SlideShare una empresa de Scribd logo
1 de 14
La Bella Durmiente.

       Según cuentan leyendas muy antiguas, hubo hace muchísimos años, en un país
cuyo nombre no se recuerda ya, un rey y una reina que estaban muy tristes por no tener
sucesión.

       Ansiaban vivamente que el palacio en que vivían fuese alegrado por una criatura,
pero, sobre todo, les preocupaba la idea de que el trono quedara vacante el día que se
murieran. Pidieron consejos a los sabios más sabios de la corte, y después de haber
hecho toda clase de votos y promesas, confiaron en que Dios escucharía sus fervorosas
suplicas.

       Un día, cuando nadie lo esperaba, ya corrió por el reino una noticia, que a todos
lleno de alegría, ¡la augusta reina acababa de dar a luz una hermosa princesita

       El Fausto acontecimiento fue celebrado en todo el país, con animados bailes y
desfiles, y el feliz monarca, deseando asociarse a la alegría de su pueblo, ordeno a los
personajes de la corte que organizaran una fiesta que deslumbrase por su magnificencia.
Fueron invitados a ella los reyes de los países vecinos, los señores más ricos y nobles de
la corte, y las damas más hermosas y elegantes. Como invitadas de honor figuraban siete
hadas de maravilloso poder, cada una de las cuales, al terminar los festejos ofrecieron,
una gracia a la princesita.

       El día de la fiesta fue colocada en el salón del trono una magnifica y suntuosa
mesa, en la que se veían exquisitos manjares preparados especialmente por los más
reputados cocineros del reino, y grandes fuentes de oro y plata apetitosos postres y
sabrosísimas frutas llevadas desde los más distantes países. En la cabecera, sentados en
sendos tronos de marfil, se hallaban el rey y la reina, y entre ambos, acostada en un
almohadón de terciopelo rosa bordado con oro, veíase a la hermosa niña.

       Al final del banquete, las poderosas hadas, sacando sus varitas mágicas,
dispusiéronse a ofrendar sus dones a la princesa-Vuestra hija- dijo la primera de las
hadas dirigiéndose a los reyes y mirando a la princesita-, será la mujer más hermosa que
jamás se haya visto, no solo en este reino, sino en el mundo entero. - Tendrá tanta
inteligencia- agrego la segunda acariciando suavemente a la pequeña-, que hasta el
mayor sabio de esta corte tendrá que acudir a ella cuando se vea en la necesidad de
interpretar los grandes enigmas de la naturaleza.
- Estará dotada de tanta simpatía- explico la tercera de las hadas haciendo un
pequeño movimiento con su varita encantada-, que hasta en las más distantes comarcas
de la tierra se hablara de ella con admiración.

       Disponíase la cuarta de las hadas a otorgar su don, cuando junto a la puerta de
entrada del salón sonó el toque de un clarín que anunciaba la llegada de un comensal
retrasado. Todos se dieron vuelta para ver quién era, y cuando lo advirtieron, prodújose
un gran silencio interrumpido solo por los pasos apresurados de la persona que llegaba.
Era un hada vieja y fea, a quien por haber permanecido por mucho tiempo encerrada en
la torre de un castillo, todos la creían muerta o viajando por lejanos países, razón por la
cual no había sido invitada a la fiesta

       El monarca, sorprendido ante aquella aparición, quiso disculpar su olvido, porque
no ignoraba que era una hada muy mala y rencorosa. Sonriéndose y señalándole un lugar
en la mesa le dijo que él y todos los presentes estaban encantados de verla allí. Pero el
hada vieja, que estaba muy ofendida, respondió así a las palabras del rey:

       -Como no puedo creer que el haberme no invito sea debido a un olvido, no me
esmeraré en pedir, según lo han hecho mis compañeras, una virtud o una gracia para la
princesita. En cambio, agrego sonriendo con ironía- creo que mi ofrenda hará que durante
mucho tiempo nadie pueda olvidarse de mí y de mi varita mágica.

       Al escuchar estas palabras que sin duda encerraban una terrible amenaza,
algunos de los presentes comenzaron a hablar entre sí en voz muy baja; el hada les hizo
callar en seguida con un gesto y, procurando que sus palabras fuesen bien escuchadas
por todos los presentes exclamó:

       -lo he pensado muy bien. Mi deseo es que la princesita se atraviese una mano con
un uso de hilar, cuya herida le producirá la muerte.

       Interrumpiendo el silencio provocado por estas palabras, una hada buena que
hasta ese momento había permanecido en silencio, apartada del grupo de damas y
caballeros, acercóse prontamente a la desconsolada reina, que lloraba abrazando y
besando a su hijita, y le dijo con ternura:

       -No llores, si bien es cierto que el poder de mi varita mágica no podrá impedir que
la princesita se hiera en la mano con un huso de hilar, puede, en cambio, hacer que la
herida no sea mortal. No morirá tu hija, solamente quedara dormida por espacio de 100
años. Cumplido ese plazo, el hijo de un rey muy rico y poderoso, un hermosísimo y
valiente príncipe, la sacara de un sueño y se casara con ella haciéndola muy feliz

       Por más que las palabras de un hada buena consolaron un poco a la afligida
madre, desde aquel momento nadie estuvo alegre en el palacio, pues todos temían que la
princesita no llegase a despertar del larguísimo sueño. Este temor decidió al rey, después
de aconsejarse con varios ministros, a dictar un bando por el que se disponía que fuera
condenado a la pena de muerte a cualquiera que fuese sorprendido hilando con huso de
madera.

       Varios años pasaron, durante los cuales el bando del rey fue respetado
estrictamente. Ya era la princesita una hermosísima niña de cabellos de oro y de rostro
sonrosado, y en todo el país solo el rey y la reina recordaban, la profecía de la malvada y
rencorosa hada.

       Para evitar el peligro que amenazaba a su hija, por nada del mundo querían los
reyes separarse de ella. En una ocasión, sin embargo, con motivo de una de las fiestas
que habrían de realizarse en un país vecino, y a las que no podían excusarse de asistir,
viéronse muy a su pesar, en la necesidad de separarse de la niña por primera vez.

       Largamente medito el monarca sobre la conveniencia de llevar con ellos a la
pequeña; pero pensando en lo largo del trayecto, y en los peligros a que podían verse
expuestos, decidió recurrir a los consejos de los ministros para resolver sus dudas.

       -Majestad- dijo uno de ellos, que era tenido en la corte por muy sabio-, creo que la
princesita es muy pequeña aun para exponerla a los peligros del camino. Opino que debe
quedarse en el palacio bajo nuestros cuidados y vigilancia.

       -Me parece mejor- agregó otro de los ministros, cuyo muchos años hacían que sus
palabras fuesen escuchadas siempre con profundo respeto- que la princesita no
permanezca en el palacio. Desde luego opino que no es posible que la llevéis; pero, en
cambio, podría quedarse al cuidado de una mujer a quien yo conozco. Con ella no
correría la niña ningún peligro.

       - ¿Y os parece que así podríamos marchar tranquilos- pregunto el rey- y que
ningún peligro amenazará a la niña?
- Si majestad- respondióle el anciano ministro-: conozco muy bien a esa mujer y sé
que la princesita podrá estar en su casa como en vuestro propio palacio.

       Conforme el monarca con las palabras de su fiel servidor, fue a comunicar a su
esposa la determinación que acababa de tomar. Y conforme también la reina oredenóse
al instante que la princesita fuera entregada a la mujer que durante la ausencia de ellos
habría de tenerla a su cargo. Después los reyes subieron a la carroza que los aguardaba
y se dirigieron al país vecino.

       Ya lejos del reino el monarca y su esposa, la princesita vivió feliz y contenta en su
nueva casa. La mujer que la tenía a su cuidado era una señora anciana y muy cariñosa, y
tan buena que por no contrariar a la niña permitía que satisficiese sus menores caprichos,
solo le había prohibido que se alejara de la casa en dirección al bosque cercano, por
temor de que se extraviara y se viera expuesta al peligro de ser atacada por un
hambriento lobo que vivía en él. Sin embargo, un día que la señora tuvo que salir para
hacer algunas diligencias en el palacio, la niña, que era un poco traviesa, desobedeció
sus consejos y se acercó al bosque, internándose por un por un sendero bordeado de
flores y de grandes árboles

       Caminando distraída, deteníase de trecho en trecho para mirar los conejitos y las
ardillas que escapaban a su paso, o para mirar los vistosos colores de las mariposas que
revoloteaban por doquier. De esta manera sin darse cuenta, termino por perderse; y
cuando se vio sola y tan lejos de la casa de su protectora, échose a llorar
desconsoladamente.

