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ISAÍAS
Profeta es alguien que tiene gran intimidad con el Cielo y gran interés en la Tierra y,
por consiguiente, gran autoridad sobre el mundo. La profecía era expresada de ordinario
por medio de sueños, voces o visiones; era comunicada primeramente a los profetas y,
por medio de ellos, a los hijos de los hombres (v. Nm. 12:6). Antes que comenzase a ser
redactado el canon del Antiguo Testamento había ya profetas, quienes hacían las veces
de una Biblia para los hombres. Nuestro Salvador insinuó que Abel fue uno de los
profetas (v. Mt. 23:31, 35). También Enoc fue profeta; Noé fue predicador de justicia.
De Abraham dijo Dios: «es profeta» (Gn. 20:7). Jacob predijo futuros acontecimientos
(Gn. 49:1 y ss.). Moisés fue, más allá de toda comparación, el más ilustre de todos los
profetas del Antiguo Testamento, pues Dios hablaba con él cara a cara (Dt. 34:10).
Pero después de la muerte de Moisés, durante mucho tiempo, el Espíritu de Dios se
manifestaba y actuaba en el pueblo de Israel más bien como espíritu marcial que como
espíritu profético; en tiempos de los Jueces, inspiraba a los hombres para la acción más
bien que para la proclamación. Así hallamos al Espíritu de Dios que viene sobre
Otoniel, Gedeón, Sansón y otros para servir al país, no con pluma, sino con espada. En
todo el Libro de Jueces no se halla una sola mención de un profeta; sólo Débora es
llamada profetisa. Entonces la Palabra de Dios era de mucho precio; no había visión
frecuente (1 S. 3:1).
Pero con Samuel revivió la profecía, y él constituyó el principio de un famoso
período profético, un tiempo de gran luz en constante e ininterrumpida sucesión de
profetas, hasta un par de siglos después de la deportación a Babilonia, cuando quedó
completo el canon del Antiguo Testamento. Entonces cesó la profecía por casi
cuatrocientos años.
Hallamos profetas levantados por Dios para especiales servicios públicos, entre los
cuales los más famosos fueron Elías y Eliseo en el reino de Israel. No ha quedado de
ellos nada escrito, excepto una breve carta de Elías en 2 Crónicas 21:12–15. Sin
embargo, en los siglos finales de los reinos de Judá e Israel, plugo a Dios instruir a sus
siervos los profetas para que pusiesen por escrito algunos de sus mensajes.
Muchas fechas de tales profecías son inseguras, pero las primeras datan de tiempos
de Uzías rey de Judá y de Jeroboam II, contemporáneo suyo, rey de Israel, unos 200
años antes de la deportación. Hubo quienes asesinaron a los profetas, pero no pudieron
matar sus profecías; éstas permanecen como testigos contra ellos.
Oseas fue el primero de los profetas escritores. Joel, Amós y Abdías publicaron sus
profecías por el mismo tiempo. Isaías lo hizo algún tiempo después, pero su profecía
está colocada al principio de los libros proféticos, no sólo por ser la más larga de todas,
sino por su predominante referencia al Mesías, de quien todos los profetas dieron
testimonio; tanto que justamente se le apellida el Profeta Evangélico, y hasta hubo
escritores antiguos que lo llamaron el Quinto Evangelista. De él nos vamos a ocupar de
inmediato. Y, antes de entrar de lleno en el comentario de su profecía, conviene hacer
constar dos puntos por vía de introducción especial:
I. En cuanto al profeta mismo. Si hemos de dar crédito a la tradición de los judíos,
pertenecía a la familia real, pues dicen que su padre era hermano del rey Uzías. Lo
cierto es que se le veía con mucha frecuencia en la corte, especialmente en tiempos de
Ezequías. Notemos que el Espíritu de Dios proveía con frecuencia a sus propios
designios por medio del carácter particular del profeta, ya que los profetas no eran
trompetas parlantes a través de las que hablaba el Espíritu, sino hombres con razón y
lengua propias, por medio de los cuales hablaba el Espíritu, y hacía uso de los poderes
naturales de ellos, tanto con respecto a la luz de la inteligencia como con respecto a la
llama del corazón, aunque elevándolos por encima de sí mismos.
II. En cuanto a la profecía. Es de primerísima importancia y utilidad; sirve para
convencer de pecado, instruir en el deber y consolar en la aflicción. Dos grandes
aprietos del pueblo de Dios se nos refieren en ella: La invasión de Senaquerib, la cual
ocurrió en vida del profeta, y la deportación a Babilonia, que aconteció mucho tiempo
después. En el aliento y ánimo que la profecía de Isaías proporciona para el tiempo de
tales aprietos, hallamos abundante gracia del Evangelio. De ninguna otra profecía (y aun
de todas juntas) quedan en los Evangelios tantas citas como de ésta. También sobrepasa
a todas en explícitos testimonios acerca de Cristo, como lo vemos en cuanto a su
nacimiento de una virgen (7:14) y a sus padecimientos redentores (cap. 53). Al
comienzo del libro abundan especialmente los reproches por el pecado y las amenazas
de castigo, pero la última parte está llena de palabras de consuelo. Éste es el método que
el Espíritu de Cristo usó primero en los profetas y sigue todavía usando: convencer
primero y consolar después; y quienes deseen verse bendecidos con las consolaciones
deben someterse a las convicciones.
CAPÍTULO 1
El primer versículo de este capitulo sirve de título a todo el libro. El mensaje que
aquí se contiene consta de los siguientes puntos: I. El cargo que, por medio del profeta,
hace Dios a la nación judía: 1. Por su ingratitud (vv. 2, 3). 2. Por su endurecimiento (v.
5). 3. Por la universal corrupción y degeneración del pueblo (vv. 4, 6, 21, 22). 4. Por la
perversión de la justicia a manos de los gobernantes (v. 23). II. La triste queja de Dios
en los juicios que ellos mismos se habían atraído por sus pecados y por los que habían
llegado al borde de una casi completa ruina (vv. 7–9). III. El justo rechazo de aquellas
caretas de religión que se ponían, no obstante la general degeneración y apostasía (vv.
10–15). IV. El urgente llamamiento al arrepentimiento y a la reforma de conducta, al
poner ante ellos la vida y la muerte (vv. 16–20). V. Amenaza de ruina a quienes rehúsen
cambiar de mentalidad y de conducta (vv. 24, 28–31). VI. Promesa de una feliz
renovación final y de un retorno a su primitiva pureza y prosperidad (vv. 25–27).
Versículo 1
1. El nombre del profeta. Isaías (hebr. Yeshayah o Yeshayahu) significa «salvación
de Jehová» y es equivalente de Yehoshuah o Yeshúah (Jesús), nombre muy apropiado
para este profeta, cuya profecía contiene tantas cosas acerca de Jesús nuestro Salvador y
de la gran salvación que Él llevó a cabo a favor nuestro. De él leemos que era hijo de
Amós, quien, según la tradición judía, era hermano del rey Amasías, padre de Uzías.
2. La naturaleza de la profecía. Es una visión (hebr. jazón). Los profetas eran
llamados videntes, ya fuese porque realmente veían lo oculto y lo futuro, ya fuese
porque tenían visiones. Este segundo sentido es el que tiene aquí el vocablo hebreo.
Mediante la revelación divina, Isaías contemplaba con los ojos del espíritu todo lo que
aquí va a exponer, incluidos los oráculos que comunicará proféticamente a lo largo de
todo el libro.
3. El contenido de la profecía. Algunos capítulos se refieren a Babilonia, Egipto,
Tiro y otras naciones vecinas; pero en su título hace referencia a lo que va a ser el objeto
principal de la profecía y, por consiguiente, dice que es una visión que tuvo
concerniente a Judá y Jerusalén. Singulariza a ésta por ser la capital del reino. El
profeta comunica su mensaje: (A) en forma de instrucción, pues a ellos les pertenecían
los oráculos de Dios (Ro. 3:2; 9:4); (B) en forma de reproche y amenaza, porque si se
halla iniquidad en Judá y en Salem, tarde o temprano serán llamados a cuentas; (C) en
forma de consuelo y aliento en tiempos difíciles, pues los hijos de Sion se regocijarán
en su rey.
4. La fecha de la profecía. Isaías profetizó en días de Uzías, Jotam, Acaz y Ezequías.
De aquí se deduce: (A) Que profetizó por largo tiempo, especialmente si, como dicen
los judíos, terminó su vida aserrado por medio bajo orden de Manasés, a lo que algunos
suponen que se refiere el autor de Hebreos en 11:37. Desde el día en que murió el rey
Uzías (6:1) hasta la enfermedad y recuperación de Ezequías, pasaron cuarenta y siete
años. Por cuánto tiempo profetizó antes de lo uno y después de lo otro, no se sabe de
cierto. (B) Que pasó por diversas vicisitudes. Jotam fue buen rey; Ezequías, todavía
mejor, y no cabe duda de que se aconsejó del profeta; pero entre ambos, y cuando Isaías
se hallaba en la flor de la vida, el reinado de Acaz fue muy profano y malvado.
Versículos 2–9
1. El profeta, aunque habla en nombre de Dios, al no esperar ser escuchado por sus
compatriotas, se dirige a los cielos y a la tierra (v. 2): «Oíd, cielos, y escucha tú, tierra».
De criaturas inanimadas, que cumplen las leyes que les fijó su Creador, se puede esperar
que escuchen el mensaje de Dios mejor que este pueblo estúpido y sin sentido.
¡Avergüencen las luminarias del cielo la tenebrosidad de ellos, así como la fructuosidad
de la tierra la esterilidad suya, y la regularidad con que cielos y tierra siguen sus órbitas
y se ajustan a las diversas estaciones; avergüence la irregularidad de ellos! Así
comienza también Moisés en Deuteronomio 32:1.
2. Les acusa de vil ingratitud. Que escuchen los cielos y la tierra y se asombren: (A)
del amoroso comportamiento de Dios con un pueblo tan displicente y provocador: …
Crié hijos y los engrandecí». Estaban bien criados e instruidos (v. Dt. 32:6); (B) de la
conducta antinatural de ellos hacia el que tan tiernamente se había comportado con
ellos: … Y ellos (enfático en el hebreo) se han rebelado contra mí».
3. El profeta atribuye esta anomalía a la ignorancia e irreflexión de ellos (v. 3): «El
buey conoce … pero Israel no conoce».
(A) Perspicacia del buey y del asno, criaturas de la más lerda especie; no obstante, el
buey tiene tal sentido del deber como para reconocer a su amo y servirle. El asno, por su
parte, tiene tal sentido de su interés como para reconocer el pesebre de su amo y
apresurarse a llegar allá donde se le da de comer. Por tan lerdos animales es
avergonzado el hombre en su falta de conocimiento, y no sólo se le manda a la escuela
del buey y del asno para que aprenda de ellos (Pr. 6:6, 7), sino que se le coloca en un
grado inferior al de ellos (Jer. 8:7).
(B) Necedad y estupidez de Israel. Dios es su amo y propietario. Él los creó y ha
provisto abundantemente para ellos. Lo mismo ha hecho con nosotros. No obstante,
muchos que dicen pertenecer al pueblo de Dios exclaman: «¿Qué es el Todopoderoso
para que hayamos de servirle?» No saben ni reflexionan. Conocen, es cierto (comp. con
Ro. 1:21), pero tal conocimiento no les sirve de nada, porque no consideran lo que
conocen ni lo aplican a su caso. La inconsideración de lo que conocemos es un enemigo
tan grande como la ignorancia de lo que deberíamos conocer. Éstas son las causas de
que los hombres se rebelen contra Dios.
4. Se lamenta Isaías de la corrupción del reino de Judá. La enfermedad del pecado
era epidémica y todos los estamentos de la sociedad, todas las clases, estaban sufriendo
la infección de dicha epidemia: «¡Oh nación pecadora …!» Tanto más culpable cuanto
que era el pueblo escogido de Dios.
(A) La maldad era universal. La generalidad del pueblo era presa de los vicios y de
la profanidad. Su perversidad pesaba sobre ellos como un talento de plomo (Zac. 5:7,
8). Procedían de mala estirpe; eran raza de malhechores dañosos (lit.). Llevaban la
traición en la sangre. Y eran hijos depravados. Como indica el hebreo, no sólo eran
corruptos, sino también corruptores; propagadores del vicio, que infectaban a otros.
«Abandonaron a Jehová, despreciaron al Santo de Israel y le volvieron la espalda» (v.
4b). El hebreo niatsú indica un desprecio provocativo, deliberado y con mala intención:
Sabían lo que irritaba a Dios y lo ponían por obra.
(B) El profeta lo ilustra mediante una comparación tomada de un cuerpo infectado
totalmente por la lepra o, como el de Job, por llagas malignas (vv. 5, 6, comp. con Job
2:6, 7). La enfermedad afectaba a los órganos vitales y amenazaba así ser mortal. Se
habían corrompido en su discernimiento: tenían la cabeza llena de lepra, se había
extendido por todo el cuerpo la enfermedad, y se había vuelto así extremadamente
nociva. «No hay en él cosa sana» (v. 6b). No habiendo buenos principios, no queda sino
herida, hinchazón y podrida llaga. Como advierte Trenchard, «las expresiones del
versículo 6 corresponden a heridas causadas por palos o látigos, y no a los síntomas de
una grave enfermedad».
(C) Por otra parte, no había intentos de reforma; o, si los había mostraban ser
ineficaces (v. 6b): «No están curadas, ni vendadas ni suavizadas con aceite». Mientras
el pecado permanece sin arrepentimiento ni confesión, las heridas espirituales no se
curan ni se cierran; en realidad, es imposible su curación.
5. El profeta se lamenta tristemente de los juicios divinos que los israelitas han
atraído sobre sí mismos. Su reino está al borde de la ruina (v. 7): «Vuestra tierra (es)
una desolación» (lit.). Y continúa: En cuanto a los frutos de vuestros campos, que
habrían de servir de alimento a vuestras familias, extranjeros los devoran en presencia
vuestra, sin que podáis impedirlo; morís de inanición, mientras vuestros enemigos se
sacian. «La hija de Sion (v. 8), Jerusalén, como una doncella cuya madre era el templo
edificado sobre el monte Sion, se hallaba ahora como choza en viñedo, como cabaña en
melonar … Dice F. L. Moriarty: «El aislamiento en que quedará Jerusalén lo compara a
la frágil y solitaria choza del que guarda la viña». En todo esto, Isaías se refiere a la
invasión de Tiglat-Pileser en 734 o, más probable, a la de Senaquerib en 701.
6. Isaías se consuela al considerar el remanente que había de ser un monumento de
la gracia y la misericordia de Dios, a pesar de la general corrupción del país (v. 9): «Si
Jehová de las huestes no nos hubiese dejado un exiguo remanente (lit.), conservado
puro en medio de la común apostasía y a salvo de la general calamidad, habríamos sido
como Sodoma, habríamos llegado a ser semejantes a Gomorra». «Jehová de las
huestes» es el título que indica el omnímodo poder y la soberanía de Dios cuando actúa
como general en jefe de las fuerzas armadas de Su pueblo. Pablo cita esto en Romanos
9:27–29, y lo aplica a los pocos israelitas que habían abrazado el cristianismo. Este
remanente es, con frecuencia, exiguo. La cantidad no es nota distintiva de la verdadera
Iglesia. La manada de Cristo suele ser pequeña. Quienes, por la gracia y la misericordia
de Dios, se han salvado de la ruina, deben volver la vista atrás con gratitud, para ver
cuánto deben a unos pocos que cerraron las brechas y, especialmente, a Dios, quien les
otorgó este pequeño remanente.
Versículos 10–15
1. Ahora Dios les invita (aunque en vano) a que escuchen Su palabra (v. 10). Los
epítetos que les impone son muy extraños: «Gobernantes de Sodoma … Pueblo de
Gomorra». Esto da a entender cuán justo habría sido Dios si los hubiese consumido
como hizo con las ciudades citadas, así como la corrupción del pueblo y de sus
gobernantes, tipificada en la perversidad de Sodoma y Gomorra. Isaías no se mordía la
lengua; y es tradición de los judíos que estas palabras fueron las que, al andar el tiempo,
le ocasionaron una muerte violenta. En Sodoma y Gomorra no fue hallado un remanente
puro de diez personas; por eso perecieron. Si Judá y Jerusalén han sobrevivido ahora, lo
deben al resto que Dios les había dejado. La demanda que les hace es muy razonable:
«Oíd la palabra de Jehová … Prestad oídos a la instrucción (lit. ley) de nuestro Dios».
La Palabra de Dios es luz y vida. Con ella, no marcharán ciegos a la ruina.
2. Justamente rehúsa Dios escuchar las oraciones de ellos y aceptar sus sacrificios
(v. 11), su asistencia a los servicios del templo (v. 12), sus ofrendas y sus asambleas
festivas de toda clase (vv. 13, 14), sus manos extendidas en oración, mientras están
llenas de sangre (v. 15). Todo es pura fachada, máscara burda de una religión externa,
que oculta un corazón corrompido.
(A) Hay muchos que son ajenos a la religión, y aun enemigos de ella; y, sin
embargo, muestran un celo enorme en guardar las formas y poner de relieve lo que es
pura sombra de piedad. Esta nación pecadora sentía y mostraba enorme interés en llevar
muchas víctimas animales al altar de los holocaustos y mucho incienso al altar de los
perfumes, pero el corazón estaba vacío de verdadera devoción; sus holocaustos carecían
de interior dedicación (comp. Ro. 12:1); sus oraciones, de verdadero fervor y sentido.
Venían a ser vistos (v. 12, lit.) delante de Dios. Es curioso que, cuando los pecadores se
sienten bajo el juicio de Dios, están más prestos a correr a sus devociones externas que a
dejar sus pecados y reformar su vida.
(B) Las devociones más pomposas y costosas de los malvados están tan lejos de
agradar a Dios que le resultan abominables. Todo lo que se contiene en los versículos
11–20 muestra, en una gran variedad de expresiones, el gran principio de que la
obediencia es mucho mejor que el sacrificio. Tan vanas son todas estas manifestaciones
externas de religión que a Dios le producen asco. Nótese cómo lo declara: «Me es
ofrenda de abominación … (lit.). No puedo aguantarlo … (v. 13). Las tiene aborrecidas
mi alma; me son una carga; estoy hastiado de soportarlas» (v. 14, lit.).
(C) Las oraciones y los sacrificios del pueblo, además de resultar abominables a
Dios, son sin provecho alguno para ellos mismos: «¿Quién demanda esto de vuestras
manos?» (v. 12). Como si dijese: «Ni me sirve a mí (v. 11) ni os aprovecha a vosotros».
Aunque multipliquen oraciones, Dios no las oirá (v. 15), porque no proceden de un
corazón recto. «Son, dice Jehová, vuestros sacrificios (v. 11), vuestras fiestas solemnes
(vv. 13, 14), no míos». Se presentan delante de Dios, no para honrar Su templo, sino
para hollar, como animales salvajes e inmundos, sus atrios (v. 12). Dios nunca se cansa
de escuchar las oraciones de los justos, pero le hastían pronto los costosos sacrificios de
los malvados. De tal modo odia Dios el pecado, que las oraciones más prolijas y los
sacrificios más caros le resultan abominables cuando están teñidos de pecado. La piedad
hipócrita es doble iniquidad.
Versículos 16–20
1. Viene ahora un llamamiento al arrepentimiento y a la reforma: «Si queréis que
vuestros sacrificios sean aceptados y escuchadas vuestras oraciones, debéis comenzar
por el verdadero principio. ¡Limpiad el corazón, y todo lo demás quedará limpio!
¡Obedeced y serán aceptados vuestros sacrificios!» Así como la generosidad y aun el
martirio no pueden expiar la falta de amor (1 Co. 13:3), así tampoco las oraciones y los
sacrificios pueden expiar el fraude y la opresión (vv. 16, 17).
(A) Deben dejar de hacer lo malo (v. 16b), de apartarse de toda iniquidad. Ésta es la
forma de lavarse y limpiarse (v. 16a). No es suficiente abandonar las prácticas
malvadas; es preciso atacar a las raíces del pecado, como mostró el Señor en el Sermón
del monte.
(B) Deben aprender a hacer lo bueno (v. 17). Éste es el lado positivo de una
conducta reformada por un verdadero arrepentimiento. Hacer el bien no es algo
congénito en nosotros; necesitamos aprenderlo, sin ahorrar esfuerzos, puesto que es una
asignatura de primerísima importancia. Les urge en particular a cumplir los
mandamientos de la segunda tabla del Decálogo (comp. con Stg. 1:27). Dice
literalmente el hebreo: «Buscad juicio (esto es, haced lo recto); enderezad al opresor
(esto es, refrenadle mediante el poder de la ley); juzgad al huérfano (defended su
causa); proteged a la viuda». El bien que aquí se demanda es, con mucha frecuencia,
arduo, arriesgado: Vindicar a los débiles, a los faltos de poder, ayuda y dinero, a los que
son objeto de abuso, opresión y explotación por parte de codiciosos, arrogantes y sin
conciencia.
2. Tenemos a continuación una de las más tiernas manifestaciones de la
condescendencia y de la equidad de Dios en el modo de comportarse con ellos (vv. 18–
20). «Vamos ahora y deliberemos juntos» (lit.), les dice Dios (v. 18). Como si dijese:
«Mientras estén vuestras manos llenas de sangre, no tengo nada que hacer con vosotros
aunque me traigáis multitud de sacrificios y oraciones; pero si os laváis y limpiáis,
podéis acercaros a mí con toda confianza; venid y discutiremos juntos este asunto». La
religión tiene a la razón de su parte. Hay toda la razón para que hagamos lo que Dios
quiere que hagamos. Basta con que el caso se examine a la luz del día, y por sí mismo
se resolverá.
(A) En efecto, ellos no podían esperar razonablemente otra cosa mejor que, con tal
que se arrepintiesen y cambiasen de conducta, ser readmitidos al favor de Dios a pesar
de sus anteriores provocaciones. No se les impone ninguna penitencia ni se les agrava el
yugo. No les dice: «Si obedecéis a la perfección», sino: «Si estáis dispuestos a
obedecer» (v. 19, lit., Si queréis y escucháis). Con eso tienen bastante para que Dios les
perdone sus pecados y no vuelva a mencionar sus iniquidades.
(B) El perdón de Dios, en tal caso, será tan eficaz y completo que, aunque sus
pecados (y los nuestros) hayan sido como la grana y el carmesí (v. 18), es decir, aunque
el pecado esté tan embebido en nosotros como lo está una tela profundamente teñida de
rojo y mantenida por largo tiempo en dicho tinte, el perdón misericordioso de Dios
descargará, con la misma profundidad, el teñido. Si nos limpiamos por medio del
arrepentimiento, Dios nos blanqueará totalmente con su perdón. Más aún, nos restaurará
todos sus anteriores favores (v. 19): «Si queréis y obedecéis, comeréis el bien de la
tierra»; todo lo bueno que la tierra prometida produce.
(C) Pero, por la misma razón, y con toda razón, si rehúsan obedecer (v. 20) y
continúan en su rebeldía, serán consumidos a espada, «porque ha hablado (lit.) la boca
de Dios», quien no puede mentir ni desdecirse. Es de notar que el verbo «hablar» está
aquí en la forma intensiva Piel, para mayor énfasis.
Versículos 21–31
Estos versículos contienen una lamentación sobre Jerusalén (vv. 21–23), seguida de
una resolución divina de enderezar los entuertos (vv. 24–31).
1. Por medio de Isaías, Dios se lamenta de la terrible degeneración de Jerusalén, la
capital del reino, la ciudad regia, que había sido fiel a Dios y a los intereses de Su reino,
así como a la nación y a los intereses del pueblo: «Llena estaba de justicia … En ella se
alojaba la rectitud». Dice el rabino Slotki: «La segunda es el principio de la rectitud y
del justo comportamiento mutuo de los hombres, mientras que la primera, también
traducida por “juicio”, es la práctica de dicho principio ante los tribunales y en la vida
cotidiana».
(A) El contraste no puede ser más fuerte: Sion, aquella hermosa y fiel esposa, «se ha
convertido en ramera» (v. 21a); donde antes se alojaba la rectitud, ahora habitan los
homicidas sin que nadie les moleste. Los gobernantes mismos se habían vuelto tan
crueles y opresores que no eran mejores que los asesinos.
(B) La degeneración de Jerusalén es ilustrada (v. 22) por medio de una comparación
con la escoria de los metales preciosos y con el aguamiento de un buen vino: «Tu plata
se ha convertido en escoria, tu vino está mezclado con agua». No es que esta plata esté
rodeada de escoria, sino que toda ella se ha convertido en escoria inútil. Es posible que
la escoria retenga el brillo de la plata, y que el vino aguado retenga el color del vino,
pero ni la escoria ni el vino aguado sirven para nada. Así también ellos retenían un
alarde y una pretensión de justicia y virtud, pero carecían del verdadero contenido de
ambas.
(C) El contraste sube de punto en los gobernantes (v. 23): Tus príncipes, los
encargados de mantener a otros en sujeción a la ley de Dios, se han vuelto rebeldes, y
han desafiado a Dios y a Su ley. Los que deberían tener a raya a los ladrones, se han
hecho compañeros, esto es, cómplices, de ladrones, pues comparten con ellos la
ganancia ilícita de sus explotaciones, protegiéndoles y dejándose sobornar por ellos.
