PRÓLOGO
Más de una vez he sido interrogado sobre el título de este libro:
«Hacia el ruido y la lluvia». La respuesta es sencilla: yo vivía en una casa
sobre la Avenida Chile, una vía muy ruidosa de Bogotá; ciudad que a su vez
es famosa por sus lluvias y lloviznas en los momentos más inesperados del
día. Así que el libro bien podría haberse titulado: «Desde el ruido y la
lluvia», pero preferí utilizar el punto de vista del lector, el cual, a través de
estas páginas, se acercaría a la realidad desde la cual fueron escritos estos
textos.
El ruido también aparece como evocación del caos, polución y ansiedad
citadina. Por otra parte, la misma lluvia que tulle los huesos y abre las
puertas de la melancolía, también limpia la suciedad sobre el asfalto,
refresca el aire y al irse nos deja una sensación de tranquilidad y ánimos
renovados.
Considero que las luchas interiores pueden llegar a ser más
emocionantes que la típica historia de misterios y detectives. Entre el ruido
y la lluvia habitan personajes con una vida normal, los cuales deben
enfrentarse a la pobreza, la frustración, el duelo o la búsqueda del amor. Tal
vez de una forma parecida a como tú has tenido que hacerlo, pudiendo así
llegar a una complicidad y complejidad mayor que con explosiones
nucleares, asesinatos sin resolver o enigmas religiosos.
«Hacia el ruido y la lluvia» comienza con cuentos de una estructura
tradicional. Sin embargo, a medida que avances, encontrarás entrevistas,
alegorías, intercambios de cartas y relatos poéticos. La razón de este
contenido ecléctico es que este primer libro que publico es un testimonio de
mi exploración con diferentes posibilidades de la narración corta. Cada vez
que algún maestro como Julio Cortázar, Alice Munro o Jorge Luis Borges
me sorprendía con una forma diferente de contar una historia, deseaba
probarme a mí mismo que también podía utilizar esos recursos. Bien dicen
que para romper las normas, primero hay que conocerlas, y de eso se trata
en gran parte este libro, de mi camino de aprendizaje al narrar historias en
diferentes formatos.
Para una lectura placentera de los textos más experimentales, conviene
ir con la mente abierta y sin prisas durante el camino que compartas junto a
sus personajes e imágenes. Y antes de despedirlos, tomarte un momento
para repasar su historia, imaginar su razón de existir, su futuro, y también
asimilar lo que te confiaron.
Cada una de estas ficciones es como una ventana a través de la cual
puedes asomarte para conocer otras existencias. Ojalá al terminar de hacerlo
te sientas renovado para continuar con la escritura de tu propia historia de
vida. ¿Quién sabe? Tal vez también tú seas observado por alguien desde una
ventana.
Noviembre de 2019
LOS BICHOS
Debo aceptarlo, siempre me gustó Camila, mi compañera de
universidad. Pero por una u otra razón nunca tuvimos algo. Bueno, tuvimos
un hámster, pero esa es otra historia. Durante los primeros semestres, ella se
la pasaba pegada a un novio gordito que tenía desde el colegio; cuando al
fin terminaron, se fue de intercambio y de nuevo me quedé con las ganas.
Al volver, me encontró estrenando novia y así siempre... A lo largo de todo
ese tiempo, mantuvimos una amistad, aunque era claro que yo deseaba otra
cosa.
Hasta cuando cerca del final de la carrera, nuestros corazones
coincidieron en libertad. Me emocioné pensando en que por fin iba a tener
mi oportunidad. Aunque sabía que no iba a ser fácil. Verán, nos habíamos
alejado un poco debido a que ella, muy aplicada en los estudios, me había
tomado un par de semestres de ventaja, de modo que ya no compartíamos
materias. Así que me volví inventor, inventor de excusas para verla. Que la
feria de no sé qué, que el paseo a no sé dónde, que si tienes los apuntes de
tal profe. El tema ya era de conocimiento público en la facultad y los demás
muchachos hasta hacían apuestas sobre si algún día terminaríamos juntos.
Una noche por esa época, fui a tomar unos tragos con unos compañeros,
quienes ya bastante alegres , comenzaron a burlarse de mi eterno
enamoramiento de Camila. Quise defenderme, en vez de aceptar que
aquellos ojos me embrujaban y que las palabras que salían de su boca me
parecían siempre dulces e inteligentes.
Ya algo embriagado, me dediqué a vender la mentira de que Camila solo
me gustaba físicamente. Entre risas, la ubiqué en el podio de los mejores
culos de la carrera y, aunque nunca logré recordarlo, supuestamente di a
entender que ya me había acostado con ella varias veces.
Me incomodaban las burlas que hacían sobre mi interés en Camila, por
lo cual esa noche quise proyectar una imagen de macho insensible. Pero no
contaba con que uno de esos tipejos también estaba obsesionado con
Camila y no perdió tiempo para volar a contarle todo, seguro de la forma
más cruda y exagerada que pudo.
No valieron las excusas. Fue como tirar y pisotear una flor entre el lodo,
nuestra relación no volvió a ser igual. Ella comenzó a evitarme con
cualquier pretexto, ahí fue cuando supe lo que se siente ser un vendedor de
seguros. Aún así, no perdí la esperanza de que algún día Camila pudiera
quererme.
Una tarde en la universidad me encontré con Diego, su hermano, ya nos
conocíamos y me caía bien, pero no habíamos hablado mucho. Resulta que
por casualidad ambos aplicamos para la misma beca en Japón.
Aprovechamos e hicimos los trámites juntos. Fue una buena estrategia
para poder regatear el precio de las fotocopias. Sabíamos que solo uno de
los dos podía ganar la beca, sin embargo, hablar con él me producía más
ganas de conseguirla, no solo por lo académico, sino por volar tan lejos,
vivir en una cultura diferente, con un idioma milenario y valiéndome por mí
mismo... En fin, conversando con Diego me sentía cerca de Japón.
Descubrí que teníamos cosas en común, nos gustaba reflexionar sobre la
vida y también comernos los mocos cuando estábamos nerviosos, pero
sobre todo, compartíamos un sentimiento atrapado en el pecho: una
necesidad de apuntar alto y de conocer tanto mundo como aguantaran
nuestras piernas. Cargábamos un bicho que nos atormentaba, pero a la vez
nos impulsaba.
Fue refrescante encontrar una persona que tampoco se sentía cómoda
con la seguridad y la estabilidad con la que otros sueñan, alguien quien
tampoco sabe qué hacer, pero sabe bien qué no hacer. Ese hallazgo animó a
mi bicho interior.
Sin embargo, no todo lo que encontré en Diego fue agradable. Los
bichos con largas antenas y patas peludas pueden producir impresión. Así
mismo, él podía desconcertarlo a uno, como cuando se encerraba en su
cuarto por semanas a leer libros de filosofía y esoterismo. En esos casos,
Camila contestaba el teléfono y su tono de voz bastaba para darme cuenta
de que el comportamiento de su hermano le preocupaba.
Yo en secreto disfrutaba cuando no podía hablar con él sino escuchar la
suave voz de Camila. No había sido del todo sincero con Diego, en más de
una ocasión pensé que si me volvía su mejor amigo, era probable que,
conversando con su hermana, mi nombre saliera a flote y seguro no tendría
sino cosas buenas para decir.
Así como Diego se escondía en su agujero sin explicaciones, cada tanto
salía de un momento a otro, alegre y parlanchín. Durante esos meses fui a
visitarlo varias veces a su casa, por supuesto, para ver a su hermana. Un
amigable saludo suyo era un gran acontecimiento para mí.
Creo que en algún momento él pudo notar mis intenciones. Yo
disimulaba, y sin embargo, no podía evitar preguntar: «¿Y en qué anda
Camila?». Quería averiguar si tenía novio, qué comida le gustaba o hasta el
más insignificante detalle sobre ella.
Recuerdo cuando íbamos caminando hacia la cartelera donde
publicarían al ganador de la beca, me pregunté si seguiríamos siendo
amigos. Tuve que aceptar que Diego me caía bien no solo por ser el
hermano de Camila. Me gustaba su espíritu de aventura y que con sus
locuras siempre me ponía a reír como tonto. Aunque debo decir que con
unas copas encima terminábamos discutiendo de filosofía y política; se nos
soltaba la lengua y eso era un show porque el hombre salía con cada cosa
que uno pensaba: «o es un maestro o ya se le terminó de tostar el coco».
A veces pienso que eso de la «envidia de la buena» no existe... ¿No he
sentido cierta alegría al ver que a un conocido se le desbaratan sus planes?
¡Y claro! También he notado esa satisfacción en otros cuando ven que fue a
mí a quien el día no le sonrió. Uno disimula y trata de doblegar ese
sentimiento de gritarle al otro que deje su ridícula cara de presumido, pues
lo que consiguió fue debido a la suerte, a influencias o a cualquier otra cosa
diferente a sus méritos, o así sea consciente de que fue por sus talentos, me
he preguntado ¿por qué no los tengo yo? ¿Por qué no me los reconocen a
mí? ¿Por qué tengo espinillas?
Así que fue extraño sentir verdadera alegría al saber que Diego ganó la
beca. Sabía cuánto lo iba a disfrutar y cómo yo también disfrutaría de
escuchar sus anécdotas. Obviamente habría deseado ser el protagonista de
semejante aventura, pero tuve la sensación de que había ocurrido lo
adecuado, que habrían otras cosas para mí, así fuera un premio por fidelidad
en el supermercado, pero esa era la de Diego.
Nada cambió entre nosotros después de conocer el resultado de la
convocatoria. Nos vimos incluso con más frecuencia durante esos meses, lo
ayudé a comprar y organizar cosas para el viaje. Cuando llegó a Japón,
chateábamos bastante y me contaba sobre la universidad, el idioma y las
sorpresas que le deparaba cada día. Su bicho interno estaba feliz,
serpenteaba dentro de él, extasiado con los nuevos rostros, olores, sabores y
costumbres que parecían no tener final.
En marzo de 2011 ocurrió un terrible terremoto en Japón. Esto me
sumió, junto a su familia, en días de incertidumbre y miedo mientras
veíamos las imágenes de devastación y muerte que, como si nada,
presentaban los noticieros después de la sección de deportes y las
entrevistas a los cantantes de moda. Entonces, volví a contactar a Camila y
estuve muy cerca de ella y su familia. Algunas semanas después, tras
muchas gestiones, llamadas y preguntas, obtuvimos la confirmación del
fallecimiento de Diego.
Traté de mostrarme fuerte, de brindar apoyo y compañía a sus padres y
su hermana, e incluso insistí en que me permitieran encargarme de todos los
trámites de la repatriación. Fue un enredo tremendo, debí dejar que lo
hiciera el primo que hablaba algo de japonés. En fin, no pensé que me
afectaría tanto, no dejaba de pensar cómo podía haber ocurrido eso, cómo
mi amigo, lleno de planes y vitalidad, se había ido para siempre.
Uno de esos días, estando en casa de la familia de Diego, Camila
apareció con un cuaderno forrado en cuero que le había llegado junto con
otras pertenencias de su hermano. «Para un viajero, de parte de otro», dijo.
Era el diario de aventuras de Diego , hablaba de cuando fue al nevado del
Cocuy, a las playas del Parque Tayrona y a Caño Cristales, pero sobre todo
hablaba de Japón.
Por esos días mientras leía el diario, entendí algo con inesperada
claridad: que si bien Camila fue el principal motivo para acercarme a
Diego, después continué siendo su amigo por ser alguien extraordinario con
quien fortalecimos el fuego de la ambición y la libertad en nuestro interior.
No volví a buscar a Camila y esa carga que llevaba sobre mi conciencia se
desvaneció. Me sentí tan ligero por esos días, que me dediqué a comer y
subí cinco kilos.
Tras el paso de varios años, curiosamente solía recordar más a Diego
que a Camila. Lo de ella fue un largo enamoramiento juvenil. Pero durante
el corto tiempo que compartí con él, tuvimos charlas y discusiones de gran
resonancia en mi interior, algunas de ellas duraron noches enteras y en vez
de brindarnos respuestas, nos llevaban cada vez a terrenos más filosóficos y
complejos.
Cuando él se fue, quedó en mí una maraña de preguntas, intereses y
conceptos que reaparecían en diversas ocasiones. Así me sucedió durante
un viaje por la Amazonía, donde el río, los monos y pájaros, manglares e
indígenas contrastaban con mis recuerdos del duro concreto de la ciudad y
me hacían divagar con frecuencia.
Pero fue después de contraer la fiebre amarilla cuando mi nivel de
divagaciones llegó a extremos surreales. Me recuperé en un centro médico
rodeado de selva en Brasil donde una enfermera pequeña y de ojos grandes
me cuidó. Desde mi perspectiva horizontal le conocí primero el trasero que
el rostro, y creo que su caso fue igual porque frecuentemente venía a
inyectarme las nalgas.