       De pronto, cuando más afligida estaba, escuchóse a su lado una voz suave y
cariñosa que le preguntó:

       -¿Por qué lloras niña? ¿Te ha hecho daño alguien?

       Dándose vuelta para ver quien le hablaba, vióse la niña ante una mujer anciana
que la miraba dulcemente.

       -Me he perdido en el bosque, buena mujer, y tengo mucho miedo. Me han dicho
que en este bosque vive un lobo muy malo y no querría verlo- respondió la princesita
enjuagándose los ojos y acercándose a la anciana
- Pues eso es posible si tu lo quieres- dijo la mujer-; podrás pasar conmigo esta
noche; vivo sola en una cabaña que se halla muy cerca de aquí y me gustaría tener una
compañía tan agradable como la tuya.

        Sonriendo agradecida la niña acepto el ofrecimiento, y ambas pusiéronse en
marcha, no tardando en llegar a una casita semioculta entre los árboles. Era la morada de
la viejecita, que, una vez dentro de ella, dijo que antes de comer tenía que hilar en un
huso de madera unos copos de lino. Tratando de corresponder al favor que le había
hecho, ofrecióse la niña para ayudarla en la tarea, pero en el mismo momento en que
tomaba el huso, al inclinarse para ahuyentar a un gatito juguetón que quería alcanzar con
sus patitas el copo de lino, hízose en la palma de la mano una pequeña herida y cayó al
suelo sin conocimiento

        De nada valió que la afligida anciana rociara el rostro con agua fresca, tratando de
hacerla volver a su desmayo; la niña parecía muerta. Entonces la mujer corrió presurosa
hasta la cabaña de unos pastores, y, contándoles lo que había sucedido, les rogó, con
lágrimas en los ojos, que la ayudaran. Los pastores trataron de consolarla y corrieron
hasta su casita; uno de ellos, que había estado alguna vez en el palacio, reconoció a la
princesita y dijo que no se hallaba muerta, sino que, habiéndose cumplido la profecía de
una hada mala, estaba dormida, pero que nada ni nadie podría despertarla durante cien
años.

        Poco tardó en saberse en el reino la terrible noticia. Como los ministros sentíanse
algo culpables, trataron por todos los medios de hacer volver de sus sueños a la niña;
pero, al comprender que tal cosa no era posible, aguardaron con intranquilidad el regreso
del monarca para darle a conocer la desgracia que había ocurrido en la cabaña del
bosque.

        Y algunos meses más tarde, vueltos nuevamente al palacio del rey y la reina,
lloraron con gran desconsuelo, al darse cuenta de que ni aun los mejores           médicos
podrían despertar a la princesita. Entonces, sabiendo los padres de la niña que era
imposible luchar contra la profecía del hada mala, llamaron nuevamente al palacio a las
siete hadas buenas. Y una de ellas, la que dijera que no habría de morirse, sino que
dormiría durante cien años, pregunto a su varita encantada que era lo que convenía
hacer. Y la varita, agitándose en su mano le respondió:
“como deben pasar cien años antes de que la princesita vuelva de su sueño, será
conveniente que la regia morada que la guarde también permanezca dormida con sus
servidores y doncellas”.

         Ordenando que todo se hiciera como la varita mágica lo habría indicado, dispuso
el rey que fuese construido un enorme y magnifico palacio. Después acostando a la
princesa en una hermosísima cama con doseles de oro, y mandando a los soldados,
sirvientes, doncellas, cortesanos, guardias, cocineros y pajes que ocuparan sus puestos,
llamó nuevamente al hada buena para que hiciera valer una vez más el poder
sorprendente de su varita milagrosa

         El hada hizo que todos quedaran profundamente dormidos, para despertarse al
cabo de cien años, al mismo tiempo que la hija del rey, y al fin de que pudieran, de esa
manera, servirla en cuanto necesitase.

         Después de besar los afligidos padres la frente nacarada de la niña, abandonaron
el palacio, prohibiendo terminantemente que nadie se acercara a él, en diez leguas a la
redonda.

         Meses más tarde, la magnífica mansión que encerraba a la niña aparecía rodeada
por un tupido bosque de gigantescos arboles que resultaba poco menos que imposible de
atravesar, y creyóse que también eso era debido al poder de la varita mágica del hada
buena.

         Transcurrieron los años…Ya el rey y la reina, muy viejecitos, habían sido llamados
por Dios. Muy pocos recordaban que un día, en un palacio, una hada mala había
condenado a dormir durante cien años a una niña de sangre real; sólo algunos ancianos
de venerables canas contaban a sus nietecitos que en un bosque cercano había un
palacio que permanecía silencioso.

         Y cierta tarde, un joven y apuesto príncipe que pasaba por aquel bosque
dedicándose a la casa de gacelas y siervos alcanzó a ver, por sobre las frondosas copas
de los arboles, las hermosas y elegantes torres que se elevaban hacia el cielo. Muy
sorprendido volvióse hacia uno de los caballeros que le acompañaban, y al mismo tiempo
que indicaba la torre con una mano, mientras con la otra sujetaba por la brida su fogoso
corcel, adornado con riquísimos arneses, preguntó con curiosidad:
-¿Qué palacio es ese? ¿Qué misterio encierran sus estancias rodeadas de
silencio?

       El caballero como temiendo que alguien escuchara sus palabras, acercóse mas al
príncipe para decirle:

       -Era yo muy chico cuando me conto mi madre que un rey que vivio en esta
comarca hace cerca de un siglo tuvo una hija hermosa y agraciada, a quien una hada
mala obligo a dormir por espacio de 100 años. Y hay quien afirma que la despertará, al
cabo de ese tiempo un príncipe muy hermoso y valiente, que la hará su esposa.

       La respuesta del caballero interesó mucho al príncipe, el cual, dejando su corcel al
cuidado de un paje, se acercó a la muralla de arboles y madera que redeaba el palacio.

       Ya junto a ella, desenvainó su brillante espada y abrióse paso en la espesura
cortando las ramas que le cerraban el camino. Poco después apareció ante su vista un
claro del bosque, y en medio de él, rodeado de maravillosas flores de los mas brillantes
colores, vió el palacio cuyas torres le habían llamado la atención al divisarlas por encima
del follaje de los arboles. Acercóse lentamente, y subiendo los blancos escalones de
mármol que halló ante si, se encontró ante una enorme puerta cerrada con cerrojos de
oro. A cada lado de ella montaban guardia de pie, inmóviles, y con las armas en la mano,
los soldados que cien años antes había encantado la varita mágica del hada buena. El
príncipe, sin mirarlos, tanta era su impaciencia por despertar a la niña de su sueño
maravilloso, descorrió los cerrojos de oro. Franqueó después la entrada y encontróse en
un amplio patio recubierto por una mullida alfombra. Tanto era el silencio que reinaba en
el, que el joven príncipe, impresionado, se detuvo un momento, pensó si realmente
hallaría a la princesita dormida, o si, en vez de ella, alguna bruja saldría a su paso
montada en un escoba, dispuesta a castigar su atrevimiento después de haber entrado en
la mansión. Pero pronto venció el temor, y sin haber pensado en retroceder, pues era muy
valiente, internóse en un estrecho pasadillo al fondo del cual había una puerta tallada con
maderas costosísimas , iluminada por un inmenso farol que indicaba a quien se acercara
que aquella estaba abierta.

       Empujo el príncipe la puerta y así pudo llegar a la entrada de la alcoba donde
dormía plácidamente, desde hacia cien años, a hermosa niña. Se detuvo entonces y al
mirar hacia el interior no pudo evitar una exclamación de sorpresa, la alcoba de la
princesita hallábase cubierta de cortinas y alfombras de diversos colores; veíanse también
pequeños muebles finamente tapizados, y en el centro, dentro de una magnífica jaula
dorada, un hermoso papagayo permanecía dormido apoyando su cabecita sobre los
alambres. Pero nada de eso le interesó al príncipe, porque cerca de la jaula, disimulados
por regios cortinajes de seda y encajes, vió un magnífico lecho sobre el cual yacía,
sonriente, la princesita encantada.

       Admirado de la belleza de la niña, permaneció el príncipe contemplándola durante
un largo rato. Sus rubios cabellos, cayendo sobre los riquísimos almohadones, parecían
hebras de oro; sus rojos labios destacabansé en la palidez del rostro apacible, y sus ojos,
cerrados en un sueño tranquilo, estaban sombreado por largas pestañas negras, sus
mejillas frescas y sonrosadas como fruta madura, decían claramente que la hermosa
princesa, que yacía así desde hacia tantos años no estaba muerta, sino dormida.