Todo su interés se cifra en enriquecerse con las «propinas» que reciben, sean justos o
injustos los medios con que se han obtenido las ganancias.
(D) Al proteger así a los explotadores, dejan sin defensa a los más necesitados (v.
23b): «No hacen justicia al huérfano, que no tiene quien le defienda, ni llega a ellos la
causa de la viuda», porque la pobre carece de dinero con que hacer valer su causa y
recurrir al soborno.
2. Ante tan lamentable situación, Dios toma la decisión de poner fin a estas
iniquidades. La purificación del pueblo de Dios se llevará a cabo a distintos niveles de
tiempo (vv. 24–31).
(A) La declaración tiene carácter sumamente enfático (v. 24): «Por tanto, dice el
Señor, Jehová de las huestes, el Fuerte de Israel, que tiene poder suficiente para hacer
buena Su palabra: ¡Ah! Yo me satisfaré en mis adversarios, me vengaré de mis
enemigos» (lit.). Dios hallará tiempo y modo apropiados para descargarse de este peso.
Si el pueblo que profesa ser el pueblo de Dios no se asemeja a la imagen del Santo de
Israel (v. 4), tendrá que sentir todo el peso de las manos del Fuerte de Israel (v. 25).
Aunque la plata se haya convertido en escoria, Dios no la arrojará a la basura, sino que
la refinará: «Limpiaré hasta lo más puro tus escorias y quitaré todas tus impurezas» (v.
25b). El vicio será suprimido; los opresores, privados del poder de hacer daño.
(B) La reforma del pueblo de Dios es obra de la mano de Dios (v. 25a): «Volveré Mi
mano contra ti». Dios hace para el reavivamiento de su pueblo lo que hizo para su
alumbramiento. Lo hará bendiciéndoles con buenos magistrados y gobernantes (v. 26):
«Restauraré tus jueces como al principio, antes que penetrase la corrupción, y tus
consejeros como eran antes», a fin de que los malhechores sean tenidos a raya. Lo hará
también (v. 27) al implantar en la mente de los hombres principios de justicia y al hacer
que gobiernen su conducta mediante tales principios. Los hombres pueden hacer mucho
al frenar lo que aparece al exterior, pero sólo Dios puede actuar con eficacia mediante el
influjo de su Espíritu.
(C) Todos los redimidos por Jehová serán convertidos, y su conversión será su
redención efectiva (v. 27b). El reavivamiento de las virtudes de un pueblo es el medio
de que se restaure su honor (v. 26b): «Entonces te llamarán Ciudad de justicia, Ciudad
fiel».
(D) Por el contrario (v. 28), los que rehúsen reformarse serán, no sólo castigados,
sino destruidos. Juntamente serán destruidos los abiertamente profanos que se han
sacudido toda forma de piedad y los que han vivido perversamente bajo la máscara de
una falsa profesión de fe, pues todos ellos entran en el grupo de los que dejan a Jehová,
al que profesaban haberse unido anteriormente. Serán consumidos, como se consume
pronto el agua de una cañería cuando se le corta el suministro de la fuente.
(E) De nada les servirán entonces sus ídolos (vv. 29, 30): «Porque se avergonzarán
de los terebintos que amasteis y seréis sonrojados por los jardines que escogisteis»
(lit.). Se habían postrado en adoración a los árboles, y escogido así abandonar al Dios
viviente. Con referencia a los terebintos, dice Moriarty: «Ésta es una de las pocas veces
en que Isaías alude a los árboles sagrados bajo los cuales celebraban los cananeos sus
ritos religiosos de la fecundidad. Como estos árboles corpulentos se secaban y perdían
el vigor bajo un sol ardiente en tierra de secano, así serían destruidos los apóstatas en las
llamas del juicio».
(F) Se avergonzarán de sus ídolos, porque los ídolos mismos irán con ellos a la
cautividad (v. 46:1, 2). Los terebintos se marchitarán y los jardines se secarán por falta
de agua (v. 30). Y ellos mismos perderán todo su vigor (v. 31): «El hombre fuerte será
como estopa, no sólo en gran quebranto y presa de la debilidad, sino convertido en fácil
combustible, y su trabajo como chispa que encienda pronto la estopa. Si toda su obra es
chispa, y todo él es estopa, bien puede entenderse que ambos ardan juntamente y no
haya quien los apague».
3. Todo esto que aquí se dice (vv. 24–31) tiene aplicación a tres niveles históricos:
(A) a la bendita obra de reforma llevada a cabo en tiempo de Ezequías después de las
abominables corrupciones campantes en el reinado de su padre Acaz; (B) a la
purificación del pueblo mediante la deportación a Babilonia; (C) especialmente, al
tiempo del reino mesiánico milenario.
CAPÍTULO 2
Con este capítulo comienza un nuevo mensaje, el cual se continúa en los dos
capítulos siguientes. En el capítulo presente, el profeta: I. Contempla la gloria del reino
futuro (vv. 1–4); y II. La purificación necesaria que ha de llevarse a cabo previamente
en la casa de Jacob (vv. 5–11). III. Contempla a continuación el Día de Jehová, tema
favorito en todos los profetas del Antiguo Testamento (vv. 12–22).
Versículos 1–4
El título del presente mensaje (v. 1) es el mismo que el del que ya vimos en el
primero (1:1), pues el tema concierne igualmente a Judá y Jerusalén. El mensaje
comienza con la profecía que se refiere a los días del Mesías, cuando su reino será
erigido en el mundo al final de los tiempos. El profeta predice aquí:
1. El triunfo de la causa de Dios en el mundo, «en lo postrero de los tiempos» (v. 2).
Dice Isaías que … el monte de la casa de Jehová, es decir, el monte Sion, será asentado
como cabeza de los montes, etc.». Es obvio aquí el sentido figurado de «monte» como
«reino», y de «cabeza» como «potencia» que impone su dominio sobre los demás
«montes» o «reinos». La fuerza del monte Sion se deriva de la presencia especial de
Dios en él (comp. con Ez. 48:35); por eso, lo llama «el monte de la CASA de Jehová».
2. Jerusalén será el emporio, no sólo del poder, sino también de la luz y de la ley
(vv. 2c, 3): «… y confluirán a él (al monte de la casa de Jehová) todas las naciones. Y
vendrán muchos pueblos y dirán: Venid y subamos al monte de Jehová, a la casa del
Dios de Jacob; y nos enseñará sus caminos y caminaremos por sus sendas». No les
arredrará el que el viaje sea cuesta arriba, pues Dios les habrá ensanchado el corazón
para que corran por el camino de sus mandamientos (Sal. 119:32). Merece la pena subir
a ese monte donde se enseñan los buenos caminos, y quienes estén dispuestos a
emprender ese viaje hallarán que no han trabajado en vano. «Porque de Sion saldrá la
ley, y de Jerusalén la palabra de Jehová», como de una fuente. Dice Slotki: «Se llama
la casa del Dios de Jacob porque fue él quien llamó al lugar la casa de Dios (Gn.
28:19)».
3. Con la erección del reino mesiánico, no sólo se impondrá la justicia, sino que
reinará una paz universal (v. 4): «Y juzgará (Dios) entre las naciones y será árbitro de
muchos pueblos (ya no harán falta las “Naciones Unidas” para arreglar pleitos entre
naciones y pueblos) y forjarán (lit.) sus espadas en rejas de arado y sus lanzas en hoces
de podar; no alzará espada nación contra nación, ni se adiestrarán más para la
guerra». ¡El reverso de la carrera armamentista de nuestros días! Como observa
Trenchard, «Satanás será “atado”, de modo que “lo bueno” tendrá todas las ventajas».
Toda esta profecía de 2–4 se halla también en Miqueas 4:1–4.
4. Algo parecido ocurre donde penetra el Evangelio de Cristo: pone en los corazones
amor, gozo y paz como primeros frutos del Espíritu Santo (Gá. 5:22); el amor de Cristo,
infundido en el corazón del hombre, constriñe a los cristianos a amarse mutuamente.
Hasta los paganos se percataban del—para ellos—extraño fenómeno del amor que
reinaba en los miembros de la primitiva Iglesia. La diferencia, sin embargo, entre la
justicia y la paz del reino milenario y las del cristianismo es doble: (A) La justicia y la
paz del reino milenario serán universales, mientras que las del Evangelio quedan
limitadas (a) en cantidad, pues los verdaderos creyentes son minoría en el mundo; (b) en
calidad, ya que aun muchos de los sinceros creyentes son demasiado carnales. (B) Por
otra parte, la justicia y la paz del reino milenario se impondrán por la fuerza, sin
cambiar de por sí el corazón del hombre, mientras que el Evangelio de Cristo, donde se
recibe, produce un nuevo hombre, y regenera su corazón mediante el nuevo nacimiento.
Versículos 5–11
Tras este cuadro de la luz venidera, Isaías contempla las sombras tenebrosas de la
situación presente.
1. La invitación del profeta al pueblo está teñida de triste lamento (vv. 5, 6): «Venid,
oh casa de Jacob, y caminemos a la luz de Jehová. Pues tú (esto es, Jehová) has
desechado a tu pueblo, la casa de Jacob, porque están llenos del oriente (lit.; es decir,
de idolatrías, brujerías y supersticiones importadas de las naciones al oeste de Palestina)
y de agoreros, como los filisteos; y pactan con hijos de extranjeros». Según comenta el
Dr. Slotki: «El profeta viene a decir: “En vista de que tenemos por delante un futuro tan
brillante, paz universal y el reconocimiento de la ley de nuestro Dios por parte de todas
las naciones de la tierra, comencemos aquí y ahora nosotros mismos a caminar a la luz
del SEÑOR”. Pero, hay!, Israel está todavía hundida en los vicios de la idolatría y de la
superstición; y, por esta razón, Dios los ha abandonado». No puede ser más deplorable
la situación de un pueblo al que Dios ha abandonado (comp. con Mt. 23:38). El caso es
tan grave que el profeta llega a decir (v. 9b): «¡No los perdones!»
2. La suerte funesta de Israel y las razones en que está fundada. En general, es el
pecado lo que provoca a Dios a abandonar a su pueblo. Los pecados particulares que el
profeta especifica aquí son los que por aquel tiempo abundaban en Israel. Nótense los
contrastes entre el comportamiento de Dios y el de ellos:
(A) Dios los había elegido y separado para sí como un pueblo de su especial
propiedad, dignificándolo sobre todos los demás pueblos (Nm. 23:9); pero ellos se
llenaron del oriente. No sólo importaron los abominables vicios de las naciones
vecinas, sino que naturalizaron a extranjeros mezclándose con ellos (Os. 7:8). El país se
llenó de sirios y caldeos, moabitas y amonitas; y, peor todavía, adoptaron las malas
costumbres de todos estos paganos, y profanaron así la corona de su dignidad especial y
quebrantaron el pacto de su Dios.
(B) Dios les otorgó sus oráculos, las Escrituras y los videntes, pero ellos habían
despreciado a éstos y se habían vuelto agoreros como los filisteos (v. 6); habían
introducido las artes de adivinación y escuchado a los que, por medio de los astros, de
las nubes, del vuelo de las aves o de las entrañas de los animales, trataban de descubrir
lo secreto o predecir lo futuro. Los filisteos eran famosos adivinos (1 S. 6:2).
(C) Dios les había asegurado que Él sería su riqueza y su fuerza; pero, al desconfiar
del poder y de la promesa de Dios, ellos habían hecho del oro y de la plata su esperanza,
y se habían equipado de multitud de caballos y carros, y dependían de ellos para su
seguridad (v. 7). La prosperidad del reinado de Uzías había contribuido a todo ello. No
es que el poseer plata y oro, caballos y carros sea un pecado, pero desearlos
insaciablemente y poner en ellos su confianza es una provocación contra Dios.
(D) Jehová era el Dios de ellos, y había instituido las formas y ritos con que habían
de servirle y prestarle adoración; pero ellos le desdeñaban a Él y sus a instituciones (v.
8). El país estaba infestado de ídolos; cada ciudad tenía su dios (Jer. 11:13). Quienes
desean ídolos, desean tenerlos en abundancia; tan necios eran como para adorar la obra
de sus manos. El oro y la plata con que Dios les había hecho prosperar y enriquecerse,
los empleaban en hacerse ídolos.
(E) Dios los había colmado de honores; pero ellos se habían degradado vilmente (v.
9): «Se inclina el hombre, el individuo vulgar y corriente, y se humilla el varón, el
ciudadano de pro». Hacen ídolos de metal, madera y piedra, materiales mucho más viles
que el ser humano que los fabrica y que en ellos se envilece a sí mismo por debajo de la
propia obra de sus manos.
3. Isaías pasa luego a declarar el funesto destino que espera a estos malvados. Los
versículos 10 y 11 vienen a formar una especie de estribillo (comp. con los vv. 17, 19,
21) con que el profeta va a introducir su profecía sobre el gran Día de Jehová (comp.
con Ap. 6:15).
(A) No es que Isaías piense que los malvados pueden escapar del juicio de Dios
escondiéndose entre rocas o bajo la tierra (v. 10), ni que, como piensan muchos
comentaristas judíos, sea el versículo como un grito de pánico de los israelitas
sorprendidos por el castigo divino, sino que es una figura de dicción que expresa
irónicamente lo inútil de tal subterfugio (comp. con el v. 19).
(B) Los que se degradaron humillándose ante los ídolos, serán verdaderamente
humillados y abatidos (v. 11) el gran Día del juicio de Dios. Como observa Slotki, «el
verbo hebreo shaphel está en perfecto (“fue abatida”). El profeta está tan seguro del
resultado, que describe el acontecimiento como si ya se hubiese llevado a cabo. El verbo
está también en singular, y pone de relieve su efecto en cada individuo». Aunque la
expresión «Día de Jehová» aparece por primera vez en Amós 5:18, Moriarty hace notar
que lo de «aquel día» es una frase que aparece nada menos que 45 veces en los
primeros 39 capítulos de Isaías, aunque «su significado temporal—añade—hay que
determinarlo por el contexto».
Versículos 12–22
En estos versículos, el profeta detalla el castigo que los malvados han de sufrir el día
de Jehová, y muestra la desolación que se ha de abatir sobre ellos.
1. Dios se ha reservado un día para juicio (v. 12), después de los muchos días de
paciencia y misericordia (comp. con Ro. 2:4, 5). Ese día vendrá sobre todo soberbio y
altivo, etc. Se repite la idea del versículo 11, el cual, a su vez, se repite literalmente en el
17, así como el contenido del 10 se amplía en el 19, y éste, a su vez, se repite con pocas
variantes en el 21.
2. Los individuos sobre los que ha de venir el juicio de Dios son descritos por medio
de metáforas muy expresivas para los israelitas (vv. 13–16). Los cedros del Líbano,
altos y erguidos (v. 13), representan literalmente a los fenicios que ocupaban la sierra
del Líbano, pero sirven de símil para designar a toda persona altiva y arrogante. Las
encinas de Basán (v. 13b) representan a los amonitas del otro lado del Jordán. Basán era
una región famosa por el vigor de sus animales y por la fertilidad de sus tierras; de ahí
que sus encinas, en lugar de ser altas y erguidas, fuesen anchas y recias, símbolo de los
ricos bien engordados por su buena mesa y su fácil vida. Los montes y collados
elevados (v. 14), provechosos para la estrategia militar, simbolizan, como ya dijimos,
reinos y potencias humanas. Torres altas y muros fortificados (v. 15) son símbolos de
seguridad y protección contra el enemigo. Y las naves de Tarsis (v. 16), el antiguo
Tartesos español, cerca de la actual Cádiz, eran los buques mercantes de mayor fuerza,
dimensión y calado de aquel tiempo, por lo que representaban la prosperidad comercial
del país.
3. Todo ello va a desaparecer, pues sobre todo ello se abatirá el juicio de Dios.
También desaparecerán los ídolos (v. 18), no sólo porque serán destruidos sus
adoradores, sino porque, en su pánico, se desharán prontamente de ellos los mismos que
los fabricaron (v. 20). De nada servirá la altura de los cedros, ni lo recio de las encinas,
ni lo macizo de los muros y torres. Lo más elevado es lo más expuesto a los rayos de
una tormenta. Las naves más grandes y más llenas de ricas mercancías son las que
sufren naufragios más lamentables.
4. ¿Acaso podrán encontrar protección y refugio en sus amigos, en los mismos que
los extraviaron apartándolos de Dios y haciéndoles servir a los ídolos? ¡No hay nada en
el hombre que pueda servir de sostén y refugio el día del gran juicio de Dios! (comp.
con Jer. 17:5 y ss.). «Desentendeos (lit. cesad) del hombre» (v. 22), dice Dios por medio
del profeta. ¡Cuán débil es el ser humano! Su aliento, lo que le hace ser alma viviente
(v. Gn. 2:7), está en su nariz. Dice Moriarty: «El hombre es un ser frágil, cuya alma no
es sino un soplo que Jehová envía o retira (Job 7:7)». Positivamente, la vida del hombre
está en la sangre (Lv. 17:11); negativamente, en las narices, en el sentido de que,
cortándole al ser humano la respiración, fallece en un par de minutos. De ahí la
conclusión que deduce el versículo 22b: «Porque, ¿en qué consideración ha de ser
tenido?» (lit.). El profeta no se refiere aquí al valor intrínseco del ser humano, sino, de
acuerdo con el contexto anterior, a su incapacidad para ayudar en momentos de apuro,
por lo que es una necedad poner en él la confianza o tenerle miedo.
CAPÍTULO 3
Al seguir en este capítulo la división que hace E. Trenchard, tenemos aquí: I. La
falta de orden y la abundancia de violencia en Judá por este tiempo (vv. 1–8). II. El
mensaje de Dios para justos e impíos dentro de esta lamentable situación (vv. 9–12). III.
Los rectos juicios de Dios (vv. 13–15). IV. El atavío extravagante de las mujeres de
Jerusalén (vv. 16–26).
Versículos 1–8
Dios se dispone ahora a terminar con todo lo humano en que habían puesto su
confianza los israelitas, de forma que no hayan de tener sino desengaños en las
esperanzas que habían puesto en ellos (v. 1): «Porque he aquí que Jehová de las huestes
quita de Jerusalén y de Judá sostén y apoyo». Es curioso que el hebreo tiene aquí un
mismo vocablo, en forma masculina y en forma femenina, para dar a entender que les
iba a faltar «toda clase de apoyo» (Slotki). De tal manera habían envejecido todas las
instituciones del reino que, a la manera de un anciano (v. Zac. 8:4), tenían que apoyarse
en un bastón. Ahora Dios les iba a quitar también ese bastón.
1. El pan es el sustento de la vida. Pero Dios puede quitar «todo sustento de pan y
todo socorro de agua» (v. 1b). Y justo es que así lo haga cuando lo que Él ha dado para
provisión de la vida se toma provisión de concupiscencias. Con sólo retener la lluvia,
puede retirar el suministro de pan y de agua (v. Dt. 28:23, 24). al retirar estas
bendiciones, la vida del hombre se halla al borde de la muerte. Cristo es nuestro pan de
vida y nuestra agua de vida (Jn. 4:14; 6:27). Si Él es nuestro sustento, hallaremos que
ésa es la buena parte que no nos será jamás quitada.
2. Su ejército jefes, y soldados rasos, les serán quitados (vv. 2a, 3a): «El fuerte y el
varón …; el capitán de cincuenta y el hombre de rango». El «fuerte» es el veterano
avezado a la guerra, probado en muchas y duras batallas; el «varón» es el soldado
valiente, alistado en el ejército; el «hombre de rango» (lit. elevado de rostro) es el que,
con su sola presencia, impone respeto. El Dios de los ejércitos de Israel les enseña aquí
que ni los fuertes deben gloriarse en su fuerza, ni los paisanos deben confiar demasiado
en sus militares y personajes de rango.
3. También les serán quitados sus políticos, sus consejeros, sus hombres sabios y, en
general, todos los aristócratas (vv. 2b, 3b): «El juez y el profeta, el adivino (que, al
acudir a toda clase de superstición, aconsejaba a los gobernantes) y el anciano o
consejero experimentado dentro del concejo local; los consejeros superiores, de tipo
nacional, renombrados por su sabiduría, el hechicero astuto y el hábil encantador que,
como dice Slotki, “no podían ofrecer verdadera ayuda, pero contribuían de alguna forma
a la estabilidad de las estructuras sociales”».
4. En lugar de príncipes prudentes y experimentados, Dios les va a poner (v. 4)
«jovenzuelos por príncipes, y gobernarán sobre ellos los caprichos» (lit.), es decir,
niños pequeños que se dejan llevar por sus desatinados caprichos infantiles. Dice
Moriarty: «Aquí y en el versículo 12 es posible que haya una alusión a la juventud de
Ajaz cuando subió al trono. Nada mejor que esta frase para indicar el desorden que
habría cuando la autoridad se ponía en manos de irresponsables jóvenes».
5. Con todo esto, se ciernen sobre la sociedad el desorden y la violencia (v. 5). Dios
les enviaría entre ellos, como en Jueces 9:23, un espíritu de discordia que les haría
quebrantar todas las buenas normas de amistosa vecindad y de respeto social. Y,
comoquiera que los príncipes eran jovenzuelos caprichosos, irresponsables, no habían
de poner coto a tales violaciones del orden y de la paz. Mala señal es para una nación
cuando la nueva generación resulta intratable e ingobernable. (¿Qué diría hoy M.
Henry?—nota del traductor—).
6. En tales circunstancias, toda persona prudente se negará a desempeñar en la
sociedad funciones de responsabilidad (vv. 6, 7). Puesto que los príncipes y demás
gobernantes no estarán capacitados para poner orden en tal caos, cada uno se atribuirá
facultades para prescribir quiénes han de ejercer cargos de responsabilidad. Un
ciudadano cualquiera (v. 6) agarrará, para obligarle por la fuerza, a un pariente suyo, de
la familia de su padre, y le dirá: Tú tienes manto, señal de que eres persona respetable;
sé tú nuestro jefe (hebreo, qatsín, equivalente a nuestros locales «jueces de paz»).
7. Pero él (v. 7) protestará, «levantará la mano» (lit.), en actitud de juramento,
diciendo. No seré vendador (lit.), es decir, sanador de las heridas del pueblo. Los
buenos gobernantes son médicos y vendadores que procuran unir a los súbditos, en
lugar de ensanchar las diferencias que existen entre ellos. Pero, ¿por qué no querrá tal
sujeto pechar con esa responsabilidad? Porque, dice él, «en mi casa no hay pan ni
manto»; esto es, «yo soy tan pobre y desamparado como los demás, ¡bastante tengo con
mis propios problemas!»
8. En el versículo 8, el profeta resume la situación, y repite el motivo de tal
desolación: Jerusalén y todo Judá se hallan en ese estado porque sus habitantes han
provocado a Dios de palabra y obra, y han acarreado sobre sí mismos la ruina por haber
desafiado a Jehová en Su propio rostro, como si se enorgulleciesen tanto más de
despreciarle cuanto mayor era el conocimiento que tenían de Su gloria.
Versículos 9–12
En estos versículos Dios prosigue, por boca del profeta, la controversia con el
pueblo.
1. El motivo por el que Dios se enfrenta con ellos es el pecado manifiesto de ellos.
No lo disimulan (v. 9). Se han vuelto insensibles como Sodoma. Sus rostros mismos dan
testimonio contra ellos, pues en la cara llevan la falta de vergüenza. Esto es lo que, más
que ninguna otra cosa, contribuye al endurecimiento del corazón, y cierra así la puerta a
un sincero arrepentimiento. Quienes dan de lado a la vergüenza, dan de lado a la gracia
y, en último término, a la esperanza de recuperación.
2. Aunque las circunstancias son desfavorables, «Dios gobierna (vv. 10, 11) en las
vidas particulares» (Trenchard). Cada uno recogerá de lo que siembre. Si todos fuesen
rectos, a todos les iría bien. Al que le va mal, no le sucede otra cosa sino el pago de la
labor mala que ha llevado a cabo (comp. con Ro. 6:23).
3. En el versículo 12, Isaías ve el cumplimiento de lo que ha declarado en el
versículo 4: «En cuanto a mi pueblo, su gobernante actúa como un niño de pecho»
(lit.), es decir, de forma arbitraria, caprichosa, tiránica. «Y mujeres se enseñorean de él»,
añade el profeta. Dice Slotki: «La influencia corruptora de las mujeres provoca la
denuncia de los versículos 16 y ss». Además, como hace notar Moriarty, «malos
recuerdos guardaban los de Judá de una mujer que los había gobernado, Atalía (2 R.
11:1–16)». Tampoco puede echarse en olvido aquí la tremenda influencia que la reina
madre tenía, en los países de Oriente, no sólo cuando el rey era muy joven, sino aun
durante toda la vida de éste. Con tan malos guías (v. 12b), los que debían conducir por
el camino recto, no hacían otra cosa que extraviarse y extraviar a los demás.
Versículos 13–15
1. En esta controversia, Dios mismo se alza como litigador (v. 13): «Jehová está en
pie para litigar, como un fiscal, y está en pie para juzgar a los pueblos», como un juez
que sentencia a Su pueblo por haber quebrantado el pacto (vv. 14, 15). Los hombres de
más alto rango no pueden eximirse del escrutinio y de la sentencia del juicio de Dios.
