El documento resume la transición española de la dictadura franquista a la democracia entre 1976 y 1978. Discute las diferentes interpretaciones de la transición y argumenta que fue impulsada por la movilización popular más que por líderes políticos. También analiza los riesgos de involución democrática planteados por el golpismo militar y el terrorismo de ETA.
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La Transición entre la esperanza y el desencanto. Seminario La Transición política III.
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LA TRANSICIÓN DEMOCRÁTICA ENTRE LA ESPERANZA Y EL DESENCANTO
José Sanroma - SGAE 7 de junio 2007
1.- Desde hace tiempo los historiadores saben que es necesaria una revisión de la Transición. La
versión dominante de la misma, según la cual fue la ejecución ingenieril de un proyecto diseñado más
arriba, quedaría cuarteada. Esto no significará en modo alguno la deslegitimación de su éxito político,
aunque así quiera hacerlo creer la derecha política cómodamente instalada en aquella narración -
elaborada por los “ucedeos” tras su desplazamiento del gobierno – cuyo hilo conductor concluye que
“La Transición la hizo la Derecha ante el asombro de una Izquierda que ni se ha recuperado ni la ha
reconocido” (F. J. Losantos). En realidad como UCD no cumplió su papel histórico de consolidar para
el futuro la existencia de una Derecha comprometida con la Democracia (al que pudo acceder con
Suárez) se consolaron atribuyéndose en exceso el mérito de la Transición, en el pasado inmediato,
legitimando de paso el colaboracionismo con la dictadura franquista.
La pretensiones actuales, propagandísticas o ingenuas, de “volver al espíritu de la Transición”
esconden que la Transición estuvo marcada por muy distintas “ánimas” (hoy algo muertas porque no
existen o han perdido la memoria las concretas fuerzas políticas que le dieron vida) y que tan solo su
resultado (la Constitución, una realidad viva, por lo tanto “no intangible”) es el punto de partida de
cualquier pretensión democratizadora presente.
Para mí pensar de nuevo la Transición es un acto de Memoria Democrática, el recuerdo (traído al
presente por si acaso puede hacerse llegar a nuevas generaciones) de la idea verdadera de que hubo
en España un afán de libertad y de Compromiso frente a la Dictadura, que hizo posible y deseable la
Democracia; y que este afán no vino de arriba, sino de abajo.
Como escribió con acierto A. Suárez “la Transición no bajó del cielo ni fue una obra anónima”: pero
ahora está por dilucidar - esta es tarea para los historiadores – si el “protagonismo del pueblo “ del
que habla Suárez, se limitó a “refrendar los pasos del Gobierno”. Mi opinión es que la movilización
popular, de modo más amplio la opinión pública democrática, el motor de la Transición; fue este
protagonismo quien hizo deseable y posible abrir la Transición y culminarla con éxito en una
Constitución democrática; hija no ardorosamente deseada que tuvo un embarazo problemático y que
vino a España en un parto difícil que comprometió su suerte; sus primeros aniversarios no fueron
objeto de celebración oficial alguna; el Rey – cuyos actos u omisiones se cargaron siempre de
simbolismo- no la juró hasta después del 23 F.
La Historia la hacen los individuos y los pueblos
La relación de las personalidades “no anónimas” con el protagonismo popular es otra cuestión, otro
asunto (no trato de reivindicar ahora ni a los rupturistas ni a los “reformadores que venían del
franquismo”, ni al Rey.., ni a los “protagonistas marginados” que tanto disgustaban a Tusell, sino de
intentar enlazar nuestro presente, necesitado de un nuevo vigor democrático, con la historia que le
abrió paso).
Discrepo radicalmente de la perspectiva que piensa hoy la Transición en términos de “inacabada”, “de
“ocasión perdida”, de “errónea”; y, por lo tanto, de todo planteamiento a tenor del cual lo que
procedería hacer ahora sería “complementarla” o “corregirla” mediante una segunda Transición o
una segunda fase de la misma. De tal planteamiento participan un sector de la Derecha (por ejemplo,
Aznar) como los nacionalistas (por ejemplo, Garaicoechea), Carod Rovira) que compartieron también
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su falta de compromiso con la Democracia española concretada en su posición abstencionista ante el
refrendo de la Constitución de 1978.