       Dejando su espada sobre un pequeño trono que adornaba el aposento, acercóse
mas el príncipe a la Bella Durmiente, para poder contemplarla mejor. Pero entonces al
tratar de transponer un pequeño escalón     el ébano disimulado por una alfombra de raso
carmesí, tropezó y cayo hacia adelante. Fue inútil que el apuesto joven evitara el tocar a
la niña al querer incorporarse, pues rosóle los cabellos con el extremo de su hermosa
capa de terciopelo. Y en ese mismo instante la princesita se agitó suavemente, dando
muestras de vida. Un profundo suspiro agitó su pecho, sus ojos se abrieron y cerraron
repetidas veces, y después de un momento de indecisión, incorporóse admirada.

Vio entonces al apuesto mancebo que la observaba extasiado, y como si creyera
continuar su hermoso y largo sueño, restregóse los ojos, mientras exclamaba con voz
melodiosa que hizo palpitar el corazón del príncipe:

       -¿Quién eres?

       El joven quitóse la gorra, adornada con una gran pluma roja, e inclinándose
respetuosamente contestó:

       -Hermosa niña: me hallaba cazando en el bosque cuando descubrí las torres de
este palacio. Fue entonces cuando uno de mis acompañantes me dijo que aquí se hallaba
la más hermosa de las princesas, una princesa a quien un hada mala, enojada por que no
había sido invitada a una fiesta, había condenado a dormir durante cien años. Tratando
de comprobar si era verdad lo que se me decía, he venido hasta aquí, y ahora solo quiero
pedirte que vengas conmigo al palacio de mis regios padres.

       Sonriendo la niña al darse cuenta de que el príncipe que tenia ante ella era el que
el hada buena anunciara que habría de sacarla de ese sueño, se arrodilló fervorosamente
y cruzando sus delicadas manos elevó sus gracias a Dios. Después, acompañada de su
salvador, abandonó la alcoba.

       El castillo recobró al instante su anterior animación. Vuelta la princesita de su
sueño de cien años, todos sus servidores y acompañantes despertaron como ella. Los
guardias tomaron nuevamente sus brillantes alabardas y permanecieron firmes, luciendo
sus hermosos uniformes junto a cada puerta; los pajes corrieron presurosos para anunciar
al pueblo que en breve habría de celebarse el casamiento de la princesa; las doncellas
dispusieronse a efectuar los preparativos del magno acontecimiento que se avecinaba, y
en las amplias cocinas del palacio los cocineros, dando continuas órdenes a sus
numerosos y diligentes ayudantes, disponíanse a preparar riquísimos manjares y
apetitosos postres.

       Dos días más tarde celebróse el casamiento, al cual asistieron, además de los
monarcas y príncipes de los países vecinos, de los más ricos caballeros y de las más
hermosas damas de la corte, las hadas buenas que cien años antes habían otorgado sus
dones a la princesitaUna vez transcurrida la fiesta, dijo el príncipe a la niña que, deseando
comunicar la noticia a sus padres, iba a ponerse en marcha aquel mismo día pero que no
tardaría en volver en su busca. Poco después alejábase del castillo en una hermosa
carroza arrastrada velozmente por fogosos corceles.

       Ya en el palacio de sus padres, el príncipe cuya ausencia había intranquilizado a
todos, presentóse ante el rey.

       -Señor -le dijo postrándose ante el- habiendo salido de caza hace unos días, me
extravié en el bosque, y como la noche me sorprendiera en él, para evitar todo peligro
decidí permanecer hasta la mañana siguiente en la cabaña de un humilde pastor que
halle en el camino

       Creyó el rey lo que le decía su hijo, pues también era aficionado a la caza, y más
de una vez habíase visto obligado a pasar la noche fuera del palacio.
En cambio, la reina, su madrastra, que era una joven de malos sentimientos, no
creyó nada de cuanto el joven decía. Oculto sus sospechas; pero, dispuesta a saber lo
que hubiera de cierto, ordeno al caballero que siguiera al joven cada vez que saliera del
palacio.

       Muy temprano, a la mañana siguiente, partió el príncipe hacia el bosque,
anunciando que iba a sus acostumbradas cacerías; en realidad pensaba dirigirse hacia el
castillo en que estaba su bella esposa. Entre los caballeros que lo acompañaban iba el
que recibiera las ordenes de la reina; pero también iba un montero que había escuchado
la conversación del día anterior; y este, acercándose al príncipe, le susurro al oído:

       -señor, sé que es vuestra intención visitar a la hermosa niña              del castillo
encantado, pero creo conveniente que no lo hagáis hoy, hay entre nosotros, un caballero
que aconsejado por vuestra madrastra, debe seguirnos los pasos.

       Agradeciendo la advertencia, el príncipe dio la orden de regresar al palacio,
pensando que tendría que salir solo y ocultándose para que nadie supiera hacia donde se
dirigía. Uno de sus pajes, advirtiendo lo que ocurría, le propuso cambiar sus ropas con el
para que no pudieran reconocerlo.

       No uno, sino varios días seguidos pudo el príncipe salir del palacio sin que nadie lo
notara. Y así transcurrieron dos años, al cabo de los cuales la hermosa princesa, su
esposa, recibió del cielo el regalo de dos lindísimas criaturas: una niña y un niño. Mientras
tanto, la madrastra, cada vez más disgustada por no poder descubrir el secreto del
príncipe, trataba de saberlo por todos los medios. Ya en la corte murmuraban las damas y
los caballeros. Pero el príncipe, sin dar oído a las habladurías, continuaba abandonando
el palacio a altas horas de la noche.

       Varios meses después corrió por el reino una triste nueva. El rey, que padecía
desde largos años atrás una penosa enfermedad rindió su alma a Dios rodeado de sus
súbditos más fieles, quienes derramaron abundantes lagrimas de dolor. El príncipe,
debiendo ocupar el trono que dejaba vacante su padre, vióse en la necesidad de
descubrir su matrimonio. Todos se alegraron mucho al saber que el nuevo rey, que era
muy querido por su buen corazón, habíese casado con una bellisima princesa y que era
padre de dos encantadores niños; solo la malvada reina, celosa, si bien fingió alegrarse,
se dejo llevar por el enojo. Pero cuando al cabo de unos días llegaron al reino en una
carroza la Bella Durmiente y los dos pequeños príncipes, trato de mostrarse contenta y
amable, ocultando sus verdaderas intenciones y la ira        que había acumulado en el
corazón.

       Al cabo de muchos años de paz y tranquilidad la guerra declarada por un monarca
vecino, obligó al príncipe a preparar su ejército para marchar a la lucha Despidióse de su
esposa y de sus dos hijos, y deseando que velara por ellos, pidió a su madrastra que los
pretegiera de los peligros que podrían amenazarlos, sin pensar en los que el mismo iba a
correr en el campo de batalla. Después ciñóse la filosa esposa, montó en su caballo y se
alejó rápidamente.

       Larga y penosa resultó la guerra. Muchos fueron los peligros a que se vio expuesto
el joven rey, que sin cesar deseaba volver cuanto antes a su palacio para reuinirse con su
esposa y sus hijitos. Pensaba constantemente que podrían necesitar de el.

       Mientras tanto, la Bella Durmiente lloraba encerrada en una apartada alcoba.
Desde que se había ausentado su valiente esposo, la reina mala, envidiosa de ella,
trataba de molestarla continuamente, pretendiendo gobernar el país. Y una tarde en que
pérfida mujer salió a los jardines y vió jugar a los pequeños príncipes, tuvo una idea
terrible. Llamando a su presencia al cocinero real, le dijo sonriendo malignamente:

       -Como hoy me he levantado con mucho apetito, me agradaría que me preparases
un manjar especial, un manjar como nunca ha comido otra reina en la tierra.

       Después de decir estas palabras, callóse por un momento la reina, y como el
cocinero aguardara silencioso sus órdenes, continuó, señalando con la mano el amplio
ventanal que daba al jardín:

       -Ahí están jugando los pequeños príncipes. Engañarás al niño y lo llevaras a la
cocina ¡Hoy me lo comeré!

   Abriendo los ojos con asombro, pretendió el cocinero oponerse a sus ordenes, pero
solo atinó a exclamar:

   -   ¡Por Dios, Majestad!
   -   ¡Te lo ordeno! Desde que mi hijo se halla lejos del palacio, soy yo la única que
       manda en el. En caso de que te opongas a mi deseo, hare que mis guardias te
       den muerte.
Sabiendo el infeliz cocinero que nada era posible hacer, salió llorando hacia el jardín.
Acercóse al niño, que en aquel momento se hallaba entretenido jugando con un perro, y
tratando de engañarlo con palabras cariñosas, le dijo:

   -   Si vienes conmigo a la cocina te dare unos dulces muy ricos que he preparado.

