KILIMA 79 Diciembre 2008
Queridos amigos:
Siguiendo con el tema de la situación sanitaria del país que había comenzado en
el número 76, comentaba que nos encontramos con un personal sanitario de lo más
variopinto compuesto de médicos, de quienes se supone que han conseguido sus títulos
después de pasar una serie de pruebas y exámenes y no comprados al rector de la
universidad. Luego tenemos los asistentes médicos, enfermeros y enfermeras, algunos
de los cuales se han formado en las escuelas de enfermería, pero hay otros que no han
tenido la suerte de estudiar en una escuela especializada pero han trabajado muchos
años junto a algún médico a quien asistían en las visitas a los enfermos, de quienes
escuchaban sus quejas y dolencias y se contentaban con escribir las medicinas que
prescribían los médicos.
Hoy en día ante la penuria de los galenos, dichos “enfermeros” se han
convertido en “doctores”, en quienes la gente sencilla pone su confianza porque
practican una medicina al alcance de sus bolsillos y conocedores de la confianza que la
gente ha depositado en ellos, se permiten practicar la medicina – siempre con bata
blanca – establecen recetas, diagnostican e incluso tienen la osadía de convertirse en
cirujanos, ante la indiferencia o permisividad de las autoridades.
Uno de ellos trabaja como dentista en el hospital. Nunca ha pasado por las aulas
de la universidad y sus conocimientos tampoco provienen de los libros de texto, sino de
las horas que ha pasado en la consulta del dentista proporcionándole las pinzas que
pedía o llenando el vasito de agua para enjuagar la boca o revolviendo la pasta para
hacer un molde para tomar la medida de una dentadura y poco más.
Cuando se marchó el dentista nos quedamos sin ninguno. Ese ayudante era el
que tenía más conocimientos de dentistería y él le ha reemplazado en el hospital
poniendo en práctica lo que ha estado viendo hacer a su maestro a lo largo de los años y
se permite hacer empastes, extracciones, y lo que haga falta.
En general, no tiene buena fama porque sus actuaciones no siempre son
brillantes, y todo el mundo, hombres y mujeres, temen el momento en el que obligados
por los dolores tienen que traspasar la puerta de su consulta. Salen agarrándose la
mandíbula y sin ganas de que nadie les haga preguntas porque aprietan
desesperadamente la guata que les ha colocado en el lugar de la extracción y
permanecen en solitario el tiempo que se requiera para que el dolor de la herida vaya
cediendo lentamente. Incluso se dice que ha sido el causante de varias defunciones, pero
como no quieren contratar a nadie, sigue actuando como dentista ante la indiferencia del
colegio de médicos y las autoridades civiles. Cuando a mí me duelen las muelas, voy a
Lubumbashi, que está a 125 Km. Pero eso no lo puede hacer el común de los mortales.
Estos enfermeros cobran unas tarifas módicas y eso hace que la gente acuda a
ellos, porque no les queda otra alternativa para solucionar sus dramáticas situaciones.
Son el primer recurso a quienes acuden con temerosa confianza cuando se agravan los
síntomas de la enfermedad. Los enfermeros han convertido sus casas en farmacias o en
dispensarios. Venden las medicinas que han podido “sacar” del hospital y no es extraño
encontrarse en la parte trasera de sus casas a un enfermo sentado en una silla, bajo un
mango (árbol frutal) que le proteja de los rayos solares y un gota-a-gota aplicado a sus
venas que se encuentra colgado de una de las ramas de dicho mango, que con un poco
de suerte le ayudará a recobrar sus debilitadas fuerzas.
Digo eso de que “con un poco de suerte” porque todos estos pretendientes a
“doctores en medicina”, ninguno de ellos dispone de un laboratorio clínico.
