Si la gauche divine tenia Cadaqués y Bocaccio, los inconformistas del Bajo Llobreqat tenían Almeda. El pequeño barrio rodeado de fábricas, a medio camino de los cascos urbanos de Cornellá y Hospitalet, fue refugio de utopías, laboratorio sociopolítico, cuna sindical, templo iniciático y patio de recreo para toda una generación que se encontró a finales los años 60 y primeros 70.