2. Los cargos que Dios presenta contra Su pueblo están a la vista de todos (vv. 9,
15): Los opresores muestran en el rostro su desdén y su arrogancia; no la disimulan; los
oprimidos aparecen machacados y con la cara molida por los opresores.
3. Para castigar a los que así abusan de su poder, Dios les pone por gobernantes a
quienes carecen de sentido para gobernar (v. 12). Además, los jueces, que deberían ser
los defensores y protectores de los oprimidos, eran los peores opresores; y los ancianos
y los príncipes del pueblo (v. 14) habían devorado la viña del pobre, despojándole así
de la finca que era el sustento suyo y de su familia. Es como si la consumiesen a fuego,
según indica el verbo hebreo, para que no retoñe. ¡Y eran ellos los encargados de cuidar
y cultivar la viña del pueblo de Dios! (v. el cap. 5).
4. Todavía razona Dios con ellos (v. 15): «¿Qué pensáis vosotros que machacáis a
mi pueblo, como si yo os hubiese conferido la autoridad y el poder para cometer tales
desafueros, y moléis las caras de los pobres, haciéndoles sufrir penas y terrores
semejantes a los padecimientos que habrían de sufrir si los triturasen en un molino?»
Versículos 16–26
La función del profeta era mostrar a todas las clases del pueblo la medida en que
habían contribuido a la culpabilidad de la nación, y la parte que les había de tocar en los
juicios que habían de sobrevenir a la nación. Ahora va a reprender y amonestar a las
hijas de Sion, esto es, a las mujeres de Jerusalén.
1. El pecado de que acusa a las mujeres de Jerusalén se halla en el versículo 16:
«Asimismo dice Jehová. Por cuanto las hijas de Sion son altivas, y andan con el cuello
erguido y con ojos desvergonzados; cuando andan, van danzando y haciendo son con
los pies». La descripción es sumamente gráfica. Dos son los cargos que les hace:
(A) Son altivas, pues andan con el cuello erguido, para así parecer más altas,
además de mostrar con ese gesto su arrogancia y su desdén hacia otras.
(B) Son lascivas, pues van guiñando el ojo, como indica el verbo hebreo, tratan,
como dice Ryrie, de seducir a los maridos de otras con sus lujosos vestidos
importados». También andaban coqueteando con un andar parecido al de las danzarinas
y hacían sonar unos cascabeles sujetos a los tobillos. Así se portaban las hijas de Sion,
que deberían comportarse como conviene a mujeres que profesan la piedad (comp. con
1 P. 3:3, 4).
2. El castigo que les espera es el que se merecen por su pecado (vv. 17, 18):
(A) Ellas andaban con el cuello erguido, pero el Señor (hebr. Adonay, el Señor
Soberano) iba a raparles la cabeza (v. 17a), una de las mayores afrentas que pueden
hacerse a una mujer; especialmente, en la antigüedad. La segunda parte del versículo 17
dice literalmente: «y Jehová descubrirá sus partes secretas», según el significado claro
del hebreo pathén. No es, pues, un paralelismo de sinonimia, como traducen muchas
versiones modernas, sino lo que la Reina-Valera designa con la expresión «descubrirá
sus vergüenzas». En cambio, el hebreo dice literalmente en la primera parte del
versículo: «Y herirá con sarna el Señor la coronilla de la cabeza de las hijas de Sion»
(mejor que el «rapar la cabeza» de la Reina-Valera. La Biblia de las Américas ha
traducido bien la primera parte, pero, como la NVI y otras modernas, ha seguido en la
segunda parte una lectura menos probable del hebreo. Nota del traductor).
(B) Ellas llevaban vestidos lujosos y provocativos, sin cuidarse de lo que dejaban al
descubierto, pero Dios las va a reducir a tal miseria que no tendrán dinero suficiente
para cubrir su desnudez. De esta forma quedará castigada su arrogancia, juntamente con
su lascivia provocadora.
(C) También estaban muy orgullosas de su ornamentación, con toda clase de paños,
turbantes, joyas y amuletos que se ponían (vv. 18–23. No quiere decir el profeta que
cada mujer llevase todo lo que en estos versículos se especifica). Dice Moriarty: «Los
versos siguientes … nos dan el catálogo más extenso de galas femeninas conservado en
el Antiguo Testamento». No tiene mucha importancia investigar en qué consistían
muchos de estos ornamentos, por cuanto las modas cambian constantemente y, con
ellas, cambian también los nombres. Muchas de estas cosas podemos suponer que eran
rídiculas y, si no hubiese sido porque era la moda, habrían sido objeto de burla.
3. Ellas se preocupaban demasiado del adorno exterior, pero Dios iba a castigarlas
(vv. 24–26), al hacer que llevasen la pena que correspondía al pecado: «Y en lugar de
los perfumes aromáticos habrá hediondez (v. 24), pues todo vestido lujoso se convertirá
en harapos malolientes de tanto usarlo para toda clase de menesteres; y cuerda vulgar,
en lugar de cinturón recamado, valioso; en vez de peinado artificioso, calvicie, es decir,
cabeza rapada, como era costumbre en tiempos de duelo (v. 15:2; Jer. 16:6), o en dura
esclavitud (v. Ez. 29:18); en lugar de peto (lit.), ceñimiento de cilicio, en señal de
profunda humillación, y marca de fuego (como se hacía para marcar a los esclavos) en
lugar de hermosura radiante, como la de toda mujer libre, dueña de su propio atavío.
Peor aún (v. 25), los maridos caerán en la guerra, las puertas de la ciudad (v. 26), donde
se discutían todos los asuntos públicos de los habitantes, estarán llenas de duelo y
lamentación, y la ciudad misma, desamparada, desolada y arruinada, se sentará en
tierra, como una viuda sin sustento y sin consuelo».
CAPÍTULO 4
En este breve capítulo tenemos: I. La amenaza de una tremenda escasez de hombres
(v. 1). II. La promesa de una gloriosa restauración de la paz y pureza. Rectitud y
seguridad de Jerusalén durante el reino mesiánico (vv. 2–6).
Versículo 1
Efecto y consecuencia de la gran mortandad de hombres en la guerra futura.
1. La providencia divina ha dispuesto sabiamente que, más o menos, haya en la
sociedad humana un número igual de hombres y mujeres. Sin embargo, en el día del
gran castigo impuesto por Dios a los rebeldes, escasamente quedará un hombre por cada
siete mujeres. Así como hay muertes que afectan especialmente a las mujeres, al dar a
luz, así también hay muertes que afectan especialmente a los hombres por causa de las
guerras, de forma que la espada devora más que el alumbramiento.
2. Como advierte el rabino Slotki, «el número siete no ha de tomarse literalmente en
este contexto. Aquí significa “muchos, un puñado”». En todo caso, es un «puñado»
grande, con lo que se pone de relieve la tremenda escasez de varones por causa de las
enormes bajas sufridas en guerra o persecución. Lo cierto es que tal escasez de hombres
hará que, en lugar de ser los hombres quienes soliciten a las mujeres para casarse, serán
las mujeres las que, en su desesperación, no se preocuparán de su dignidad, con tal de
evitar quedarse solteras, lo cual era una desgracia entre los orientales.
3. La ley (Éx. 21:10) obligaba al marido a procurar a su mujer sustento y vestido,
pero estas mujeres se ven tan apuradas que, con tal de tener marido, están dispuestas a
renunciar a los derechos que, a este respecto, les otorgaba la ley y prefieren proveerse a
sí mismas de sustento y vestido antes que quedarse solteras: «Comeremos de nuestro
pan y nos vestiremos de nuestras ropas; solamente permítenos llevar tu nombre (pues,
como sucede aún en muchos países, la mujer perdía el nombre de familia al casarse),
quita nuestro oprobio».
Versículos 2–6
Todo, en el versículo 1, rezuma melancolía. El cielo está nublado. Pero ahora asoma
el sol por entre las nubes. En estos versículos tenemos muchas, grandes y preciosas
promesas, y que dan seguridad de consuelo y apuntan ciertamente al reino mesiánico,
bajo la figura de la restauración de Judá y Jerusalén bajo el reinado reformador de
Ezequías, después del catastrófico reinado de su padre Acaz, así como bajo la figura del
regreso de los cautivos después de la deportación a Babilonia, aunque el verdadero y
final cumplimiento se llevará a cabo en el reino milenario del Mesías.
1. «En aquel día» (v. 2), cuando la justicia de Dios haya dado buena cuenta de los
malvados en el Día de Jehová, será erigido el reino del Mesías.
(A) Jesucristo será exaltado en la tierra. «El renuevo de Jehová será para
hermosura y gloria.» El renuevo (retoño o brote) es el Mesías-Rey, como puede
confirmarse por Jeremías 23:5; 33:15; Zacarías 3:8; 6:12, donde se halla el mismo
vocablo hebreo. En 11:1, leemos del mismo Mesías: «Saldrá una vara del tronco de
Isaí, y un retoño brotará de sus raíces». La hermosura y la gloria del Mesías redundarán
en hermosura y gloria de todos sus súbditos.
(B) Aunque el Mesías, por su naturaleza divina, es enviado por el Padre y desciende
del cielo (Jn. 3:13; 6:38 y ss.; Gá. 4:4), en cuanto hombre es «fruto de la tierra» y, en el
reino milenario, servirá también de grandeza y honra especiales a los sobrevivientes de
Israel.
2. Dios se reservará un remanente santo (v. 3). Cuando todos los rebeldes hayan
sido cortados como ramas secas, a causa de su incredulidad, muchos habrán sido
dejados en el árbol. Nótese: (A) que este remanente está registrado específicamente por
Dios en el libro de la vida; (B) que no han quedado así por casualidad, sino por la gracia
de Dios, ya que no son ellos los que se inscriben a sí mismos por sus propios méritos o
esfuerzos, sino que es Dios, en su misericordia, el que allí los registra; (C) que será
llamado santo, pues santo es todo el que es aceptado por Dios.
3. Efectivamente (v. 4), bien podrá ser llamado «santo» este resto «cuando el Señor
(hebr. Adonai) haya lavado las inmundicias de las hijas de Sion y limpie la sangre de
Jerusalén (es decir, la sangre que habrá sido derramada allí) de en medio de ella, con
espíritu de juicio y con espíritu de devastación». En ambos casos el original hebreo usa
el término ruaj. Aunque dicho vocablo significa aquí algo así como el vendaval con que
Dios barre y agosta, en su gran juicio, todo lo inmundo y dañino, puede verse también la
acción del Espíritu Santo, el «ruaj Jehová», que sopla, convierte, renueva, etc. La obra
de reforma, de reavivamiento, de nuevo nacimiento, es obra de Jehová. ¿Cómo? Por el
juicio de Su providencia son destruidos los malvados, pero con el Espíritu de Su gracia
son convertidos y hechos santos los elegidos.
4. A los que Dios elige y santifica, también los protege y glorifica (vv. 5, 6).
(A) Sus moradas estarán protegidas (v. 5), pues en ellas rendirán culto y servicio a
Dios con sus familias. Dios cuida y protege las moradas de los suyos, lo mismo las
cabañas de los menesterosos que los palacios de los monarcas. Así también, donde dos
o tres creyentes están reunidos en nombre de Jesús, allí está Él, por medio de Su
Espíritu, en medio de ellos (Mt. 18:19, 20). Esta promesa de protección está tipificada
en la nube de humo que protegía al pueblo de Dios en sus andanzas por el desierto, que
los escondía de los enemigos y los preservaba del sol abrasador durante el día, y se
convertía en columna de fuego durante la noche para iluminarles. Jehová lo creará (el
mismo verbo de Gn. 1:1).
(B) La gloria de Dios (v. 5, al final) tendrá su dosel y el pueblo entero de Dios
tendrá su tienda de enramada (hebr. sukkah; comp. con Mt. 17:4) para protegerles del
sol, de la lluvia y del viento, del mismo modo que la presencia de Dios tendrá su dosel,
como si toda morada y toda congregación de Su pueblo le fuese tan querida como Su
propio tabernáculo (comp. con Ap. 21:3).
(C) Si Dios mismo es la gloria que nos circunda, Él mismo será como pared de
fuego en torno nuestro, impenetrable e inexpugnable. La gracia en el alma es la gloria
del creyente, y los que han sido favorecidos así por el amor de Dios, son guardados por
el poder de Dios (1 P. 1:5) como en un fortín inatacable. El poder y la bondad de Dios
serán el mejor tabernáculo de todos los santos. Dios mismo será su refugio y
escondedero (v. 6, comp. con Sal. 32:7). El Altísimo será la segura morada de ellos
(Sal. 91:9). Sean cuales sean el tiempo y la temperatura, Dios es siempre refugio de los
suyos.
CAPÍTULO 5
En este capítulo, el profeta, en nombre de Dios, muestra al pueblo sus transgresiones
y los juicios que se ciernen sobre ellos a causa de sus pecados: I. Por medio de la
alegoría de una viña infructuosa (vv. 1–7). II. Mediante la enumeración de seis pecados
específicos en los que incurría la generalidad del pueblo: 1. Codicia, que será castigada
con hambre (vv. 8–10). 2. Orgías (vv. 11, 12, 22, 23), que han de ser castigadas con la
cautividad (vv. 13–17). 3. Presunción y desafío a la justicia de Dios (vv. 18, 19). 4.
Confusión de los principios morales del bien y del mal (v. 20). 5. Engreimiento de sí
mismos (v. 21). 6. Perversión de la justicia, por lo que se les amenaza con una grande y
general desolación (vv. 24, 25), que habría de llevarse a cabo mediante una invasión
desde el exterior del país (vv. 26–30).
Versículos 1–7
En sus diversos métodos para despertar a los pecadores a fin de que se arrepientan y
vivan, Dios habla unas veces en términos literales, y otras veces se expresa por medio
de parábolas y alegorías; unas veces, en prosa; otras, en verso, como aquí. Esta alegoría
fue puesta en verso, no sólo para que así resultase más conmovedora, sino también para
que fuese mejor aprendida, recordada y transmitida a la posteridad. Es como una
exposición del cántico de Moisés en Deuteronomio 32, y muestra que lo que Moisés
profetizó entonces se va a cumplir ahora.
1. Vemos primero las grandes cosas que Dios había hecho por Israel. El «amado»
(hebr. yedidí, vocablo que se repite tres veces en el v. 1) es, sin duda, Jehová, aunque,
como dice Trenchard, «quizá se anticipa la persona y obra del Mesías» (comp. con Mr.
12:1–12). La figura aparece también en el Salmo 80:8–19. Véanse las ventajas que tenía
esta viña:
(A) Dios la había plantado en una ladera fértil (v. 1b). El hebreo dice literalmente:
«en un cuerno del hijo de la gordura», expresión cumulativa con la que se pone de
relieve la fertilidad de la tierra de Israel.
(B) «La había cavado y despedregado y plantado de vides escogidas» (v. 2a). Había
ahondado en el terreno, a fin de que le resultase más fácil echar raíces en una tierra que
manaba leche y miel. Había sacado de allí las piedras, para que los corazones estuviesen
prestos a recibir la divina gracia, y la había plantado con cepas escogidas, como fueron
los primeros patriarcas del pueblo de Israel: Abraham, Isaac y Jacob; en especial, la
simiente no podía ser más pura, por los principios morales y religiosos que había
inculcado a Su pueblo.
(C) Le había puesto una doble defensa (v. 5): un vallado de espinos y una cerca bien
construida de sólidas piedras, para evitar así que en ella penetrasen los transgresores. Si
ellos mismos no hubiesen derribado la cerca e inutilizado el vallado, nadie habría
podido invadir el país (v. Sal. 121:4; 125:2).
(D) Había edificado en medio de ella una torre (v. 2b), no sólo para facilitar la
vigilancia, sino también para mejor defenderla de cualquier ataque exterior. El templo
era esta torre.
(E) Había excavado también en ella un lagar (v. 2c). No había, pues, peligro de que
las uvas fuesen robadas en el camino o se echasen a perder antes de llevarlas a las
prensas; en la misma viña estaba el lagar para pisar las uvas, extraer el jugo y fabricar el
vino. Este lagar era como un tipo del altar al que habían de llevarse los sacrificios, como
frutos de la viña.
2. Vemos luego la decepción del divino viñador al ver frustradas sus esperanzas (v.
2d): «y esperaba que diese uvas, y dio agrazones». Dios espera frutos especiales de
aquellos a quienes ha conferido especiales beneficios y privilegios. Los buenos
propósitos y los buenos comienzos son cosa buena, pero no es suficiente; debe haber
fruto, verdadero, maduro y duradero, salido de un corazón cambiado y de una conducta
digna: pensamientos, afectos, palabras y acciones agradables al Espíritu de Dios. Sus
esperanzas habían salido frustradas: (A) agrazones son uvas agrias, fruto de una
naturaleza corrompida; (B) también son actuaciones religiosas hipócritas, que parecen
uvas agradables, pero son ásperos y amargos agrazones.
3. Ante este fracaso, Jehová llama al pueblo de Israel a que razonen con Él (comp.
con 1:18) sobre el caso, a ver qué les parece. El hebreo del versículo 3 dice literalmente:
«Y ahora, habitante de Jerusalén y varón de Judá, juzgad, os ruego, entre mí y mi
viña». Al principio, como advierte Slotki, «usa el singular en ambos casos para designar
al pueblo colectivamente»; pero el verbo «juzgad» está en plural, con lo que es
manifiesta la apelación a los individuos. La partícula nah (como en hosan-nah) puede
traducirse como ahora o como ruego. Slotki prefiere aquí el segundo sentido, con lo
que se pone de relieve la mansedumbre y la condescendencia de Dios.
4. Esta condescendencia divina sube de punto en las conmovedoras preguntas del
versículo 4: «¿Qué más se podía haber hecho a mi viña, que yo no lo haya hecho en
ella? ¿Cómo, esperando yo que diese uvas, ha dado agrazones?» Aquí les reta Dios a
que muestren en qué les ha faltado. Él había puesto de Su parte todo lo necesario y
conveniente para que la viña estuviese bien cuidada y produjese los buenos frutos que
podían esperarse de vides tan escogidas. ¿Qué motivo, pues, había para que, en lugar de
dar uvas exquisitas, diese uvas agrias, que no se pueden comer?
5. Vista la causa, Dios les lee la sentencia (vv. 5, 6). El hebreo del versículo 5a dice
literalmente: «Y ahora os daré a conocer lo que yo hago a mi viña». Dice Slotki: «El
uso del presente hebreo implica decisión irrevocable y actuación pronta». Como si
dijese: «Ya que no hay excusa alguna que presentar por tal proceder, me voy a
despreocupar de esa viña y será convertida en un desierto. Le quitaré su vallado (v. 5b)
y quedará completamente al descubierto, con lo que será presa segura de cuantos
quieran hollarla y destruirla. No le quedará ni la figura de viña». Quienes no quieren
llevar buen fruto serán castigados y hará que no lleven ninguno, ni bueno ni malo. La
maldición de esterilidad no es más que el justo castigo por el pecado de esterilidad.
6. Explicación de la alegoría (v. 7): «La viña es la casa de Israel, e indica así su
pecado colectivo, y el varón de Judá (lit.) es la planta de sus delicias, pues a Dios le
plugo escogerla como cepa de su agrado. De ahí que esperase de ella justicia y rectitud:
que los reyes y magistrados administrasen verdadera justicia, y que el pueblo se portase
con rectitud; pero los hechos eran muy diferentes: en lugar de justicia había violencia
opresora; en lugar de rectitud, alaridos de los oprimidos que clamaban por ayuda y
protección. Isaías, con su elegante estilo, buen letrado y poeta, pone de relieve dichos
contrastes por medio de vocablos que se parecen muchísimo, pues mishpat (justicia en
juzgar) se parece a mispaj (violencia): y tsedaqah (justicia en actuar) se parece a
tseaqah (grito o alarido).
Versículos 8–17
La codicia de las cosas materiales y el afán de satisfacer a la carne son los dos
pecados contra los que el profeta, en nombre de Dios, pronuncia aquí sus ayes. Estos
pecados, que abundaban en los hombres de Judá, eran algunas de las uvas agrias que la
viña de Israel producía (v. 4).
1. El primer ay es para los que ponen el corazón en las riquezas de este mundo (v.
8), los que juntan casa a casa, etc., de tal forma que se quedan solos en medio de la
tierra, pues, al monopolizar las fincas urbanas y rústicas, no queda espacio para los
demás. Tan desordenados son sus deseos de enriquecerse que no se preocupan ni de las
malvadas artes de que se valen para hacerse con todo, ni de la miserable condición en
que quedan los desposeídos por ellos de sus casas y sus tierras. El castigo que les espera
por este pecado (vv. 9, 10) será la desolación de las moradas y la casi total esterilidad de
las tierras: Aun las casas grandes y hermosas quedarán sin morador, ya sea por muerte
violenta, por pestilencia o por deportación; y las tierras que han acumulado producirán
una mínima fracción de lo que se sembró, hasta el punto de que un hómer (hebreo,
jómer) de semilla producirá un efá (que es la décima parte de un hómer). ¡Cosecharán
el diez por ciento de la semilla!
2. El segundo ay va para los que se entregan a los placeres de los sentidos (vv. 11,
12). La sensualidad arruina a los hombres tanto como la codicia. Estos malvados
madrugan y trasnochan para embriagarse, hasta que el alcohol les enciende, es decir,
los inflama hasta darse a toda clase de bajas pasiones; en especial, lujuria y violencia.
Tan dedicados están a comer, beber y danzar (v. 12), que no miran la obra de Jehová ni
consideran la obra de sus manos. El placer sensual les absorbe de tal modo que no
tienen tiempo para reflexionar, ni acerca del poder, la sabiduría y la bondad de Dios que
se muestran en las mismas cosas de las que ellos abusan, ni acerca de la munificencia de
la providencia divina al permitirles disfrutar de aquellas cosas que para ellos sirven de
pábulo a sus bajas pasiones. El castigo que les espera es terrible:
(A) Van a ser desalojados del país, para que la nación quede así libre de irreflexivos
borrachos (v. 13): «Por tanto, mi pueblo fue llevado cautivo por falta de conocimiento
…». Isaías habla en pasado como si ya viese realizado el castigo que profetiza. ¿Cómo
iban a tener conocimiento, si el alcohol les privaba constantemente del sano juicio?
Hasta tal punto iban a empobrecer por esta vida de continua orgía, que hasta sus
notables, personas que habrían de imponer respeto por su alta posición en la sociedad,
habían de perecer de hambre, y la multitud se había de secar de sed. ¡Justo castigo a los
que de tal modo abusaban de la comida y de la bebida!
(B) El Sheol o morada de los muertos ensanchó sus fauces (v. 14); literalmente, su
alma; es decir, en este contexto, su apetito voraz. Tantos serán los que mueran de una
manera u otra, que el Sheol tendrá que ensanchar sus puertas para poder tragarse de una
vez a la enorme cantidad que va a pasar por sus fauces. La metáfora es muy expresiva y
no necesita ulterior explicación, debido a su claridad.
(C) Los versículos 15 y 16 forman, según Slotki, un paréntesis; quizá se les podría
designar mejor como un epifonema de lo descrito hasta ahora: Todo pecador será
abatido, mientras Jehová de las huestes será exaltado en sus juicios. Un tercer castigo de
los que así abusan de los dones de Dios será la desolación en que va a quedar todo el
país por culpa de los sensuales haraganes: Los sobrios pastores tendrán pasto copioso
para sus corderos en pastizales abandonados, mientras que nómadas extranjeros (hebr.
garim) devorarán los lugares desiertos de los gordos (lit.), es decir, de los que
engordaron a costa de los demás, que comían y bebían sin preocuparse de Dios ni de los
hombres.
Versículos 18–30
I. Tenemos aquí otros cuatro ayes (vv. 18, 20, 21 y 22), con lo que son seis (número
de hombre) los que el profeta dirige en este capítulo contra otras tantas clases
específicas de malvados. En 6:5 veremos un séptimo ay muy diferente de los del
capítulo 5.
1. El tercer ay (vv. 18, 19) va dirigido contra los que tienen en poco la iniquidad y
hasta desafían a Dios a que se apresure a cumplir lo que está diciendo por boca del
profeta. Las metáforas del versículo 18 («arrastran la iniquidad como con cuerdas de
vanidad, y el pecado como con sogas de carreta») pueden interpretarse de dos modos,
como sugiere el rabino Slotki:
(A) La negligencia de la propia conducta, de forma que la comisión de pecados
menos graves conduce gradualmente (como con cuerdas tenues; de vanidad, porque son
delgadas y finas) a cometer pecados más graves. Este sentido es aquí poco probable.
(B) La determinación de entregarse al pecado a toda costa, sea con métodos suaves
o violentos. Dice Moriarty: «La imagen compara el apego del pecador hacia su pecado
con una fuerte cuerda, de las usadas para llevar por el cuello a las ovejas o los novillos.
