El documento describe un recorrido por varias ciudades y pueblos del Altiplano Cundiboyacense en Colombia, incluyendo Zipaquira, Ráquira, Villa de Leiva, Chiquinquirá y Duitama. En cada lugar, el autor describe aspectos de la arquitectura colonial, la gente, las artesanías y otros detalles culturales. También habla de encontrarse con una artesana llamada Rosa en Ráquira y de la obra del pintor Ernesto Cardenas Riaño que retrata aspectos de la vida campesina de D
1. Vitrinas de mi tierra I
Después de remover una cubierta densa y redescubrir la sabana de Bogota, Ramón Alfonso
Guío, compañero de mi niñez me invito a hacer un recorrido por algunas ‘vitrinas’ turísticas
del Altiplano Cundi-boyacense. Comenzamos por Zipaquira, timidamente escondida tras
velos de lluvia fina que fueron dando paso a tenues rayos de luz, colmados de una frescura
casi mística. Continuamos deslizándonos a través de alfombras onduladas enmarcando gran
variedad de colores verdes que emitían perfumes revitalizadores y me transportaban a las
expediciones de mi niñez.
Boyacá: humilde, noble, signo de lucha, sufrimiento, con sus contrastes fantásticos me dió la
bienvenida a travez de su gente sencilla, de espíritu alegre enmarcada por vitrinas mágicas de
gran valor natural, histórico y colonial.
De pronto nos encontramos en Ráquira colonial y colorida,
modelo de pesebres con calles tranquilas, gente sencilla y
amable. Adornada con artesanías que parecían haber sido
arregladas por niños y pintadas con un arco iris.
Allí conocí a Rosa, de sonrisa tierna que contagiaba de
alegría al mostrar sus creaciones de arcilla. En su humilde
‘atelier’ continuó dando forma a la arcilla que le servía de
inspiración. No eran artesanías ni expresiones artísticas; Rosa
con sus manos suaves marcadas por muchos años de trabajo,
dedos finos, frágiles, oraba a través del barro que
transformaba en una virgen. Se podía palpar como su alma se
vertía en esa oración mientras lamentaba la orden
requiriendo la carita sin detalle, sin expresión alguna.
Continuamos por esa ruta de contrastes y escenarios extraordinarios, haciendo otra estación en
la ciudad blanca de Villa de Leiva. Patrimonio universal por su riqueza colonial: calles
empedradas, muros blancos, tejados de barro; nuestra conexion natural con el universo,
balcones puertas y ventanas rusticas, patios ensoñadores. Al atardecer, la oscuridad hizo
exaltar un cielo estrellado y el aire puro transmitía la frescura de los olivos completando un
verdadero manjar de armonía y paz para cada uno de nuestros sentidos.
Mas trivial, la ciudad blanca cuenta con una infraestructura turística, con un sorprendente
grado de sofisticacion, como en los mejores destinos del Viejo mundo.
Seguimos a Chiquinquirá, palabra chibcha que significa “lugar de muchas aguas”: para mi,
‘lugar de mucha Fé’. Tenia en mente una Basílica imponente algo descuidada con una virgen
distante enmarcada en oro. En este reencuentro, la catedral me pareció mucho mas
pequeña, mas asequible, mas amplia, aunque extrañe los confesionarios masivos que en mi
previa visita , 43 años ha, también fueron prácticos objetos para pasar el tiempo y hasta para
dormir. El santuario es ahora un digno sitio de reflexión, la plaza ofrece toda clase de
recuerdos y motivos religiosos, el ambiente es ahora muy ‘limpio’ y el panorama que le sirve
de lienzo a la catedral es como un bálsamo auténticamente natural.
Siguio Bonza, (Duitama) cuna de mis antepasados por linea materna, con Don Pedro Nuñez
Rincón expedicionario de la conquista bajo el mando de Gonzalo Jimenez de Quesada, quien
fuera designado su primer encomendero. El tiempo parece haberse detenido. Nos
2. albergamos en la pintoresca y rustica casa de campo de mis anfitriones meticulosamente
arreglada por Faride. Las masivas paredes de adobe relatan muchos sueños, los techos de
caña abrigan y transportan la imaginación; tambien sirven de refugio a muchas golondrinas
que avivan el patio colonial, adornan la capilla y con sus vuelos circulares levantan
efusivamente las plegarias.
Duitama, hermosa quinceañera que no puede decidir que vestir, de su traje colonial no
quedan sino las hilachas, el uniforme colegial de la presentacion ha sido substituido por
delantales comerciales y hasta industriales que carecen de simetria y buen gusto.
Indudablemente que aquí Confucio se dio un banquete de perlas.
A Dios gracias, Tundama, héroe máximo de la resistencia indígena aun sobrevive a travez de
sus hijos, como el brillante pintor ‘costumbrista’ Ernesto Cardenas Riaño quien con la
elocuencia de su pincel reproduce motivos que reviven el alma de la niñez natural, pura,
inocente y extraordinariamente bella de la ciudad de Tundama. Otro Duitamence de cuna,
Elias Becerra Guevara, compañero de pupitre ahora hombre de letras y jurista, con su libro
Cronicas Huellas del Tundama documenta la epoca de oro de mi ciudad natal.
Boda Campesina El Retorno
Ernesto Cardenas Riaño Ernesto Cardenas Riaño
3. Los Arrieros El Cucharachero Casa Campesina
Ernesto Cardenas Riaño Ernesto Cardenas Riaño Ernesto Cardenas Riaño
Nelson Bautista
21 de Junio 2008