2. La mujer de Elcaná, llamada Ana, no tenía hijos. Cada año la familia
subía a Silo, el sitio donde se había establecido el Arca de la Alianza,
después de que los israelitas se establecieran en la tierra prometida.
3. Y cada año, Ana pedía a Dios que le diera un hijo. Una de las veces se
puso de rodillas llorando ante el santuario de Dios y le rezó: “Señor, si
me das un hijo, te lo consagraré a ti todos los días de su vida”.
4. Dios la escuchó y le concedió un hijo, al que llamó Samuel. Cuando
creció, Ana lo llevó al santuario de Dios para que estuviera al servicio
del mismo y ayudara a los sacerdotes.
5. Una noche mientras dormía, Samuel, que todavía era un niño, oyó una
voz que le llamaba: "Samuel, Samuel". El niño se levantó y fue a buscar
al sumo sacerdote y le dijo: “Aquí estoy, porque me has llamado”.
6. El sumo sacerdote le dijo que no le había llamado por lo que Samuel
se volvió a acostar. Oyó una segunda vez su nombre y se volvió a
levantar. El sacerdote le dijo que no había sido él quien le llamaba.
7. A la tercera vez que oyó su nombre y acudió a ver al sumo sacerdote, éste
le dijo: “Vete y acuéstate, y si te llaman dirás: Habla, Señor, que tu siervo
escucha”. Y así ocurrió. Fue la primera vez que Dios hablaba a Samuel.
8. Desde aquel día se convirtió en un gran profeta, al que venían a
escuchar en el santuario de Dios en Silo todos los hijos de Israel,
porque sabían que Dios hablaba a Samuel.
9. De esta forma aquel niño que pidió Ana y tuvo la generosidad de entregar
a Dios se convirtió en el mayor profeta de su tiempo porque escuchaba a
Dios, que es el significado en hebreo del nombre de Samuel.