En otras palabras, los pecadores están uncidos a sus pecados». M. Henry deduce
diferentes aplicaciones: Los que se creen seguros de conseguir sus malvados propósitos
como si los arrastrasen tras de sí con sogas de carreta, verán que les resultan cuerdas de
vanidad, que se quiebran cuando se las estira demasiado. Los que pecan por debilidad,
son arrastrados por el pecado; pero los que pecan por presunción, arrastran hacia sí la
iniquidad, a pesar de las resistencias que les opone la Providencia y los remordimientos
que les presenta la conciencia. Hay quienes, por su pecado, atraen sobre su cabeza los
juicios de Dios como si los hiciesen venir al tirar de ellos con sogas de carreta.
2. Estos malvados no sólo tienen en nada los pecados que cometen, sino que,
además (v. 19), desafían al Todopoderoso a que cumpla en ellos las amenazas que
profiere por medio de Sus profetas: «¡Venga ya, apresúrese su obra y veamos!
¡Acérquese y cúmplase el plan del Santo de Israel, para que lo sepamos! Ridiculizan al
profeta y a Dios mismo, y no están dispuestos a creer la ira de Dios desde los cielos
(Ro. 1:18) a no ser que la vean ejecutada. Si Dios se presenta contra ellos, según les ha
amenazado, es posible que se apresten a entrar en tratos con Él: «Ya hemos oído su
palabra—vienen a decir—, pero es puro hablar; que apresure su obra, que nosotros ya
nos las arreglaremos bastante bien por nosotros mismos».
3. El cuarto ay cae (v. 20) sobre los que confunden los valores morales de las cosas:
«los que al mal llaman bien, y al bien, mal, etc.». Esto es llegar, como dice Moriarty, al
«límite máximo de la depravación». No se puede ofender más a Dios, endurecer la
propia conciencia, hacerse mayor daño a sí mismos y a los demás, que tergiversar los
valores de las cosas, hasta el punto de llamar a la ebriedad buen compañerismo; a la
desfloración de doncellas, aprovechar bien la ocasión; a la codicia y al hurto, buena
administración. Y, por otra parte, llamar a la seriedad mal genio; a la piedad, insensatez;
a la bondad, infantilismo; al perdón, cobardía.
4. El quinto ay (v. 21) va dirigido a los que son sabios en sus propios ojos, etc.
(comp. con Pr. 3:7; Ro. 12:16; 1 Co. 3:18–20). Estos insensatos creían que podían
superar la infinita sabiduría de Dios y torcer los caminos de la divina providencia.
5. El sexto ay (v. 22) amenaza a los valientes y fuertes «en el arte de mezclar los
“cócteles” de aquel tiempo», como gráficamente los designa Trenchard. Estos ebrios y
embriagadores abusan del vigor que Dios les confirió para buenos fines al ponerlo al
servicio de la maldad. Al darse a los licores, debilitan su cuerpo en lugar de darle vigor.
Este versículo 22 añade a lo dicho en el segundo ay (vv. 11, 12) una nota de ironía y,
además, explica también la conexión con el versículo 23, ya que, quienes tan bien se las
apañan con los licores, también están prestos, si se hallan en posición de autoridad
(jueces y gobernantes), a recibir propinas y ser sobornados para justificar al impío y
condenar al justo, quitándole a éste sus derechos a que se le haga la debida justicia.
II. En los versículo 24–30 se describen los castigos que tales pecados van a atraer
sobre los transgresores. El justo Dios va a tomar justa vindicación. Él mismo había
comparado su pueblo a una viña (v. 7), de la que esperaba recibir buen fruto; pero la
gracia de Dios había sido recibida en vano (v. 24): la raíz misma se había podrido, al
secarse desde abajo, por lo que todos los brotes, áridos y sin fruto, habían sido
aventados como el polvo o el tamo de las eras (comp. con Sal. 1:4). El pecado debilita
la fuerza de los pueblos, de forma que fácilmente son arrancados de raíz, les quita la
belleza del florecimiento y les priva de toda esperanza de buenos frutos de éxito y
prosperidad. ¿Qué pueden esperar, sino el enojo de Jehová de las huestes, del Santo de
Israel, cuya ley pisotearon? Dios no rechaza a los hombres por una transgresión
cualquiera de Su ley y de Su Palabra; pero cuando Su ley es pisoteada, y Su Palabra es
menospreciada y hasta hecha objeto de burla, ¿qué otra cosa pueden esperar, sino que
Dios los abandone del todo?
1. Así pues (v. 25), «se encendió el furor de Jehová contra su pueblo y extendió
contra él su mano». Esa mano que tantas veces se había extendido a favor de ellos
contra sus enemigos, ahora se extiende contra ellos para herirlos, y se estremecieron los
montes. Cuando Dios arremete airado contra un pueblo, tiemblan los montes; incluso
los más valientes son presa del pánico. ¿Y qué vista puede ser tan aterradora como la de
los cadáveres que yacen como basura en medio de las calles? (v. 25b). Esto da a
entender que es una gran multitud la que va a caer; no sólo van a morir soldados en el
campo de batalla, sino también muchos habitantes de las ciudades, pasados a cuchillo, a
sangre fría. También insinúa que los supervivientes no dispondrán de manos ni de
corazón para enterrar los cadáveres.
2. Esta ruina será llevada a cabo por fuerzas extranjeras (con la mayor probabilidad,
los asirios), pues quienes conocen a Dios no son empleados por Él como instrumentos
de los que se valga para llevar a cabo Sus designios. Comenta Trenchard: «Sin
embargo, según la “perspectiva profética”, la invasión asiria prefiguraría otras que han
asolado Palestina en el decurso de la historia, y quedaría la más terrible para los tiempos
del Día de Jehová, descrito tan gráficamente en la profecía de Joel». El texto sagrado (v.
26) dice que alzará pendón (como señal para que reúnan sus fuerzas y las preparen para
la batalla) a naciones lejanas. Si Dios alza su pendón como señal para la guerra, puede
inclinar el corazón de los hombres para que se alisten en las fuerzas armadas, aun
cuando no sepan por qué.
3. Los versículos 27–30 describen, con brillantes imágenes, «la rapidez, disciplina y
empuje del enemigo asirio» (Moriarty), mencionadas ya en el versículo 26b.
(A) Aunque sus marchas sean prolongadas y los caminos sean ásperos (v. 27), «no
habrá entre ellos cansado ni quien tropiece».
(B) Aunque se vean forzados a mantenerse en vela por mucho tiempo, sin quitarse
los arreos militares ni tomarse un momento de descanso (v. 27b), «ninguno se dormirá,
ni le tomará el sueño; a ninguno se le desatará el cinto de los lomos, ni se le romperá la
correa de las sandalias», sino que llevarán siempre puesto el cinto y la espada al
costado.
(C) Sus armas y municiones estarán en óptimo uso; sus caballos y sus carros, tan
fuertes para la guerra que no habrá miedo de que se les estropeen en medio de la batalla
(v. 28): «Sus saetas estarán afiladas, y todos sus arcos tensados; los cascos de sus
caballos parecerán como de pedernal, y las ruedas de sus carros como torbellino».
(D) Todos los soldados serán bravos y atrevidos (v. 29): «Su rugido será como de
león, el cual se anima a sí mismo por medio de su rugido y causa terror a cuantos se
aproximan a él. Su bramido será aquel día (v. 30) como el bramido del mar. No habrá
entonces para los israelitas la menor esperanza de alivio ni de socorro. Si la luz se
oscurece en los cielos (v. 30b), ¡cuán grande será tal oscuridad! Si Dios esconde Su
rostro, no es extraño que los cielos escondan el suyo (comp. con Job 34:29)». Es de
advertir que el sujeto del verbo «mirará» (v. 30b) no es precisamente el enemigo
invasor, sino que el sentido es el siguiente (según lo han visto las versiones modernas,
como la NVI): Y si alguien mira a la tierra, verá tinieblas y tribulación …».
CAPÍTULO 6
Hasta ahora Isaías, con una comisión profética solamente virtual, y aun tácita, al ver
tan poco fruto en su ministerio, comenzaba a pensar en dimitir de su oficio. Por
consiguiente, Dios va a renovarle la comisión de tal manera que pueda estimularle el
celo, aunque parecía que estaba trabajando en vano. En este capítulo tenemos: I. Una
visión que Isaías tuvo de la gloria de Dios (vv. 1–4). II. El terror que dicha visión le
infundió (vv. 5–8). III. La comisión que recibió de Dios para ir a predicar a un pueblo
impenitente, aunque Dios mismo se reservará un remanente de misericordia (vv. 9–13).
Versículos 1–4
Contra la opinión de M. Henry—nota del traductor—expresada en la precedente
introducción y división del capítulo, es altamente probable que aquí tengamos el primer
llamamiento de Isaías a la función profética, de forma que los capítulos 1–5 habrían de
considerarse como «una introducción a la colección total de oráculos, destacando los
temas principales del libro» (Trenchard).
Va, pues, Isaías a comenzar su ministerio con una visión de la gloria de Dios. Como
Dios de la gloria (Hch. 7:2), se apareció primero Dios a Abraham; también (Éx. 3:2) a
Moisés. La profecía de Ezequiel y el libro profético de Juan (Apocalipsis) se abren
también con visiones de la divina gloria. Quienes han de enseñar a otros el
conocimiento de Dios, tienen que estar ellos mismos en íntima comunión con Él.
Dice el texto sagrado que la visión fue (v. 1) «en el año en que murió el rey Uzías».
Uzías reinó desde el año 790 a. de C. hasta el 739. La visión, pues, tuvo lugar el año
739, antes o después de la muerte del rey. El contraste que Isaías pone de relieve no
puede pasar desapercibido por ningún lector atento: «El mismo año que murió el rey de
Judá, tras un reinado de 51 años, sólo sobrepasado en Judá por Manasés (quien reinó 55
años), Isaías vio en Su trono al Rey de los cielos y de la tierra». ¡Los reyes humanos,
por mucho que reinen, al cabo mueren! Uzías murió leproso en un hospital. Dios es un
Rey que nunca muere, y cuyo reinado no tiene fin.
El texto sagrado nos ofrece también otra insinuación: Isaías no tiene que turbarse
por la muerte del monarca en tiempos que van a ser desde ahora muy difíciles, porque
Jehová, el verdadero Rey de Israel, no muere ni se duerme. Tiene el mismo poder y
amor de siempre para proteger a Su pueblo; también para castigarle como se merece,
pero en la ira se acordará de la misericordia (v. 13). Pasemos ya al análisis de la
porción.
1. Dios se aparece a Isaías «sentado (v. 1b) sobre un trono alto y sublime, esto es,
excelso; elevado sobre todos los demás tronos, no sólo porque los trasciende, sino
también porque los domina y controla. El profeta no vio la invisible esencia de Dios; el
hebreo no dice que vio a Jehová, sino a Adonay (el Señor); esto es, las señales externas
de Su soberano señorío. Según aclaró el propio Jesús (Jn. 12:41), Isaías vio la gloria de
Cristo, al Monarca Eterno (v. Lc. 1:33) sobre un trono: (A) trono de gloria, ante el que
hemos de adorar; (B) trono de gobierno, al que nos hemos de someter; (C) trono de
gracia, al que podemos acercarnos con toda confianza (He. 4:16).
2. «Y la orla de Su manto (v. 1b)—continúa Isaías—llenaba el templo». Como hace
notar Trenchard, Isaías no era sacerdote; no podía, pues, penetrar en el santuario
propiamente dicho, sino que estaría «en el patio de los israelitas que rodeaba al de los
sacerdotes … Quizá hemos de pensar que Isaías, al adorar a Dios en el patio de los
israelitas, cayera en un éxtasis, y recibiese así la visión que describe». De acuerdo
totalmente con Trenchard—nota del traductor—, hago notar que Isaías no es aquí un
«vidente» (hebr. roeh), sino alguien «que tiene una visión» (hebr. jozeh) por medio de
figuras, símbolos, etc. (como Juan en el Apocalipsis). Isaías llama «la orla de Su
manto» al humo o nube (la shekinah), que mostraba visiblemente la presencia especial
de Jehová en medio de Su pueblo.
3. Pero Isaías no vio solamente al Señor (v. 2): «Sobre Él (el Señor), es decir,
asistiéndole, estaban los serafines», vocablo derivado del verbo saraph (arder o
quemar). Los serafines arden de amor a Dios, de celo por Su gloria y de odio al pecado.
La gloria de ellos está en tener abundancia, no sólo de la luz del conocimiento de Dios,
sino del ferviente amor a Su santo nombre. Cada uno tenía seis alas, pero no extendidas
(como las que vio Ezequiel, 1:11), sino que:
(A) Cuatro eran para cubrirse: «Con dos cubrían sus rostros, en señal de reverencia,
para no mirar hacia la gloria de la presencia de Dios; con otras dos cubrían sus pies, en
señal de modestia, a fin de no descubrir el cuerpo» (metafóricamente). Reverencia,
humildad y modestia son las lecciones que estos serafines enseñan con esto a los
adoradores de Dios.
(B) Dos eran para volar. Cuando Dios los envía para cumplir algún encargo urgente,
vuelan rápidamente (v. 6, comp. con Dn. 9:21). Esto nos enseña a hacer la obra de Dios
con gozo y sin demora.
4. El profeta escucha luego las voces de alabanza a Dios que los serafines profieren
(v. 3). Hacemos notar, y lo repetiremos más de una vez, que la Biblia NUNCA presenta
a los ángeles cantando, sino dando voces. «El uno al otro» no significa que todos
gritasen a la vez, sino alternándose, como en forma antifonal. Se expresaban de manera
semejante a la de los cuatro seres vivientes de Apocalipsis 4:8, y ensalzaban de modo
especial la santidad de Dios. Del poder de Dios se habla dos veces en Salmos 62:11,
pero aquí se repite tres veces Su santidad, lo cual, en hebreo, equivale a un gran
superlativo, no a la Trinidad de personas en Dios. Jehová de las huestes es el título que,
como siempre, pone de relieve el poder de Dios, como general en jefe de las fuerzas
armadas de Israel.
5. Obsérvese a continuación (v. 4) la respuesta de los elementos inanimados ante
esta invocación de la santidad y del poder de Dios: «Los quiciales de las puertas, como
sacudidos por un terremoto, se estremecieron con la voz de los que clamaban, y la casa,
esto es, el templo, se llenó de humo; la nube de la shekinah, que ya se extendía por el
santuario (v. 1), se hizo más densa y extensa, a fin de velar todavía más la trascendente
presencia de Dios (comp. Job 26:9). En el templo celestial, todo se verá con claridad, a
la luz de la gloria de Dios (Ap. 21:23; 22:5). Allí Dios habita en una luz inaccesible (1
Ti. 6:16). En la tierra, habita en una nube densa (2 Cr. 6:1), es decir, muy oscura, de las
que el sol no puede atravesar con su luz.
Versículos 5–8
1. Aquí vemos primero la consternación del profeta ante esta visión de la gloria de
Dios (v. 5): «Entonces dije. ¡Ay de mí, que estoy muerto!», es decir, perdido, arruinado.
Recuérdese que, en el capítulo 5, son seis las veces que Isaías dirige el dedo hacia los
demás, y dice: «¡Ay de los que …!» Pero ahora que ha visto la gloria de Dios, ya no
dice: «¡Ay de los que …!», sino «¡Ay de mí!» La gravedad de los propios pecados sólo
se echa de ver a la vista de la santidad del Dios tres veces santo, del mismo modo que
las partículas de polvo, flotantes en una habitación o adheridas a los cristales de la
ventana, sólo se ven bien cuando les dan de lleno los rayos del sol. Veamos:
(A) Qué es lo que Isaías vio en sí para exclamar de ese modo: «Estoy perdido,
porque soy hombre de labios inmundos y habito en medio de un pueblo de labios
inmundos». Tenemos muchos motivos para clamar así ante el Señor, porque: (a) «El
énfasis recae sobre “los labios” por la razón de que éstos dan a conocer la corrupción
interna del hombre caído, tal como recalcó el Maestro en Marcos 7:18–23» (Trenchard).
Si nuestros labios no están consagrados a Dios, seremos indignos de tomar el nombre de
Dios en nuestros labios. La impureza de nuestros labios debería sernos objeto de
pesadumbre, pues por nuestras palabras seremos justificados o condenados. (b) Vivimos
en medio de gentes que tienen también inmundos los labios. Esta enfermedad es
hereditaria y epidémica, lo cual, lejos de disminuir la culpa, debería aumentar la
pesadumbre, al considerar que no hemos hecho todo lo posible para limpiar los labios
de nuestros prójimos; en lugar de ello, hemos aprendido el lenguaje de ellos, como José
en Egipto cuando juró por el Faraón (Gn. 42:16).
(B) Qué es lo que motivó tan tristes reflexiones (v. 5b): «Mis ojos han visto al Rey,
Jehová de las huestes». Estamos perdidos si no hay un Mediador entre nosotros y este
Dios santo (v. 1 S. 6:20). Isaías fue humillado de esta manera, a fin de prepararle para el
honor que se le iba a conferir con el llamamiento al ministerio profético.
2. Vemos luego la forma en que los temores del profeta fueron acallados con las
palabras de consuelo que el serafín le dirigió (vv. 6, 7). Uno de los serafines voló
rápidamente hacia él para purificarle. Quienes son abatidos con las visiones de la gloria
de Dios pronto serán levantados de nuevo con las visitas de su gracia. Aquí vemos
despedido por algún tiempo del trono de la gloria de Dios a un serafín, a fin de ser
mensajero de gracia para un hombre bueno; y vino a él volando. También al Señor
Jesús, en su agonía, se le apareció un ángel del cielo para fortalecerle (Lc. 22:43). El
ángel vino con un carbón encendido, tomado del altar (ya fuese de los holocaustos o de
los perfumes). El Espíritu de Dios actúa como fuego (Mt. 3:11). Al profeta que se sentía
muerto (v. 5), el serafín le infundió vida, porque el modo de purificar los labios de la
impureza del pecado es encendiendo el alma con el amor de Dios (v. 7): «Mira que esto
ha tocado tus labios, te es quitada la culpa y expiado el pecado». La culpa del pecado
es removida con el perdón de la misericordia; la corrupción del pecado, con el efecto
renovador de la gracia. Por tanto, nada puede impedir que Isaías sea aceptado por Dios,
no sólo como simple adorador, sino como mensajero suyo a los hijos de Israel.
3. Tenemos luego la comisión que Isaías recibe de parte de Dios (v. 8). Sólo el que
tiene íntima comunión con Dios puede recibir comunicaciones de parte de Dios: «¿A
quién enviaré, dice Dios, y quién irá de nuestra parte?» Este último plural puede
tomarse como mayestático o, mejor en este contexto, deliberativo. Dice Ryrie: «Se ve a
Dios como a un rey en consejo. Esta frase abre ciertamente paso a más plenas
revelaciones de la Trinidad en el Nuevo Testamento». De este modo Dios nos enseña
que el envío de obreros de la Palabra no debe hacerse sin una madura deliberación. Y el
ministerio recibe un singular honor al ver a Dios así consultado en el seno de la
Trinidad antes de enviar a un profeta en su nombre. La incapacidad natural del profeta
es absoluta, y Dios toma la iniciativa, pero al decir: «¿A quién enviaré …?», insinúa que
ha de enviar un profeta semejante a sus hermanos (He. 2:17). Dios se complace en
enviarnos hombres como nosotros, implicados en los mensajes que traen, pues los
colaboradores de Dios son copecadores con nosotros. «Y para estas cosas, ¿quién está
capacitado?» (2 Co. 2:16b). A nadie se le permite ir en nombre de Dios, sino a los que
son enviados por Él (Ro. 10:15). Con los labios ya limpios por el fuego del altar, el
joven profeta se pone enteramente a disposición del Señor, incluso antes de conocer el
mensaje que había de predicar. Así le ofrece a Dios «carta blanca», sean cuales sean las
dificultades que puedan salirle al paso en el desempeño de su misión.
Versículos 9–13
Dios le toma la palabra a Isaías y le envía a predicar un extraño mensaje: Predecir la
ruina de su pueblo, e incluso madurarlos para dicha ruina. La misma habría de ser la
situación en los días del Mesías, cuando la gran mayoría de los judíos iban a rechazar
obstinadamente el Evangelio y a ser, por eso mismo, temporalmente rechazados por
Dios. Estos versículos son citados en parte, o claramente aludidos, por seis veces en el
Nuevo Testamento. Se le dan aquí a entender a Isaías cuatro cosas:
1. Que la generalidad del pueblo al que es enviado va a hacerse el sordo a su
mensaje y a cerrar voluntariamente los ojos a las revelaciones de la mente y de la
voluntad de Dios que el profeta les va a comunicar (v. 9).
2. Que, puesto que no quieren hacerse mejores mediante su ministerio, se harán
peores por él. Quienes cierran voluntariamente los ojos a la luz de la verdad divina,
merecen ser cegados por justo juicio de Dios (v. 10): «¡Engórdale el corazón a este
pueblo, agrávales los oídos y ciérrales (por completo) los ojos!» «Engordar» (lit.)
significa rodear de grasa el corazón, de forma que se vuelva sensual e impermeable a las
cosas de Dios. «Agravar los oídos», esto es, hacerlos pesados, significa endurecerles el
tímpano para que no puedan oír. El verbo hebreo hashá, más bien que «cerrar»,
significa «untar, embarrar, ensuciar», de forma que, por mucho que abran los ojos, no
puedan ver por incapacidad funcional justamente merecida.
Para entender mejor—nota del traductor—estos difíciles versículos 9 y 10, es
necesario tener en cuenta: (A) Que el hebreo no hace distinción entre conjunciones
finales (a fin de que) y consecutivas (de forma que). Así, la frase: «para que no vean»
habría de entenderse como: «de modo que no verán». (B) De manera semejante, el
hebreo del Antiguo Testamento tampoco distingue entre lo que es efecto de la voluntad
directiva de Dios y lo que es efecto de Su voluntad permisiva (v. por ej. 2 S. 24:1, a la
luz de 1 Cr. 21:1).
3. Que la consecuencia de este endurecimiento habría de ser la ruina casi total del
pueblo (vv. 11, 12). El profeta, asustado por la terrible sentencia de Dios, pregunta (v.
11): «¿Hasta cuándo, Señor?» Como si dijese: «¿Va a durar por siempre esta condición
del pueblo? ¿Vamos a estar, yo y otros profetas, trabajando en vano entre ellos, de
forma que nunca mejore la situación?» En respuesta a esto, Dios le dice que ha de
continuar predicando al pueblo y profetizando su ruina aunque el pueblo se haga el
sordo a su mensaje y sufra las consecuencias en la deportación a Babilonia, cuando la
tierra quedará completamente desierta (v. 11) y los hombres serán alejados de ella (v.
12). Los juicios espirituales comportan muchas veces castigos temporales sobre
personas y lugares.
4. No obstante (v. 13), Dios se reservará un remanente como monumento a su
misericordia. Recordemos que la visión de Isaías tiene lugar antes de la caída del reino
del norte. Cuando las diez tribus del reino de Israel marcharon deportadas a Asiria,
quedó «la décima parte», esto es, el reino de Judá, pero también ésta, dice aquí el
Señor, «será devorada de nuevo» (lit.). A su vez, después de la deportación a Babilonia,
había de volver una décima parte de aquella décima parte que constituía el reino de
Judá, con lo que siempre queda del pueblo de Dios un tocón, esto es, una pequeña parte
del tronco con su raíz, de forma que no sólo queda suficiente para chupar la savia, sino
también para recibir injertos (v. Ro. 11:17–24). El tocón es como el del terebinto (mejor
que roble), que, «al ser cortado, fluye de él un jugo fragante y resinoso» (Ryrie), y el de
la encina, árbol fuerte y añoso; «la simiente santa, añade (v. 13b), será su tocón». A
pesar de su apostasía y del consiguiente terrible castigo de Dios, el remanente es la
«simiente santa» (comp. con Dt. 7:6; Esd. 9:2), por ser del pueblo «santo», elegido por
Dios.
CAPÍTULO 7
Este capítulo nos presenta mensajes juntamente de juicio y de gracia en un momento
crítico de la historia del reino de Judá. Tenemos aquí: I. La consternación del rey Acaz
ante las amenazas de las fuerzas confederadas de Siria e Israel contra Judá (vv. 1, 2). II.
La seguridad que Dios le da, por medio de Isaías, de que el intento de los confederados
será frustrado y Jerusalén será preservada (vv. 3–9). III. La confirmación de esto por
medio de una señal milagrosa que Dios ofrece al rey Acaz (vv. 10–16). IV. La amenaza
de una gran desolación que Dios hará venir, por medio de los asirios, sobre Acaz y su
reino, aun cuando hayan escapado de la tormenta presente, por haber continuado en su
maldad (vv. 17–25).
Versículos 1–2
1. Isaías había recibido su comisión profética el año en que murió Uzías (6:1). Su
hijo Jotam reinó, y reinó bien, durante dieciséis años. No cabe duda de que Isaías
profetizó durante ese tiempo como se le había mandado, pero el texto sagrado no
registra ninguna de sus profecías durante ese tiempo. Las que hallamos en este capítulo
fueron hechas en los días de Acaz hijo de Jotam (v. 1).