Cuando estuve mejor me dijo: «La próxima vez deberás invitarme una
cerveza antes de bajarte los pantalones». No había terminado de curarme de
la fiebre amarilla cuando ya estaba febrilmente enamorado de Gracia, mi
compañera desde entonces.
Al igual que a mí, a ella la conmovió el diario de aventuras de Diego.
Desde un punto de vista materialista podían ser solo gotitas de tinta sobre
hojas amarillentas. Pero mientras lo leíamos no lograba alejar la convicción
de que la joven energía de mi amigo aún vibraba en esas páginas. En una
ocasión, tampoco podía alejar un mosquito para quien, al cabo de un rato, el
cuaderno de cuero marrón significó el fin de sus picaduras.
Un par de años atrás, nos preguntamos qué habría querido Diego que
hiciéramos con su bitácora y dimos con una solución sencilla: cada vez que
nos embarcamos en una aventura, liberamos una de las hojas del cuaderno.
La dejamos solitaria bajo la sombra de un árbol, sobre la mesa de un café, la
convertimos en un barquito de papel para que navegue por un río caudaloso
o la entregamos a amistades del camino para que cuiden de ellas.
Antes pensaba que solo personas como Diego y yo alojábamos un bicho
rebelde. Ahora creo que todos tenemos uno, solo que se expresa de distintas
formas. Durante la juventud suele ser más activo, pero después no muere.
Solo descansa en un rincón oscuro del pecho, esperando por algo que lo
enloquezca, tal vez un rostro extranjero, un aroma casi olvidado o el
zumbido de otro bicho similar.
Entonces, comienza a revolotear de una manera frenética y espanta a la
racionalidad, el frío de la muerte te mira a los ojos y te hallas con fuerzas
para lanzarte a una andanza de la cual solo conoces el inicio y todas las
formas en las cuales puede salir mal. Como cierta noche en la cual Gracia
me dijo: «Es hora de hacer volar una nueva página. Acabo de comprar dos
pasajes para Tokio. Salimos en un mes».
Miré el itinerario en la pantalla. Era cierto. Nuestras finanzas no eran las
mejores, tenía compromisos con algunos clientes y ni siquiera había sido
consultado.
—¡No puedes hacer eso! Somos una pareja, Gracia —dije
malhumorado.
—¡Mira los precios! Fue una suerte conseguir esos vuelos —respondió
con esa mirada de una chiquilla que ha hecho una picardía.
—Así fueran gratis, no puedes decidir por ambos —realmente no lo
podía creer.
—Ya habíamos decidido que ese dinero sería para viajar, además, se lo
debemos a Diego. ¿No crees? —dijo más seria.
—No quiero ni discutirlo, no puedo permitir que lleves así nuestra
relación —si lo dejaba pasar, sería un precedente para que ella hiciera lo
que quisiera a futuro, pensé.
—Lo siento..., pensé que podría emocionarte la idea. Siempre he
querido conocer el monte Fuji y bueno, tú querías ir a Japón cuando estabas
en la universidad —se mostraba arrepentida.
—Gracia, de nuevo, no se trata de Japón..., estas son decisiones que
requieren mucha discusión y planeación en pareja —me costaba discutir
con ella cuando bajaba la guardia.
—No sigas, ya acepté que estuvo mal. De cualquier modo, sabes que
tenemos dos días para llamar y cancelar la compra... —contestó
desanimada.
Quise decirle que estaba loca y llamar al banco de inmediato. Emití un
gruñido y salí del apartamento dando un portazo. Necesitaba caminar,
pensar y también expulsar algunos gases antes de dormir.
Al escuchar el chirriar de las llantas del avión sobre suelo japonés, le
solté lo que había guardado durante todo un mes: «Estás loca, pero me hace
bien tu locura». Le di un beso y me alegré por siempre encontrar personas
que despiertan a mi bicho, ese que no me perdonaría llevar una vida sin
riesgos ni aventuras, o como decía Diego, no me perdonaría «el crimen de
vivir sin vivir».
EL ESPEJERO
Llevo más de veintiséis años trabajando en el mismo lugar. Siempre
me encuentran en esta calle, vestido con traje muy elegante y listo para
atender a todos los clientes del barrio. Aquí cualquiera encuentra un espejo
del tamaño y forma que necesite. Cada semana traigo más. Tengo desde uno
del tamaño de una moneda para colgar en el cuello, hasta el más grande, de
tres por cuatro metros, como la pared de una casa.
Al atardecer, cargo los espejos en mi carreta. Un celador me la deja
guardar en una bodega industrial a una media hora de acá. Me devuelvo en
un bus y duermo en el apartamento que alquiló mi hija mayor con el esposo.
Los domingos traigo la nueva mercancía desde allá. El camino es largo,
pero ese día casi no hay carros ni camiones, así que voy tranquilo, a paso
constante, deslizando mi sombra y la de la carreta a lo largo del pavimento
caliente, emitiendo destellos mientras jalo mi casa de luces. A mitad de
camino almuerzo lo que me haya empacado mi hija y llego a la bodega
cuando ya ha oscurecido. Ahí me quedo a dormir pues ya es tarde para
regresar. Algunas personas dicen que debe ser un trabajo muy pesado. Yo
ya estoy acostumbrado. Además, los espejos son tan brillantes... cuando
estoy sin ellos, así el sol ilumine con fuerza, siento que me falta luz.
Entre semana tomo un bus temprano, saco la carreta de la bodega y me
vengo para acá. A media mañana termino de armar mi casa hecha con
cuadros que duplican las imágenes de este barrio. Como pueden ver, es
hermoso, seguro, organizado, y dicen que exclusivo o aristocrático, pero eso
no me importa, porque aquí ya me conocen y me aprecian. Cuando era
joven y comencé a vender espejos. Lo hice a muchas manzanas de
distancia, en un lugar también agradable, pero ruidoso y popular. Siempre
me fascinó el barrio Cayenas, sin embargo, temía que de alguno de los
lujosos edificios o mansiones saliera un celador o escolta a echarme
violentamente, así que me acerqué con paciencia, cuadra por cuadra.
Ahora ya no me gusta hablar con los vendedores que pasan por aquí,
son algo vulgares. ¡Y también aprovechados! Siempre cobrando precios
exagerados con la excusa de que acá tienen mucho dinero. Yo en cambio,
prefiero conversar con algún residente del sector. Pasan en sus carros finos
y me saludan, comentamos el resultado de un partido de fútbol o cuestiones
de actualidad; por eso debo estar bien informado: tengo un radio en el que
escucho los noticieros y así puedo conversarles sobre cualquier tema. Con
intercambiar un par de frases logran alegrarme durante el resto del día.
Cuando me ubico en el centro de los cristales, todos los ángulos de mi
cuerpo son visibles y en cada una de las imágenes enmarcadas el
protagonista soy yo, y como fondo de estos retratos, aparecen casas con
jardines imponentes, lujosos carros, empleadas impecables paseando perros
de pelaje sedoso. Gente orgullosa y feliz.
Seguro en muchos comedores de alrededor se habla sobre mí. Las
familias reunidas deben mencionar mi amplia cultura y adecuados modales,
y se sorprenden de que alguien así venda artículos en la calle. Creo que más
de uno debe haber pensado en invitarme a su casa a cenar, pero por pena o
temiendo un rechazo de mi parte aún no lo han hecho.
Solo abandono mis espejos un breve lapso durante la tarde: es cuando
Jhon Jairo, quien vende frutas y jugos, pasa con su carretilla. Ahí aprovecho
para hacer mis necesidades corporales en un supermercado cercano. Al
regresar aliviado, le compro algunas frutas que me duran hasta el día
siguiente cuando él vuelve. Eso sí, yo no dejo cáscaras ni nada por ahí, esas
cosas acá no se pueden hacer.
En este trabajo toca estar atento con los niños y los perros. Varias veces
me ha pasado que algún pequeño con una pelota o con esos juguetes
importados me quiebra un espejo mientras atiendo algún cliente. Son
accidentes, por lo que casi nunca pagan el daño, así que debo estar alerta a
cualquier vocecita o ladrido.
En las noches tengo pesadillas: tumultos de niños y perros que aparecen
de la nada destruyendo mis espejos por puro placer. Me siento desesperado
e impotente. Observo mi rostro temeroso deshaciéndose en cada vidrio roto.
Como cuando vino la policía con un camión para confiscarme la mercancía:
los agentes, sordos a mis palabras, lanzaban los cristales dentro del vehículo
sabiendo que se romperían, y arrastraban los marcos de madera contra el
duro pavimento.
No importó cuánto les supliqué, o decirles que en el barrio me
apreciaban, no se detuvieron. Algunos vecinos cruzaron por la calle en su
carro y yo, asustado e imprudente, los llamaba a gritos. Miraban
disimuladamente, pero a ninguno le fue posible detenerse para colaborarme.
Uno entiende, ellos son gente muy correcta y distinguida, no se meten en
esas cosas. Menos mal pasó Jhon Jairo y pudimos salvar algo de mercancía.
Mis hijas friegan mucho, no les gusta darme plata para el negocio, pero
después de mucha rogadera terminan ayudándome. Ellas saben que, a pesar
de tantas deudas y gastos, yo solo me siento bien en Cayenas. Aquí estoy en
casa, en familia digamos. Yo no creo que ninguno de los vecinos sea quien
me acusa cada semana con la policía. Ellos son ciudadanos de bien,
profesionales, amables, con modales. No harían eso. Debe ser un
competidor deshonesto, o tal vez algún celador o jardinero envidioso.
Después de todo, yo también he aprendido a vestirme bien, a caminar,
hablar y mirar como la gente decente.
Practico ciertos gestos y poses, me observo y pienso que cualquiera que
no viva por acá, al mirarme supondrá que soy un empresario que salió a
caminar por los alrededores de su casa. Entonces, si no hay clientes ni
perros por ahí, yo sigo de largo, con el mentón en alto, andando con porte y
seguridad, dejando atrás esos espejos ordinarios que afean mi barrio. Los
observo de reojo, sin perder ni por un segundo mi distinguida y elegante
silueta alejándose de ellos.
UN DÍA DE JULIO
El primer pensamiento que cruzó su mente al despertar fue «hoy me
encontraré con ella». No era un deseo o simplemente la idea de una
posibilidad; tenía una certeza absoluta, no sabía a qué hora, dónde o cómo,
pero sí que ese día la vería de nuevo.
Había pasado algo más de un mes desde la última vez que pudo tocarla.
En esa ocasión ella se mostró muy distante, lo cual lo hirió profundamente.
Claro, no lo demostró en el momento, no tenía el derecho, ni siquiera tenía
por qué haberse enamorado de esa muchacha que solo le había dado dos
gotas de ilusión, las cuales después, trató de hacer olvidar con toda una
laguna de lejanía e indiferencia.
Había sido su culpa, no aprovechó la oportunidad que tuvo. Quedó tan
encantado con cada aspecto de ella que intentó saltar como un loco a
abrazar su felicidad y no dejarla escapar nunca. Al parecer, esto la
atemorizó, la hizo desconfiar, escapar. O tal vez todo fue una ilusión suya,
seguramente su felicidad nunca estuvo ahí. Esa incógnita hacía todo más
difícil. No tuvo tiempo para ver sus defectos. Probablemente todo era una
pésima idea, pero ni siquiera pudo comprobarlo por sí mismo. Solo tenía en
su mente el quizás de algo sublime, un quizás abruptamente interrumpido.
Había luchado por todo lo que tenía. No había nacido con una gran
inteligencia o excepcional belleza. La obstinación que en él surgió como un
mecanismo de defensa ante sus limitaciones, terminó siendo parte de su
forma de ser; una vez se proponía algo, no le importaba caer cientos de
veces, siempre intentaría levantarse de nuevo. Si el objetivo valía la pena,
luchaba sin desfallecer por más dificultades que se presentaran.
Por eso le era tan difícil no mostrarle todo lo que sentía, no llenarla de
gestos de cariño, de locura, de necesidad de ella, pero no era tonto. Ya había
cometido ese error, sabía que tenía que guardar todo ese remolino de
sentimientos dentro suyo para el momento adecuado porque de lo contrario,
solo la alejaría más. Sobre todo ahora, que estaba con otro.
Encontrarse con ella era un premio, una lotería. O podía ser un castigo,
como la última vez, cuando fue tan fría, tan distante. Era simplemente una
oportunidad.
No tenía duda de que se verían. Desde la perspectiva ordenada que solía
seguir cuando iba tras un objetivo, sabía que lo que debía hacer era planear
cómo aprovecharía la oportunidad. Pero no podía. Solo imaginar el
encuentro lo distorsionaba todo, lo difuminaba, llegaba la sensación en el
estómago, el recuerdo de su rostro, de sus ojos, todas las palabras que se
revolverían en su interior pero que no sería prudente decir. Entraba en un
estado de enamoramiento y ansiedad del que solo podía salir volviéndose a
ocupar en las tareas cotidianas, por lo tanto, la necesaria planeación sobre
qué haría durante el esperado encuentro nunca se dio.