   El niño accedió, y ambos entraron en el palacio; pero como la criatura, viendo el
enorme cuchillo que el cocinero llevaba en la mano, se diera cuenta de lo que éste
pensaba hacer con el, púsose a llorar amargamente y, echándole los brazos al cuello, le
pidió que no lo matara. El buen hombre, enternecido, sintiéndose incapaz de cumplir la
orden de la malvada reina, meditó largo rato en lo que podría hacer. Al cabo resolvió
llevar al príncipe Sol, que este era su nombre, a su casa, para esconderlo, y después de
haberlo hecho asi bajo el corral, dio muerte a un corderito, lo cocinó en una salsa especial
y se lo presento a la hambrienta soberana. Esta, que no se dio cuenta del cambio, quedo
conforme.

   Una semana después, nuevamente fue llamado el cocinero a presencia de la perversa
mujer: el hombre, temeroso de sus órdenes, se presentó temblando.

   -Por segunda vez siento un apetito devorador.- le dijo-; hoy habrás de prepararme a la
niña. Ten en cuenta que debes hacerlo rápidamente si no quieres que mis guardias te
castiguen.

   El pobre hombre pensó que ya no podría ocultar a la niña y que la reina habría de
darse cuenta del engaño. Pero, dejándose llevar por su buen corazón, prefirió exponerse
al peligro, y después de ocultarla en su casa, junto al hermanito, fue nuevamente al corral,
y mato un cabrito muy tierno. También esta vez preparo una salsa muy exquisita, y de esa
manera, la reina muy satisfecha, no se dio cuenta del engaño.

   Contenta de su maldad, la perversa soberana permaneció tranquila durante algún
tiempo. Pero una mañana se disgusto con una de sus doncellas y, desando desahogar el
enojo que sentía, llamo por tercera vez al cocinero, que encomendó su alma a Dios antes
de presentarse a ella.

   -He pensado mucho en los exquisitos platos que sueles prepararme-dijo la reina,
cuyos ojos brillaban como si estuviese ante un delicioso manjar.- Mañana a primera hora
darás muerte a la madre de los príncipes, preparándola después con una de esas salsas
que solo tú sabes hacer.

   Más preocupado que las veces anteriores retiróse en cocinero, y a medida que subía
las escaleras, con un enorme cuchillo en la mano, pensaba que ahora no habría modo de
salvar a la víctima elegida. Sin embargo, como a pesar de su indeterminación, se sintió
conmovido, prefirió poner a la princesa al tanto de lo que le había ordenado la reina.

   -¡Mátame, mátame si tal cosa te han ordenado! Solo asi podre reunirme con mis
queridos hijos, a quienes nunca mas volveré a ver- explamo la joven reina, creyendo que
los dos niños habían muerto, pues, engañada por todos, ignoraba que permanecían
escondidos en la casa del cocinero.

   -No señora- respondióle el cocinero-no ós matare, como no mate a vuestros hijos.
Ellos viven ocultos en mi casa y vos iréis a hacerles compañía. Yo, por mi parte, para
evitar el castigo que me amenaza, guisare una cierva que se halla en el jardín, y la
preparare de tal manera que la reina no pueda darse cuenta del cambio.

   Dicho esto, condujo a la reina a su casa, preparo la comida y la presento a la maligna
soberana viuda.

   Pensando decirle al rey, cuando regresase que su esposa y sus dos hijos habían sido
devorados por un lobo, la anciana paseábase todas las noches por los jardines. Y una vez
que regresó más tarde que de costumbre, al pasar junto a la casa del cocinero, oyó la voz
de un niño. Deteniéndose al instante, poco tardo en darse cuenta de que se trataba del
pequeño príncipe. Terriblemente enfurecida al descubrir que había sido engañada, corrió
a su palacio, y llamando a los guardias, les dijo gritando:

   -¡Quiero que preparéis en medio del patio un enorme tonel lleno de vivoras y culebras!
¡Que sean arrojados en el la reina joven, sus dos hijos y el desobediente cocinero!

   La orden fue obedecida sin chistar; los verdugos, teniendo junto a si las víctimas de la
mala mujer, esperaban la terrible orden de arrojarlos al tonel, no atreviendo a oponerse a
sus criminales intentos. Cuando solamente faltaban muy pocos minutos para que se
cumpliera la orden, un clarín dejo oír a los lejos sus agudas notas. Después, el ruido de
las armas y de los cascos de los corceles que avanzaban por el camino, anuncio que el
rey avanzaba victorioso por el campo de batalla.
Dandosé cuenta de que no podría consumar su obra, la terrible soberana ocultóse
detrás del tonel; pero, al entrar el rey en el patio, salió de su escondite y, lanzando un
grito, se arrojo entre las culebras y las víboras que la devoraron en contados segundos.




   Un caballero contóle al rey cuanto había sucedido en su ausencia, y este no dejo de
llorar a su madrastra, pensando que, a haber estado en el palacio, nadie se hubiera
expuesto al peligro.

   Las leyendas cuentan que el rey vivió muchos años rodeado del cariño de su familia y
venerado por todos los súbditos.

Más contenido relacionado

La actualidad más candente

Bella durmiente
Bella durmienteBella durmiente
Bella durmientepulgamichu
 
Alí Babá y los cuarenta ladrones.
Alí Babá y los cuarenta ladrones.Alí Babá y los cuarenta ladrones.
Alí Babá y los cuarenta ladrones.blogdevon
 
Las-mil-y-una-noches-COMPLETO-ilovepdf-compressed-1.pdf
Las-mil-y-una-noches-COMPLETO-ilovepdf-compressed-1.pdfLas-mil-y-una-noches-COMPLETO-ilovepdf-compressed-1.pdf
Las-mil-y-una-noches-COMPLETO-ilovepdf-compressed-1.pdfMegaraJrustav
 
La bella durmiente.
La bella durmiente. La bella durmiente.
La bella durmiente. Ros2016
 
La bella durmiente
La bella durmienteLa bella durmiente
La bella durmientealalba
 
Ricardo del copete
Ricardo del copeteRicardo del copete
Ricardo del copetetesis2014
 
La Bella Durmiente
La Bella DurmienteLa Bella Durmiente
La Bella DurmienteAna Ibáñez
 
Laudis marcela urueta de alba
Laudis marcela urueta de albaLaudis marcela urueta de alba
Laudis marcela urueta de albalaudys_marce
 
La bella durmiente
La bella durmienteLa bella durmiente
La bella durmientefranpysofir
 
Juan carlos santiesteban
Juan carlos santiestebanJuan carlos santiesteban
Juan carlos santiestebanalis2564
 
Andersen la princesayelguisante
Andersen la princesayelguisanteAndersen la princesayelguisante
Andersen la princesayelguisanteLaura Casareski
 

La actualidad más candente (15)

Bella durmiente
Bella durmienteBella durmiente
Bella durmiente
 
Alí Babá y los cuarenta ladrones.
Alí Babá y los cuarenta ladrones.Alí Babá y los cuarenta ladrones.
Alí Babá y los cuarenta ladrones.
 
Las-mil-y-una-noches-COMPLETO-ilovepdf-compressed-1.pdf
Las-mil-y-una-noches-COMPLETO-ilovepdf-compressed-1.pdfLas-mil-y-una-noches-COMPLETO-ilovepdf-compressed-1.pdf
Las-mil-y-una-noches-COMPLETO-ilovepdf-compressed-1.pdf
 
La bella durmiente.
La bella durmiente. La bella durmiente.
La bella durmiente.
 
