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Educamos para la Paz o para la Agresión
1.
BOLETÍN
Julio 2013
¿EDUCAMOS PARA LA PAZ O PARA LA
AGRESIÓN?
¿Nuestros hijos presentan conductas agresivas? ¿Cómo reaccionan cuando
son agredidos? Y nosotros los padres, ¿cómo los orientamos al respecto? Las
respuestas a estas preguntas nos pueden dar algunas pistas para saber si
estamos educando para la conciliación y la paz, o para la venganza y el
resentimiento.
En las relaciones interpersonales se dan situaciones que instigan al ser
humano a actuar de forma violenta, por ejemplo los niños pueden pelearse
por un juguete o manotear a los padres cuando estos no ceden a sus
caprichos, o en el caso de los adolescentes, quienes pueden acudir a los
golpes para “solucionar” una dificultad.
Ante estas reacciones los padres tienen dos opciones: reforzar los
sentimientos negativos de los hijos; o lo que es más apropiado, frenar este
tipo de comportamientos, enseñarles a controlar sus
emociones para lograr el dominio de sí mismos, y orientarlos
hacia la tolerancia, la paz, el perdón, y la reconciliación.
En los hijos pequeños
En las primeras edades la violencia puede presentarse como una forma de
conseguir lo que se quiere, y es ahí cuando los padres deben intervenir para
controlar estas situaciones.
“Con dos, tres o cuatro años el niño pega como un recurso que ha
aprendido de forma involuntaria de los amigos o de los propios padres”,
afirma Miquel Mena, psicopedagogo y director de Isep Clínic Lérida. El
pequeño entiende que ese gesto agresivo le reporta unos
beneficios, es decir cree que pegando va a conseguir lo que
2.
quiere. “Si quiere el juguete de otro niño y comprueba que pegándole lo
consigue, lo seguirá haciendo; si quiere captar la atención de los padres y
constata que si les pega la tiene, aunque sea en forma de reprimenda, lo
seguirá haciendo; si los padres le animan a responder pegando cuando otros
le pegan, lo seguirá haciendo”, asegura el psicopedagogo en una nota
publicada por el diario ABC.
Igualmente, es necesario revisar la actitud de los padres cuando sus hijos son
los agredidos y no los agresores. En estos casos hay que evitar fases
como “no sea bobo, defiéndase, si te pegan pégale, no te
dejes”. Si bien hay que escuchar sus razones, también hay que enseñarles a
reaccionar de forma asertiva, evitando la violencia como recurso. También
explicarles que deben acudir a un adulto, en este caso el profesor, quien hará
las veces de mediador o conciliador. Este procedimiento logra unos
resultados muy positivos, inclusive lo que empezó en una riña, puede
terminar en una amistad, dando así lecciones de respeto sin convertirse en
multiplicadores de la violencia.
Como en todo hay excepciones. Algunos niños por su temperamento pasivo
pueden ser “blancos” de la agresión de otros, en estos casos el tratamiento
es distinto, sin llevarlos a responder con agresividad hay que enseñarles a que
reclamen respeto a través de la educación del carácter y la autoestima.
Para reprimir una conducta agresiva, los padres deben hacerles entender a
los hijos que con esta actitud causan daño. “Para ello podemos utilizar
recursos como caritas de dolor o enfado. También la técnica de «tiempo
fuera» funciona, castigando al niño en un rincón durante tantos minutos
como años de edad tenga. Otra manera es identificar conductas positivas que
le aporten los mismos resultados que las agresivas y reforzarlas mediante
recompensas”, sugieren Miquel Mena y Jorge Casesmeiro, expertos en el
tema.
En los hijos adolescentes y jóvenes
A esta edad ya lo padres debieron haber hecho un trabajo educativo en las
primeras edades. No obstante, hay situaciones que pueden llevar a los hijos a
actuar de la forma inadecuada. Ya con su capacidad de entendimiento, habrá
que invitarles a trabajar las virtudes necesarias para la sana
convivencia como la paciencia, el respeto, la tolerancia, la amistad, el
perdón; son herramientas que les servirán para la solución de conflictos que
se presentarán a lo largo de su vida y que deberán afrontarlos por las vías de
3.
la paz, de la conciliación y del respeto. No es admisible por lo tanto, que los
padres alimenten en sus hijos adolescentes sentimientos de rencor y de
venganza.
Los hijos lo ven, los hijos lo hacen
Los hijos son el reflejo de los padres, su conducta es un modelo a seguir. Por
eso el buen ejemplo es una de las claves más importantes a tener en cuenta
en la educación. Si lo hijos ven en sus padres conductas agresivas, rencorosas,
desleales, intolerantes, es probable que ellos también lo sean, así los padres
no se lo transmitan en sus lecciones educativas. De igual modo, los padres no
deberán pegar a sus hijos, pues ellos incorporarán estas actitudes agresivas a
sus recursos de supervivencia.
Tomado de lafamilia.info