Ella solía asistir al mismo gimnasio que él. Se subió en la buseta, pagó
el pasaje, tuvo una buena vista de todos los pasajeros. No estaba ahí, lo
cual, en cierto modo, le proporcionó alivio. Habría sido una manera
demasiado simple de resolución del mágico fenómeno de que sin tener
razón alguna, pudiera asegurar, afirmar sin la más mínima duda, que se
encontraría con ella ese día. Bajó de la buseta, antes de entrar al gimnasio
miró a lado y lado. Sus caminos se cruzarían. Sin embargo, sentía que
existía una pequeña posibilidad de que por estar distraído no lo notara. Eso
sería una estupidez gigantesca, debía estar atento.
La rutina de ejercicios del día fue fácil de hacer. Casi no la notó. Estaba
ocupado mirando todo el movimiento del gimnasio. Podría estar en el
segundo piso, pensó, en clase de aeróbicos, pero no era una buena decisión
subir, no tenía porqué estar allá, podría notarse que no era un encuentro
casual, sino que por algún extraño suceso, tal vez sobrenatural, extra
sensorial o por lo que fuera, él ya sabía que se iban a ver. Sonaba tonto,
pues de cualquier forma sería casual. No, tal vez no, tal vez ella pensaría
que la estaba siguiendo. No quería dar esa imagen. Se quedó media hora
más de lo usual, bajaron los alumnos de la clase de aeróbicos, pero ella no
estaba ahí.
La media hora de más le costaría llegar tarde al trabajo. Se alistó con
prisa, tomó un taxi, no quiso hablar con el conductor, ni siquiera consigo
mismo. Estando cerca de llegar a su destino, se le cruzó rápidamente una
idea por su cabeza. Sintió vértigo en su estómago. Cuando aún hablaban
frecuentemente y él le dijo donde trabajaba, ella le mencionó que vivía
cerca de ahí. Sin embargo, nunca se habían encontrado. La media hora de
retraso... ¡Eso es! Seguro ella solía salir de su casa media hora después de
que él entrara a trabajar.
Pegó la mirada al vidrio del taxi, casi como un perro hogareño
emocionado ante un paseo en carro, escrutaba rostros, figuras, sombras. No
la veía pero no se desanimaba. Tenía la certeza. Estaba allí, en algún lado,
solo tenía que estar atento.
–¿Tomamos esta calle? –preguntó el taxista.
Dudaba, no sabía qué responder, ¿y si ella estaba por la otra ruta? ¿Y si
una equivocación suya echaba a perder la esquiva oportunidad que el
destino había preparado para él?
–¿Amigo? –insistió el taxista.
Estaba pasmado, bloqueado. El carro de atrás pitaba despiadadamente,
el conductor estaba confundido (el pasajero tenía la boca a medio abrir pero
no pronunciaba palabra). El taxi giró y él se sintió aliviado, no interfirió en
nada. Fue el universo, algo superior, a través del conductor, quien decidió el
camino a seguir. Pero no se confió del todo, mientras el carro tomaba la
nueva ruta, él dio media vuelta sobre su asiento y, a través del vidrio
trasero, examinó las figuras que dejaba atrás, en el camino alternativo,
verificando si alguna encajaba con la de ella, esa silueta que nunca
abandonaba su mente. No fue así, pero no importaba, de cualquier forma
quien manejaba los hilos de las marionetas ya le había hecho saber
mediante el incidente con el taxista que no era por allí que la encontraría.
Se bajó del taxi cerca del edificio donde trabajaba, ¿por qué aún no la
hallaba? Una gota ácida de desespero cayó en el fondo de su estómago,
pero se tranquilizó pensando «apenas comienza el día». Iba retrasado, pero
se dirigió caminando despacio, vigilante, paso a paso. Finalmente llegó a la
portería y se tuvo que resignar a entrar a trabajar y soportar el llamado de
atención que vendría por el considerable retraso.
Trabajaba esperando con angustia la hora de almuerzo. Cuando por fin
esta llegó, salió rápidamente de la oficina, sin esperar para ir, como de
costumbre, con sus compañeros de trabajo. Mientras cruzaba afanosamente
la puerta del edificio, junto con la fuerte luz del sol, llegó de nuevo una
angustiosa incertidumbre, similar a la que había vivido en el taxi, pues
ahora podía caminar hacia la derecha, izquierda o al frente. «¡Aaarrrghh!
¡¿Dónde estás?!», quiso gritar.
Tal vez pasaron un par de minutos mientras él se encontraba
desesperado en esta ridícula situación, dando un par de pasos en cada
dirección solo para regresar sin decidir finalmente hacia donde seguir,
cuando sus compañeros de oficina salieron, lo vieron y le preguntaron si iba
a ir con ellos a almorzar. Fue un alivio, aceptó sin dudarlo, de nuevo,
dejaría todo en manos de las circunstancias.
Habló poco durante el camino. Tal vez fue por eso que uno de sus
amigos le preguntó si le pasaba algo, o tal vez porque periódicamente
volteaba la cabeza y se quedaba así un rato, explorando la nada detrás de él,
como si alguien los viniera persiguiendo, pero cada vez que intentó
descubrirla detrás suyo, lo único que encontró fue la cotidianidad de la
ciudad que le parecía fría y burlona.
Al regresar a trabajar sintió algo de frustración. Pensó en olvidarlo todo,
aceptar que aquel era solo un día normal, tan gris como el anterior, igual a
todos los de los últimos meses desde que la vio por última vez, pero no, la
certeza aún estaba ahí, seguro la demora en hallarla solo haría más
placentero y mágico el momento en que sucediera, tal vez ella le diría
«¡Qué curioso! Al levantarme tuve el presentimiento de que hoy me
encontraría contigo».
Su empleo le permitió apartarla temporalmente de su cabeza, sin
embargo, se la escuchaba en el fondo, constante, como el tic tac incansable
de un reloj. A las cinco de la tarde este reloj se detuvo y solo se oyó su
alarma, fuerte y fría, de angustioso sonido metálico, había llegado la hora
de salida. El trabajo ya no lo protegía. Debería enfrentarse al terrible
encuentro que se había preparado para él. Apagó su computador, organizó
ligeramente el escritorio, se puso de pie, vistió su chaqueta, se despidió de
sus compañeros de cubículo y, sin afán, caminó hacia la salida.
Por lo menos se tranquilizó un poco, como ya se ha visto, a pesar de lo
poco racional del fenómeno que estaba experimentando, él trataba de
racionalizar y entender todo el asunto de las premoniciones, los encuentros
casuales y los déjà vús. Producto de estos pensamientos, llegó a la
conclusión de que ya que había sido el destino, Dios, o un ente más allá de
lo humano quien había organizado el encuentro, no había necesidad de que
él, un hombre cualquiera, como hay muchos en cualquier ciudad, hiciera lo
más mínimo para hallarla. Bastaría con llevar a cabo las mismas acciones
de todos los días, eso sí, prestando mucha atención a su alrededor para no
dejar escapar la ocasión de ver a aquella muchacha que había sembrado las
mariposas que aleteaban por el camino entre su estómago y su mente.
Esperó el bus donde siempre lo esperaba y a la hora que siempre lo
esperaba, incluso trató infructuosamente de pensar en lo que durante esos
momentos usualmente solía pensar: las tareas del día siguiente, qué haría al
llegar a casa, etcétera. Sentía que él estaba haciendo su parte, así que pronto
llegaría el momento en el que el cosmos cumpliría con la suya. La única
diferencia visible en comparación a otros días mientras esperaba el bus, era
su mirada inquieta, saltando entre rostros, entre mujeres, siempre
buscándola, tratando de armar con cuerpos que no eran el suyo la figura que
tanto deseaba ver.
Vio que se aproximaba el bus, quiso dejarlo ir, darle más oportunidades
al sector donde estaba, allí había bastante gente. Ella dijo que vivía cerca de
aquí, pensó, pero con gran esfuerzo y dolor, actuó de acuerdo a la
conclusión a la que había llegado, tendría que hacer las cosas de la manera
usual. No quería disgustar a aquella fuerza superior que había decidido
darle un regalo tan valioso.
El bus estaba lleno, escrutó con cuidado el atestado corredor: nada. En
el fondo había personas que no alcanzaba a ver. Decidió caminar hacia allá,
pasando lentamente y con bastante dificultad entre los cuerpos apretados de
los ya irritados pasajeros, incomodándolos más de lo que ya se encontraban.
Alguien le pegó un codazo fuerte en la espalda, le dolió, pero un segundo
después, un frío le recorrió su columna vertebral, ¿y si es ella? Esperó dos
segundos y disimuladamente volteó a mirar hacia el lugar de donde provino
el golpe, solo para encontrar la cara de un hombre feo y malhumorado.
Siguió avanzando hasta el final del bus sin suerte.
De manera similar a cuando abordó el transporte, al acercarse al lugar
donde debía bajarse, quiso posponerlo, evitarlo... las probabilidades, que tal
vez en realidad fueron siempre bajísimas, a medida que se acercaba a su
casa, se convertían en nulas. De cualquier forma, no iba a seguir en el bus
indefinidamente, solo para tener que tomar otro más adelante, más
avanzada la noche y más avanzada su decepción.
Bloqueó su mente, se bajó del bus, caminaba cabizbajo y mucho más
lento que de costumbre, no pensaba en nada concreto, pero aún levantaba
ocasionalmente su mirada y buscaba a su alrededor. Durante el camino vio
una pareja de ancianos, una señora esperando transporte, un perro andando
solo por las calles de la ciudad... Llegó a su edificio, abrió la puerta, cruzó
el umbral. Ya iba cerrando lentamente la puerta, pero antes de hacerlo por
completo, volvió a abrirla, asomó la cabeza, miró a ambos lados. No había
nadie, ya era de noche.
Subió por las escaleras hasta su pequeño apartamento en el cuarto piso.
A diferencia de otros días, al entrar se dirigió inmediatamente a su cuarto.
No fue al baño ni pasó por la cocina para sacar algo de la nevera. No
encendió las luces. Caminó en la penumbra, al llegar a su habitación,
dejándose caer, se sentó sobre la cama, dejó salir un largo y profundo
suspiro... pasaron unos segundos, tal vez un minuto, se quitó los zapatos y
se metió debajo de las cobijas, rápidamente se quedó dormido.
Cuando despertó, aún tenía algo de la inconformidad y tristeza con la
que se había acostado. Poco a poco se fue incorporando, sentía que no había
pasado mucho tiempo. Miró el reloj. Eran las 11:25 p.m., una ráfaga de
miedo cruzó su estómago: ¡Aún no se había acabado el día!
Ya se ha dicho que no era tonto, no se iba a quedar mirando por la
ventana, esperando verla pasar. Aún podía conservar algo de dignidad y
aceptar la realidad antes de que esta se impusiera a la fuerza, mostrándole lo
ridículo que había sido al quedarse esperando un milagro hasta el último
segundo del día, o podía hacer algo, arriesgarse, quemar las naves, ir por
todo o nada. Cogió su celular y comenzó a caminar nerviosamente por el
apartamento, miró por la ventana, siguió su ruta: cocina, sala, de nuevo al
cuarto... sus pensamientos eran como relámpagos inasibles. Llegó de nuevo
a la ventana. Se detuvo, buscó su número en el celular. El corazón le
palpitaba con rapidez. Una vez más visitó cada uno de los cuartos del
pequeño apartamento sin quedarse más de tres segundos en ninguno. Se
encontró de nuevo con su reflejo sobre la ventana, observó un nombre
brillante en la pantalla del celular, formado por pequeños cuadritos
luminosos. Le encantaba su nombre, era tan bellamente sonoro, iba tan bien
con su carácter... respiró profundo, presionó el botón verde, «Marcando...»
se arrepintió, botón rojo, ¿qué le voy a decir?, de nuevo, los pensamientos
rápidos y confusos acudieron a él. Supo que no podría organizar su mente
en ese momento por más que lo intentara. Volvió a respirar profundamente
y, a continuación, sin darse tiempo para pensarlo nuevamente, presionó por
segunda vez el botón verde.
Cada timbrazo parecía interminable, doloroso... «es tarde, tal vez ya esté
dormida» pensó; «quedará registrada la llamada perdida y mañana pensará
que estoy desesperado, buscándola a esta hora...» acompañó al siguiente
timbre, sin embargo, el «Aló» que vino después, navegando sobre el que le
parecía el más agradable tono de voz del mundo, hizo desmoronar todos sus
temores durante un instante fantástico. Aunque valga decirlo, solo para
darle paso a otros más reales al no saber cómo manejaría esa llamada.
–Aa, aló.
–Hola. ¿Cómo estás? –respondió ella.
–Bi..., ejem, bien.
–Qué milagro tu llamada y más a esta hora.
–Uy, es muy tarde, no me había dado cuenta, ¿ya estabas dormida?
–No, la verdad no.
–Lo siento, solo quería saludarte. No había visto la hora.
–No te preocupes.
–Creo que te vi hoy –dijo él, tratando de iniciar la conversación de
algún modo.
–¿Sí? ¿Dónde?