Bella
BellaBella
Bella
 
La bella durmiente
La bella durmienteLa bella durmiente
La bella durmiente
 
La bella durmiente original
La bella durmiente originalLa bella durmiente original
La bella durmiente original
 
Ricardo del copete
Ricardo del copeteRicardo del copete
Ricardo del copete
 
La Bella Durmiente
La Bella DurmienteLa Bella Durmiente
La Bella Durmiente
 
Laudis marcela urueta de alba
Laudis marcela urueta de albaLaudis marcela urueta de alba
Laudis marcela urueta de alba
 
La bella durmiente
La bella durmienteLa bella durmiente
La bella durmiente
 
Rumpelstilskin
RumpelstilskinRumpelstilskin
Rumpelstilskin
 
La bella durmiente
La bella durmienteLa bella durmiente
La bella durmiente
 
Juan carlos santiesteban
Juan carlos santiestebanJuan carlos santiesteban
Juan carlos santiesteban
 
Andersen la princesayelguisante
Andersen la princesayelguisanteAndersen la princesayelguisante
Andersen la princesayelguisante
 

Destacado

Destacado (17)

Cuento de la bella durmiente pdf
Cuento de la bella durmiente pdfCuento de la bella durmiente pdf
Cuento de la bella durmiente pdf
 
Peter pan 2
Peter pan 2Peter pan 2
Peter pan 2
 
Psicoanálisis Hansel y Gretel
Psicoanálisis Hansel y GretelPsicoanálisis Hansel y Gretel
Psicoanálisis Hansel y Gretel
 
3 Cuentos MáS De Hansel Y Gretel
3 Cuentos MáS De Hansel Y Gretel3 Cuentos MáS De Hansel Y Gretel
3 Cuentos MáS De Hansel Y Gretel
 
Peter Pan
Peter PanPeter Pan
Peter Pan
 
Hansel y Gretel
Hansel y GretelHansel y Gretel
Hansel y Gretel
 
Cuento Hansel y Gretel
Cuento Hansel y GretelCuento Hansel y Gretel
Cuento Hansel y Gretel
 
Peter Pan
Peter  PanPeter  Pan
Peter Pan
 
Peterpan (1)
Peterpan (1)Peterpan (1)
Peterpan (1)
 
Peter Pan
Peter PanPeter Pan
Peter Pan
 
La bella durmiente
La bella durmienteLa bella durmiente
La bella durmiente
 
Peter pan power point
Peter pan power pointPeter pan power point
Peter pan power point
 
La bella durmiente
La bella durmienteLa bella durmiente
La bella durmiente
 
LA BELLA DURMIENTE
LA BELLA DURMIENTELA BELLA DURMIENTE
LA BELLA DURMIENTE
 
La bella durmiente
La bella durmienteLa bella durmiente
La bella durmiente
 
Hansel y gretel
Hansel y gretelHansel y gretel
Hansel y gretel
 
Los cuentos.presentación.
Los cuentos.presentación.Los cuentos.presentación.
Los cuentos.presentación.
 

Similar a Cuento la bella durmiente

Similar a Cuento la bella durmiente (20)

Bella durmiente♦♦
Bella durmiente♦♦Bella durmiente♦♦
Bella durmiente♦♦
 
La bella durmiente
La bella durmienteLa bella durmiente
La bella durmiente
 
La bella durmiente
La bella durmienteLa bella durmiente
La bella durmiente
 
La bella durmiente
La bella durmienteLa bella durmiente
La bella durmiente
 
La bella durmiente
La bella durmienteLa bella durmiente
La bella durmiente
 
La bella durmiente
La bella durmienteLa bella durmiente
La bella durmiente
 
Bella durmiente
Bella durmienteBella durmiente
Bella durmiente
 
CUENTO: "LA BELLA DURMIENTE"
CUENTO: "LA BELLA DURMIENTE"CUENTO: "LA BELLA DURMIENTE"
CUENTO: "LA BELLA DURMIENTE"
 
Ofermosodurminte uxía
Ofermosodurminte uxíaOfermosodurminte uxía
Ofermosodurminte uxía
 
El bello durmiente uxia
El bello durmiente uxiaEl bello durmiente uxia
El bello durmiente uxia
 
70793
7079370793
70793
 
Cuentoterinado
CuentoterinadoCuentoterinado
Cuentoterinado
 
Cuentoterinado
CuentoterinadoCuentoterinado
Cuentoterinado
 
Bella durmiente
Bella durmienteBella durmiente
Bella durmiente
 
Bella durmiente
Bella durmienteBella durmiente
Bella durmiente
 
Las Mil y una noches (Revista)
Las Mil y una noches (Revista)Las Mil y una noches (Revista)
Las Mil y una noches (Revista)
 
Antologia de cuentos(1)
Antologia de cuentos(1)Antologia de cuentos(1)
Antologia de cuentos(1)
 
Una princesita encantada mariela
Una princesita encantada marielaUna princesita encantada mariela
Una princesita encantada mariela
 
Una princesita encantada mariela
Una princesita encantada marielaUna princesita encantada mariela
Una princesita encantada mariela
 
Una princesita encantada mariela
Una princesita encantada marielaUna princesita encantada mariela
Una princesita encantada mariela
 