Generalmente tratan a sus pacientes contra la malaria, que es una enfermedad muy
corriente y como es una enfermedad que se ha hecho resistente a la medicación que se
utilizaba hasta hace poco, si el enfermo continúa con síntomas de debilitamiento,
temblores, vómitos, etc., vuelven a repetir el mismo tratamiento, con el peligro de que la
enfermedad que arrastran no sea la malaria sino fiebres tifoideas, infecciones
pulmonares, etc., y pierden un tiempo precioso combatiendo una enfermedad
inexistente, mientras tanto, el debilitamiento de la persona que no está siendo tratada,
puede conducirle a una situación muy grave, incluso acarrearle la muerte.
Un caso que me dejó lívido y me quitó el sueño durante varias noches me
ocurrió con un viejecillo a quien visitaba con frecuencia. Se quejaba de dolores fuertes
en el pie y ante la inutilidad de todos los ungüentos, pócimas, pomadas, etc., que le
proporcionaban sus familiares, decidieron recurrir a uno de estos “barberos” para que
buscara una solución al sufrimiento del abuelo.
Llegó a casa y, tras un minucioso examen, diagnosticó que tenía gangrena y que
había que intervenir urgentemente. Yo no entiendo de medicina, pero podría ser verdad
puesto que tenía la planta del pie ennegrecida, con un negro mucho más intenso que el
del resto de su piel. En principio había que llevarle al hospital inmediatamente, pero la
familia opuso resistencia, a pesar de que me había ofrecido para correr con todos los
gastos, pensando que el dinero era el obstáculo infranqueable al que tenían que
enfrentarse. Entonces me enteré que el paciente no era miembro de la familia sino
simplemente un conocido a quien le habían acogido en su casa porque no tenía dónde
caer muerto y aunque yo les pagara todos los gastos, ellos tenían que ausentarse algunos
días porque trabajaban en las nuevas explotaciones mineras y cada día no trabajado
perdían el jornal que podrían llevar a casa.
Se necesitaba que alguno de ellos permaneciera en el hospital durante dos o tres
semanas acompañando al enfermo y eso era pedirles demasiado porque al ser jornaleros
vivían al día y no tenían ahorros para permanecer inactivos durante tanto tiempo. Estaba
dispuesto a atenderles en lo que hiciera falta, pero me daba la impresión de que ellos
estaban un poco cansados del huésped, a quien le alimentaban y se ocupaban también de
sus gastos corrientes.
Sin hacerme partícipe de la decisión que habían tomado, el enfermero, que
llevaba unos años jubilado después de haber trabajado durante más de 30 años en la sala
de operaciones, tampoco se atrevió a hacerme conocedor de lo que estaban tramando,
pero me pidió una serie de medicinas para aliviar la situación del anciano: antibióticos,
calmantes, gasas, etc.
Cada vez que me encontraba con el enfermero le preguntaba por el estado de
salud de mi “protegido” y según las respuestas que me daba todo parecía que se
desarrollaba satisfactoriamente. El pobre abuelote se merecía todos nuestros respetos y
nuestro cariño al término de su larga y ajetreada vida. Cada vez que le visitaba me
contaba un sinfín de aventuras y conquistas amorosas que había conseguido a lo largo
de su vida y constituían su orgullo, como si fueran medallas y condecoraciones
obtenidos en los campos de batalla de la vida, aunque en el momento presente nadie
había querido hacerse cargo de su estropeada persona, excepto la pobre familia que le
había proporcionado un techo y le aseguraba el sustento, aunque no fuera diario porque
tampoco ellos comían todos los días. Entre lo que ellos le daban y lo que le ofrecían las
mujeres del grupo asistencial de la parroquia, iba añadiendo primaveras a sus ya
numerosos calendarios con los que entretejía su larga vida.
Habían pasado unos días, cuando una mujer a la que le había pedido que siguiera
el caso de cerca, porque no me fiaba demasiado del enfermero, y quería saber si todas
las medicinas que pedía eran administradas correctamente, llegó por la parroquia porque
necesitaba un certificado de bautismo para uno de sus nietos. Como es normal, me
interesé por el enfermo y le pregunté cómo se encontraba porque durante aquellos días
no había pasado a visitarle. Su respuesta me dejó helado: “Le hemos enterrado hace dos
días”. Ante mi expresión de extrañeza, me comentó con detalle lo ocurrido.
