PRÓLOGO
En el siglo XXI se sigue creyendo en Dios. Primeras figuras de nuestro tiempo atestiguan que la ciencia y el pensamiento conducen a la creencia en Dios. La cuestión merece ser revisada.
En los momentos difíciles de la vida —entierros, desgracias, fracasos— el escéptico se lamenta: «¡Quién pudiera creer! ¡Qué suerte poder creer en Dios!». No voy a negar que sea una suerte creer en Dios. Ahora bien, la suerte de creer en Dios no es como la suerte de que le toque a uno la lotería, ni como la suerte de tener una buena memoria, ni de nada que pueda estar lejos de ser conseguido por propia voluntad. Quien no cree es porque no quiere ya que Dios, que es a fin de cuentas quien da la fe a quien la desea, existe, y su existencia puede ser demostrada.
La cuestión de la existencia de Dios no es particularmente difícil, pero sí muy entretenida porque algunos escépticos notables se han dedicado a atacar el fundamento de las pruebas, el llamado principio de causalidad, que, como el lector ya sabe, es también el fundamento de toda ciencia humana. Este principio se ha enunciado de muchas maneras y es un corolario de otro más general: el principio de razón suficiente. En su forma más usual dice lo siguiente: «Cualquier aparición de alguna cosa requiere una explicación, a la cual llamamos causa».
El escéptico se ve obligado a negar este principio —y así lo hacen eminentes ateos— y en su lugar debe aceptar otro, —el contrario—, que reza así: «Puede haber apariciones de cosas que no requieran absolutamente ninguna explicación».
Es un poco paradójico, pero el escéptico se obliga a sí mismo a creer en la posibilidad de apariciones fantasmagóricas de cosas estrambóticas en cualquier momento, sin causa ni razón, y debe considerar —si se atiene a su filosofía— que esas apariciones son lo más natural del mundo.[…]
[…]La idea de una existencia eterna, tan repugnante para algunos, se hace necesaria cuando se contempla desde la perspectiva correcta. Esta perspectiva se encuentra cuando se intenta pensar en la nada.
La nada absoluta es tan estéril que no permite ningún desarrollo puesto que no hay nada que desarrollar, ni ningún crecimiento, pues no hay nada que pueda crecer, ni ninguna aparición, como no sea contraviniendo al principio de causalidad. Tan sombría es la nada absoluta que, si alguna vez se hubiera podido dar, jamás se habría producido nada y nadie podría estar aquí ahora leyendo estas líneas. Así que, ya que estamos aquí, podemos estar completamente seguros de que jamás se dio la nada absoluta. Siempre hubo ser.
El ser que siempre hubo es necesario que existiera, y no es el universo, ya que, como es sabido, el universo no es eterno sino que tuvo un comienzo. El ser que siempre hubo es el ser que dio origen al universo.[…]