Lo hecho quedó, y condicionó lo subsiguiente, pero las tareas democratizadoras del presente han de
ser definidas a partir de realidades y factores distintos de a los que operaron entonces. No hay una
“Transición pendiente”, ni es posible una reedición de aquella ni de su espíritu, por mucho que los
médiums invoquen su presencia ante un público crédulo, comulgante con la versión más rosa de la
Transición.
Tras esta introducción vayamos al asunto
Si Transición es “acción y efecto de pasar de un modo de ser o estar a otro distinto” la coherencia
argumental obliga primero a distinguir nítidamente entre dos sistemas políticos; y segundo a poner
fechas que expresen el inicio de la desaparición de uno (el que era y ya no está) y la aparición del
otro (el que es y está, aunque venga con malformaciones por los dolores del parto). Es decir fechas
que enmarquen el proceso.
Para mí esta Transición de la que hablamos fue de una dictadura, la franquista, a la Democracia.
Y no fue una “auto-transformación del Régimen”. Ni por su resultado ni por su proceso (aunque la
ideología juridicista le presta su servicios a la descripción de “la Ley es la Ley”.
Si en Biología “transformación” es un fenómeno por el que ciertas células adquieren material genético
de otras, Arias y Fraga lo intentaron y fracasó aquel intento de introducir en las instituciones del
Régimen la genética electoral (recordemos como también el primer Gobierno de la Monarquía con
Arias prometió elecciones).
Tampoco fue el “derrocamiento” del Régimen franquista y el paso rápido a una Democracia
descargada de “adherencias” y residuos contaminantes de la dictadura.
Excluyo, aunque tiene gran importancia:
- Tanto el análisis de la pre-transición (y por tanto del conjunto de factores que confluyendo
la abocaron haciéndola posible y deseable para la mayoría social y política; ”inevitable” es
adjetivo mayor).
- Como la consolidación de la Democracia institucionalizada (nacida tan débil que pudo finar
el 23-F de 1981 o su profundización”.
Y advierto que es preciso distinguir la Transición del restablecimiento de la Monarquía en España,
llevado a cabo finalmente porque Juan Carlos pasó de ser heredero de Franco en 1969 (antes que su
padre en 1977) a ser Monarca constitucional, cumpliendo su propio y único proyecto: ganar y
conservar la Corona que perdió su abuelo. Esta otra “Transición” tiene distintas fechas (su
legitimación se produciría la noche del 23-F); aunque la inserción del papel de Juan Carlos desde que
accede a la Jefatura del estado, en la Transición de la que hablamos, sea especialmente
relevante.
La elección de las fechas es decisiva para clarificar el debate, porque si son muy distintas y
distantes es que no hablamos de lo mismo.
Y si tan siquiera no se dan, no sabremos de qué hablamos exactamente. La elección de
las fechas evidentemente no es, y quizá no pueda tampoco llegar a ser, pacífica. ¿Por
qué? Porque en ellas se encuentra de modo implícito o explícito:
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a) Un juicio sobre el franquismo y su papel en la Historia de España; en menor
medida sobre la Democracia como sistema político.
b) Una distinta valoración del papel jugado por las distintas clases sociales, fuerzas políticas,
Instituciones y personalidades más relevantes.
Las fechas de la Transición, para mí, van desde la formación del Gobierno de Suárez en junio de 1976
hasta la aprobación de la Constitución. Un período de 760 días aproximadamente, mediado
decisivamente por la celebración de elecciones cuasi-libres el 15 de junio de 1977 y por sus resultados.
Que la Transición pudo haber asumido “otras modalidades” no parece discutible. Si la iniciativa del
proceso hubiera tenidos otros protagonistas, y si las actitudes de las fuerzas políticas y sociales
hubieran sido distintas, lógicamente el desarrollo y resultado hubiera variado. Lo que entones- o
ahora – pudo verse por unos y por otros como posible o imposible variaba; pero, en cualquier caso,
los comportamientos no suelen estar tan constreñidos como pretende una actitud conservadora,
tributaria de las “retóricas de la intransigencia” que se alzan frente a la reivindicación de ambos.