Según les comentó el enfermero, la gangrena iba ganado terreno, subiendo
lentamente por la pierna del enfermo, que sufría unos dolores muy intensos, y ante tal
situación creyó oportuno poner en práctica sus dotes de cirujano, que probablemente
también ya los habría practicado en otras ocasiones, y determinó amputarle el pie, con el
acuerdo y el consentimiento de los “familiares”. Como no disponía de una sala de
operaciones, la intervención se desarrolló en la misma chabola en la que dormía el
abuelo. Lavó la pierna, y la colocó sobre un paño desplegado en el suelo. El enfermo
estaba también tumbado sobre una manta que habían extendido sobre lo que constituía
el suelo de la chabola. Colocó la pierna afectada sobre una palangana, le inyectó unos
calmantes alrededor de la zona infectada y cual carnicero avezado o experto cirujano,
introdujo el bisturí entre las podridas carnes del afectado a quien le amputó la planta del
pie y envolviéndola en el trapo que había colocado al principio, lo fue a arrojar al fondo
de la letrina a través del agujero del W.C. Vendó el muñón como pudo y después de
suministrarle más calmantes se marchó a su domicilio satisfecho de la labor realizada
Dos días más tarde, el enfermo emprendió el viaje de regreso a la casa del Padre
donde iría a encontrar el cariño, la acogida y la paz que habían escaseado en su vida
durante sus últimos años
Fui a dar el pésame a la familia y al preguntarles si le habían puesto una
denuncia al autodenominado cirujano, sentí que mis palabras no eran bien recibidas
porque según ellos, el enfermero había actuado con la mejor buena fe y además, el
difunto no era miembro de su familia y no les ocasionaba nada más que gastos.
Tampoco querían ponerse a mal con el enfermero porque podría acarrearles alguna
venganza en el futuro cuando alguno de ellos necesitara de sus servicios.
¿Cuántas cosas más no pasarán en las casas sin que nosotros tengamos la menor
información?. Yo pienso que muchas, unas veces empleando la medicina moderna y
otras, utilizando los brebajes, encantamientos, y tabús de la medicina tradicional con la
que también provocan situaciones indescriptibles.
Han proliferado los charlatanes, que se hacen llamar curanderos y como esta
forma de sanar es la ancestral, forma parte de la cultura y están orgullosos de sus
conocimientos. Por eso hay como una permisividad e incluso son favorecidos por el
gobierno. Trabajan libremente a pesar del mal que con frecuencia ocasionan,
especialmente en el entorno familiar del enfermo. Se creen, o al menos así lo dicen,
estar poseídos por una fuerza superior que les permite adentrarse en el enfermo y
descubrir desde dentro quién es el agente que está ocasionando esa pérdida de equilibrio
en la persona, que es lo que en el fondo provoca la enfermedad.
Normalmente se trata de algún familiar que desea hacer el mal y mientras no se
descubra al autor, siempre existirá el peligro de que pueda ocurrir alguna desgracia,
porque la enfermedad, el accidente, la pérdida del trabajo, etc., son males que no vienen
por sí solos sino que son causados de forma mágica por alguien, que por envidia,
resquemor o venganza, quiere eliminar a la persona que está en su punto de mira
La acción del adivino o curandero, es descubrir quién es ese miembro de la
familia que pretende disminuir la fuerza vital de la víctima, la que le hace ser capaz de
ver, andar, trabajar, tener familia, etc., o a veces, quiere apropiarse de ella para
robustecer la suya propia y la labor del curandero es precisamente la de poner al
descubierto a esta persona y neutralizarla. Unas veces será la tía o la suegra y si hay
algún discapacitado en la familia, será acusado más fácilmente como la persona que
delinque. Su deformidad o incapacidad de andar es un síntoma de la maldad que
encierra en su cuerpo y que propaga a los demás seres vivientes. Hasta hace unos pocos
años, los abandonaban en la selva o los arrojaban al río. Eran considerados seres
peligrosos para compartir la vida con ellos.