–Cerca a donde trabajo, pero no estoy seguro.
–No creo, estuve todo el día en la casa de unas primas.
–Jum, seguro te confundí.
–Jaja, sí, seguro viste a otra casi tan linda como yo.
–Jaja, tan presumida.
–¿Y a qué debo el milagro de tu llamada?
–Me acordé de ti al confundirte y quise llamar para saludar.
–Gracias.
–… Oye, no te he vuelto a ver por el gimnasio.
–No, no seguí yendo. Entré a trabajar y me queda poco tiempo libre.
–Oh, qué lástima.
–Jaja, ¿así de gorda estoy?
–Noo, no lo digo por eso, es que no te veré más por allí.
–Tal vez después vuelva.
–Además, como no te dejas invitar ni a un café.
–Es que he estado algo ocupada.
–Veo… –sintió como si se ahogara entre el oscuro silencio que lo
rodeaba– ¡Oye! ¿Te acuerdas de la recepcionista grosera?
–Sí, claro. Teresita... desgraciada.
–Jaja, vieras lo que pasó hace unos días.
–¿Qué?
–Le llegó una cliente peor.
–¿Sí? ¿Cómo así?
–Yo no vi todo desde el principio. Me fijé fue cuando la señora ya
estaba casi gritándole. Creo que todo comenzó porque como tú sabes, uno
va allá donde Teresita, y ella, como siempre, entretenida hablando por
teléfono mientras los demás la esperan.
–Uy, sí, vieja maldita...
–La cliente como que le estaba pidiendo la llave del casillero, oí que le
dijo algo como: «¿Me puede atender o pido la llave donde el gerente?».
–¡Ja! Bien hecho. No me imagino la cara de odio de esa señora.
–Teresita ni siquiera revisó el cajón para ver si había llegado, solo le
dijo: «No, su llave no está». La cliente le respondió: «Pero usted ayer me
dijo que hoy la tenían... Señora, ¡señora, por favor, póngame atención que le
estoy hablando!». Entonces, con fastidio y sin mirarla, Teresita le contestó:
«¡No está!». «¿Entonces cómo hago?», preguntó la cliente.
–Teresita –continuó él– dijo por teléfono a quién sabe quién, seguro a
otra vieja igual de desagradable que ella: «Un momento que acá le toca a
uno solucionarle los problemas a todo el mundo». Luego, miró a la cliente
de manera despectiva y le espetó: «¿Y por qué no pone sus corotos en el
piso?».
–Ush... –exclamó ella con asombro.
–Pero vieras, ahí fue Troya, como diría mi abuelo –agregó él–. La
cliente le dijo: «¡Usted quién se cree! ¿Se confundió conmigo? Porque yo sí
sé con quién estoy hablando, con una vieja amargada que no llegó a más
que a recepcionista en toda su vida. ¡Segunda y última vez que vengo a este
gimnasio! ¡No voy a aguantarme a esta señora tan grosera todos los días!
¡Me devuelven mi plata ya mismo! ¡Ya mismo!».
–Uy, tenaz... ¿y qué hizo Teresssita? –preguntó ella.
–Nada, se quedó quieta, verde y muerta del susto... ¿y sabes qué fue lo
peor? Que la gente comenzó a aplaudir... ¿te imaginas? Y comentaban cosas
como: «Uy, sí, ya era hora», «es que es el colmo esa grosería», «vieran
cómo trató a Natalia el otro día».
–Jajaja, –reía ella con desparpajo– ¿y tú también aplaudiste?
–Al principio no estaba seguro, pero recordé lo mal que te caía y cuando
me dijiste que te había hablado feo, entonces aplaudí fuerte, chiflé y todo.
–Jaja, muy bien.
–Sí, en el momento fue hasta chévere, tal vez un poco excesivo. Debió
sentirse mal, ¿no te parece?
–Considerando como ha tratado de mal a tanta gente no creo que haya
sido excesivo.
–Tú nunca la vas a perdonar.
–No. Bueno, si me pidiera perdón, tal vez lo haría, pero tendría que ser
de rodillas o algo así.
Él rió.
–Yo también debí haber hecho un escándalo. Lo de pasar la queja con el
administrador no sirvió para nada. Quién sabe porqué se la han aguantado
tanto tiempo ahí.
–Sí, a veces las acciones de hecho son más efectivas.
–Sí…
Él tosió, quería agregar algo a la conversación, pero no se le ocurría
nada.
–Oye, rico oírte, gracias por tu llamada –dijo ella con calidez. Hubo
silencio del otro lado de la línea–. ¿Aló? –preguntó entonces.
–Sí, aló. No, de nada, para mí es un gusto hablar contigo -respondió él...
–Para mí también. Te mando un abrazo. Te me cuidas mucho.
–Bueno, lo mismo para ti... ¡No! ¿Aló?
–¿Sí? –respondió ella.
–Espera. No te llamé para hablar de Teresita...
Ella se quedó en silencio. En casos como este, él nunca lograba llevar
una conversación «casual» de una forma más o menos natural a un punto
donde pudiera decir lo que sentía. Así que decidió simplemente decirlo, sin
importarle si era el peor momento, tenía que sacarlo de su garganta.
–Aún no te olvido, es decir, no puedo olvidar esa idea, el pensar que
podríamos haber estado juntos, que podríamos estar juntos.
Hubo una breve pausa.
–Tú sabes que tengo novio.
–Sí, yo sé. Cuando no tenías, me dijiste que querías reflexionar, estar un
tiempo sola, pero poco después, cuando volvimos a hablar, me contaste que
salías con alguien.
–Las cosas pasaron rápidamente, lo siento.
–Sé que no me debes explicaciones y también que ya debería haberme
olvidado de esa posibilidad.
–No te preocupes, yo también he pensado en ella.
El mundo se movió bajo sus pies, pero, a la vez, sintió llegar una
recarga de valor para seguir hablando.
–Debí actuar de otra forma cuando tuve la oportunidad de estar contigo.
–El amor es una lotería...
–Pero yo sigo con este billete apretado fuerte entre mis manos, no
quiero comprar otro.
–Tampoco te estoy diciendo que lo botes.
–¿Estás feliz con él?
–Mmm... no sé, normal. No soy infeliz.
–Ese no es propiamente el premio mayor en la lotería de la que
hablamos.
–¿Tú eres el premio mayor? –dijo ella, tal vez sin darse cuenta de sus
hirientes palabras.
–Yo soy otro número.
–No es la mejor de las ofertas.
–Es la misma que te puede ofrecer cualquier persona, cualquiera
excepto alguien con quien, como tú dijiste, «no eres infeliz».
–Haces sonar eso que dije como si fuera terrible.
–Es terrible.
–Eres un idealista...
–¿Y tú?
Hubo varios segundos de silencio, él seguía con su celular apretado en
su mano sudorosa, oyendo atentamente el ruido de fondo en la llamada, las
pequeñas interferencias.
–Creo que también soy una idealista –respondió lentamente ella.
Ahora fue él quien calló por algunos segundos.
–Me hace muy feliz escuchar eso.
–Tal vez no deberías. Yo soy solo otro número.
–No importa, eres el número que quiero.
–No te he prometido nada.
–También antes fuiste así. Me llevaste contigo con cada palabra que
pronunciaste, pero realmente nunca dijiste nada.
–Que no lo haya dicho no quiere decir que no fuera cierto.
–A veces creo que todo es un castillo de naipes que construí en mi
cabeza.
–No, no fue así. Creo que yo puse algunos de los naipes en la base del
castillo, pero en ese momento no podía saber cómo serían las cosas, tuve
que decidir.
–Aún puedes cambiar de decisión.
–No es tan fácil, no es un juego.
–¿No dijiste que el amor era una lotería?
De nuevo otra pausa en la llamada, un intervalo que él recordaría tiempo
después con entrañable cariño. Un silencio que ella acabó con palabras
claras, que sonaron como si fueran rompiendo lenta y ruidosamente un gran
cristal.
–Solo te puedo prometer un quizás.
De pronto muchas nubes grises que llevaba consigo desde hacía largo
tiempo se apartaban por completo de su lado. Su pesada carga se había
esfumado, se sentía ligero, completo y lleno de libertad.
–Es... eso es suficiente, es maravilloso, yo solo quiero hacerte feliz.
–Únicamente dije un quizás.
–Sí, sí, un quizás. Es una palabra bella...
–No quisiera crearte falsas expectativas.
–Hace mucho tiempo que estoy lleno de expectativas. Ya no hay nada
que puedas hacer.
–Bueno, pero trata de tener los pies en la tierra.
–Sí, bueno… ¡La verdad quisiera verte ya mismo!
–Yo estoy en pijama.
–Eso no importa, si quieres voy yo en pijama también.
–Jaja, bueno... dale, encontrémonos, pero no en pijama.
–Ya salgo, nos vemos allá.
–¿Dónde?
–Tú sabes dónde, estoy seguro… ¡tienes que saber!
Cortó la llamada, dejó su celular sobre la mesa de noche y salió de su
apartamento volando.
HISTORIA CLÍNICA: ARISTÓBULO
JIMÉNEZ
La siguiente transcripción fue recuperada de un conjunto de hojas
amarillentas encontradas en una oficina del barrio Palermo, donde durante
algún tiempo funcionó un consultorio psicológico.
Sesión de Febrero 19
¿Y cómo te has sentido después de estas sesiones que hemos tenido,
Aristóbulo?
La primera me gustó bastante porque me desahogué, salí de aquí
sintiéndome livianito. Sin embargo, hoy antes de venir a la cita pensé que
tal vez hablar tanto no resuelva los problemas, que tal vez debería estar
grabando en estos momentos. ¿Qué tal que mientras yo esté acá
quejándome, alguien tome la oportunidad que llevo tanto esperando?
Ten paciencia, esto es un proceso. Intenta no mirar este tiempo como
algo perdido, sino tener en cuenta que en la medida en la cual estés mejor
internamente, las cosas externas también pueden mejorar. ¿Cómo te fue
escribiendo en un diario esas situaciones y pensamientos que te afectan y
los que por el contrario te alegran?
Pues he identificado que el tema de la edad me pone nervioso, pensar
que estoy a punto de cumplir treinta años, ya tengo entradas de calvicie y
sigo viviendo donde mi mamá... Mejor dicho, no he logrado nada de lo que
imaginaba para este momento de mi vida. Y cosas que me alegren, pues
Eliana, aunque a veces peleamos, ella me trae buenos ratos.
Entonces, este tema de tu proyecto de vida te frustra mucho. ¿No has
pensado que tal vez cierras mucho tus opciones al depender tanto de
conseguir el empleo que quieres? ¿Qué piensa tu entorno, tu familia,
amigos…?
La mayoría me han dicho en diferentes momentos que lo mío es pura
terquedad y orgullo, que me quite esa obsesión de la televisión. Me
molestan llamándome farandulero, roba-cámara… Pero la verdad no hay
forma de sacarme ese deseo de la cabeza, así a muchos grandes actores la
televisión no les llame la atención en lo más mínimo. En una entrevista Jack
Nicholson decía que se sentía orgulloso de nunca haber caído en el mundo
light de la televisión. Lo suyo es el cine y el teatro.
Yo, en cambio, digo que llegar a miles de personas todas las noches,
cruzando lagos y montañas para aparecer en una cajita en la sala de una
casa remota, es una locura, el reto más grande para un actor. No te presentas
a cien personas obligadas a mirar hacia el frente en un teatro, sino a
millones a quienes es difícil arrancarles una lágrima o una carcajada desde
la comodidad de su sofá. ¿Cómo voy a renunciar a mi sueño si fue mientras
veía televisión cuando niño que decidí que quería ser actor?
El problema es que me ha sido muy difícil entrar en el medio, y ya
después de tanto intentarlo he perdido la fe. A veces siento que sigo atento a
ver qué castings salen por pura rutina, porque aunque siento que me va
bien, nunca me llaman para algún papel importante. Solo cosas como extra.
Pero de cualquier modo es una posibilidad que no todos tenemos de
estar en esas producciones, así sea como extra, ¿no crees?
La verdad no, para mí no es agradable haber estudiado durante cinco
años para cruzar el fondo de una escena, del mismo modo que un pájaro o
una nube, ser parte del paisaje o una decoración que después nadie va a
recordar. Es casi una humillación, más aún, y no quiero sonar arrogante
pero es cierto, cuando hay tantos actores de televisión tan mediocres
quienes están ahí solo por su apariencia física, por lo mismo que no me
aceptan a mí…
¿Por qué dices eso?
No encuentro otra explicación. Tengo la preparación necesaria, estudio
los papeles, persisto a pesar de las dificultades y ¿qué he obtenido?
Rechazos, promesas rotas y hasta propuestas indecentes…
¿A qué te refieres con eso?
Mira, en este medio hay muchos aspirantes y pocos personajes, así que
quien tiene el poder de decidir a veces se aprovecha. Además tú sabes que
algunas personas les encantan los morenos.
¿Pero ves? Tú mismo estás diciendo que a muchos les encantan los
morenos como tú, entonces, ¿por qué piensas que no te dan papeles
importantes debido a tu apariencia física?