El proceso estuvo marcado por el quién y el cómo tuvo la iniciativa, y por la cambiante actitud a lo
largo de del mismo de las fuerzas políticas, sociales y “fácticas” que operaron a favor y en contra. El
resultado, la Constitución, fue valorado distintamente (en un clima político menos alegremente
entusiasmado que el del 15-J); hubo esperanza, hubo desencanto, hubo espadas en alto, hubo
políticas de avestruz, hubo certezas en la necesidad de apostar por la democracia constitucionalizada,
hubo de todo hasta el punto de que parecía que estábamos en una intransición que eclosionó con el
23-F de 1981. Y de la que salimos el 28-O de 1982.
La iniciativa no pudieron o no quisieron o no se atrevieron ganarla las fuerzas que integraron
sucesivamente la Asamblea de Cataluña, JD, la PCD, CD, la POD.
Está por hacer la historia de los pactos y alianzas frente al franquismo y frente a sus intentos de
continuidad. También está por hacer la historia de la lucha de clases en la pre-transición, la
Transición, y la “intransición” posterior (uno de cuyos hitos son los Pactos de la Moncloa) y cuya
fuerza explicativa es necesaria para comprender la actual configuración de las fuerzas políticas
relevantes en España, y el peso del sindicalismo de clase.
Ganar la iniciativa no podía hacerse sin una movilización popular creciente, pacífica, continuada: lo
cual explica que ciertas fuerzas estuvieran prestas a renunciar al tan solo intento de lograrla.
La iniciativa política la ganó Suárez con la aprobación plebiscitaria de 1976; y lo hizo a pulso, con una
labor preparatoria, continuada después, de contactos con sectores de la “oposición”, que dieron
causa, cuanto menos, a la neutralización de ésta, y cuanto más, a su división resopecto a uno de los
puntos clave del pacto: legalización simultánea de todos los partidos extramuros del sistema
institucional franquista. La izquierda dividida, la derecha también: el decisionismo de Suárez fue
audaz ¿Temerarios?
La conservó a duras penas (por el embate abierto del terrorismo etarra y el galopante golpismo
militar y civil: incluso Fraga declaró que la legalización del PCE era un auténtico golpe de estado); y
tras el resultado electoral del 15-J, con el extraordinario % obtenido por el PSOE, tuvo que
compartirla con este partido, ceñida ya a la elaboración de una Constitución en base a unas Cortes no
convocadas con tal carácter.
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Iniciativa que requería del control de la calle, de la restricción de las movilizaciones; para lo cual era
necesario el concurso del PC.
No hay que desconocer el factor de provocación que activaba el golpismo en esas ocasiones, ejemplos
son la matanza de Atocha, los disparos que acabaron con Arturo Ruiz y Mª Luz Nájera en las
manifestaciones en Madrid,.. y otros muchos que a nosotros nos hizo pasar del lema “disolución de
los cuerpos represivos” a “castigo a los culpables” y, sin embargo, centenares de militantes de ORT y
de otros partidos a la izquierda del PC eran detenidos durante los meses que precedieron a las
elecciones; y hasta nuestras sedes tomadas por la policía, con tintes no exentos de provocación.
La fuerza movilizadora de la izquierda del PC fue creciente desde la HG de Navarra de 1973, la HG dl
11 de diciembre en el País Vasco, y no dejó de acentuarse hasta su declive final tras el fracaso
definitivo en las elecciones de 1979.
No por casualidad no se nos legalizó hasta después de las elecciones de junio de 1977, ni a los jóvenes
de 18 a 21 años se les reconoció el derecho al voto para ésta. Ni Arturo ni Mª Luz hubieran podido
votar.
El rey Juan Carlos no fue el motor de la democracia. Aunque fue clave, su paulatina inclinación de
vincular su permanencia a la mutación de la Monarquía en constitucional como forma de gobierno
de una democracia, cuyo principio de legitimación, la soberanía popular estaba en flagrante
contradicción con su acceso a la Jefatura del Estado.
De modo que fue precisamente el cuestionamiento de la Monarquía realmente existente, es decir, la
encarnada por don Juan Carlos, un factor influyente para que se abriera la Transición.
Un demócrata no puede considerar desestabilizadora la reivindicación de que la Monarquía misma se
sometiera al principio de legitimación del sistema al que se iba a transitar. Solo el terrorismo etarra y
el golpismo, aliados objetivamente, operaron para desestabilizar el proceso democratizador en
España.
