido impresionante "de la gloria del Dios de Israel", que se traslada a Jerusalén, mencionado por el profeta Ezequiel29. Siguen todavía otros tres elementos simbólicos que muestran lo que Jesús Resucitado está haciendo por su Iglesia: la mantiene firmemente en su mano derecha –una imagen muy importante: Jesús tiene a la Iglesia en la mano--, le habla con el poder penetrante de una espada afilada, y le muestra el esplendor de su divinidad: "Su rostro, como el sol cuando brilla con toda su fuerza"30. Juan quedó tan impresionado por esta maravillosa experiencia del Resucitado, que se siente desfallecido y cae como muerto. Después de esta experiencia de la revelación, el Apóstol tiene delante al Señor Jesús hablando con él, lo tranquiliza, le coloca una mano sobre la cabeza, le revela su identidad como el Crucificado Resucitado, y le encarga transmitir su mensaje a las Iglesias31. Una cosa hermosa de este Dios, ante el cual desfallece y cae como muerto. Es el amigo de la vida, y le pone su mano sobre la cabeza. Y así será también con nosotros: somos amigos de Jesús. Por tanto, la revelación del Dios Resucitado, del Cristo Resucitado, no será terrible, sino será el encuentro con el amigo. Incluso la asamblea vive con Juan un momento particular de luz delante del Señor, unido, sin embargo, a la experiencia del encuentro cotidiano con Jesús, experimentando la riqueza del contacto con el Señor, que llena cada espacio de la existencia. En la tercera y última fase de la primera parte del Apocalipsis32, el lector propone a la asamblea un mensaje séptuplo en el cual Jesús habla en primera persona. Dirigido a las siete Iglesias en Asia Menor situadas alrededor de Éfeso, el discurso de Jesús parte de la situación particular de cada Iglesia, para luego extenderse a las Iglesias de todos los tiempos. Jesús entra en el corazón de la situación de cada iglesia, haciendo énfasis en las luces y sombras, y dirigiéndoles un llamamiento urgente: "Arrepiéntanse"33, "Mantén lo que tienes"34, "vuelve a tu conducta primera"35," Sé pues ferviente y arrepiéntete"...36 Esta palabra de Jesús, si es escuchada con fe, de inmediato comienza a ser efectiva: la Iglesia en oración, acogiendo la Palabra del Señor, se transforma. Todas las iglesias deben ponerse en una escucha atenta al Señor, abriéndose al Espíritu como Jesús pide con insistencia repitiendo esta indicación siete veces: "El que tiene oídos, oiga lo que el Espíritu le dice a las Iglesias"37. La asamblea escucha el mensaje recibiendo un estímulo para el arrepentimiento, la conversión, la perseverancia, el crecimiento en el amor, la orientación para el camino. Queridos amigos, el Apocalipsis nos presenta una comunidad reunida en oración, porque es justamente en la oración donde experimentamos siempre en aumento, la presencia de Jesús con nosotros y en nosotros. Cuanto más y mejor oremos con constancia, con intensidad, tanto más nos asemejamos a Él, y Él realmente entra en nuestra vida y la guía, dándole alegría y paz. Y cuanto más conocemos, amamos y seguimos a Jesús, más sentimos la necesidad de permanecer en oración con Él, recibiendo serenidad, esperanza y fuerza en nuestra vida. 24 cf. Dt. 4,24 25 Ap. 1,14a. 26 Dt. 9,3. 27 Ap. 1,15. 28 1,15c. 29 cf. 43,2. 30 Ap.1,16. 31 Ap. 1,17-18. 32 Ap.2-3. 33 2,5.16; 3,19c. 34 3,11. 35 2,5. 36 3,19b. 37 2,7.11.17.29;3,6.13.22.