Es que hay mucha hipocresía. A uno lo quieren para cumplir fantasías
en una cama, no para mostrarlo a todo el país en horario triple A.
¿Tú crees que has sido víctima de racismo?
No sé si lo llamaría así, porque en este país hay mucha mescolanza de
razas. Pero que es más fregado para nosotros los afro no se puede negar.
Tengo un amigo que dice que en Colombia la única forma en que dos
negros salgamos al tiempo en televisión es durante un partido de fútbol,
jajaja.
Jaja, bueno, tú puedes tener razón en que hay dificultades, pero todos
las tenemos. Seguro habrá otro que es bajito y querrá ser alto. O una mujer
muy bella a la quien siempre le ofrecen el mismo tipo de personajes.
Siempre habrá cosas que no nos parezcan ideales, pero enfocarte en ellas
no te traerá lo que tú quieres.
Para mí ser negro no es ningún defecto. Me siento muy orgulloso de mi
raza frente a cualquiera. Son ellos los que lo ven como un problema.
Claro, pero me refiero a que hay cosas que no podemos controlar. No
puedes cambiar los prejuicios de todo el mundo, pero sí puedes cambiarte a
ti mismo.
¿Y qué crees que debería cambiar?
Bueno, eso depende de ti. Creo que el hecho de que estés aquí ya es un
paso importante. Me gustaría que pienses acerca de tus hábitos y qué otras
opciones tienes que tal vez no hayas explorado.
¡Pero si en eso me la paso! Piensa que piensa... en vez de actuar.
Claro, pero mira que tú lo ves como algo malo, como una pérdida de
tiempo que debes evitar. Pero si lo haces de manera planificada, consciente
y con un objetivo, puedes llegar a cambiar tu forma de actuar para lograr
un mayor bienestar.
¿La alternativa es dedicarme a cargar bultos en una plaza de mercado
porque para qué más me van a contratar?
Hay decenas de alternativas que no exploramos por pensar y hacer
siempre lo mismo. ¿Qué sería en tu caso esto a lo cual siempre vuelves sin
obtener los resultados que esperas?
Presentar castings para protagónicos de los que nunca me llaman y
aceptar trabajos de extra.
¿Y entonces por qué lo sigues haciendo?
Porque me encanta el medio y trato de estar inmerso en él, aunque sea
así. Además, se pueden conseguir buenos contactos. Pero a veces quisiera
que al menos los productores y directores de casting abrieran su mente
porque incluso como extra me encasillan. Siempre me ponen de
guardaespaldas, ladrón o celador...
Bien, entonces tu tarea es pensar en buenas alternativas a ser extra que
estén a tu disposición y la próxima sesión me las comentas ¿Te parece?
Sesión de Marzo 15
Y en cuanto al dinero, ¿cómo vas? ¿Tienes tus necesidades básicas
satisfechas?
La comida nunca me ha faltado, gracias a dios, pero tú sabes que uno
sueña con mucho más. Después de que papá enfermó, el tema de la plata se
puso complicado. Supongo que tenían razón quienes me advirtieron durante
la carrera que endeudaría a mis papás y luego la actuación no me daría ni
para el maquillaje. Por ahora, para qué te digo mentiras, eso es lo que ha
pasado.
Mira, ayer me presenté a un casting para un protagónico: «Se busca
actor profesional, estatura mayor a 1.75 metros, apuesto, menor de 30
años». Había muchos hombres diferentes, pero yo era el único negro en la
fila. El productor vino a preguntarme si sabía cuál era el papel. Ante su cara
desconfiada le dije que, al igual que los demás, yo audicionaría para el
papel principal.
Cada prueba se demoraba unos diez o quince minutos. Cuando entré a
realizar la mía, lo primero que percibí fue que les pareció pintoresco o fuera
de lugar que pretendiera hacer ese papel, tenían una actitud de «riamos un
rato con la presentación exótica de la tarde». Ya cuando vieron que era en
serio, que era un actor de profesión, quien había aprendido y ensayado el
libreto a conciencia... Lo mismo de siempre, inquietud, comentarios en voz
baja, y después que gracias, que están abiertos a todas las posibilidades,
pero deben tener en cuenta muchos aspectos del personaje y la audiencia
que tendrá la producción... que cualquier cosa ellos se comunican.
Cuando eso pasa, ya sé que no me van a dar el personaje, pero ¿sabes?,
me quedo pensando en lo que dicen, «abiertos a todas las posibilidades...»,
voy y me miro al espejo, a ver si es que realmente soy muy feo y raro... Si
parezco un extraterrestre o qué.
Estando en esas suelo recordar a Eliana. Ella me dice que soy muy
guapo, que le encanto, que nunca había sentido lo mismo con otro hombre;
o cuando en la casa siendo muchacho me decían que era el más simpático
de los hermanos... entonces me doy cuenta de que no, aún no me hacen
creer el cuento de que no puedo ser un galán de televisión.
Mira, esa persistencia en tus objetivos profesionales es muy buena, pero
como hablamos la vez pasada, a veces nuestros hábitos nos llevan a
cerrarnos a una sola alternativa así no funcione y casi siempre hay varias
opciones que dejamos inexploradas.
Por otro lado, no debes permitir que si no te dieron un papel que
buscabas, eso te derrumbe.
Tal vez tienes razón en eso, Doc, pero yo no sé a qué más me podría
dedicar. Actuación fue lo que estudié y lo que me gusta hacer. No gasté
tanto tiempo y dinero para ser obrero o taxista. Hay compañeros de estudio
que ahora están muy bien ubicados, ¿por qué habría de rendirme si actúo
mejor que ellos?
Es que no se trata de rendirse. Tú puedes mantener tu objetivo, pero
replantear la estrategia que tienes para conseguirlo. No sé, se me ocurre
que si los canales grandes de televisión están muy cerrados, podrías buscar
canales locales o universitarios. Cosas así.
Sí lo he pensado. Aunque me gusta ir por los peces gordos. Pero no es
mala idea, puedes tener mucha razón. Creo que la terquedad a veces me
ayuda, pero no siempre se pueden hacer las cosas a mi modo.
¿Recuerdas que esa era tu tarea? Hacer un listado de alternativas a tus
comportamientos usuales?
Sí, yo la hice apenas salí de la cita anterior, solo que como fue hace rato
ya no la tengo tan presente.
Sí, es importante que las sesiones sean continuas para que logremos
buenos resultados, tienes que ponerte más juicioso con eso.
Pero, Doc, es que uno llama a pedir la cita y cuando les dice que es a
través del Plan Obligatorio de Salud, le dicen que no hay agenda disponible,
que llame la otra semana.
Sí, hay pocas citas disponibles para el POS, toca estar llamando.
Bueno, ¿pero recuerdas algunas de estas alternativas?
A ver... una era montar un negocio, una tienda o un bar, pero no tengo
plata. La otra sería buscar algo en una oficina, como asistente, mensajero,
algo así. ¿Pero cómo me va a gustar a mis treinta años hacer el mismo
trabajo de un bachiller? También pensé en dar clases de actuación, solo que
no es fácil conseguir los clientes y no pagan mucho si uno no es alguien
reconocido. O podría tragarme mis palabras y buscar algo en teatro…
aunque ahí tampoco es que paguen gran cosa. Esa es otra de las ventajas de
la televisión, allá sí que se mueve plata.
¿Pero hasta ahora la televisión te ha sido rentable?
Ser extra me ha dado apenas para comer. Y eso porque vivo con mi
mamá, de lo contrario no sé cómo haría para pagar un arriendo.
Bueno, aunque no es lo ideal, es mejor que estar desempleado ¿no?
Supongo…
Volviendo a nuestro tema, ¿ves que siempre hay opciones? Sin embargo,
ten cuidado de no verles solo el lado complicado. Piensa también en el
potencial retorno de esas alternativas si las cosas te salen bien.
Es que cuando la vida lleva años dándote palo se te quita lo optimista.
Sesión de Marzo 28
Hola, Aristóbulo. ¿Cómo has estado?
Buenas tardes doctora, pues como reza el refrán: «Lo importante es que
hay salud».
Jaja.
¿Y tú, cómo estás?
Bien, con mucho trabajo. Mi colega salió de vacaciones por lo cual me
están programando muchas citas.
Debe ser difícil. Pero mira que esta la conseguí rápido porque alguien
canceló la suya.
Eso veo, y pues sí ha sido un poco pesado, pero aquí entre nos, el pago
de horas extras no le cae nada mal a mi bolsillo.
Jaja. Me alegra.
¿Y más allá de la salud física cómo van el resto de cosas? ¿Qué tal tu
motivación?
Pues he pensado mucho, tanto que a veces me canso de darle vueltas a
lo mismo, jeje. Ayer estuve leyendo avisos en el periódico, analizando la
realidad, buscando opciones concretas, como me dijiste. Anoté algunos
números de colegios que buscan profesores de artes o educación física.
¿Y qué te dijeron?
Aún no he llamado, pasa que tengo arranques de energía como ese de
buscar trabajo en el periódico. Pero, para ser honesto, son pocos y cortos.
Duermo mucho, se me hace difícil levantarme en las mañanas. Cuando
despierto caigo en cuenta de que el día será otra cuesta empinada y siento
que necesito pedirle más descanso a la vida antes de continuar esta
búsqueda en la que no avanzo ni una baldosa. A veces me da el mediodía
durmiendo.
¿Y hace cuánto te has sentido así?
Ya hace rato doctora…
¿Semanas? ¿Meses?
Yo creo que más. Años, incluso... Aunque los últimos meses lo he
sentido más fuerte.
Una vez me dijiste que durante tu carrera eras muy enérgico y activo.
¿Qué crees que cambió?
Ah, sí, en esa época de estudiante me sentía lleno de berraquera y
vitalidad. Soñaba con que quienes decían que moriría de hambre me verían
por televisión en la novela de la noche y gritarían: «¡Yo conozco a ese
pelao!». Yo juraba que apenas me graduara los canales de televisión iban a
pelearse por mí, pero ya van seis años desde que me gradúe y las únicas
peleas han sido con el instituto ese que me prestó la plata para estudiar.
¿Y aún tienes esos sueños?
Ehh... sí, ahí siguen, aunque han cambiado muchas cosas y tengo una
perspectiva diferente del medio y de mi futuro. Las ilusiones viven, el tema
es que se van quedando en eso y si sigo llevando la contraria a la vida, voy
a terminar «grave».
¿A qué te refieres con «seguir llevando la contraria a la vida»?
A que he visto extras que dan el salto, pero también muchos otros que
nunca lo logran y después de un año, máximo dos, ya los encuentro en otras
cosas: oficinistas, camioneros o con negocios propios. En general veo que
les va bien. Mientras yo sigo igual, o peor, porque pasa el tiempo y estoy en
el mismo punto que tantos muchachitos sin experiencia a los que un día les
dio por ser actores de televisión.
Y tampoco es que la actuación sea lo único que me llama la atención,
pero me da rabia, porque sé que soy un buen actor. Siempre me fue muy
bien durante mis estudios y también cuando he trabajado en teatro, así no
hayan sido grandes producciones. Es frustrante que no sean capaces de ver
más allá de mi color de piel.
Y aparte del trabajo, cuéntame sobre los otros aspectos de tu vida,
familiar, de pareja... ¿cómo van? ¿Ha pasado algo positivo en ellos?
Pues bien... sigo con Eliana. Siento que me quiere mucho y yo a ella. Es
muy especial notar que siempre ha estado ahí apoyándome en mis
decisiones, dándome ideas, viendo cómo ayudarme. Además, la paso muy
sabroso cuando estamos juntos.
Pero quisiera que estuviera orgullosa de mí, tener plata, poderla invitar a
buenos restaurantes, que no le toque a ella pagar las cuentas, ¿ves? Eso no
debe ser así. Incluso hay ocasiones en las cuales me le escondo por la pena
que me da andar vaciado.
Cuéntame más sobre eso…
Tal vez es un poco tonto porque Eliana la pasa muy bien conmigo y para
eso es la plata, para gastarla con quienes queremos, ¿no? Además, nunca
me lo ha echado en cara ni nada parecido. Al contrario, es cuando me
invento cosas para no encontrarnos que sí le afecta. Luego me pregunta que
si de verdad la quiero, que por qué no saco tiempo para ella y yo
inventándome excusas. Es que a veces uno es muy bobo…
Me parece bien que reflexiones sobre las personas importantes en tu
vida, pero puedes hacerlo desde una óptica diferente a la culpa. Pues eso
puede hacerte sentir peor en vez de impulsarte. Trata de no cargar
demasiado peso sobre ti mismo. No hay una sola forma correcta de hacer
las cosas.
La verdad, sí, doctora, yo veo a otras personas tan alegres por todo y me
gustaría mirar las cosas de una forma menos pesimista.
¿Qué opinas si te remito a psiquiatría? Hay pacientes que responden
muy bien a los medicamentos. Uno de verdad nota el cambio.