La anterior consideración no desmerece el papel del Rey, aunque no le brinde un elogio cortesano. Su
mérito habría que buscarlo en cómo resolvió su problema principal para transitar de la Monarquía de
Franco a la Monarquía constitucional, como ganar los apoyos necesarios para conservar la corona sin
perder su base de sustentación, la jerarquía militar, a la que sonaba a chino la soberanía popular y
que solo entendía el deber de cumplir el testamento de Franco.
El riesgo de involución existió prácticamente desde que se abrió la Transición y se acentuó desde la
legalización del PC. Marchó en paralelo al proceso constituyente y no cesó tras la aprobación de la
Constitución que no tuvo el voto favorable de ninguno de los senadores militares nombrados por el
rey y una parte de la jerarquía católica la calificó de atea.
Y si el fracaso del 23-F de 1981 fue más bien por exceso que por defecto de golpistas. Ante este riesgo
se adoptó la política del avestruz, a pesar de que la democracia podía contar también con la fuerza -
cuya dimensión no se quiso ponderar – de los militares demócratas que posiblemente eran muchos
más de los que tuvieron la valentía acreditarse y organizarse en la UMD. Por denunciar la “operación
Galaxia” se me abrió , junto a otros 6 compañeros, una causa ante la jurisdicción, que se archivó en
1979, quizá porque no interesaba hacer cuestión pública de la zozobra militar y del riesgo que ésta
implicaba.
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Pero ese actuar como si no existiera ese riesgo, la Transición no hubiera de terminar en ruptura con el
régimen tuvo sus consecuencias negativas.
Para mí, la Transición es perfectamente explicable por factores internos. No fue en modo alguno la
ejecución de un plan del Pentágono; aunque el Rey fuera a exponer ante el Congreso estadounidense
qué pretendía hacer con su “nihil obstat” algo distinto a lo que hasta entonces intentaba Arias
navarro: la actitud de EEUU hizo más que cuestionable su mirar hacia otro lado ante el golpe militar.
De Francia, Alemania y de la Internacional Liberal y demócrata-cristiana, digamos que propiciaron
una Transición controlada desde arriba, es decir, dese una continuidad en la Jefatura del Estado que
cobrara la forma de Monarquía Constitucional.
Las movilizaciones contra la dictadura y el estado de opinión pública en la pre-transición y la largo de
ésta. Las que conocí me bastan para afirmar que operaron como el motor de la democracia; y cuanto
menos que fueron factor explicativo de los cambios de posición a favor de la democracia de algunas
de las personalidades más relevantes.
No sé si todo aquel conglomerado pre-democrático constituía el mejor material para construir una
democracia joven que superara el anquilosamiento de las occidentales y que profundizara en su
modelo.
No hablaré de otros, sino de mí. Pertenecía a ese sector político de mi generación que,
lamentablemente, no tuvo maestros. No fui un “demócrata de toda la vida”, si bien me hice
demócrata en la lucha contra la dictadura, aunque creo que sí hubo “demócratas de toda la vida”,
solo una minoría- fue prácticamente hasta que desapareció el riesgo de serlo -
Además, la Democracia naciente fue privada de símbolos que contribuyeran a enaltecerla. Entre ellos
el valor de la lucha por la Libertad. Y si la Memoria Histórica de la Guerra Civil nos ayudó
recordarnos que el fuego quema, el mito rosa de la Transición ha pretendido que la Santísima
Trinidad nos descubrió a los españoles el Mediterráneo.
He recordado que la Constitución no se quiso celebrar en sus primeros aniversarios. Su vinculación
con las tradiciones liberales, democráticas e incluso revolucionarias de los españoles quedaban
veladas, sin que se destacara su ruptura con el franquismo. Nos olvidamos del exilio y surgió el
pasotismo juvenil, que se traspasó a los mayores.
Se reprodujo una ruptura generacional, cuando en la recuperación de la democracia había surgido
una conexión entre diversas generaciones. Por eso la democracia naciente envejeció pronto; aunque
los lodos actuales no provengan de entonces sino de las dos promesas incumplidas de renovación
democrática en 1993 y 1996. Éstas si ha sido ocasiones perdidas.
Pero mis palabras están hoy movidas por el deseo de contribuir con estos recuerdos a superar los
cortes generacionales tan frecuentes en la cultura política de los españoles, que merman nuestra
capacidad colectiva para dar nuevo vigor a las libertades que tenemos.