  • 4. MENSAJE DEL PAPA BENEDICTO XVI SOBRE “LA ORACION EN EL LIBRO DEL APOCALIPSIS” (2ª Parte) Aula Paulo VI – Ciudad del Vaticano 12 - Septiembre - 2012 Queridos hermanos y hermanas: El miércoles pasado hablé sobre la plegaria en la primera parte del Apocalipsis, hoy pasamos a la segunda parte del libro, y mientras en la primera parte la oración está orientada hacia el interno de la vida eclesial, la atención en la segunda está dirigida al mundo entero. La Iglesia de hecho, camina en la historia, es parte del proyecto de Dios. La asamblea que escuchando el mensaje de Juan --presentado por el lector- ha descubierto el propio deber de colaborar con el desarrollo del Reino de Dios como “sacerdotes de Dios y de Cristo”38, y se abre sobre el mundo de los hombres. Y aquí emergen dos modos de vivir la relación dialéctica entre ellos: el primero, lo podríamos definir el “sistema de Cristo”, al cual la asamblea tiene la felicidad de pertenecer, y el segundo es el “sistema terrestre anti-Reino y anti-alianza puesto en acto por influjo del maligno”, el cual engañando a los hombres quiere realizar un mundo opuesto al querido por Cristo y por Dios39. La asamblea tiene entonces que saber leer en profundidad la historia que está viviendo, aprendiendo a discernir con su fe los acontecimientos para colaborar con el Reino de Dios. Y esta obra de lectura y de discernimiento, como también de acción, está relacionada con la oración. Sobre todo después de la llamada insistente de Cristo que, en la primera parte del Apocalipsis, hasta siete veces dijo: “Quien tenga oídos, escuche lo que el Espíritu le dice a la Iglesia” 40, la asamblea es invitada a subir al Cielo para mirar la realidad con los ojos de Dios. Y aquí encontramos tres símbolos, puntos de referencia de los que partir para leer la historia: el trono de Dios, el Cordero de Dios, el Cordero y el libro41. El primer símbolo es el trono, sobre el cual está sentado un personaje que Juan no describe, porque supera todo tipo de representación humana. Puede solamente esbozar al sentido de la belleza y alegría que se prueba encontrándose delante de Él. Este personaje misterioso es Dios, Dios omnipotente que no se ha quedado encerrado en su Cielo sino que se acercó al hombre entrando en alianza con él. Dios que hace sentir en la historia de manera misteriosa pero real, su voz, simbolizada por relámpagos y truenos. Son varios los elementos que aparecen en torno a Dios, como los veinticuatro ancianos y los cuatro seres vivientes, que le rinden incesantemente alabanza al único Señor de la historia. El primer símbolo por lo tanto es el trono. El segundo es el libro, que contiene el plan de Dios sobre los acontecimientos y sobre los hombres. Está cerrado herméticamente por siete sellos y nadie es capaz de leerlo. Ante esta incapacidad del hombre de percibir el proyecto de Dios, Juan siente una profunda tristeza que lo lleva a llorar. Pero hay un remedio a la desorientación del hombre ante del misterio de la historia: alguien es capaz de abrir el libro y de iluminarlo. Y aquí aparece el tercer símbolo: Cristo, el Cordero inmolado en el sacrificio de la Cruz, que está de pie, significando su Resurrección. Y es justamente el Cordero, el Cristo muerto y resucitado que progresivamente abre los sellos y desvela el plan de Dios, el sentido profundo de la historia. ¿Qué dicen estos símbolos? Estos nos recuerdan cuál es el camino para saber leer los hechos de la historia y de nuestra misma vida. Levantando los ojos al Cielo de Dios, en la relación constante con Cristo, abriéndole a Él nuestro corazón y nuestra mente con la oración personal y comunitaria, aprendemos a ver las cosas de una manera nueva y a aferrar el sentido más verdadero. La oración es como una ventana abierta que nos permite tener la mirada vuelta hacia Dios, no solamente para recordarnos la meta hacia la cual nos dirigimos, sino también para dejar que la voluntad de Dios ilumine nuestro camino terreno y nos ayude a vivirlo con intensidad y empeño. 38 Ap 20,6; cfr 1,5; 5,10. 39 cfr Pontificia Commissione Biblica, Bibbia e Morale. Radici bibliche dell’agire cristiano, 70. 40 cfr Ap 2,7.11.17.29; 3,6.13.22. 41 cfr Ap 4,1 – 5,14.
  • 5. ¿De qué manera el Señor guía a la comunidad cristiana a una lectura más profunda de la historia? Antes de todo invitándonos a considerar con realismo el presente que estamos viviendo. El Cordero abre entonces los cuatro primeros sellos del libro, y la Iglesia ve el mundo en el cual está insertada, un mundo en el que existen varios elementos negativos. Existen los males que realiza el hombre, como la violencia, que nace del deseo de poseer, de prevalecer unos sobre los otros, al punto de llegar a asesinarse (segundo sello); o la injusticia, porque los hombres no respetan las leyes que se han dado (tercer sello). A estos se agregan los males que el hombre tiene que sufrir, como la muerte, el hambre, la enfermedad (cuarto sello). A estas realidades, muchas veces dramáticas, la comunidad eclesial viene invitada a no perder nunca la esperanza, a creer firmemente que la aparente omnipotencia del maligno choca con la verdadera omnipotencia que es la de Dios. El