Uy, ¿así de mal me ve doctora?
No, Aristóbulo, no es que te vea mal. Sino que son tratamientos
complementarios. Muchas veces los efectos de la psicoterapia son
potenciados por las medicinas.
No me gusta depender de drogas para estar bien. Aunque tampoco
quiero permanecer como los últimos días, viendo todo gris y sin ánimo para
hacer nada. Queriendo salir de este hueco en el que me encuentro. Pero de
pronto se me pasa, si no, la próxima vez miramos, ¿te parece?
Como esas citas con especialista son complicadas de sacar, yo te voy a
dar la remisión de una vez, y tú por tu cuenta decides si quieres sacar la
cita. No es ninguna obligación, sino algo que podrías probar y si te
funciona bien, de lo contrario lo suspendes y no pasa nada, ¿te parece?
Bueno, yo me llevo la orden médica y lo pienso con calma.
Claro, la decisión es tuya.
Sesión de Mayo 29
Hola, Aristóbulo, qué gusto volverte a ver por acá, ¿cómo va todo?
Bien, Doc, corriendo, casi no llego a esta cita. Estaba en Chía,
presentando una entrevista en un colegio campestre y el tráfico estaba
terrible para llegar acá.
Claro, me imagino. ¿Y cómo te fue en la entrevista?
Resulta que, siguiendo tus consejos, he estado tratando de abrir mis
opciones. Así que respondí un anuncio para profesor de artes. Me dijeron:
«tú debes bailar muy bien» muchos piensan que porque un prejuicio se
refiere a algo positivo, no incomoda, pero a mí sí me molesta eso…
¿Y qué les respondiste?
Pues como el salario era bueno les dije que al ser actor profesional,
conocía mucho de manejo corporal y les regalé también una amplia sonrisa
hipócrita. La verdad es que yo al baile le jalo en fiestas y con trago, pero no
como para dar clases... No es en lo que me preparé. Igual esperar a ver si
me llaman. Puedo de pronto tomar un curso o algo, ¿no?
Jaja, sí, es una opción entre muchas otras. ¿Y qué más ha pasado en tu
vida últimamente?
Imagínate que al fin sí fui al psiquiatra...
¡Ah, te decidiste! ¿Y cómo te fue?
Lo que pasa es que a cada rato estaba llamando al seguro para tratar de
sacar una cita contigo, pero nunca había disponibilidad. Me ofrecían con
otro doctor, pero qué pereza volver a echarle todo el cuento. Además, me ha
gustado tu forma de llevar las sesiones. Entonces en una de esas pregunté
por psiquiatría y sí tenían citas disponibles, así que me dije a mí mismo:
«nada se pierde con ir» y la pedí.
Ajá…
Pues yo esperaba algo diferente. Te cuento que eso fue como
peluqueando bobos: salió una señora, no duramos ni veinte minutos y entró
el siguiente. Yo creo que a ese doctor mínimo le deben programar unos
treinta pacientes diarios.
¿Y cómo fue la consulta?
Me hizo un cuestionario de lo más extraño: ¿Oye voces? ¿Ve cosas que
otros no? ¿Siente que alguien lo controla o lo persigue? ¿Ha intentado
suicidarse? ¿Come cosas que otros no? ¿Se suele provocar vómitos? ¿Tiene
erecciones? ¿Tiene pareja? ¿Tiene dudas constantes? ¿A qué le teme?
¿Tiene problemas de memoria? ¿Cuánto es 7 por 8 más 5? ¿Usa drogas?
¿Se corta o autoflagela?
Uhm, es que hay unos psiquiatras muy esquemáticos que quieren de
entrada categorizar al paciente.
Y no me dijo nada. Apenas terminé de responder todo eso, anotó un
poco de cosas en el computador y al final me dijo que manifestaba un
cuadro de depresión y me recetó unas pastillas.
¿Y cómo te ha ido con ellas?
La verdad me siento un poco extraño desde que las comencé. A veces
me siento agitado y con un leve dolor de cabeza, es como si esa pequeña
pastilla estuviera haciendo muchos ajustes dentro de mí.
¿Y el ánimo?
Ha mejorado, aunque me siento un poco cínico: todo sigue igual en mi
vida, pero eso ya no me entristece, las situaciones malas me resbalan y a
veces me encuentro maquinando ideas miedosas.
¿Como cuáles?
Me digo que es ridículo celebrar mis treinta años tomando droga
psiquiátrica y pienso en una solución rápida que acabe con todos los
problemas.
¿Qué tipo de solución?
Pues matarme. Esa también es una alternativa, ¿no? Jaja.
Pero esa alternativa no solucionaría tus problemas, sino que le
ocasionaría un dolor muy grande a quienes te quieren y te privaría a ti de
muchas cosas buenas que la vida tiene para ti, y también al mundo de cosas
valiosas que tú tienes para dar a los demás.
No, Doc, yo no lo haría. Solo que de verdad esa droga es muy rara, y ni
le cuento los sueños tan enigmáticos que he tenido en los últimos días.
Como la otra vez que soñé que estaba hecho de cubitos y uno de esos cubos
se me perdía, entonces yo me ponía a buscarlo, pero cuando me daba cuenta
todos los cubos se habían separado y estaba al tiempo en todos y en ningún
lado. Tremendo, Doc.
¿Hace cuánto las estás tomando?
Ya voy más de dos semanas.
¿Cuáles te recetó?
Aquí las tengo, míralas.
Sí, el seguro siempre da estas. Al principio es normal sentir algunas
molestias mientras el cuerpo se acostumbra, pero es importante que seas
constante al menos dos meses antes de decidir si son buenas para ti o no.
Bueno, les voy a dar un poco más de tiempo.
¿Y el resto de tus cosas cómo van?
Mira que me salió un trabajo con Toño, un técnico de sonido que conocí
hace unos años en TV7 y ahora montó su propia empresa. Es ayudándole a
realizar grabaciones de eventos. Cocteles, matrimonios, cumpleaños... lo
que salga. Le colaboro con las luces, los cables y a veces filmo yo también.
También estoy aprendiendo a editar los vídeos.
Es interesante y de ahí he sacado tips para actuar en televisión, ayuda
bastante ver cómo aparece en la pantalla lo que se captura con la cámara. Es
que no es lo mismo actuar para un público que para una pantalla.
¿Y te ha gustado?
Pues más o menos. Como te decía, tiene sus cosas buenas, pero es muy
técnico, lo mío es más lo artístico, lo emocional y corporal. Sin embargo,
por ahora me sirve el dinero adicional.
Pero te puede brindar una distracción. Otra perspectiva.
Sí, eso es cierto. A veces uno está tan metido en algo que se desespera y
no mira a otra parte. Puede ser bueno por un tiempo… Aunque claro, sigo
presentando castings y mirando posibilidades como actor profesional, que
es lo que soy.
¿Y continuaste haciendo la actividad sobre identificar cuáles
situaciones y pensamientos te afectan y las mejores formas que has
encontrado para manejarlos?
Sí, he identificado muchos pensamientos así. Creo que tienes razón en
cuanto a cambiar algunos que me hacen sentir mal por otros más
energizantes. También me quedé pensando en lo que me preguntaste la otra
vez, sobre si antes había sufrido depresión, o sea, me había sentido de esta
manera, así de mal. Y aunque he vivido situaciones tristes, como cuando
murió papá o me dejó una novia, la cuestión es que fueron momentos, no un
bajón largo, un desánimo permanente.
¿Y por qué crees que en esta ocasión se ha convertido en algo
permanente?
Tal vez es porque ha sido la primera vez que le meto la ficha a algo
durante tanto tiempo y no se me dan las cosas. Mira que no solo en la
actuación me he sentido juzgado por mi raza. En el colegio, por ejemplo,
siempre me ponían apodos: Grone, Niche y hasta Esclavo me decían.
También he conocido muchachas que se ofenden si uno les echa un piropo,
o personas en general que me han subvalorado o encasillado, pero siempre
que me lo propuse, logré mi objetivo. Excepto con esto de la televisión.
¿Y no crees que puedan haber otras cosas aparte del trabajo que no
quieras enfrentar y te afecten?
Uhm, puede que sí. Por ejemplo, que estoy comenzando a envejecer...
miro mis entradas de calvicie y pienso que si no logro un protagónico
ahora, cada vez será más difícil. También me entristece ver que mamá no
volvió a ser la misma desde la muerte de papá, y yo en vez de tomar las
riendas de la casa todavía le tengo que pedir plata.
Me encantaría que en las noches me viera en su novela favorita y se
sintiera orgullosa, en vez de estar preocupada por su hijo a estas alturas de
la vida... Pero ¿ves cómo todo está relacionado? Por otro lado, tengo
profundas heridas por las humillaciones de alguna gente, entonces deseo
triunfar en televisión para que se atraganten con su envidia.
Pero lo que estás haciendo es poner demasiada presión sobre el
protagónico y hacer que todo dependa de él. Tú puedes ayudar y alegrar a
tu mamá de muchas maneras sin esperar a ser famoso. Y si sigues con el
remordimiento por el daño que te hicieron, te seguirás lastimando tú solo.
La forma de superar esas heridas es sanarlas, no tenerlas abiertas
buscando venganza.
De pronto tengas razón, aunque no es fácil cambiar la forma de pensar,
es como ir al gimnasio: toma tiempo ver resultados.
Exacto.
Mira que charlaba con un amigo y caí en cuenta de que yo nunca he
sido un actor de televisión, con un papel de verdad. Solo conozco ese
mundo como extra, y uno no extraña lo que jamás ha tenido. Capaz si un
día decido comenzar otro camino, no echaré de menos las correrías por los
canales rogando por un papel.
Debes tener en cuenta que la vida siempre te va a plantear muchos
retos, sea en la televisión o en otra área. Lo importante es que tus
decisiones y pensamientos estén alineados con un proyecto de vida plena y
te impulsen hacia él.
Sí, en fin... a ratos me canso de pensar tanto en estos temas y me pongo
a hacer oficio o a leer, un amigo me prestó unos libros buenos... También
me recomendó para un papel en una obra de teatro, algo secundario, el
director ni siquiera me hizo casting, no sé si porque Milton le habló bien de
mí, o porque ese rol no le importa ni cinco.
Sesión de Junio 26
Qué gusto tenerte de nuevo por acá. ¿Cómo va todo?
Las cosas están marchando mejor últimamente. Toño me pagó y la obra
de teatro va con viento en popa, creo que va a ser exitosa. Lástima que mi
papel es secundario, pero bueno, por ahí dicen que no hay papeles
pequeños, solo pequeños actores…
Veo que has cambiado tu opinión sobre los actores secundarios...
¡Ey, no! Yo nunca he dicho nada malo de los actores de reparto, pero
una cosa es un papel pequeño y otra cosa ser un extra. Siendo sinceros, un
extra es casi un mueble más del escenario, no un personaje.
Bueno, tú sabes más de ese tema, pero sí te noto más animado.
Sí, mira que últimamente me ha sorprendido cuánto ayuda el tener una
entrada fija de dinero para estar tranquilo. Antes, además de estar pensando
en que no avanzaba como actor, también me desesperaba el vivir tan
restringido en todo, pero no sé porqué no había buscado algún trabajo o
algo, sino que me tiraba de cabeza a buscar más cosas de extra. En parte,
para recibir la miseria que pagan, y en parte, esperando que de ahí saliera
algún chance para actuar de verdad. Era como un círculo vicioso.
Y eso que no es que gane mucho ayudándole a Toño, pero me ha
servido bastante esa platica. He pagado deudas, he ido a cine y a comer con
Eliana y a otras cosillas, jaja.
Muy bien. ¿Y te has seguido presentando a castings?
No a muchos porque he estado ocupado con Toño y la obra de teatro,
pero a los que he ido es porque valen la pena. No sé en qué estaba pensando
antes, hasta de público en programas de concurso estuve, como que
cualquier cosa en donde hubiera una cámara valía para mí, y yo sabía que
esos eran trabajos de donde nunca iba a salir nada.
También solía aceptar escenas con treinta extras más. Digamos cuando
van a hacer una toma sobre una protesta o una fiesta. En esos casos es
prácticamente imposible destacar. ¿Cómo? Si uno está metido entre un
montón de personas a las cuales nadie les está poniendo cuidado.
Me agrada ver que aunque mantienes tu sueño de triunfar como actor
de televisión, estás siendo más racional en la manera de buscarlo para que
eso no te perjudique en otros aspectos de tu vida.
Sí, me he dado cuenta de que mi posición frente a la televisión era más
teórica que real. Veía ahí posibilidades inmensas para la actuación y el arte
¿pero de qué sirve eso, si esa herramienta es utilizada por el mercado para
mostrar al modelito de moda? Ahora cuando salen convocatorias para
televisión, estoy siendo realista y aceptando que lo que pagan apenas cubre
el bus y la comida del siguiente día, así que voy únicamente cuando de
verdad hay posibilidades para que alguien con criterio me vea. Mejor dicho,
cuando vale la pena.
