La princesa y el guisante
Había una vez un príncipe que quería casarse
con una princesa, pero con una verdadera princesa
de sangre real. Viajó por todo el mundo buscando
una, pero era muy difícil encontrarla, mucho más
difícil de lo que había supuesto.
Las princesas abundaban, pero no era sencillo
averiguar si eran de sangre real. Siempre acababa
descubriendo en ellas algo que le demostraba que
en realidad no lo eran, y el príncipe volvió a su
país muy triste por no haber encontrado una
verdadera princesa real.
Una noche, estando en su castillo, se
desencadenó una terrible tormenta: llovía
muchísimo, los relámpagos iluminaban el cielo y
los truenos sonaban muy fuerte. De pronto, se oyó
que alguien llamaba a la puerta:
-¡ Toc, toc!
La familia no entendía quién podía estar a la
intemperie en semejante noche de tormenta y
fueron a abrir la puerta.
-¿ Quién es? - preguntó el padre del príncipe.
- Soy la princesa del reino de Safi - contestó
una voz débil y cansada. - Me he perdido en la
oscuridad y no sé regresar a donde estaba.
Le abrieron la puerta y se encontraron con una
hermosa joven:
- Pero ¡Dios mío! ¡Qué aspecto tienes!
La lluvia chorreaba por sus ropas y cabellos.
El agua salía de sus zapatos como si de una
fuente se tratase. Tenía frío y tiritaba.
En el castillo le dieron ropa seca y la
invitaron a cenar. Poco a poco entró en calor al
lado de la chimenea.
La reina quería averiguar si la joven era una
princesa de verdad.
"Ya sé lo que haré - pensó -. Colocaré un
guisante debajo de los muchos edredones y
colchones que hay en la cama para ver si lo nota.
Si no se da cuenta no será una verdadera
princesa. Así podremos demostrar su
sensibilidad".
Al llegar la noche, la reina colocó un
guisante bajo los colchones y después se fue a
dormir.
A la mañana siguiente, el príncipe preguntó:
-¿Qué tal has dormido, joven princesa?
- ¡Oh! Terriblemente mal - contestó -. No he
dormido en toda la noche. No comprendo qué tenía
la cama; Dios sabe lo que sería. Tengo el cuerpo
lleno de cardenales. ¡Ha sido horrible!
- Entonces, ¡eres una verdadera princesa!
Porque a pesar de los muchos colchones y
edredones, has sentido la molestia del guisante.
¡Sólo una verdadera princesa podía ser tan
sensible!
El príncipe se casó con ella porque estaba
seguro de que era una verdadera princesa. Después
de tanto tiempo, al final encontró lo que quería.
Y colorín colorado, este cuento se ha acabado.
EL PIRATA ESCACHARRADO
Érase una vezun pirata, al que la mala suerte (sin saber por qué), le había venido a ver…
El pirata tenía un ojo de palo, una pata llena de ojos y hasta una larga melena, que se le había
mudado de la cabeza a los pies. ¡Parecíaque le hubieran vuelto delrevés!
Aquelcorsario destartalado ya no tenía cuchillos, ni garfios, ni parche en el ojo… ni carade
malo. Pero tenía unas uñas tan largas, que le servíande ancla cuando frenaba su barco, para
poder hacer pie. Y es que hasta las anclas se habían alejado de él.
Descansaba el pirata siempre en islas desiertas, puesto que todo desaparecíanada más posarse
en ellas. Y así vivíaasustando al miedo, con su ojo de palo, su pata llena de ojos y sus pies
llenos de pelo.
La Tierray el Mar me han olvidado…–se lamentaba el escacharrado pirata– ¡A pesar de haber
robado cien barcos, navegado mil horas y haber sido un pirata tan malo!
No le quedaban fuerzas yaa aquel pirata, para seguir intentando lo del ser un pirata malo. Y
decidió, tras mucho pensar, abandonar sus galones (cuatro jirones mal remendados sobre la
solapa de una chaqueta viejay tiesa) en alta mar.
Y a partir de entonces, la mala suerte ya no vino a visitarle nunca más…