Cuento la bella durmiente

  • 1. La Bella Durmiente. Según cuentan leyendas muy antiguas, hubo hace muchísimos años, en un país cuyo nombre no se recuerda ya, un rey y una reina que estaban muy tristes por no tener sucesión. Ansiaban vivamente que el palacio en que vivían fuese alegrado por una criatura, pero, sobre todo, les preocupaba la idea de que el trono quedara vacante el día que se murieran. Pidieron consejos a los sabios más sabios de la corte, y después de haber hecho toda clase de votos y promesas, confiaron en que Dios escucharía sus fervorosas suplicas. Un día, cuando nadie lo esperaba, ya corrió por el reino una noticia, que a todos lleno de alegría, ¡la augusta reina acababa de dar a luz una hermosa princesita El Fausto acontecimiento fue celebrado en todo el país, con animados bailes y desfiles, y el feliz monarca, deseando asociarse a la alegría de su pueblo, ordeno a los personajes de la corte que organizaran una fiesta que deslumbrase por su magnificencia. Fueron invitados a ella los reyes de los países vecinos, los señores más ricos y nobles de la corte, y las damas más hermosas y elegantes. Como invitadas de honor figuraban siete hadas de maravilloso poder, cada una de las cuales, al terminar los festejos ofrecieron, una gracia a la princesita. El día de la fiesta fue colocada en el salón del trono una magnifica y suntuosa mesa, en la que se veían exquisitos manjares preparados especialmente por los más reputados cocineros del reino, y grandes fuentes de oro y plata apetitosos postres y sabrosísimas frutas llevadas desde los más distantes países. En la cabecera, sentados en sendos tronos de marfil, se hallaban el rey y la reina, y entre ambos, acostada en un almohadón de terciopelo rosa bordado con oro, veíase a la hermosa niña. Al final del banquete, las poderosas hadas, sacando sus varitas mágicas, dispusiéronse a ofrendar sus dones a la princesa-Vuestra hija- dijo la primera de las hadas dirigiéndose a los reyes y mirando a la princesita-, será la mujer más hermosa que jamás se haya visto, no solo en este reino, sino en el mundo entero. - Tendrá tanta inteligencia- agrego la segunda acariciando suavemente a la pequeña-, que hasta el mayor sabio de esta corte tendrá que acudir a ella cuando se vea en la necesidad de interpretar los grandes enigmas de la naturaleza.
  • 2. - Estará dotada de tanta simpatía- explico la tercera de las hadas haciendo un pequeño movimiento con su varita encantada-, que hasta en las más distantes comarcas de la tierra se hablara de ella con admiración. Disponíase la cuarta de las hadas a otorgar su don, cuando junto a la puerta de entrada del salón sonó el toque de un clarín que anunciaba la llegada de un comensal retrasado. Todos se dieron vuelta para ver quién era, y cuando lo advirtieron, prodújose un gran silencio interrumpido solo por los pasos apresurados de la persona que llegaba. Era un hada vieja y fea, a quien por haber permanecido por mucho tiempo encerrada en la torre de un castillo, todos la creían muerta o viajando por lejanos países, razón por la cual no había sido invitada a la fiesta El monarca, sorprendido ante aquella aparición, quiso disculpar su olvido, porque no ignoraba que era una hada muy mala y rencorosa. Sonriéndose y señalándole un lugar en la mesa le dijo que él y todos los presentes estaban encantados de verla allí. Pero el hada vieja, que estaba muy ofendida, respondió así a las palabras del rey: -Como no puedo creer que el haberme no invito sea debido a un olvido, no me esmeraré en pedir, según lo han hecho mis compañeras, una virtud o una gracia para la princesita. En cambio, agrego sonriendo con ironía- creo que mi ofrenda hará que durante mucho tiempo nadie pueda olvidarse de mí y de mi varita mágica. Al escuchar estas palabras que sin duda encerraban una terrible amenaza, algunos de los presentes comenzaron a hablar entre sí en voz muy baja; el hada les hizo callar en seguida con un gesto y, procurando que sus palabras fuesen bien escuchadas por todos los presentes exclamó: -lo he pensado muy bien. Mi deseo es que la princesita se atraviese una mano con un uso de hilar, cuya herida le producirá la muerte. Interrumpiendo el silencio provocado por estas palabras, una hada buena que hasta ese momento había permanecido en silencio, apartada del grupo de damas y caballeros, acercóse prontamente a la desconsolada reina, que lloraba abrazando y besando a su hijita, y le dijo con ternura: -No llores, si bien es cierto que el poder de mi varita mágica no podrá impedir que la princesita se hiera en la mano con un huso de hilar, puede, en cambio, hacer que la
  • 3. herida no sea mortal. No morirá tu hija, solamente quedara dormida por espacio de 100 años. Cumplido ese plazo, el hijo de un rey muy rico y poderoso, un hermosísimo y valiente príncipe, la sacara de un sueño y se casara con ella haciéndola muy feliz Por más que las palabras de un hada buena consolaron un poco a la afligida madre, desde aquel momento nadie estuvo alegre en el palacio, pues todos temían que la princesita no llegase a despertar del larguísimo sueño. Este temor decidió al rey, después de aconsejarse con varios ministros, a dictar un bando por el que se disponía que fuera condenado a la pena de muerte a cualquiera que fuese sorprendido hilando con huso de madera. Varios años pasaron, durante los cuales el bando del rey fue respetado estrictamente. Ya era la princesita una hermosísima niña de cabellos de oro y de rostro sonrosado, y en todo el país solo el rey y la reina recordaban, la profecía de la malvada y rencorosa hada. Para evitar el peligro que amenazaba a su hija, por nada del mundo querían los reyes separarse de ella. En una ocasión, sin embargo, con motivo de una de las fiestas que habrían de realizarse en un país vecino, y a las que no podían excusarse de asistir, viéronse muy a su pesar, en la necesidad de separarse de la niña por primera vez. Largamente medito el monarca sobre la conveniencia de llevar con ellos a la pequeña; pero pensando en lo largo del trayecto, y en los peligros a que podían verse expuestos, decidió recurrir a los consejos de los ministros para resolver sus dudas. -Majestad- dijo uno de ellos, que era tenido en la corte por muy sabio-, creo que la princesita es muy pequeña aun para exponerla a los peligros del camino. Opino que debe quedarse en el palacio bajo nuestros cuidados y vigilancia. -Me parece mejor- agregó otro de los ministros, cuyo muchos años hacían que sus palabras fuesen escuchadas siempre con profundo respeto- que la princesita no permanezca en el palacio. Desde luego opino que no es posible que la llevéis; pero, en cambio, podría quedarse al cuidado de una mujer a quien yo conozco. Con ella no correría la niña ningún peligro. - ¿Y os parece que así podríamos marchar tranquilos- pregunto el rey- y que ningún peligro amenazará a la niña?
  • 4. - Si majestad- respondióle el anciano ministro-: conozco muy bien a esa mujer y sé que la princesita podrá estar en su casa como en vuestro propio palacio. Conforme el monarca con las palabras de su fiel servidor, fue a comunicar a su esposa la determinación que acababa de tomar. Y conforme también la reina oredenóse al instante que la princesita fuera entregada a la mujer que durante la ausencia de ellos habría de tenerla a su cargo. Después los reyes subieron a la carroza que los aguardaba y se dirigieron al país vecino. Ya lejos del reino el monarca y su esposa, la princesita vivió feliz y contenta en su nueva casa. La mujer que la tenía a su cuidado era una señora anciana y muy cariñosa, y tan buena que por no contrariar a la niña permitía que satisficiese sus menores caprichos, solo le había prohibido que se alejara de la casa en dirección al bosque cercano, por temor de que se extraviara y se viera expuesta al peligro de ser atacada por un hambriento lobo que vivía en él. Sin embargo, un día que la señora tuvo que salir para hacer algunas diligencias en el palacio, la niña, que era un poco traviesa, desobedeció sus consejos y se acercó al bosque, internándose por un por un sendero bordeado de flores y de grandes árboles Caminando distraída, deteníase de trecho en trecho para mirar los conejitos y las ardillas que escapaban a su paso, o para mirar los vistosos colores de las mariposas que revoloteaban por doquier. De esta manera sin darse cuenta, termino por perderse; y cuando se vio sola y tan lejos de la casa de su protectora, échose a llorar desconsoladamente. De pronto, cuando más afligida estaba, escuchóse a su lado una voz suave y cariñosa que le preguntó: -¿Por qué lloras niña? ¿Te ha hecho daño alguien? Dándose vuelta para ver quien le hablaba, vióse la niña ante una mujer anciana que la miraba dulcemente. -Me he perdido en el bosque, buena mujer, y tengo mucho miedo. Me han dicho que en este bosque vive un lobo muy malo y no querría verlo- respondió la princesita enjuagándose los ojos y acercándose a la anciana
