En la tesis del hoy Procurador de la Nación se esgrimen los fundamentos de su campaña incendiaria, inquisidora, anacrónica e incluso medieval de un fortunato que cree que el pueblo no tiene ni poder creador de derecho ni es fuente de legitimidad del Estado. El Procurador es un enemigo de la democracia: “no hay soberanía popular que derogue el decálogo”. El Procurador considera necesario “apelar a una concepción deísta del orden público” porque “el Estado no podría prosperar si desprecia la religión”, la cual es nuestra única salvación ante los males públicos.