Otras veces puede ser acusado un niño, sobre todo si es hijo de otra mujer,
porque el marido vive con otra, y para solucionar el problema alimenticio, muchas
veces son excluidos del ámbito familiar. El niño encontrará refugio en la calle. Si se
trata de una persona mayor se verá totalmente aislada porque van a temer su presencia
cercana y en este caso, o se marcha a vivir lejos, donde no lo conozcan, o como ha
ocurrido en algunas ocasiones, termina suicidándose porque esa nueva vida se le hace
insoportable. En otros casos se puede llegar a un acuerdo y se celebra todo un rito de
purificación en la que el acusado será despojado de sus bienes para pagar al curandero y
resarcir a las víctimas de la familia. Y las autoridades, que conocen esta forma de
actuar, cierran los ojos y permiten que la ciudadanía arregle sus conflictos a su manera.
En general, la gente teme a éstos que dicen tener poderes especiales, incluso los
militares, la policía o los jueces no se atreven a actuar frontalmente contra ellos.
En una zona cercana a la nuestra, se rindió uno de los jefes de guerra mai-mai
que según dicen, vivía en el interior de una gruta y no salía de ella sino de noche. Tenía
la cara cubierta con una máscara, su cuello lleno de collares, el pecho descubierto y
había sido el causante de la quema de muchos pueblos, muertes, violaciones, acusado
también de comer carne humana. Fue conducido a la cárcel donde vivía acompañado de
su mujer que siempre permanecía con los pechos al descubierto. Los guardianes y los
militares que custodiaban la cárcel le dejaban que actuara con libertad sin querer
imponerle el reglamento de la cárcel porque consideraban que estaba en posesión de
fuerzas que podría dirigirlas en contra de quien tratara de imponerse a su voluntad y
podría acarrearles serios disgustos en su vida.
En este país que se hunde progresivamente, cada médico trata de agarrarse a un
flotador para conservar su vida y la de su familia. Los que pueden, se marchan para
Zambia, Zimbabwe o África del Sur. Los que se quedan en el Congo intentan hacerse
un hueco en los ambulatorios que abren algunas de las empresas que llegan al país o
ponen en marcha sus propias “clínicas” en perjuicio de los hospitales en los trabajan. En
los grandes hospitales los enfermos pasan días sin recibir la visita de un médico y no
respetan ni las turnos de guardia en los que no hay forma de dar con ellos en caso de
una urgencia. Apagan el móvil para dedicarse a sus ocupaciones.
Mucha gente se encuentra sin dinero porque los salarios no les permiten ni el
alimento diario y en caso de enfermedad acuden al hospital llevando a cuestas lo mejor
que tienen, el televisor, el transistor, el traje, etc., para que a cambio del valor de esos
artículos, los enfermos puedan ser atendidos. Se comprometen a pagar poco a poco para
recuperar sus prendas, pero los enfermeros ya no quieren más trastos en sus armarios,
que los tienen abarrotados de lo que otras personas han depositado y no han sido luego
capaces de depositar el dinero correspondiente y ya no admiten más casos que quieran
pagar de esa forma porque cuando tienen que comprar material de curas, medicinas,
arreglos de mantenimiento, etc., todo lo que poseen no les vale para las compras del
hospital, y aunque parezca muy duro, invitan a los familiares a que regresen con el
enfermo a su casa, aunque esté en un estado muy grave y vaya a morir en el recorrido de
vuelta.
Todo lo que he relatado, que no son más que unos pocos ejemplos de lo que
ocurre, no son sino consecuencias de la anarquía en la que está sumido el país. Los
salarios apenas son perceptibles, cada cual tiene que ingeniárselas para sacar la familia
adelante, el gobierno cierra los ojos a la realidad y como tanto jueces, militares y
agentes de la administración sufren las mismas consecuencias, nadie se molesta en
llamar la atención al vecino puesto que también él está infligiendo la ley.
Un abrazo.
¡!! FELICES NAVIDADES ¡!! ¡!! ZORIONAK ¡!!
Xabier