  • 5. - Pues eso es posible si tu lo quieres- dijo la mujer-; podrás pasar conmigo esta noche; vivo sola en una cabaña que se halla muy cerca de aquí y me gustaría tener una compañía tan agradable como la tuya. Sonriendo agradecida la niña acepto el ofrecimiento, y ambas pusiéronse en marcha, no tardando en llegar a una casita semioculta entre los árboles. Era la morada de la viejecita, que, una vez dentro de ella, dijo que antes de comer tenía que hilar en un huso de madera unos copos de lino. Tratando de corresponder al favor que le había hecho, ofrecióse la niña para ayudarla en la tarea, pero en el mismo momento en que tomaba el huso, al inclinarse para ahuyentar a un gatito juguetón que quería alcanzar con sus patitas el copo de lino, hízose en la palma de la mano una pequeña herida y cayó al suelo sin conocimiento De nada valió que la afligida anciana rociara el rostro con agua fresca, tratando de hacerla volver a su desmayo; la niña parecía muerta. Entonces la mujer corrió presurosa hasta la cabaña de unos pastores, y, contándoles lo que había sucedido, les rogó, con lágrimas en los ojos, que la ayudaran. Los pastores trataron de consolarla y corrieron hasta su casita; uno de ellos, que había estado alguna vez en el palacio, reconoció a la princesita y dijo que no se hallaba muerta, sino que, habiéndose cumplido la profecía de una hada mala, estaba dormida, pero que nada ni nadie podría despertarla durante cien años. Poco tardó en saberse en el reino la terrible noticia. Como los ministros sentíanse algo culpables, trataron por todos los medios de hacer volver de sus sueños a la niña; pero, al comprender que tal cosa no era posible, aguardaron con intranquilidad el regreso del monarca para darle a conocer la desgracia que había ocurrido en la cabaña del bosque. Y algunos meses más tarde, vueltos nuevamente al palacio del rey y la reina, lloraron con gran desconsuelo, al darse cuenta de que ni aun los mejores médicos podrían despertar a la princesita. Entonces, sabiendo los padres de la niña que era imposible luchar contra la profecía del hada mala, llamaron nuevamente al palacio a las siete hadas buenas. Y una de ellas, la que dijera que no habría de morirse, sino que dormiría durante cien años, pregunto a su varita encantada que era lo que convenía hacer. Y la varita, agitándose en su mano le respondió:
  • 6. “como deben pasar cien años antes de que la princesita vuelva de su sueño, será conveniente que la regia morada que la guarde también permanezca dormida con sus servidores y doncellas”. Ordenando que todo se hiciera como la varita mágica lo habría indicado, dispuso el rey que fuese construido un enorme y magnifico palacio. Después acostando a la princesa en una hermosísima cama con doseles de oro, y mandando a los soldados, sirvientes, doncellas, cortesanos, guardias, cocineros y pajes que ocuparan sus puestos, llamó nuevamente al hada buena para que hiciera valer una vez más el poder sorprendente de su varita milagrosa El hada hizo que todos quedaran profundamente dormidos, para despertarse al cabo de cien años, al mismo tiempo que la hija del rey, y al fin de que pudieran, de esa manera, servirla en cuanto necesitase. Después de besar los afligidos padres la frente nacarada de la niña, abandonaron el palacio, prohibiendo terminantemente que nadie se acercara a él, en diez leguas a la redonda. Meses más tarde, la magnífica mansión que encerraba a la niña aparecía rodeada por un tupido bosque de gigantescos arboles que resultaba poco menos que imposible de atravesar, y creyóse que también eso era debido al poder de la varita mágica del hada buena. Transcurrieron los años…Ya el rey y la reina, muy viejecitos, habían sido llamados por Dios. Muy pocos recordaban que un día, en un palacio, una hada mala había condenado a dormir durante cien años a una niña de sangre real; sólo algunos ancianos de venerables canas contaban a sus nietecitos que en un bosque cercano había un palacio que permanecía silencioso. Y cierta tarde, un joven y apuesto príncipe que pasaba por aquel bosque dedicándose a la casa de gacelas y siervos alcanzó a ver, por sobre las frondosas copas de los arboles, las hermosas y elegantes torres que se elevaban hacia el cielo. Muy sorprendido volvióse hacia uno de los caballeros que le acompañaban, y al mismo tiempo que indicaba la torre con una mano, mientras con la otra sujetaba por la brida su fogoso corcel, adornado con riquísimos arneses, preguntó con curiosidad:
  • 7. -¿Qué palacio es ese? ¿Qué misterio encierran sus estancias rodeadas de silencio? El caballero como temiendo que alguien escuchara sus palabras, acercóse mas al príncipe para decirle: -Era yo muy chico cuando me conto mi madre que un rey que vivio en esta comarca hace cerca de un siglo tuvo una hija hermosa y agraciada, a quien una hada mala obligo a dormir por espacio de 100 años. Y hay quien afirma que la despertará, al cabo de ese tiempo un príncipe muy hermoso y valiente, que la hará su esposa. La respuesta del caballero interesó mucho al príncipe, el cual, dejando su corcel al cuidado de un paje, se acercó a la muralla de arboles y madera que redeaba el palacio. Ya junto a ella, desenvainó su brillante espada y abrióse paso en la espesura cortando las ramas que le cerraban el camino. Poco después apareció ante su vista un claro del bosque, y en medio de él, rodeado de maravillosas flores de los mas brillantes colores, vió el palacio cuyas torres le habían llamado la atención al divisarlas por encima del follaje de los arboles. Acercóse lentamente, y subiendo los blancos escalones de mármol que halló ante si, se encontró ante una enorme puerta cerrada con cerrojos de oro. A cada lado de ella montaban guardia de pie, inmóviles, y con las armas en la mano, los soldados que cien años antes había encantado la varita mágica del hada buena. El príncipe, sin mirarlos, tanta era su impaciencia por despertar a la niña de su sueño maravilloso, descorrió los cerrojos de oro. Franqueó después la entrada y encontróse en un amplio patio recubierto por una mullida alfombra. Tanto era el silencio que reinaba en el, que el joven príncipe, impresionado, se detuvo un momento, pensó si realmente hallaría a la princesita dormida, o si, en vez de ella, alguna bruja saldría a su paso montada en un escoba, dispuesta a castigar su atrevimiento después de haber entrado en la mansión. Pero pronto venció el temor, y sin haber pensado en retroceder, pues era muy valiente, internóse en un estrecho pasadillo al fondo del cual había una puerta tallada con maderas costosísimas , iluminada por un inmenso farol que indicaba a quien se acercara que aquella estaba abierta. Empujo el príncipe la puerta y así pudo llegar a la entrada de la alcoba donde dormía plácidamente, desde hacia cien años, a hermosa niña. Se detuvo entonces y al mirar hacia el interior no pudo evitar una exclamación de sorpresa, la alcoba de la
  • 8. princesita hallábase cubierta de cortinas y alfombras de diversos colores; veíanse también pequeños muebles finamente tapizados, y en el centro, dentro de una magnífica jaula dorada, un hermoso papagayo permanecía dormido apoyando su cabecita sobre los alambres. Pero nada de eso le interesó al príncipe, porque cerca de la jaula, disimulados por regios cortinajes de seda y encajes, vió un magnífico lecho sobre el cual yacía, sonriente, la princesita encantada. Admirado de la belleza de la niña, permaneció el príncipe contemplándola durante un largo rato. Sus rubios cabellos, cayendo sobre los riquísimos almohadones, parecían hebras de oro; sus rojos labios destacabansé en la palidez del rostro apacible, y sus ojos, cerrados en un sueño tranquilo, estaban sombreado por largas pestañas negras, sus mejillas frescas y sonrosadas como fruta madura, decían claramente que la hermosa princesa, que yacía así desde hacia tantos años no estaba muerta, sino dormida. Dejando su espada sobre un pequeño trono que adornaba el aposento, acercóse mas el príncipe a la Bella Durmiente, para poder contemplarla mejor. Pero entonces al tratar de transponer un pequeño escalón el ébano disimulado por una alfombra de raso carmesí, tropezó y cayo hacia adelante. Fue inútil que el apuesto joven evitara el tocar a la niña al querer incorporarse, pues rosóle los cabellos con el extremo de su hermosa capa de terciopelo. Y en ese mismo instante la princesita se agitó suavemente, dando muestras de vida. Un profundo suspiro agitó su pecho, sus ojos se abrieron y cerraron repetidas veces, y después de un momento de indecisión, incorporóse admirada. Vio entonces al apuesto mancebo que la observaba extasiado, y como si creyera continuar su hermoso y largo sueño, restregóse los ojos, mientras exclamaba con voz melodiosa que hizo palpitar el corazón del príncipe: -¿Quién eres? El joven quitóse la gorra, adornada con una gran pluma roja, e inclinándose respetuosamente contestó: -Hermosa niña: me hallaba cazando en el bosque cuando descubrí las torres de este palacio. Fue entonces cuando uno de mis acompañantes me dijo que aquí se hallaba la más hermosa de las princesas, una princesa a quien un hada mala, enojada por que no había sido invitada a una fiesta, había condenado a dormir durante cien años. Tratando
  • 9. de comprobar si era verdad lo que se me decía, he venido hasta aquí, y ahora solo quiero pedirte que vengas conmigo al palacio de mis regios padres. Sonriendo la niña al darse cuenta de que el príncipe que tenia ante ella era el que el hada buena anunciara que habría de sacarla de ese sueño, se arrodilló fervorosamente y cruzando sus delicadas manos elevó sus gracias a Dios. Después, acompañada de su salvador, abandonó la alcoba. El castillo recobró al instante su anterior animación. Vuelta la princesita de su sueño de cien años, todos sus servidores y acompañantes despertaron como ella. Los guardias tomaron nuevamente sus brillantes alabardas y permanecieron firmes, luciendo sus hermosos uniformes junto a cada puerta; los pajes corrieron presurosos para anunciar al pueblo que en breve habría de celebarse el casamiento de la princesa; las doncellas dispusieronse a efectuar los preparativos del magno acontecimiento que se avecinaba, y en las amplias cocinas del palacio los cocineros, dando continuas órdenes a sus numerosos y diligentes ayudantes, disponíanse a preparar riquísimos manjares y apetitosos postres. Dos días más tarde celebróse el casamiento, al cual asistieron, además de los monarcas y príncipes de los países vecinos, de los más ricos caballeros y de las más hermosas damas de la corte, las hadas buenas que cien años antes habían otorgado sus dones a la princesitaUna vez transcurrida la fiesta, dijo el príncipe a la niña que, deseando comunicar la noticia a sus padres, iba a ponerse en marcha aquel mismo día pero que no tardaría en volver en su busca. Poco después alejábase del castillo en una hermosa carroza arrastrada velozmente por fogosos corceles. Ya en el palacio de sus padres, el príncipe cuya ausencia había intranquilizado a todos, presentóse ante el rey. -Señor -le dijo postrándose ante el- habiendo salido de caza hace unos días, me extravié en el bosque, y como la noche me sorprendiera en él, para evitar todo peligro decidí permanecer hasta la mañana siguiente en la cabaña de un humilde pastor que halle en el camino Creyó el rey lo que le decía su hijo, pues también era aficionado a la caza, y más de una vez habíase visto obligado a pasar la noche fuera del palacio.