2. Vemos aquí una temible confederación contra Judá y Jerusalén por parte de
Retsín, rey de Siria, y de Peqaj, rey de Israel, quienes ya habían hecho sus correrías
contra Judá en tiempos de Jotam (v. 2 R. 15:37). Pero ahora, en el segundo o tercer año
de Acaz, entraron en coalición contra Judá. Como Acaz, a pesar de hallar la espada
pendiente sobre su cabeza, había comenzado con idolatría su reinado, «Jehová su Dios
lo entregó en manos de los sirios, los cuales lo derrotaron … Fue también entregado en
manos del rey de Israel, el cual lo batió con gran mortandad» (2 Cr. 28:5).
Envalentonados con esta victoria, se pusieron en camino en dirección a Jerusalén para
ponerle asedio.
3. Vemos luego la consternación de Acaz y de su corte al recibir la noticia: «Siria se
ha confederado con Efraín». El reino del norte es llamado así por haber sido su primer
monarca, Jeroboam, de la tribu de Efraín. Y, sin mencionar por su nombre en este
versículo 2 a Acaz, porque, como dice la tradición rabínica, «el nombre de este rey
malvado no merece el honor de ser mencionado», «se le estremeció el corazón y el
corazón de su pueblo, como se estremecen los árboles del monte a causa del viento». La
causa real de este pánico era la debilidad de su fe y su subconsciente sentimiento de
culpabilidad.
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Isaías

  • 1. ISAÍAS Profeta es alguien que tiene gran intimidad con el Cielo y gran interés en la Tierra y, por consiguiente, gran autoridad sobre el mundo. La profecía era expresada de ordinario por medio de sueños, voces o visiones; era comunicada primeramente a los profetas y, por medio de ellos, a los hijos de los hombres (v. Nm. 12:6). Antes que comenzase a ser redactado el canon del Antiguo Testamento había ya profetas, quienes hacían las veces de una Biblia para los hombres. Nuestro Salvador insinuó que Abel fue uno de los profetas (v. Mt. 23:31, 35). También Enoc fue profeta; Noé fue predicador de justicia. De Abraham dijo Dios: «es profeta» (Gn. 20:7). Jacob predijo futuros acontecimientos (Gn. 49:1 y ss.). Moisés fue, más allá de toda comparación, el más ilustre de todos los profetas del Antiguo Testamento, pues Dios hablaba con él cara a cara (Dt. 34:10). Pero después de la muerte de Moisés, durante mucho tiempo, el Espíritu de Dios se manifestaba y actuaba en el pueblo de Israel más bien como espíritu marcial que como espíritu profético; en tiempos de los Jueces, inspiraba a los hombres para la acción más bien que para la proclamación. Así hallamos al Espíritu de Dios que viene sobre Otoniel, Gedeón, Sansón y otros para servir al país, no con pluma, sino con espada. En todo el Libro de Jueces no se halla una sola mención de un profeta; sólo Débora es llamada profetisa. Entonces la Palabra de Dios era de mucho precio; no había visión frecuente (1 S. 3:1). Pero con Samuel revivió la profecía, y él constituyó el principio de un famoso período profético, un tiempo de gran luz en constante e ininterrumpida sucesión de profetas, hasta un par de siglos después de la deportación a Babilonia, cuando quedó completo el canon del Antiguo Testamento. Entonces cesó la profecía por casi cuatrocientos años. Hallamos profetas levantados por Dios para especiales servicios públicos, entre los cuales los más famosos fueron Elías y Eliseo en el reino de Israel. No ha quedado de ellos nada escrito, excepto una breve carta de Elías en 2 Crónicas 21:12–15. Sin embargo, en los siglos finales de los reinos de Judá e Israel, plugo a Dios instruir a sus siervos los profetas para que pusiesen por escrito algunos de sus mensajes. Muchas fechas de tales profecías son inseguras, pero las primeras datan de tiempos de Uzías rey de Judá y de Jeroboam II, contemporáneo suyo, rey de Israel, unos 200 años antes de la deportación. Hubo quienes asesinaron a los profetas, pero no pudieron matar sus profecías; éstas permanecen como testigos contra ellos. Oseas fue el primero de los profetas escritores. Joel, Amós y Abdías publicaron sus profecías por el mismo tiempo. Isaías lo hizo algún tiempo después, pero su profecía está colocada al principio de los libros proféticos, no sólo por ser la más larga de todas, sino por su predominante referencia al Mesías, de quien todos los profetas dieron testimonio; tanto que justamente se le apellida el Profeta Evangélico, y hasta hubo escritores antiguos que lo llamaron el Quinto Evangelista. De él nos vamos a ocupar de inmediato. Y, antes de entrar de lleno en el comentario de su profecía, conviene hacer constar dos puntos por vía de introducción especial: I. En cuanto al profeta mismo. Si hemos de dar crédito a la tradición de los judíos, pertenecía a la familia real, pues dicen que su padre era hermano del rey Uzías. Lo cierto es que se le veía con mucha frecuencia en la corte, especialmente en tiempos de Ezequías. Notemos que el Espíritu de Dios proveía con frecuencia a sus propios designios por medio del carácter particular del profeta, ya que los profetas no eran trompetas parlantes a través de las que hablaba el Espíritu, sino hombres con razón y lengua propias, por medio de los cuales hablaba el Espíritu, y hacía uso de los poderes naturales de ellos, tanto con respecto a la luz de la inteligencia como con respecto a la llama del corazón, aunque elevándolos por encima de sí mismos.
  • 2. II. En cuanto a la profecía. Es de primerísima importancia y utilidad; sirve para convencer de pecado, instruir en el deber y consolar en la aflicción. Dos grandes aprietos del pueblo de Dios se nos refieren en ella: La invasión de Senaquerib, la cual ocurrió en vida del profeta, y la deportación a Babilonia, que aconteció mucho tiempo después. En el aliento y ánimo que la profecía de Isaías proporciona para el tiempo de tales aprietos, hallamos abundante gracia del Evangelio. De ninguna otra profecía (y aun de todas juntas) quedan en los Evangelios tantas citas como de ésta. También sobrepasa a todas en explícitos testimonios acerca de Cristo, como lo vemos en cuanto a su nacimiento de una virgen (7:14) y a sus padecimientos redentores (cap. 53). Al comienzo del libro abundan especialmente los reproches por el pecado y las amenazas de castigo, pero la última parte está llena de palabras de consuelo. Éste es el método que el Espíritu de Cristo usó primero en los profetas y sigue todavía usando: convencer primero y consolar después; y quienes deseen verse bendecidos con las consolaciones deben someterse a las convicciones. CAPÍTULO 1 El primer versículo de este capitulo sirve de título a todo el libro. El mensaje que aquí se contiene consta de los siguientes puntos: I. El cargo que, por medio del profeta, hace Dios a la nación judía: 1. Por su ingratitud (vv. 2, 3). 2. Por su endurecimiento (v. 5). 3. Por la universal corrupción y degeneración del pueblo (vv. 4, 6, 21, 22). 4. Por la perversión de la justicia a manos de los gobernantes (v. 23). II. La triste queja de Dios en los juicios que ellos mismos se habían atraído por sus pecados y por los que habían llegado al borde de una casi completa ruina (vv. 7–9). III. El justo rechazo de aquellas caretas de religión que se ponían, no obstante la general degeneración y apostasía (vv. 10–15). IV. El urgente llamamiento al arrepentimiento y a la reforma de conducta, al poner ante ellos la vida y la muerte (vv. 16–20). V. Amenaza de ruina a quienes rehúsen cambiar de mentalidad y de conducta (vv. 24, 28–31). VI. Promesa de una feliz renovación final y de un retorno a su primitiva pureza y prosperidad (vv. 25–27). Versículo 1 1. El nombre del profeta. Isaías (hebr. Yeshayah o Yeshayahu) significa «salvación de Jehová» y es equivalente de Yehoshuah o Yeshúah (Jesús), nombre muy apropiado para este profeta, cuya profecía contiene tantas cosas acerca de Jesús nuestro Salvador y de la gran salvación que Él llevó a cabo a favor nuestro. De él leemos que era hijo de Amós, quien, según la tradición judía, era hermano del rey Amasías, padre de Uzías. 2. La naturaleza de la profecía. Es una visión (hebr. jazón). Los profetas eran llamados videntes, ya fuese porque realmente veían lo oculto y lo futuro, ya fuese porque tenían visiones. Este segundo sentido es el que tiene aquí el vocablo hebreo. Mediante la revelación divina, Isaías contemplaba con los ojos del espíritu todo lo que aquí va a exponer, incluidos los oráculos que comunicará proféticamente a lo largo de todo el libro. 3. El contenido de la profecía. Algunos capítulos se refieren a Babilonia, Egipto, Tiro y otras naciones vecinas; pero en su título hace referencia a lo que va a ser el objeto principal de la profecía y, por consiguiente, dice que es una visión que tuvo concerniente a Judá y Jerusalén. Singulariza a ésta por ser la capital del reino. El profeta comunica su mensaje: (A) en forma de instrucción, pues a ellos les pertenecían los oráculos de Dios (Ro. 3:2; 9:4); (B) en forma de reproche y amenaza, porque si se halla iniquidad en Judá y en Salem, tarde o temprano serán llamados a cuentas; (C) en forma de consuelo y aliento en tiempos difíciles, pues los hijos de Sion se regocijarán en su rey. 4. La fecha de la profecía. Isaías profetizó en días de Uzías, Jotam, Acaz y Ezequías. De aquí se deduce: (A) Que profetizó por largo tiempo, especialmente si, como dicen
  • 3. los judíos, terminó su vida aserrado por medio bajo orden de Manasés, a lo que algunos suponen que se refiere el autor de Hebreos en 11:37. Desde el día en que murió el rey Uzías (6:1) hasta la enfermedad y recuperación de Ezequías, pasaron cuarenta y siete años. Por cuánto tiempo profetizó antes de lo uno y después de lo otro, no se sabe de cierto. (B) Que pasó por diversas vicisitudes. Jotam fue buen rey; Ezequías, todavía mejor, y no cabe duda de que se aconsejó del profeta; pero entre ambos, y cuando Isaías se hallaba en la flor de la vida, el reinado de Acaz fue muy profano y malvado. Versículos 2–9 1. El profeta, aunque habla en nombre de Dios, al no esperar ser escuchado por sus compatriotas, se dirige a los cielos y a la tierra (v. 2): «Oíd, cielos, y escucha tú, tierra». De criaturas inanimadas, que cumplen las leyes que les fijó su Creador, se puede esperar que escuchen el mensaje de Dios mejor que este pueblo estúpido y sin sentido. ¡Avergüencen las luminarias del cielo la tenebrosidad de ellos, así como la fructuosidad de la tierra la esterilidad suya, y la regularidad con que cielos y tierra siguen sus órbitas y se ajustan a las diversas estaciones; avergüence la irregularidad de ellos! Así comienza también Moisés en Deuteronomio 32:1. 2. Les acusa de vil ingratitud. Que escuchen los cielos y la tierra y se asombren: (A) del amoroso comportamiento de Dios con un pueblo tan displicente y provocador: … Crié hijos y los engrandecí». Estaban bien criados e instruidos (v. Dt. 32:6); (B) de la conducta antinatural de ellos hacia el que tan tiernamente se había comportado con ellos: … Y ellos (enfático en el hebreo) se han rebelado contra mí». 3. El profeta atribuye esta anomalía a la ignorancia e irreflexión de ellos (v. 3): «El buey conoce … pero Israel no conoce». (A) Perspicacia del buey y del asno, criaturas de la más lerda especie; no obstante, el buey tiene tal sentido del deber como para reconocer a su amo y servirle. El asno, por su parte, tiene tal sentido de su interés como para reconocer el pesebre de su amo y apresurarse a llegar allá donde se le da de comer. Por tan lerdos animales es avergonzado el hombre en su falta de conocimiento, y no sólo se le manda a la escuela del buey y del asno para que aprenda de ellos (Pr. 6:6, 7), sino que se le coloca en un grado inferior al de ellos (Jer. 8:7). (B) Necedad y estupidez de Israel. Dios es su amo y propietario. Él los creó y ha provisto abundantemente para ellos. Lo mismo ha hecho con nosotros. No obstante, muchos que dicen pertenecer al pueblo de Dios exclaman: «¿Qué es el Todopoderoso para que hayamos de servirle?» No saben ni reflexionan. Conocen, es cierto (comp. con Ro. 1:21), pero tal conocimiento no les sirve de nada, porque no consideran lo que conocen ni lo aplican a su caso. La inconsideración de lo que conocemos es un enemigo tan grande como la ignorancia de lo que deberíamos conocer. Éstas son las causas de que los hombres se rebelen contra Dios. 4. Se lamenta Isaías de la corrupción del reino de Judá. La enfermedad del pecado era epidémica y todos los estamentos de la sociedad, todas las clases, estaban sufriendo la infección de dicha epidemia: «¡Oh nación pecadora …!» Tanto más culpable cuanto que era el pueblo escogido de Dios. (A) La maldad era universal. La generalidad del pueblo era presa de los vicios y de la profanidad. Su perversidad pesaba sobre ellos como un talento de plomo (Zac. 5:7, 8). Procedían de mala estirpe; eran raza de malhechores dañosos (lit.). Llevaban la traición en la sangre. Y eran hijos depravados. Como indica el hebreo, no sólo eran corruptos, sino también corruptores; propagadores del vicio, que infectaban a otros. «Abandonaron a Jehová, despreciaron al Santo de Israel y le volvieron la espalda» (v. 4b). El hebreo niatsú indica un desprecio provocativo, deliberado y con mala intención: Sabían lo que irritaba a Dios y lo ponían por obra.
  • 4. (B) El profeta lo ilustra mediante una comparación tomada de un cuerpo infectado totalmente por la lepra o, como el de Job, por llagas malignas (vv. 5, 6, comp. con Job 2:6, 7). La enfermedad afectaba a los órganos vitales y amenazaba así ser mortal. Se habían corrompido en su discernimiento: tenían la cabeza llena de lepra, se había extendido por todo el cuerpo la enfermedad, y se había vuelto así extremadamente nociva. «No hay en él cosa sana» (v. 6b). No habiendo buenos principios, no queda sino herida, hinchazón y podrida llaga. Como advierte Trenchard, «las expresiones del versículo 6 corresponden a heridas causadas por palos o látigos, y no a los síntomas de una grave enfermedad». (C) Por otra parte, no había intentos de reforma; o, si los había mostraban ser ineficaces (v. 6b): «No están curadas, ni vendadas ni suavizadas con aceite». Mientras el pecado permanece sin arrepentimiento ni confesión, las heridas espirituales no se curan ni se cierran; en realidad, es imposible su curación. 5. El profeta se lamenta tristemente de los juicios divinos que los israelitas han atraído sobre sí mismos. Su reino está al borde de la ruina (v. 7): «Vuestra tierra (es) una desolación» (lit.). Y continúa: En cuanto a los frutos de vuestros campos, que habrían de servir de alimento a vuestras familias, extranjeros los devoran en presencia vuestra, sin que podáis impedirlo; morís de inanición, mientras vuestros enemigos se sacian. «La hija de Sion (v. 8), Jerusalén, como una doncella cuya madre era el templo edificado sobre el monte Sion, se hallaba ahora como choza en viñedo, como cabaña en melonar … Dice F. L. Moriarty: «El aislamiento en que quedará Jerusalén lo compara a la frágil y solitaria choza del que guarda la viña». En todo esto, Isaías se refiere a la invasión de Tiglat-Pileser en 734 o, más probable, a la de Senaquerib en 701. 6. Isaías se consuela al considerar el remanente que había de ser un monumento de la gracia y la misericordia de Dios, a pesar de la general corrupción del país (v. 9): «Si Jehová de las huestes no nos hubiese dejado un exiguo remanente (lit.), conservado puro en medio de la común apostasía y a salvo de la general calamidad, habríamos sido como Sodoma, habríamos llegado a ser semejantes a Gomorra». «Jehová de las huestes» es el título que indica el omnímodo poder y la soberanía de Dios cuando actúa como general en jefe de las fuerzas armadas de Su pueblo. Pablo cita esto en Romanos 9:27–29, y lo aplica a los pocos israelitas que habían abrazado el cristianismo. Este remanente es, con frecuencia, exiguo. La cantidad no es nota distintiva de la verdadera Iglesia. La manada de Cristo suele ser pequeña. Quienes, por la gracia y la misericordia de Dios, se han salvado de la ruina, deben volver la vista atrás con gratitud, para ver cuánto deben a unos pocos que cerraron las brechas y, especialmente, a Dios, quien les otorgó este pequeño remanente. Versículos 10–15 1. Ahora Dios les invita (aunque en vano) a que escuchen Su palabra (v. 10). Los epítetos que les impone son muy extraños: «Gobernantes de Sodoma … Pueblo de Gomorra». Esto da a entender cuán justo habría sido Dios si los hubiese consumido como hizo con las ciudades citadas, así como la corrupción del pueblo y de sus gobernantes, tipificada en la perversidad de Sodoma y Gomorra. Isaías no se mordía la lengua; y es tradición de los judíos que estas palabras fueron las que, al andar el tiempo, le ocasionaron una muerte violenta. En Sodoma y Gomorra no fue hallado un remanente puro de diez personas; por eso perecieron. Si Judá y Jerusalén han sobrevivido ahora, lo deben al resto que Dios les había dejado. La demanda que les hace es muy razonable: «Oíd la palabra de Jehová … Prestad oídos a la instrucción (lit. ley) de nuestro Dios». La Palabra de Dios es luz y vida. Con ella, no marcharán ciegos a la ruina. 2. Justamente rehúsa Dios escuchar las oraciones de ellos y aceptar sus sacrificios (v. 11), su asistencia a los servicios del templo (v. 12), sus ofrendas y sus asambleas
  • 5. festivas de toda clase (vv. 13, 14), sus manos extendidas en oración, mientras están llenas de sangre (v. 15). Todo es pura fachada, máscara burda de una religión externa, que oculta un corazón corrompido. (A) Hay muchos que son ajenos a la religión, y aun enemigos de ella; y, sin embargo, muestran un celo enorme en guardar las formas y poner de relieve lo que es pura sombra de piedad. Esta nación pecadora sentía y mostraba enorme interés en llevar muchas víctimas animales al altar de los holocaustos y mucho incienso al altar de los perfumes, pero el corazón estaba vacío de verdadera devoción; sus holocaustos carecían de interior dedicación (comp. Ro. 12:1); sus oraciones, de verdadero fervor y sentido. Venían a ser vistos (v. 12, lit.) delante de Dios. Es curioso que, cuando los pecadores se sienten bajo el juicio de Dios, están más prestos a correr a sus devociones externas que a dejar sus pecados y reformar su vida. (B) Las devociones más pomposas y costosas de los malvados están tan lejos de agradar a Dios que le resultan abominables. Todo lo que se contiene en los versículos 11–20 muestra, en una gran variedad de expresiones, el gran principio de que la obediencia es mucho mejor que el sacrificio. Tan vanas son todas estas manifestaciones externas de religión que a Dios le producen asco. Nótese cómo lo declara: «Me es ofrenda de abominación … (lit.). No puedo aguantarlo … (v. 13). Las tiene aborrecidas mi alma; me son una carga; estoy hastiado de soportarlas» (v. 14, lit.). (C) Las oraciones y los sacrificios del pueblo, además de resultar abominables a Dios, son sin provecho alguno para ellos mismos: «¿Quién demanda esto de vuestras manos?» (v. 12). Como si dijese: «Ni me sirve a mí (v. 11) ni os aprovecha a vosotros». Aunque multipliquen oraciones, Dios no las oirá (v. 15), porque no proceden de un corazón recto. «Son, dice Jehová, vuestros sacrificios (v. 11), vuestras fiestas solemnes (vv. 13, 14), no míos». Se presentan delante de Dios, no para honrar Su templo, sino para hollar, como animales salvajes e inmundos, sus atrios (v. 12). Dios nunca se cansa de escuchar las oraciones de los justos, pero le hastían pronto los costosos sacrificios de los malvados. De tal modo odia Dios el pecado, que las oraciones más prolijas y los sacrificios más caros le resultan abominables cuando están teñidos de pecado. La piedad hipócrita es doble iniquidad. Versículos 16–20 1. Viene ahora un llamamiento al arrepentimiento y a la reforma: «Si queréis que vuestros sacrificios sean aceptados y escuchadas vuestras oraciones, debéis comenzar por el verdadero principio. ¡Limpiad el corazón, y todo lo demás quedará limpio! ¡Obedeced y serán aceptados vuestros sacrificios!» Así como la generosidad y aun el martirio no pueden expiar la falta de amor (1 Co. 13:3), así tampoco las oraciones y los sacrificios pueden expiar el fraude y la opresión (vv. 16, 17). (A) Deben dejar de hacer lo malo (v. 16b), de apartarse de toda iniquidad. Ésta es la forma de lavarse y limpiarse (v. 16a). No es suficiente abandonar las prácticas malvadas; es preciso atacar a las raíces del pecado, como mostró el Señor en el Sermón del monte. (B) Deben aprender a hacer lo bueno (v. 17). Éste es el lado positivo de una conducta reformada por un verdadero arrepentimiento. Hacer el bien no es algo congénito en nosotros; necesitamos aprenderlo, sin ahorrar esfuerzos, puesto que es una asignatura de primerísima importancia. Les urge en particular a cumplir los mandamientos de la segunda tabla del Decálogo (comp. con Stg. 1:27). Dice literalmente el hebreo: «Buscad juicio (esto es, haced lo recto); enderezad al opresor (esto es, refrenadle mediante el poder de la ley); juzgad al huérfano (defended su causa); proteged a la viuda». El bien que aquí se demanda es, con mucha frecuencia, arduo, arriesgado: Vindicar a los débiles, a los faltos de poder, ayuda y dinero, a los que
  • 6. son objeto de abuso, opresión y explotación por parte de codiciosos, arrogantes y sin conciencia. 2. Tenemos a continuación una de las más tiernas manifestaciones de la condescendencia y de la equidad de Dios en el modo de comportarse con ellos (vv. 18– 20). «Vamos ahora y deliberemos juntos» (lit.), les dice Dios (v. 18). Como si dijese: «Mientras estén vuestras manos llenas de sangre, no tengo nada que hacer con vosotros aunque me traigáis multitud de sacrificios y oraciones; pero si os laváis y limpiáis, podéis acercaros a mí con toda confianza; venid y discutiremos juntos este asunto». La religión tiene a la razón de su parte. Hay toda la razón para que hagamos lo que Dios quiere que hagamos. Basta con que el caso se examine a la luz del día, y por sí mismo se resolverá. (A) En efecto, ellos no podían esperar razonablemente otra cosa mejor que, con tal que se arrepintiesen y cambiasen de conducta, ser readmitidos al favor de Dios a pesar de sus anteriores provocaciones. No se les impone ninguna penitencia ni se les agrava el yugo. No les dice: «Si obedecéis a la perfección», sino: «Si estáis dispuestos a obedecer» (v. 19, lit., Si queréis y escucháis). Con eso tienen bastante para que Dios les perdone sus pecados y no vuelva a mencionar sus iniquidades. (B) El perdón de Dios, en tal caso, será tan eficaz y completo que, aunque sus pecados (y los nuestros) hayan sido como la grana y el carmesí (v. 18), es decir, aunque el pecado esté tan embebido en nosotros como lo está una tela profundamente teñida de rojo y mantenida por largo tiempo en dicho tinte, el perdón misericordioso de Dios descargará, con la misma profundidad, el teñido. Si nos limpiamos por medio del arrepentimiento, Dios nos blanqueará totalmente con su perdón. Más aún, nos restaurará todos sus anteriores favores (v. 19): «Si queréis y obedecéis, comeréis el bien de la tierra»; todo lo bueno que la tierra prometida produce. (C) Pero, por la misma razón, y con toda razón, si rehúsan obedecer (v. 20) y continúan en su rebeldía, serán consumidos a espada, «porque ha hablado (lit.) la boca de Dios», quien no puede mentir ni desdecirse. Es de notar que el verbo «hablar» está aquí en la forma intensiva Piel, para mayor énfasis. Versículos 21–31 Estos versículos contienen una lamentación sobre Jerusalén (vv. 21–23), seguida de una resolución divina de enderezar los entuertos (vv. 24–31). 1. Por medio de Isaías, Dios se lamenta de la terrible degeneración de Jerusalén, la capital del reino, la ciudad regia, que había sido fiel a Dios y a los intereses de Su reino, así como a la nación y a los intereses del pueblo: «Llena estaba de justicia … En ella se alojaba la rectitud». Dice el rabino Slotki: «La segunda es el principio de la rectitud y del justo comportamiento mutuo de los hombres, mientras que la primera, también traducida por “juicio”, es la práctica de dicho principio ante los tribunales y en la vida cotidiana». (A) El contraste no puede ser más fuerte: Sion, aquella hermosa y fiel esposa, «se ha convertido en ramera» (v. 21a); donde antes se alojaba la rectitud, ahora habitan los homicidas sin que nadie les moleste. Los gobernantes mismos se habían vuelto tan crueles y opresores que no eran mejores que los asesinos. (B) La degeneración de Jerusalén es ilustrada (v. 22) por medio de una comparación con la escoria de los metales preciosos y con el aguamiento de un buen vino: «Tu plata se ha convertido en escoria, tu vino está mezclado con agua». No es que esta plata esté rodeada de escoria, sino que toda ella se ha convertido en escoria inútil. Es posible que la escoria retenga el brillo de la plata, y que el vino aguado retenga el color del vino, pero ni la escoria ni el vino aguado sirven para nada. Así también ellos retenían un