primer sello que el Cordero abre contiene justamente este mensaje. Narra Juan: “Y vi: un caballo blanco. Quien lo montaba tenía un arco, le fue dada una corona y él salió victorioso para vencer nuevamente”42. En la historia del hombre ha entrado la fuerza de Dios, que no solamente es capaz de equilibrar el mal, sino incluso de vencerlo. El color blanco hace recordar la Resurrección: Dios se volvió tan cercano hasta el punto de descender a la obscuridad de la muerte para iluminarla con el esplendor de su vida divina; ha tomado sobre sí el mal del mundo para purificarlo con el fuego de su amor. ¿Cómo crecer con esta lectura cristiana la realidad? El Apocalipsis nos dice que la oración alimenta en cada uno de nosotros y en nuestras comunidades esta visión de luz y de profunda esperanza: nos invita a no dejarnos vencer por el mal, sino a vencer el mal con el bien, a mirar a Cristo crucificado y resucitado que nos asocia a su victoria. La Iglesia vive en la historia, no se cierra en si misma, sino que afronta con coraje su camino en medio de las dificultades y sufrimientos, afirmando con fuerza que el mal en definitiva no vence al bien, la obscuridad no ofusca el esplendor de Dios. Este es un punto importante para nosotros; como cristianos no podemos nunca ser pesimistas; sabemos bien que en el camino de nuestra vida encontramos muchas veces violencia, mentira, odio, persecución, pero esto no nos desanima. Especialmente la oración nos educa a ver los signos de Dios, su presencia y acción, más aún, a ser nosotros luz del bien, que difunde la esperanza e indica que la victoria es de Dios. Esta perspectiva lleva a elevar el agradecimiento y la alabanza a Dios y al Cordero: los veinticuatro ancianos y los cuatro seres vivientes cantan juntos el “canto nuevo” que celebra la obra de Cristo Cordero, el cual volverá “nuevas todas las cosas”43. Si bien esta renovación es sobre todo un don que hay que pedir. Y aquí encontramos otro elemento que debe caracterizar la oración: invocar al Señor con insistencia para que su Reino venga, que el hombre tenga el corazón dócil al señorío de Dios, que sea su voluntad la que oriente nuestra vida y la del mundo. En la visión del Apocalipsis, esta oración de solicitud está representada por un particular importante: “los veinticuatro ancianos” y “los cuatro seres vivientes” tienen en su mano, junto a la cítara que acompaña a su canto “copas de oro llenas de incienso”44 que como se explica “son las plegarias de los santos”45, de los que ya han alcanzado a Dios, además de todos nosotros quienes estamos en camino. Y vemos que ante el trono de Dios, un ángel tiene en la mano un incensario de oro en el que mete continuamente los granos de incienso, es decir nuestras oraciones, cuyo suave olor es ofrecido junto a las oraciones que suben a la presencia de Dios46. Es un simbolismo que nos dice que todas nuestras oraciones --con todos los límites, la fatiga, la pobreza, la aridez, las imperfecciones que puedan tener- son casi purificadas y llegan al corazón de Dios. Debemos estar seguros de que no hay oraciones superfluas, inútiles; ninguna se pierde. Y encuentran respuesta, aunque a veces sea misteriosa, porque Dios es Amor y Misericordia infinita. A menudo, frente al mal, se tiene la sensación de no poder hacer nada, pero es justamente nuestra oración la primera respuesta y más eficaz que podemos dar y que hace más fuerte nuestro cotidiano compromiso por defender el bien. La potencia de Dios hace fecunda nuestra debilidad47. 42 Ap 6,2. 43 Ap 21,5. 44 5,8a. 45 5,8b. 46 cfr Ap 8,1-4. 47 cfr Rm 8,26-27.
  • 6. Querría concluir con alguna alusión al diálogo final48. Jesús repite varias veces: "He aquí que vuelvo pronto"49. Esta afirmación no indica sólo la perspectiva futura del fin de los tiempos, sino también la presente: Jesús viene, pone su morada en quien cree en El y lo acoge. La asamblea, entonces, guiada por el Espíritu Santo, repite a Jesús la invitación urgente a hacerse cada vez más cercano: "Ven" 50. Es como la "esposa"51 que aspira ardientemente a la plenitud de la nupcialidad. Por tercera vez hace la invocación: "Amén. Ven, Señor Jesús"52; y el lector concluye con una expresión que manifiesta el sentido de esta presencia: "La gracia del Señor Jesús esté con todos"53. El Apocalipsis, aún en la complejidad de los símbolos, nos implica en una oración muy rica, por la cual también nosotros escuchamos, alabamos, damos gracias, contemplamos al Señor, le pedimos perdón. Su estructura de gran oración litúrgica comunitaria es también una fuerte llamada a redescubrir la carga extraordinaria y transformante que tiene la Eucaristía; en especial querría invitar con fuerza a ser fieles a la Santa Misa dominical en el Día del Señor, el domingo, ¡verdadero centro de la semana! La riqueza de la oración en el Apocalipsis nos hace pensar en un diamante, que tiene una serie fascinante de caras, pero cuyo valor reside en la pureza del único núcleo central. Las sugestivas formas de oración que encontramos en el Apocalipsis hacen brillar entonces la riqueza única e indecible de Jesucristo. 48 cfr Ap 22,6-21. 49 Ap 22,7.12. 50 Ap 22,17a. 51 22,17. 52 22,20b. 53 22,21.