Comprendo. Cuéntame más sobre esos cambios que estás haciendo en
tu rutina y en tus estructuras de pensamiento.
Uhm... hablando de cambios, me pasó algo que me causó entre rabia y
risa. Rolando, uno de los productores que me llama de TV7 para trabajos de
extra, me dijo: «no, pero usted anda como muy ocupado últimamente, creo
que va a ser mejor no seguirlo llamando».
¡¿Ah?! ¡Como si fuera una gran oportunidad! Como si no me hubiera
visto yendo durante años y nunca lograr nada de eso, ¿me entiendes? Como
si estuviera en deuda con él... ¡Casi que le tiro el teléfono a ese cafre!
Jaja, incluso te veo con más confianza en ti mismo. ¿Crees que las
pastillas te están ayudando? ¿Sí las estás tomando juicioso?
Sí, todos los días, tal vez me han ayudado a dormir mejor. O sea, me
he sentido bien, pero creo que es por lo que te decía, el trabajo con Toño y
la obra de teatro. También porque he cambiado un poco mi manera de
pensar. Las pastas tienen detalles que no me gustan, estoy pensando en
suspenderlas.
¿Como cuáles detalles?
Pues mira, la cosa es que «mi amigo» se está comportando extraño al
estar con Eliana, ¿me entiendes? Y antes podía estar muy triste y todo, pero
esa parte no quiero que se me caiga.
Ah… son efectos secundarios que ocurren en algunos pacientes, pero
casi siempre es mientras tu cuerpo se adapta. Si no mejora, lo puedes
consultar con el psiquiatra para que te cambie de medicamento.
Uy, no sé, Doc, eso como que es muy fuerte para afectar incluso hasta
allá abajo. Además, qué tal en un viaje naufrague en una isla desierta ¿y sin
las pastillas me voy a morir de la pena? No me parece…
No te vas a morir, pero son ventajas que trae la ciencia, las cuales te
permiten una mejor calidad de vida.
Oye. ¡Con esas ventajas para qué problemas!
Pero más allá de que suspendas las pastillas o no, eso lo debes hablar
con el psiquiatra. De nuevo, trata de no enfocarte solo en lo negativo. Yo,
sin duda, te veo mejor que cuando comenzamos el tratamiento. Un buen
ejercicio que puedes hacer junto con el diario es anotar todos los días tres
cosas por las cuales te sientas agradecido o feliz. ¿Se te ocurre alguna en
este momento?
Sí, pues justo hoy me siento contento porque ayer Jemer, uno de los
actores principales, no pudo ir a ensayar, pero como de todas formas se
necesitaba practicar la escena, yo me ofrecí para reemplazarlo.
Al final el director me dijo que le había gustado mi actuación, que para
una próxima obra podríamos mirar otro papel. Yo sé que no es nada fijo,
pero me sirvió para la autoestima y la seguridad, porque a ratos me he
preguntado si tal vez ya no actúo bien o algo así, pero cuando alguien con
autoridad y experiencia te brinda esas palabras ¡uyyy… ni te cuento!
Creo que las sesiones me han ayudado también. Cuando me escucho
decir las cosas que pienso, algunas frases quedan sonando en mi cabeza, y
después, o incluso al instante, me doy cuenta de que no estoy de acuerdo
conmigo mismo. Entonces, comienzo a ver todo desde otra perspectiva, y
así puedo ajustar las cosas que no están funcionando en mi vida. Así que te
agradezco por escucharme y por ayudarme a entender todo un poco mejor.
Me alegra apoyarte, para eso estoy aquí. Pero eres tú quien debe hacer
el trabajo duro. Los cambios en tu vida.
Sí, yo sé que es tu trabajo, pero, de todas formas, me he sentido en
confianza. Creo que te involucras y eso es muy bonito. Lástima que el
seguro solo cubra ocho sesiones antes de volver a tener que autorizar la
orden médica.
Sí, pero de cualquier forma te veo mucho mejor. Autorízalas pronto
para que no perdamos el ritmo. También te dejaré mi teléfono celular para
cualquier cosa.
Gracias y claro que sí, en tres meses estaré aquí puntual para el control.
Me van a hacer falta las sesiones...
También podríamos programar una cita particular.
No, Doc, a mí apenas me alcanza para pagar la mensualidad del seguro.
Pero en unos días nos vemos, por el mismo canal y a la misma hora.
Claro que sí, acá te estaré esperando.
Gracias por todo, Doc.
Sesión de Noviembre 30
A la fecha, el paciente Aristóbulo Jiménez no ha continuado con las
sesiones de psicoterapia. Hace unas semanas lo vi en una serie de la tarde
en el canal TV7. Tenía un pequeño papel como futbolista.
LOS PRIMOS MORENO
Para: odmorenof@tutopia.com
De: turbo_rafa73@hotmail.com
12 de Febrero de 1999
!Primate! Aquí estoy cumpliendo el compromiso de año nuevo: de
estar en contacto y tenerlo al tanto de los chismes de la familia. El primero
es que mi tío Alfonso se compró una camioneta y no hay quién se lo
aguante. La saca hasta para comprar el pan del desayuno, la limpia y la
policha tanto que va a terminar por pelarle la pintura. Eso sí, más lejos de
Piedecuesta no la ha llevado, que porque muy peligrosa la carretera. Dice
que toca hacer un viaje, "pero bien planeado, con toda la familia". Eso es
pura carreta, ahí veremos.
Mi abuelita sigue igual. A veces se le enreda el cassette y dice que la
lleven a la finca esa que vendieron hace como cincuenta años, Las
Cotudas... y toca decirle sí, sí... que ahora está fregado, pero que el otro mes
seguro vamos. Aparte de eso, los achaques de siempre y cosiendo como
poseída. A mí ya me ha hecho más de diez sacos de lana. Ni modo de
rechazárselos a la viejita, y, pa' qué, hasta bonitos le quedan, pero con este
calor que hace acá muy rara vez me los pongo.
¿Se acuerda de Jhon Canales? Me lo encontré hace quince días en un
matrimonio. Estuvimos hablando y hasta me lo preguntó. Le ha ido bien.
Vive en Barrancabermeja, dice que trabaja en exportaciones, quién sabe.
Luego me invitó a una finca por los lados de Chucurí. La pasamos bacano.
Severa finca, con piscina, caballos de paso fino y que tales. Yo no sé si es
que el man está traqueteando o qué. Uy, y había también un par de amigas
de Jhon Canales que le paraban a uno el… corazón.
Yo sigo en el tallercito, arreglando y envenenando motos. También por
ahí con un parcero de Boyacá estamos viendo si montamos un negocio. Son
unos dulces típicos, les dicen «chicharrones de cuajada». Obvio con ese
nombre no dan ganas, pero esa joda es putamente deliciosa. La idea es
distribuirlos acá en Bucaramanga para ver cómo nos va.
Entonces ya sabe, por aquí me puede contactar. Oiga, ¿y qué tal
Bogotá? ¿A usted sí le gusta vivir allá?
Se cuida, primo,
Rafael
17 de mayo de 1999
Hola, Rafael. Pensé que lo de comunicarnos por e-mail había sido un
comentario suelto en medio de los tragos, pero me alegró su escrito. No
pude responder antes porque he estado súper ocupado.
¿Qué camioneta se compró mi tío? Yo estoy pagando un carro a cuotas a
través de un plan de autofinanciamiento con sorteos cada mes. Pronto
andaré en mi Chevrolet Esteem último modelo.
Envíele saludos de mi parte a la abuela. Recuerdo que la última vez me
dijo «Hola, Ernesto»; parece que no se acordaba bien de mí. Como usted
dice: seguro es cosa de algunos días en los cuales su memoria no se
encuentra tan fina, cuestiones de la edad... Yo sí recuerdo claramente cómo
en la casa de Cañaveral nos daba cocadas, masato, galletas y un montón de
golosinas más cuando jugábamos en ese patio, siempre con mucho miedo
de no ir a dañarle las matas.
¡Claro que ubico a Jhon Canales! Vea usted cómo a veces a la gente le
termina yendo bien sin matarse tanto y uno sí camellando todos los días
para comprar sus cositas. Hay quienes nacen con estrella y otros que
nacemos estrellados.
Sobre Bogotá, aquí está todo, empleos, universidades, industria... Pero
no crea, la competencia es dura. Yo al principio casi me desespero, pero
persistí y con esfuerzo voy logrando mis metas.
Una pregunta: ¿el «tallercito» al cual se refiere es el patio de la casa de
mi tía, dónde había una moto desbaratada la otra vez?
Saludos a Pablo y a toda la familia,
Oscar Moreno
2 de agosto de 1999
¡Pues claro! Ese es el taller. ¿Qué esperaba? ¿Un complejo industrial
subterráneo? Con los clientes que tengo y para ajustar a «Pantera» y «La
Endiablada» el patio de la casa me sobra, aunque no le niego que me
estaban ofreciendo un local y casi me aviento a tomarlo, pero luego pensé
qué tal me toque estar ahí todo el día, buscando clientes, acosado por pagar
un arriendo.
Y sobre lo que me cuenta de Bogotá, la verdad, eso se oye como
aburrido. ¿Sí hay cosas bacanas para hacer? Parece bueno para conseguirse
un puesto, pero es que yo no me veo cumpliendo horarios, cogiendo buses,
haciendo venias y trabajándole a otro man de sol a sol, además me siento
como un empleado más entre miles iguales. Mejor dicho, no es lo mío.
Así era cuando estaba en Honda, haciendo la práctica laboral del SENA,
con un jefe encima amargándome la vida... No, yo ya quedé curado. Así
digan, como mi tío Ramiro, que soy un vago de miércoles, pero mire que yo
a veces trabajo hasta más que un empleado. Cuando quiero darme algún
gustico, me rebusco los clientes, llego a meter hasta cuatro motos en la casa
y les boleamos fierro hasta dejarlas como una uva. Y cuando estoy relajado,
me quedo en la cama hasta las diez de la mañana y en la tarde trabajarle a
las bebés o tomarme unos tragos tranquilo.
Por otro lado, mire que me ha ido bien en los piques. Aparte de pasarla
bueno, he ganado plata ahí, y conocí un man de un concesionario que me
propuso trabajarle engallando motos. Amanecerá y veremos dijo el ciego.
Si ofrecen buen billete por trabajarle a bebés de carreras, hasta de pronto
me le mido y dejo callado a mi tío Ramiro, ¿sí o qué?
Pablo me dijo que se va a ir a Bogotá a hacer un curso durante dos
meses, a ver si usted lo puede recibir, o aunque sea para tomarse unas polas.
Me imagino que el man lo llama, pero ahí le voy adelantando. Ah, y la
camioneta de mi tío es una Ford Explorer.
Se cuida,
Rafael
25 de marzo de 2000
Hola, Rafael. Mi papá le manda a decir a mi tía Patricia que ya radicó
los papeles en el juzgado, que aún no hay respuesta, pero le escaneó toda la
documentación y me pidió el favor de que se la envíe por aquí. Va como
archivo adjunto.
Sé que no le respondí el último e-mail, pero cuando lo leí me pareció
que podía contestarle algo inadecuado en el momento y después estuve
ocupado... Espero que le haya salido el empleo de mecánico en el
concesionario, aunque con todo lo que me escribió, la verdad lo dudo.
Voy a serle sincero, primo, dese cuenta de que uno tiene que sacrificarse
si quiere alcanzar los sueños. Yo también pasé por eso de no querer
madrugar y quedarme viendo televisión, me levantaba unos pesos
vendiendo ropa por catálogo. Vivía ahí, en el relax total, pero llega un punto
en que cansa ver a los demás progresar mientras uno sigue estancado.
Lo que sí me gusta es lo que me cuenta de la familia. Quisiera poder ir
más seguido, pero los días de vacaciones se pasan volando, si acaso alcanzo
a sacar una semana para visitarlos, ¡y cómo cambia todo cada vez que los
veo! Nacen nuevos Moreno, se pelean otros, se pintan el pelo, compran
camionetas… ¡Mejor dicho!
Me transporta al pasado, con la familia, el clima, la comida... esas
épocas de niñez en las que competíamos con carritos de rodachines y
siempre le ganaba, jajaja. A veces, cuando me voy a tomar con los de la
oficina, me dan ganas de mandar todo a la quinta porra, devolverme para
allá, vivir tranquilo y estar pendiente de todas esas pendejadas.
Igual no crea que todo es malo. Hay restaurantes exquisitos, rumba, ¡de
todo! Yo, por ejemplo, acabo de ver a Metallica, imagínese… ¡Los tenía a
20 metros de distancia! En cambio a Bucaramanga si acaso van los
Carrangueros del Norte, jeje.
Hay unos conciertos increíbles, aunque son caritos. Por eso le digo: todo
lo bueno requiere esfuerzo. En diez años ¿cómo se ve usted?, escriba sus
metas en un papel y léalas todos los días, va a ver cómo comienza a
cambiar su manera de pensar.