  • 7. alarde y una pretensión de justicia y virtud, pero carecían del verdadero contenido de ambas. (C) El contraste sube de punto en los gobernantes (v. 23): Tus príncipes, los encargados de mantener a otros en sujeción a la ley de Dios, se han vuelto rebeldes, y han desafiado a Dios y a Su ley. Los que deberían tener a raya a los ladrones, se han hecho compañeros, esto es, cómplices, de ladrones, pues comparten con ellos la ganancia ilícita de sus explotaciones, protegiéndoles y dejándose sobornar por ellos. Todo su interés se cifra en enriquecerse con las «propinas» que reciben, sean justos o injustos los medios con que se han obtenido las ganancias. (D) Al proteger así a los explotadores, dejan sin defensa a los más necesitados (v. 23b): «No hacen justicia al huérfano, que no tiene quien le defienda, ni llega a ellos la causa de la viuda», porque la pobre carece de dinero con que hacer valer su causa y recurrir al soborno. 2. Ante tan lamentable situación, Dios toma la decisión de poner fin a estas iniquidades. La purificación del pueblo de Dios se llevará a cabo a distintos niveles de tiempo (vv. 24–31). (A) La declaración tiene carácter sumamente enfático (v. 24): «Por tanto, dice el Señor, Jehová de las huestes, el Fuerte de Israel, que tiene poder suficiente para hacer buena Su palabra: ¡Ah! Yo me satisfaré en mis adversarios, me vengaré de mis enemigos» (lit.). Dios hallará tiempo y modo apropiados para descargarse de este peso. Si el pueblo que profesa ser el pueblo de Dios no se asemeja a la imagen del Santo de Israel (v. 4), tendrá que sentir todo el peso de las manos del Fuerte de Israel (v. 25). Aunque la plata se haya convertido en escoria, Dios no la arrojará a la basura, sino que la refinará: «Limpiaré hasta lo más puro tus escorias y quitaré todas tus impurezas» (v. 25b). El vicio será suprimido; los opresores, privados del poder de hacer daño. (B) La reforma del pueblo de Dios es obra de la mano de Dios (v. 25a): «Volveré Mi mano contra ti». Dios hace para el reavivamiento de su pueblo lo que hizo para su alumbramiento. Lo hará bendiciéndoles con buenos magistrados y gobernantes (v. 26): «Restauraré tus jueces como al principio, antes que penetrase la corrupción, y tus consejeros como eran antes», a fin de que los malhechores sean tenidos a raya. Lo hará también (v. 27) al implantar en la mente de los hombres principios de justicia y al hacer que gobiernen su conducta mediante tales principios. Los hombres pueden hacer mucho al frenar lo que aparece al exterior, pero sólo Dios puede actuar con eficacia mediante el influjo de su Espíritu. (C) Todos los redimidos por Jehová serán convertidos, y su conversión será su redención efectiva (v. 27b). El reavivamiento de las virtudes de un pueblo es el medio de que se restaure su honor (v. 26b): «Entonces te llamarán Ciudad de justicia, Ciudad fiel». (D) Por el contrario (v. 28), los que rehúsen reformarse serán, no sólo castigados, sino destruidos. Juntamente serán destruidos los abiertamente profanos que se han sacudido toda forma de piedad y los que han vivido perversamente bajo la máscara de una falsa profesión de fe, pues todos ellos entran en el grupo de los que dejan a Jehová, al que profesaban haberse unido anteriormente. Serán consumidos, como se consume pronto el agua de una cañería cuando se le corta el suministro de la fuente. (E) De nada les servirán entonces sus ídolos (vv. 29, 30): «Porque se avergonzarán de los terebintos que amasteis y seréis sonrojados por los jardines que escogisteis» (lit.). Se habían postrado en adoración a los árboles, y escogido así abandonar al Dios viviente. Con referencia a los terebintos, dice Moriarty: «Ésta es una de las pocas veces en que Isaías alude a los árboles sagrados bajo los cuales celebraban los cananeos sus ritos religiosos de la fecundidad. Como estos árboles corpulentos se secaban y perdían
  • 8. el vigor bajo un sol ardiente en tierra de secano, así serían destruidos los apóstatas en las llamas del juicio». (F) Se avergonzarán de sus ídolos, porque los ídolos mismos irán con ellos a la cautividad (v. 46:1, 2). Los terebintos se marchitarán y los jardines se secarán por falta de agua (v. 30). Y ellos mismos perderán todo su vigor (v. 31): «El hombre fuerte será como estopa, no sólo en gran quebranto y presa de la debilidad, sino convertido en fácil combustible, y su trabajo como chispa que encienda pronto la estopa. Si toda su obra es chispa, y todo él es estopa, bien puede entenderse que ambos ardan juntamente y no haya quien los apague». 3. Todo esto que aquí se dice (vv. 24–31) tiene aplicación a tres niveles históricos: (A) a la bendita obra de reforma llevada a cabo en tiempo de Ezequías después de las abominables corrupciones campantes en el reinado de su padre Acaz; (B) a la purificación del pueblo mediante la deportación a Babilonia; (C) especialmente, al tiempo del reino mesiánico milenario. CAPÍTULO 2 Con este capítulo comienza un nuevo mensaje, el cual se continúa en los dos capítulos siguientes. En el capítulo presente, el profeta: I. Contempla la gloria del reino futuro (vv. 1–4); y II. La purificación necesaria que ha de llevarse a cabo previamente en la casa de Jacob (vv. 5–11). III. Contempla a continuación el Día de Jehová, tema favorito en todos los profetas del Antiguo Testamento (vv. 12–22). Versículos 1–4 El título del presente mensaje (v. 1) es el mismo que el del que ya vimos en el primero (1:1), pues el tema concierne igualmente a Judá y Jerusalén. El mensaje comienza con la profecía que se refiere a los días del Mesías, cuando su reino será erigido en el mundo al final de los tiempos. El profeta predice aquí: 1. El triunfo de la causa de Dios en el mundo, «en lo postrero de los tiempos» (v. 2). Dice Isaías que … el monte de la casa de Jehová, es decir, el monte Sion, será asentado como cabeza de los montes, etc.». Es obvio aquí el sentido figurado de «monte» como «reino», y de «cabeza» como «potencia» que impone su dominio sobre los demás «montes» o «reinos». La fuerza del monte Sion se deriva de la presencia especial de Dios en él (comp. con Ez. 48:35); por eso, lo llama «el monte de la CASA de Jehová». 2. Jerusalén será el emporio, no sólo del poder, sino también de la luz y de la ley (vv. 2c, 3): «… y confluirán a él (al monte de la casa de Jehová) todas las naciones. Y vendrán muchos pueblos y dirán: Venid y subamos al monte de Jehová, a la casa del Dios de Jacob; y nos enseñará sus caminos y caminaremos por sus sendas». No les arredrará el que el viaje sea cuesta arriba, pues Dios les habrá ensanchado el corazón para que corran por el camino de sus mandamientos (Sal. 119:32). Merece la pena subir a ese monte donde se enseñan los buenos caminos, y quienes estén dispuestos a emprender ese viaje hallarán que no han trabajado en vano. «Porque de Sion saldrá la ley, y de Jerusalén la palabra de Jehová», como de una fuente. Dice Slotki: «Se llama la casa del Dios de Jacob porque fue él quien llamó al lugar la casa de Dios (Gn. 28:19)». 3. Con la erección del reino mesiánico, no sólo se impondrá la justicia, sino que reinará una paz universal (v. 4): «Y juzgará (Dios) entre las naciones y será árbitro de muchos pueblos (ya no harán falta las “Naciones Unidas” para arreglar pleitos entre naciones y pueblos) y forjarán (lit.) sus espadas en rejas de arado y sus lanzas en hoces de podar; no alzará espada nación contra nación, ni se adiestrarán más para la guerra». ¡El reverso de la carrera armamentista de nuestros días! Como observa Trenchard, «Satanás será “atado”, de modo que “lo bueno” tendrá todas las ventajas». Toda esta profecía de 2–4 se halla también en Miqueas 4:1–4.
  • 9. 4. Algo parecido ocurre donde penetra el Evangelio de Cristo: pone en los corazones amor, gozo y paz como primeros frutos del Espíritu Santo (Gá. 5:22); el amor de Cristo, infundido en el corazón del hombre, constriñe a los cristianos a amarse mutuamente. Hasta los paganos se percataban del—para ellos—extraño fenómeno del amor que reinaba en los miembros de la primitiva Iglesia. La diferencia, sin embargo, entre la justicia y la paz del reino milenario y las del cristianismo es doble: (A) La justicia y la paz del reino milenario serán universales, mientras que las del Evangelio quedan limitadas (a) en cantidad, pues los verdaderos creyentes son minoría en el mundo; (b) en calidad, ya que aun muchos de los sinceros creyentes son demasiado carnales. (B) Por otra parte, la justicia y la paz del reino milenario se impondrán por la fuerza, sin cambiar de por sí el corazón del hombre, mientras que el Evangelio de Cristo, donde se recibe, produce un nuevo hombre, y regenera su corazón mediante el nuevo nacimiento. Versículos 5–11 Tras este cuadro de la luz venidera, Isaías contempla las sombras tenebrosas de la situación presente. 1. La invitación del profeta al pueblo está teñida de triste lamento (vv. 5, 6): «Venid, oh casa de Jacob, y caminemos a la luz de Jehová. Pues tú (esto es, Jehová) has desechado a tu pueblo, la casa de Jacob, porque están llenos del oriente (lit.; es decir, de idolatrías, brujerías y supersticiones importadas de las naciones al oeste de Palestina) y de agoreros, como los filisteos; y pactan con hijos de extranjeros». Según comenta el Dr. Slotki: «El profeta viene a decir: “En vista de que tenemos por delante un futuro tan brillante, paz universal y el reconocimiento de la ley de nuestro Dios por parte de todas las naciones de la tierra, comencemos aquí y ahora nosotros mismos a caminar a la luz del SEÑOR”. Pero, hay!, Israel está todavía hundida en los vicios de la idolatría y de la superstición; y, por esta razón, Dios los ha abandonado». No puede ser más deplorable la situación de un pueblo al que Dios ha abandonado (comp. con Mt. 23:38). El caso es tan grave que el profeta llega a decir (v. 9b): «¡No los perdones!» 2. La suerte funesta de Israel y las razones en que está fundada. En general, es el pecado lo que provoca a Dios a abandonar a su pueblo. Los pecados particulares que el profeta especifica aquí son los que por aquel tiempo abundaban en Israel. Nótense los contrastes entre el comportamiento de Dios y el de ellos: (A) Dios los había elegido y separado para sí como un pueblo de su especial propiedad, dignificándolo sobre todos los demás pueblos (Nm. 23:9); pero ellos se llenaron del oriente. No sólo importaron los abominables vicios de las naciones vecinas, sino que naturalizaron a extranjeros mezclándose con ellos (Os. 7:8). El país se llenó de sirios y caldeos, moabitas y amonitas; y, peor todavía, adoptaron las malas costumbres de todos estos paganos, y profanaron así la corona de su dignidad especial y quebrantaron el pacto de su Dios. (B) Dios les otorgó sus oráculos, las Escrituras y los videntes, pero ellos habían despreciado a éstos y se habían vuelto agoreros como los filisteos (v. 6); habían introducido las artes de adivinación y escuchado a los que, por medio de los astros, de las nubes, del vuelo de las aves o de las entrañas de los animales, trataban de descubrir lo secreto o predecir lo futuro. Los filisteos eran famosos adivinos (1 S. 6:2). (C) Dios les había asegurado que Él sería su riqueza y su fuerza; pero, al desconfiar del poder y de la promesa de Dios, ellos habían hecho del oro y de la plata su esperanza, y se habían equipado de multitud de caballos y carros, y dependían de ellos para su seguridad (v. 7). La prosperidad del reinado de Uzías había contribuido a todo ello. No es que el poseer plata y oro, caballos y carros sea un pecado, pero desearlos insaciablemente y poner en ellos su confianza es una provocación contra Dios.
  • 10. (D) Jehová era el Dios de ellos, y había instituido las formas y ritos con que habían de servirle y prestarle adoración; pero ellos le desdeñaban a Él y sus a instituciones (v. 8). El país estaba infestado de ídolos; cada ciudad tenía su dios (Jer. 11:13). Quienes desean ídolos, desean tenerlos en abundancia; tan necios eran como para adorar la obra de sus manos. El oro y la plata con que Dios les había hecho prosperar y enriquecerse, los empleaban en hacerse ídolos. (E) Dios los había colmado de honores; pero ellos se habían degradado vilmente (v. 9): «Se inclina el hombre, el individuo vulgar y corriente, y se humilla el varón, el ciudadano de pro». Hacen ídolos de metal, madera y piedra, materiales mucho más viles que el ser humano que los fabrica y que en ellos se envilece a sí mismo por debajo de la propia obra de sus manos. 3. Isaías pasa luego a declarar el funesto destino que espera a estos malvados. Los versículos 10 y 11 vienen a formar una especie de estribillo (comp. con los vv. 17, 19, 21) con que el profeta va a introducir su profecía sobre el gran Día de Jehová (comp. con Ap. 6:15). (A) No es que Isaías piense que los malvados pueden escapar del juicio de Dios escondiéndose entre rocas o bajo la tierra (v. 10), ni que, como piensan muchos comentaristas judíos, sea el versículo como un grito de pánico de los israelitas sorprendidos por el castigo divino, sino que es una figura de dicción que expresa irónicamente lo inútil de tal subterfugio (comp. con el v. 19). (B) Los que se degradaron humillándose ante los ídolos, serán verdaderamente humillados y abatidos (v. 11) el gran Día del juicio de Dios. Como observa Slotki, «el verbo hebreo shaphel está en perfecto (“fue abatida”). El profeta está tan seguro del resultado, que describe el acontecimiento como si ya se hubiese llevado a cabo. El verbo está también en singular, y pone de relieve su efecto en cada individuo». Aunque la expresión «Día de Jehová» aparece por primera vez en Amós 5:18, Moriarty hace notar que lo de «aquel día» es una frase que aparece nada menos que 45 veces en los primeros 39 capítulos de Isaías, aunque «su significado temporal—añade—hay que determinarlo por el contexto». Versículos 12–22 En estos versículos, el profeta detalla el castigo que los malvados han de sufrir el día de Jehová, y muestra la desolación que se ha de abatir sobre ellos. 1. Dios se ha reservado un día para juicio (v. 12), después de los muchos días de paciencia y misericordia (comp. con Ro. 2:4, 5). Ese día vendrá sobre todo soberbio y altivo, etc. Se repite la idea del versículo 11, el cual, a su vez, se repite literalmente en el 17, así como el contenido del 10 se amplía en el 19, y éste, a su vez, se repite con pocas variantes en el 21. 2. Los individuos sobre los que ha de venir el juicio de Dios son descritos por medio de metáforas muy expresivas para los israelitas (vv. 13–16). Los cedros del Líbano, altos y erguidos (v. 13), representan literalmente a los fenicios que ocupaban la sierra del Líbano, pero sirven de símil para designar a toda persona altiva y arrogante. Las encinas de Basán (v. 13b) representan a los amonitas del otro lado del Jordán. Basán era una región famosa por el vigor de sus animales y por la fertilidad de sus tierras; de ahí que sus encinas, en lugar de ser altas y erguidas, fuesen anchas y recias, símbolo de los ricos bien engordados por su buena mesa y su fácil vida. Los montes y collados elevados (v. 14), provechosos para la estrategia militar, simbolizan, como ya dijimos, reinos y potencias humanas. Torres altas y muros fortificados (v. 15) son símbolos de seguridad y protección contra el enemigo. Y las naves de Tarsis (v. 16), el antiguo Tartesos español, cerca de la actual Cádiz, eran los buques mercantes de mayor fuerza,
  • 11. dimensión y calado de aquel tiempo, por lo que representaban la prosperidad comercial del país. 3. Todo ello va a desaparecer, pues sobre todo ello se abatirá el juicio de Dios. También desaparecerán los ídolos (v. 18), no sólo porque serán destruidos sus adoradores, sino porque, en su pánico, se desharán prontamente de ellos los mismos que los fabricaron (v. 20). De nada servirá la altura de los cedros, ni lo recio de las encinas, ni lo macizo de los muros y torres. Lo más elevado es lo más expuesto a los rayos de una tormenta. Las naves más grandes y más llenas de ricas mercancías son las que sufren naufragios más lamentables. 4. ¿Acaso podrán encontrar protección y refugio en sus amigos, en los mismos que los extraviaron apartándolos de Dios y haciéndoles servir a los ídolos? ¡No hay nada en el hombre que pueda servir de sostén y refugio el día del gran juicio de Dios! (comp. con Jer. 17:5 y ss.). «Desentendeos (lit. cesad) del hombre» (v. 22), dice Dios por medio del profeta. ¡Cuán débil es el ser humano! Su aliento, lo que le hace ser alma viviente (v. Gn. 2:7), está en su nariz. Dice Moriarty: «El hombre es un ser frágil, cuya alma no es sino un soplo que Jehová envía o retira (Job 7:7)». Positivamente, la vida del hombre está en la sangre (Lv. 17:11); negativamente, en las narices, en el sentido de que, cortándole al ser humano la respiración, fallece en un par de minutos. De ahí la conclusión que deduce el versículo 22b: «Porque, ¿en qué consideración ha de ser tenido?» (lit.). El profeta no se refiere aquí al valor intrínseco del ser humano, sino, de acuerdo con el contexto anterior, a su incapacidad para ayudar en momentos de apuro, por lo que es una necedad poner en él la confianza o tenerle miedo. CAPÍTULO 3 Al seguir en este capítulo la división que hace E. Trenchard, tenemos aquí: I. La falta de orden y la abundancia de violencia en Judá por este tiempo (vv. 1–8). II. El mensaje de Dios para justos e impíos dentro de esta lamentable situación (vv. 9–12). III. Los rectos juicios de Dios (vv. 13–15). IV. El atavío extravagante de las mujeres de Jerusalén (vv. 16–26). Versículos 1–8 Dios se dispone ahora a terminar con todo lo humano en que habían puesto su confianza los israelitas, de forma que no hayan de tener sino desengaños en las esperanzas que habían puesto en ellos (v. 1): «Porque he aquí que Jehová de las huestes quita de Jerusalén y de Judá sostén y apoyo». Es curioso que el hebreo tiene aquí un mismo vocablo, en forma masculina y en forma femenina, para dar a entender que les iba a faltar «toda clase de apoyo» (Slotki). De tal manera habían envejecido todas las instituciones del reino que, a la manera de un anciano (v. Zac. 8:4), tenían que apoyarse en un bastón. Ahora Dios les iba a quitar también ese bastón. 1. El pan es el sustento de la vida. Pero Dios puede quitar «todo sustento de pan y todo socorro de agua» (v. 1b). Y justo es que así lo haga cuando lo que Él ha dado para provisión de la vida se toma provisión de concupiscencias. Con sólo retener la lluvia, puede retirar el suministro de pan y de agua (v. Dt. 28:23, 24). al retirar estas bendiciones, la vida del hombre se halla al borde de la muerte. Cristo es nuestro pan de vida y nuestra agua de vida (Jn. 4:14; 6:27). Si Él es nuestro sustento, hallaremos que ésa es la buena parte que no nos será jamás quitada. 2. Su ejército jefes, y soldados rasos, les serán quitados (vv. 2a, 3a): «El fuerte y el varón …; el capitán de cincuenta y el hombre de rango». El «fuerte» es el veterano avezado a la guerra, probado en muchas y duras batallas; el «varón» es el soldado valiente, alistado en el ejército; el «hombre de rango» (lit. elevado de rostro) es el que, con su sola presencia, impone respeto. El Dios de los ejércitos de Israel les enseña aquí
  • 12. que ni los fuertes deben gloriarse en su fuerza, ni los paisanos deben confiar demasiado en sus militares y personajes de rango. 3. También les serán quitados sus políticos, sus consejeros, sus hombres sabios y, en general, todos los aristócratas (vv. 2b, 3b): «El juez y el profeta, el adivino (que, al acudir a toda clase de superstición, aconsejaba a los gobernantes) y el anciano o consejero experimentado dentro del concejo local; los consejeros superiores, de tipo nacional, renombrados por su sabiduría, el hechicero astuto y el hábil encantador que, como dice Slotki, “no podían ofrecer verdadera ayuda, pero contribuían de alguna forma a la estabilidad de las estructuras sociales”». 4. En lugar de príncipes prudentes y experimentados, Dios les va a poner (v. 4) «jovenzuelos por príncipes, y gobernarán sobre ellos los caprichos» (lit.), es decir, niños pequeños que se dejan llevar por sus desatinados caprichos infantiles. Dice Moriarty: «Aquí y en el versículo 12 es posible que haya una alusión a la juventud de Ajaz cuando subió al trono. Nada mejor que esta frase para indicar el desorden que habría cuando la autoridad se ponía en manos de irresponsables jóvenes». 5. Con todo esto, se ciernen sobre la sociedad el desorden y la violencia (v. 5). Dios les enviaría entre ellos, como en Jueces 9:23, un espíritu de discordia que les haría quebrantar todas las buenas normas de amistosa vecindad y de respeto social. Y, comoquiera que los príncipes eran jovenzuelos caprichosos, irresponsables, no habían de poner coto a tales violaciones del orden y de la paz. Mala señal es para una nación cuando la nueva generación resulta intratable e ingobernable. (¿Qué diría hoy M. Henry?—nota del traductor—). 6. En tales circunstancias, toda persona prudente se negará a desempeñar en la sociedad funciones de responsabilidad (vv. 6, 7). Puesto que los príncipes y demás gobernantes no estarán capacitados para poner orden en tal caos, cada uno se atribuirá facultades para prescribir quiénes han de ejercer cargos de responsabilidad. Un ciudadano cualquiera (v. 6) agarrará, para obligarle por la fuerza, a un pariente suyo, de la familia de su padre, y le dirá: Tú tienes manto, señal de que eres persona respetable; sé tú nuestro jefe (hebreo, qatsín, equivalente a nuestros locales «jueces de paz»). 7. Pero él (v. 7) protestará, «levantará la mano» (lit.), en actitud de juramento, diciendo. No seré vendador (lit.), es decir, sanador de las heridas del pueblo. Los buenos gobernantes son médicos y vendadores que procuran unir a los súbditos, en lugar de ensanchar las diferencias que existen entre ellos. Pero, ¿por qué no querrá tal sujeto pechar con esa responsabilidad? Porque, dice él, «en mi casa no hay pan ni manto»; esto es, «yo soy tan pobre y desamparado como los demás, ¡bastante tengo con mis propios problemas!» 8. En el versículo 8, el profeta resume la situación, y repite el motivo de tal desolación: Jerusalén y todo Judá se hallan en ese estado porque sus habitantes han provocado a Dios de palabra y obra, y han acarreado sobre sí mismos la ruina por haber desafiado a Jehová en Su propio rostro, como si se enorgulleciesen tanto más de despreciarle cuanto mayor era el conocimiento que tenían de Su gloria. Versículos 9–12 En estos versículos Dios prosigue, por boca del profeta, la controversia con el pueblo. 1. El motivo por el que Dios se enfrenta con ellos es el pecado manifiesto de ellos. No lo disimulan (v. 9). Se han vuelto insensibles como Sodoma. Sus rostros mismos dan testimonio contra ellos, pues en la cara llevan la falta de vergüenza. Esto es lo que, más que ninguna otra cosa, contribuye al endurecimiento del corazón, y cierra así la puerta a un sincero arrepentimiento. Quienes dan de lado a la vergüenza, dan de lado a la gracia y, en último término, a la esperanza de recuperación.