  • 10. En cambio, la reina, su madrastra, que era una joven de malos sentimientos, no creyó nada de cuanto el joven decía. Oculto sus sospechas; pero, dispuesta a saber lo que hubiera de cierto, ordeno al caballero que siguiera al joven cada vez que saliera del palacio. Muy temprano, a la mañana siguiente, partió el príncipe hacia el bosque, anunciando que iba a sus acostumbradas cacerías; en realidad pensaba dirigirse hacia el castillo en que estaba su bella esposa. Entre los caballeros que lo acompañaban iba el que recibiera las ordenes de la reina; pero también iba un montero que había escuchado la conversación del día anterior; y este, acercándose al príncipe, le susurro al oído: -señor, sé que es vuestra intención visitar a la hermosa niña del castillo encantado, pero creo conveniente que no lo hagáis hoy, hay entre nosotros, un caballero que aconsejado por vuestra madrastra, debe seguirnos los pasos. Agradeciendo la advertencia, el príncipe dio la orden de regresar al palacio, pensando que tendría que salir solo y ocultándose para que nadie supiera hacia donde se dirigía. Uno de sus pajes, advirtiendo lo que ocurría, le propuso cambiar sus ropas con el para que no pudieran reconocerlo. No uno, sino varios días seguidos pudo el príncipe salir del palacio sin que nadie lo notara. Y así transcurrieron dos años, al cabo de los cuales la hermosa princesa, su esposa, recibió del cielo el regalo de dos lindísimas criaturas: una niña y un niño. Mientras tanto, la madrastra, cada vez más disgustada por no poder descubrir el secreto del príncipe, trataba de saberlo por todos los medios. Ya en la corte murmuraban las damas y los caballeros. Pero el príncipe, sin dar oído a las habladurías, continuaba abandonando el palacio a altas horas de la noche. Varios meses después corrió por el reino una triste nueva. El rey, que padecía desde largos años atrás una penosa enfermedad rindió su alma a Dios rodeado de sus súbditos más fieles, quienes derramaron abundantes lagrimas de dolor. El príncipe, debiendo ocupar el trono que dejaba vacante su padre, vióse en la necesidad de descubrir su matrimonio. Todos se alegraron mucho al saber que el nuevo rey, que era muy querido por su buen corazón, habíese casado con una bellisima princesa y que era padre de dos encantadores niños; solo la malvada reina, celosa, si bien fingió alegrarse, se dejo llevar por el enojo. Pero cuando al cabo de unos días llegaron al reino en una
  • 11. carroza la Bella Durmiente y los dos pequeños príncipes, trato de mostrarse contenta y amable, ocultando sus verdaderas intenciones y la ira que había acumulado en el corazón. Al cabo de muchos años de paz y tranquilidad la guerra declarada por un monarca vecino, obligó al príncipe a preparar su ejército para marchar a la lucha Despidióse de su esposa y de sus dos hijos, y deseando que velara por ellos, pidió a su madrastra que los pretegiera de los peligros que podrían amenazarlos, sin pensar en los que el mismo iba a correr en el campo de batalla. Después ciñóse la filosa esposa, montó en su caballo y se alejó rápidamente. Larga y penosa resultó la guerra. Muchos fueron los peligros a que se vio expuesto el joven rey, que sin cesar deseaba volver cuanto antes a su palacio para reuinirse con su esposa y sus hijitos. Pensaba constantemente que podrían necesitar de el. Mientras tanto, la Bella Durmiente lloraba encerrada en una apartada alcoba. Desde que se había ausentado su valiente esposo, la reina mala, envidiosa de ella, trataba de molestarla continuamente, pretendiendo gobernar el país. Y una tarde en que pérfida mujer salió a los jardines y vió jugar a los pequeños príncipes, tuvo una idea terrible. Llamando a su presencia al cocinero real, le dijo sonriendo malignamente: -Como hoy me he levantado con mucho apetito, me agradaría que me preparases un manjar especial, un manjar como nunca ha comido otra reina en la tierra. Después de decir estas palabras, callóse por un momento la reina, y como el cocinero aguardara silencioso sus órdenes, continuó, señalando con la mano el amplio ventanal que daba al jardín: -Ahí están jugando los pequeños príncipes. Engañarás al niño y lo llevaras a la cocina ¡Hoy me lo comeré! Abriendo los ojos con asombro, pretendió el cocinero oponerse a sus ordenes, pero solo atinó a exclamar: - ¡Por Dios, Majestad! - ¡Te lo ordeno! Desde que mi hijo se halla lejos del palacio, soy yo la única que manda en el. En caso de que te opongas a mi deseo, hare que mis guardias te den muerte.
  • 12. Sabiendo el infeliz cocinero que nada era posible hacer, salió llorando hacia el jardín. Acercóse al niño, que en aquel momento se hallaba entretenido jugando con un perro, y tratando de engañarlo con palabras cariñosas, le dijo: - Si vienes conmigo a la cocina te dare unos dulces muy ricos que he preparado. El niño accedió, y ambos entraron en el palacio; pero como la criatura, viendo el enorme cuchillo que el cocinero llevaba en la mano, se diera cuenta de lo que éste pensaba hacer con el, púsose a llorar amargamente y, echándole los brazos al cuello, le pidió que no lo matara. El buen hombre, enternecido, sintiéndose incapaz de cumplir la orden de la malvada reina, meditó largo rato en lo que podría hacer. Al cabo resolvió llevar al príncipe Sol, que este era su nombre, a su casa, para esconderlo, y después de haberlo hecho asi bajo el corral, dio muerte a un corderito, lo cocinó en una salsa especial y se lo presento a la hambrienta soberana. Esta, que no se dio cuenta del cambio, quedo conforme. Una semana después, nuevamente fue llamado el cocinero a presencia de la perversa mujer: el hombre, temeroso de sus órdenes, se presentó temblando. -Por segunda vez siento un apetito devorador.- le dijo-; hoy habrás de prepararme a la niña. Ten en cuenta que debes hacerlo rápidamente si no quieres que mis guardias te castiguen. El pobre hombre pensó que ya no podría ocultar a la niña y que la reina habría de darse cuenta del engaño. Pero, dejándose llevar por su buen corazón, prefirió exponerse al peligro, y después de ocultarla en su casa, junto al hermanito, fue nuevamente al corral, y mato un cabrito muy tierno. También esta vez preparo una salsa muy exquisita, y de esa manera, la reina muy satisfecha, no se dio cuenta del engaño. Contenta de su maldad, la perversa soberana permaneció tranquila durante algún tiempo. Pero una mañana se disgusto con una de sus doncellas y, desando desahogar el enojo que sentía, llamo por tercera vez al cocinero, que encomendó su alma a Dios antes de presentarse a ella. -He pensado mucho en los exquisitos platos que sueles prepararme-dijo la reina, cuyos ojos brillaban como si estuviese ante un delicioso manjar.- Mañana a primera hora
  • 13. darás muerte a la madre de los príncipes, preparándola después con una de esas salsas que solo tú sabes hacer. Más preocupado que las veces anteriores retiróse en cocinero, y a medida que subía las escaleras, con un enorme cuchillo en la mano, pensaba que ahora no habría modo de salvar a la víctima elegida. Sin embargo, como a pesar de su indeterminación, se sintió conmovido, prefirió poner a la princesa al tanto de lo que le había ordenado la reina. -¡Mátame, mátame si tal cosa te han ordenado! Solo asi podre reunirme con mis queridos hijos, a quienes nunca mas volveré a ver- explamo la joven reina, creyendo que los dos niños habían muerto, pues, engañada por todos, ignoraba que permanecían escondidos en la casa del cocinero. -No señora- respondióle el cocinero-no ós matare, como no mate a vuestros hijos. Ellos viven ocultos en mi casa y vos iréis a hacerles compañía. Yo, por mi parte, para evitar el castigo que me amenaza, guisare una cierva que se halla en el jardín, y la preparare de tal manera que la reina no pueda darse cuenta del cambio. Dicho esto, condujo a la reina a su casa, preparo la comida y la presento a la maligna soberana viuda. Pensando decirle al rey, cuando regresase que su esposa y sus dos hijos habían sido devorados por un lobo, la anciana paseábase todas las noches por los jardines. Y una vez que regresó más tarde que de costumbre, al pasar junto a la casa del cocinero, oyó la voz de un niño. Deteniéndose al instante, poco tardo en darse cuenta de que se trataba del pequeño príncipe. Terriblemente enfurecida al descubrir que había sido engañada, corrió a su palacio, y llamando a los guardias, les dijo gritando: -¡Quiero que preparéis en medio del patio un enorme tonel lleno de vivoras y culebras! ¡Que sean arrojados en el la reina joven, sus dos hijos y el desobediente cocinero! La orden fue obedecida sin chistar; los verdugos, teniendo junto a si las víctimas de la mala mujer, esperaban la terrible orden de arrojarlos al tonel, no atreviendo a oponerse a sus criminales intentos. Cuando solamente faltaban muy pocos minutos para que se cumpliera la orden, un clarín dejo oír a los lejos sus agudas notas. Después, el ruido de las armas y de los cascos de los corceles que avanzaban por el camino, anuncio que el rey avanzaba victorioso por el campo de batalla.
  • 14. Dandosé cuenta de que no podría consumar su obra, la terrible soberana ocultóse detrás del tonel; pero, al entrar el rey en el patio, salió de su escondite y, lanzando un grito, se arrojo entre las culebras y las víboras que la devoraron en contados segundos. Un caballero contóle al rey cuanto había sucedido en su ausencia, y este no dejo de llorar a su madrastra, pensando que, a haber estado en el palacio, nadie se hubiera expuesto al peligro. Las leyendas cuentan que el rey vivió muchos años rodeado del cariño de su familia y venerado por todos los súbditos.