Saludos a mi tía, la familia y los conocidos,
Oscar Moreno
8 de abril de 2000
Usted es muy chistoso, mano. Qué me voy a poner de mal genio, antes
me dio fue risa. En lo que sí tuvo razón fue en lo del empleo, me llamaron y
duré todo el primer mes con la esperanza de engallar moticos bacanas, pero
pura carreta, solo tiestos de mensajero. Además ese jefecito ya se estaba
poniendo mamón, así que me largué.
Le cuento también que me resbalé en un pique y llevo dos meses
enyesado. He estado casi sin poder caminar, sin salario ni cesantías y ni así
quiero buscar empleo. Usted dirá ¡claro, si en la casa le dan todo! Y hasta
tiene razón, jajaja, y para el trago siempre se ha conseguido también. Así
que todo va al pelo por ahora, lo que yo no entiendo es por qué a los demás
les da piquiña verme vivir así.
Igual no me pongo a rabiar por eso, si no, serían ellos los que se reirían
a costillas mías, y eso sí que no. Muy bacano lo de Metallica, si yo tuviera
buen billete le haría sin mente, ¿pero trabajar un mes para disfrutar durante
dos horas?, no, mano. Las putas son más baratas y le aseguro que se pasa
más rico.
De la familia qué le cuento... mi mamá está contenta porque le
aprobaron el traslado de colegio a uno más cerca. Les manda saludos a mi
tío Gustavo y a usted. Ah, también que mi tía Concha está remodelando la
casa y mientras tanto nos mandó a vivir acá a la primita Cristina. ¿Usted sí
la conoce? Le estamos enseñando a no ser tan caprichosa y gomela, lleva un
poco más de una semana, pero los avances han sido tan sorprendentes que
apenas mi tía vio lo chirri y bochinchera que se había puesto, se puso a
buscar un sitio para salvarla de nuestra terrible influencia. Y sobre Pablo,
nada... dice que usted lo invitó a atragantarse un almuerzo de afán cuando
estuvo en Bogotá, jajajaja.
Rafael
21 de octubre de 2000
Hola, primo. Espero que todo esté muy bien por allá, le escribo para
contarle que conseguí un dinero prestado y… ¡ya me entregaron el carrito!
En enero me arriesgaré a sacarlo a carretera rumbo a Bucaramanga. Voy a
escaparme unos días del frío, el ruido y la lluvia de Bogotá. Así es que debe
volver uno a la tierrita, mostrando resultados. Y dígale a Pablo que no se
queje tanto, le dediqué mi hora de almuerzo, no tenía más tiempo.
Espero verlos pronto a todos. Estamos en contacto,
Oscar Moreno
3 de febrero de 2001
Apreciado Rafael, quería saludarlo y agradecerle porque la pasé muy
bien por allá estos días, también le manda saludos a mi tía, que muy ricos
los tamales, al fin me desquité de tanto extrañar el sazón santandereano. Las
salidas, a pesar del descontrol, también muy sabrosas. No sé cómo conoce a
tanta gente usted, en cada sitio lo saludaban como diez personas, parece una
reina de belleza, jajaja. Pero bien porque tomamos mucho sin gastar un
peso.
¿Cómo le fue en los piques? Viéndolo manejar esas motos como un
loco, me pregunto si no se habrá quebrado ya la otra pierna... Mentiras,
primo, la verdad están increíbles sus máquinas, ¿qué tal se volviera usted un
piloto de carreras? A mí me gustaría mucho, así dejarían de darme quejas
mis tíos, casi todos con el mismo sonsonete, que lo aconseje, que le busque
algo en Bogotá, etcétera, etcétera... yo les respondía: «sí, sí, yo le voy a
decir...», pero ya sé que con usted es caso perdido. Mejor le hago fuerza
para que se vuelva el Juan Pablo Montoya de las motos.
P.S.: ¿Finalmente sí van a hacer el paseo a San Gil que me dijo?
Atentamente,
Oscar Moreno
21 de febrero de 2001
¡Don Oscar! Bacano que la haya pasado bien. Es que acá en diciembre
es muy bueno. Fiesta por todo lado. Ahora acabamos de llegar de San Gil.
Hicimos rafting, parapente y esa vaina que lo tiran a uno de una montaña a
otra colgado de un cable. También fuimos a Barichara porque mi novia
quería conocer el tal pueblito colonial. De resto, lo de siempre: echar
carreta, tomar aguardiente y terminar haciendo imbecilidades.
Se pasó bacano. Pida más tiempo en su trabajo para la próxima y
armamos algún paseo. Pablo dizque tiene unos amigos en Venezuela, toca
mirar a ver qué, pero sin las fieras, para armar buenas farritas con unas
venecas. O usted podría invitar a la veteranita que se levantó acá. La otra
vez me lo estuvo preguntando. Quieto tigre, grrr...
De los piques, qué te digo, a veces se gana, otras se pierde. Lo bueno es
que tengo andando harto a las moticos.
Rafael
17 de marzo de 2002
Recordado Rafael, quería de alguna manera más pausada manifestarle
mi acompañamiento ante esta dolorosa situación. Quedé muy consternado
al enterarme y, como le dije por teléfono, le envío todo mi apoyo y
condolencias. A veces no soy muy bueno con las palabras y no quería que
la llamada que hice pareciera por compromiso.
Tengo recuerdos muy queridos de mi tía, y además, me duele mucho
también por Carolina y usted. No puedo ni imaginar cómo se están
sintiendo. Pídales a Dios y a la Virgen fortaleza, que acojan a su mamita
junto a ellos y desde arriba nos ayude y cuide a todos.
Si en algo puedo ayudarle, sabe que cuenta conmigo para lo que sea.
Vendrán cambios bruscos para ustedes. Es necesario que siendo el hermano
mayor, los enfrente con madurez y disciplina. Poco a poco saldrán adelante.
Mucho ánimo para superar este momento tan difícil.
Respetuosamente,
Oscar Moreno
23 de Julio de 2002
Hola, Oscar. Muchas gracias por su apoyo, todo ha sido muy doloroso.
Ahí hemos ido organizando las cosas. La familia nos ha acompañado y
apoyado. Para todos fue inesperado.
Un abrazo,
Rafael Moreno
3 de noviembre de 2002
Hola, primo. Una pregunta: esas motos que me ha enviado por correo
las vende usted, ¿cierto?
Es que un amigo desea comprar una. Él estaba pensando en sacarla de
concesionario, pues no sabe mucho del tema.
Como usted es de confianza, se me ocurrió que de pronto podría
aconsejarlo o venderle una de segunda. No sé si traerla desde allá sea muy
complicado.
Hasta pronto,
Oscar Moreno
12 de noviembre de 2002
Sí, claro, yo las vendo. Las compro después de comparar entre muchas,
se les ajusta todo lo que tengan mal, le hago hasta la prueba de llevar una
vieja rica atrás y cuando ya están 1A, las pongo a la venta. Sin dármelas,
pero salen mejor que nuevas. Lo del transporte sería lo que cueste la
encomienda, o se la puedo llevar yo mismo desde que me pague el pasaje
de vuelta. ¿Va a venir ahora en diciembre?
Rafael
9 de diciembre de 2002
Listo, yo le paso su teléfono. Este fin de año desafortunadamente no
podremos ir, ando corto de dinero. Habría querido verlos, pero será en otra
ocasión.
Oscar Moreno
19 de octubre de 2003
Primo Rafael, hace rato no lo saludaba. Me contaron que anda muy bien
montado, que siguió con la venta de motos y carros, la verdad, me alegra
mucho que Dios lo esté favoreciendo, más ahora cuando usted se ha
convertido en el principal soporte de mi prima Carolina.
Yo, por mi parte, sigo en las mismas, consiguiendo mis cositas a punta
de trabajo duro y disciplina. Pero, bueno, lo importante es que por caminos
diferentes, afortunadamente, nos está yendo bien a ambos, aunque a veces
sí quisiera poner un negocio o algo con lo que no toque romperse tanto el
lomo, cumplir horario, chuparse el frío de Bogotá, tener un jefe pendiente y
todo eso. Solo que hasta ahora no se me ha ocurrido una idea con poco
riesgo y alta rentabilidad, ¿me recomienda algo?
Cordialmente,
Oscar Moreno
14 de noviembre de 2003
¡Oscar, qué milagrazo! Me alegra que las cosas vayan bien. No pude
responderle antes porque aprovechando que era temporada baja, nos fuimos
a San Andrés. Sobre el negocio, sí, afortunadamente va marchando.
Déjeme decirle que es todo un honor que me pida consejos. Le cuento
que yo he aprendido es a punta de totazos, como con los berracos
chicharrones de cuajada… ahí me di cuenta que lo mejor es enfocarse en lo
que uno sabe hacer, entonces, sin tanto complique, la plata comienza a
llegar y es cosa de seguirle echando candela por ese lado.
La otra es no meterle todo el billete a una sola cosa, sino en el momento
cuando algo está dando, mirar otros bisnes, porque las cosas no siguen igual
para siempre. Eso te cuento para empezar, mi pequeño saltamontes del
emprendimiento.
Rafael Moreno
Ph.D. en trampas y negocios intermunicipales
17 de junio de 2004
Hola, primo. Desde que consiguió plata ya no se acuerda de la familia,
¿no? ¿Qué ha pasado por allá? ¿Cómo sigue mi abuelita? ¿Qué es de la vida
de Pablo? Hace rato no hablo con él.
Señor Ph.D., sus consejos están como buenos, los tendré en cuenta
cuando tenga plata para invertir. Por ahora estoy grave, imagínese que hubo
recorte de personal y los desgraciados, después de cinco años de trabajo, me
echaron sin ningún problema. Ya conseguí otro empleo, pero es empezar de
ceros y con un salario de miseria. Ahí sí como usted dice: unas se pierden y
otras se ganan. La cosa es que ahora tengo un problema tenaz: me quedan
más de tres años de cuotas por pagar del carro y con esto que me estoy
ganando no hay forma de estar al día. Apenas si he podido con las del
apartamento.
Una opción es poner el carrito a la venta y que el comprador asuma lo
que falta por pagar. Sin embargo, me tocaría darlo casi regalado. La otra
sería conseguir prestado mientras me ubico mejor y puedo asumir de nuevo
las cuotas, como lo hacía cumplidamente antes. El caso es que con todos
estos problemas en la cabeza, me pregunté si de pronto usted, que ahorita
está bien, no podría colaborarme... se lo agradeceré y sabré recompensarlo
cuando esté mejor. Nadie está exento de algo así y ya no sé a quién recurrir.
Por fa, piénselo, Rafa. Cualquier ayuda sería un salvavidas.
Le envío saludos a toda la familia. Se los extraña mucho,
Oscar
18 de junio de 2004
Mano, lamento lo de su despido, seguro luego consigue otro empleo o
ajusta sus gastos. Como yo siempre he dicho, quien nada tiene, nada debe.
A mí me queda difícil colaborarle. Mis tíos se la pasan diciéndole a todo el
mundo que soy el nuevo magnate de Santander, pero todo está invertido en
negocitos coquetos que han salido por ahí. Toca mover el billete, no
guardarlo en el colchón porque ahí se apicha.
Suerte,
CENIZAS DE UNA FÁBULA
Después de un día lleno de mala suerte y frustración, pensando que lo
haría sentirse mejor, Luis estaba en camino de una decisión equivocada.
Una cuyas consecuencias devastadoras harían ver a sus anteriores
problemas como inocentes e, incluso, anhelados recuerdos.
Seis cuadras después de salir de su casa deseó un cigarrillo, lo cual era
una insignificante adición a la larga lista de errores que ya había cometido y
que continuaría llevando a cabo. Lo compró mientras caminaba hacia el
destino donde llevaría a cabo su apuesta suicida. Lo acercó a la llama, la
punta prendió con voracidad, el color blanco dio paso a una gama de
brillantes rojos y naranjas, formada por los trozos de hojas de tabaco
encendidas.
La primera bocanada no le produjo ningún efecto, pero el caballo ya
venía galopando. Luis caminaba, volvió a aspirar el seco humo. Esta vez
fue suficiente. Pudo percibir las pisadas de aquel ser a través de sus venas,
sentir cómo su cabeza y sus pensamientos se envolvían en la neblina que
levantaba el fuerte caballo mientras él bordeaba la fría e iluminada noche de
la ciudad.
Cuando quedaba menos de la mitad del engañoso cóctel de fuego,
sintiéndose brevemente en calma, decidió desviarse de la ruta que seguía,
aquella que lo habría llevado a su perdición. Una porción de esa planta
americana ardiendo, mezclada con la frescura nocturna de la ciudad, fue
suficiente para soltar el rascacielos que cargaba sobre su espalda. Logró
pensar con más claridad, se sintió libre, su corazón ya no estaba agitado.
Parecía haber dejado de sentir el pavimento y no caminar sino cabalgar
sobre un brioso corcel, admirando las luciérnagas de una misteriosa y
acogedora llanura.
Luis perdió unos minutos de su vejez, de su vida, pero ganó una leve
sonrisa. Se rió de sí mismo, sus dificultades eran poco más que tonterías. En