  • 13. 2. Aunque las circunstancias son desfavorables, «Dios gobierna (vv. 10, 11) en las vidas particulares» (Trenchard). Cada uno recogerá de lo que siembre. Si todos fuesen rectos, a todos les iría bien. Al que le va mal, no le sucede otra cosa sino el pago de la labor mala que ha llevado a cabo (comp. con Ro. 6:23). 3. En el versículo 12, Isaías ve el cumplimiento de lo que ha declarado en el versículo 4: «En cuanto a mi pueblo, su gobernante actúa como un niño de pecho» (lit.), es decir, de forma arbitraria, caprichosa, tiránica. «Y mujeres se enseñorean de él», añade el profeta. Dice Slotki: «La influencia corruptora de las mujeres provoca la denuncia de los versículos 16 y ss». Además, como hace notar Moriarty, «malos recuerdos guardaban los de Judá de una mujer que los había gobernado, Atalía (2 R. 11:1–16)». Tampoco puede echarse en olvido aquí la tremenda influencia que la reina madre tenía, en los países de Oriente, no sólo cuando el rey era muy joven, sino aun durante toda la vida de éste. Con tan malos guías (v. 12b), los que debían conducir por el camino recto, no hacían otra cosa que extraviarse y extraviar a los demás. Versículos 13–15 1. En esta controversia, Dios mismo se alza como litigador (v. 13): «Jehová está en pie para litigar, como un fiscal, y está en pie para juzgar a los pueblos», como un juez que sentencia a Su pueblo por haber quebrantado el pacto (vv. 14, 15). Los hombres de más alto rango no pueden eximirse del escrutinio y de la sentencia del juicio de Dios. 2. Los cargos que Dios presenta contra Su pueblo están a la vista de todos (vv. 9, 15): Los opresores muestran en el rostro su desdén y su arrogancia; no la disimulan; los oprimidos aparecen machacados y con la cara molida por los opresores. 3. Para castigar a los que así abusan de su poder, Dios les pone por gobernantes a quienes carecen de sentido para gobernar (v. 12). Además, los jueces, que deberían ser los defensores y protectores de los oprimidos, eran los peores opresores; y los ancianos y los príncipes del pueblo (v. 14) habían devorado la viña del pobre, despojándole así de la finca que era el sustento suyo y de su familia. Es como si la consumiesen a fuego, según indica el verbo hebreo, para que no retoñe. ¡Y eran ellos los encargados de cuidar y cultivar la viña del pueblo de Dios! (v. el cap. 5). 4. Todavía razona Dios con ellos (v. 15): «¿Qué pensáis vosotros que machacáis a mi pueblo, como si yo os hubiese conferido la autoridad y el poder para cometer tales desafueros, y moléis las caras de los pobres, haciéndoles sufrir penas y terrores semejantes a los padecimientos que habrían de sufrir si los triturasen en un molino?» Versículos 16–26 La función del profeta era mostrar a todas las clases del pueblo la medida en que habían contribuido a la culpabilidad de la nación, y la parte que les había de tocar en los juicios que habían de sobrevenir a la nación. Ahora va a reprender y amonestar a las hijas de Sion, esto es, a las mujeres de Jerusalén. 1. El pecado de que acusa a las mujeres de Jerusalén se halla en el versículo 16: «Asimismo dice Jehová. Por cuanto las hijas de Sion son altivas, y andan con el cuello erguido y con ojos desvergonzados; cuando andan, van danzando y haciendo son con los pies». La descripción es sumamente gráfica. Dos son los cargos que les hace: (A) Son altivas, pues andan con el cuello erguido, para así parecer más altas, además de mostrar con ese gesto su arrogancia y su desdén hacia otras. (B) Son lascivas, pues van guiñando el ojo, como indica el verbo hebreo, tratan, como dice Ryrie, de seducir a los maridos de otras con sus lujosos vestidos importados». También andaban coqueteando con un andar parecido al de las danzarinas y hacían sonar unos cascabeles sujetos a los tobillos. Así se portaban las hijas de Sion, que deberían comportarse como conviene a mujeres que profesan la piedad (comp. con 1 P. 3:3, 4).
  • 14. 2. El castigo que les espera es el que se merecen por su pecado (vv. 17, 18): (A) Ellas andaban con el cuello erguido, pero el Señor (hebr. Adonay, el Señor Soberano) iba a raparles la cabeza (v. 17a), una de las mayores afrentas que pueden hacerse a una mujer; especialmente, en la antigüedad. La segunda parte del versículo 17 dice literalmente: «y Jehová descubrirá sus partes secretas», según el significado claro del hebreo pathén. No es, pues, un paralelismo de sinonimia, como traducen muchas versiones modernas, sino lo que la Reina-Valera designa con la expresión «descubrirá sus vergüenzas». En cambio, el hebreo dice literalmente en la primera parte del versículo: «Y herirá con sarna el Señor la coronilla de la cabeza de las hijas de Sion» (mejor que el «rapar la cabeza» de la Reina-Valera. La Biblia de las Américas ha traducido bien la primera parte, pero, como la NVI y otras modernas, ha seguido en la segunda parte una lectura menos probable del hebreo. Nota del traductor). (B) Ellas llevaban vestidos lujosos y provocativos, sin cuidarse de lo que dejaban al descubierto, pero Dios las va a reducir a tal miseria que no tendrán dinero suficiente para cubrir su desnudez. De esta forma quedará castigada su arrogancia, juntamente con su lascivia provocadora. (C) También estaban muy orgullosas de su ornamentación, con toda clase de paños, turbantes, joyas y amuletos que se ponían (vv. 18–23. No quiere decir el profeta que cada mujer llevase todo lo que en estos versículos se especifica). Dice Moriarty: «Los versos siguientes … nos dan el catálogo más extenso de galas femeninas conservado en el Antiguo Testamento». No tiene mucha importancia investigar en qué consistían muchos de estos ornamentos, por cuanto las modas cambian constantemente y, con ellas, cambian también los nombres. Muchas de estas cosas podemos suponer que eran rídiculas y, si no hubiese sido porque era la moda, habrían sido objeto de burla. 3. Ellas se preocupaban demasiado del adorno exterior, pero Dios iba a castigarlas (vv. 24–26), al hacer que llevasen la pena que correspondía al pecado: «Y en lugar de los perfumes aromáticos habrá hediondez (v. 24), pues todo vestido lujoso se convertirá en harapos malolientes de tanto usarlo para toda clase de menesteres; y cuerda vulgar, en lugar de cinturón recamado, valioso; en vez de peinado artificioso, calvicie, es decir, cabeza rapada, como era costumbre en tiempos de duelo (v. 15:2; Jer. 16:6), o en dura esclavitud (v. Ez. 29:18); en lugar de peto (lit.), ceñimiento de cilicio, en señal de profunda humillación, y marca de fuego (como se hacía para marcar a los esclavos) en lugar de hermosura radiante, como la de toda mujer libre, dueña de su propio atavío. Peor aún (v. 25), los maridos caerán en la guerra, las puertas de la ciudad (v. 26), donde se discutían todos los asuntos públicos de los habitantes, estarán llenas de duelo y lamentación, y la ciudad misma, desamparada, desolada y arruinada, se sentará en tierra, como una viuda sin sustento y sin consuelo». CAPÍTULO 4 En este breve capítulo tenemos: I. La amenaza de una tremenda escasez de hombres (v. 1). II. La promesa de una gloriosa restauración de la paz y pureza. Rectitud y seguridad de Jerusalén durante el reino mesiánico (vv. 2–6). Versículo 1 Efecto y consecuencia de la gran mortandad de hombres en la guerra futura. 1. La providencia divina ha dispuesto sabiamente que, más o menos, haya en la sociedad humana un número igual de hombres y mujeres. Sin embargo, en el día del gran castigo impuesto por Dios a los rebeldes, escasamente quedará un hombre por cada siete mujeres. Así como hay muertes que afectan especialmente a las mujeres, al dar a luz, así también hay muertes que afectan especialmente a los hombres por causa de las guerras, de forma que la espada devora más que el alumbramiento.
  • 15. 2. Como advierte el rabino Slotki, «el número siete no ha de tomarse literalmente en este contexto. Aquí significa “muchos, un puñado”». En todo caso, es un «puñado» grande, con lo que se pone de relieve la tremenda escasez de varones por causa de las enormes bajas sufridas en guerra o persecución. Lo cierto es que tal escasez de hombres hará que, en lugar de ser los hombres quienes soliciten a las mujeres para casarse, serán las mujeres las que, en su desesperación, no se preocuparán de su dignidad, con tal de evitar quedarse solteras, lo cual era una desgracia entre los orientales. 3. La ley (Éx. 21:10) obligaba al marido a procurar a su mujer sustento y vestido, pero estas mujeres se ven tan apuradas que, con tal de tener marido, están dispuestas a renunciar a los derechos que, a este respecto, les otorgaba la ley y prefieren proveerse a sí mismas de sustento y vestido antes que quedarse solteras: «Comeremos de nuestro pan y nos vestiremos de nuestras ropas; solamente permítenos llevar tu nombre (pues, como sucede aún en muchos países, la mujer perdía el nombre de familia al casarse), quita nuestro oprobio». Versículos 2–6 Todo, en el versículo 1, rezuma melancolía. El cielo está nublado. Pero ahora asoma el sol por entre las nubes. En estos versículos tenemos muchas, grandes y preciosas promesas, y que dan seguridad de consuelo y apuntan ciertamente al reino mesiánico, bajo la figura de la restauración de Judá y Jerusalén bajo el reinado reformador de Ezequías, después del catastrófico reinado de su padre Acaz, así como bajo la figura del regreso de los cautivos después de la deportación a Babilonia, aunque el verdadero y final cumplimiento se llevará a cabo en el reino milenario del Mesías. 1. «En aquel día» (v. 2), cuando la justicia de Dios haya dado buena cuenta de los malvados en el Día de Jehová, será erigido el reino del Mesías. (A) Jesucristo será exaltado en la tierra. «El renuevo de Jehová será para hermosura y gloria.» El renuevo (retoño o brote) es el Mesías-Rey, como puede confirmarse por Jeremías 23:5; 33:15; Zacarías 3:8; 6:12, donde se halla el mismo vocablo hebreo. En 11:1, leemos del mismo Mesías: «Saldrá una vara del tronco de Isaí, y un retoño brotará de sus raíces». La hermosura y la gloria del Mesías redundarán en hermosura y gloria de todos sus súbditos. (B) Aunque el Mesías, por su naturaleza divina, es enviado por el Padre y desciende del cielo (Jn. 3:13; 6:38 y ss.; Gá. 4:4), en cuanto hombre es «fruto de la tierra» y, en el reino milenario, servirá también de grandeza y honra especiales a los sobrevivientes de Israel. 2. Dios se reservará un remanente santo (v. 3). Cuando todos los rebeldes hayan sido cortados como ramas secas, a causa de su incredulidad, muchos habrán sido dejados en el árbol. Nótese: (A) que este remanente está registrado específicamente por Dios en el libro de la vida; (B) que no han quedado así por casualidad, sino por la gracia de Dios, ya que no son ellos los que se inscriben a sí mismos por sus propios méritos o esfuerzos, sino que es Dios, en su misericordia, el que allí los registra; (C) que será llamado santo, pues santo es todo el que es aceptado por Dios. 3. Efectivamente (v. 4), bien podrá ser llamado «santo» este resto «cuando el Señor (hebr. Adonai) haya lavado las inmundicias de las hijas de Sion y limpie la sangre de Jerusalén (es decir, la sangre que habrá sido derramada allí) de en medio de ella, con espíritu de juicio y con espíritu de devastación». En ambos casos el original hebreo usa el término ruaj. Aunque dicho vocablo significa aquí algo así como el vendaval con que Dios barre y agosta, en su gran juicio, todo lo inmundo y dañino, puede verse también la acción del Espíritu Santo, el «ruaj Jehová», que sopla, convierte, renueva, etc. La obra de reforma, de reavivamiento, de nuevo nacimiento, es obra de Jehová. ¿Cómo? Por el
  • 16. juicio de Su providencia son destruidos los malvados, pero con el Espíritu de Su gracia son convertidos y hechos santos los elegidos. 4. A los que Dios elige y santifica, también los protege y glorifica (vv. 5, 6). (A) Sus moradas estarán protegidas (v. 5), pues en ellas rendirán culto y servicio a Dios con sus familias. Dios cuida y protege las moradas de los suyos, lo mismo las cabañas de los menesterosos que los palacios de los monarcas. Así también, donde dos o tres creyentes están reunidos en nombre de Jesús, allí está Él, por medio de Su Espíritu, en medio de ellos (Mt. 18:19, 20). Esta promesa de protección está tipificada en la nube de humo que protegía al pueblo de Dios en sus andanzas por el desierto, que los escondía de los enemigos y los preservaba del sol abrasador durante el día, y se convertía en columna de fuego durante la noche para iluminarles. Jehová lo creará (el mismo verbo de Gn. 1:1). (B) La gloria de Dios (v. 5, al final) tendrá su dosel y el pueblo entero de Dios tendrá su tienda de enramada (hebr. sukkah; comp. con Mt. 17:4) para protegerles del sol, de la lluvia y del viento, del mismo modo que la presencia de Dios tendrá su dosel, como si toda morada y toda congregación de Su pueblo le fuese tan querida como Su propio tabernáculo (comp. con Ap. 21:3). (C) Si Dios mismo es la gloria que nos circunda, Él mismo será como pared de fuego en torno nuestro, impenetrable e inexpugnable. La gracia en el alma es la gloria del creyente, y los que han sido favorecidos así por el amor de Dios, son guardados por el poder de Dios (1 P. 1:5) como en un fortín inatacable. El poder y la bondad de Dios serán el mejor tabernáculo de todos los santos. Dios mismo será su refugio y escondedero (v. 6, comp. con Sal. 32:7). El Altísimo será la segura morada de ellos (Sal. 91:9). Sean cuales sean el tiempo y la temperatura, Dios es siempre refugio de los suyos. CAPÍTULO 5 En este capítulo, el profeta, en nombre de Dios, muestra al pueblo sus transgresiones y los juicios que se ciernen sobre ellos a causa de sus pecados: I. Por medio de la alegoría de una viña infructuosa (vv. 1–7). II. Mediante la enumeración de seis pecados específicos en los que incurría la generalidad del pueblo: 1. Codicia, que será castigada con hambre (vv. 8–10). 2. Orgías (vv. 11, 12, 22, 23), que han de ser castigadas con la cautividad (vv. 13–17). 3. Presunción y desafío a la justicia de Dios (vv. 18, 19). 4. Confusión de los principios morales del bien y del mal (v. 20). 5. Engreimiento de sí mismos (v. 21). 6. Perversión de la justicia, por lo que se les amenaza con una grande y general desolación (vv. 24, 25), que habría de llevarse a cabo mediante una invasión desde el exterior del país (vv. 26–30). Versículos 1–7 En sus diversos métodos para despertar a los pecadores a fin de que se arrepientan y vivan, Dios habla unas veces en términos literales, y otras veces se expresa por medio de parábolas y alegorías; unas veces, en prosa; otras, en verso, como aquí. Esta alegoría fue puesta en verso, no sólo para que así resultase más conmovedora, sino también para que fuese mejor aprendida, recordada y transmitida a la posteridad. Es como una exposición del cántico de Moisés en Deuteronomio 32, y muestra que lo que Moisés profetizó entonces se va a cumplir ahora. 1. Vemos primero las grandes cosas que Dios había hecho por Israel. El «amado» (hebr. yedidí, vocablo que se repite tres veces en el v. 1) es, sin duda, Jehová, aunque, como dice Trenchard, «quizá se anticipa la persona y obra del Mesías» (comp. con Mr. 12:1–12). La figura aparece también en el Salmo 80:8–19. Véanse las ventajas que tenía esta viña:
  • 17. (A) Dios la había plantado en una ladera fértil (v. 1b). El hebreo dice literalmente: «en un cuerno del hijo de la gordura», expresión cumulativa con la que se pone de relieve la fertilidad de la tierra de Israel. (B) «La había cavado y despedregado y plantado de vides escogidas» (v. 2a). Había ahondado en el terreno, a fin de que le resultase más fácil echar raíces en una tierra que manaba leche y miel. Había sacado de allí las piedras, para que los corazones estuviesen prestos a recibir la divina gracia, y la había plantado con cepas escogidas, como fueron los primeros patriarcas del pueblo de Israel: Abraham, Isaac y Jacob; en especial, la simiente no podía ser más pura, por los principios morales y religiosos que había inculcado a Su pueblo. (C) Le había puesto una doble defensa (v. 5): un vallado de espinos y una cerca bien construida de sólidas piedras, para evitar así que en ella penetrasen los transgresores. Si ellos mismos no hubiesen derribado la cerca e inutilizado el vallado, nadie habría podido invadir el país (v. Sal. 121:4; 125:2). (D) Había edificado en medio de ella una torre (v. 2b), no sólo para facilitar la vigilancia, sino también para mejor defenderla de cualquier ataque exterior. El templo era esta torre. (E) Había excavado también en ella un lagar (v. 2c). No había, pues, peligro de que las uvas fuesen robadas en el camino o se echasen a perder antes de llevarlas a las prensas; en la misma viña estaba el lagar para pisar las uvas, extraer el jugo y fabricar el vino. Este lagar era como un tipo del altar al que habían de llevarse los sacrificios, como frutos de la viña. 2. Vemos luego la decepción del divino viñador al ver frustradas sus esperanzas (v. 2d): «y esperaba que diese uvas, y dio agrazones». Dios espera frutos especiales de aquellos a quienes ha conferido especiales beneficios y privilegios. Los buenos propósitos y los buenos comienzos son cosa buena, pero no es suficiente; debe haber fruto, verdadero, maduro y duradero, salido de un corazón cambiado y de una conducta digna: pensamientos, afectos, palabras y acciones agradables al Espíritu de Dios. Sus esperanzas habían salido frustradas: (A) agrazones son uvas agrias, fruto de una naturaleza corrompida; (B) también son actuaciones religiosas hipócritas, que parecen uvas agradables, pero son ásperos y amargos agrazones. 3. Ante este fracaso, Jehová llama al pueblo de Israel a que razonen con Él (comp. con 1:18) sobre el caso, a ver qué les parece. El hebreo del versículo 3 dice literalmente: «Y ahora, habitante de Jerusalén y varón de Judá, juzgad, os ruego, entre mí y mi viña». Al principio, como advierte Slotki, «usa el singular en ambos casos para designar al pueblo colectivamente»; pero el verbo «juzgad» está en plural, con lo que es manifiesta la apelación a los individuos. La partícula nah (como en hosan-nah) puede traducirse como ahora o como ruego. Slotki prefiere aquí el segundo sentido, con lo que se pone de relieve la mansedumbre y la condescendencia de Dios. 4. Esta condescendencia divina sube de punto en las conmovedoras preguntas del versículo 4: «¿Qué más se podía haber hecho a mi viña, que yo no lo haya hecho en ella? ¿Cómo, esperando yo que diese uvas, ha dado agrazones?» Aquí les reta Dios a que muestren en qué les ha faltado. Él había puesto de Su parte todo lo necesario y conveniente para que la viña estuviese bien cuidada y produjese los buenos frutos que podían esperarse de vides tan escogidas. ¿Qué motivo, pues, había para que, en lugar de dar uvas exquisitas, diese uvas agrias, que no se pueden comer? 5. Vista la causa, Dios les lee la sentencia (vv. 5, 6). El hebreo del versículo 5a dice literalmente: «Y ahora os daré a conocer lo que yo hago a mi viña». Dice Slotki: «El uso del presente hebreo implica decisión irrevocable y actuación pronta». Como si dijese: «Ya que no hay excusa alguna que presentar por tal proceder, me voy a
  • 18. despreocupar de esa viña y será convertida en un desierto. Le quitaré su vallado (v. 5b) y quedará completamente al descubierto, con lo que será presa segura de cuantos quieran hollarla y destruirla. No le quedará ni la figura de viña». Quienes no quieren llevar buen fruto serán castigados y hará que no lleven ninguno, ni bueno ni malo. La maldición de esterilidad no es más que el justo castigo por el pecado de esterilidad. 6. Explicación de la alegoría (v. 7): «La viña es la casa de Israel, e indica así su pecado colectivo, y el varón de Judá (lit.) es la planta de sus delicias, pues a Dios le plugo escogerla como cepa de su agrado. De ahí que esperase de ella justicia y rectitud: que los reyes y magistrados administrasen verdadera justicia, y que el pueblo se portase con rectitud; pero los hechos eran muy diferentes: en lugar de justicia había violencia opresora; en lugar de rectitud, alaridos de los oprimidos que clamaban por ayuda y protección. Isaías, con su elegante estilo, buen letrado y poeta, pone de relieve dichos contrastes por medio de vocablos que se parecen muchísimo, pues mishpat (justicia en juzgar) se parece a mispaj (violencia): y tsedaqah (justicia en actuar) se parece a tseaqah (grito o alarido). Versículos 8–17 La codicia de las cosas materiales y el afán de satisfacer a la carne son los dos pecados contra los que el profeta, en nombre de Dios, pronuncia aquí sus ayes. Estos pecados, que abundaban en los hombres de Judá, eran algunas de las uvas agrias que la viña de Israel producía (v. 4). 1. El primer ay es para los que ponen el corazón en las riquezas de este mundo (v. 8), los que juntan casa a casa, etc., de tal forma que se quedan solos en medio de la tierra, pues, al monopolizar las fincas urbanas y rústicas, no queda espacio para los demás. Tan desordenados son sus deseos de enriquecerse que no se preocupan ni de las malvadas artes de que se valen para hacerse con todo, ni de la miserable condición en que quedan los desposeídos por ellos de sus casas y sus tierras. El castigo que les espera por este pecado (vv. 9, 10) será la desolación de las moradas y la casi total esterilidad de las tierras: Aun las casas grandes y hermosas quedarán sin morador, ya sea por muerte violenta, por pestilencia o por deportación; y las tierras que han acumulado producirán una mínima fracción de lo que se sembró, hasta el punto de que un hómer (hebreo, jómer) de semilla producirá un efá (que es la décima parte de un hómer). ¡Cosecharán el diez por ciento de la semilla! 2. El segundo ay va para los que se entregan a los placeres de los sentidos (vv. 11, 12). La sensualidad arruina a los hombres tanto como la codicia. Estos malvados madrugan y trasnochan para embriagarse, hasta que el alcohol les enciende, es decir, los inflama hasta darse a toda clase de bajas pasiones; en especial, lujuria y violencia. Tan dedicados están a comer, beber y danzar (v. 12), que no miran la obra de Jehová ni consideran la obra de sus manos. El placer sensual les absorbe de tal modo que no tienen tiempo para reflexionar, ni acerca del poder, la sabiduría y la bondad de Dios que se muestran en las mismas cosas de las que ellos abusan, ni acerca de la munificencia de la providencia divina al permitirles disfrutar de aquellas cosas que para ellos sirven de pábulo a sus bajas pasiones. El castigo que les espera es terrible: (A) Van a ser desalojados del país, para que la nación quede así libre de irreflexivos borrachos (v. 13): «Por tanto, mi pueblo fue llevado cautivo por falta de conocimiento …». Isaías habla en pasado como si ya viese realizado el castigo que profetiza. ¿Cómo iban a tener conocimiento, si el alcohol les privaba constantemente del sano juicio? Hasta tal punto iban a empobrecer por esta vida de continua orgía, que hasta sus notables, personas que habrían de imponer respeto por su alta posición en la sociedad, habían de perecer de hambre, y la multitud se había de secar de sed. ¡Justo castigo a los que de tal modo abusaban de la comida y de la bebida!
  • 19. (B) El Sheol o morada de los muertos ensanchó sus fauces (v. 14); literalmente, su alma; es decir, en este contexto, su apetito voraz. Tantos serán los que mueran de una manera u otra, que el Sheol tendrá que ensanchar sus puertas para poder tragarse de una vez a la enorme cantidad que va a pasar por sus fauces. La metáfora es muy expresiva y no necesita ulterior explicación, debido a su claridad. (C) Los versículos 15 y 16 forman, según Slotki, un paréntesis; quizá se les podría designar mejor como un epifonema de lo descrito hasta ahora: Todo pecador será abatido, mientras Jehová de las huestes será exaltado en sus juicios. Un tercer castigo de los que así abusan de los dones de Dios será la desolación en que va a quedar todo el país por culpa de los sensuales haraganes: Los sobrios pastores tendrán pasto copioso para sus corderos en pastizales abandonados, mientras que nómadas extranjeros (hebr. garim) devorarán los lugares desiertos de los gordos (lit.), es decir, de los que engordaron a costa de los demás, que comían y bebían sin preocuparse de Dios ni de los hombres. Versículos 18–30 I. Tenemos aquí otros cuatro ayes (vv. 18, 20, 21 y 22), con lo que son seis (número de hombre) los que el profeta dirige en este capítulo contra otras tantas clases específicas de malvados. En 6:5 veremos un séptimo ay muy diferente de los del capítulo 5. 1. El tercer ay (vv. 18, 19) va dirigido contra los que tienen en poco la iniquidad y hasta desafían a Dios a que se apresure a cumplir lo que está diciendo por boca del profeta. Las metáforas del versículo 18 («arrastran la iniquidad como con cuerdas de vanidad, y el pecado como con sogas de carreta») pueden interpretarse de dos modos, como sugiere el rabino Slotki: (A) La negligencia de la propia conducta, de forma que la comisión de pecados menos graves conduce gradualmente (como con cuerdas tenues; de vanidad, porque son delgadas y finas) a cometer pecados más graves. Este sentido es aquí poco probable. (B) La determinación de entregarse al pecado a toda costa, sea con métodos suaves o violentos. Dice Moriarty: «La imagen compara el apego del pecador hacia su pecado con una fuerte cuerda, de las usadas para llevar por el cuello a las ovejas o los novillos. En otras palabras, los pecadores están uncidos a sus pecados». M. Henry deduce diferentes aplicaciones: Los que se creen seguros de conseguir sus malvados propósitos como si los arrastrasen tras de sí con sogas de carreta, verán que les resultan cuerdas de vanidad, que se quiebran cuando se las estira demasiado. Los que pecan por debilidad, son arrastrados por el pecado; pero los que pecan por presunción, arrastran hacia sí la iniquidad, a pesar de las resistencias que les opone la Providencia y los remordimientos que les presenta la conciencia. Hay quienes, por su pecado, atraen sobre su cabeza los juicios de Dios como si los hiciesen venir al tirar de ellos con sogas de carreta. 2. Estos malvados no sólo tienen en nada los pecados que cometen, sino que, además (v. 19), desafían al Todopoderoso a que cumpla en ellos las amenazas que profiere por medio de Sus profetas: «¡Venga ya, apresúrese su obra y veamos! ¡Acérquese y cúmplase el plan del Santo de Israel, para que lo sepamos! Ridiculizan al profeta y a Dios mismo, y no están dispuestos a creer la ira de Dios desde los cielos (Ro. 1:18) a no ser que la vean ejecutada. Si Dios se presenta contra ellos, según les ha amenazado, es posible que se apresten a entrar en tratos con Él: «Ya hemos oído su palabra—vienen a decir—, pero es puro hablar; que apresure su obra, que nosotros ya nos las arreglaremos bastante bien por nosotros mismos». 3. El cuarto ay cae (v. 20) sobre los que confunden los valores morales de las cosas: «los que al mal llaman bien, y al bien, mal, etc.». Esto es llegar, como dice Moriarty, al «límite máximo de la depravación». No se puede ofender más a Dios, endurecer la
  • 20. propia conciencia, hacerse mayor daño a sí mismos y a los demás, que tergiversar los valores de las cosas, hasta el punto de llamar a la ebriedad buen compañerismo; a la desfloración de doncellas, aprovechar bien la ocasión; a la codicia y al hurto, buena administración. Y, por otra parte, llamar a la seriedad mal genio; a la piedad, insensatez; a la bondad, infantilismo; al perdón, cobardía. 4. El quinto ay (v. 21) va dirigido a los que son sabios en sus propios ojos, etc. (comp. con Pr. 3:7; Ro. 12:16; 1 Co. 3:18–20). Estos insensatos creían que podían superar la infinita sabiduría de Dios y torcer los caminos de la divina providencia. 5. El sexto ay (v. 22) amenaza a los valientes y fuertes «en el arte de mezclar los “cócteles” de aquel tiempo», como gráficamente los designa Trenchard. Estos ebrios y embriagadores abusan del vigor que Dios les confirió para buenos fines al ponerlo al servicio de la maldad. Al darse a los licores, debilitan su cuerpo en lugar de darle vigor. Este versículo 22 añade a lo dicho en el segundo ay (vv. 11, 12) una nota de ironía y, además, explica también la conexión con el versículo 23, ya que, quienes tan bien se las apañan con los licores, también están prestos, si se hallan en posición de autoridad (jueces y gobernantes), a recibir propinas y ser sobornados para justificar al impío y condenar al justo, quitándole a éste sus derechos a que se le haga la debida justicia. II. En los versículo 24–30 se describen los castigos que tales pecados van a atraer sobre los transgresores. El justo Dios va a tomar justa vindicación. Él mismo había comparado su pueblo a una viña (v. 7), de la que esperaba recibir buen fruto; pero la gracia de Dios había sido recibida en vano (v. 24): la raíz misma se había podrido, al secarse desde abajo, por lo que todos los brotes, áridos y sin fruto, habían sido aventados como el polvo o el tamo de las eras (comp. con Sal. 1:4). El pecado debilita la fuerza de los pueblos, de forma que fácilmente son arrancados de raíz, les quita la belleza del florecimiento y les priva de toda esperanza de buenos frutos de éxito y prosperidad. ¿Qué pueden esperar, sino el enojo de Jehová de las huestes, del Santo de Israel, cuya ley pisotearon? Dios no rechaza a los hombres por una transgresión cualquiera de Su ley y de Su Palabra; pero cuando Su ley es pisoteada, y Su Palabra es menospreciada y hasta hecha objeto de burla, ¿qué otra cosa pueden esperar, sino que Dios los abandone del todo? 1. Así pues (v. 25), «se encendió el furor de Jehová contra su pueblo y extendió contra él su mano». Esa mano que tantas veces se había extendido a favor de ellos contra sus enemigos, ahora se extiende contra ellos para herirlos, y se estremecieron los montes. Cuando Dios arremete airado contra un pueblo, tiemblan los montes; incluso los más valientes son presa del pánico. ¿Y qué vista puede ser tan aterradora como la de los cadáveres que yacen como basura en medio de las calles? (v. 25b). Esto da a entender que es una gran multitud la que va a caer; no sólo van a morir soldados en el campo de batalla, sino también muchos habitantes de las ciudades, pasados a cuchillo, a sangre fría. También insinúa que los supervivientes no dispondrán de manos ni de corazón para enterrar los cadáveres. 2. Esta ruina será llevada a cabo por fuerzas extranjeras (con la mayor probabilidad, los asirios), pues quienes conocen a Dios no son empleados por Él como instrumentos de los que se valga para llevar a cabo Sus designios. Comenta Trenchard: «Sin embargo, según la “perspectiva profética”, la invasión asiria prefiguraría otras que han asolado Palestina en el decurso de la historia, y quedaría la más terrible para los tiempos del Día de Jehová, descrito tan gráficamente en la profecía de Joel». El texto sagrado (v. 26) dice que alzará pendón (como señal para que reúnan sus fuerzas y las preparen para la batalla) a naciones lejanas. Si Dios alza su pendón como señal para la guerra, puede inclinar el corazón de los hombres para que se alisten en las fuerzas armadas, aun cuando no sepan por qué.
  • 21. 3. Los versículos 27–30 describen, con brillantes imágenes, «la rapidez, disciplina y empuje del enemigo asirio» (Moriarty), mencionadas ya en el versículo 26b. (A) Aunque sus marchas sean prolongadas y los caminos sean ásperos (v. 27), «no habrá entre ellos cansado ni quien tropiece». (B) Aunque se vean forzados a mantenerse en vela por mucho tiempo, sin quitarse los arreos militares ni tomarse un momento de descanso (v. 27b), «ninguno se dormirá, ni le tomará el sueño; a ninguno se le desatará el cinto de los lomos, ni se le romperá la correa de las sandalias», sino que llevarán siempre puesto el cinto y la espada al costado. (C) Sus armas y municiones estarán en óptimo uso; sus caballos y sus carros, tan fuertes para la guerra que no habrá miedo de que se les estropeen en medio de la batalla (v. 28): «Sus saetas estarán afiladas, y todos sus arcos tensados; los cascos de sus caballos parecerán como de pedernal, y las ruedas de sus carros como torbellino». (D) Todos los soldados serán bravos y atrevidos (v. 29): «Su rugido será como de león, el cual se anima a sí mismo por medio de su rugido y causa terror a cuantos se aproximan a él. Su bramido será aquel día (v. 30) como el bramido del mar. No habrá entonces para los israelitas la menor esperanza de alivio ni de socorro. Si la luz se oscurece en los cielos (v. 30b), ¡cuán grande será tal oscuridad! Si Dios esconde Su rostro, no es extraño que los cielos escondan el suyo (comp. con Job 34:29)». Es de advertir que el sujeto del verbo «mirará» (v. 30b) no es precisamente el enemigo invasor, sino que el sentido es el siguiente (según lo han visto las versiones modernas, como la NVI): Y si alguien mira a la tierra, verá tinieblas y tribulación …». CAPÍTULO 6 Hasta ahora Isaías, con una comisión profética solamente virtual, y aun tácita, al ver tan poco fruto en su ministerio, comenzaba a pensar en dimitir de su oficio. Por consiguiente, Dios va a renovarle la comisión de tal manera que pueda estimularle el celo, aunque parecía que estaba trabajando en vano. En este capítulo tenemos: I. Una visión que Isaías tuvo de la gloria de Dios (vv. 1–4). II. El terror que dicha visión le infundió (vv. 5–8). III. La comisión que recibió de Dios para ir a predicar a un pueblo impenitente, aunque Dios mismo se reservará un remanente de misericordia (vv. 9–13). Versículos 1–4 Contra la opinión de M. Henry—nota del traductor—expresada en la precedente introducción y división del capítulo, es altamente probable que aquí tengamos el primer llamamiento de Isaías a la función profética, de forma que los capítulos 1–5 habrían de considerarse como «una introducción a la colección total de oráculos, destacando los temas principales del libro» (Trenchard). Va, pues, Isaías a comenzar su ministerio con una visión de la gloria de Dios. Como Dios de la gloria (Hch. 7:2), se apareció primero Dios a Abraham; también (Éx. 3:2) a Moisés. La profecía de Ezequiel y el libro profético de Juan (Apocalipsis) se abren también con visiones de la divina gloria. Quienes han de enseñar a otros el conocimiento de Dios, tienen que estar ellos mismos en íntima comunión con Él. Dice el texto sagrado que la visión fue (v. 1) «en el año en que murió el rey Uzías». Uzías reinó desde el año 790 a. de C. hasta el 739. La visión, pues, tuvo lugar el año 739, antes o después de la muerte del rey. El contraste que Isaías pone de relieve no puede pasar desapercibido por ningún lector atento: «El mismo año que murió el rey de Judá, tras un reinado de 51 años, sólo sobrepasado en Judá por Manasés (quien reinó 55 años), Isaías vio en Su trono al Rey de los cielos y de la tierra». ¡Los reyes humanos, por mucho que reinen, al cabo mueren! Uzías murió leproso en un hospital. Dios es un Rey que nunca muere, y cuyo reinado no tiene fin.
  • 22. El texto sagrado nos ofrece también otra insinuación: Isaías no tiene que turbarse por la muerte del monarca en tiempos que van a ser desde ahora muy difíciles, porque Jehová, el verdadero Rey de Israel, no muere ni se duerme. Tiene el mismo poder y amor de siempre para proteger a Su pueblo; también para castigarle como se merece, pero en la ira se acordará de la misericordia (v. 13). Pasemos ya al análisis de la porción. 1. Dios se aparece a Isaías «sentado (v. 1b) sobre un trono alto y sublime, esto es, excelso; elevado sobre todos los demás tronos, no sólo porque los trasciende, sino también porque los domina y controla. El profeta no vio la invisible esencia de Dios; el hebreo no dice que vio a Jehová, sino a Adonay (el Señor); esto es, las señales externas de Su soberano señorío. Según aclaró el propio Jesús (Jn. 12:41), Isaías vio la gloria de Cristo, al Monarca Eterno (v. Lc. 1:33) sobre un trono: (A) trono de gloria, ante el que hemos de adorar; (B) trono de gobierno, al que nos hemos de someter; (C) trono de gracia, al que podemos acercarnos con toda confianza (He. 4:16). 2. «Y la orla de Su manto (v. 1b)—continúa Isaías—llenaba el templo». Como hace notar Trenchard, Isaías no era sacerdote; no podía, pues, penetrar en el santuario propiamente dicho, sino que estaría «en el patio de los israelitas que rodeaba al de los sacerdotes … Quizá hemos de pensar que Isaías, al adorar a Dios en el patio de los israelitas, cayera en un éxtasis, y recibiese así la visión que describe». De acuerdo totalmente con Trenchard—nota del traductor—, hago notar que Isaías no es aquí un «vidente» (hebr. roeh), sino alguien «que tiene una visión» (hebr. jozeh) por medio de figuras, símbolos, etc. (como Juan en el Apocalipsis). Isaías llama «la orla de Su manto» al humo o nube (la shekinah), que mostraba visiblemente la presencia especial de Jehová en medio de Su pueblo. 3. Pero Isaías no vio solamente al Señor (v. 2): «Sobre Él (el Señor), es decir, asistiéndole, estaban los serafines», vocablo derivado del verbo saraph (arder o quemar). Los serafines arden de amor a Dios, de celo por Su gloria y de odio al pecado. La gloria de ellos está en tener abundancia, no sólo de la luz del conocimiento de Dios, sino del ferviente amor a Su santo nombre. Cada uno tenía seis alas, pero no extendidas (como las que vio Ezequiel, 1:11), sino que: (A) Cuatro eran para cubrirse: «Con dos cubrían sus rostros, en señal de reverencia, para no mirar hacia la gloria de la presencia de Dios; con otras dos cubrían sus pies, en señal de modestia, a fin de no descubrir el cuerpo» (metafóricamente). Reverencia, humildad y modestia son las lecciones que estos serafines enseñan con esto a los adoradores de Dios. (B) Dos eran para volar. Cuando Dios los envía para cumplir algún encargo urgente, vuelan rápidamente (v. 6, comp. con Dn. 9:21). Esto nos enseña a hacer la obra de Dios con gozo y sin demora. 4. El profeta escucha luego las voces de alabanza a Dios que los serafines profieren (v. 3). Hacemos notar, y lo repetiremos más de una vez, que la Biblia NUNCA presenta a los ángeles cantando, sino dando voces. «El uno al otro» no significa que todos gritasen a la vez, sino alternándose, como en forma antifonal. Se expresaban de manera semejante a la de los cuatro seres vivientes de Apocalipsis 4:8, y ensalzaban de modo especial la santidad de Dios. Del poder de Dios se habla dos veces en Salmos 62:11, pero aquí se repite tres veces Su santidad, lo cual, en hebreo, equivale a un gran superlativo, no a la Trinidad de personas en Dios. Jehová de las huestes es el título que, como siempre, pone de relieve el poder de Dios, como general en jefe de las fuerzas armadas de Israel. 5. Obsérvese a continuación (v. 4) la respuesta de los elementos inanimados ante esta invocación de la santidad y del poder de Dios: «Los quiciales de las puertas, como
  • 23. sacudidos por un terremoto, se estremecieron con la voz de los que clamaban, y la casa, esto es, el templo, se llenó de humo; la nube de la shekinah, que ya se extendía por el santuario (v. 1), se hizo más densa y extensa, a fin de velar todavía más la trascendente presencia de Dios (comp. Job 26:9). En el templo celestial, todo se verá con claridad, a la luz de la gloria de Dios (Ap. 21:23; 22:5). Allí Dios habita en una luz inaccesible (1 Ti. 6:16). En la tierra, habita en una nube densa (2 Cr. 6:1), es decir, muy oscura, de las que el sol no puede atravesar con su luz. Versículos 5–8 1. Aquí vemos primero la consternación del profeta ante esta visión de la gloria de Dios (v. 5): «Entonces dije. ¡Ay de mí, que estoy muerto!», es decir, perdido, arruinado. Recuérdese que, en el capítulo 5, son seis las veces que Isaías dirige el dedo hacia los demás, y dice: «¡Ay de los que …!» Pero ahora que ha visto la gloria de Dios, ya no dice: «¡Ay de los que …!», sino «¡Ay de mí!» La gravedad de los propios pecados sólo se echa de ver a la vista de la santidad del Dios tres veces santo, del mismo modo que las partículas de polvo, flotantes en una habitación o adheridas a los cristales de la ventana, sólo se ven bien cuando les dan de lleno los rayos del sol. Veamos: (A) Qué es lo que Isaías vio en sí para exclamar de ese modo: «Estoy perdido, porque soy hombre de labios inmundos y habito en medio de un pueblo de labios inmundos». Tenemos muchos motivos para clamar así ante el Señor, porque: (a) «El énfasis recae sobre “los labios” por la razón de que éstos dan a conocer la corrupción interna del hombre caído, tal como recalcó el Maestro en Marcos 7:18–23» (Trenchard). Si nuestros labios no están consagrados a Dios, seremos indignos de tomar el nombre de Dios en nuestros labios. La impureza de nuestros labios debería sernos objeto de pesadumbre, pues por nuestras palabras seremos justificados o condenados. (b) Vivimos en medio de gentes que tienen también inmundos los labios. Esta enfermedad es hereditaria y epidémica, lo cual, lejos de disminuir la culpa, debería aumentar la pesadumbre, al considerar que no hemos hecho todo lo posible para limpiar los labios de nuestros prójimos; en lugar de ello, hemos aprendido el lenguaje de ellos, como José en Egipto cuando juró por el Faraón (Gn. 42:16). (B) Qué es lo que motivó tan tristes reflexiones (v. 5b): «Mis ojos han visto al Rey, Jehová de las huestes». Estamos perdidos si no hay un Mediador entre nosotros y este Dios santo (v. 1 S. 6:20). Isaías fue humillado de esta manera, a fin de prepararle para el honor que se le iba a conferir con el llamamiento al ministerio profético. 2. Vemos luego la forma en que los temores del profeta fueron acallados con las palabras de consuelo que el serafín le dirigió (vv. 6, 7). Uno de los serafines voló rápidamente hacia él para purificarle. Quienes son abatidos con las visiones de la gloria de Dios pronto serán levantados de nuevo con las visitas de su gracia. Aquí vemos despedido por algún tiempo del trono de la gloria de Dios a un serafín, a fin de ser mensajero de gracia para un hombre bueno; y vino a él volando. También al Señor Jesús, en su agonía, se le apareció un ángel del cielo para fortalecerle (Lc. 22:43). El ángel vino con un carbón encendido, tomado del altar (ya fuese de los holocaustos o de los perfumes). El Espíritu de Dios actúa como fuego (Mt. 3:11). Al profeta que se sentía muerto (v. 5), el serafín le infundió vida, porque el modo de purificar los labios de la impureza del pecado es encendiendo el alma con el amor de Dios (v. 7): «Mira que esto ha tocado tus labios, te es quitada la culpa y expiado el pecado». La culpa del pecado es removida con el perdón de la misericordia; la corrupción del pecado, con el efecto renovador de la gracia. Por tanto, nada puede impedir que Isaías sea aceptado por Dios, no sólo como simple adorador, sino como mensajero suyo a los hijos de Israel. 3. Tenemos luego la comisión que Isaías recibe de parte de Dios (v. 8). Sólo el que tiene íntima comunión con Dios puede recibir comunicaciones de parte de Dios: «¿A
  • 24. quién enviaré, dice Dios, y quién irá de nuestra parte?» Este último plural puede tomarse como mayestático o, mejor en este contexto, deliberativo. Dice Ryrie: «Se ve a Dios como a un rey en consejo. Esta frase abre ciertamente paso a más plenas revelaciones de la Trinidad en el Nuevo Testamento». De este modo Dios nos enseña que el envío de obreros de la Palabra no debe hacerse sin una madura deliberación. Y el ministerio recibe un singular honor al ver a Dios así consultado en el seno de la Trinidad antes de enviar a un profeta en su nombre. La incapacidad natural del profeta es absoluta, y Dios toma la iniciativa, pero al decir: «¿A quién enviaré …?», insinúa que ha de enviar un profeta semejante a sus hermanos (He. 2:17). Dios se complace en enviarnos hombres como nosotros, implicados en los mensajes que traen, pues los colaboradores de Dios son copecadores con nosotros. «Y para estas cosas, ¿quién está capacitado?» (2 Co. 2:16b). A nadie se le permite ir en nombre de Dios, sino a los que son enviados por Él (Ro. 10:15). Con los labios ya limpios por el fuego del altar, el joven profeta se pone enteramente a disposición del Señor, incluso antes de conocer el mensaje que había de predicar. Así le ofrece a Dios «carta blanca», sean cuales sean las dificultades que puedan salirle al paso en el desempeño de su misión. Versículos 9–13 Dios le toma la palabra a Isaías y le envía a predicar un extraño mensaje: Predecir la ruina de su pueblo, e incluso madurarlos para dicha ruina. La misma habría de ser la situación en los días del Mesías, cuando la gran mayoría de los judíos iban a rechazar obstinadamente el Evangelio y a ser, por eso mismo, temporalmente rechazados por Dios. Estos versículos son citados en parte, o claramente aludidos, por seis veces en el Nuevo Testamento. Se le dan aquí a entender a Isaías cuatro cosas: 1. Que la generalidad del pueblo al que es enviado va a hacerse el sordo a su mensaje y a cerrar voluntariamente los ojos a las revelaciones de la mente y de la voluntad de Dios que el profeta les va a comunicar (v. 9). 2. Que, puesto que no quieren hacerse mejores mediante su ministerio, se harán peores por él. Quienes cierran voluntariamente los ojos a la luz de la verdad divina, merecen ser cegados por justo juicio de Dios (v. 10): «¡Engórdale el corazón a este pueblo, agrávales los oídos y ciérrales (por completo) los ojos!» «Engordar» (lit.) significa rodear de grasa el corazón, de forma que se vuelva sensual e impermeable a las cosas de Dios. «Agravar los oídos», esto es, hacerlos pesados, significa endurecerles el tímpano para que no puedan oír. El verbo hebreo hashá, más bien que «cerrar», significa «untar, embarrar, ensuciar», de forma que, por mucho que abran los ojos, no puedan ver por incapacidad funcional justamente merecida. Para entender mejor—nota del traductor—estos difíciles versículos 9 y 10, es necesario tener en cuenta: (A) Que el hebreo no hace distinción entre conjunciones finales (a fin de que) y consecutivas (de forma que). Así, la frase: «para que no vean» habría de entenderse como: «de modo que no verán». (B) De manera semejante, el hebreo del Antiguo Testamento tampoco distingue entre lo que es efecto de la voluntad directiva de Dios y lo que es efecto de Su voluntad permisiva (v. por ej. 2 S. 24:1, a la luz de 1 Cr. 21:1). 3. Que la consecuencia de este endurecimiento habría de ser la ruina casi total del pueblo (vv. 11, 12). El profeta, asustado por la terrible sentencia de Dios, pregunta (v. 11): «¿Hasta cuándo, Señor?» Como si dijese: «¿Va a durar por siempre esta condición del pueblo? ¿Vamos a estar, yo y otros profetas, trabajando en vano entre ellos, de forma que nunca mejore la situación?» En respuesta a esto, Dios le dice que ha de continuar predicando al pueblo y profetizando su ruina aunque el pueblo se haga el sordo a su mensaje y sufra las consecuencias en la deportación a Babilonia, cuando la tierra quedará completamente desierta (v. 11) y los hombres serán alejados de ella (v.
  • 25. 12). Los juicios espirituales comportan muchas veces castigos temporales sobre personas y lugares. 4. No obstante (v. 13), Dios se reservará un remanente como monumento a su misericordia. Recordemos que la visión de Isaías tiene lugar antes de la caída del reino del norte. Cuando las diez tribus del reino de Israel marcharon deportadas a Asiria, quedó «la décima parte», esto es, el reino de Judá, pero también ésta, dice aquí el Señor, «será devorada de nuevo» (lit.). A su vez, después de la deportación a Babilonia, había de volver una décima parte de aquella décima parte que constituía el reino de Judá, con lo que siempre queda del pueblo de Dios un tocón, esto es, una pequeña parte del tronco con su raíz, de forma que no sólo queda suficiente para chupar la savia, sino también para recibir injertos (v. Ro. 11:17–24). El tocón es como el del terebinto (mejor que roble), que, «al ser cortado, fluye de él un jugo fragante y resinoso» (Ryrie), y el de la encina, árbol fuerte y añoso; «la simiente santa, añade (v. 13b), será su tocón». A pesar de su apostasía y del consiguiente terrible castigo de Dios, el remanente es la «simiente santa» (comp. con Dt. 7:6; Esd. 9:2), por ser del pueblo «santo», elegido por Dios. CAPÍTULO 7 Este capítulo nos presenta mensajes juntamente de juicio y de gracia en un momento crítico de la historia del reino de Judá. Tenemos aquí: I. La consternación del rey Acaz ante las amenazas de las fuerzas confederadas de Siria e Israel contra Judá (vv. 1, 2). II. La seguridad que Dios le da, por medio de Isaías, de que el intento de los confederados será frustrado y Jerusalén será preservada (vv. 3–9). III. La confirmación de esto por medio de una señal milagrosa que Dios ofrece al rey Acaz (vv. 10–16). IV. La amenaza de una gran desolación que Dios hará venir, por medio de los asirios, sobre Acaz y su reino, aun cuando hayan escapado de la tormenta presente, por haber continuado en su maldad (vv. 17–25). Versículos 1–2 1. Isaías había recibido su comisión profética el año en que murió Uzías (6:1). Su hijo Jotam reinó, y reinó bien, durante dieciséis años. No cabe duda de que Isaías profetizó durante ese tiempo como se le había mandado, pero el texto sagrado no registra ninguna de sus profecías durante ese tiempo. Las que hallamos en este capítulo fueron hechas en los días de Acaz hijo de Jotam (v. 1). 2. Vemos aquí una temible confederación contra Judá y Jerusalén por parte de Retsín, rey de Siria, y de Peqaj, rey de Israel, quienes ya habían hecho sus correrías contra Judá en tiempos de Jotam (v. 2 R. 15:37). Pero ahora, en el segundo o tercer año de Acaz, entraron en coalición contra Judá. Como Acaz, a pesar de hallar la espada pendiente sobre su cabeza, había comenzado con idolatría su reinado, «Jehová su Dios lo entregó en manos de los sirios, los cuales lo derrotaron … Fue también entregado en manos del rey de Israel, el cual lo batió con gran mortandad» (2 Cr. 28:5). Envalentonados con esta victoria, se pusieron en camino en dirección a Jerusalén para ponerle asedio. 3. Vemos luego la consternación de Acaz y de su corte al recibir la noticia: «Siria se ha confederado con Efraín». El reino del norte es llamado así por haber sido su primer monarca, Jeroboam, de la tribu de Efraín. Y, sin mencionar por su nombre en este versículo 2 a Acaz, porque, como dice la tradición rabínica, «el nombre de este rey malvado no merece el honor de ser mencionado», «se le estremeció el corazón y el corazón de su pueblo, como se estremecen los árboles del monte a causa del viento». La causa real de este pánico era la debilidad de su fe y su subconsciente sentimiento de culpabilidad.